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R. Descartes, genio y figura… y lacayo fiel de la Secta Católica



Partes: 1, 2, 3

  1. Aspectos personales y sociales que
    condicionaron la obra de Descartes
  2. Egocentrismo y
    megalomanía
  3. Otros
    aspectos de su personalidad

Aspectos
personales y sociales que condicionaron la obra de
Descartes

Para profundizar en la obra de Descartes tiene especial
interés investigar los diversos factores que condicionaron
el desarrollo de su personalidad en cuanto la obra de cualquier
pensador no deriva exclusivamente de una razón
incontaminada sino siempre condicionada por los diversos
componentes de su personalidad global –tanto
genéticos como ambientales- y en cuanto en el caso del
pensador francés los componentes ambientales repercutieron
de modo especialmente negativo en su obra. Si resulta
fácil comprobar mediante el estudio de sus obras el nivel
de rigor intelectual de un pensador dedicado a la Lógica o
a las Matemáticas, en las que el principio de
contradicción es un criterio suficiente para verificar la
verdad o la falsedad de los resultados a los que haya podido
llegar, es mucho más difícil apreciarlo en el
terreno de la Filosofía, en cuanto en ella no existe un
procedimiento sencillo para verificar las teorías
defendidas por los diversos pensadores, y en cuanto la
complejidad de los matices conceptuales y
lingüísticos que se pretende expresar determina que
resulte muy difícil alcanzar resultados claros, objetivos
y compartidos por todos ellos. Un simple examen de la Historia de
la Filosofía, con su diversidad de puntos de vista tan
variados y contradictorios, parece suficiente para constatar la
verdad de esta consideración.

Como ya se ha dicho, Descartes tuvo cualidades
intelectuales muy brillantes que le hicieron destacar de manera
especial en el terreno de las Matemáticas. Sin embargo,
cuando se dedicó a la Filosofía y a las ciencias
empíricas, cometió errores tan graves que suscitan
la curiosidad por comprender las causas que pudieron propiciar
una diferencia tan abismal entre los resultados que obtuvo como
matemático y los que obtuvo como filósofo y como
investigador empírico. Por ello, en este apartado no se va
a hablar de las virtudes que propiciaron sus éxitos en las
diversas áreas del pensamiento, incluida la
filosófica, sino de los aspectos más peculiares de
su personalidad que ocasionaron una parte considerable de sus
errores y fracasos en estos terrenos.

Por lo que se refiere a los factores iniciales que
moldearon su personalidad hay que mencionar su infancia
enfermiza, pero, además y de manera especial, hay que
hacer referencia a la considerable privación afectiva que
padeció, la cual a su vez debió propiciar la
formación de los de rasgos de su carácter que de
alguna manera influyeron negativamente en su producción
intelectual.

Ya en el apartado anterior se ha hablado de sus
importantes carencias afectivas a lo largo de su infancia y de su
juventud, las cuales debieron de repercutir en el correspondiente
endurecimiento de su carácter que le condujo a mantenerse
reservado con respecto a quienes le rodeaban, a pesar de sus
amistades aparentes de las que en diversas ocasiones se
sirvió como de medios para la consecución de sus
propios intereses.

Muchas peculiaridades de su personalidad podrían
entenderse como una consecuencia de aquel vacío afectivo y
de su lucha inconsciente por demostrar a la sociedad su propia
valía a fin de recibir de ella, si no el afecto que
había necesitado durante la infancia, sí el
reconocimiento de su valor, sirviéndose para ello tanto
del uso adecuado de su capacidad intelectual, como sucedió
en el terreno de las Matemáticas, como del uso inadecuado
de dicha capacidad en cuanto otros fines menos ligados al de la
búsqueda de la verdad y más ligados a la
búsqueda del triunfo social pudieron cegarle hasta el
punto de llevarle a defender doctrinas absurdas a las que no
habría llegado si no hubiese tenido otras motivaciones que
la de la búsqueda sincera del conocimiento.

Parece que las únicas excepciones por lo que se
refiere a esta frialdad afectiva fueron básicamente la del
matemático Beeckman, a quien profesó en los
primeros tiempos una mezcla de admiración y de amor
–lo cual no le impidió posteriormente insultarle y
tratarle con el mayor desprecio-, las de Helena Jans y de su hija
Francine, durante el escaso tiempo en que pudo dedicarle su
cariño, la de la princesa Elisabeth de Bohemia, de quien
se enamoró apasionadamente y sólo hasta cierto
punto la del padre Mersenne, quien fue su confidente durante
muchos años y, en apariencia, su mejor amigo, aunque su
grado de afecto correspondiente no fue suficiente como para
animarle a visitarle cuando estuvo gravemente enfermo ni a que
asistiese a su entierro al morir unos días después
en el año 1648. En líneas generales su
relación con las demás personas que se cruzaron en
su vida fue básicamente interesada y en diversas ocasiones
conflictiva y despectiva.

Conviene hacer referencia igualmente a otras
peculiaridades de su personalidad que en parte pudieron
desarrollarse como consecuencia de esa inicial carencia afectiva
y en parte pudieron ser consecuencia de otra serie de causas,
tanto genéticas como ambientales, pero que, en cualquier
caso, fueron rasgos de su personalidad que en muchos casos
repercutieron de forma negativa en su producción
intelectual. La investigación de estas causas
podría ser objeto de un estudio particular, y, por ello,
aunque el presente trabajo se centra de manera especial en el
análisis y en la exposición crítica de las
sorprendentes incoherencias y contradicciones científicas
y filosóficas en que incurrió el pensador
francés, a lo largo de esta parte se hablará de
algunos aspectos de su personalidad que de alguna manera parecen
haber sido mecanismos de compensación frente a la
frustración provocada por la carencia afectiva que
rodeó su infancia y que se manifestaron en lo esencial
como un intenso egocentrismo que a su vez se
expresó de manera especial como
megalomanía, de la cual emergieron otros aspectos
de su personalidad.

En cualquier caso conviene aclarar que este
análisis tiene más el carácter de un intento
de aproximación al estudio de la personalidad del pensador
francés que el de una tesis perfectamente confirmada. En
cualquier caso y como ya se ha dicho, el conocimiento de su
personalidad, al margen de su importancia biográfica,
puede servir para explicar, al menos parcialmente, algunos de los
errores de su obra, derivados de la dificultad del pensador
francés para servirse adecuadamente de su capacidad
intelectual cuando la aplicaba a cuestiones de carácter
filosófico, teológico o incluso
científico.

Egocentrismo y
megalomanía

El egocentrismo de Descartes puede haber sido
la raíz de la que surgieron el tronco de su
megalomanía y las ramas de diversos aspectos de
su personalidad de que se hablará después. Su
megalomanía subyace en diversos aspectos de su
carácter y puede advertirse haciendo referencia a hechos
como los siguientes:

a) Según escribe R. Watson, ya a sus veinticuatro
años presumía de haber llegado en el terreno de la
Geometría "todo lo lejos que podía ir la mente
humana"[1]. Igualmente, mucho más adelante
en una carta a Mersenne se jactaba de manera innece-saria y
vanidosa respecto a la importancia de estos conocimientos
diciendo:

"Mi geometría es a la geometría
común lo que la Retórica de Cicerón
es al abecé del
niño"[2].

Afirmaciones como ésta se correspondían
ciertamente con un genio matemático muy brillante, pero
parece que también con un endiosamiento
exagerado.

b) En las Meditaciones Metafísicas se
envanecía proclamando haber demostrado la existencia de
Dios y la inmaterialidad e inmortalidad del alma, y decía
que, con la ayuda de los doctores de la Sagrada Facultad de
Teología de París,

"después que las razones por las que pruebo
que hay un Dios y que el alma humana difiere del cuerpo

hayan sido llevadas hasta ese punto de claridad y de evidencia, a
que estoy seguro que se las puede conducir, de modo que deban ser
tenidas por muy exactas demostraciones, no dudo que
queráis declarar esto y testimoniarlo públicamente;
no me cabe duda, digo, que, si se hace esto, todos los
errores y falsas opiniones que han existido siempre respecto de
estas dos cuestiones se borrarán pronto del
espíritu de los
hombres
"[3];

c) En relación con la medicina, a pesar del breve
tiempo en que se dedicó a ella, pretendió estar
ocupado en una investigación crucial para la
curación de todas las enfermedades, para la
preservación de la vida y de la raza humana o
para lograr que la longevidad de la vida humana alcanzase hasta
más allá de los cien años.

Estas pretensiones eran producto a un tiempo de su
megalomanía y de su frivolidad, que le llevaron a creerse
capaz de comprender la enorme complejidad del cuerpo humano, las
causas y remedios de las enfermedades así como las del
progresivo deterioro físico de los seres vivos, incluido
el ser humano.

d) Al dirigirse a la princesa Elisabeth, le
manifestó su admiración
diciéndole:

"nunca encontré a nadie que haya entendido tan
perfectamente los escritos que he
publicado"[4],

para añadir poco después:

"me resulta imposible no dejarme arrebatar por un
sentimiento de enorme admiración cuando considero que
un conocimiento tan variado y tan perfecto de todas las
cosas
[…] se halle en una
princesa"[5].

Evidentemente, con la referencia a ese "conocimiento tan
variado y tan perfecto de todas las cosas", Descartes
aludía, al menos en parte, al conocimiento de su
propia filosofía
, adquirido por la
princesa.

e) En los Principios de la Filosofía, a
pesar de que incomprensiblemente los críticos no suelen
hacer referencia a este hecho, Descartes se atrevió a
escribir, con la mayor osadía del mundo:

"no hay ningún fenómeno en la Naturaleza
cuya explicación haya sido omitida en este
Tratado"

y también:

"he probado que no hay nada en todo este mundo
visible o sensible sino lo que he
explicado"[6].

Afirmaciones como ésta resultan tan sorprendentes
que al leerlas uno puede llegar a pensar que ha leído mal
o que el autor ha querido decir algo distinto de lo que dice,
pero la verdad es que, por absurdo que pueda ser, eso es lo que
dice, como puede confirmarse teniendo en cuenta que estas
pretensiones, expresión inequívoca de su
megalomanía, aparecen de nuevo y con la misma naturalidad
en una carta a Mersenne, en la que en relación con su obra
Los meteoros, le dice que no estará terminado en
más de un año, porque, al hacer el plan,

"resolví explicar todos los fenómenos
de la naturaleza
, es decir, toda la
física
"[7].

En relación con la Astronomía,
según escribe Rodis-Levis, el 10 de mayo de 1632 "se
aventura ahora a buscar la causa de la situación de cada
estrella fija"[8], y, como si esta
pretensión fuera lo más sencillo del mundo, indica
más adelante: "siempre seguro de sus principios, Descartes
trabajó sin cesar, para intentar comprender mejor
toda la naturaleza"[9], de manera que la
pretensión cartesiana resulta casi tan absurda e ilusa
como la naturalidad con que su biógrafa, desde un
chovinismo especial-mente devoto hacia la figura de su paisano,
habla de la empresa de abarcar el estudio de "toda la naturaleza"
como si se tratase de un objetivo perfectamente asequible para su
admirado compatriota.

f) Con una enorme frivolidad, derivada de esta
megalomanía, que le conducía a confiar
excesivamente en sus posibilidades, Descartes creyó que
convencería a los jesuitas para que utilizasen su propia
filosofía, plasmada finalmente en los Principios de la
Filosofía
, como libro de texto que sustituyese los
utilizados hasta ese momento, basados en la filosofía
escolástica. En este sentido, agradeció a Picot su
traducción de la tercera parte de los Principios,
y le habló de las cartas de Charlet, Dinet, Bourdin y
otros dos jesuitas, "que me dejan creer que la
Compañía [jesuita] quiere estar de mi
parte"[10]. El mismo día, en una larga
carta al padre Charlet le agradece todo lo que ha recibido de
él en su juventud en el colegio de La Flèche, y le
insiste en el interés que tendría sustituir la
filosofía de Aristóteles por la suya. Descartes no
duda que "con el tiempo será generalmente aceptada y
aprobada" pudiéndose acortar mucho este tiempo con el
apoyo de los jesuitas[11]

g) Finalmente y por no alargar la serie de aspectos
biográficos que muestran este núcleo esencialmente
egocéntrico de su personalidad, hay que hacer referencia a
los Principios de la Filosofía, de los que
escribe que

"podrán pasar varios siglos antes de que se hayan
deducido de estos principios todas las verdades que de ellos se
pueden deducir"[12].

Resulta ridícula, por cierto, la forma mediante
la cual Rodis-Lewis se refiere a este texto cuando dice que
Descartes "reconoce" que "podrán pasar varios siglos",
dando como un hecho que la afirmación cartesiana
respondía a un plan perfectamente realizable. Una vez
más Rodis-Lewis se muestra como digna sucesora de A.
Baillet, primer "hagiógrafo" devoto de
Descartes.

Otros aspectos de
su personalidad

A continuación se analizan con mayor detalle una
serie de características de su personalidad considerando
que, si a partir de la "raíz" de su egocentrismo
surgió el "tronco" de su megalomanía, a
partir de ésta surgen en una medida importante las "ramas"
o el conjunto de los diversos aspectos de su
carácter
de que se va a hablar a
continuación.

3.1. Arrogancia, dogmatismo y
osadía

La megalomanía del pensador francés se
manifestó, como se ha podido ver, en afirmaciones y en
planes absurdos para alcanzar objetivos científicos y
filosóficos francamente imposibles. Pero igualmente se
manifestó en otras características de su
personalidad, como la de su arrogancia frente a los
filósofos y científicos que manifestaban su
desacuerdo con alguna de sus doctrinas, o como la de su
irascibilidad, que en muchas ocasio-nes le llevó
a enfrentarse con matemáticos como Roberval y Beaugrand,
con científicos y filósofos como Hobbes y Gassendi,
y con teólogos protestantes como Voetius y Trigland, de un
modo muy alejado de la racionalidad y ecuanimidad que hubiera
debido presidir su actividad como filósofo y como
científico.

Este rasgo de su carácter se puso también
de manifiesto en la serie de ocasiones en que discutió con
sus oponentes sin concederles que pudieran tener razón en
alguna de sus críticas y considerando en último
término que no habían sido capaces de entenderle,
en lugar de asumir que pudiera haber sido él mismo quien
había errado en la defensa sus teorías. Así
sucede en muchas ocasiones, pero de manera especial en las
respuestas a las objeciones presentadas por Gassendi, a quien
contestó de modo insultante en muy diversos momentos, como
cuando le dijo:

-"Todas las cuestiones que luego me proponéis
[…] son tan vanas e inútiles que no merecen
respuesta"[13].

-"No será necesario que responda a todas y cada
una de vuestras preguntas, pues tendría que repetir cien
veces las mismas cosas que ya he escrito. Responderé,
pues, en pocas palabras, a las que me merezcan la atención
de los lectores no del todo
ineptos"[14].

-"No me asombra que juzguéis que mi
demostración de todo eso no es clara, pues no he visto
hasta ahora que entendáis una sola de mis
razones"[15].

-"Me ha complacido, sobre todo, que un hombre de su
mérito […] no haya dado ninguna razón que
venza a las mías, y que nada haya opuesto contra mis
conclusiones que no tuviera fácil
respuesta"[16].

-"Esto es, señor, todo lo que he creído
tener que responder al grueso volumen de réplicas. Pues si
bien acaso daría mayor satisfacción a los amigos
del autor si las refutara todas, una tras otra, creo que no se la
daría a mis amigos, los cuales tendrían motivos
para reprenderme por haber gastado tiempo en algo tan poco
necesario, haciendo así dueños de mi tiempo a todos
los que quisieran perder el suyo proponiéndome cuestiones
inútiles"[17].

Su desprecio por Gassendi como consecuencia de sus
objeciones fue tal que, según indica Rodis-Lewis, en
cierto momento Descartes pensó que en caso de una
reedición latina de las Medi-taciones
Metafísicas
, suprimiría "todo lo que es de
Gassendi" con una nota que dijera: "Objeciones inútiles
rechazadas"[18]. Descartes demostraba de este
modo, como en muchas otras ocasiones, su peculiar capacidad para
aceptar críticas.

Por lo que se refiere a las terceras objeciones,
presentadas por Hobbes, Descartes no se atrevió a
ser tan directamente despectivo en sus respuestas, pero sí
a responder de manera muy desdeñosa, minimizando la
importancia de las objeciones del filósofo inglés
con excusas como la de que "no es preciso explicarlo con
más amplitud"[19] o la de que "no
podría insistir aquí sin causar fastidio a los
lectores"[20] o que lo que dice Hobbes "ha sido ya
suficientemente refutado con
anterioridad"[21].

Como consecuencia de la radical diferencia entre sus
respectivos planteamientos filosóficos, no es de
extrañar que Descartes sintiera una antipatía
especial por este gran filósofo, llegando a juzgarle como
despreciable, y considerando de manera suspicaz que
Hobbes había presentado sus Objeciones con la
finalidad de aumentar su propia fama. Por su parte Hobbes era
consciente de este desprecio y, por ello, en relación con
la publicación de su obra De cive en el
año 1642 llegó a escribir en una carta a
Sorbière: "si el señor Descartes llegara a notar o
sospechar los preparativos para la publicación de mi obra
(ésta u otra), estoy seguro que maniobrará lo que
pueda; créamelo usted, porque lo
sé"[22]. Y, efectivamente, según
escribe Rodis-Lewis, la opinión de Descartes acerca "del
inglés" no era precisamente amistosa, según le
comentó a su amigo el padre Mersenne, de manera que
prefería no tener

"más comercio con él […]. No
podríamos conversar juntos sin convertirnos en enemigos
[…] No creo tener que responder nunca más a lo que
pudiera enviarme este hombre, que creo tener que despreciar al
máximo"[23].

Por otra parte, en el Discurso del
Método
el propio Descartes reconoce al menos tener
una personalidad orgullosa, que de modo positivo le
impulsa a trabajar por mantener la reputación que ha ido
adquiriendo:

"Pero como tengo un corazón bastante orgulloso
como para querer que me tomen por otro del que soy, pensé
que era preciso tratar por todo los medios de hacerme digno de la
reputación que me daban"[24].

Sin embargo, como se ha podido comprobar, fueron mu-chas
las ocasiones en que la búsqueda de acciones que pudieran
servirle para sentirse orgulloso de sí mismo no fue noble
sino que estuvo acompañada del desprecio y del insulto a
quienes discrepaban de sus ideas. En definitiva, una consecuencia
de esta arrogancia era que en sus relaciones espontáneas
con sus iguales –pero no con aquellos que podían
representar una ayuda o una amenaza para sus propios objetivos-
era incapaz de aceptar la menor crítica a sus puntos de
vista y, por ello, como indica Watson, "se mostraba
dogmático en cuanto a sus propios puntos de vista y
acusaba a quienes disentían de interpretarlo mal o de ser
imbéciles. Era suspicaz, rápido para ofenderse y
encolerizarse, lento para aplacarse. Proclamaba que no le
afectaban los ataques personales, pero jamás olvidaba un
insulto, un desaire o una injuria"[25].

Por este mismo motivo, pidió a Mersenne que no le
enviara cartas de otro de sus críticos, Jean de Beaugrand,
"porque aquí ya tenemos bastante papel
higiénico"[26], o, refiriéndose a
Roberval, un importante rival como matemático,
comentó con ingeniosa ironía al mismo Mersenne: "Me
asombra que este hombre [= Roberval] pueda hacerse pasar por un
animal racional"[27].

Respecto a las Matemáticas llevó su
arrogancia al extremo de afirmar que nunca se descubriría
nada que no hubiera podido descubrir él, si se hubiera
tomado la molestia de buscarlo
[28]

Por otra parte, las discusiones y los
insultos que expresaban la altivez
dogmática de Descartes, no se limitaron a las relacionadas
con los matemáticos mencionados y con los teólogos
Voetius y Trigland, sino que fueron mucho más numerosas,
extendiéndose a su amigo Beeckman, a quien llegó a
calificar como jactancioso, estúpido,
ignorante y loco. Finalmente, hay que
señalar que su megalomanía se manifestó en
forma de osadía, la cual le impulsó a
defender de forma obcecada y como si se tratase de verdades
absolutas diversas teorías para las que no tenía
más base que la de su propia fantasía.

3.2. Admiración por la "nobleza de
sangre"

Por otra parte, la pertenencia de Descartes a la
nobleza, aunque baja nobleza, y su necesidad de encontrar en
dicha pertenencia un motivo más de satisfacción
para su megalomanía propiciaron que a lo largo de su vida
se mostrase llamativamente servil con quienes
consideraba superiores, como la princesa Elisabeth de Bohemia, la
reina Cristina de Suecia o las altas jerarquías de la
iglesia católica, cuyas buenas relaciones pretendió
mantener a toda costa, y a mostrarse altivo con quienes
consideraba inferiores, como fue el caso de diversos
matemáticos, teólogos y filósofos cuyas
críticas despreciaba, sin reba-jarse a analizarlas, tal
como ya se ha comentado.

a) La megalomanía de Descartes tuvo una
proyección especial en su ridícula
admiración por la nobleza, a la que se
sentía orgulloso de pertenecer, a pesar de que en su caso
sólo llegó a heredar de su madre el título
de "Señor de Perron", que vendió para conseguir el
dinero que tan fácilmente derrochaba. Como se ha
indicado antes, conviene matizar lo dicho teniendo en cuenta que,
a pesar de la venta de su título nobiliario, Descartes
siguió considerándose como "Señor de
Perron", pensando al parecer que la nobleza se llevaba en la
sangre y que no podía ser objeto de compra ni de venta, y,
posiblemente por ese motivo, con ese título siguió
apareciendo en uno de sus retratos, realizado en el año
1646.

b) Su mismo interés por asistir en Frankfurt a la
coronación del emperador Fernando II en el año
1619, cuando todavía no había surgido su
interés por la Filosofía y parecía
inclinarse hacia la profesión militar, no parece sino otra
muestra de su orgullo de clase[29]y de su
deseo de triunfar en ella, de manera que tal cualidad
debió de influir de forma decisiva en su
determinación inicial de seguir la profesión
típica de la nobleza, alistándose en 1618 en el
ejército de Mauricio de Nassau y un año
después en el de Maximiliano de Baviera, en lugar de
intentar ejercer algún cargo relacionado con sus estudios
jurídicos, como había hecho su padre.

c) Su relación posterior con la princesa
Elisabeth de Bohemia vino impulsada por el deslumbrante
resplandor de la princesa desde el punto de vista de su juventud,
de su belleza y de su capacidad intelectual, pero también,
en una importante medida, por su "nobleza de sangre", hasta el
punto de que Descartes parece haber estado convencido de que el
hecho de pertenecer a dicha clase social implicaba la
posesión de una serie de valores que difícilmente
podían estar al alcance de un plebeyo. En este sentido y
de manera explícita en una carta a la princesa le
comentó:

"no sentía extrañeza por lo que [el
embajador Chanut] me contaba [acerca de las excelentes cualidades
de la reina Cristina] porque, al caberme el honor de conocer a
Vuestra Alteza, sabía hasta qué punto las
personas de alta alcurnia podían ser superiores a los
demás
"[30].

Y en una carta al embajador Chanut, le dice en este
mismo sentido

"no es preciso que las personas de alta cuna,
sean del sexo que sean, tengan muchos años para poder
superar cumplidamente en erudición y en
méritos a los demás
hombres
"[31].

Por otra parte, las palabras de Descartes son tan
absurdas que inducen a pensar que pudieron estar inspiradas no
tanto por su alta valoración de la nobleza como
especialmente por su interés calculado en
mostrarse especialmente halagador con aquellas personas, que, por
su "nobleza de sangre", podía convenirle tenerlas de su
parte en cualquier circunstancia. En este caso concreto y dada su
infravaloración intelectual de la mujer –de que
más adelante se hablará-, la expresión
introducida en este último párrafo, "sean del sexo
que sean", es una forma calculada de excluir de ese grupo de
mujeres infradotadas tanto a la princesa Elisabeth como a la
reina Cristina, a quien de manera indirecta iba también
dirigida esa carta.

d) Asimismo, el hecho de que en el año 1649
decidiese aceptar la invitación de acudir a la corte de la
reina Cristina, previa y sutilmente solicitada por él a
través de los buenos oficios del embajador Chanut, hay que
relacionarlo no sólo con los motivos económicos y
con su necesidad de escapar a las tensiones tan fuertes a que
estaba sometido por las duras discusiones con los teólogos
protestantes holandeses[32]sino también con
su especial debilidad por relacionarse con la nobleza. Por ello,
cuando se plantean las causas de su decisión de marchar a
la corte sueca, hay que tener en cuenta esta incierta pero
también atractiva aventura consistente en la
satisfacción de su vanidad y de su amor propio, ya que
representaba una forma arrogante de alejarse de aquellos
teólogos holandeses para relacionarse con la
nobleza
, más capaz, al parecer, de valorar su
filosofía.

e) Otra muestra de su arrogante sentimiento de clase
puede verse en su ataque a Voetius, cuando le descalificó
mediante una larga serie de insultos y de frases con las que
pretendía marcar las distancias entre ellos
diciéndole despectivamente:

"ningún plebeyo puede hablar acerca de
estas cosas con mayor inepcia que
usted"[33].

f) Finalmente, su misma utilización continuada de
aquel título que vendió, el de "Señor de
Perron", y el hecho de que desde que emigró a Holanda
siempre tuviera a su servicio un criado son una
manifestación más de ese ridículo orgullo de
clase, relacionado con su pertenencia a "la nobleza".

g) Esa misma megalomanía le condujo igualmente a
desarrollar un espíritu dogmático, que le
cegó a la hora de ser capaz de replantearse sus puntos de
vista, en cuanto su seguridad de encontrarse en posesión
de la verdad le impedía revisar cualquier doctrina que
hubiera asumido previamente como válida, siendo muy raras
las ocasiones en que rectificó respecto a cualquier punto
de vista, una vez que lo había asumido como verdadero, a
no ser que las críticas provinieran de la alta
jerarquía católica, como sucedió en el caso
de su defensa del heliocentrismo, que decidió rechazar en
1633 al enterarse de que la jerarquía católica de
Roma había condenado a Galileo por haberlo defendido. En
su lugar defendió posteriormente la extraña
teoría de los torbellinos, calculando quizá que tal
doctrina podía ayudar a que la jerarquía
católica aceptase de algún modo el movimiento de la
Tierra sin que tal aprobación apareciese como una
concesión a la teoría copernicana, contraria a las
doctrinas católicas, y calculando tal vez que dicha
jerarquía le pagaría ese favor otorgándole
ayuda y patrocinio para su obra filosófica.

Por todos estos motivos Revius llegó a la
conclusión de que "quizá sea cierto que Descartes
intenta liberarse de todos los prejuicios, pero hay uno al que
Descartes permanece apegado en especial, la convicción de
que está absolutamente acertado en
todo"[34].

3.3. Servilismo

En aparente paradoja con su orgullo y arrogancia,
Descartes adoptó igualmente una actitud servil con las
personas pertenecientes al alto clero y con las de una "nobleza
de sangre" claramente superior a la suya, como la princesa
Elisabeth y, sobre todo, la reina Cristina de Suecia. Este
servilismo estaba en sintonía con su misma personalidad
calculadora, en cuanto iba dirigido a la obtención de
favores especiales de aquellos cuya posición social y
política podía servirle de ayuda en cualquier
momento.

En efecto, por lo que se refiere a esta
característica de su personalidad tiene interés
mencionar sus cartas a la princesa Elisabeth, en las que le
tributa las más galantes y exageradas adulaciones que,
aunque hayan podido verse acertadamente como manifestaciones de
su enamoramiento y de una auténtica admiración por
ella, parecen igualmente derivadas, al menos en sus inicios, de
intereses de otro orden, como el de contar con el favor de una
persona de su alcurnia, en cuanto podría influir en el
aumento de su prestigio, así como el de conseguir una
ayuda de los gobiernos de Francia, Holanda, Suecia o de la propia
familia de la princesa, que le sirvieran para mantener su
despreocupado tren de vida o, al menos, la continuidad de su
comodidad económica.

Como puede comprobarse mediante la lectura de su
correspondencia, las palabras dirigidas a la princesa Elisabeth
llaman la atención por su exagerada afectación, al
margen de que las cualidades de la princesa fueran realmente
excelentes y aceptando que las costumbres epistolares de aquellos
tiempos fueran ritualmente galantes. En este sentido, en una
carta dirigida a la princesa, cuando ésta tenía
sólo veinticinco años, le dice:

"El favor con que Vuestra Alteza me ha honrado,
haciéndome recibir sus órdenes por escrito es mayor
de lo que jamás me hubiera atrevido a esperar; compensa
mejor mis defectos que el favor que hubiera deseado con
pasión, esto es, el de recibirlas de vuestros propios
labios si hubiese tenido el honor de saludaros y ofreceros mis
muy humildes servicios cuando estuve últimamente en La
Haya. Pues hubiera tenido demasiadas maravillas que admirar al
mismo tiempo; y viendo salir discursos más que humanos
de un cuerpo tan semejante a los que los pintores dan a los
ángeles, hubiera sentido un arrebato como el que sin duda
deben de experimentar aquellos que acaban de llegar al cielo tras
la terrenal estancia
"[35].

Posteriormente, su dedicatoria de los Principios de
la Filosofía
a la princesa fue llamativamente
apasionada, pero en este caso Descartes no se estaba dejando
guiar por otro interés que el de manifestarle abiertamente
su admiración y su adoración, ligeramente
encubiertas por la referencia que hizo a sus extraordinarias
cualidades intelectuales:

"he podido apreciar tales cualidades en Vuestra Alteza
que creo de interés para el género humano
proponerlas como ejemplo a la posteridad […] Por lo
demás, la máxima agudeza de vuestro
espíritu incomparable
se conoce en que habéis
indagado todas las profundidades de estas ciencias y las
habéis aprendido cuidadosamente en muy poco tiempo
[…] Nunca encontré a nadie que haya entendido
tan perfectamente los escritos que he publicado
[…]
Me resulta imposible no dejarme arrebatar por un sentimiento
de enorme admiración
cuando considero que un
conocimiento tan vario y tan perfecto de todas las cosas
no
se halle en un viejo sabio que ha empleado muchos años
para instruirse, sino en una princesa, joven aún, cuya
belleza y edad se parece más a la que los poetas atribuyen
a las Gracias que a la de las Musas o de la sabia Minerva
[…] Y esta sabiduría tan perfecta que advierto
en Vuestra Majestad me ha subyugado tanto
que no sólo
pienso que debo consagrarle este libro de filosofía
[…] sino que no tengo más deseo de filosofar
que el de ser, Señora, de Vuestra Alteza, el más
humilde, el más obediente y el más devoto
servidor
"[36].

Este "espíritu incomparable" de la princesa, que
podía determinar que sus cualidades excepcionales fueran
de interés para el género humano, no fue
al parecer tan "excepcional", pues en una carta posterior
dirigida a la reina Cristina, meses antes de su viaje a Suecia,
le había expresado otra serie de galanterías en un
estilo muy similar, refiriéndose igualmente a la
importancia de sus obras para el "bien general de toda la tierra"
y expresándole su disposición para cumplir
cualquier cosa que le quisiera ordenar:

"Si sucediera que me enviaran una carta desde los
cielos, y si la viera bajar de las nubes, no podría sentir
sorpresa mayor ni recibirla con mayor respeto y veneración
que los que he sentido al recibir la que Vuestra Majestad se ha
dignado escribirme […] una princesa a la que tan alto ha
colocado Dios, a la que agobian tan importantes asuntos de
gobierno, de los que se ocupa en persona, y cuyas obras
más nimias pueden tanto por el bien general de toda la
tierra
que cuantos amen la virtud tienen forzosamente que
considerarse dichosísimos si se les brinda alguna
ocasión de servirla […] Me atrevo a asegurar con
vehemencia a Vuestra Majestad que haré siempre cuanto
esté en mi mano por cumplir cualquier cosa que quiera
mandarme y ninguna me parecerá excesivamente
dificultosa"[37].

Igualmente y en relación con las altas
jerarquías de la iglesia católica
, tan
poderosa y peligrosa en aquel tiempo, el pensador francés
tuvo la actitud de un lacayo sumiso, como puede comprobarse en
múltiples ocasiones, como en una carta al padre Mersenne
en la que se declara "servidor" del cardenal Bagni y le comunica
que siente un inmenso respeto por todos los adalides de
la iglesia católica:

"Si escribís al doctor del cardenal Bagni,
agradecería le dijerais que nada me impide publicar mi
filosofía excepto la prohibición contra el
movimiento de la Tierra, que no sé cómo separar de
mi filosofía, pues toda mi física depende de ello
[…] Os pido que sopeséis la opinión del
cardenal, pues siendo su servidor, mucho me afligiría
disgustarle, y siendo muy celoso de la religión
católica, siento inmenso respeto por todos sus
adalides
"[38].

Frases tan atentas y humildes y tan llenas de
admiración hacia quienes consideraba como personas de
especial rango aristocrático, muy superior al suyo, tanto
en el ámbito de la nobleza como en el del clero
católico, contrastan llamativamente con el tratamiento que
dio a Voetius, profesor de Teología protestante y rector
de la Universidad de Utrecht, con quien había mantenido
una fuerte discusión acerca del libre albedrío y de
la predestinación humana. Voetius, por medio de un amigo,
le había acusado de ateísmo, y Descartes le
respondió de manera especialmente insultante y arrogante,
de forma que, haciendo alusión al supuesto origen
plebeyo de su crítico, le dijo:

"Después objeta [usted] cosas tan
estúpidas que no son dignas de mención,
pues sólo prueban que ningún plebeyo puede
hablar acerca de estas cosas con mayor ineptitud que
usted […] Las restantes observaciones que mezcla usted con
éstas se apartan tanto del tema que parecen reproducir
palabras incoherentes de loro más que
razonamientos de filósofos"[39].

3.4. Tendencia al derroche

Su megalomanía se manifestó igualmente
como tendencia al derroche con el dinero heredado de sus
padres, que le llevó a vivir despreocupado de su
economía hasta los últimos años de su vida.
El derroche iba tradicional y naturalmente unido a la nobleza, en
cuanto, junto con el alto clero, era la clase social que se
encontraba en posesión de las mayores riquezas. Por ello,
con su actitud derrochadora Descartes parecía querer
mostrar a sus "amigos" su propia "nobleza", viéndola tal
vez como una manifestación de la virtud
aristotélica de la magnificencia
(megaloprepéia).

Nobleza de sangre y vida humilde no encajaban demasiado
y, por ello, aunque el derroche por sí mismo no fuera una
debilidad en él, era el tributo que debía pagar
para poner de manifiesto su esplendidez aristocrática. Y
ése fue uno de los motivos que le llevaron a gastar
alegremente la herencia materna recibida en 1621, viviendo de
rentas y sin preocuparse por encontrar trabajo alguno como medio
de vida, y que le llevaron a derrochar posteriormente la herencia
de su padre hasta quedar arruinado en 1649, poco antes de acudir
a la corte sueca.

Todo ese capital lo fue derrochando no precisamente por
"su desprecio al dinero", como escribió Rodis-Lewis, sino
porque, entre otros caprichos, pocos meses después de la
muerte de su padre se permitió el de alquilar el castillo
de Endegeest, con servicio de criados incluido, a lo largo de
más de dos años, desde marzo de 1641 hasta mayo de
1643[40]en lugar de conformarse con una casa
más sencilla donde vivir con mayor austeridad, teniendo en
cuenta que en aquellos años sus ingresos eran
exclusivamente los derivados de aquella herencia. Descartes
alquiló ese castillo porque quería que sus amigos
se enterasen de que pertenecía a la nobleza, de que era
una persona ilustre, de que le sobraba el dinero y de que
podía gastarlo como quisiera –y, quizá
también, de que su tarea era tan importante que para
realizarla necesitaba vivir al menos en un castillo-.

Su despreocupación por el control de su
economía le condujo finalmente a agotar la herencia
paterna y a tomar conciencia de la necesidad de buscar otra
fuente de ingresos, la cual consiguió en principio
solicitando una pensión del estado francés, que al
parecer consiguió durante el año 1647 muy
posiblemente por la mediación de "su amigo" J. Silhon ante
el cardenal Mazarino. Más adelante se interesó por
conseguir un cargo en París sin llegar a obtenerlo,
así que finalmente trató de encontrar un cargo en
la corte de la reina de Suecia que le proporcionase nuevos
recursos económicos cuando ya estaba arruinado y lleno de
deudas, pues, según señala Watson, aunque el dinero
no fuera el único motivo, "Descartes tomó la
decisión de ir a Suecia porque su situación
económica era precaria"[41].

Quizá, por lo que se refiere al trabajo,
Descartes, de acuerdo con la tradición de la nobleza,
consideraba que el las tareas físicas no eran precisamente
dignas de un noble sino propias de la clase plebeya, y que, en
consecuencia, este tipo de trabajos era humillante para su
dignidad. Por todo ello, resultan nuevamente sorprendentemente
ridículas y absurdas las palabras de Rodis-Lewis cuando
habla del "desprecio" de Descartes por el dinero diciendo: "Lo
acompañaba siempre un criado, seguramente venido de
Francia, con el que piensa quedarse cuando quiere ir a Alemania.
Descartes, que al alistarse no había recibido nada
más que una moneda simbólica, cosa que debía
de satisfacer su desprecio por la riqueza, proveía para
los dos"[42].

Realmente es difícil de comprender esa
adoración de Rodis-Lewis por Descartes, muy similar, por
cierto, a la de su compatriota Baillet, que le lleva a ser
incapaz de una mínima objetividad. Dice Rodis-Lewis con la
mayor ingenuidad del mundo que Descartes despreciaba la riqueza,
como si no se hubiera preocupado por recoger su herencia materna
cuando alcanzó la mayoría de edad ni la paterna
cuando murió su padre, ni de reclamarle a su hermano un
aumento en su asignación, ni se hubiera preocupado por
buscar una pensión o por acudir a la corte sueca para
resolver sus problemas económicos. Parece considerar que
el hecho de que Descartes fuera un derrochador equivalía a
que no le importase el dinero. Lo que sí podría
haber dicho esta biógrafa es que Descartes no apreciaba el
dinero hasta el punto de ponerse a trabajar por conseguirlo,
porque, por suerte para él, siempre lo tuvo y lo
derrochó mientras pudo. Además, también
necesitaba el dinero para pagar los servicios de su criado y
también aquí Rodis-Lewis parece admirarse
igualmente de la actitud "caritativa" de Descartes al reflejar
que éste "proveía para los dos", como si la actitud
de Descartes fuera realmente admirable por el hecho de pagar la
manutención de su criado.

Por otra parte, cuando Rodis-Lewis hace referencia a la
moneda que cobró Descartes por su alistamiento en el
ejército, debería haber tenido en cuenta que eso
era lo que cobraba un soldado voluntario en aquellos momentos en
los que el carácter de voluntario le permitía estar
libre de la obligación de participar en las batallas en
que lo hiciera el ejército al que perteneciera.
También podría haber reflexionado acerca de
qué edad y qué necesidades tenía Descartes
cuando se alistó y qué objetivos eran los que
realmente le interesaban en aquellos momentos. Pero parece que a
Rodis-Lewis le resultó más atractiva la idea de que
Descartes era una persona altruista y desprendida, que
"despreciaba el dinero".

3.5. Frivolidad intelectual

Partes: 1, 2, 3

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