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Conceptualización, indicadores clínicos y psicológicos del trastorno de pánico (página 2)



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En términos generales, puede afirmarse que no dan
respuesta a la etiopatogenia de la ansiedad generalizada.
Respecto a las crisis de angustia y la agorafobia, ofrecen una
explicación verosímil del mantenimiento de las
conductas de evitación fóbicas, pero no resuelven
la cuestión de la emergencia de las crisis, ya que estas
aparecen frecuentemente de forma espontánea, previamente a
cualquier condicionamiento. Después de las primeras
crisis, el condicionamiento a estímulos interoceptivos
puede tener algún papel en el desarrollo del
síndrome completo, estructurado por crisis de ansiedad
anticipatorio y conductas de evitación
(agorafobia).

Es nuestra opinión que las teorías
derivadas de este modelo y que explican la etiología del
trastorno de pánico caen en el sesgo de ignorar aspectos
de la vida psíquica como la conciencia y los sentimientos.
Siguiendo este punto, es forzosamente un modelo extremadamente
simple, ingenuo y superficial que no analiza al hombre en
profundidad, sino sólo en sus facetas más
triviales.

Las orientaciones más recientes del cognitivismo
permiten suponer una incorporación progresiva de aspectos
marginados sin que se pierda el sentido científico que
define este modelo.

Teorías Cognitivas

Los modelos cognitivos referidos al pánico se
basan en la idea de que este es el resultado de la
percepción errónea e interpretación
catastrófica de sensaciones físicas que, a menudo,
aunque no siempre, provienen de una activación
neurovegetativa. La misma mala interpretación incrementa
la ansiedad y produce aún más sensaciones que, a su
vez, vuelven a interpretarse catastróficamente y
así sucesivamente.

Un grupo de autores (Spielberger, 1972; Lazarus, 1980;
citados por Beck, 1988) enfatizaron el papel que tiene en la
génesis de la angustia la valoración cognitiva
permanente de los estímulos externos, que se interpretan
ineludiblemente en términos amenazantes. La intensidad y
la duración de la reacción de angustia están
determinadas, como hace notar Spielberger, por la cantidad de
amenaza y la persistencia de la interpretación cognitiva
amenazante, lo que se traduce fisiológicamente por un
incremento de la hiperexcitación neurofuncional (arousal).
Ciertas pruebas experimentales existen al respecto, ya que
algunos autores han constatado cogniciones anticipatorias
peligrosas y experiencias estresantes previas a la
irrupción de las crisis de angustia.

Sin embargo, los estudios son retrospectivos y no
aclaran cómo se produce el estado cognitivo, ya que la
clínica confirma que este es secundario a la
irrupción de las crisis, si bien hay sujetos que por su
personalidad y estilo cognitivo tienden a valorar de forma
amenazadora el entorno y, por tanto, son más proclives a
la ansiedad.

Lo cierto es que los mecanismos cognitivos
desempeñan un papel relevante en el mantenimiento del
estado de angustia, ya que, tras las crisis, el paciente
desarrolla una ansiedad anticipatoria, que es el paso previo que
conduce a las conductas de evitación y conforma el
síndrome agorafóbico. Efectivamente, las
somatizaciones propias de las crisis, a veces aparatosas y con
vivencia de muerte, propician una valoración amenazante de
los estímulos externos (sobre todo los que el paciente
asocia con la presentación de los ataques o con la
imposibilidad de buscar ayuda en caso de necesidad: calles,
carreteras, almacenes, metro, cines, etc.) e internos. La
ansiedad anticipatoria se concreta en un estado de ansiedad
permanente que no sólo aboca al síndrome
agorafóbico, sino que acentúa la posibilidad de que
se presenten nuevas crisis por incremento de la
hiperexcitación basal. Se ha constatado que el
síndrome agorafóbico está en relación
a la frecuencia e intensidad de las crisis de angustia (Buigues y
Vallejo, 1987), lo cual, necesariamente, se traduce en una
ansiedad anticipatoria más elevada y mayor probabilidad de
estructurar un síndrome agorafóbico.

La tendencia a percibir erróneamente las
sensaciones corporales está determinada por la experiencia
previa sobre enfermedades propias o de otros, creencias y
supuestos referidos a las manifestaciones somáticas, la
condición física y el estado de
ánimo.

Las investigaciones de Clark y Gelder demuestran que los
pacientes con pánico interpretan situaciones ambiguas
relacionadas con sus sensaciones físicas de modo
más negativo que otros pacientes ansiosos sin
pánico.

Clark (1988) propone un modelo explicativo sobre el
trastorno de pánico, el cual es, fundamentalmente, un
modelo atribucional. El paciente aplica a las sensaciones
corporales experimentadas un esquema cognitivo sobre amenazas
potenciales (pérdida de control, infarto, ahogo, volverse
loco, etc.), de modo que distorsiona cognitivamente el valor
amenazante de tales sensaciones (pensamientos automáticos
catastrofistas); esas interpretaciones catastrofistas aumentan el
nivel de ansiedad y las sensaciones corporales iniciales, que
vuelven a ser interpretados de modo catastrófico
(círculo vicioso), hasta que va aumentando la
aprensión hasta un nivel en que se produce una
hiperventilación un decremento del anhídrido
carbónico, aumento del PH en sangre, que desencadena el
ataque de pánico.

Siguiendo esta línea, Beck (1988) plantea que los
sujetos tendentes al pánico son particularmente sensibles
a las sensaciones internas (somáticas o mentales) que
parecen anormales. Presentan igualmente tendencia a la
hipervigilancia ante sensaciones y focalizan su atención
en ellas si no encuentran explicación no-patológica
y pueden ser explicables como manifestaciones de amenaza
biológica (muerte), mental (insanidad o pérdida de
conciencia), o conductual (pérdida de control). La
fijación de la atención en las sensaciones
pánico-génicas es involuntaria y refuerza la idea
de peligro inminente, lo cual lleva a una activación del
sistema nervioso vegetativo, generándose un círculo
vicioso debido a la interacción de la
interpretación catastrófica de las sensaciones y la
consiguiente intensificación de los síntomas
asociados a la ansiedad.

La pérdida de la capacidad de evaluar los
síntomas de una manera realista: de ahí proviene la
fijación de los síntomas. El paciente es incapaz de
aplicar el razonamiento lógico o la experiencia previa
para neutralizar o corregir la interpretación de sus
sensaciones. Este último paso, a decir del autor, es
crucial para la experiencia de pánico en contraste con la
ansiedad severa.

En síntesis, los tres tipos de factores
cognitivos implicados en el pánico (Díez y
Sánchez-Planell, 2000) son: a) estructuras cognitivas
desadaptativas, vulnerables a trastornos emocionales y con
tendencia a errores en el procesamiento de la información
e interpretaciones distorsionadas en relación al peligro;
b) procesos cognitivos peculiares: focalización de la
atención, que tiende a centrarse en el peligro y la
amenaza; pensamientos catastróficos, con
inclinación a sobrevalorar las consecuencias
físicas de las crisis, y la posibilidad de perder el
control mental; cogniciones anticipativas de peligros
físicos, y pensamientos dicotómicos, que
interpretan el peligro en términos de blanco o negro, y c)
productos cognitivos, siempre de contenido en relación a
temas de peligros o imágenes amenazantes.

Como comentario ante los trabajos de los cognitivistas
de Oxford, Teasdale (1993), manifiesta que el nivel de
precisión de los modelos cognitivos del pánico no
está a la altura que caracteriza las teorías de la
ciencia cognitiva y del comportamiento, ni tampoco los
términos utilizados. No obstante, están generando
investigación útil y procedimientos
terapéuticos extremadamente prometedores. Asimismo,
habría que identificar los elementos más efectivos
en el paquete terapéutico a la vista de sus buenos
resultados.

Una propuesta teórica que pretende dar cuenta de
la relación entre patrones fisiológicos, la
experiencia emocional y la conducta afectiva en términos
del procesamiento de la información y organización
de la memoria, y de esta manera rebasar las críticas que
se le realizan a este modelo, es la teoría de las redes
afectivas de Lang (1985). En estas redes neuronales existen
representaciones de estímulos, respuestas y significados;
dichas redes se activan produciendo una emoción, siempre
que un estímulo proveniente del exterior o del interior
del organismo encaje con alguna de sus representaciones. La
activación puede provenir de tres fuentes:
estímulos, respuestas o significados, y sus efectos pueden
sumarse. El pánico puede ser el resultado de la
activación de los tres distintos tipos de
representaciones.

Para Lang, la intervención dirigida sólo
al nivel del significado en el pánico, que es
característica de las terapias basadas en la
evaluación o interpretación (cognitivas) no
sería de mucha eficacia ya que mantienen inalterada la
capacidad de despertar emoción propia de las
representaciones de estímulo y respuesta. Por el
contrario, considera necesaria la exposición prolongada y
repetida a los estímulos generadores de miedo.

Las intervenciones puramente verbales, tipo
"información correctora" propia de los modelos cognitivos,
son de escasa eficacia si no se respaldan en la evidencia de la
experiencia (Beck, 1988).

Añade finalmente que en el trastorno de
pánico la intervención a nivel de los significados
puede ser, si acaso más útil en sus inicios,
mientras que en estadios más avanzados las asociaciones
estímulo-respuesta son más evidentes en la
producción del fenómeno, por lo que serían
más recomendables técnicas basadas en el
condicionamiento.

Otros indicadores psicológicos en los sujetos con
trastorno de pánico fueron evidenciados en la
investigación de Márquez (2008), cobrando especial
importancia la caracterización de las alteraciones de la
personalidad. A continuación se presentan:

Influencia familiar

Estas familias emplean en la educación de los
hijos estilos parentales de sobreprotección,
principalmente por parte de la madre, generando dificultades para
asumir los riesgos propios de la vida. En el caso de los padres,
suelen no estar afectivamente disponibles, sin poder desplegar la
función de sostén y contingencia necesaria para el
desarrollo adecuado del psiquismo, expresando la falta de
habilidades para trasmitir el afecto a sus hijos.

Los sujetos provienen de familias con rasgos de
perfeccionismo y rigidez, que depositan en sus hijos expectativas
de éxito, que esperan superen sus capacidades, depositando
en ellos su propio ideal de perfección, poniendo en juego
mecanismos de desvalorización, con críticas
excesivas y amenazas (explícitas o implícitas) de
abandono. No permiten la construcción de una identidad
propia. De esta manera se niega el derecho de los niños a
tener opiniones, expresando la falta de habilidad de estos padres
para respetar la iniciativa de los menores.

Se observa también, como las familias de origen
de los sujetos ponen en juego mecanismos de supresión o
negación de sentimientos. Estos mecanismos empleados
invalidan la experiencia subjetiva del niño, ya que no
permiten que sus hijos expresen dolor, soledad o angustia y se
les presiona para que aparezcan siempre contentos y bien
dispuestos. A la vez, se constata como estos mecanismos son
reproducidos por los sujetos en su vida adulta

Viven en un clima de tensión y también de
violencia. Se observan las críticas de un padre hacia el
otro, impidiendo a los niños tomar a uno de los padres
como imagen parental idealizada porque es descalificado como
figura ideal por el otro padre.

Entre los antecedentes familiares, es referido por los
sujetos que sus padres padecían de los nervios,
presentaban miedos y preocupaciones constantes. Las
características atribuidas a los padres: poco
comprensivos, poco afectuosos (principalmente los padres),
sobreprotectores (principalmente la madre), aprensivos,
pesimistas, injustos, hipercríticos y
distantes.

Alteraciones de la
personalidad

Siguiendo el modelo de Alonso (1989), Márquez
(2008) encontró diversas alteraciones de la personalidad
en los sujetos con trastorno de pánico:

a) Alteraciones en la estructura y
mediatización del sistema de motivos
. La
jerarquía motivacional tiene una orientación
individual, sobresaliendo las necesidades de equilibrio
psíquico, de afecto, de seguridad y de una vida
feliz.

El carácter patológico de estas
necesidades que se van formando en edades tempranas, se expresa
en la adultez en las vías irracionales a través de
las cuales los pacientes las satisfacen. Estos pacientes han
hecho de la necesidad de seguridad lo central de su existencia,
relacionada tanto con los acontecimientos externos como a las
propias sensaciones internas. Esto se constata en los mecanismos
irracionales de enfrentamiento utilizados, los cuales se basan en
la evitación de situaciones por el temor a sufrir alguna
crisis, en la búsqueda irracional de
compañía para mitigar el malestar que le producen
las crisis, en las frecuentes visitas a los hospitales por el
temor a estar sufriendo algún problema de
salud.

La búsqueda de seguridad y de afecto tiende a
expresarse claramente en todo momento, en todas las
circunstancias, con todas las personas, o el pánico se
instaurará. El carácter patológico de estas
necesidades tiene su principal expresión en las
inhibiciones en el campo social y en la incapacidad de
relacionarse de forma adecuada con el medio. La
corroboración de estas consecuencias se expresa en las
constantes rupturas con parejas, cambios de trabajo y conflictos
con familiares o amigos.

b) Alteraciones en la formación de
sentido.
Existe una estrechez de motivos, inclusive los de
carácter individual. Estos están orientados
básicamente por motivos de tipo individual o íntimo
personal, siendo los rectores, el sí mismo (la salud, el
equilibrio psíquico) y la familia (pareja, hijos,
considerados en un sentido egocéntrico). Además,
con el tiempo se van reduciendo el número de actividades
que en algún momento hacían con frecuencia y que
son catalogadas por ellos de suma importancia, y sin embargo, el
temor a sufrir alguna crisis los conduce a evitarlas

c) Autocontrol del comportamiento: Existe
desorganización y poca capacidad para afrontar
adecuadamente la ansiedad que provocan las crisis. Las emociones
sentidas se toman como un hecho objetivo: por ejemplo, si se
sienten con dolor en el pecho, entumecimiento, mareos es porque
ha ocurrido un infarto, una parálisis o un derrame
cerebral. Esta irracionalidad conlleva a un comportamiento
descontrolado que se traduce en conductas de escape, de
evitación, de dependencia patológica hacia
familiares, estrategias inadecuadas que lejos de ayudar en la
mejoría del trastorno refuerzan aún más el
malestar.

d) Alteraciones de la autovaloración:
Existe un predominio de baja autoestima en los pacientes. En este
sentido los sujetos de este nivel se perciben infelices,
inseguros, centrados en sí mismos y en sus problemas
particulares, temerosos de expresarse en grupos, donde su estado
emocional depende de los valores y exigencias externas. Presentan
una distorsionada percepción de sí mismos, siendo
incapaces de valorar sus posibilidades y éxitos alcanzados
en la vida.

e) Alteraciones en la percepción conflictiva
de la realidad:
Uno de los conflictos más frecuente
está dado entre la necesidad de dependencia y las quejas
de las personas que son demandadas para satisfacerla. Esto se
explica a partir de que esta búsqueda de
compañía, como estrategia para mitigar el malestar
de las crisis, se va acrecentando, al punto de conducir a
demandas irracionales de ayuda y por lo tanto conllevar a
situaciones insostenibles. Dentro de las consecuencias de la
dependencia patológica se encuentran: discusiones
frecuentes con los familiares, rupturas frecuentes de la
relación de pareja, abandono de las responsabilidades
cotidianas producto a la incapacidad para realizarlas
independientemente.

f) Alteraciones en la dimensión
temporal
: Están proyectados al pasado conflictivo con
repercusión en el presente. Existe una mirada con
resentimiento hacia el pasado, deseando que fuese distinto,
sobresaliendo la familia de origen como tema fundamental y
generador de angustia. Se constata esta proyección de los
contenidos al pasado a partir de la sobrevaloración que
realizan del pasado como determinante de sus vidas. Se perciben
atados, esclavizados a ese pasado, influyendo en su estado de
ánimo de preocupación e inseguridad en
relación al futuro, sobre todo con respecto a su salud. Si
bien existe una gama de planes y objetivos futuros, en ellos
prevalece la desconfianza e inseguridad para
alcanzarlos.

g) Alteraciones en la regulación conciente
del comportamiento:
Existe una pobre
autodeterminación consciente, dada por la reducción
y jerarquía inferior de las tendencias orientadoras dentro
de la esfera motivacional. La motivación inconsciente
juega un importante papel en la determinación de la
conducta y la sintomatología del pánico justificada
a partir de la deficiente o pobre justificación de su
conducta.

Características de
personalidad

Como principales rasgos del carácter aparecen en
orden decreciente: dependiente, inseguro, tímido,
rígido, pesimista, organizado, emotivo, preocupado,
sencillo, sentimental y exigente. Se muestran muy pasivos y
dependientes de las figuras con las cuales mantiene un
vínculo emocional directo (familia, amigos), ya que sin la
presencia de ellos no podrían desarrollar el
pequeño espectro de actividades que aún siguen
llevando a cabo. A pesar de esto logran buenos resultados en las
actividades que realizan, lo que pone de manifiesto la poca
interferencia del trastorno en sus capacidades intelectuales. Sus
intereses disminuyen con la evolución de la enfermedad
constatando de esta manera el deterioro en los contenidos de la
personalidad producto al desarrollo anómalo de la
misma.

Hábitos

En la totalidad de los sujetos no se encontraron
hábitos perjudiciales para su salud (fumar, ingerir
bebidas alcohólicas), lo cual está muy relacionado
con el marcado temor que presentan en torno a su salud). Existe
una tendencia de los mismos a la automedicamentación como
conducta automatizada que escapa a su control y que tiene como
fin el afrontamiento a las crisis de pánico.

Mecanismos de enfrentamiento

El análisis de la información muestra
cuatro patrones conductuales utilizados por los pacientes como
mecanismos de enfrentamiento: las conductas de
evitación
(cuya función es reducir o eliminar
la ansiedad al evitar los lugares en los que se produjeron las
crisis), conductas de escape (su función es
reducir la ansiedad huyendo de la situación en la que se
produce la crisis), evitación interoceptiva (su
función es prevenir las respuestas fisiológicas
negativas provocadas por las crisis de pánico), y las
conductas de confrontación (su función es
ayudar a afrontar las crisis con el menor malestar
posible).

Las conductas de evitación son muy frecuentes en
los pacientes estudiados pues a medida que el problema crece y el
miedo a sufrir las crisis aumenta, se empieza a evitar los
lugares y situaciones en las cuales se produjo el pánico,
recurriendo a esta estrategia como uno de los métodos
más eficientes para reducir la ansiedad y el malestar
psicológico de las crisis. Dentro de las situaciones con
mayor porcentaje de evitación de los pacientes se
encuentran: las fiestas o reuniones sociales, viajar lejos de
casa y quedarse sola en casa.

Las conductas de escape son otros de los mecanismos que
utilizan los pacientes para mitigar el malestar de las crisis,
abandonando las tareas o lugares donde se producen las crisis,
por ejemplo: "desistí de pintar en el momento que me
dio el dolor en el pecho".

Emplean estrategias de confrontación en el
momento en que se producen las crisis. Dentro de estas conductas
sobresalen: buscar compañía, automedicarse, la
distracción, ir al hospital.

Factores actuales
que precipitan los ataques de pánico

Si bien partimos de la concepción del desarrollo
anómalo de la personalidad, como factor etiológico
esencial en los trastornos neuróticos, a lo largo de este
desarrollo se van produciendo eventos y situaciones con una gran
carga de perturbación emocional, que mediatizados por la
personalidad alterada van a tributar al padecimiento del
trastorno.

Se pudo determinar la fuerte sujeción que
producen en la temprana infancia, las experiencias vinculadas a
la pérdida de personas significativas y la
afectación de algunas relaciones interpersonales por
separaciones. Existió en la mayoría ansiedad de
separación durante la niñez, producto a las
pérdidas de figuras de apego ya sea por fallecimiento o
por la separación de los padres. Dentro de los
síntomas referidos por los sujetos en su etapa infantil
destacan: pesadillas con temas de separación,
preocupación persistente por la posible pérdida o
que puedan sufrir algún daño las personas a las que
está vinculado, vómitos y cefaleas cuando ocurre o
se anticipa la separación.

En estos sujetos no hay una elaboración
consciente de estas pérdidas y separaciones lo que provoca
una incapacidad para contener en la vida psíquica la idea
de la propia muerte o de las separaciones; las cuales se
representan inconscientemente en vivencias de peligro, y de
amenaza, provocando respuestas fisiológicas de
pánico. Una vez desencadenada la primera crisis de
pánico, la angustia depende de la evocación de la
situación traumática bajo la cual quedó
inscrita esa crisis. Por tanto, la angustia surge ante un
indicador o señal conectados con la situación que
originalmente provocó el ataque de
pánico.

Dentro de los acontecimientos actuales precipitantes de
la eclosión de las crisis y que constituyen señales
evocadoras de las vivencias de amenaza e impotencia representadas
a partir los eventos traumáticos de la infancia, destacan:
conflictos con la pareja, muerte paterna, enfermedad o muerte de
algún allegado, nacimiento de un hijo y problemas
socioeconómicos.

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Autor:

Ms. Osniel Márquez
Pérez

Facultad de Ciencias Médicas de
Pinar del Río

Dr. Armando Alonso
Álvarez

Facultad de Psicología, Universidad
de La Habana

 

Partes: 1, 2
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