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Mi doctrina, por Adolf Hitler




Enviado por Maira Bordon



    PRIMERA PARTE

    CRÍTICA DEL LIBERALISMO
    BURGUÉS

    CAPÍTULO PRIMERO

    CRÍTICA DE LA DEMOCRACIA BURGUESA Y
    PARLAMENTARIA

    La democracia fundada en la autoridad
    del número suprime la responsabilidad de los
    jefes

    He aquí el carácter
    más notable del parlamentarismo: se elige cierto
    número de hombres (también mujeres desde hace
    algún tiempo), por ejemplo quinientos; y a partir de ese
    momento, a ellos les compete tomar, en todo, decisiones
    definitivas. Prácticamente son el único gobierno.
    Ellos nombran un gabinete que parece dirigir los
    negocios del Estado; pero esto no es más que una
    apariencia. En realidad, este pretendido gobierno no puede dar un
    paso sin haber ido antes a mendigar el asentimiento de toda la
    asamblea. Así no se podrá hacerlo responsable de
    nada; pues, la decisión final es siempre la del
    Parlamento, nunca la suya. Siempre es solamente el ejecutor de
    todas las voluntades de la mayoría. No se podría
    apreciar justamente su capacidad política sino por el arte
    con que sabe ajustarse a la opinión de la mayoría,
    o hacer que la mayoría se adhiera a su
    opinión.

    Pero cae así del rango de verdadero
    gobierno al de mendicante ante cada mayoría. No tiene ya
    tarea más urgente que la de ganar, de tiempo en
    tiempo, la aprobación de la mayoría
    existente, o bien tratar de suscitar una nueva mejor orientada.
    Si lo consigue, podrá seguir "gobernando" por algún
    tiempo; si no, no le queda más que irse. La
    precisión de sus apreciaciones no desempeñan en
    esto ningún papel. Así, toda noción de
    responsabilidad es prácticamente abolida.

    El Parlamento toma una decisión: por
    catastróficas que puedan ser sus consecuencias, nadie
    será responsable de ellas, nadie puede ser llamado a
    rendir cuentas. Pues, ¿puede hablarse de asunción
    de responsabilidades cuando, después de un desastre sin
    precedente, el gobierno culpable se retira, o cuando la
    mayoría cambia, o cuando el Parlamento es disuelto?
    ¿Puede hacerse jamás responsable a una
    mayoría flotante de individuos? La idea de
    responsabilidad, ¿tiene alguna significación si la
    responsabilidad no es asumida por una persona
    determinada? ¿Se puede, prácticamente, hacer asumir
    a un jefe de gobierno la responsabilidad de actos cuyo origen y
    cuya realización emanan de la voluntad y de la
    inclinación de una multitud de individuos?

    La labor de un dirigente parlamentario,
    ¿no reside menos en la concepción de un plan que en
    el arte de hacer comprender el valor de este plan a un
    rebaño de carneros de cabeza hueca, para solicitar en
    seguida su benévola aprobación?

    El criterio del estadista, ¿es
    poseer en el mismo grado el arte de convencer y la inteligencia
    necesaria para distinguir las grandes líneas y tomar las
    grandes decisiones?

    ¿Queda demostrada la inaptitud de un
    jefe por el hecho de que no logre convencer a la mayoría
    de una asamblea, verdadero tumor que ha invadido el organismo en
    condiciones más o menos adecuadas? Por lo demás,
    ¿se ha visto alguna vez que una multitud comprenda una
    idea antes de que el triunfo de ésta haya revelado su
    grandeza? Toda acción genial, ¿no es aquí en
    la tierra una ofensiva del genio contra la inercia de la
    masa?

    Así, ¿qué debe hacer
    el político que no logra ganar con halagos el favor de esa
    muchedumbre? ¿Debe comprarla? O bien, ante la estupidez de
    sus conciudadanos, ¿debe renunciar a emprender las tareas
    cuya necesidad vital ha reconocido? ¿Debe retirarse?
    ¿Debe quedarse? ¿Cómo puede un hombre digno
    de este nombre resolver este problema; aceptar semejante
    situación respetando al propio tiempo la decencia o,
    más exactamente, la honradez?

    ¿Cuál es aquí el
    límite entre el deber para la comunidad y las obligaciones
    del honor? El verdadero jefe, ¿no debe prohibirse
    métodos que lo rebajen al rango politiquero de
    cantón?

    Y a la inversa, un politiquero de
    cantón, ¿no se sentirá inclinado a
    hacer política por el hecho de que nunca
    será él mismo, sino una multitud anónima, la
    que finalmente soportará el peso de las
    responsabilidades?

    Nuestro principio parlamentario de la
    mayoría, ¿no debe acarrear la destrucción de
    la noción de mando? ¿Es posible todavía
    creer que el progreso humano venga, por poco que sea, del cerebro
    de una mayoría y no de la cabeza de un hombre?

    Degradación de los caracteres por la
    democracia

    Una Cámara de diputados mediocres
    experimenta siempre una gran satisfacción al sentirse
    guiada por un jefe cuyo mérito no sobrepase el suyo. Cada
    uno tiene así la satisfacción de poder hacerse
    notar de vez en cuando, y sobre todo de decirse: Puesto que Juan
    puede ser jefe, ¿por qué no puede serlo un
    día Santiago?

    En el fondo de esta admirable
    invención de la democracia, se puede observar un
    fenómeno que se manifiesta en nuestros días(1)
    escandalosamente, con cada vez mayor intensidad: la
    cobardía de la mayoría de nuestros pretendidos
    dirigentes. ¡Qué suerte, cuando deben tomar
    decisiones importantes, la de poder ampararse bajo la
    protección de una mayoría! Es preciso haber visto
    una vez a uno de estos bandidos de la política mendigar
    humildemente, antes de cada una de sus decisiones, la
    aprobación de la mayoría, asegurarse así las
    complicidades necesarias y poder, en todos los casos, desligarse
    de toda responsabilidad. Un hombre de honor, un hombre de
    corazón, no puede menos de experimentar odio y repugnancia
    por semejantes métodos de actividad política; pero
    tales métodos atraerán a todos los caracteres
    mediocres.

    Sería un error creer que todos los
    diputados de un determinado parlamento toman siempre sus
    responsabilidades tan de ligero.

    Por cierto que no. Pero algunos diputados,
    obligados a tomar posición sobre cuestiones que les
    escapan, vuélvense poco a poco débiles y sin
    carácter. Pues ninguno tendrá el valor de declarar:
    «Señores, creo que no entendemos nada de este
    asunto. Esta es al menos la verdad en lo que a mí
    concierne
    ». Por lo demás, esto no
    cambiaría nada, en primer lugar porque esta actitud no
    sería Comprendida, y luego porque no sería
    difícil impedir que ese asno "echara a perder el oficio"
    con su honradez. Cuando se conoce a los hombres, es fácil
    comprender que, en una sociedad tan escogida, ninguno trata de
    ser el más estúpido, y que, en este ambiente,
    lealtad es sinónimo de estupidez. Así, un diputado
    que haya comenzado por ser más o menos honrado, se
    verá fatalmente arrastrado a la vía de la mentira y
    del engaño.

    Los programas de todos los partidos políticos
    de un régimen democrático son un
    engaño

    La única preocupación que
    determina fatalmente, ya sea el establecimiento de un programa
    nuevo, ya sea la modificación del anterior, es la
    preocupación de las próximas elecciones. Tan pronto
    como en el cerebro de estos artistas en política
    parlamentaria comienza a germinar la sospecha de que el buen
    pueblo puede rebelarse y evadirse de los arneses del viejo carro
    de los partidos, helos ahí que vuelven a tomar el
    timón. Aparecen entonces los que leen en las estrellas,
    los astrólogos de los partidos, la "gente de experiencia"
    y los "expertos"; éstos son, lo más a menudo,
    viejos parlamentarios que vuelven a recordar los
    casos análogos que se presentaban en el tiempo, "rico en
    enseñanza, de su aprendizaje político", casos en
    que la paciencia del buen pueblo estaba agotada y rompía
    los arneses; nuevamente sienten acercarse una amenaza semejante.
    Entonces, apelan a las viejas fórmulas, forman una
    "comisión", escuchan en todas partes lo que dice el buen
    pueblo, husmeando los artículos de prensa y aspirando
    largamente a fin de saber lo que querría el querido gran
    público, lo que le agrada y lo que espera. Se estudia muy
    cuidadosamente cada grupo profesional, cada clase de empleados, y
    se averiguan sus más íntimos deseos. Entonces las
    "fórmulas" de la peligrosa oposición adquieren
    también, súbitamente, la madurez necesaria para un
    examen serio. Por lo demás, casi siempre, este fragmento
    del tesoro de ciencias de los viejos partidos se revela
    completamente lamentable, con gran asombro de los que lo han
    descubierto y dado a conocer. Y las comisiones se reúnen
    para trabajar en la revisión del antiguo programa (estos
    señores cambian de convicción exactamente como los
    soldados en campaña cambian de camisa, cuando la anterior
    se cae a pedazos. Crean un nuevo programa, en el que
    cada cual recibe lo que le corresponde. El campesino la
    protección de su agricultura, el industrial la
    protección de sus productos, el consumidor la
    protección de lo que compra; se elevan los sueldos de los
    profesores, se aumentan las pensiones de los funcionarios. El
    Estado debe, en una amplia medida, ofrecer situaciones a las
    viudas y a los huérfanos, se favorecerá el
    tráfico, se reducirán las tarifas y hasta los
    impuestos deben ser suprimidos, si no completamente,
    al menos en gran parte. Sucede frecuentemente que se ha olvidado
    una corporación, o que no se ha tenido conocimiento de una
    exigencia familiar del pueblo. Entonces, precipitadamente, se
    agregan nuevos documentos, hasta que por fin se pueda esperar con
    justicia haber calmado y contentado completamente al
    ejército de los burgueses "medios" y de sus esposas.
    Reconfortado así todo el mundo, se puede comenzar,
    confiando en Dios y en la inalterable estupidez del ciudadano
    elector, a luchar por la "reforma del Estado", según la
    fórmula consagrada.

    Pasada la fecha de las elecciones, cuando
    los parlamentarios han celebrado la última de sus
    reuniones populares por cinco años, pasan de este
    amaestramiento de la plebe al cumplimiento de deberes más
    elevados y más agradables. La Comisión del programa
    se disuelve y la lucha por la renovación de las cosas
    vuelve a ser la lucha por el pan cotidiano, lo cual significa,
    para un diputado, la remuneración
    parlamentaria.

    Falsedad esencial del principio
    parlamentario

    No creáis que estos elegidos de la
    nación sean también elegidos del espíritu o
    de la razón. Espero que no se pretenderá que
    estadistas puedan nacer por centenares de las células de
    votos, siendo los electores poco menos que faltos de
    inteligencia. No se podría protestar lo bastante contra la
    idea estúpida de que el genio pudiera ser el resultado del
    sufragio universal. Por otra parte, una nación no produce
    un verdadero estadista sino en ciertos días benditos, y no
    ciento y más de un solo golpe. Además, la masa es
    por instinto hostil al genio singular que la aventaja. Más
    probabilidades hay de ver que un camello pase por el
    ojo de una aguja, que de descubrir un gran hombre por medio de
    una elección. Todo lo extraordinario que se ha realizado
    desde que el mundo existe, lo ha sido por acciones
    individuales.

    Considerando objetivamente, no hay
    principio que sea tan falso como el principio parlamentario. No
    consideremos la manera como se efectúa la elección
    de los señores representantes del pueblo, sobre todo la
    manera como ganan su asiento y su nueva dignidad. Es evidente que
    el triunfo de cada uno de ellos no satisface sino en una
    proporción absolutamente mínima las aspiraciones y
    las necesidades de todo un pueblo: hay que darse cuenta de ello.
    La inteligencia política de la masa no está lo
    bastante desarrollada para llegar por sí misma a
    concepciones políticas generales y precisas, ni para
    encontrar ella sola hombres que sean capaces de realizarlas. Lo
    que siempre llamamos opinión pública no
    reposa sino en una ínfima parte sobre la experiencia
    personal y los conocimientos de los individuos. Por el contrario,
    es fabricada en su mayor parte -y esto con una perseverancia y
    una fuerza de persuasión a menudo notables- por lo que se
    llama la información. Así como las
    convicciones religiosas de cada cual nacen de la
    educación, y así como no hay, dormitando en el
    corazón del hombre, más que aspiraciones
    religiosas, asimismo la opinión política de la masa
    resulta de una preparación obstinada y profunda del alma y
    del espíritu.

    La información de la opinión en el
    régimen democrático está abandonada a la
    prensa, la cual está a su vez en manos de los
    judíos

    En la educación política, la
    parte de influencia considerablemente mayor corresponde a la
    prensa. Se la llama entonces la propaganda. Ella emprende ante
    todo el trabajo de información y llega a ser como una
    escuela para adultos. Solamente que esta enseñanza no
    pertenece al Estado, sino a potencias que de ordinario son
    absolutamente nefastas. En mi juventud, precisamente en Viena,
    tuve ocasión de ver de cerca a los propietarios y a los
    fabricantes de ideas de esta máquina para educar al
    pueblo. Mi primer objeto de asombro fue al poco tiempo que esta
    potencia, la más nefasta del Estado, empleaba en crear una
    opinión determinada, aunque ésta fuera contraria a
    las ideas y a las aspiraciones más profundas y más
    ciertas de la comunidad. En algunos días, de un
    pequeño detalle ridículo, la prensa hace un
    importante asunto de Estado y en cambio, en un
    tiempo igualmente reducido, hace caer en el olvido problemas
    vitales, hasta hacerlos desaparecer completamente del pensamiento
    y de la memoria del pueblo.

    Es así como, en algunas semanas, se
    hacía salir, mágicamente, ciertos nombres de la
    nada; gracias a una vasta publicidad, se les rodeaba de
    magníficas esperanzas, se les creaba en fin una
    popularidad tan grande como no puede esperarla, durante su vida
    entera, un hombre de verdadero valor. Nombres que en un mes antes
    nadie había oído pronunciar jamás, eran
    lanzados a todas partes; en tanto que, al propio tiempo, hechos
    conocidos desde mucho antes y que afectaban a la vida del Estado
    y a la vida pública eran enterrados en pleno vigor. A
    veces, esos nombres habíanse visto asociados
    a ignominias tan grandes que parecía que jamás
    podrían haberse separado de tal bajeza o de tal
    bellaquería. Hay que estudiar, particularmente entre los
    judíos, la infamia que consiste en verter, de cien
    basureros a la vez, como con la ayuda de una varita
    mágica, las más viles y vergonzosas calumnias sobre
    el blasón inmaculado de un hombre de honor: entonces se
    podrá honrar como lo merecen a estos peligrosos pillos de
    los diarios…

    He ahí la banda que fabrica la
    "opinión pública", de donde nacerán
    más tarde los parlamentarios, como Venus nació de
    la espuma de las olas.

    La democracia es el instrumento de la
    dominación judía

    Nuestro parlamentarismo democrático
    no quiere en modo alguno reclutar una asamblea de sabios, sino
    reunir un grupo de nulidades intelectuales, tanto más
    fáciles de conducir en una dirección determinada
    cuanto más limitado sea cada individuo. Solamente
    así se puede conducir una "política de partidos",
    en el mal sentido tomado hoy día por esta
    expresión. Pero éste es también el
    único medio para que el que mueve los hilos
    pueda permanecer prudentemente al abrigo, sin ser jamás
    constreñido a asumir sus responsabilidades. Así,
    nunca ninguna decisión nefasta al país será
    cargada a la cuenta de un bellaco conocido de todos, sino sobre
    la espalda de todo un partido. Así desaparece,
    en realidad, toda responsabilidad: pues bien se puede hacer
    responsable a una persona determinada, pero no a un grupo
    parlamentario de charlatanes. Por consiguiente, el régimen
    parlamentario no puede satisfacer sino a espíritus
    disimulados, que temen por sobre todo obrar a plena luz; pero
    será siempre detestado por todo hombre honrado y recto,
    que tiene el gusto de las responsabilidades.

    Esta forma de la democracia ha llegado a
    ser, pues, el instrumento favorito de esa raza que alimenta
    constantemente proyectos ocultos, y que en todo tiempo tiene las
    mayores razones para temer la luz. Sólo el judío
    puede amar una institución tan inmunda y trapacera como
    él mismo.

    La verdadera democracia alemana

    A esta concepción se opone la de la
    verdadera democracia alemana: el jefe libremente elegido debe
    reclamar la responsabilidad entera de todas sus acciones. Esta
    democracia no admite que todos los problemas sean resueltos por
    el voto de una mayoría. Uno solo decide, y en seguida es
    responsable de su decisión con sus bienes y con su
    vida.

    Si se objeta que entonces es difícil
    encontrar un hombre decidido a consagrarse a una tarea tan
    peligrosa, sólo hay una respuesta que dar: es precisamente
    esa, a Dios gracias, la verdadera significación de una
    democracia alemana, que no admite que cualquier arribista pueda
    llegar, por vías tortuosas, a gobernar a sus compatriotas.
    El temor de las responsabilidades deseada a los
    incapaces y a los débiles. Si, no obstante, un individuo
    se esfuerza por introducirse en el poder, es fácil
    desenmascararlo y gritarle valientemente:

    ¡Atrás, cobarde pillo!
    ¡Retira tu pie, ensucias las gradas! Al Panteón de
    la Historia entran sólo los héroes, no
    los intrigantes.

    CAPÍTULO SEGUNDO

    LA EXPLOTACIÓN DEL PROLETARIADO POR EL
    SOCIALISMO MARXISTA

    Nacimiento del proletariado

    Nuevas masas de hombres, que ascienden a
    millones de individuos, han abandonado el campo para ir a las
    grandes ciudades a fin de ganarse la vida en calidad de obreros
    de fábrica en las industrias recientemente creadas. Esta
    nueva clase ha vivido y trabajado en condiciones más que
    miserables. Una adaptación más o menos
    automática de los, antiguos métodos de trabajo del
    artesano y del cultivador era imposible. La actividad del uno,
    como la del otro, no era comparable con los esfuerzos impuestos
    al obrero de usina. En los antiguos oficios, el papel del tiempo
    era secundario; es de primer plano en los modernos métodos
    de trabajo. El cambio de la antigua duración del trabajo
    en la gran industria tuvo un efecto desastroso. El rendimiento
    del trabajo era escaso antes, pues no se empleaban los
    métodos actuales de trabajo intensivo. Una jornada de
    trabajo de catorce o quince horas era entonces soportable; pero
    en una época en que cada minuto es utilizado al
    máximum, nadie podría resistirla. Ese
    absurdo cambio de la antigua duración del trabajo
    en la industria nueva fue fatal de dos maneras;
    arruinó la salud de los obreros y destruyó su fe en
    un derecho superior.

    Hay que agregar a estas faltas, por una
    parte, la lamentable insuficiencia de los salarios y por la otra,
    la prosperidad tanto más notoria de los
    empleadores.

    La inseguridad del salario cotidiano, una de las
    más graves plagas sociales. Su explotación por los
    marxistas

    La inseguridad del pan cotidiano me
    pareció uno de los aspectos más negros de esta vida
    nueva.

    Es verdad que el trabajador especializado
    no es arrojado a la calle tan a menudo como el peón; sin
    embargo, no puede contar con ninguna seguridad.

    Si tiene que temer menos el hambre por
    falta de trabajo, le queda que temer el lock out o la
    huelga. La inseguridad del salario es una de las plagas
    más profundas de la economía social.

    El joven campesino parte para la ciudad,
    atraído por un trabajo que le dicen es más
    fácil -que tal vez lo sea, en realidad- y cuya
    duración es mas corta. Es fascinado sobre todo por la
    deslumbrante luz que irradia de las grandes ciudades…
    Está dispuesto a correr los riesgos de un destino
    incierto. Lo más a menudo, llega a la ciudad con un
    pequeño peculio, y no se desalienta si, en los primeros
    días, la mala suerte hace que no encuentre inmediatamente
    trabajo. Pero si pierde la ocupación encontrada al cabo de
    un corto tiempo, el caso es más grave. Es muy
    difícil, si no imposible, encontrar una nueva
    colocación, sobre todo en el invierno. Durante las
    primeras semanas resiste todavía; recibe la
    indemnización de cesantía de su sindicato y se
    arregla como puede. Sin embargo, una vez gastado el último
    último centavo, cuando la caja de cesantía, a la
    larga, cesa de pagar los subsidios, viene la gran miseria. Ahora,
    hambriento, se le ve aquí y allá. Vende o lleva al
    prestamista sobre prenda lo que le queda. Por su traje y sus
    relaciones llega así a un completo abandono del cuerpo y
    del espíritu. Si ya no tiene alojamiento, y esto sucede en
    invierno, como es muy frecuente, su miseria es
    completa. Por fin encuentra trabajo. Pero vuelve a empezar la
    misma historia. Una segunda vez será lo mismo. Una tercera
    vez será peor, hasta que aprenda poco a poco a soportar
    con indiferencia esa existencia eternamente incierta. La
    repetición ha creado el hábito. Así, el
    hombre que fue trabajador se abandona en todo y termina
    por ser un simple instrumento en manos de gente que
    persigue bajos fines egoístas… De un solo golpe, se le
    hace indiferente combatir por reivindicaciones económicas
    o aniquilar los valores del Estado, de la sociedad o
    de la civilización. Se hace huelguista, quizá sin
    alegría, pero con indiferencia. He podido seguir esta
    evolución en millares de ejemplos.

    La burguesía liberal y demócrata, con
    sus errores ha conducido a los obreros al socialismo
    marxista

    Si tratara de describir en algunos rasgos
    el alma de esas clases inferiores, mi cuadro no sería fiel
    si no afirmase que, en esos bajos fondos, encontraba
    también la luz. Encontré allí raros
    sentimientos de sacrificios, de fiel camaradería, una
    sorprendente moderación y una reserva hecha de modestia,
    sobre todo en obreros de cierta edad. Y aunque estas virtudes se
    debilitan cada vez más en las nuevas generaciones, sobre
    todo bajo la influencia de la gran ciudad todavía se
    encuentra en ellas numerosos jóvenes cuya naturaleza
    esencialmente sana, triunfa de las bajezas habituales de la vida.
    Así, si esa buena gente llena de ánimo pone su
    actividad política al servicio de los mortales enemigos de
    nuestro pueblo, es porque no comprende ni puede comprender toda
    la bajeza de la doctrina de esos enemigos. En efecto, nadie se ha
    preocupado jamás de ellos, y finalmente las corrientes
    sociales han sido más fuertes que su primitivo deseo de no
    dejarse arrastrar. La miseria, descargándose
    sobre ellos, los ha lanzado, un día u otro, al campo de
    la Social-Democracia. He ahí la
    culpable.

    Habiéndose levantado lo
    burguesía innumerables veces, de la manera más
    torpe y más inmoral, contra las exigencias más
    legítimas y más humanas de los trabajadores, sin
    poder, por lo demás, esperar obtener ningún
    provecho de
    semejante actitud, el
    trabajador honrado se ha visto lanzado de lo organización
    sindical hacia la política.

    Al principio, millones de trabajadores eran
    ciertamente, en el fondo de ellos mismos, adversarios de la
    Social-Democracia; pero su resistencia fue vencida muchas veces,
    en circunstancias inauditas, mientras los partidos burgueses
    tomaban posición contra toda reivindicación social.
    Esta torpe negativa de intentar nada por mejorar la
    condición obrera: negativa de instalar en las
    máquinas dispositivos de seguridad, negativa de
    reglamentar el trabajo de los niños y de la mujer -al
    menos durante los meses del embarazo-, esta negativa hizo no poco
    para lanzar las masas a las redes de la Social-Democracia,
    que se apoderaba, con reconocimiento, de cada uno de
    estos ejemplos reveladores de tan pobre pensamiento
    político. Jamás podrán los partidos
    burgueses reparar los errores cometidos en esa época. En
    efecto, combatiendo todas las reformas sociales, han sembrado el
    odio y han dado una apariencia a las afirmaciones del mortal
    enemigo del pueblo, a saber, que sólo el partido Social-
    Demócrata defendía los intereses del mundo de los
    trabajadores.

    He ahí cuál fue el
    único origen de las bases morales que permitieron a los
    sindicatos darse cuenta de la realidad. Esta organización
    debía desde entonces formar el principal depósito
    del partido Social-Demócrata.

    Métodos de acción del socialismo
    marxista

    Sólo el conocimiento de lo que son
    los judíos revela el secreto de los fines ocultos (por
    consiguiente, visiblemente perseguidos) de la Social-Democracia.
    Conocer este pueblo es quitarnos la venda de ideas falsas que nos
    ciega en cuanto a los fines y las intenciones de este partido.
    Más allá de sus declamaciones vagas y confusas
    sobre la cuestión social, se distingue la figura grotesca
    y maliciosa del marxismo.

    Reconocí a mi pueblo al profundizar
    la literatura y la prensa de la doctrina social-demócrata.
    Y lo que antaño se me había presentado como un
    abismo infranqueable llegó a ser para mí la
    ocasión de un más grande amor. En efecto,
    sólo un necio podría, después de conocer ese
    inmenso trabajo de envenenamiento, condenar a su víctima.
    Cuanto más se afirmó mi independencia en los
    años que siguieron, mejor comprendí las causas
    profundas de los triunfos de la Social-Democracia.

    Intolerancia.- Comprendí
    entonces el sentido de la orden formal de no leer sino diarios
    rojos, de no asistir sino a reuniones rojas. Descubrí los
    resultados evidentes de esta doctrina de la intolerancia, con
    perfecta lucidez.

    Terrorismo sobre la masa.- El
    corazón de la masa no se impresiona sino por todo lo que
    es entero y fuerte. Así como la mujer es poco sensible al
    razonamiento abstracto y experimenta un indefinible atractivo
    sentimental por una actitud clara, así como obedece al
    fuerte y hace obedecer al débil, asimismo la masa prefiere
    el amo al esclavo y se siente más protegida por una
    doctrina que no tolera ningún compromiso que por una
    amplia tolerancia. La tolerancia le da la impresión de que
    la abandonan. Pero si se ejerce sobre ella un audaz terrorismo
    intelectual, si se dispone de su libertad, no se inquieta en
    absoluto ni adivina nada de todo el error de una doctrina. No ve
    sino las manifestaciones externas de una fuerza resuelta y de una
    brutalidad a las cuales somete siempre.

    Terrorismo intelectual sobre la
    burguesía
    .- En menos de dos años,
    comprendí a la vez la doctrina de la Social-Democracia y
    su instrumento. Comprendí el innoble terrorismo
    intelectual que ejerce este movimiento, especialmente sobre la
    burguesía; pues moral o físicamente, ésta no
    es gran cosa.

    La Social-Democracia tiene por
    táctica hacer caer, a una señal dada,. una
    verdadera lluvia de mentiras y calumnias sobre los adversarios
    que ella juzga más temibles, hasta que sus nervios
    estén agotados y acepten lo inaceptable con la loca
    esperanza de recobrar su tranquilidad.

    Pero se trata sólo de una loca
    esperanza. Y el juego continúa hasta que las
    víctimas queden paralizadas por el temor al perro furioso.
    Por experiencia personal, la Social-Democracia conoce
    admirablemente el valor de la fuerza. Por eso se ensaña
    sobre todo con aquellos en quienes ha adivinado algún
    valor. Por el contrario, los seres débiles del partido
    adverso reciben sus alabanzas más o menos discretas
    según la idea que ella se forma del valor de su
    inteligencia.

    Teme menos a un hombre de genio que carece
    de voluntad, que a una naturaleza vigorosa de inteligencia
    mediana. En cuanto a los que no tienen ni inteligencia ni
    voluntad, a éstos los exalta sin medida.

    Hipocresía.- Sabe dar la
    apariencia de que sólo ella sabe hacer reinar la
    tranquilidad, en tanto que, con prudencia pero sin perder de
    vista los fines perseguidos, conquista sucesivamente sus
    objetivos. Ora los realiza furtivamente, ora los ataca de un
    salto a plena luz, aprovechando que la atención general se
    halla dirigida hacia otras materias de las cuales no quiere ser
    desviada, o que el robo es considerado demasiado insignificante
    para provocar un escándalo y obligar la restitución
    al adversario.

    Este método, fundado en una justa
    apreciación de las debilidades humanas, debe conducir casi
    automáticamente al triunfo si el partido adverso no
    aprende a combatir los gases asfixiantes con los gases
    asfixiantes.

    Es preciso decir a las naturalezas
    débiles que se trata, en tal circunstancia, de ser o no
    ser.

    Comprendí el terror físico
    que la masa impone al individuo… Aquí también la
    psicología es justa.

    El terror, en el astillero, en la
    fábrica, en los lugares de reunión y en los
    mítines, tendrá siempre un triunfo completo
    mientras no se oponga a él un tenor igual…

    Cuanto mejor aprendí a conocer los
    métodos del terror, tanto mayor se hizo mi indulgencia
    para con la multitud que soportaba su yugo.

    El marxismo y la democracia

    Para el marxismo, todo el sistema
    democrático no es, en el mejor de los casos, más
    que un medio para llegar a sus fines: se sirve de él para
    paralizar al adversario y dejar libre su campo de
    acción…

    El marxismo apoyará a la democracia
    mientras no haya logrado, persiguiendo tortuosamente sus
    designios destructores, ganar la confianza del espíritu
    nacional que quiere destruir.

    Pero, si estuviese hoy convencido de que,
    en la caldera de brujas de nuestra democracia parlamentaria, o
    solamente en e] cuerpo legislativo, se puede producir, de
    repente, una mayoría capaz de atacar seriamente al
    marxismo, entonces el juego de prestidigitación
    parlamentaria terminaría bien pronto. Los portaestandartes
    de la internacional roja entonarían entonces, en lugar de
    una invocación a la conciencia democrática, un
    ardiente llamado a las masas proletarias, y la lucha se
    trasladaría súbitamente de las salas de los
    Parlamentos de atmósfera infecta, a las fábricas y
    a las calles. Así la democracia sería liquidada
    inmediatamente; y lo que la docilidad de espíritu de esos
    apóstoles del pueblo no ha podido llevar a cabo en los
    Parlamentos, sería realizado con la rapidez del
    relámpago por las tenazas y los martillos de las masas
    proletarias sublevadas. Exactamente como en el otoño de
    1918, mostrarían al mundo burgués, de manera
    sorprendente, que es insensato esperar detener la conquista
    mundial judía con los medios de que dispone la democracia
    occidental.

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