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Las Culturas que encontró Colón




Enviado por Blas Nabel Pérez



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    Las Culturas que encontró Colón –
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    Las Culturas que encontró
    Colón

    Al llegar a las islas de Caribe el 12 de octubre de
    1492, Cristóbal Colón y sus acompañantes se
    toparon con diferentes etnias, cuyos miembros – de piel
    cobriza y cráneos artificialmente deformados – eran
    representantes de culturas no tan desarrolladas como la azteca y
    maya, pero no menos interesantes. El Gran Almirante los
    denominó "Indios", suponiéndolos
    habitantes de los territorios bañados por el gran
    río Ganges. En la parte oriental del cinturón de
    Las Lucayas o Bahamas, en el mismo centro está la isla
    Guanahaní, con relación a la cual, Colón
    expone datos de importancia geográfica: "Esta isla es bien
    grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas,
    y una laguna en medio muy grande sin ninguna montaña, y
    toda ella verde, q( es plazer de mirarla." En la playa se
    había reunido una multitud de hombres y mujeres que
    contemplaban atónitos la llegada de las aladas naves
    colombianas a sus playas, las que consideraban como
    extraños animales sobrenaturales que flotaban sobre las
    olas y los integrantes de la expedición como seres
    sobrenaturales que venían del cielo.

    Aquellos indígenas estaban completamente
    desnudos, pintarrajeados de varios colores, pertenecían a
    una raza desconocida por los españoles: piel cobriza, alta
    estatura, cabellos lacios y muy negros. Colón y los
    demás marinos, les regalaron bonetes de colores,
    cascabeles, espejos y collares de vidrio que los maravillaron. A
    cambio, ellos les dieron papagayos y comida. Los expedicionarios
    vieron asombrados que usaban adornos de oro en la nariz, pero que
    no le daban ningún valor a este metal. Todos tenían
    cuerpos bien formados, grato rostro y bella presencia, el pelo
    "como cerdas" que usaban largo sobre la frente, hasta las cejas:
    por detrás se dejaban un mechón muy largo que,
    según decían, nunca se cortaban. Los
    "lucayos", que en la isla de Guanahaní, se
    estima, eran aproximadamente 1. 500 pertenecían al grupo
    de los taínos, un pueblo bastante numeroso que por aquel
    entonces habitaba en las Antillas Mayores: Cuba y
    Haití.

    En la época en que llegó Colón,
    estos pacíficos pescadores y labriegos se encontraban en
    el neolítico. Cultivaban plantas agrícolas
    desconocidas por los europeos como la yuca, para lo cual
    mullían (araban) la tierra con palos puntiagudos; pescaban
    con redes y nasas, vivían en chozas redondas con techumbre
    de hojas de palma y la única arma que conocían era
    la azagaya (lanza pequeña arrojadiza) rematada con un
    colmillo o espina de pescado. Poseían una casta de perros
    pequeños y mansos, los cuales no ladraban. Los lucayos
    adoraban los espíritus del bosque, de la mar, del trueno y
    del huracán y sus ídolos cemíes –
    representaciones de seres humanos, animales y, a veces, formas
    geométricas hechas de piedra, oro, madera, hueso, conchas,
    barro o algodón. Estos aborígenes se
    distinguían por su buen carácter, en los bateyes –
    plazas centrales de sus poblados – solían celebrar con
    frecuencia areítos, o sea fiestas con danzas y canciones,
    también practicaban un juego parecido al del
    fútbol, pero más complicado ya que, según
    las reglas, solo se podía tocar la pelota con la rodilla,
    el codo o la cabeza.

    El mejor testimonio acerca de los lucayos nos lo ofrece
    el propio Colón, al describir en su diario lo ocurrido:
    "Yo (dice Colón) porque nos tuviesen mucha amistad, porque
    conocí que era gente que mejor se libraría y
    convertiría a Nuestra Santa Fe con amor que no fuerza, les
    di a algunos de ellos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio
    que se ponían al pescuezo, y otras muchas cosas de poco
    valor, con que tuvieron mucho hallan. Y de ellos se pintan las
    caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos solo los ojos, y de
    ellos solo la nariz. Ellos no traen armas ni las, conocen, porque
    les placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los
    cuales después venían a las barcas de los
    navíos a donde nos estábamos, nadando. Y nos
    traían papagayos e hilo de algodón en ovillos y
    azagayas y otras muchas cosas, y nos les dábamos, como
    cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin todo tomaban y daban
    de aquello que tenían de buena voluntad. Más me
    pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos
    desnudos como su madre los parió, y también las
    mujeres, aunque vi más de una harto moza. Y todos lo que
    yo vi eran mancebos, que ninguno vi de edad más de 30
    años. Muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy
    buenas caras. Los cabellos gruesos casi como sedas de cola de
    caballos y cortos. Los cabellos traen por encima de las cejas,
    salvo muy poco detrás que traen largos, que jamás
    cortan. De ellos se pintan de prieto, y ellos son de color de los
    canarios, ni negros ni blancos, y de ellos de lo que hallan. Y de
    ellos se pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos
    solo los ojos, y de ellos solo la nariz. Ellos no traen armas ni
    las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por
    el filo, se cortaban con ignorancia. No tienen algún
    hierro.

    Sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas tienen
    el cabo un diente de pece, y otras cosas. Ellos todos a una son
    de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi
    algunos que tenían señales de heridas en sus
    cuerpos, y les hice señas que era aquello, y ellos me
    mostraron como allí venían gente de otras islas que
    están cerca y los querían matar y se
    defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen
    de tierra firme a tomarlos cautivos. Ellos deben ser buenos
    servidores y de buen ingenio, que ve muy presto dicen todo lo que
    les decía. Yo creo que ligeramente se harían
    cristianos, que me pareció que ninguna secta
    tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor,
    llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a
    vuestra alteza para que aprender a hablar. Ninguna bestia de
    ninguna manera vi, salvo papagayos en esta isla…" Colón
    escribió esto la tarde del primer día de su
    estancia en San Salvador. A la tarde siguiente, sábado 13
    de octubre prosiguió: "Luego amaneció vinieron a la
    playa muchos de estos hombres, todos mancebos, como dicho tengo.
    Y todos de buena estatura, gente muy hermosa. Los cabellos no
    crespos, salvo como sedas de caballo. Y todos de frente y cabeza
    muy ancha, más que otra generación que hasta
    aquí haya visto. Y los ojos muy hermosos y no
    pequeños. Y ellos ninguno prieto, salvo del color de los
    canarios. Ni se debe esperar otra cosa, pues está
    lestecuesta con la isla del hierro, en Canarias, de una
    línea."

    El domingo 14 levan anclas, y parten, había
    embarcado a unos siete lucayos, para que le sirvieran de
    guías y para enseñarles a hablar español.
    Los indios de otras islas lucayas repetían continuamente
    que al sur estaban situadas las grandes islas llamadas Colba
    (Cuba) y Bohío. Por los datos anotados por
    Cristóbal Colón en su diario de navegación
    podemos constatar la pericia y los conocimientos
    geográficos de los aborígenes de las Bahamas
    (lucayas) quienes le guían hasta las mencionadas islas. Al
    amanecer del 28 de octubre se acercan a las costas cubanas,
    entran por un ancho y hermoso río (Bariay) hasta un valle
    donde crecían palmeras de enormes hojas e infinidad de
    árboles de frutas desconocidas para los europeos. Al
    remontar el río, Colón no se cansa de admirar la
    inconmensurable belleza del paisaje. Se afirma que es entonces
    cuando exclama: "Esta es la tierra más hermosa que
    ojos humanos hayan visto".

    Colón había trabado contracto con los
    "Taínos", hombres de carácter
    apacible y hospitalario. Su lengua común era el Arauco y
    aunque la antigüedad de este grupo cultural, de procedencia
    sudamericana, es posible remontarla a una fecha anterior al
    año 950 DNE, fue durante los siglos XIV y XV que
    comenzaron a difundirse desde Haití hacia las regiones
    orientales de Cuba, Jamaica, Puerto Rico y Las Bahamas. Las
    investigaciones arqueológicas en las regiones habitadas
    por los taínos patentizan un significativo desarrollo
    cultural, desde las artes decorativas hasta las ceremonias
    rituales. La mayoría andaban totalmente desnudos, solo las
    mujeres casadas usaban unas faldas muy cortas, tejidas de
    algodón y que llamaban naguas, a veces engalanadas en la
    parte delantera con piedras de colores. La desnudez de los
    taínos en modo alguno puede ser motivo para
    considerárseles primitivos, ella se explica por las
    naturales condiciones del medio ambiente. En un clima caluroso
    como el caribeño no tenían necesidad de
    vestimentas. Al respecto, Colón refiere en su Diario lo
    siguiente: "…como andaban todos desnudos, como sus padres los
    habían parido con tanto descuido y simplicidad, todas sus
    cosas vergonzosas de fuera, que parecía no haberse perdido
    o haberse restituido el estado de la inocencia".

    Acostumbraban también a adornarse los brazos, las
    piernas y los tobillos con brazaletes de algodón. Tanto el
    uso por las mujeres casadas de las naguas (faldas cortas) como
    los adornos en los brazos y piernas de tejidos en algodón
    confirman que conocían perfectamente la forma de elaborar
    las fibras de algodón y por lo tanto de tejer. Los
    caciques, en ocasiones, usaban alrededor de las caderas una
    especie de cinto o sayo, hecho de plumas tejidas o de
    algodón con huesecillos y escamas de pescado, a manera de
    aljófar. Los adornos consistían principalmente en
    collares, plumas y pectorales elaborados con conchas, piedras o
    huesos y solo en raras ocasiones de oro. Aretes muy sencillos
    elaborados con concha y piedra formaban también parte de
    su ajuar. Los collares de cuentas de piedra, generalmente
    elaborados de cuarzo, eran muy abundantes, así como los
    confeccionados con cuentas de concha, de vértebras de
    peces y de huesos de otros animales y en ocasiones de oro, los
    usaban los caciques y jefes principales como símbolo de su
    jerarquía. Su cuerpo y el rostro los pintaban de color
    anaranjado de la bija, el negro lo obtenían del zumo del
    fruto de la jagua, aunque también utilizaban el
    carbón. La deformación del cráneo y la
    perforación del tabique nasal y el lóbulo de las
    orejas eran aplicados como forma de embellecimiento.

    Existe la hipótesis de que la costumbre de
    deformarse el cráneo era para parecerse a uno de sus
    antecesores totémicos, la tortuga, cuyo cráneo es
    totalmente deprimido. El aparato deformador consistía en
    una o dos tablillas que eran aplicadas en la frente, envueltas
    seguramente en algodón. El cabello se lo dejaban largo en
    la parte posterior de la cabeza, con un pequeño cerquillo
    en la frente. También acostumbraban llevarlo recogido de
    varias formas. Su organización social era originalmente
    patriarcal, es decir, se desarrollaba en torno al carácter
    y al cacique y el behíque y así la herencia
    seguía, por lo general la línea masculina. Algunas
    veces la mujer podía desempeñar el
    cacicazgo.

    El cacique era el que organizaba las tareas del
    día, como la pesca, la caza y las labores
    agrícolas. El también era el responsable de las
    provisiones de estos alimentos y de la distribución de los
    mismos entre los miembros del cacicazgo. A él
    pertenecían la canoa más grande y el más
    poderoso cemí del pueblo. Ellos podían ordenar la
    muerte de algunos de sus súbditos y estos tenían
    que obedecer ciegamente. La pena de muerte era aplicada
    únicamente en los casos de adulterio y de robo.

    Las viviendas eran de dos tipos: una de base circular y
    techumbre cónica, llamada "caney" y otra de base
    rectangular y techo de dos aguas llamado "bohío". Ambas
    eran de madera, yaguas y hojas de palma. El emplazamiento de
    estas viviendas era generalmente en lugares elevados, algunas
    veces sobre pequeñas mesetas, con un espacio para el
    "batey" o plaza de ceremonias y juegos. La plaza estaba situada
    frente a la casa del cacique, se mantenía muy limpia y su
    área era tres veces más larga que ancha.
    Existían grandes casas colectivas o comunales que
    servían para albergar familias completas. La
    mayoría de los aborígenes dormía en hamacas
    hechas de algodón, las que colgaban de dos palos por medio
    de cuerdas. Objetos de madera tallada y figuras y jabas o
    depósitos tejidos colgaban del techo. En una de las casas
    Colón encontró: "Cuerdas de palma, cordones, un
    anzuelo de tarro, arpones de huesos y otros avíos de pesca
    y en el interior muchos hogares."

    Las creencias religiosas de los taínos eran las
    mismas en todas las islas, pero presentaban diferentes
    características y elementos disímiles propios de
    diferentes niveles de desarrollo de las creencias: el chamanismo
    era la creencia en los poderes mágicos del chamán o
    behíque, que les permitía comunicarse con los
    dioses y curar las enfermedades. Las ceremonias o actos
    religiosos que efectuaban los caciques se denominaban cojoba.
    Casi siempre, con anterioridad a las ceremonias, se
    sometían además a un ayuno especial. En la
    ceremonia se fumaba la cohoba (tabaco) por medio de una pipa.
    Para ello se introducían en la garganta una pieza en forma
    de espátula que les provocaba el vómito, pues
    querían presentarse ante sus dioses con la mayor limpieza
    de impurezas posible. El behíque mezclaba el tabaco con
    alguna planta narcótica, probablemente la campana, para
    fumarlo y aspirarlo a través de un tubo bifurcado en forma
    de Y. La absorción de esas sustancias tóxicas le
    producía al grupo una especie de borrachera durante la
    cual creían ponerse en contacto con sus divinidades. El
    principal elemento religioso de los taínos era el
    cemí. Pero por cemíes entendían varias
    cosas: divinidades abstractas, personificadas naturalistas,
    locales, espíritus familiares y fenómenos de la
    naturaleza. El cemismo consistía en la adoración de
    sus estatuas o ídolos (cemíes), ya que estos –
    según su creencia – los proveían de agua, viento y
    sol, así como los hijos y otras cosas que desearan tener.
    Es el propio Colón quien mejor nos ofrece clara
    explicación acerca de los cemíes: "No he podido
    comprender en ellos idolatría, ni otra secta, aunque todos
    sus reyes, que son muchos… tengan una casa, cada una separada
    del pueblo, en la cual no hay cosa alguna, excepto algunas
    figuras de relieve, que ellos llaman Cemís, y aquella casa
    no sirve para otros efectos o servicios que para estos
    Cemís, y para cierta ceremonia y oración que van a
    hacer los indios en ella, como nosotros en la iglesia. Tienen en
    esta casa una tabla bien labrada, redonda como un taller, en que
    hay algunos polvos que ponen sobre la cabeza de los dichos
    Cemís haciendo cierta ceremonia: Después se meten
    en las narices una caña de dos ramos, con la cual sorben
    aquel polvo. Las palabras que dicen no las entienden ninguno de
    los nuestros, con estos polvos pierden el juicio, quedando como
    borrachos: a la Estatua referida la ponen un nombre, que creo sea
    el de su padre o su abuelo, o de ambos porque no tienen
    más de una, y otros más de diez, todas en memoria,
    como he dicho de alguno de sus antecesores: he reconocido que
    alaban a una más que a otra, y he visto tenerla más
    devoción y reverencia, como nosotros en las procesiones
    cuando son menester, y se alaban los Caciques y los pueblos
    jactándose de que tienen mejor Cemí que los
    otros".

    El behíque era quien oficiaba a los cemíes
    y hablaba con ellos y recibía inspiraciones. Los
    behíques además hacían curaciones, para lo
    cual utilizaban, casi siempre, yerbas o plantas que ellos
    sabían que tenían propiedades medicinales, algunas
    de las cuales posteriormente fueron introducidas en Europa por
    sus propiedades curativas. Los aborígenes daban
    preferencia al mar como medio de comunicación. Es por ello
    que llegaron a tener grandes canoas hechas de una sola pieza,
    elaboradas en madera del cedro o del tronco de la ceiba. Algunas
    canoas eran lo suficientemente grandes como para transportar a
    más de 80 personas. Las que pertenecían a los
    caciques estaban todas pintadas. Las propulsaban mediante remos,
    que tenían un mango y la pala, era más ancha que la
    de los remos usados entonces por los europeos. Para Colón
    suscitan particular interés las canoas, por lo que
    refiere: "…en uno de aquellos ríos vi una almadía
    o canoa, de 95 palmos de largo, hecha de un solo tronco,
    bellísimo, en el cual habían podido navegar al
    menos 150 personas". Según el propio Colón: "…se
    toparon con un astillero bien ordenado y cubierto, de tal modo
    que ni el sol, ni el agua podían causar daños, y
    debajo había otra canoa, hecha de un solo tronco de
    árbol, como las demás, en forma de fusta, con 17
    bancos para los remeros, y era un placer admirar su belleza y la
    elevación".

    Las canoas tenían realmente enorme importancia en
    la vida de los taínos, se les puede considerar su
    principal medio de transporte, pues la inmensa mayoría de
    la población aborigen vivía a orillas o a poca
    distancia del mar y de ríos navegables por las canoas. Sin
    duda que estos medios de transporte contribuyeron en mucho a
    conformar aspectos de la cultura taína. Sobre todo porque
    creaban la posibilidad de regulares contactos e intercambios
    culturales de grupos taínos de islas diferentes y
    ocasionalmente con grupos continentales. Eran, pues, las canoas
    portadoras de un cierto dinamismo sociocultural. Los
    aborígenes conocían el fuego, el que
    producían por fricción, haciendo rotar entre las
    palmas de las manos una varilla de madera seca de guásima,
    para que su extremo inferior girarse como un taladro sobre una
    muesca hecha en un palo de igual clase, sujeto con los pies. Los
    taínos tuvieron poca variedad de armas dado su
    carácter fundamentalmente pacífico y, a menudo, las
    armas tuvieron también función productiva en la
    pesca y la casa. La más importante entre las armas fue la
    que designaban como macana, un ancho y largo bastón hecho
    del corazón de la palma, con los lados algo afilados y
    utilizado con ambas manos a causa de su excesivo peso, cuyo fin
    principal era producir un golpe pesado y contundente, al punto
    que los propios españoles le temían. Tenían
    un tipo de arma parecida al arco y la flecha, se trataba de una
    especie de lanzadardos o azagayas que manipulaban con gran
    destreza, ya que los utilizaban fundamentalmente para la pesca.
    Puede ser que las hachas petaloides fueran utilizadas en
    algún momento con fines guerreros. La cerámica
    tenía un alto grado de desarrollo, producían
    cazuelas – desde las más simples, de forma circular
    o navicular, hasta cazuelas de mayor tamaño, adornadas con
    asas y decoraciones a base de dibujos geométricos o de
    figuras. La cerámica utilitaria estaba compuesta
    principalmente de burenes, ollas, vasijas y platos, por lo que
    estaba relacionada esencialmente con la preparación de los
    alimentos. Además del casabe, su alimento principal, los
    taínos ingerían varias especies de
    tubérculos, cuya operación solo se podía
    hacer con ayuda de las ollas de cerámica. Su arte
    consistía fundamentalmente en la producción de
    ídolos y objetos de lujo para los cuales utilizaban la
    madera, la piedra, las conchas, el hueso, el algodón y el
    oro.

    La agricultura de los taínos era muy sencilla y,
    al parecer, se limitaba al cultivo de tubérculos, sobre
    todo la yuca, el maíz, el ají, el boniato y el
    algodón. El cultivo lo efectuaban en pequeñas
    parcelas llamadas "conucos". El sembrado lo hacían con
    mucha facilidad, puesto que la tierra de los montones era muy
    blanda, factor que facilitaba el crecimiento de los
    tubérculos. El trabajo industrial estaba representado por
    dos actividades básicas: la elaboración de fibras
    textiles, la alfarería y la producción de
    útiles e instrumentos de producción. Las fibras de
    cabuya, henequén y maguey eran procesadas para la
    confección de hilos, pero sobre todo para sogas y cuerdas
    fuertes más apropiadas que las de algodón para
    muchas funciones. La alfarería ocupaba un tiempo
    considerable por la gran cantidad de utensilios utilizados, los
    que por su técnica demuestra una experiencia artesanal
    acumulada a través de una tradición alfarera de
    más de 2.000 años. La población taína
    a la llegada de Colón podía estimarse en,
    aproximadamente 600 000 habitantes.

    Durante su recorrido por las costas de La
    Española, Colón describió así a los
    indios que iba encontrando a su paso: "Yo he hablado en
    superlativo grado de la gente y la tierra de Juana, á
    quien ellos llaman Cuba, más hay tanta diferencia de ellos
    y de ella a ésta, como del día a la noche…todos
    son de muy singularísimo trato amoroso y hasta dulce, no
    como los otros que parecen cuando hablan que amenazan, y de buena
    estatura hombres y mujeres, y no negros".

    El 3 enero al dirigirse hacia la parte norte de La
    Española entraron las naves de Colón en una ancha
    bahía, era una de las playas del golfo de Samaná,
    donde: "Envió la barca á tierra en una hermosa
    playa para que tomasen de los ajes comer y hallaron ciertos
    hombres con arcos y flechas, con los cuales se pasaron á
    hablar, y les compraron dos arcos y muchas flechas, y rogaron
    á uno de ellos que fuese á hablar al Almirante
    á la carabela: y vino, el cual diz que era muy disforme en
    la acatadura más que otros que hobiesen visto:
    tenía el rostro todo tiznado de carbón, puesto que
    en todas partes acostumbraban de se teñir de diversos
    colores. Traía todos los cabellos muy largos y encogidos
    atrás, y después puestos en una redecilla de plumas
    de papagayos, y él así desnudo como los otros,
    juzgó el Almirante que debía ser de los caribes que
    comen los hombres… Preguntóle por los caribes,
    señalole al Leste, cerca de allí… y díjole
    el indio que en ella había mucho oro… Llamaban al oro
    tuob y no entendía por canoa, como le llamaban en la
    primera parte de isla, ni por nozay como lo nombran en San
    Salvador y en las otras islas".

    En esta zona habitaban los "Ciguayos,
    tribus guerreras semejantes a los caribes de Dominica y
    Guadalupe, de costumbres belicosas y lengua diferente a los de
    las provincias, pobladas por taínos, de quienes eran
    enemigos natos y por los de Macorís.

    Estos aborígenes no manifestaron el mismo temor
    que los grupos encontrados por Colón anteriormente.
    Después de interrogar a los españoles les
    permitieron desembarcar y cambiar sus baratijas por las armas
    indígenas. Sin embargo, los ciguayos muy pronto cambiaron
    su actitud inicial y trataron de capturar a los recién
    llegados con una lluvia de flechazos, desatándose
    así la primera refriega entre aborígenes y
    cristianos en el Nuevo Mundo. Este incidente, único
    durante aquel primer viaje, dejó una profunda
    impresión en Colón, pues pensaba que realmente
    había trabado contacto con los caníbales. Lo
    ocurrido le llevó a bautizar la inhóspita
    bahía con el nombre de "Golfo de las Flechas", lo
    que también lo motivo a anotar en su diario de
    navegación, el miércoles 16 de enero lo siguiente:
    "Partió antes del día tres horas del golfo que
    llamó el Golfo de las Flechas con viento de la tierra,
    después con viento Oeste, llevando la proa al Leste cuarta
    al Nordeste para ir, diz qué á la isla de Carib
    donde estaba la gente de quien todas aquellas islas y tierras
    tanto miedo tenían, porque diz que con sus canoas sin
    número andaban todas aquellas mares, y diz que
    comían a los hombres que pueden haber. La derrota, diz,
    que le habían mostrado unos indios de aquellos cuatro que
    tomó ayer en el Puerto de las Flechas". Los ciguayos, como
    los caribes, al decir de Colón, usaban arcos muy grandes,
    el pelo largo y anudado en moño, con vistosas plumas, se
    pintaban la cara de negro y usaban flechas
    envenenadas.

    A Colón le impresiona sobremanera la audacia y el
    valor de estos indios, describiéndolos así: "…que
    si no son de los caribes, al menos deben ser fronteros y de las
    mismas costumbres, y gente sin miedo, no como los otros de las
    otras islas que son cobardes y sin armas fuera de
    razón."

    Esta apresurada identificación de los ciguayos de
    La Española con los caníbales sirvió de
    patrón cultural para identificar los rasgos de la "cultura
    caribe" por muchos años. Los ciguayos, como se ha podido
    confirmar arqueológicamente, no difirieron sustancialmente
    de los otros grupos aborígenes de esa isla. Los ciguayos
    del norte de La Española, indios de la sierra y de la
    costa no eran caribes, pues hablaban una lengua diferente a la
    éstos. Su constitución política era
    semejante a la de los taínos, ya que eran gobernados por
    caciques – su nombre lo deben a uno de ellos, al que
    llamaban el Ciguayo (éste aterrorizó y
    espantó a todos los habitantes de la isla con sus
    correrías).

    Residían también en poblaciones que
    estaban constituidas en familias, en cuyas casas vivían
    sus criados, servidores y favorecidos, por lo que también
    conocían la división en clases. Se dedicaban a la
    agricultura como medio de subsistencia, aprovechándose
    también de la caza, que le facilitaba los espesos bosques
    de la zona, y la pesca, fundamentalmente en los ríos. Eran
    rudos, sencillos y agrestes, y no se cortaban el pelo. Hablaban
    conjuntamente con los macuriges, una lengua diferente,
    según Las Casas, rústica comparada con la que
    generalmente se hablaba en la isla. Es decir, que tanto ciguayos
    como macuriges, dado que todavía no dominaban la lengua
    más generalizada debieron ser de reciente llegada a la
    isla. Pertenecían al conjunto de indios flecheros que, por
    beligerancia con las tribus caribes, adquirieron de éstos
    hábitos, costumbres y posibles sistemas rituales, usaban
    arcos, flechas y macanas. La cerámica ciguaya
    correspondía en elegancia y técnica al más
    depurado y ornamentado de los estilos taínos. Respecto al
    patrón de asentamiento de estas comunidades muy poco nos
    informan los cronistas. Sus cabellos eran muy largos, por lo
    regular, los llevaban recogidos y atados atrás, y se
    colocaban una redecilla de plumas de papagayo. En general, se
    teñían de negro, otros de blanco y otros de
    colorado. A ello se refiere Las Casas, cuando dice que: "Las
    cabezas rapadas en logares, y en logares con vendijas de tantas
    maneras… no poseen fierro ninguno. Tienen muchas ferramientas
    ansi como hachas e azuelas de piedra, tan gentiles e tan
    labradas…"

    Según Las Casas las azagayas de todos ellos eran
    de cañas: "de lengura de una vara y media, y de dos, y
    después le ponen un pedazo de palo agrudo en un palmo y
    medio, y encima de este palillo algunos le ingieren un diente de
    pescado, y algunos, y los más, le ponen allí yerba
    (punta mortífera)". Los ciguayos no tiraban como los
    caribes. En general, tenían canoas grandes y
    pequeñas, algunas que podían llevar, como
    señaló Colón, hasta setenta y ochenta
    remeros. Los macuriges, a su vez, reciben el nombre de la isla de
    Macorís, formada por la afluencia de los ríos
    Iguamo y Magua, uniéndose ambos en una punta de
    Macorís al extremo oeste de la ensenada de San Pedro de
    Macorís. La otra punta está situada al noroeste y
    Colón la denominó Punta de Hierro. Vecinos de los
    ciguayos, como fueron los macuriges, no pudo conocerlos
    Colón hasta su tercer viaje, ya que durante el primero no
    llegó al territorio que habitaban, situado en el interior
    de la isla y lejano de la costa, pero tuvo noticias de ellos por
    un sobrino del rey Guacanagatí, de quien inquiriendo los
    lugares donde había minas de oro, éste le
    indicó que se encontraban en varios, entre ellos en
    Macorís y Mayonis, nombres que Colón anotó
    en su diario: "En saliendo el sol vino a la carabela un sobrino
    del Rey muy mozo… y aquel mancebo le dijo que a cuatro jornadas
    había una isla al Leste que se llamaba Guarionex, y otras
    que se llamaban Macorís y Mayonic y fuma y Cibao y Coroay
    (en realidad provincias) en las cuales había infinito
    oro…" Por sus orígenes, ambas tribus parecen ser
    descendientes de caribes, que invadieron antiguamente la isla de
    La Española. A la llegada de Colón,
    encontrábanse en civilización más atrasada
    que los taínos, sus convecinos, conservando los
    hábitos guerreros de sus antecesores y como
    carácter esencial ambas tenían diversas lenguas.
    Informado por Colón de la existencia de estas tribus, el
    primero de los cronistas en ofrecer noticias de ellos fue Pedro
    Mártir de Anglería, quien en el relato que hace del
    viaje de Colón, dice que encontró unos indios con
    los cuales trató de hablar sin poder hacerse entender por
    medio del intérprete: "De los cibao…dicen que se
    diferencian en costumbres y lengua de los que habitan en el
    llano, cuanto en las demás regiones los campesinos de las
    montañas se distinguen de los de la corte. Aunque todos en
    su tener de vida se muestren rudos, sencillos y agrestes, hay,
    sin embargo, entre ellos alguna diferencia. Después de
    conocer una de las tribus que habitaban la región por las
    descripciones de Pedro Mártir, veamos como era la otra,
    según el propio cronista: "…ciertos montes solamente de
    la Isabela diez leguas hacia el occidente en la costa
    septentrional; y a sus habitantes les llaman con el mismo nombre
    de "Ciguayos"… La gente es fiera, belicosa, que se cree trae
    origen de los caníbales, pues cuando de las
    montañas bajan a lo llano para hacer la guerra a sus
    vecinos, si matan algunos se lo comen".

    En 1499, vuelve Colón a visitar este pueblo, que
    por aquellos tiempos andaba bastante destruido y en un memorial a
    los Reyes les manifiesta: "Estas sierras ambas (las de Cibao) son
    pobladas y era popularísima cuando yo vine acá, y
    se han algo despoblado, porque la gente dellas probaron guerra
    conmigo…" Tenían condiciones favorables que les
    permitía rehuir el contacto con los españoles,
    internándose en los espesos bosques; conocedores del
    territorio y compenetrados con las selvas que lo poblaban, en las
    cuales vivieron los pocos vecinos residentes en las villas de la
    isla, no pudieron dominarlos, ya que formaron su Estado aparte,
    organizando su vida doméstica en las soledades que le
    ofrecían donde tranquilamente se refugiaban. Vivieron en
    continuas rebeliones al ser perseguidos continuamente por los
    españoles, pero demostraron tener gran sagacidad, al poder
    huir y refugiarse algunos grupos en Cuba, donde supieron
    también vivir independientes más de medio siglo,
    siendo los últimos aborígenes de las Antillas
    Mayores en desaparecer.

    Los "Ciboneyes" representaban el nivel
    cultural más elemental y eran descendientes de los
    pobladores más antiguos. A la llegada de Colón, se
    encontraban arrinconados en centros costeros o confinados en las
    pequeñas islas próximas como consecuencia de la
    presión que habían ejercido sobre ellos los
    arahuacos. En su invasión primitiva, al ocupar el ciboney
    el territorio cubano, no tuvo necesidad de disputárselo a
    ser viviente alguno, pues aun la fauna era completamente
    inofensiva. No hubo enemigos con quienes combatir, solo era
    necesaria la ayuda mutua con propósitos de buscar
    alimentos. Esto condujo a una lenta evolución sobre todo
    por lo extenso del territorio, por la abundancia de comida y la
    poca densidad de población que les permitía llevar
    una vida plácida.

    Durante todo un extenso y dilatado tiempo fueron los
    dueños exclusivos de la isla, hasta la invasión de
    los taínos, a mediados del siglo XV. Los taínos
    eran más fuertes y tenían un mayor desarrollo por
    lo que pudieron sojuzgar a los ciboneyes. Por esa razón,
    estos se establecieron en su mayoría, en las costas y
    entre esteros y cayos, en busca de refugio, lo que hace pensar
    que en muchos casos habitaban en barbacoas (viviendas levantadas
    sobre horcones). Los investigadores suponen, que a pesar de ello
    algunos grupos de ciboneyes, tal vez no sojuzgados por los
    taínos, convivieron con éstos en Las Villas y
    Camagüey en una misma época. Los ciboneyes y los
    taínos debieron ser en su origen descendientes de un mismo
    tronco, el arahuaco, pero diferenciados por distinta
    evolución, rápida en la rama taína, lenta en
    la ciboney. Los ciboneyes estaban integrados en pequeños
    grupos de una o varias familias que obtenían su alimento
    del mar con el complemento de la caza de reptiles y
    pequeños mamíferos. Así como de frutos
    silvestres. Colón los vio cazar los flamencos
    acercándose a estos, el indio nadaba entre dos aguas, con
    la cabeza oculta por una güira y también los vio
    pescar las grandes tortugas, que aún hoy abundan en
    aquellas cayerías, por medio del guacán o pez pega.
    Nada se conoce de su lengua y su mismo nombre es de origen
    arahuaco y significa "hombre de piedra". Los ciboneyes
    vivían a lo largo de la costa y establecían su
    habitación en los refugios rocosos – de ahí
    que también se les haya calificado de
    "trogloditas" – o en refugios provisionales que
    levantaban al aire libre. El ciboney era hombre ágil, bien
    proporcionado, de estatura media y de color cobrizo claro, su
    cabello era negro, áspero y abundante en la cabeza. Su
    cabeza ofrecía la clásica deformación
    fronto-occipital del tronco étnico arahuaco.

    Tenían pómulos salientes, nariz larga y
    aquilina y ojos pequeños, pero vivos. Pueblo fatalista,
    infantil o impresionable, muy apegado a sus tradicionales
    supersticiones; inerte para pensar por sí, obedecía
    fielmente a sus caciques, de quienes recibía en su vida
    diaria toda la inspiración y norma de conducta a seguir.
    El vestido se reducía a una especie de faja para las
    mujeres y un taparrabo para los hombres, hechos de fibras
    vegetales; usaban adornos de concha y piedra; se pintaban la cara
    y el cuerpo, pero no se deformaban el cráneo como era
    habitual entre los arahuacos. De su organización social y
    su familia se ignora casi todo, con excepción de que se
    mantuvo en el nivel de agrupaciones de varias familias que se
    movían de un lugar a otro en busca de alimento.

    El pueblo ciboney era sobrio, aunque bien es verdad que
    comía cuando podía. La casa típica del
    ciboney era de forma circular, "a manera de alfaneque" dice
    Colón, idéntica a la ignerí que conservaron
    los caribes en las Antillas Menores. Era un bohío de yagua
    y guano, la primera para cerrarla y la última como cobija,
    con un agujero central para darle salida al humo que se
    producía por la cocina en su interior, y cuyo fuego
    siempre ardía, ya que el ciboney no tenía hora para
    hacerlo. Eran viviendas comunales, para toda una parentela o
    linaje, según los cronistas sin divisiones interiores y de
    cuyos postes o soportes se colgaban las hamacas, unas debajo de
    las otras. La casa ciboney contaba con dos huecos, pero sin
    puertas ni nada que la cerrase, pues bastaba atravesar una
    caña para que nadie violase la entrada. Con
    exclusión de la comida que las mujeres hacían
    dentro, todas las demás labores se realizaban fuera de la
    casa. Las mujeres y los niños comían juntos y los
    hombres aparte; y durante la comida se mantenía un gran
    silencio para evitar que algún espíritu malo
    pudiese entrar dentro del cuerpo junto con los alimentos. Los
    pueblos ciboneyes no tenían bateyes; en su lugar una casa
    grande sería de recepción, en la que
    recibían y festejaban la llegada de forasteros, y en la
    misma existían dos dúos: uno para el cacique y otro
    de honor para visitantes; los demás habitantes, si eran
    hombres se colocaban en cuclillas, que era su posición
    normal pacífica. Cuando terminaba la recepción de
    los hombres, entraban las mujeres y traían alimentos y
    bebidas al forastero y se mantenían de pie.

    Todas las casas, cuyo piso era de tierra, se
    mantenían limpias y muy aseadas, en perfecto orden,
    según refería Colón. Fuera de la
    representación de Atabey y algunos caracoles que colgaban,
    la casa no contenía nada más, excepto las jicaras,
    jabucos y otros implementos y objetos personales, además
    de los de la cocina. Todas las casas, según Colón,
    estaban situadas sin concierto de calles, "unas acá y
    otras allá" y, por lo general, el poblado de ciboney no
    era muy grande, cuando más de cien casas, pero hay que
    tener en cuenta que vivía una nutrida familia en cada una
    de ellas. La mujer virgen ciboney andaba completamente desnuda;
    solo la cubría su cabello, que traía suelto. Sin
    embargo, las casadas utilizaban una especie de delantal
    pequeño que pendía de la cintura y las
    cubría por delante.

    El hombre, por lo general, andaba completamente desnudo;
    solo la pintura lo cubría. Y ésta podía ser
    negra, procedente de la jagua, o roja, de la bija; ambas
    sustancias vegetales eran utilizadas por el indígena
    suramericano. Se pintaba solo la cara, o todo el cuerpo, en
    dependencia de la finalidad que perseguían. Cada
    ocasión requería determinado tipo de pintura: el de
    asistir a fiestas, el de la guerra, etcétera. Los hombres
    usaban penachos de plumas o una pluma en el cabello y las mujeres
    se adornaban con guirnaldas, collares, aretes, brazaletes
    confeccionados con huesos, piedras o conchas. Por lo regular, se
    colgaban pequeñas láminas de oro como aretes,
    también usaban pendientes de la nariz y hasta en la
    frente, colocadas por medio de un cintillo de fibra
    vegetal.

    Los cronistas definen el gobierno de los ciboneyes como
    paternal y sencillo, constituido por comunidades independientes
    entre sí, y se supone que formaban verdaderos grupos
    totémicos, de los cuales nada se conoce. Pueblo
    polígamo en general, el número de mujeres que
    poseía cada hombre debió depender de las
    condiciones de la subsistencia, con la excepción del
    cacique, por lo general, contaba con dos o tres. El matrimonio
    con una mujer fuera de la comunidad tenía efecto,
    según Oviedo, mediante el rito del "manicato". Tanto el
    matrimonio como la pubertad debían celebrarse mediante
    rituales que no se conocen, solo se tienen algunos
    indicios.

    Por ejemplo, las primeras menstruaciones en la mujer
    eran motivo de reclusión, porque cuando estaban en tal
    estado se las consideraba impuras y peligrosas para la comunidad.
    Las ceremonias que celebraban con motivo de la muerte parecen
    haber sido análogas a las que tenían lugar con el
    nacimiento, ya que enterraban a los muertos en la misma
    posición que tiene el feto en el vientre de la madre.
    Más celoso que el taíno, ocultaba el ciboney su
    mujer del extraño, y en las grandes recepciones que
    celebraban en la casa concurrían primero los hombres y
    después las mujeres. El trueque fue de gran importancia
    para el ciboney y mediante el mismo obtenía los productos
    que faltaban en su región y los cambiaba simplemente por
    otros que producía, o su valor era abonado con la
    "quiripa", especie de moneda consistente en determinadas
    piedrecitas. El arte ciboney sencillo, infantil, sin el
    complicado simbolismo antropomorfo del taíno, y no hay en
    él motivo religioso determinante de alguna emoción
    artística. Los ornamentos ejecutados en piedra, hueso,
    madera y concha realizados por el ciboney ofrecen solo un
    principio artístico, que no mejoró con la llegada
    de los taínos.

    Las ceremonias religiosas del ciboney tenían un
    ritualismo muy sencillo, según advierten los pocos
    elementos simbólicos que se conocen. Como el cacique
    tenía a su cargo todo lo relacionado con la vida material
    del ciboney, el behíque a su vez regía todo lo
    espiritual: el nacimiento y la vida, la salud y la muerte. A este
    complejo religioso se le ha denominado behiquismo en
    contraposición al cemismo taíno. La naturaleza no
    le exigía nada al ciboney, madre pródiga lo
    rodeó de condiciones naturales altamente satisfactorias
    para hacer la vida fácil y cómoda. No
    necesitó habitación ni vestido, ni grandes armas de
    caza, sino ingenio y astucia para vencer la ligereza en la huida
    de los animales de que se alimentaba; es por ello que no
    disponía en su ajuar de grandes hachas de piedra, ni
    flechas fuertes, sino toscos y elementales útiles nada
    guerreros.

    Según se asegura no tenían una sola arma
    ofensiva eficaz, por lo que se piensa que aquellas armas
    inofensivas – hachas, flechas, bastones o macanas – las
    utilizaban para cazar y nunca para pelear. Miguel de
    Cúneo, testigo ocular del segundo viaje de Colón,
    explica que estos indios utilizaban estos instrumentos para
    trabajar la madera. Y se refería a ello en una misiva en
    1945: "Sus cuchillos son piedras que cortan como verdaderos
    cuchillos, y les hacen su mango, y con ellos cortan y trabajan
    sus botes llamados canoas, que son árboles ahuecados con
    dichos cuchillos, con los cuales navegan de isla en isla…" Uno
    de los aspectos más interesantes de la cultura ciboney es
    la presencia de las llamadas pictografías en cuevas y
    abrigos rocosos. En las zonas donde vivió el ciboney como
    la punta del este en la isla de la Juventud, se han encontrado
    dibujos cuyo significado es desconocido.

    Algunos investigadores los han relacionado con
    símbolos cosmogónicos, otros creen que los
    círculos que en ella aparecen servían para contar
    la sucesión de los días y las noches, teniendo por
    tanto un valor cronológico. Además de los
    círculos han sido encontradas figuras jeroglíficas
    (algunas pintadas de rojo), representaciones de animales, como
    por ejemplo, en la cueva de Punta del Este, al lado de los
    círculos hay una figura muy bien definida de un pez; se
    considera que estos dibujos están asociados a ciertos
    mitos relacionados con la formación del mar y la
    creación del sol, pues los círculos en otros
    pueblos primitivos están vinculados a ciertos cultos
    solares.

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