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Dogmatismos de la conciencia. Implicaciones éticas de la religiosidad




Enviado por Wilmer Casasola R.



  1. Resumen
  2. Introducción
  3. La
    conciencia
  4. Dogmatismo y religiosidad
  5. Moralidad de la conciencia religiosa: necesidad
    del criterio ético
  6. Bibliografía

Resumen.

En el presente artículo se aborda el
tema de las implicaciones éticas de los dogmatismos de la
conciencia moral, específicamente, de la conciencia moral
religiosa, haciendo especial referencia a los Testigos de
Jehová.

Palabras clave. Conciencia, dogmatismos,
religión, moral, ética.

Abstract. This paper boards on the topic of
the ethics implications of the moral consciousness dogmatisms,
mainly the religious moral consciousness, pointing out special
reference to the Jehovah`s witnesses.

Key words. Consciousness, dogmatism,
religion, moral, ethics.

Introducción

Un enigma hasta hoy para la comunidad
científica y filosófica lo constituye la emergencia
de la conciencia. Toda hipótesis resulta ser descriptiva
de un fenómeno que convive a diario con nosotros, pero en
modo alguno se establecen los fundamentos de una teoría
explicativa del fenómeno mismo con validez
empírica.

Si bien es cierto que existen
planteamientos rigurosos sobre la conciencia, como el llamado
"darwinismo neuronal" propuesto principalmente por Edelman, desde
un punto de vista ético la noción de conciencia
interesa, más que por el misterio de cómo emerge la
conciencia, por el hecho de que sus manifestaciones se
materializan en acciones o actos humanos, conllevando con ello
implicaciones éticas y morales.

En este sentido, lo que aquí
interesa es el asunto de la conciencia moral. Es claro que todo
el proceso evolutivo del cerebro importa como sustrato de la
conciencia misma, pero más allá de toda esta
metamorfosis neuronal, importa los procesos ambientales en los
que cierta conciencia se va configurando en el individuo. La
influencia de diversos espacios socializadores condiciona
significativamente cierto tipo de conciencia moral en cada
individuo.

Independientemente de la
consideración de algunos teóricos, hay en el ser
humano una capacidad para juzgar. Esa capacidad está dada
por la conciencia. La conciencia no sólo opera en el
individuo como introspección, sino también como
exteriorización de sí misma. La conciencia es en
última instancia conciencia del ambiente, de las
circunstancias que envuelven las experiencias de los sujetos
humanos.

Un ambiente socialmente insensible crea
conciencias socialmente insensibles. Un ambiente dogmático
crea conciencias dogmáticas. Un ambiente religioso crea
conciencias religiosas. Las implicaciones éticas que se
siguen de una conciencia dogmática son innumerables. El
presente trabajo se ocupa de las implicaciones éticas que
conllevan las acciones a partir de la buena conciencia moral
religiosa.

La primera parte ofrece un panorama general
y sucinto del tema de la conciencia. El segundo apartado ofrece
un análisis del dogmatismo, y específicamente del
dogmatismo religioso. Finalmente, un tercer apartado aborda
puntualmente las implicaciones éticas de las acciones
realizadas a partir de lo que se ha denominado la buena
conciencia moral, puntualmente, las implicaciones éticas
que conllevan las acciones de los testigos de Jehová,
discutiendo la importancia de una cultura ética
general.

I. La
conciencia

Una noción filosófica
elemental de conciencia sostiene que es un
"sentimiento que cada quien posee de su existencia y de sus
actos." (Julia, 2000). Dicha definición es
descriptiva, y si bien hoy no se ha dicho la última
palabra al respecto, es obvio que la definición dada
anteriormente carece de operacionalidad y rigurosidad
científica. Esto en cuanto hoy, el paradigma en el que se
encuadra la investigación sobre la conciencia, reposa en
el marco teórico del evolucionismo y las ciencias de la
complejidad o ciencias sistémicas.

Propiamente en el campo de de lo que se ha
dado a llamar ciencias cognitivas, la conciencia se ha querido
entender como una cierta capacidad que tienen los seres de ser
conscientes (Dennett, 1996: 170). Pero ser conscientes es en
sí mismo una expresión ambigua y no añade
nada a la comprensión de la conciencia misma. De
ahí que David J. Chalmers (1999: 28),
matemático, filósofo y estudioso de las llamadas
ciencias cognitivas, acepte la ambigüedad del término
conciencia, en el que se presenta una variedad de
fenómenos distintos, y considere que el término
conciencia "A veces se utiliza para hacer referencia a una
capacidad cognitiva, tal como la capacidad de hacer
introspección o de informar sobre los propios estados
mentales. A veces se utiliza como sinónimo de "vigilia".
Otras veces está estrechamente ligado a nuestra capacidad
de concentrar la atención o de controlar voluntariamente
nuestra conducta. A veces "ser consciente de algo" se reduce a lo
mismo que "saber acerca de algo". Según Chalmers, todos
ellos son usos aceptados del término, aunque considera que
con el término conciencia se refiere puntualmente a "la
calidad subjetiva de la experiencia: cómo ser un agente
cognitivo".

Se puede hablar de conciencia en sentido
coloquial, como lo ha demostrado Chalmers. Sin embargo, la
noción de conciencia tiene todo un marco de
análisis que está inscrito en la noción
misma de evolución. Cobra sentido el término
emergencia para dar cuenta del momento mismo en el que la
conciencia tiene su aparición, sin que aparición
quiera decir que se trata de una cosa distinta al cerebro y sus
redes neuronales. La conciencia, en este sentido, tiene todo un
itinerario que inicia con la evolución animal y sus
cambios tanto filogenéticos como ontogenéticos. De
ahí que diferentes autores coincidan en que "La conciencia
es una capacidad que ha ido emergiendo paulatinamente, como fruto
y consecuencia de la lenta y progresiva complejidad del cerebro a
lo largo de la escala evolutiva" (Álvarez,
2005:28).

¿Hay una respuesta contundente para
el misterio de la conciencia? Aparentemente no. Como explica el
antropólogo Luís Álvarez, al plantearse el
problema sobre los supuestos teóricos y empíricos
en los que se basa la afirmación de que la conciencia es
una propiedad emergente del cerebro, "la noción de
emergencia, hoy por hoy, es una hipótesis descriptiva pero
en manera alguna constituye una teoría explicativa.
Podemos afirmar que la categoría de emergencia es una idea
sugerente pero vaporosa en la medida en que no aumenta nuestro
conocimiento sobre los temas." (Álvarez, 2005:
28).

La conciencia también se entiende en
el contexto del término percatación, marca
más general de la conciencia psicológica
según Chalmers, el cual "puede analizarse en un sentido
amplio como un estado en el cual tenemos acceso a alguna
información, y podemos usar esa información en el
control de la conducta." (1999: 54). La percatación,
conciencia fenoménica, permite enterarse de
múltiples acontecimientos y conlleva la capacidad de
dirigir la conducta con base a esa información.

Pero tanto la noción de
percatación como la de emergencia son categorías
inscritas en el contexto de las ciencias cognitivas. Buscan
más arrojar luz sobre la explicación de este
fenómeno que el uso cotidiano de este fenómeno
llamado conciencia. La conciencia moral, en este sentido, no
sólo emerge de la conciencia misma sino que se percata
como conciencia moral. Con un aire filosófico, Marlasca
señala que la conciencia moral se da "cuando el
espíritu se convierte en juez de sí mismo y de sus
actos, cuando el ser humano emite un juicio sobre la moralidad de
la propia acción." (2001: 93). Hay aquí, de acuerdo
con Chalmers, cierta percatación del espíritu
humano de las acciones morales cometidas, y de dicha
percatación se esperaría cierto control de la
conducta.

Filosóficamente, la conciencia moral
remite, pues, a una cierta capacidad que tiene el ser humano de
pronunciar juicios, sino normativos al menos reflexivos, sobre la
moralidad de los propios actos. La conciencia moral
vendría a ser la capacidad auto- regulativa, de acuerdo
con una escala axiológica determinada, de las acciones
morales tanto del pasado como del presente y del futuro. El punto
ya no consistiría en saber de dónde surge la
conciencia a nivel de la complejidad estructural del sistema
nervioso y todos sus circuitos neuronales, sino cuáles son
las bases discursivas en las que se fundamenta esta conciencia
moral. Esto es, de acuerdo con los presupuestos discursivos del
agente, así serán sus valoraciones morales o su
moralidad, y en consecuencia, sus acciones.

II. Dogmatismo y
religiosidad

Un dogma es la ausencia de pensamiento
razonable. Opiniones impuestas por alguna autoridad pueden
provocar pensamientos dogmáticos. Pero,
¿cuál autoridad? Para los teólogos y
religiosos se trata de la autoridad de la revelación
divina, para los filósofos racionalistas, la autoridad de
la razón.

El problema de los dogmas es otro que
atañe o compete a la ética. Sin embargo, el
problema de los dogmas no necesariamente reposa en el
ámbito moral, sino también en el ámbito
ético. Esto es lo que indican las expresiones dogmas
revelados y dogmas racionales acuñados por el
médico amante de la filosofía José
Ingenieros, de los que en muchas ocasiones se da un
engarzamiento, sobre todo, en el plano de los juicios
éticos. Aquí me ocupo, sin embargo, puntualmente
del dogma religioso, y particularmente, del dogma o credo que
atañe a los llamados testigos de Jehová.

El dogmatismo moral se caracteriza por la
rigidez e invariabilidad de sus normas. En palabras de
Ingenieros, "un dogma moral es una opinión inmutable e
imperfectible impuesta a los hombres por una autoridad anterior a
su propia experiencia." (1919: 12). Las normas son concebidas
desde su principio como perfectas y ni el propio devenir de la
experiencia misma puede modificarlas.

Al ser perfectas estas normas morales, es
de esperar que el agente las considere como la panacea de todas
las soluciones morales posibles, por lo que cualquier
valoración estará sometida a la rigidez de estos
principios. En este sentido, el absolutismo moral allí
profesado considerará que, como lo ha expresado Rader,
"ciertos ideales son incondicionalmente válidos, buenos en
cualquier época y lugar, eternos e inmutables." (1975:
129).

José Ingenieros sugiere que la
historia de la ética desde sus primeras creaciones hasta
nuestros días nos muestra una lucha constante entre dos
géneros de sistemas dogmáticos. Por un lado
están los sistemas teológicos y religiosos que
ponen sus principios en dogmas revelados; por otro lado,
están los sistemas filosóficos que parten de dogmas
racionales (Ingenieros, 1919: 12-13). Asimismo, el
papel de la autoridad en el desarrollo de estos sistemas
dogmáticos tiene gran importancia. Tanto si se trata de
una autoridad teológica como filosófica, la
imposición dogmática se hace evidente. En los
primeros, en nombre de una revelación divina; en los
segundos, en nombre de una racionalidad a priori.

El dogma religioso, por ejemplo, se
presenta como una verdad infalible por venir directamente de
manos de la divinidad. Al ser una verdad infalible es al mismo
tiempo un precepto moral inviolable, pues en él
está contenida toda la perfección a la que puede
aspirar ser humano alguno. El dogma es perfecto porque perfecto
es quien lo manda. El atributo de perfección que tiene
esta autoridad hace que el dogma se convierta en verdad absoluta
y fuente del más alto perfeccionamiento moral aquí
en la tierra. De esta manera, el dogma revelado no deja al
creyente libertad para buscar la perfección, porque el
dogma moral revelado es por sí mismo perfecto. Fuera del
dogma moral revelado no hay perfección moral que puede
buscarse en la sociedad, entre la comunidad de sabios terrenales,
porque no hay sabiduría humana sino divina.

Las comunidades religiosas aniquilan la
autonomía de los individuos bajo amenazas de castigos
infernales, y si no es así, lo hacen bajo promesas de
recompensas en un más allá eterno. Kantianamente es
una promesa inmoral, dado que no existen condiciones de
posibilidad efectivas de que tal promesa sea de hecho una
realidad.

En nombre de esta moral revelada se ataca
todo intento de secularización. El deber de lo moralmente
revelado está por encima del querer ser humanamente
anhelado. Como reflexionó en su tiempo Ingenieros, para
"los dogmas teológicos el debe es una condición
impuesta a los hombres por la divinidad misma; la
obligación es de origen sobrenatural." (1919: 16). Ante
esta imposición sobrenatural, poco puede hacer la
frágil criatura humana, sino obedecer los designios de la
divinidad.

En toda moral cuyo marco teórico es
de corte religioso no puede haber aspiración al
perfeccionamiento porque sus normas tienen un carácter
sobrenatural; es decir, al ser dogmas revelados contienen toda la
perfección moral que el ser humano debe practicar, porque
quien impone esa moralidad es el más perfecto de los
seres. En consecuencia, toda moral fundada sobre dogmas revelados
limitaría el perfeccionamiento moral humano. La
experiencia moral de la vida cotidiana es continua y varía
como la vida humana misma. Por el contrario, los mandamientos
divinos imponen la obediencia desde unos principios considerados
como perfectos. Estos dogmas morales —cuyo vehículo
de propagación es la iglesia—no son producto de la
reflexión ni de la experiencia y no pueden ser modificados
por la razón humana.

José Ingenieros expresó de
esta forma la idea de una moralidad y eticidad fundada en
principios dogmáticamente inmutables: "Toda ética
fundada en una teología es, por definición,
dogmática. Quien dice dogma, pretende invariabilidad,
imperfectibilibidad, imposibilidad de crítica y de
reflexión personal." (1919: 16).

En el contexto de una moralidad
irreflexiva, en especial, cuando esta moralidad puede generar
víctimas de cualquier orden de las biológicamente
existentes, la intervención de un consenso racional
ético se hace más que necesario; constituye un
deber y verdadera responsabilidad ética para con la
comunidad de seres biológicamente existentes. Nuestra
moralidad se va construyendo en una trama social de relaciones
heterónomas. Tómese como ejemplo la
enseñanza de la religión de acuerdo con las
directrices de un Estado confesional. La reflexión
autónoma nace feneciendo desde el momento mismo en que se
le enseña al niño o niña una sola
visión del fenómeno religioso. La riqueza de la
enseñanza religiosa reposa no en el adoctrinamiento moral
dogmático, sino en la riqueza intelectiva de reflexionar
sobre un fenómeno universal que encuentra diversas formas
de explicar el origen, marcha y destino del universo. Sin
embargo, allí está presente la construcción
de una determinada actitud moral. Luego esa actitud, con hondas
raíces dogmáticas, puede elaborar racionalmente un
ideal ético, el ideal ético de la religión,
pasando ahora a un plano racional. La moralidad religiosa busca
ahora el adoctrinamiento moral, y se vale entonces del discurso
racional para convencer a la comunidad intelectual. Se hace
entonces teología, y en el peor de los casos, una
teología dogmática, en modo alguno
racional.

No sin razón había escrito
José Ingenieros que "todo dogmatismo, todo conformismo,
todo tradicionalismo, implica inmovilización en
fórmulas ya establecidas, que se acatan como invariables;
y lo invariable es, por definición, imperfectible, como lo
es todo lo que significa adhesión inamovible a las
doctrinas, costumbres y rutinas del pasado." (1919:
133).

III. Moralidad de
la conciencia religiosa: necesidad del criterio
ético

La conciencia, pues, arranca su itinerario
con la evolución animal y sus cambios tanto
filogenéticos como ontogenéticos. Emerge en el
contexto de esta lenta carrera evolutiva como consecuencia de la
complejidad del cerebro y sus redes neuronales. Llega el momento
donde el ser humano como tal se percata de su existencia y de sus
actos, es decir, el momento en el cual el ser humano empieza a
tener cierta capacidad de ser consciente y saberse consciente. En
efecto, algunas de las características de la conciencia
humana descansan, como se vio páginas atrás, en la
capacidad cognitiva de ser introspectivo y poder controlar
voluntariamente su conducta, cuando esa interioridad
psicológica llamada espíritu deviene en juez y
guía de la moralidad de sus propias acciones.

Todo dogma moral se presenta como una
opinión inmutable e imperfectible. Posiblemente sea
exagerada la expresión de Ingenieros al decir que es
"impuesta a los hombres por una autoridad anterior a su propia
experiencia", pues una característica de las normas
morales es que son aceptadas por la propia voluntad y de manera
reflexiva. La divinidad, en sentido estricto, no impone. Pero una
vez que el agente acepta y conviene guiar su conducta de acuerdo
con ciertas normas morales de orientación religiosa, el
dogmatismo moral pude hacerse presente.

Una vez que la conciencia ha interiorizado
un conjunto de normas morales de orientación religiosa, el
dogmatismo moral se hace presente. La moral, en este sentido, se
presenta como una verdad infalible por venir directamente de la
divinidad. Como verdad infalible, la conciencia no puede
apartarse de ella. Toda acción toma los preceptos o
mandatos religiosos como preceptos morales inviolables. La moral
es perfecta porque es una divinidad quien la instaura. Como
consecuencia de este imaginario, toda acción realizada
bajo esta orientación moral será considera
perfecta. La conciencia moral, en este sentido, es igualmente
perfecta. La buena conciencia moral se manifiesta en el momento
mismo que sigue ciegamente el mandato o norma divina. El dogma de
la buena conciencia moral es perfecto porque perfecto es quien lo
manda, y quien lo manda es Dios a través de algún
libro sagrado.

Ahora bien, quienes han interiorizado un
conjunto de reglas morales y conducen su vida a través de
ellas, ¿están actuando incorrectamente desde un
punto de vista ético?, ¿cómo?, ¿por
qué? La pregunta también puede plantearse a nivel
de conciencia. En este sentido, una persona que actúe de
acuerdo con una buena conciencia moral, ¿podría ser
calificada su acción como éticamente incorrecta? El
planteamiento mismo parece paradójico. En efecto,
¿cómo podría ser calificada de incorrecta
una acción si la persona que la ejecuta lo hace desde una
genuina conciencia moral? Ante esta paradoja cabe preguntarse:
¿es suficiente la buena conciencia moral para calificar
como correcta una acción humana? Entramos aquí al
terreno de la ética y de los cuestionamientos de orden
filosófico sobre la conciencia moral, y más
puntualmente aún, sobre la conciencia moral
religiosa.

La moralidad con la que nos hemos
domesticado conductualmente determina, sino total, al menos en
algún grado nuestras acciones. Si nuestra moralidad tiene
alguna fundamentación en principios religiosos,
ésta de alguna manera será más fuerte. Desde
este conjunto de principios no sólo interpretaremos la
realidad, sino que actuaremos sobre ella. A este conjunto de
principios, que componen nuestra moralidad, le damos
también el nombre de valores. Los valores son aquellas
ideas que fundamentan y guían de alguna manera nuestras
acciones cotidianas. Y no existe guía más fuere en
la vida cotidiana que la inspiración en algún
precepto religioso.

Particularmente pienso que la noción
de principios puede entenderse tanto en el contexto ético
como en el contexto moral. Por ejemplo, María
Teresa

López de la Vieja (2002: 15, 16) nos
habla de principios en un contexto moral, aunque en realidad se
trata de un contexto ético. Esto quiere decir que la
noción de principios de la que ella nos habla se inscribe
en el contexto del saber teórico. De esta suerte, los
principios sirven como referentes teóricos para la
discusión de casos prácticos, pero en modo alguno
como imposiciones o mandatos racionales absolutos. En esto sigue
a R. Alexy, donde los principios son mandatos óptimos que
prescriben algo a realizar de manera gradual, a diferencia de las
reglas, que funcionan como mandatos definitivos donde solo cabe o
su cumplimiento o rechazo.

Según López de la Vieja, los
principios aportan consistencia a la discusión sobre
cuestiones prácticas. Esto quiere decir que los principios
funcionan como la base que posibilita el acuerdo entre agentes al
ofrecer un punto de referencia en discusiones complejas. Este
marco de referencia teórico, aunque bien definido, es sin
embargo un marco flexible. Esto quiere decir que no existen
principios absolutos, principios autosuficientes, sino principios
racionales que valen de acuerdo con la información y las
circunstancias disponibles.

Si bien es cierto el artículo de
López de la Vieja lleva por nombre Los principios morales,
sus argumentos están inscritos en el campo de la
teoría ética. Por lo general, en nuestros espacios
académicos solemos hacer una diferencia entre moral y
ética. La moral, de acuerdo con Antonio Marlasca, es "el
conjunto de reglas, normas, mandatos, tabúes y
prohibiciones que regulan y guían la conducta y
comportamiento humanos dentro de una determinada colectividad
histórica." (2001: 19). La ética, por el contrario
es entendida como un saber teórico que analiza la moral
vivida. La ética es una reflexión filosófica
que no sólo analiza la moral vivida sino que propone
modelos teóricos éticos para las acciones
humanas.

Lo que ha dicho López de la Vieja
sobre los principios morales vale más para los principios
éticos. La moral, como se ha visto, está más
próxima a una domesticación conductual, y por
supuesto reflexiva, que a una teorización sobre nuevos
modelos teóricos de comportamiento moral. La moral se vive
de acuerdo con una tradición sociohistórica y
sociofamiliar, con lo que su interiorización está
más íntimamente arraigada en la
conciencia.

La flexibilidad de los principios
éticos se contrapone a la inflexibilidad de lo principios
morales. Si los principios morales tienen su fundamento en bases
religiosas la inflexibilidad es aún más fuerte.
Sirven como base y fundamento para las discusiones siempre que se
defiendan los principios del credo que se sustenta. En este
sentido, los principios en el contexto moral-religioso, son
absolutos. Si la intención de los principios éticos
es servir como marco de referencia teórico para la
discusión y el diálogo, la intención falla
en el contexto moral-religioso. El diálogo queda suprimido
en nombre de una moral absoluta y perfecta. No se admiten
criterios que no sean propios del imaginario religioso. Todo
aquello que ataque al dogma moral religioso es considerado como
una suerte de herejía o blasfemia por parte de ateos hacia
la santidad moral. Los principios morales de corte religioso dan
como resultado los fundamentos de una buena conciencia
moral.

Creerse acreedor de una buena conciencia
moral es problemático. Como se ha visto, la emergencia de
la conciencia tiene en sí misma toda una génesis
evolutiva a nivel neuronal. Sin embargo, un punto esencial al
tema de la conciencia lo constituye el entorno sociocultural. En
este sentido, el ambiente en el que se desarrolla el individuo
determina también la proyección de su conciencia.
Aspectos como la determinación geográfica,
los credos impuestos, sean éstos
mágico-religiosos o creaciones racionales
(adoctrinamientos ideológicos, por ejemplo), la familia,
la cultura dominante, entre otros, van configurando esa buena (o
mala) conciencia, y en el caso que nos ocupa, esa buena o mala
conciencia moral. Luego, dado que esta moralidad es buena en
sí misma, desde ella el agente juzga no sólo las
buenas acciones propias, sino lo que debería redundar en
buenas acciones para los demás, según la
óptica de este agente moral.

La conciencia moral es éticamente
incorrecta cuando con sus acciones, aparentemente correctas,
victimiza a una o varias personas. Suena extraño y hasta
contradictorio decirlo, pero la buena conciencia moral es
éticamente inmoral si parte dogmáticamente de esta
bondad sin reparar en el daño que pueda causar. Así
por ejemplo, en el contexto de los países que castigan de
forma cruel el adulterio de las mujeres, una familia que
advirtiera al cónyuge sobre la infidelidad de su esposa
actuaría moralmente bien, aunque con su información
generara un atropello brutal que puede ocasionar incluso la
muerte de la persona en cuestión. Desde una perspectiva
cultural y religiosa, la denuncia y práctica de tal acto
encierra una buena conciencia moral.

En el campo propiamente religioso, el
percatarse de un problema ético de la propia conciencia
moral es aún más problemático. El
filósofo costarricense Jimmy Washburn, en su
artículo Autonomía, ética aplicada y
Testigos de Jehová presenta el caso de la negativa, y las
consecuencias que ello conlleva, de los miembros testigos de
Jehová a ser transfundidos. Su artículo ejemplifica
cuanto se ha dicho aquí en relación con la
conciencia y el dogmatismo moral. En este sentido, todo testigo
de Jehová estaría dispuesto en toda circunstancia a
obedecer los mandatos o leyes contenidos en algunos
pasajes de la Biblia. Como señala Washburn, "la
transfusión de sangre o hemoderivados, significaría
poner en riesgo el destino eterno del creyente. En ese sentido,
su posición en cuanto hecho religioso les coloca por
encima de cualquier autoridad humana que legisle o norme al
respecto de la sangre." (2003: 142). Washburn agrega que
detrás del rechazo a estas transfusiones, "se
entrevé una moralidad fundada en una Voluntad omnisciente
y omnipotente, poseedora de la ciencia del bien y del mal."
(2003: 142). Nótese el peso que tiene el criterio
religioso por encima de cualquier otro criterio, es decir,
nótese cómo el dogmatismo moral religioso se
proyecta como perfectible e inviolable por venir directamente de
Dios.

El trabajo de Washburn se centra en la
autonomía del paciente y, por otro lado, el deber que
tiene el médico a la vez de devolver la salud y la vida al
paciente, en caso de que ésta esté en riesgo. Los
artículos que cita Washburn del Código de Moral
Profesional del Colegio de Médicos de Costa Rica
(artículos 2 y 10), reflejan la obligación moral
del médico, principio de beneficencia en el contexto de la
bioética, de garantizar el bienestar del paciente. En
efecto, tales artículos sostienen que las necesidades del
paciente deben ocupar el lugar prominente en la conducta del
médico y, por otro lado, el principio del respeto a la
vida humana como deber primordial. Esto, como señala
Washburn, genera una tensión entre "la
determinación del paciente a realizar lo que desee con su
vida y la obligación del médico de salvar la vida a
toda costa." (2003: 143). Sin más, una
tensión entre el principio de autonomía y el
principio de beneficencia. Washburn, en este contexto, se plantea
un problema fundamental: "La obligación del médico
para con sus pacientes, ¿le lleva a utilizar terapias o
tratamientos que contravienen la voluntad del paciencia o de sus
representantes?" (2003: 143)

Párrafos atrás he ofrecido un
ejemplo sobre lo que sería una buena conciencia moral con
implicaciones éticas serias. Pues bien, todo cuando ha
dicho Washburn está enfocado al sujeto como paciente
practicante de una religión específica. La
pregunta, o el problema ahora consistiría en verter los
roles: ¿qué pasa cuando es el médico que
sustenta una moralidad fundada en principios religiosos tan
inflexibles como los que sostienen los testigos de Jehová?
En este sentido, ¿qué pasa si un médico
testigo de Jehová se niega transfundir a un paciente
argumentando que su religión no se lo permite? O peor
aún, que el médico en cuestión omitiera
transfundir a un paciente que lo requiere sin si quiera
comunicarlo al resto de colegas. O bien, que un padre o madre de
familia, por abrigar esta misma religión, no diera el
consentimiento para que su hija o hijo sea transfundido. En ambos
casos, tanto el médico como los padres de familia,
actúan moralmente bien, de acuerdo con los principios o
valores que determinan su religión. La conciencia moral de
ambas personas es buena porque así lo determina su
moralidad sustentada por una religión.

El problema que se planteó Washburn
vamos a verterlo por completo: la obligación del
médico para con su religión, ¿le lleva a
utilizar sus principios religiosos como prácticas morales
y profesionales que contravienen las necesidades integrales del
paciente y el respeto por su vida?

Aquí se puede afirmar que el peso
moral de la religión está por encima del compromiso
ético del profesional. El dogmatismo moral deviene en
buena conciencia moral, y la buena conciencia moral trae consigo
problemas éticos fundamentales en la medida que genera
víctimas. En efecto, no es lo mismo que un paciente
haciendo uso de su razón y convicciones morales y
religiosas decida no permitir que se le practique determinada
terapia, a que un médico, partiendo de sus convicciones
morales y religiosas decida, deliberadamente, negarle a un
paciente la práctica de una determinada terapia a
sabiendas que ésta le devolverá la salud y el
bienestar tanto físico como psicológico. Un
médico no tiene derecho a imponer sus convicciones
religiosas ni morales cuando lo que está en juego es la
vida de un paciente. En este sentido, hay que sumar a las
convicciones religiosas, la posibilidad de convicciones
ideológicas, como la homofobia, la xenofobia y el racismo,
por citar unos ejemplos. Independientemente de los credos de un
profesional, la vida de un paciente no puede dejarse a la suerte
de una moralidad bizarra. La presencia de voces éticas se
hace necesaria.

En cuanto a esta moralidad religiosa, la
buena conciencia moral de estos agentes, que rechazan la
transfusión de sangre, se sustenta principalmente en los
siguientes mandatos religiosos: Todo lo que se mueve y vive, os
será para mantenimiento: así como las legumbres y
plantas verdes, os lo he dado todo (…). Pero carne con su
vida, que es su sangre, no comeréis. (Génesis
9: 3-4). Si cualquier varón de la casa de
Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos,
comiere alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la
persona que comiere sangre, y la cortaré de entre su
pueblo (…) Porque la vida de la carne en la sangre
está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre
el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará
expiación de la persona (…) Por tanto, he dicho a
los hijos de Israel: Ninguna persona de vosotros comerá
sangre, ni el extranjero que mora entre vosotros comerá
sangre (…) Y cualquier varón de los hijos de
Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, que cazare
animal o ave que sea de comer, derramará su sangre y la
cubrirá con tierra (…) Porque la vida de toda carne
es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No
comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de
toda carne es su sangre; cualquiera que la comiere será
cortado (Levítico 17:10- 14).

Independientemente de todo análisis
hermenéutico, se aprecia aquí, cómo el dogma
religioso determina una moralidad, y cómo el seguir los
principios de este dogma determina a la vez lo que es una buena
conciencia moral. La conciencia moral, la buena conciencia,
emerge de unos principios religiosos. Estos principios
—perfectamente resemantizados— ocasionan, no
obstante, problemas éticos fundamentales. Pero más
que problemas éticos fundamentales, ocasionan
fundamentalmente víctimas humanas.

Se ha dicho párrafos atrás
que los valores son aquellas ideas que fundamentan y guían
de alguna manera nuestras acciones cotidianas. Casos como los
testigos de Jehová constituyen la evidencia
empírica de este planteamiento, si se quiere
hipotético, sobre las acciones humanas. Efectivamente
algunas ideas pueden ser el fundamento para las acciones
prácticas. Algunas ideas pueden ser el fundamento para una
buena conciencia moral.

La unilateralidad de una buena conciencia
moral no necesariamente es correcta desde un punto de vista
ético. La conciencia moral es autoreferencial: ella juzga
su propia moralidad, lo que es bueno y malo, correcto e
incorrecto. Decía Nietzsche que "la moral no es más
que la obediencia a las costumbres, y las costumbres son la
manera tradicional de conducirse." (§ 9). La
tradición no es crítica de sí misma. Una
conciencia moral que determine la bondad de sus actos por la
obediencia a las costumbres incurre en problemas éticos
fundamentales. La ética cuestiona si las acciones morales
son correctas o incorrectas evidenciando sus implicaciones. De
ahí que como lo ha manifestado el filósofo
costarricense Edgar Roy Ramírez (2004), la ética es
una forma de razonamiento práctico en la que se valoran
medios y fines conjuntamente para mostrar las consecuencias de un
determinado curso de acción.

A fuerza de conciencias morales
unilaterales hace falta consensos éticos racionales. Tomar
un criterio ético en nuestras acciones morales
podría orientar la práctica profesional de una
manera más responsable. La sola presencia de la
racionalidad ética en espacios unilateralmente morales
constituye un aporte fundamental en la evolución de la
cultura ética.

La ética es un saber que, entre
otros, construye modelos teóricos sobre lo correcto e
incorrecto de las acciones humanas. De ahí que las
teorías éticas son anticipaciones que muestran las
implicaciones que determinados cursos de acción
tendrían tanto para los seres humanos como para las
demás formas de vida. No es un saber que parte del
vacío sino de la misma experiencia humana, misma a la cual
está enfocada con el fin de fundamentar una mejor
experiencia en la convivencia cotidiana. La ética puede
ser guía para una conciencia moral menos dogmática
y más razonable, siempre que se le busque y consulte
seriamente.

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Publicado originalmente en Senderos.
Revista de Ciencias Religiosas y Pastorales. Año XXXIII,
Nº 99, 2011, 275-292. Revista del Instituto Teológico
de América Central. San José, Costa Rica

 

 

Autor:

Wílmer Casasola R.

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