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R. Descartes, genio y figura… y lacayo fiel de la Secta Católica (página 3)



Partes: 1, 2, 3

Parece evidente que la princesa Elisabeth no
podía dejar de ser consciente del enamoramiento que las
palabras de Descartes dejaban traslucir en estas cartas, y que
tal sentimiento, lejos de molestarla, le agradaba hasta el punto
de que en su respuesta a esta última carta quiso ser
especialmente amable manifestándole cuán necesitada
estaba de su amistad, a la vez que sutilmente le señalaba
los límites dentro de los cuales podía seguir
recibiendo su afecto como expresión de ella. En este
sentido le escribió:

"Y aunque [los médicos] hubieran sido lo bastante
sabios para sospechar la parte que correspondía al alma en
los desórdenes de mi cuerpo, no me habría yo
sincerado con ellos. Pero con vos lo hago sin escrúpulos,
en la seguridad de que el candoroso relato de mis defectos no me
privará de la amistad que me profesáis,
sino que la acrecentará tanto más cuanto
veréis, al percataros de ellos, cuán necesitada
estoy de esa amistad
"[85].

Estas palabras de la princesa debieron de provocar en
Descartes angustiosos sentimientos contradictorios, pues, por una
parte, la princesa le hablaba de amistad, pero, por
otra, al utilizar la expresión "cuán necesitada
estoy…" refiriéndola a esa amistad, la
frase tenía su agridulce veneno, pues, mientras es normal
unir los conceptos de necesidad y amor, que es
un sentimiento especialmente intenso, no lo es unir los conceptos
de necesidad y amistad, que parece referirse a
un sentimiento más apaciguado que el del amor y, por ello
mismo en escasas ocasiones aparece asociado con la intensidad que
reflejaría la expresión utilizada por la princesa
"cuán necesitada estoy de esa amistad". Si un varón
escribiese a otro expresándole cuán
necesitado estaba de su amistad, seguramente
eso sería un motivo suficiente para que el segundo se
preguntase cuáles eran los auténticos sentimientos
del primero. Parece, pues, que lo que la princesa le estaba
diciendo a Descartes de modo tácito era que le
hacía muy feliz sentirse tan querida por él, pero,
de modo expreso, sólo lo mucho que necesitaba su amistad.
Era su manera de mantener las distancias sin dejarlo
marchar.

Como ejemplo de otro párrafo en el que de manera
más explícita Descartes declara su amor por la
princesa, puede verse el siguiente:

"nada me ocupa el pensamiento con más frecuencia
que recordar los méritos de Vuestra Alteza y desearle
tanto contento y felicidad como merece […] Pues nada hay
en el mundo a lo que tanto aspire con más celosa
devoción que a dar testimonio de que soy, en todo cuanto
pueda, el más humilde y obediente servidor de Vuestra
Alteza"[86].

Más adelante, en febrero de 1647, la princesa se
despidió con unas palabras especialmente amables que
calaron muy hondo en Descartes, quien le respondió con
otras todavía más efusivas. En efecto, escribe la
princesa:

"Le he prestado vuestros Principios [a un
médico llamado Weis], y me ha prometido referirme las
objeciones que tenga; si las tiene, y merecen la pena, os las
enviaré para que podáis formaros un juicio de la
capacidad del hombre que me ha parecido más sensato de
entre los doctos de estos lugares, ya que es capaz de apreciar
vuestros argumentos. Aunque no me cabe duda de que nadie lo
será de estimaros más de lo que os estima vuestra
muy devota amiga y servidora

ISABEL"[87].

Como puede observarse, la princesa utiliza aquí
justamente ese mismo tipo de términos ("estima", "devota
amiga", "servidora") que Descartes consideraba que se utilizaban
cuando no era socialmente correcto mencionar la palabra "amor".
Pero además la princesa llega a decirle que nadie
será capaz de estimarle más que ella y esas
palabras no pudieron pasar inadvertidas para la apasionada
perspicacia del pensador francés, el cual, no siendo
consciente de hasta qué punto las palabras de la princesa
podían tener o no un sentido cercano al tipo de
sentimiento que él hubiera deseado, en su carta del mes
siguiente le respondió:

"Sabiendo que está Vuestra Alteza satisfecha de
hallarse en el lugar en que se halla, no me atrevo a hacer votos
por su regreso, por más que me cueste mucho no desearlo, y
muy especialmente ahora que me encuentro en La Haya […]
Mas no me iré antes de dos meses, para poder tener antes
el honor de recibir los mandatos de Vuestra Alteza, que
tendrán siempre más poder sobre mi persona que
cualquier otra cosa en el
mundo
"[88].

Y, finalmente, la carta en la que se advierte el
enamora-miento apasionado de Descartes de un modo que
difícilmente hubiera podido ser más claro sin
utilizar la fórmula ritual empleada para la
expresión de tal sentimiento es la ya citada en la primera
parte de este estudio, de febrero de 1649, en la que el pensador
francés le expresa que viviría feliz toda su vida
en cualquier lugar en el que ella estuviera:

"no hay lugar en el mundo, tan rudo y tan falto de
comodidades, en el que no me considerase dichoso de pasar el
resto de mis días, si Vuestra Alteza estuviera en
él, y yo pudiera servirle de alguna
manera"[89].

Es en verdad difícil encontrar una
declaración de amor que, sin utilizar este término,
sea más evidente y clara, y, por ello mismo, resulta
sorprendente que sólo algunos críticos hayan
aceptado que Descartes estuviera enamorado de ella, mientras que
otros han opinado que se trataría de un "amor
platónico", cuando lo único que tenía de
"platónico" era que la princesa no tenía por
él un sentimiento recíproco y por eso su
relación no pudo ir más allá de aquella
correspondencia escrita y de las ocasiones en que Descartes pudo
extasiarse contemplándola personalmente.

Por otra parte, una declaración como ésta,
tan llena de intenso sentimiento, aunque estratégicamente
colocada casi al final de la carta, tiene el interés
añadido de que Descartes la escribe cuando la
decisión de acudir a la corte sueca la tenía ya
casi tomada, y es seguro que una insinuación en sentido
contra-rio por parte de la princesa Elisabeth le hubiera
determinado a cambiar de planes. Por eso, cuando los
críticos se preguntan por los motivos de la marcha de
Descartes a la corte sueca, además de hacer referencia a
sus problemas económicos y a la hostilidad que le estaban
manifestando los teólogos holandeses, habría que
añadir su necesidad de escapar de esta situación en
la que la tristeza y el sufrimiento por no sentirse correspondido
por la princesa le llevaron a intentar un cambio radical en su
vida que determinó incluso que al poco tiempo tratase de
desplazar sus sentimientos hacia ella por una ciega
admiración hacia la reina Cristina. Pues, efectivamente,
una vez en la corte sueca, sus sentimientos por la princesa se
fueron enfriando, y, a partir de ese momento, al parecer con
cierto despecho, en octubre de 1649 le escribió
hablándole con admiración de las extraordinarias
virtudes de la reina, destacando en ella además

"una dulzura de carácter y una bondad que fuerzan
a todos aquéllos que tienen el honor de acercarse a ella a
entregarse con devoción a su
servicio"[90].

Le contó poco más adelante que, al
preguntarle la reina por la princesa Elisabeth, le habló
de lo que pensaba de ésta y aprovechó la
ocasión para decirle que del mismo modo que no pensaba que
la reina fuera a sentir celos por lo bien que le hablaba de la
princesa, igualmente confiaba en que ella no sentiría
celos por lo bien que le estaba hablando de la reina:

"no temí que sintiera
envidia[91]alguna, de la misma forma que tengo la
seguridad de que Vuestra Alteza tampoco puede sentirla porque le
refiera sin rodeos lo que de esta reina
opino"[92].

Parece que la intención con que escribió
estas palabras pudo ser la de expresar a la princesa, aunque de
forma velada, que había superado aquella dependencia
afectiva tan absoluta que en los últimos tiempos
había sentido por ella, pues había encontrado a
otra persona cuyos méritos eran similares o tal vez
superiores a los suyos. Pero, en cualquier caso, Descartes
logró mantener una actitud de entereza ante la princesa,
aunque cediendo un poco a la tentación de una
pequeña venganza al referirse a la posibilidad de que la
princesa pudiera sentir celos por la admiración que
él decía sentir hacia la reina Cristina. No
obstante y a pesar de la expresión de tal
admiración hacia la reina, hacia el final de la carta
Descartes manifiesta a la princesa:

"Bien considerado, y aunque siento la mayor
veneración por Su Majestad, no creo que haya nada que
pueda retenerme en este país más allá del
próximo verano"[93].

Por su parte, dos meses más tarde la princesa,
que se había percatado de la intención de su
enamorado admirador desengañado, lo único que hizo
fue dejar claro que, por supuesto, no sentía celos de
ninguna clase, sintiéndose quizá molesta porque se
le hubiera ocurrido tal idea. En este sentido, le
dijo:

"No creáis en forma alguna que tan
halagüeña descripción [de la reina Cristina]
me da motivo de celos"[94],

dándole a entender con tales palabras que sus
sentimientos hacia él no tenían nada que ver con el
amor. Hacia el final de su carta y en referencia al comentario de
Descartes acerca de su regreso de Suecia, la princesa
aprovechó la ocasión para contestarle igualmente
con cierta ironía:

"Creo […] que peco en contra de su servicio [a la
reina] al congratularme sobremanera con la noticia de que la
gran veneración que por ella sentís no os
obligará a permanecer en Suecia
. Si dejáis ese
país este invierno, espero que lo hagáis en
compañía del señor Kleist, pues así
os será más fácil proporcionar la dicha de
volver a veros a vuestra muy devota amiga y servidora

ISABEL"[95].

¿Qué sentido tenía esa
petición de Descartes a la princesa de que no sintiera
celos por su valoración tan positiva de la reina Cristina?
¿Qué sentido tenía también la
aclaración de la princesa de que no sentía celos
por esa descripción de las virtudes de la reina? Es
evidente que un comentario de este tipo, realizado en una
correspondencia entre dos personas entre las cuales sólo
hubiera habido una relación de amistad, como, por ejemplo,
entre Descartes y el padre Mersenne, no habría requerido
la precaución de que una de ellas pidiera a la otra que no
sintiera celos por las alabanzas dirigidas a una tercera persona.
Una petición de esa clase habría sido realmente
insólita y sorprendente, pues la referencia a los celos
surge normalmente cuando el comentario positivo acerca de una
tercera persona -en este caso, acerca de otra mujer– se le hace a
la persona con la que existe una relación afectiva de
carácter similar, como suele ser el de las relaciones
amorosas entre parejas. Y ese sentimiento amoroso es el que
había existido en Descartes respecto a la princesa
Elisabeth, aunque sin un sentimiento recíproco por parte
de ella. Ésta sentía con agrado el "amor
cortés" del filósofo en cuanto éste no le
exigiera a cambio un sentimiento similar, conformándose
con un sentimiento de amistad mucho menos intenso y mucho
más libre. Descartes debía conformarse con
expresarle su amor de manera más o menos encubierta o
descubierta, que pudo disfrazar hasta cierto punto como
cariño de padre y maestro, y tal relación le
permitía contar al menos con la amistad de la princesa.
Pero ahí se encontraba el límite afectivo que ella
ponía a sus relaciones con el filósofo.

Por otra parte, en la carta de respuesta de la princesa
Elisabeth parece haber una burlona ironía cuando dice a
Descartes: "Me siento culpable de una falta contra su servicio [a
la reina] al congratularme sobremanera de que la gran
veneración que por ella sentís no os
obligará a permanecer en Suecia
"[96].
Es decir, que lo que de manera velada parece decirle es que esa
veneración hacia la reina, anteriormente manifestada por
Descartes, le parecía bastante fingida, puesto que era
incapaz de retenerle en la corte.

No obstante, a pesar de sus anteriores manifestaciones
tan llenas de apasionado sentimiento hacia la princesa Elisabeth,
se puede afirmar que Descartes concedió a la reina
Cristina, al menos de manera idealizada, cuando todavía no
la conocía en persona –ni conocía su
lesbianismo o sus costumbres varoniles-, un afecto y una
admiración similar al que había sentido por la
princesa, aunque este sentimiento estuviera motivado por un
espejismo momentáneo, provocado por el vacío
producido en él como consecuencia de su decepción
ante la falta de respuesta de la princesa a su declaración
de amor, velada en apariencia, pero muy clara en
realidad.

Ya se ha hablado de la debilidad que Descartes
sentía hacia la "nobleza de sangre" y en este sentido
parece cierto que la reina Cristina, seguramente por su
pertenencia a la alta nobleza, pudo haber provocado en Descartes
una admiración similar a la que le había causado la
princesa Elisabeth, tal como puede verse cuando, en una carta a
Chanut fechada cuatro días después de la escrita a
Elisabeth hablándole de la reina Cristina y siendo
Descartes casi con seguridad astutamente consciente de que Chanut
no tardaría mucho en mostrar esa carta a la reina, le
había dicho:

"creo que esta princesa [es decir, la reina Cristina]
está hecha más a imagen y semejanza de Dios que el
resto de los hombres"[97].

Y justo en esa misma fecha y en relación con la
carta que la reina le había escrito, le respondió
de un modo exageradamente fascinado –en la forma al
menos-:

"Si una carta me hubiera llegado desde el cielo, y la
hubiera visto descender de las nubes, no habría estado
más sorprendido, ni la habría recibido con mayor
respeto y veneración de los que he sentido al recibir
aquella que vuestra majestad ha consentido
escribirme"[98].

Párrafos como éste son, por otra parte,
una clara prueba de que no era precisamente la reina la
más interesada en la visita de Descartes sino que, por el
contrario, fue Descartes el interesado en acudir a ella por los
motivos antes indicados.

Por otra parte, la importancia de la relación
entre Descartes y la princesa Elisabeth no tuvo un
carácter exclusivamente afectivo sino que fue
especialmente valiosa desde el punto de vista intelectual en
cuanto fue un incentivo importante que impulsó al pensador
francés a tratar de profundizar en el estudio de diversas
cuestiones filosóficas, como las que dieron lugar a la
obra dedicada a ella, Los principios de la
Filosofía
, su escrito Las pasiones del alma,
posteriormente ampliado para ofrecér-selo a la reina
Cristina, y al tratamiento de cuestiones filosóficas y
teológicas en las que la princesa mostró especial
interés, como la de la unión entre el alma y el
cuerpo y como la del libre albedrío, al margen de que
Descartes fuera incapaz de dar una respuesta acertada acerca de
tales cuestiones.

 

 

Autor:

Antonio García
Ninet

Doctor en Filosofía

[1] DFL, p. 183. Escribe Watson poco
más adelante, mencionando a Roverval, otro
matemático famoso contemporáneo de Descartes, que
“Roberval amaba los debates y despreciaba a Descartes. A
su vez, Descartes no soportaba a Roberval. Cada cual era un
geómetra superlativo y cada cual tenía un ego
colosal” (DFL, p. 189).

[2] Carta a Mersenne, diciembre de 1637.

[3] MM, “Carta a los señores
decanos”; AT IX 8. La cursiva es mía.

[4] PF, Dedicatoria a la princesa Elisabeth;
AT VIII 4.

[5] Ibidem.

[6] “…il n’y a aucun
phainomene en la nature, dont l’explication ait
esté obmise en ce Traitté” [y]
“i’ay prouué qu’il n’y a rien en
tout ce monde visible, sinon les choses que j’y ay
expliquées” (PF, IV, Parág. 199; Chez
Michel Bobin & Nicolas Le gras, Paris, MDCLVIII). Se ha
modificado la grafía con que aparece la letra
“s” en la edición de 1658. La cursiva es
mía.

[7] R-L, p. 131. La cursiva es
mía.

[8] R-L, p. 140.

[9] R-L, p. 203. La cursiva es mía

[10] Carta de 9 de febrero de 1645; AT IV
176.

[11] AT IV 156-158.

[12] AT IX 2 20.

[13] MM, Respuestas a las quintas objeciones
(citadas en adelante con las siglas “RQO”).

[14] MM. RQO.

[15] MM, RQO.

[16] MM, RQO.

[17] MM, Carta de Descartes al señor
Clerselier, p. 750 (relacionada con las objeciones de
Gassendi); KRK Ediciones, Oviedo, 2005.

[18] R-L, p. 230.

[19] MM, Respuestas a las terceras objeciones
(citadas en adelante con las siglas “RTO”).

[20] MM, RTO.

[21] MM, RTO.

[22] Citado por F. Tönnies en su obra
Hobbes, p. 52. Alianza Editorial, Madrid, 1988.

[23] Cartas a Mersenne, 18 de febrero y 4 de
marzo de 1641.

[24] DM, III; AT VI 30 -31.

[25] DFL, p. 176.

[26] DFL, p. 191.

[27] Carta a Mersenne, 19 de junio de
1638.

[28] AT I 483.

[29] En su estudio acerca de “La
libertad cartesiana”, Sartre se refiere a Descartes
calificándolo como “hombre independiente y
orgulloso”. Y acierta al llamarlo orgulloso, pero
calificarlo como independiente, aunque parece correcto por lo
que se refiere a sus decisiones sobre su propia vida, no lo es
en relación con sus escritos si se tiene en cuenta el
enorme cuidado que puso en no publicar su obra El mundo cuando
se enteró de que la jerarquía católica
había condenado el heliocentrismo defendido por Galileo,
y si se tiene en cuenta su preocupación por evitar
escribir algo que pudiera interpretarse en un sentido contrario
a los dogmas católicos. También lo califica de
“sabio dogmático y buen cristiano” y
aquí acierta especialmente en lo de
“dogmático”, y también en lo de
“sabio” y en lo de “buen cristiano”,
especialmente si, en cuanto “sabio”, atendemos a
sus aciertos y olvidamos sus errores, y si, por “buen
cristiano” se entiende un hombre que se sometió a
las doctrinas de la iglesia católica, al margen de que
lo hiciera por interés o por temor, pero no
necesariamente por convicción.

[30] Carta a la princesa Elisabeth, La Haya,
6 de junio de 1647. La cursiva es mía.

[31] Carta a Chanut, 1 de noviembre de
1646.

[32] Descartes sentía la necesidad
acuciante de escapar de la amargura que le estaban causando las
duras controversias, las críticas y el rechazo que su
filosofía estaba teniendo últimamente en Holanda,
tanto por sus propios contenidos como especialmente por sus
enfrentamientos con algunos teólogos protestantes, como
Voetius, rector de la universidad de Utrecht, quien criticaba
entre otras cosas que diversos aspectos de su filosofía,
como el de la duda metódica, conducían al
escepticismo y al ateísmo por la imposibilidad
teórica de superarla. Además, su filosofía
se enfrentaba con el calvinismo imperante en aquel lugar, tal
como había reconocido el propio filósofo en una
carta a la princesa Elisabeth en su carta del 10 de mayo de
1647.

[33] Carta a Voetius, marzo de 1643; AT VIII
B 166. La cursiva es mía.

[34] DFL, p. 219.

[35] Carta a Elisabeth, 21 de mayo de 1643,
AT III 663-664. La cursiva es mía.

[36] PF, Dedicatoria a la princesa Isabel; AT
VIII 4: “Et cette ságesse si perfaite
m’oblige à tant de vénération, que
non seulement je pense lui devoir ce livre, puisqu’il
traite de philosophie […], mais aussi je n’ai pas
plus zèle à philosopher […] que j’en
ai à être, Madame, de Votre Altesse le très
humble, très obéissant et très
dévot serviteur”. La cursiva es mía.
Conviene tener en cuenta que cuando Descartes escribe esta
dedicatoria, la princesa sólo tenía 26
años mientras que él tenía ya 48. Es de
suponer que Descartes no debió de comunicar en
ningún momento a la princesa su opinión,
expresada al padre Vatier, acerca de la limitada capacidad
intelectual de la mujer para la comprensión de las
cuestiones filosóficas.

[37] Carta a Cristina de Suecia, 26 de
febrero de 1649. La cursiva es mía.

[38] Carta a Mersenne, diciembre de 1640. La
cursiva es mía.

[39] Carta a Voetius; AT VIII B 60, 166-168.
La cursiva es mía.

[40] R-L, p. 192 y DFL, p. 228.

[41] DFL, p. 267. En relación con la
situación económica de Descartes pocos
días antes de su marcha a Suecia indica Watson
igualmente que “era caótica y desesperada”
(DFL, p. 268).

[42] R-L, p. 43.

[43] Respecto a esta cuestión
Descartes había respondido de modo incoherente
defendiendo ambas posturas y pasando por alto en cada caso la
respuesta contraria dada en el otro. Más adelante se
mostrará un análisis más detallado.

[44] DFL, p. 228.

[45] AT I 14-21.

[46] Carta a Chanut, 6 de marzo de 1646.

[47] Ibidem.

[48] Carta a Chanut, 1 de noviembre de
1646.

[49] Carta a Chanut, 1 de febrero de
1647.

[50] Ibidem.

[51] Carta a Chanut, 6 de junio de 1647. La
cursiva es mía: En esa frase se observa la tendencia
cartesiana a la admiración hacia aquellos personajes,
como la reina y la princesa Elisabeth, cuya nobleza
compensaría y superaría ampliamente su
condición de mujeres, permitiéndoles alcanzar una
capacidad intelectual digna de la mayor admiración,
aunque también es verdad que el cálculo
interesado pudo ser especialmente decisivo para su
manifestación de una admiración inexistente.

[52] Carta a Cristina de Suecia, 26 de
febrero de 1649.

[53] AT V 467.

[54] Carta a Cristina de Suecia, 26 de
febrero de 1649.

[55] MM, Carta a los señores decanos y
doctores de la sagrada facultad de teología de
París; AT IX 8.

[56] DFL, p. 214.

[57] Carta a Servien, 12 de mayo de 1647.

[58] R-L, p. 220.

[59] DFL, p. 123.

[60] “En cuanto a lo que he escrito,
que la indiferencia es más bien un defecto que una
perfección de la libertad en nosotros, no se sigue de
aquí que sea lo mismo en Dios; y, sin embargo, no
sé que sea de Fide [= materia de fe] creer que es
indiferente y tengo la esperanza de que el padre Gibieuf
defienda bien mi causa en este punto, pues no he escrito nada
que no esté de acuerdo con lo que él ha puesto en
su obra De libertate (Sobre la libertad)” (Carta a
Mersenne, 21 de abril de 1641; AT III 360). La cursiva es
mía.

[61] AT I 281-282. La cursiva es
mía.

[62] DM, VI; AT VI 60: « Or il y a
maintenant trois ans que j'étais parvenu à la fin
du traité […], lorsque j'appris que des personnes
à qui je défère […] avaient
désapprouvé une opinion de physique
publiée un peu auparavant par quelque autre, de laquelle
je ne veux pas dire que je fusse; mais bien que je n'y avais
rien remarqué avant leur censure que je pusse imaginer
être préjudiciable ni à la religion ni
à l'état […] cela me fit craindre qu'il ne
s'en trouvât tout de même quelqu'une entre les
miennes en laquelle je me fusse mépris, nonobstant le
grand soin que j'ai toujours eu». La cursiva es
mía.

[63] Una exposición más
detallada de esta doctrina puede encontrarse en el punto
4.2.6.

[64] Escribe Rodis-Lewis que M. LeRoy, en
Descartes, le philosophe au masque, “lo integraba en la
poderosa corriente libertina que se resguardaba prudentemente
en la apariencia de creyente” (R-L, p. 13).

[65] PF, II, 207.

[66] MM, Carta a los señores Decanos y
doctores de la facultad de Teología de la universidad de
París, AT IX 4.

[67] Carta a la princesa Elisabeth de
Bohemia, 18 agosto 1645.

[68] PA, art. 34. La cursiva es
mía.

[69] R-L, p. 177. La cursiva es
mía.

[70] Carta a Regius, enero de 1642; AT III
503 y 505.

[71] DM, V; AT VI 50: “ce mouvement que
je viens d’expliquer suit aussi nécessairement de
la seule disposition des organes qu’on peut voir à
l’oeil […] qu’on peut connaître par
expérience, que fait celui d’un horloge, de la
force”. La cursiva es mía.

[72] PA, art. 15; p. 92-93. Otro ejemplo de
este uso fantástico de la experiencia se encuentra en el
artículo siguiente.

[73] PA, art. 10.

[74] DM, VI; AT VI 63-64. La cursiva es
mía.

[75] AT I 282-283.

[76] Concretamente en el punto 3.4.

[77] Carta al padre Vatier, 22 de febrero de
1638: « ces pensées ne m’ont pas
semblé être propres à mettre dans un livre,
où j’ay voulu que les femmes mêmes pussent
entendre quelque chose ». La cursiva es mía.
Estas palabras aclaran que cuando Descartes pretende que
“incluso las mujeres pudieran entender algo”, no se
refiere al hecho de haber escrito el Discurso del Método
en francés, como han supuesto algunos críticos,
sino al hecho de no haber tratado en dicho libro de cuestiones
que no fueran entendibles para las mujeres, como las de
carácter teológico.

[78] Pablo de Tarso, 1 Corintios, 11, 3.

[79] Pablo de Tarso: 1 Corintios, 11, 10.

[80] Posteriormente Helena enviudó, se
volvió a casar y tuvo tres hijos de su segundo marido
“Helena se casó con Jan Jansz van Wel, que era
originario de Egmond, y se establecieron en Egmond aan den
Hoef. Antes de casarse, ambas partes presentaron un acuerdo
prenupcial según el cual si una de ambas partes muriera
antes de que hubiesen tenido hijos, la otra parte
recobraría su aportación original junto con un
extra de mil florines […] En mayo de 1644, Descartes
había regresado para vivir en Egmond aan den Hoef, desde
donde viajó a Leiden de camino para ir a Francia.
Había esperado finalizar la publicación de los
Principios antes de su marcha, pero hubo retrasos provocados
por la preparación y la impresión de los
diagramas. Sin embargo, había un motivo ulterior para su
retraso, ya que parece que Descartes estuvo en Leiden para
asistir a la boda de su antigua sirvienta. El acuerdo
decía que el padre del novio (o de los novios)
había estipulado una dote de 1.000 florines, que
serían devueltos a la familia, si Helena muriese sin
hijos. […]. Esta cláusula fue tachada en el
acuerdo prenupcial, siendo esto un indicio de que una parte del
dinero pudo haber sido dada por Descartes, para ayudar a Helena
a casarse viviendo de manera respetable e independiente. Una
interpretación similar de este complejo asunto es la de
que Helena siguió a Descartes como sirvienta a Egmont en
1637, y que se alojó con los padres de Jan Jansz van
Wel, cuya madre, Reyntje Jansdr había aceptado a
Francine en su casa a petición de Descartes.”
(Desmond M. Clarke: Descartes, a biography; p. 135-136;
Cambridge University Press, New York (USA), 2006. La
traducción es mía).

[81] En general los retratos que se conservan
de Descartes no llaman especialmente la atención por la
belleza física del filósofo. Su estatura de
alrededor de 1,55 metros, según los cálculos
más o menos aproximados de R. Watson, debió de
ser más baja que la media de aquel momento.

[82] Carta a Elisabeth, 21 de mayo de 1643
(AT III 663-664).

[83] Carta a Chanut, 1 de febrero de
1647.

[84] Carta a Elizabeth, 18 de mayo de
1645.

[85] Carta de Elisabeth a Descartes, 24 de
mayo de 1645. La cursiva es mía.

[86] Carta a Elisabeth, 21 de julio de
1645.

[87] Carta de Elisabeth a Descartes, 21 de
febrero de 1647. La cursiva es mía.

[88] Carta a Elisabeth, marzo de 1647. La
cursiva es mía.

[89] Carta a Elisabeth, 22 de febrero de
1649: «il n’y a point de séjour au monde, si
rude ni si incommode, auquel je ne m’estimasse heureux de
passer le reste de mes jours, si Votre Altesse y était,
et que je fusse capable de lui rendre quelque service».
Esta carta es posiblemente la más significativa como
expresión de los sentimientos de Descartes por la
princesa.

[90] Carta a Elisabeth, 9 de octubre de
1649.

[91] En el original:
“jalousie”.

[92] Ibidem.

[93] Ibidem.

[94] Carta de Elisabeth a Descartes, 4 de
diciembre de 1649: « Ne croyez pas toutefois
qu’un description si avantageuse me donne matière
de jalousie».

[95] Ibidem. La cursiva es mía.

[96] Carta de la princesa Elisabeth a
Descartes, 4 de diciembre de 1649: « Je me sens
toutefois coupable d’un crime contre son service,
étant bien aise que votre extrême
vénération pour elle ne vous obligera pas de
demeurer en Suède ».

[97] Carta a Chanut, 26 de febrero de
1649.

[98] Carta a la reina Cristina, 26 de febrero
de 1649.

Partes: 1, 2, 3
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