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Materiales y Reflexiones para una Identidad Nacional



Partes: 1, 2

  1. Prefacio
  2. Introducción
  3. Desarrollo analítico
  4. Reflexiones finales
  5. Bibliografía
    consultada

"Lo que la historia enseña es
en realidad lo contrario de lo que el espíritu
histórico proyecta en ella, no una progresión cada
vez más consciente del hombre, sino, el retorno
interrumpido de las mismas disposiciones nunca agotadas en el
curso de generaciones sucesivas".

F. NIETZSCHE, Consideraciones
Intempestivas. -Fragmento- (1873-1876).

Prefacio

El presente ensayo pretende reunir las ideas
básicas que hemos confrontado a lo largo de este curso:
Historia de México, Siglo XIX; tratar de vislumbrar las
aportaciones que nos han dejado los autores para el trabajo
individual es uno de nuestros propósitos principales.
Señalamos que este curso, ha sido de las primeras
aproximaciones agudas y profundas a la historia de México
durante este periodo, siglo XIX; planteamientos y debates que han
dejado una marca importante en nuestro trabajo, pues si algo nos
dejo el curso, fue ver que hacer que el hombre pueda comprender
la sociedad del pasado, e incrementar su dominio de la sociedad
del presente, es una especie de doble función de la
historia.

Nuestra formación como Historiadores nos ha
limitado hasta cierto punto; sin embargo seguimos curiosos,
preocupados e insistentes a que nuestra formación mejore y
se complemente, y que en algún momento podamos manejar con
comodidad, los métodos y enfoques de la historia y la
antropología, la sociología, e inclusive otras
ramas que nos acerquen al conocimiento del pasado, trabajar en
conjunto, aplicar el conocimiento de sus preceptos
teóricos básicos y poder entender los
fenómenos sociales desde una perspectiva más
amplia, compleja e interesante como es la tarea de la historia.
Espero que este escrito registre nuestro interés personal
y esfuerzo en esta nueva aventura (la historia del siglo XIX),
pues deseamos que las reflexiones más importantes, y
nuestro aporte en el trabajo sea genuino y demore en quedar
caduco.

Durante el curso vislumbramos una seria de conceptos,
muchos de los cuales portan grandes rasgos del pensamiento
sociológico de Max Weber y lo que conocemos como
Historia Política; los mismos que inspiraron
nuestras reflexiones más elementales mientras suscitaban
las sesiones; los debates inclinaron el pensamiento hacia ciertas
temáticas de la cuales nos gustaría retroalimentar
algunas, debatir y reflexionar sobre algunas otras, siempre con
el objetivo crucial de brindar un aporte, pues consideramos que
cada generación no se agota en sí misma, sino en su
superación, en preparar algo mejor fuera de
sí.

Dicho esto, en este breve texto precisamos y
reflexionamos sobre las temáticas de la Identidad, sus
procesos de adquisición, su reconocimiento,
¿qué procesos encontramos de trasfondo?; tales
cuestiones se acercan a las problemáticas de la
complejidad, de las continuidades y de las rupturas de la
historia de México durante el siglo XIX. Los conceptos y
categorías en los que mantendremos este debate, son
intrínsecos a las ideas de la soberanía y de la
nación propuesta por ciertos autores que recuperamos para
el tratamiento de este escrito; profundizando en la idea de
identidad, pues creemos que es una temática importante que
podría explicar acontecimientos actuales sobre la misma
idea o noción de la identidad tanto en México como
en otros espacios.

Insistimos en que la identidad es importante en el
contexto histórico que planteamos; pues apreciamos que la
nación, en sentido histórico y sociológico,
aparece siempre ligada a la identidad social en la medida en que
esta resulta la interiorización distintiva y contrastante
de la misma por los actores sociales, según el axioma: no
hay naciones sin sujetos ni sujetos sin naciones, en este
sentido, especulamos que la identidad puede ser el lado subjetivo
que toda nación constituye en virtud de un juego
dialectico permanente entre autoafirmación (de lo mismo y
de lo propio) en y por la diferencia. Un debate en el que a
continuación pretendemos profundizar.

Introducción

Recordando lecturas de Tomás Pérez Vejo;
Elegía Criolla; nos percatamos que
"nuestros ancestros son sólo una elección.
Elegimos nuestros antepasados como elegimos nuestros nombres.
Somos descendientes de quienes decimos descender no de quienes
descendemos"[1].
Dicho de otro modo, muchas
veces la identidad que se proclama esta calcada –en
negativo- de la del adversario.

En su texto el autor insiste en que la idea de que
"no existían naciones, en el sentido moderno del
término, en el momento del estallido de las guerras de la
independencia. Las naciones no fueron la causa de las guerras de
independencia sino su consecuencia. En el origen de éstas
no hay un problema nacional, de naciones en conflictos, sino un
conflicto de soberanía sobre quién tenía
derecho a gobernar en ausencia del monarca. El final del proceso
fue la conversión de la nación en sujeto
único y excluyente de legitimación del ejercicio
del poder, pero esto fue la consecuencia, no la
causa
"[2].

Lo anterior nos informa sobre la conformación de
los conceptos clave de los que se ocupara el autor
nación, patria– y su conformación en el
imaginario colectivo de la sociedad de siglo XIX:
"La posterior historiografía nacional, y nacionalista,
de los diversos países hispanoamericanos no hará
sino reafirmar esta extraña visión en la que las
guerras de independencia no sólo se convierten en la
liberación de naciones preexistentes, cosa ya harto
inverosímil, sino también, en algunos casos, en la
recuperación de la soberanía original perdida a
manos de los conquistadores, algo más inverosímil
todavía dada la filiación étnico-cultural de
la mayoría de los héroes de las independencias
americanas
"[3].

Vejo enfatiza que se genera una continuidad
histórica entre las organizaciones políticas
prehispánicas y los nuevos Estados-nación surgidos
de la independencia y, sobre todo, una continuidad afectiva
sentimental entre los pueblos indígenas y los criollos que
proclamaron la independencia. Podemos ver como inicia un proceso
de aprensión de la realidad, de la condición social
de la época y de los rasgos culturales, se da una
identificación, un arraigo, un apego socio territorial; se
sientan las bases para la edificación de una identidad
nacional, ya sea ficticia, imaginada, inventada, o quizá
real.

El autor propone que "a partir de los nuevos
planteamientos de la teoría política sobre
el problema de la nación, proponer un nuevo marco
interpretativo general sobre las llamadas guerras de
independencia americanas
"[4], en este
contexto sostiene que no eran las naciones quienes
construían los Estados sino los Estados quienes
edificaban, inventaban a las naciones; y que es evidente que las
últimas décadas del siglo XVIII vieron un auge del
patriotismo, del patriotismo a secas no específicamente
criollo, definido por el amor a la patria; una especie de
virtuosísimo basado en emocionalidad y residuos del
romanciticismo decimonónico. El problema está en
confundirlo con una especie de protonacionalismo, afirma
Vejo.

Está claro entonces que; lo que hizo del
patriotismo algo cercano a la nación fue la
identificación patria-nación, también una
consecuencia de las guerras de independencia y no su causa; con
esta idea central el autor propone una nueva forma de concebir la
idea de nación: "la solución es la reescritura
de la historia. Los vencedores imponen un relato sobre el pasado
cuyo objetivo, en general no explícito, es lograr que la
guerra pierda su carácter de conflicto civil y pase a
imaginarse, y a nombrarse, como una guerra de independencia o una
revolución. En este proceso los vencidos pierden la
condición de rivales legítimos y la derrota
conlleva no sólo la pérdida de la guerra sino
también, lo que es más importante, la de la
legitimidad del discurso
[5]

Se da un proceso de transformar, mutar al enemigo en
extranjero y a la guerra civil en guerra de independencia, de
esta forma se cumple una doble función: la de
deslegitimación y la vez la de legitimación. En la
memoria colectiva el enfrentamiento fratricida es
sustituido por una lucha entre ellos y nosotros, en la que ellos,
los invasores, no forman parte de la fratría nacional.
Como consecuencia, derramar su sangre, incluso exterminarlos,
aparece justificado como un bien superior. Hay que recordar que
el topos clásico de «bello es morir por la
patria» tiende a convertirse, con gran facilidad, en
«bello es matar por la patria», en palabras del autor
citado: "Siempre es más fácil matar que morir y
cuando los que mueren son ellos, los que no forman parte del
nosotros comunitario, la muerte aparece como moralmente
justa"
[6]. Una idea que nos recuerda alguna
reflexión de Oscar Wilde: "el patriotismo es la virtud
de los asesinos
".

El análisis que realiza el autor del concepto
nación y su trasfondo, nos informa como estas realidades
han sido manipuladas a través de la historia, y ponen en
tela de juicio los preceptos con los que hemos conocido nuestra
historia nacional, sin descartar si quiera que este modelo que
aplica Vejo sea aplicable a otras paradojas históricas en
diversos países del globo. Más aún partimos
de su texto inicial por algunas razones que quisiéramos
dejar claras; es en este punto donde nuestras reflexiones en
torno a la identidad y su proceso creativo: "inventivo"
aparece de forma semejante en nuestro pensamiento, y es en este
sentido que podemos ver como la identidad en esta época
estaba fundada en una "consanguinidad imaginada" y
así mismo sobre la identidad regional, una especie de
representación valorizada de las propias regiones (y su
consecuente apego a la misma) de donde consideramos; resulta un
sentimiento de autoestima, de solidaridad a nivel regional y la
capacidad de movilización en vista del desarrollo de las
regiones.

Otro punto que nos gustaría rescatar en este
trabajo, ha sido inspirado por las precisiones conceptuales que
realiza Vejo acerca de la memoria colectiva, pues consideramos
importante discutir acerca de su naturaleza, así como de
sus mecanismos de construcción, y poder dilucidar que para
este momento histórico (siglo XIX) la memoria
colectiva
representa una construcción
ideológica de los grupos sociales ante la necesidad de
cohesionar a sus miembros y darles un sentido de identidad y
pertenencia; sin olvidar que esta memoria constantemente se
reformula y actualiza para hacer frente a los conflictos que se
viven, es decir, los recuerdos se van reinventando de acuerdo a
las condiciones de
poder[7]("Capacidad de influir
efectivamente sobre las personas y sobre las cosas recurriendo a
una gama de medios que se extiende desde la persuasión
hasta la coerción; voluntad propia en una acción en
común aun existiendo una oposición")
que se
viven para legitimar su presencia, por lo tanto es una constante
reinvención de los grupos sociales y tiene sus fronteras
en las condiciones políticas del momento en que se
vive.

No debemos omitir, que si bien este texto nos ayuda a
nuestras reflexiones y apuestas, otros autores participan; entre
ellos hemos rescatado algunas ideas centrales para profundizar en
la temática de identidad nacional en siglo XIX; tales
autores son: François-Xavier Guerra, Horst Pietschmann,
Antonio Annino y José Carlos Chiaramonte; pues desde
nuestro punto de vista y desde la necesidad de nuestras
interrogantes, son autores que más profundizan en las
ideas de nación y por ende de la identidad, nuestro tema
central.

Desarrollo
analítico

Se dice que cada país tiene su trauma nacional,
su fantasma histórico que lo aqueja; y que muchas veces no
ha logrado subsanarse, desaparecer, y que incluso desde la
génesis de los pueblos ha sido el reflejo de las distintas
formas y expresiones de violencia o inconformidad que atraviesan
a una sociedad en ese tránsito por construir
nación, en el intento por recuperar derechos y facultades
perdidas, restablecer el orden o mantenerse en el
poder.

Pero no se trata de borrar de tajo el pasado, las
intrigas y pasiones entre grupos supuestamente rivales, las
luchas internas y los contragolpes, los gritos de libertad que
derramaron tanta sangre, así como tampoco es conveniente
buscar culpables o usurpadores en un encuentro entre dos mundos,
que para muchos, como pudimos vislumbrar en nuestro curso
sólo creó sentimientos de ingratitud,
injusticia, servidumbre y desolación,
y para otros un
estado de ensoñación, la posibilidad de imaginar
qué hubiera pasado de no haberse producido la ruptura o
lamentarse por ella.[8]

Es por ello que estudiar las distintas manifestaciones
que pudieron conducir a la independencia nacional debe
convertirse en objeto de múltiples miradas y reflexiones,
como las que propone Tomás Pérez Vejo en sus obras;
siempre que éstas sean en doble vía, es decir, sin
desconocer las relaciones e intereses que se tejieron entre la
metrópoli y las provincias de ultramar hasta el momento de
la ruptura, ruptura que puede considerarse como el
tránsito hacia la conformación de un Estado
republicano que apostó por su autonomía
política, que como pudimos ver en el paseo
histórico del curso México siglo XIXI; primero a
partir de juntas que proclamaron para sí el derecho de
autogobernarse en ausencia de Fernando VII y ante la amenaza
latente del imperio de Bonaparte, y posteriormente en el intento
por establecer un nuevo tipo de organización social, un
Estado soberano, independiente, autosuficiente y
geográficamente delimitado; factores que como veremos a
continuación edifican la imagen de una identidad nacional,
territorial. [9]

El resultado de la larga crisis colonial y de la
creciente toma de conciencia de los habitantes de las ciudades,
villas y pueblos abonaron el campo en el que florecería
tiempo después la Independencia, pero es preciso recordar
que en esa siembra, como ya es costumbre, muchas manos plantaron
las semillas y tan solo unas pocas se encargaron de
recogerlas.

En el curso Historia de México Siglo XIX, pudimos
observar como la transición del régimen
monárquico al republicano obligaba a pensar en manos de
quién debería recaer la soberanía. De
allí la fuerza de los cabildos, encargados de asumir la
representatividad del pueblo; pero el camino no fue fácil,
pues en cada una de las localidades ya se habían fraguado
intereses y aspiraciones autonómicas que dificultaban la
marcha hacia la consolidación estatal y hacia la
unificación de una identidad compartida
por los diferentes grupos. Resultará exagerado hacer
alusión al momento en que se dio el encuentro entre los
dos mundos, pero incluso en la alborada de esta etapa se pueden
percibir ritmos dispares, antagonismos e intereses
económicos, territoriales y políticos que
impidieron que los dos mundos se fundieran en uno solo de manera
permanente, obligándoles a asumir su propia
autodeterminación nacional y por ende a crear una supuesta
o posible identidad nacional.

Queremos mencionar que las reflexiones y debates
sostenidos en clase han inspirado en quien esto escribe, ideas
nuevas y reformulaciones novedosas en los contextos de la
historia del siglo XIX. Es muy oportuno ver otros enfoques como
historiadores y de algún modo "romper con lo
previamente establecido
" en el conocimiento y la
producción de la historia de México.

Compartimos una tesis importante expuesta en
Elegía Criolla: "No existían
naciones, en el sentido moderno del término, en el momento
del estallido de las guerras de la independencia. Las naciones no
fueron la causa de las guerras de independencia sino su
consecuencia. En el origen de éstas no hay un problema
nacional, de naciones en conflictos, sino un conflicto de
soberanía sobre quién tenía derecho a
gobernar en ausencia del monarca. El final del proceso fue la
conversión de la nación en sujeto único y
excluyente de legitimación del ejercicio del poder, pero
esto fue la consecuencia, no la
causa"[10].

En el contenido de Elegía
Criolla
, rescatamos una premisa más: "no eran
las naciones quienes construían los Estados sino los
Estados quienes inventaban las naciones";
lo anterior nos
guía al tema de la nación, se dice que "no hay
patria sin nación ni nación sin patria. No es
posible, en realidad ni siquiera imaginable, una nación
que no tenga las mismas leyes; ni una patria que no esté
formada por los que tienen el mismo origen y forma de
vida
[11]En este contexto reflexionamos; la
identidad para esta época no radica en la simplicidad del
"o bien esto o bien aquello" sino en la diversidad de "a la vez
esto y aquello".[12] La identidad podemos ver en
este siglo, comparte no solo una multiplicidad de facetas,
pertenencias y dependencias. Ella contiene multiplicidad y
unidad, originalidad y conformidad, serialidad; pero sobre todo
unidad, pues necesita del otro por reproducción y,
eventualmente comunicación. Ya que basta recordar la
noción que para estos momentos simboliza la
patria: "no es otra cosa que la dulce
unión que ata a un ciudadano con otro por los indisolubles
vínculos de un mismo suelo, una misma lengua, unas propias
leyes, una religión inmaculada, un gobierno, un
rey[13]

De acuerdo a las anteriores reflexiones, a partir de
este momento histórico no hay patria sin nación ni
nación sin patria. No es posible, en realidad ni siquiera
imaginable, una nación que no tenga las mismas leyes; ni
una patria que no esté formada por los que tienen el mismo
origen y forma de vida. Nuevamente la idea de identidad emana en
el trasfondo de los sucesos; pues podemos ver, de acuerdo a lo
anterior, como esta identidad en constante construcción
asume sus caracteres de unidad, de unicidad e inclusive de
invariancia, lo que consideramos la convierte a la vez en
realidad e ilusión absolutas.

Retroalimentemos nuevamente la noción de patria.
Patria, "la amable patria", no es otra cosa que la dulce
unión que ata a un ciudadano con los otros; y en este
sentido la identidad esta atribuida siempre en primera instancia
a una unidad distinguible. Es de precisar que en la teoría
filosófica –dice H. Heinrich- la identidad es un
predicado que tiene una función particular; por medio de
él una cosa u objeto particular se distingue como tal de
las demás de su misma
especie[14]

Ahora bien, durante cierto tiempo la escuela de los
Annales y la historiografía anglosajona continuaron con
ciertas tendencias a concentrarse sobre lo imperial; lo que
había imposibilitado ver las relaciones más agudas
entre sociedad, instituciones, economía, y su
aproximación intrínseca con el estado y su
incidencia política. Horst Pietschmann en su texto
"Los principios rectores de organización estatal en
las indias
", toma en cuenta los enfoques teóricos,
conceptuales y categorías sugeridas por Max
Weber
; pues hace hincapié en lo que Weber
llamaría "Estructuras y Unidades de Poder"; el
autor plasma un interés por entender el entramado
político y relacionarlo con el cotidiano de las
metrópolis. Vislumbrando los intereses anteriores,
colocando cierta atención a las incidencias del estado, la
sociedad y la economía; se pudo vislumbrar nuevas
identidades históricas. Es decir, se destaca la
incorporación y participación social del Criollo,
pues esta dependió de las estructuras
socioeconómicas que siempre estaban trastocando la vida
cotidiana y a su vez eran estas las que les asignaban ciertos
roles (obligaciones) y ciertos statutos
(derechos) a estas personas, lo que posibilita comprender la
creación de nuevas "entidades" e identidades durante este
siglo; estos nuevos roles y por ende la adquisición de
nuevos status en el cotidiano social; explican como una identidad
se forma, se mantiene y se manifiesta en y por los procesos de
interacción y comunicación social. En suma, no
basta que las personas se percibieran como distintas bajo
algún aspecto, también tiene que ser percibidas y
reconocidas como tales, en este sentido, podemos observar como
toda identidad colectiva requería de la sanción del
reconocimiento social para existir
públicamente[15]

Para ello Pietschmann contempla una idea clave, que nos
ayuda a nuestras reflexiones: las "mentalidades criollas
distintas
" o más bien desiguales, pues pese a
pertenecer a la misma "clase social" los roles y status, y
más aún, las personalidades, la cultura, las ideas,
las metas de estas personas eran totalmente diversas. Una especie
de "etiqueta" en las identidades, pues pese a que el sujeto
sociohistorico se pueda auto identificar en forma
autónoma, su diversidad e identidad ha sido fijada por los
otros. Esto nos habla de las pertenencias
sociales[16]Pero reflexionando al respecto nos
preguntamos ¿Qué significa la pertenencia social
para esta época? Si bien sabemos que para la época
la individualidad no tenía sentido ni cabida, sabemos
también que los ciudadanos eran los portadores de
identidad y simbolismo, y quienes conformaban a las naciones
articulando un territorio; en este contexto, consideramos que la
pertenencia social, implica la inclusión de los individuos
en una colectividad hacia la cual se experimenta un sentimiento
de lealtad; pero sobre todo mediante la apropiación e
interiorización al menos parcial del complejo
simbólico que funge como emblema de la colectividad en
cuestión. De este modo, la pertenencia social es uno de
los criterios básicos de "distinguibilidad" de las
personas y los grupos en el sentido de que a través de
ella los individuos internalizan en forma idiosincrásica e
individualizadas las representaciones sociales de su grupo de
pertenencia o de referencia.

Lo anterior quizá puede explicarse también
desde lo propuesto por José Carlos Chiaramonte, en su
texto "Modificación del pacto imperial". Donde se
centra en rebatir el proyecto de construcción de la
nación moderna. Chiaramonte parte de algunas premisas
importantes; en primer lugar se aclara que no debe suponerse que
la independencia genera las distintas naciones existentes (temas
profundizados por Tomás Pérez Vejo). Los pasos
iniciales de los movimientos independistas muestran la emergencia
de distintas soberanías en reemplazo, de la
soberanía del monarca y como respuesta al problema de
legitimidad ("Capacidad del sistema para engendrar y mantener
la creencia de que las instituciones políticas existentes
son las más apropiadas para la
sociedad
[17]es decir, a la necesidad de
fundar una nueva autoridad legítima, aunque esas nuevas
autoridades sean transitorias suplencias del monarca
cautivo.

A lo largo del trabajo observamos una
complicación de vocablos derivados de la palabra
nación y de la palabra estado: decir que es la
soberanía en una sociedad de hombres reunidos bajo unas
mismas leyes, costumbres y gobierno emerge pretensiones
autonómicas que apuntan frecuentemente a formas
confedérales y surgen otros también que apuntan a
formas de estados centralistas. La 1º de esas pretensiones
eran fundamentadas por sostenedores de la doctrina
"reasunción" del poder al pueblo y la 2º estaba
apoyada en la posición privilegiada que la R.
Borbónica había conferido a las ciudades sede de
las autoridades principales[18]

La cuestión ahora es la organización de
nuevos estados soberanos y no el de dar forma estatal a algunas
naciones persistentes. En los procesos políticos abiertos
la independencia no existió la cuestión de la
nacionalidad que se instalara en correspondencia con la
difusión del romanticismo. Ya que fueron distintos poderes
regionales constituidos en cabildos, los que resistieron al
cambio borbónico y llevarían a la
conformación de los futuros gobiernos independientes;
regidos por una lógica
autonómica[19]por lo tanto
desencadenarían también una lógica
identitaria diversa.

Pues como sabemos la soberanía para estos
momentos implica el ejercicio y practica de las mismas leyes,
tradiciones, costumbres y formas de gobierno, una misma cultura,
soberanía entonces, se puede traducir como la portadora y
condicionante de una identidad, es decir, cuando la
soberanía empezó a residir en las poblaciones y no
en el monarca la noción de nación se refería
más exactamente a compartir un mismo origen y un mismo
idioma / lengua; y especialmente, gente constituida bajo un mismo
gobierno. Aclara Chiaramonte en su texto, que a partir de ciertas
rupturas y procesos el gobierno de los pueblos pertenece a ellos
mismos, entonces, sin pueblo el imperio no puede gobernar.
Recordemos también, en este contexto, que a menudo la
identidad de tipo regional o local es estimulante para sus
habitantes, pues suscita orgullo y adhesión, una fuente de
cohesión a nivel regional, una voluntad de actuar a favor
de su región, sin duda esta identidad expresada en el
trasfondo por los diversos pueblos en el XIX fue raramente
unánime, lo que es emblema para unos, es estigma para
otros.

Lo anterior conduce a dilucidar, como lo mencionamos
arriba, a los fenómenos de autonomías locales, lo
que llevaría a las Independencias; Cabildos, corporaciones
municipales, etc; una conciencia de autogobierno de los pueblos y
al nacimiento de una nueva organización social y por ende
nuevas identidades colectivas y singulares; pues consideramos que
en todas las épocas hubo gente que hiso pensar que
había entonces una sola pertenencia primordial tan
superior a las demás en todas las circunstancias que
estaba justificado denominarla "identidad", la religión
para algunos, la nación o la clase social para
otros.

Basado en las reflexiones anteriores, dilucidamos que la
identidad para el XIX, más que apostar por las
múltiples identidades de los pueblos, fue una
creación de carácter colectivo, cultural, en
continuo devenir, una creatividad permanente por parte de los
grupos dirigentes, una exploración incansable; en este
proceso, los diferentes grupos se proyectan en un porvenir social
común. Lo que podemos observar desde nuestra óptica
para el XIX, es que muchos grupos entraron en relación con
otros, pero algunos buscando permanecer fieles a sí
mismos.

Para tratar de ejemplificar la reflexión antes
compartida, citamos a Françoise-Xavier Guerra, pues en su
texto "Modernidad e Independencias Ensayos sobre las
revoluciones hispánicas",
hace referencia al
nacimiento de una comunidad nueva, fundada en la
asociación libre de los habitantes de un país, esta
nación es ya soberana, claramente observamos diversas
variables entre ambas, la primera hablando de estamentos o los
individuos; y la segunda hablando de una nación plural.
Pero que en todos los aspectos el término
Nación se referirá al conjunto de
la Monarquía. Pero a diferencia de la concepción
antigua, los modernos ven a esta nación como una
"unión voluntaria de individuos autónomos e
iguales
";
ideas con un trasfondo "moderno". Esta
confrontación de concepciones provoca el triunfo de la
concepción moderna, cuyo objetivo era la
transformación radical del imaginario social; una nueva
organización social y política.

La concepto pueblo aparece, y su concepción es
discutida por Guerra: "al principio se interpretaba este
término como si se tratara de un actor real, de modo que
el pueblo mencionado en los discursos y relatos del siglo XIX
efectivamente hablaba, deseaba o actuaba y por añadidura,
de forma unánime
[20]Es decir, se
aplica a la decisión u opinión que es común
a todos los miembros del grupo de personas, se aplica al conjunto
de personas que tienen la misma opinión o sentimiento,
dicho de otro modo, es lo relativo a las opiniones o decisiones
compartidas por todos los miembros del grupo. Y con estas
premisas, consideramos que es en este contexto donde las
relaciones interpersonales e intergrupos, forjan las identidades
de los mismos actores, la transformación de estas
relaciones hace que las identidades se vuelvan caducas y
requieran en algún momento la elaboración de nuevas
identidades.

Guerra precisa la concepción categórica de
ciudadano, "igual independencia del individuo
y a su dignidad
". Esta concepción de individuo, hace
referencia a la superioridad de las élites, las cuales
comienzan a descalificar a quienes puedan acceder a las
decisiones de la nación, y concluyen que sólo los
propietarios o hombres de conocimiento pueden entender este
interés de la patria, y que los campesinos o proletarios,
sólo están para dar hijos y/o que defiendan la
patria en caso de ser necesario; es una noción de ligar
derechos con la propiedad o el prestigio.

Así se buscaba definir al "ciudadano" que buscaba
ligarse con la concepción antigua y que estaba en
contradicción con esa idea de un individuo sin cualidades
ni comprensión, pero que gracias al medio y al
conocimiento que tiene de este, recupera su capacidad de
movilización. Y es en esta parte donde rescatamos parte de
nuestras reflexiones centrales, al poder dilucidar, que el
"ciudadano" hace uso de la memoria colectiva;
pues esta permite hacer la unión entre herencia e
identidad, además permite que dilucidemos como en el siglo
XIX la historia y el "patrimonio" intervienen en la
dinámica social, pues se hace uso de la historia por parte
del grupo. Así, la memoria colectiva es una imagen del
pasado edificada por la colectividad[21]Podemos
observar con los ejemplos antes citados, que la función
primordial de memoria colectiva para los grupos del XIX fue
actuar de tal manera que los cambios se resolvieran en semejanzas
que constituyen los rasgos fundamentales del grupo y posibilita
su movilización en el cotidiano social para el accionar
político, económico y cultural.

En este contexto, la memoria colectiva formo parte de
los elementos culturales de los distintos y diversos grupos de
sujetos sociales durante el siglo XIX, y consideramos,
después de nuestras arduas lecturas, que esta
permitió la identificación de los grupos sociales,
ayudando a explicar quién es el nosotros y quiénes
son ellos. Así durante el XIX, los distintos grupos
fincaron parte de su cohesión en la construcción de
una memoria colectiva; de este modo, en los múltiples
ejemplos leídos en el curso (Historia de México
Siglo XIX), en los profundos análisis, dilucidamos como la
facultad de recordar de los grupos y a la vez de dejar huella, es
el rostro de los recuerdos del pueblo con base en sus
experiencias, lo vivido, pero también lo heredado de
generación en generación, o mejor dicho, de
aquellos elementos históricos que se hacen propios
interiorizándolos. Es un inmenso repertorio de discursos
que nos hablan de las costumbres, de las relaciones y lucha por
el poder, y por ende, de las identidades sociales, pues
consideramos que la identidad social se define y afirma en la
diferencia.

Consideramos también que para el siglo XIX la
memoria colectiva llego a convertirse en un instrumento de
reclutamiento y de movilización en los momentos en que se
vieron afectados los intereses de los distintos grupos, pues
recordemos que no solo había una memoria colectiva
perteneciente a los grupos étnicos o criollos, etc. Sino
que hablamos de múltiples relatos y discursos de los que
la conforman (también recordemos las corrientes
romanticistas e historicistas que están
en auge en Europa, buscando la reivindicación y
justificación de una identidad histórica),
según los sujetos sociales y el contexto político
en el que se desarrollaron.

Ahora bien, siguiendo con nuestro análisis dentro
de la temática de la identidad, pasamos a citar un
último autor, Antonio Annino y su texto
"Soberanías en Lucha"; un texto donde si bien la
soberanía es el tema primordial, podemos dilucidar que no
solo fue una lucha por ejercer la soberanía y establecer
el poder, sino una lucha de identidades que se trastocan y se
reivindican de forma singular. Annino en su texto explica la
ambivalencia de la herencia colonial; cuestión importante
si se quiere comprender el entramado cultural de las identidades
de la época. Las elites gobernantes del continente,
tuvieron una nueva visión de la independencia en la
primera mitad del siglo XIX: el movimiento emancipador fue
traicionado por un nuevo actor político, el
caudillo (en palabras de Weber, este posible:
"líder carismático, símbolo de la identidad
y lucha, expresión de la conciencia política y
resistencia cultural
[22]adquirió un
poder arbitrario y personal que limito la soberanía de
todas las leyes e instauro un nueva categoría a cotidiano
político: la anarquía. Con estos personajes retorna
el poder arbitrario y despótico de la colonia, que el
movimiento emancipador había logrado vencer.

Ahora bien, para el pensamiento liberal de fines de
siglo, el proceso de formación del estado nacional
continuaba, pues sabemos que con la emancipación de
España se había permitido el nacimiento de una
soberanía, sin embargo este desarrollo fue obstaculizado
por el personalismo político, cuya naturaleza represento
un problema para la nueva libertad. Por ejemplo, en las
repúblicas con un fuerte número de personas
indígenas se pensó que los indios serian un
obstáculo para ejercer dicha soberanía, porque sus
valores, es decir, su lógica cultural, sus sistemas de
normas y funciones, se oponían a los
individualístico-hacendísticos de las
elites[23]

Respecto a lo anterior, consideramos importantes
proponer que la noción de nación, es en el
trasfondo de los hechos, una comunidad
política
("Un orden mediante un conjunto
específico de hombres que aplicaran la coacción
física y psíquica con el objeto de lograr una
aceptación del orden o sancionar su
transgresión
[24]imaginada, e imaginada
como intrínsecamente limitada y soberana.

Mas allá que la lógica cultural y
política de las comunidades indígenas representaran
un obstáculo para el ejercicio de la soberanía
impuesta por las elites, dilucidamos en el trasfondo y
reflexionamos; estos miembros de la nación más
pequeña reducida (elites) nunca supieron mayor cosa de la
mayoría de sus conciudadanos, no los conocieron y ni
siquiera escucharon hablar de ellos, sin embargo en la mente de
cada uno de ellos vive la imagen de su comunión.
Recordando a Renán, el se refería a este tipo de
imaginación con su habitual sutileza al escribir:
"ahora bien, pertenece a la esencia de la nación en
que todos los individuos tengan muchas cosas en común y
también el que todos hayan olvidado muchas
cosas"
[25]; de igual forma Gellner apunta
algo similar cuando afirma: "el nacionalismo no es el
despertar de la naciones a la autoconciencia, más bien
consiste en inventar naciones allí donde no
existen"[26].

Sin darle mayor importancia a la posición de los
autores antes citados, lo cierto es que en el trasfondo de
nuestras formulaciones, queremos observar que el nacionalismo de
la época se disfrazo bajo falsas pretensiones, que asimila
a la vez "invención" a "fabricación" y quizá
a "falsedad" en lugar de asimilarla a "imaginación" y
"creación". De este modo podemos ver como hubo comunidades
"verdaderas" contrapuestas ventajosamente a las
naciones.

En este sentido, se puede entender la forma percibir la
edificación del estado nación por parte de los
grupos dirigentes, se observa que fue una percepción dual:
un espacio constitucional identificado con las principales
áreas urbanas y por otro lado, un espacio mucho más
extenso, y no constitucionalizado, caracterizado por la
ruralidad. Se entiende que aún se continuaba con la idea
tradicionalista católica del siglo XVI, donde se concibe a
las ciudades como la cuna de la civilización.

Y es así, la nación "imaginada",
inventada, una comunidad, ya que pese a la desigualdad en
diferentes contextos, y explotación que puede prevalecer,
pues tenemos la impresión de que la identidad se
concibió siempre durante el XIX, como una condición
común y englobante, no es una invención estatal. El
discurso de las comunidades pre-estatales establece ya este tipo
de identidad; ya que consideramos que el discurso social
común, es un documento de identidad, las prácticas
y representaciones comunes son signos de reconocimiento y
manifiestan una identidad colectiva; es decir, el discurso
común es de todos. Consideramos que como las necesidades,
las identidades para el XIX son una modalidad del discurso
común, y se trata de una modalidad ya no relacionado solo
con la pareja producción/consumo, más aún,
con la pareja estado/clase-estatuto. De este modo la identidad se
circunscribe a un Estado, dentro del cual se practica el discurso
común; las identidades diferenciales dicen algo acerca de
la organización subterránea de las clases-estatuto
en el interior de dicha colectividad.

Retornando al texto antes citado de Annino; él
precisa que el liberalismo criollo adopto una concepción
de la soberanía y del estado parecida a la francesa pos
revolucionaría, no muy distinta a la borbónica
española, pues ambas concepciones de la soberanía
liberal criolla eran monistas, distintas de la anglosajona y
también de la del periodo de los Habsburgo. Sin embargo la
tradición de los Habsburgo sobrevivió en la
mentalidad colectiva Hispanoamericana tras la caída del
Imperio, y con ello la idea del estado mixto, con una
soberanía repartida entre corona y estados, estas ideas se
transformaron en un componente orgánico, funcional, del
contractualismo hispánico. [27]

Este aspecto se desarrollo con eficacia en las indias,
donde el modelo sociopolítico de un estado mixto se
consolido, esto, por la existencia de autonomías
territoriales y corporativas, y por lo tanto en lógicas
identitarias socios territoriales y sociopolíticos
singulares. Lo anterior contribuyo a consolidar, a su vez, la
práctica de los valores colectivos autóctonos, es
decir, los modelos culturales de cada territorio se ajustaron de
forma funcional en el estado mixto indiano-colonial.
[28]

Dicho esto, nuestra idea de identidad común o
englobante surge de nuevo, pues nos damos cuenta que gracias a
ella se da un fenómeno: la nación se ajusta a las
exigencias de su creador; el Estado.

Continuando con nuestro concepto (identidad
englobante)
precisamos que la lengua, los usos y costumbres,
los dioses comunes, el territorio ocupado, el habito de la vida
en común, las tradiciones históricas o legendarias
de ahí derivadas, y otras diversas características
por el estilo, se encuentran, en dosis variables, en la
definición de todas las identidades colectivas, desde la
comunidad más "primitiva" hasta la más nacionalista
de las naciones por que se tratan de rasgos que describen un
discurso social común.

En análisis que realiza nuestro autor (A.
Annino), precisa que existían como dos Américas, la
de los cabildos providenciales que no poseen una
jurisdicción plena sobre los propios territorios rurales,
y la de los cabildos que conservan este poder desde el siglo XVI
(Herencia colonial) y que logran defender sus prerrogativas
frente al estado absolutista español; nuevamente la
memoria colectiva hace su trabajo en la edificación de la
historia de los hombres[29]

Ahora bien, plantea Annino, distinguir entre un espacio
urbano no colonial y un espacio colonial no urbano ayuda a
comprender la lógica de los cabildos (de los cuales
hemos hecho hincapié de su importancia
) trasplantados
en América, pues desarrollaron funciones distintas: fueron
un instrumento para organizar los intereses del sector blanco, y
a su vez, contribuyeron a la reestructuración del sector
indio. El cabildo indio tuvo un papel importante en este largo
proceso de reajuste del territorio étnico, por que los
sistemas de cargos y de jerarquías internas permitieron a
las comunidades organizar el control de sus recursos materiales e
inmateriales. Annino alude, que los estudios coinciden en que la
idea de territorio de las antiguas culturas indígenas no
se perdió durante la colonia sino que se redefinieron en
nuevos contextos[30]

En los ejemplos anteriores vemos como ciertas
identidades diferenciales a nivel cultural y político a
floran durante este momento, sin embargo, de trasfondo hay un
discurso social común. Como apunta Bourdieu, estas
identidades se señalan por "el conjunto de actos
sociales que, aun sin quererlo ni saberlo, traducen a los ojos de
los demás y, sobre todo de los "extranjeros" una
posición diferente en toda
sociedad"
[31]. Es decir, la
diferenciación social va creciendo conforme la red se
torna más compleja, aunque debemos recordar, que el
discurso social común, ordena y organiza estas
diferencias.

Por ejemplo; sabemos que a finales del XVIII hubo
fragmentaciones políticas y re agregaciones que conflicto
el mundo indio, en Centroamérica por ejemplo, las
comunidades solicitaron constituirse en repúblicas, las
motivaciones eran de dos tipos: conflicto con los caciques y
conflicto por el control de los recursos dentro de su territorio.
Una república, se precisa, necesita nuevos cargos, y una
expansión de la clase de los principales, y no
necesariamente ligados a linajes caciquiles. Surge así una
fragmentación y se da una re agregación
étnica, es decir, todo se re ordena.

Partes: 1, 2

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