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Descartes y la mujer: La princesa Elisabeth de Bohemia



Partes: 1, 2

  1. Helena
    Jans
  2. Elisabeth de
    Bohemia

En muchas ocasiones la comprensión
de la obra literaria o filosófica de un autor se hace
más fácil cuando se conocen los diversos aspectos
de su personalidad y las circunstancias especialmente importantes
en que transcurrió su vida. En este tra-bajo se va a
hablar de un aspecto personal de la vida de Descartes como lo fue
su relación con el mundo femenino y, de manera especial,
su relación con la princesa Elisabeth de Bohemia, que sin
duda de ninguna clase fue el amor de su vida, aunque se tratase
de un amor frustrado. Además de mostrar el importante
valor que tuvo la princesa en el terreno afectivo para Descartes,
en las últimas páginas de este artículo se
analiza la correspondencia que hubo entre estos dos personajes en
torno a dos problemas filosóficos: El problema de la
relación cuerpo-alma y el problema de la
contraposición entre la libertad humana y la omnipotencia
divina. En ambos temas la princesa puso al pensador
francés contra las cuerdas y éste trató de
esquivar los gol-pes como pudo, pero fue derrotado por la
princesa, quien simplemente le hizo ver que sus respuestas a
estos problemas no tenían sentido, al margen de que en
realidad tuvieran solución o no.

A) Según parece, R.
Descartes
(1596-1650) tuvo dificultades personales para
relacionarse con las mujeres. Los motivos de estas dificultades
se relacionan con di-versos aspectos de su personalidad y de su
aspecto físico poco agraciado, los cuales pudieron haberle
mantenido a distancia del mundo femenino hasta el punto de que su
dificultad para relacionarse con él pudo llevarle a
considerar su trato con las mujeres como la del zorro de la
fábula, que, aunque las apetecía, al no poderlas
alcanzar, se conformó imaginando que no estaban maduras.
En este sentido puede haber un fondo de verdad en la
anécdota contada por A. Baillet según la cual
Descartes había co-mentado que nunca había conocido
a ninguna mujer más hermosa que la verdad, aunque el
motivo auténtico de una afirmación como ésa
pudo encontrarse más bien en el hecho de que tuviera
dificultades para relacionarse con las mujeres, al margen de que
con el paso del tiempo hubiese sublimado hasta cierto punto sus
inclinacio-nes, encauzándolas hacia el ámbito de la
Ciencia y de la Filosofía.

Posiblemente estas dificultades
condicionaron de algún modo la valoración negativa
que el pensador francés tuvo respecto a la mujer,
considerando –de acuerdo también con los prejuicios
de su tiempo- que en general estaba infradotada desde el punto de
vista intelectual –con la excepción de las mujeres
pertenecientes a la "no-bleza", como la princesa Elisabeth y la
reina Cristina de Suecia, cuyo linaje compen-saba con creces las
deficiencias que hubieran debido tener por el hecho de ser
mu-jeres-, de forma que el pensador francés
juzgó que no estaban capacitadas para la
comprensión de las cuestiones filosóficas o
teológicas, según lo expuso en una carta en la que,
refiriéndose a determinados pensamientos relacionados con
sus "demostra-ciones" de la existencia de Dios, dijo al padre
Vatier:

"estos pensamientos no me han parecido
apropiados para incluirlos en un libro [= Discurso del
Método
], en el que he querido que incluso las
mujeres pudieran entender alguna
cosa
"[1].

Pero quizá también esta misma
valoración negativa de la capacidad intelectual de la
mujer pudo influir en su admiración por la princesa
Elisabeth, que habría sido una excepción
extraordinaria, tanto por su capacidad intelectual, que era
realmente excelente, como por su pertenencia a la nobleza, hecho
que por sí mismo era para Descartes un valor muy
considerable. De hecho, por lo que se refiere a su
admiración posterior por la reina Cristina, en una gran
medida estuvo inconscientemente provo-cada por su
valoración de la nobleza en sí misma,
admiración que en este caso le des-lumbró hasta el
punto de llegar a considerarla más próxima a la
divinidad que a la humanidad, aunque también pudo haber
sucedido que el interés de Descartes, más o menos
consciente, por conseguir recibir de ella un trato especialmente
favorable, concediéndole un puesto en la corte o una
pensión que le sirviera como solución de sus
dificultades económicas, le hubiese conducido a expresar
de manera calculada-mente servil una admiración mucho
mayor que la que se correspondía con los valores objetivos
de la reina y con la auténtica opinión del pensador
francés. En cualquier caso, tal admiración
–si realmente llegó a existir- se fue apagando muy
pronto, a medida que Descartes comprendió que la reina le
mantenía a distancia, sin permi-tirle el acceso libre a la
corte y sólo en las escasas ocasiones en que a horas
intem-pestivas de la noche llegó a recibirle para escuchar
las explicaciones de su filosofía.

La infravaloración intelectual de la
mujer por parte de Descartes aparece de modo inequívoco en
la cita anterior, pero no fue un punto de vista particular del
filó-sofo francés sino la cómoda
aceptación de un prejuicio de muy larga tradición,
tanto bíblica como de la misma cultura griega. De este
modo, Descartes, habiéndose edu-cado y habiendo vivido en
medio de un ambiente tan absurdamente machista como ése,
lo difícil hubiera sido que hubiese podido llegar a tener
un pensamiento distinto acerca de la mujer.

En relación con estas
consideraciones hay que señalar que su única
relación sentimental plena, al menos conocida, fue la que
tuvo con Helena Jans, una sirvienta de uno de los
domicilios holandeses en que estuvo hospedado, de la que tuvo una
hija. Sin embargo, como ya se ha dicho, su relación
afectiva más intensa fue la que tuvo con la princesa
Elisabeth de Bohemia (1617-1680), a pesar de haber sido
una relación meramente epistolar, dadas las diferencias
entre ellos, tanto de clase social como de edad. Descartes
quedó deslumbrado desde el principio por ella, aunque no
parece que llegase a plantearse siquiera la posibilidad de que su
admiración y progre-sivo enamoramiento pudiera llegar a
ser correspondido. Sin embargo, posteriormente se sintió
tan atraído por ella en momentos tan delicados como lo
fueron los que pre-cedieron a su decisión de marchar a
Suecia que sintió la necesidad de comunicarle su
enamoramiento, aunque sin llegar a atreverse a expresarle de
manera directa ese sen-timiento. En aquellos momentos su
pasión amorosa era tan intensa que pudo con su orgullo y
con su propia egolatría, hasta el punto de manifestar a la
princesa que sería capaz de vivir en cualquier sitio con
tal de estar a su lado y poder serle útil en cual-quier
cosa que pudiera necesitar. Así que, en este caso al
menos, la anécdota acerca de la superioridad de la belleza
de la verdad sobre la mujer habría resultado inade-cuada.
Una última relación con el mundo de la mujer fue la
que tuvo durante el últi-mo año de su vida con la
reina Cristina de Suecia (1626-1689) a la que se
hará una breve referencia al hablar de su relación
con la princesa Elisabeth.

Helena
Jans

Helena Jans fue una sirvienta de
una de las diversas casas holandesas en las que Descartes estuvo
hospedado. De ella tuvo una hija en el año 1635 y eso
induce a pensar que debió de tener con ella cierta
relación afectiva desde al menos el año an-terior,
aunque de esto parece que no han quedado apenas referencias. De
su hija, Francine, sólo pudo disfrutar durante cinco
años, entre 1635 y 1640, que parece que fueron
especialmente importantes en el plano afectivo de la vida del
pensador fran-cés. Se sabe que Francine fue bautizada en
una iglesia protestante y que las relacio-nes de Descartes con
Helena no quedaron reducidas a las de tener una hija en
común, sino que el pensador francés procuró
que ella viviese cerca de él e incluso que traba-jase como
sirvienta en el mismo domicilio en el que él se
hospedó por un tiempo. Sin embargo, su afecto no
llegó a tener una intensidad tal que le llevase a casarse
con ella, quizá porque las diferencias de clases entre
ellos repercutieron en que para el pensador francés
resultase poco menos que imposible la simple idea de presentarla
en sociedad como "su mujer" o simplemente porque, dado su orgullo
y su ambición por el triunfo social, valorase más
su propia posición que el mantenimiento de una
relación que podía crearle problemas en su
prestigio, tan importante desde la pers-pectiva de su
egolatría. En cualquier caso y aunque no parece que sus
relaciones con Helena fueran mucho más lejos, llegó
a existir una correspondencia escrita entre ellos.

Los biógrafos de Descartes
más conocidos no dicen nada de Helena Jans más
allá del año 1640, pero, según la reciente
biografía escrita por Desmond M. Clarke, Helena se
casó en 1644, Descartes actúo como testigo de su
boda y le regaló una cantidad considerable de florines
para que pudiera vivir con desahogo; posteriormen-te
enviudó, se volvió a casar y tuvo tres hijos de su
segundo marido[2]

Elisabeth de
Bohemia

Pero, al margen de esta relación, el
amor más auténtico y apasionado de Des-cartes fue
el que sintió por la princesa Elisabeth de
Bohemia
(1617-1680), que tenía 22 años menos
que él, que conoció en el año 1642 y cuya
relación epistolar mantuvo hasta el final de su vida. Esta
amistad, iniciada en 1642, desembocó muy pronto en un
enamoramiento apasionado –aunque contenido- de Descartes
por la princesa. La lectura de la correspondencia entre ambos
demuestra que Descartes se enamoró muy pronto de la
princesa y que ésta correspondió al afecto de
Descartes con un fuerte sentimiento de amistad, pero estando muy
lejos de sentir por él una pasión amorosa como la
del filósofo, quien en una carta dirigida a la princesa,
cuando ésta tenía sólo veinticinco
años, no tuvo reparos en decirle:

"El favor con que Vuestra Alteza me ha
honrado, haciéndome recibir sus órdenes por escrito
es mayor de lo que jamás me hubiera atrevido a esperar;
compensa mejor mis defectos que el favor que hubiera deseado con
pasión, esto es, el de recibirlas de vuestros propios
labios si hubiese tenido el honor de saludaros y ofreceros mis
muy humildes servicios cuando estuve última-mente en La
Haya. Pues hubiera tenido demasiadas maravillas que admirar al
mismo tiempo; y viendo salir discursos más que humanos
de un cuerpo tan semejante a los que los pintores dan a los
ángeles, hubiera sentido un arrebato como el que sin duda
deben de experimentar aquellos que acaban de llegar al cielo tras
la terrenal estancia
"[3].

En 1644 se publicó la obra de
Descartes Principios de la Filosofía. A pesar de
tratarse de una obra que Descartes presentó a los decanos
y doctores de la universi-dad de París para obtener su
aprobación y su apoyo, no tuvo reparos en dedicarla de
manera muy especial a una princesa protestante como lo era
Isabel. Esta decisión era casi una provocación si
se tiene en cuenta la lucha constante de la jerarquía
católica, con su inmenso poder político contra los
protestantes a quienes masacraron en 1628 en La Rochelle,
exterminado a la mayor parte de su población, pero sin
duda ninguna era una prueba de amor, sobre todo teniendo en
cuenta que la conducta de Descartes con sus semejantes fue casi
siempre calculadamente interesada.

Señala Watson que la princesa
Elisabeth le agradeció la dedicatoria de los
Principios de la Filosofía, pero "no se detuvo en
las frases de adoración que, según Petit,
constituían una declaración pública de amor
por parte del filósofo"[4]. Y, desde luego,
el enamoramiento de Descartes resulta evidente leyendo
determinados párra-fos de la dedicatoria de esta obra, en
los que le manifiesta su amor con una claridad inequívoca,
aunque ligeramente encubierta por la referencia a sus
extraordinarias cualidades intelectuales. En efecto, dice en su
dedicatoria:

"he podido apreciar tales cualidades en
Vuestra Alteza que creo de interés para el
género humano
proponerlas como ejemplo a la
posteridad […] Por lo demás, la máxima
agudeza de vuestro espíritu incomparable se
conoce en que habéis indagado todas las profundidades de
estas ciencias y las habéis apren-dido cuidadosamente en
muy poco tiempo […] Nunca encontré a nadie que
haya entendido tan perfectamente los escritos que he
publicado
[…] Me re-sulta imposible no dejarme
arrebatar por un sentimiento de enorme
admira-ción
cuando considero que un conocimiento
tan vario y tan perfecto de todas las cosas
no se halle en
un viejo sabio que ha empleado muchos años para
ins-truirse, sino en una princesa, joven aún, cuya belleza
y edad se parece más a la que los poetas atribuyen a las
Gracias que a la de las Musas o de la sabia Minerva […] Y
esta sabiduría tan perfecta que advierto en Vuestra
Majestad me ha subyugado tanto
que no sólo pienso que
debo consagrarle este libro de filosofía […] sino
que no tengo más deseo de filosofar que el de ser,
Señora, de Vuestra Alteza, el más humilde, el
más obediente y el más devoto
servidor
"[5].

Sin embargo, como luego se verá,
este "espíritu incomparable" de la princesa, que
podía determinar que sus cualidades excepcionales fueran
de "interés para el género humano", no fue al
parecer tan "excepcional", pues en una carta posterior dirigida a
la reina Cristina, meses antes de su viaje a Suecia, le
expresó otra serie de galanterías en un estilo muy
similar.

Su admiración hacia la princesa,
inevitablemente sublimado, dadas las diferencias de
clase social, de edad y de atractivo
físico[6]determinó de manera casi
ine-vitable que la relación de Descartes con ella apena
pudiera tener otro carácter que el intelectual y
"afectivo-paternal", de acuerdo con el cual Descartes explicaba a
la princesa algunos aspectos de su filosofía y llegaba a
darle consejos médicos para tratar de ayudarle en la
curación de alguna dolencia. En los últimos
años de su relación el pensador francés no
pudo seguir manteniendo reprimida la comunicación de su
enamoramiento, tal como la expresa en su correspondencia con la
princesa, en la que destacan diversos párrafos
especialmente llamativos por la admiración y la
pasión amorosa, implícita y explícita, que
reflejan, tal como puede verse en textos como el
siguiente:

"considero que Vuestra Alteza posee el alma
más noble y elevada que me haya sido dado
conocer"[7].

Parece evidente que la princesa Elisabeth
no podía dejar de ser consciente del enamoramiento que las
palabras de Descartes dejaban traslucir en estas cartas, y que
tal sentimiento, lejos de molestarla, le agradaba hasta el punto
de que en su respuesta a esta última carta quiso ser
especialmente amable manifestándole cuán necesitada
estaba de su amistad, a la vez que sutilmente le señalaba
los límites dentro de los cuales podía seguir
recibiendo su afecto como expresión de ella. En este
sentido le escribió:

"Y aunque [los médicos] hubieran
sido lo bastante sabios para sospechar la parte que
correspondía al alma en los desórdenes de mi
cuerpo, no me habría yo sincerado con ellos. Pero con vos
lo hago sin escrúpulos, en la seguridad de que el
candoroso relato de mis defectos no me privará de la
amistad que me profesáis
, sino que la
acrecentará tanto más cuanto veréis, al
percataros de ellos, cuán necesitada estoy de esa
amistad
"[8].

Estas palabras de la princesa debieron de
provocar en Descartes angustiosos sentimientos contradictorios,
pues, por una parte, la princesa le hablaba de amistad,
pero, por otra, al utilizar la expresión "cuán
necesitada estoy…" refiriéndola a esa
amistad
, la frase tenía su agridulce veneno, pues,
mientras es normal unir los concep-tos de necesidad y
amor, que es un sentimiento especialmente intenso, no lo
es unir los conceptos de necesidad y amistad,
que parece referirse a un sentimiento menos intenso que el del
amor y, por ello mismo en escasas ocasiones aparece asociado con
la intensidad que reflejaría la expresión utilizada
por la princesa "cuán necesitada estoy…". Si un
varón escribiese a otro expresándole cuán
necesitado estaba de su amistad, seguramente
eso sería un motivo suficiente para que el segundo se
pregun-tase cuáles eran los auténticos sentimientos
del primero.

Parece, pues, que lo que la princesa le
estaba diciendo a Descartes de modo tácito era que le
satisfacía mucho sentirse tan querida por él, pero,
de modo expreso, sólo lo mucho que necesitaba su amistad.
Era su manera de mantener las distancias sin dejarlo
marchar.

Como ejemplo de otro párrafo en el
que de manera más explícita Descartes declara su
amor por la princesa, puede verse el siguiente:

"nada me ocupa el pensamiento con
más frecuencia que recordar los méritos de Vuestra
Alteza y desearle tanto contento y felicidad como merece
[…] Pues nada hay en el mundo a lo que tanto aspire con
más celosa devoción que a dar testimonio de que
soy, en todo cuanto pueda, el más humilde y obe-diente
servidor de Vuestra Alteza"[9].

En 1646 se produjo el último
encuentro personal de Descartes con la princesa Elisabeth, aunque
su correspondencia continuó hasta los últimos meses
de vida del francés.

Más adelante, en febrero de 1647, la
princesa se despide con unas palabras especialmente amables que
calan muy hondo en Descartes, quien le responderá con
otras todavía más efusivas. En efecto, escribe la
princesa:

"Le he prestado vuestros
Principios [a un médico llamado Weis], y me ha
prometido referirme las objeciones que tenga; si las tiene, y
merecen la pena, os las enviaré para que podáis
formaros un juicio de la capacidad del hombre que me ha parecido
más sensato de entre los doctos de estos lugares, ya que
es capaz de apreciar vuestros argumentos. Aunque no me cabe duda
de que na-die lo será de estimaros más de lo
que os estima vuestra muy devota amiga y
servidora

ISABEL"[10].

Como puede observarse, la princesa utiliza
aquí justamente ese mismo tipo de términos
("estima", "devota amiga", "servidora") que Descartes consideraba
en una carta posterior al embajador Chanut que se utilizaban
cuando no era socialmente correcto mencionar la palabra "amor",
aunque fuera ése el sentimiento latente que se expresaba
mediante aquellos otros términos propios para expresar una
estima más genérica. Pero además la princesa
llega a decirle que nadie será capaz de estimarle
más que ella y esas palabras no pudieron pasar
inadvertidas para la apasionada pers-picacia del pensador
francés, el cual, no siendo consciente de hasta qué
punto las palabras de la princesa podían tener o no un
sentido cercano al tipo de sentimiento que él hubiera
deseado, en su carta del mes siguiente le
respondió:

"Sabiendo que está Vuestra Alteza
satisfecha de hallarse en el lugar en que se halla, no me atrevo
a hacer votos por su regreso, por más que me cueste mu-cho
no desearlo, y muy especialmente ahora que me encuentro en La
Haya […] Mas no me iré antes de dos meses, para
poder tener antes el honor de recibir los mandatos de Vuestra
Alteza, que tendrán siempre más poder sobre mi
persona que cualquier otra cosa en el
mundo
"[11].

En 1647, aunque Descartes pretendía
permanecer en Holanda para estar cerca de la princesa Elisabeth,
se mostraba muy preocupado por la actitud y "las injurias" de una
"tropa de teólogos" contraria a su filosofía y que
le atacaba con "calumnias". Por ello pensó en regresar
definitivamente a Francia en el caso de que la princesa no
permaneciera también en Holanda. El 10 de mayo le
escribe:

"Pero puedo afirmar que ésa [= el
posible regreso de la princesa a Holanda] es la principal
razón por la que prefiero residir en este país
antes que en cual-quier otro, ya que soy de la opinión de
que nunca podré ya gozar tan por ente-ro como
desearía del reposo que vine a buscar en él, pues
sin haber obtenido aún toda la satisfacción que
sería menester de las injurias que se me hicieron en
Utrecht, veo que van dando lugar a otras y que hay un hatajo de
teólogos, gentes de la Escuela, que parecen haberse
coaligado en contra de mi persona para intentar agobiarme a
calumnias[12]

En esa misma carta, le dice más
adelante:

"y pienso también, si no consigo que
se me haga justicia (y preveo que será harto
difícil obtenerla), en alejarme por completo de estas
Provincias"[13].

En julio de 1647 Descartes escribe a la
princesa Elisabeth desde París, cuando ésta acababa
de estar enferma, y le dice que la esperanza de verla curada le
"provoca extremas pasiones por volver a
Holanda"[14].

Sin embargo y a pesar de estas pruebas,
Watson manifiesta sus dudas acerca de esta pasión con el
argumento de que Descartes era admirador del Amadís de
Gau-la
y que conocía –y sabía utilizar-
las convenciones galantes sin que ello tuviera un significado
especialmente trascendente[15]Sin embargo, esa
objeción no resulta nada convincente teniendo en cuenta la
serie de ocasiones en que Descartes siente el im-pulso
irreprimible de manifestar su amor a la princesa, lo cual, al no
poderlo hacer en términos directos y evidentes, pudo
intentar disfrazarlo como simples "expresiones galantes",
según escribe Watson, aunque reflejasen lo que Descartes
sentía realmente por la princesa. Por otra parte, ese
sentimiento no parece haber surgido en el momen-to en que se
conocieron sino que fue creciendo paulatinamente hasta que se
hizo tan intenso que a Descartes le fue ya imposible evitar
aludir a él en diversos párrafos de sus
últimas cartas antes de su marcha a la corte
sueca.

En relación con este sentimiento
tiene interés hacer referencia a una carta a Chanut en la
que, con ocasión de hablarle del tema del amor a Dios, le
comenta la dificultad que siente para manifestar a una persona de
mayor rango el amor que pueda provocar en uno en cuanto se
considere que el amor iguala a las personas, por lo que declarar
tal amor implica considerar que la distancia entre ambas personas
ha dejado de existir, lo cual podría dar lugar a que la
persona amada de mayor valor pudiera considerar que "la ofendemos
al considerarnos su igual". Y, en consecuen-cia, habría
ocasiones en que se disfrazaría el sentimiento de amor
mediante otras expresiones que sólo de manera indirecta
declararían ese sentimiento subyacente en ellas y cuyo
significado sería el de tratarse de "una pasión que
nos mueve a unirnos de voluntad con algún objeto sin parar
mientes en que ese objeto sea igual, mayor o menor que
nosotros"[16]. Escribe Descartes en este
sentido:

"Cierto es también que ni los usos
del habla ni la urbanidad permiten que digamos, a quienes son de
condición mucho más alta que la nuestra, que nos
inspiran amor, sino únicamente que los respetamos, los
honramos, los estima-mos y sentimos celosa devoción por
servirlos. Y creo que ello se debe a que, cuando la amistad une a
los hombres, puede considerarse que, hasta cierto punto, iguala a
aquéllos que la profesan de forma recíproca. Y, en
consecuen-cia, si, al intentar ganarnos el amor de algún
grande, le dijéramos que lo amamos, podría pensar
que le ofendemos al considerarnos su igual […] Y si
pre-guntase a vuestra merced si no ama acaso a esa gran Reina en
cuya corte se halla ahora, por mucho que me dijera que no siente
por ella sino respeto, veneración y pasmo, no por ello
dejaría de opinar que le inspira también muy
ardiente afecto"[17].

Precisamente esas expresiones relacionadas
con el respeto, la honra, la estima y la celosa devoción
son especialmente frecuentes en las cartas de Descartes a la
princesa Elisabeth, expresiones que no utiliza de manera
simplemente formal, para cumplir con las formalidades epistolares
de la época, sino precisamente como una manera de decir lo
que siente, disfrazándolo con expresiones que
podían ser inter-pretadas en ese sentido formulario en
lugar de entenderse en su significado literal, relacionado con el
amor que sentía hacia la princesa.

Por ello, cuando Watson escribe que "lo
más increíble de la relación de Des-cartes
con Elisabeth […] es que él le dedicara sus
Principios"[18], el hecho de que tal
dedicatoria le parezca increíble obedece precisamente a
que no comparte la idea de que Descartes estuviera realmente
enamorado de la princesa. Pero, si hubiera contado con esa
hipótesis, habría comprendido perfectamente que
Descartes hubiera escrito tal dedicatoria y que no le importase
en absoluto que la princesa fuera protestante ni que los jesuitas
rechazasen su texto por estar dedicado a una mujer de
religión protestante.

En ese mismo año 1647 Descartes
escribió a Chanut una carta llamativa-mente extensa, de
carácter más religioso y teológico que
filosófico, con la intención aparente de que la
hiciera llegar a la reina Cristina de Suecia para que
ésta se interesase por su obra y así preparar el
terreno por si se le presentaba la ocasión de solicitar o
aceptar de la reina una invitación para ir a la corte. De
hecho la reina leyó la carta dirigida a Chanut, y, a
continuación, éste escribió a Descartes
comunicándole que la reina estaba interesada en conocer
sus ideas acerca de la naturaleza del bien. A continuación
Descartes escribió una carta a la reina, enviándole
un tratado sobre ese tema e incluyéndole además
unas copias de las cartas que había enviado a Elisabeth de
Bohemia relacionadas con el tema de las pasiones. A su vez, la
reina Cristina de Suecia, transcurrido casi un año desde
que Descartes le había enviado su anterior carta junto con
otros escritos, le escribió para decirle que había
leído sus Principios de la Filosofía. Ya
en 1649 Descartes respondió a la reina Cristina
expresándole una admiración extrema y
ofreciéndole su presencia en la corte, diciéndole
de manera muy servil que no podría ordenarle nada a lo que
pudiera negarse si estuviera un su mano realizarlo, lo cual era
una manera de manifestarle su deseo -y casi su necesidad- de que
le invitase a ir a la corte. El servilismo de Descartes se pone
de manifiesto en esta carta tan llena de desorbitadas alabanzas y
de rastrera sumisión:

"Si sucediera que me enviaran una carta
desde los cielos, y si la viera bajar de las nubes, no
podría sentir sorpresa mayor ni recibirla con mayor
respeto y veneración que los que he sentido al recibir la
que Vuestra Majestad se ha dignado escribirme […] me
atrevo a asegurar con vehemencia a Vuestra Ma-jestad que
haré siempre cuanto esté en mi mano por cumplir
cualquier cosa que quiera mandarme y ninguna me parecerá
excesivamente dificultosa"[19].

Párrafos como éste son una
clara prueba de que no era precisamente la reina la más
interesada en la visita de Descartes sino que, por el contrario,
fue Descartes el interesado en acudir a ella por los motivos
antes indicados.

Finalmente, enviado este contrato de
esclavitud
–sin que nadie se lo hubiera pedido-, la
reina lo aceptó y le invitó a acudir a la corte
sueca.

Rodis-Lewis considera que "las decepciones
sufridas en los Países Bajos y en Francia le ayudaron a
intentar esta nueva experiencia"[20], reconociendo
de este modo que evidentemente era Descartes quien estaba
más interesado en ir a la corte sueca que la reina
Cristina en que Descartes acudiera. El francés hizo lo
posible para que la reina le invitase, aunque luego
presentó su viaje como si se tratase de una especie de
favor que él hacía a la reina, accediendo a una
invitación suya que habría surgido de su
admiración espontánea por su gran genio
filosófico y científico, pero la verdad era que
Descartes lo estaba pasando mal en Holanda por las tensiones
generadas por su filosofía –y por su propio
carácter-, y empezaba a pasar por graves dificultades
económicas[21]Además, en Francia no
había conseguido que le hicieran el caso que había
pretendido y, por eso, hizo lo posible, aunque disimuladamente,
para que Chanut intentase que la reina le invitase a acudir a su
corte[22]Y así, cuando en esa carta de
febrero de 1649 asegura a la reina Cristina que "no podría
ordenarle nada tan difícil" que no estuviera "siempre
dispuesto a hacer lo posible por ejecutarlo", le está
rogando que le invite a la corte. Se trataba de un viaje deseado
por los motivos seña-lados, y también porque
aparecer en la corte sueca resultaba muy tentador para su
prestigio como filósofo y científico, en cuanto le
servía de escaparate para aparecer ante los demás
como un gran sabio, invitado por la reina de Suecia por el gran
valor de su filosofía. Este viaje, pues, podía
significar no sólo la solución para sus tensio-nes
con los teólogos holandeses sino también cierto
triunfo de su orgullo, pues mien-tras ellos le habían
rechazado, calumniado y humillado, una gran reina había
valo-rado adecuadamente sus méritos como científico
y como filósofo.

Finalmente, el 22 de febrero de 1649,
cuando se aproximaba ya el momento de tomar una decisión
acerca de su viaje a la corte de la reina Cristina, Descartes
escribió carta a la princesa Elisabeth en la que le
manifestaba de la manera más clara posible una completa e
inequívoca declaración de amor al llegar a
decirle:

"no hay lugar en el mundo, tan rudo y tan
falto de comodidades, en el que no me considerase dichoso de
pasar el resto de mis días, si Vuestra Alteza estuviera en
él, y yo pudiera servirle de alguna
manera"[23].

Se trataba de una desesperada
declaración de amor a la vez que una despedida para el
caso probable de que la princesa no se diera por enterada, tal
como sucedió. Es en verdad difícil encontrar una
declaración de amor que, sin utilizar este término,
sea más evidente y clara, y, por ello mismo, resulta
sorprendente que algunos críticos hayan dudado de que
Descartes hubiera estado enamorado de la princesa, mientras que
otros han opinado que se trataría de un "amor
platónico", cuando lo único que tenía de
"platónico" fue que la princesa no tenía por
él un sentimiento recíproco y por eso su
relación no pudo ir más allá de aquella
correspondencia escrita y de las ocasiones en que Descartes pudo
extasiarse contemplándola personalmente.

Por otra parte, una declaración como
ésta, tan llena de intenso sentimiento, aunque
estratégicamente colocada casi al final de la carta, tiene
el interés añadido de que Descartes la
escribió cuando la decisión de acudir a la corte
sueca la tenía ya casi tomada, y es seguro que una
insinuación en sentido contrario por parte de la princesa
Elisabeth le hubiera determinado a cambiar de planes. Por eso,
cuando los críticos se preguntan por los motivos de la
marcha de Descartes a la corte sueca, además de ha-cer
referencia a sus problemas económicos y a la hostilidad de
los teólogos holande-ses, habría que añadir
su necesidad de escapar de esta situación en la que la
tristeza y el sufrimiento por no sentirse correspondido por la
princesa le llevaron a intentar un cambio radical en su vida que
determinó incluso que al poco tiempo tratase de des-plazar
sus sentimientos por la princesa hacia una ciega
admiración por la reina Cris-tina. Pues, efectivamente,
una vez en la corte sueca, sus sentimientos por la princesa se
fueron enfriando, y, a partir de ese momento, al parecer con
cierto despecho, en octubre de 1649 le escribió
hablándole con admiración de las extraordinarias
virtudes de la reina, destacando en ella además

"una dulzura de carácter y una
bondad que fuerzan a todos aquéllos que tienen el honor de
acercarse a ella a entregarse con devoción a su
servicio"[24].

Le contó poco más adelante
que, al preguntarle la reina por la princesa Elisabeth, le
habló de lo que pensaba de ésta y aprovechó
la ocasión para decirle que del mismo modo que no pensaba
que la reina fuera a sentir celos por lo bien que le hablaba de
la princesa, igualmente confiaba en que ella no sentiría
celos por lo bien que le estaba hablando de la reina:

"no temí que sintiera
envidia[25]alguna, de la misma forma que tengo la
segu-ridad de que Vuestra Alteza tampoco puede sentirla porque le
refiera sin rodeos lo que de esta reina
opino"[26].

Parece que la intención con que
escribió estas palabras pudo ser la de expresar a la
princesa, aunque de forma velada, que había superado
aquella dependencia afec-tiva tan absoluta que en los
últimos tiempos había sentido por ella, pues
había encon-trado a otra persona cuyos méritos eran
similares o tal vez superiores a los suyos. Pero, en cualquier
caso, Descartes logró mantener una actitud de entereza
ante la princesa, aunque cediendo un poco a la tentación
de una pequeña venganza al referir-se a la posibilidad de
que la princesa pudiera sentir celos por la admiración que
él decía sentir hacia la reina Cristina.

No obstante y a pesar de la
expresión de tal admiración hacia la reina, hacia
el final de la carta Descartes manifiesta a la
princesa:

"Bien considerado, y aunque siento la mayor
veneración por Su Majestad, no creo que haya nada que
pueda retenerme en este país más allá del
próximo verano"[27].

Por su parte, dos meses más tarde la
princesa, que se había percatado de la intención de
su enamorado admirador desengañado, lo único que
hizo fue dejar claro que, por supuesto, no sentía celos de
ninguna clase, sintiéndose quizá molesta porque se
le hubiera ocurrido tal idea. En este sentido, le
dijo:

"No creáis en forma alguna que tan
halagüeña descripción [de la reina Cristina]
me da motivo de celos"[28],

dándole a entender con tales
palabras que sus sentimientos hacia él no tenían
nada que ver con el amor. Hacia el final de su carta y en
referencia al comentario de Des-cartes acerca de su regreso de
Suecia, la princesa aprovechó la ocasión para
con-testarle igualmente con cierta ironía:

"Creo […] que peco en contra de su
servicio [a la reina] al congratularme sobremanera con la noticia
de que la gran veneración que por ella sentís
no os obligará a permanecer en Suecia
. Si
dejáis ese país este invierno, espero que lo
hagáis en compañía del señor Kleist,
pues así os será más fácil
propor-cionar la dicha de volver a veros a vuestra muy devota
amiga y servidora

ISABEL"[29].

¿Qué sentido tenía esa
petición de Descartes a la princesa de que no sintiera
celos por su valoración tan positiva de la reina Cristina?
¿Qué sentido tenía también la
aclaración de la princesa de que no sentía celos
por esa descripción de las virtudes de la reina? Es
evidente que un comentario de este tipo, realizado en una
correspon-dencia entre dos personas entre las cuales sólo
hubiera habido una simple relación de amistad, como, por
ejemplo, entre Descartes y el padre Mersenne, no habría
requeri-do la precaución de que una de ellas pidiera a la
otra que no sintiera celos por las ala-banzas dirigidas a una
tercera persona. Una petición de esa clase habría
sido real-mente insólita y sorprendente, pues la
referencia a los celos surge normalmente cuan-do el comentario
positivo acerca de una tercera persona –en este caso,
acerca de otra mujer- se le hace a la persona con la que existe
una relación afectiva de carácter si-milar, como
suele ser el de las relaciones amorosas entre parejas. Y ese
sentimiento amoroso es el que había existido en Descartes
respecto a la princesa Elisabeth, aun-que sin un sentimiento
recíproco por parte de ella. Ésta sentía con
agrado el "amor cortés" de Descartes en cuanto éste
no le exigiera a cambio un sentimiento similar,
conformándose con un sentimiento de amistad mucho menos
intenso y mucho más libre. Descartes debía
conformarse con expresarle su amor de manera más o menos
encubierta o descubierta, que pudo disfrazar hasta cierto punto
como cariño de padre y maestro, y tal relación le
permitía contar al menos con la amistad de la princesa.
Pero ahí se encontraba el límite afectivo que ella
ponía a sus relaciones con el filósofo.

Por otra parte, en la carta de respuesta de
la princesa Elisabeth parece haber una burlona ironía
cuando dice a Descartes: "Me siento culpable de una falta contra
su servicio [a la reina] al congratularme sobremanera de que
la gran veneración que por ella sentís no os
obligará a permanecer en Suecia
"[30].
Es decir, que lo que de manera velada parece decirle es que esa
veneración hacia la reina, anteriormente manifestada por
Descartes, le parecía algo o bastante fingida en cuanto
era incapaz de retenerle en la corte.

No obstante, a pesar de sus anteriores
manifestaciones tan llenas de apasio-nado sentimiento hacia la
princesa Elisabeth, se puede afirmar que Descartes
con-cedió a la reina Cristina, al menos de manera
idealizada, cuando todavía no la cono-cía en
persona –ni conocía su lesbianismo o sus "costumbres
varoniles"-, un afecto y una admiración similar al que
había sentido por la princesa, aunque este sentimiento
estuviera motivado por un espejismo momentáneo, provocado
por el vacío producido en él como consecuencia de
su decepción ante la falta de respuesta de la princesa a
su declaración de amor, velada en apariencia pero muy
clara en realidad.

En 1648 Descartes había redactado
para la princesa Elisabeth un breve tratado sobre Las
pasiones del alma
, pero en 1649 lo amplió y no tuvo
el menor escrúpulo en dedicarlo a la reina Cristina. Su
relación, su fidelidad y su consideración hacia la
princesa Elisabeth no supusieron ningún escrúpulo
para el pensador francés al dedicar esta obra a la reina
Cristina, a pesar de que, aunque ampliada, la había
dedicado previamente a la princesa Elisabeth. Su adoración
por ella había quedado atrás de manera definitiva y
su frustración se manifestaba mediante esta actitud
des-considerada.

Descartes sentía fascinación
por la "nobleza de sangre" y en este sentido parece cierto que la
reina Cristina, seguramente por su pertenencia a la alta nobleza,
pudo haber provocado en Descartes una admiración similar a
la que le había causado la princesa Elisabeth, tal como
puede verse cuando, en una carta a Chanut fechada cuatro
días después de la escrita a Elisabeth
hablándole de la reina Cristina y siendo Descartes casi
con seguridad astutamente consciente de que Chanut no
tardaría mucho en mostrar esa carta a la reina, le
había dicho:

"creo que esta princesa [es decir, la reina
Cristina] está hecha más a imagen y semejanza de
Dios que el resto de los hombres"[31].

Sin embargo las ilusiones que Descartes se
había hecho respecto a la reina Cristina se desvanecieron
muy pronto cuando se dio cuenta de que la Filosofía no le
interesaba mucho, que solía postergar en favor de las
clases de griego o de sus paseos a caballo. Descartes
además no tenía libre acceso a la corte. Por todos
estos motivos se sintió muy pronto decepcionado y con
deseos de abandonar Suecia, llegando a escribir en enero de
1650:

"Aquí no estoy en mi elemento, y no
deseo más que la tranquilidad y el reposo, que son unos
bienes que los reyes más poderosos de la tierra no pueden
dar a los que no saben tomarlos ellos
mismos"[32].

El día 3 de febrero se le
manifestó una pulmonía y pocos días
después, el 11 de febrero, murió en
Estocolmo.

B) La relación entre Descartes y la
princesa Elisabeth no tuvo un carácter exclusivamente
afectivo sino que fue especialmente valiosa desde el punto de
vista intelectual en cuanto fue un incentivo importante
que impulsó al pensador francés a tratar de
profundizar en el estudio de diversas cuestiones
filosóficas, como las que dieron lugar a la obra dedicada
a ella, Los principios de la Filosofía, su
escrito Las pasiones del alma, posteriormente ampliado
para ofrecérselo a la reina Cristina, y al tratamiento de
cuestiones filosóficas y teológicas en las que la
princesa mostró especial interés, como

a) la conexión entre el alma y
el cuerpo
, y

b) el libre
albedrío.

a) El problema de la conexión
entre el alma y el cuerpo

Partes: 1, 2

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