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El ministerio de música desde una perspectiva bíblica (página 2)



Partes: 1, 2

El mensaje que un M.D.M. da, tanto a los
cristianos como a "los de fuera", depende, en gran parte, de su
expresividad, es decir, de la manera en la que sus miembros
manifiestan su autenticidad de oración y de vida, en como
viven el canto y lo expresan con su cara, sus gestos, con toda su
actitud corporal.

Un M. D. M. tiene que transmitir la Verdad.
Por ello, cada nuevo canto ha de ser meditado. hecho de cada uno,
orado para luego ser cantado por todos con plena
convicción.

Un punto fundamental es velar por la unidad
interior del M. D. M…

La verdadera unidad, la comunión
profunda, no es automática. Es un regalo de Dios que debe
ser preservado contra los ataques del Enemigo.

No hay nada más natural – o sea,
propio de nuestra naturaleza pecadora- que las rivalidades, los
celos, los resentimientos que surgen porque no hemos sido
valorados como nos merecemos, porque nuestra opinión no ha
sido tenida en cuenta , porque no se consideran nuestros dones y
cualidades…

Después se canta como si nada
hubiera pasado, como si formásemos el ministerio
más unido como en forma secular.

Pero la corriente de Gracia no
pasa.

El Espíritu Santo no puede usar
libremente un ministerio de música si hay barreras entre
las personas que lo forman.

Llegado el caso, si hay un conflicto
latente que no ha sido resuelto, es mejor dedicarse a orar en
lugar de ensayar, cantar y tocar.

Cuando hayamos confesado nuestros fallos,
pedido perdón y perdonado, recuperando la comunión
en Jesús, cantaremos y tocaremos con verdadero gozo en el
Espíritu Santo, Espíritu de Amor, de Unidad y de
Perdón.

La riqueza de este Espíritu es
infinita.

El es el siempre nuevo, el que "hace nuevas
todas las cosas".

Sus manifestaciones son multiformes,
sorprendentes, y no las podemos reducir a nuestros esquemas y
clasificaciones.

Podríamos hablar de un don de
música en sentido general, como el don de experimentar y
transmitir por medio de canto y la música la acción
de Espíritu.

Pero si profundizamos más, vemos que
Aquel que es Señor y dador de

Vida capacita a un M.D.M. con herramientas
muy variadas, todas necesarias y complementarias.

Unas son cualidades o facultades naturales
potenciadas y transformadas por su acción, y otras son…
toda una sorpresa.

Por eso es mejor hablar – en plural – de
dones para la música y el canto.

"Hay diversidad de dones, pero un mismo
Espíritu"
(1ªCor 12, 4).

"A cada uno se le da la
manifestación de¡Espíritu para el bien
común"
(1ªCor 12, 7).

"Si el cuerpo fuera un solo miembro,
¿dónde estaría el cuerpo?"
(1ª Cor
12, 19)

A cada miembro de un M.D.M. se le da la
manifestación del Espíritu para el bien
común. Y así, por obra del mismo y único
Espíritu, uno recibe el don de exhortar y animar; otro el
don de profecía y palabra inspirada a través del
canto.

Éste recibe el don de discernir;
aquél el de interceder. A unos, este mismo Espíritu
les da don de salmodiar y cantar bajo su
inspiración.

Otro recibe del Espíritu el don de
dirigir.

El que discierne no puede decir al que
salmodia: No te necesito.

El que dirige no puede decir al que
profetiza a través del canto : No me haces
falta.

Un M.D.M. no es un coro que se valore por
el número de voces, ni un conjunto musical que se mida por
la variedad de sus instrumentos.

Son los carismas los que marcan la
diferencia: Estas herramientas santas que Dios

pone en nuestras manos (débiles y
pecadoras) son con lo que verdaderamente el Señor
"construye la casa" y "guarda la ciudad".

La música y el canto están al
servicio de la oración. El M.D.M. está al servicio
del cuerpo, de la comunidad y, por tanto, unido a la cabeza y
sometido a aquellos que el Señor ha puesto como pastores y
ministros en el nombre de Jesús de Nazaret POR MEDIO DEL
ESPIRITU SANTO

El M.D.M. está siempre bajo la
autoridad de quien lleva la oración de la
asamblea.

Y desde esa unidad con los que dirigen,
guía a la comunidad con el canto. De ahí la
importancia de que M.D.M y dirigentes oren juntos antes, de que
los responsables ejerzan sin temor su ministerio y de que el
M.D.M. obedezca con amor.

Para que un M.D.M. pueda ser canal del
Espíritu tiene que estar desatascado y limpio.

Cada uno de sus miembros tiene que llevar
una vida digna del llamamiento que ha recibido. Vida de
oración diaria, de lectura de la Palabra de Dios que es la
Biblia meditación en la misma hacer actividades para el
Señor Jehová y tener fe en todas las actitudes que
se tienen para servir con fe y devoción … ¡Vivir
en la Gracia de Dios para ser canales que la dejen
correr!

Es, por tanto, fundamental, que todo M.D.M.
ore con verdadera humildad fe y esperanza así como con
intercesión para que sean tocados los congregantes y solo
sea de honra y gloria para Nuestro Omnipotente Dios antes de
servir; y esta oración debe de ser conforme al servicio
que se va a prestar.

Orar con corazón contrito y
humillado, sometiendo al Señorío de Jesús
todo pecado, herida, problema o división.

Adorar y entregarse: dejar a Dios ser Dios.
Y los angeles serán parte de nosotros y podemos fluir con
gozo y gratitud

La Iglesia debe orar para que Dios conceda
sus dones para la música y el canto y suscite muchos
M.D.M. dispuestos a servirle más.

Si el Señor nos regala Ministerios
/de Música ungidos no es para que el resto de la asamblea
se calle.

La música es algo de todos; nada
puede sustituir al canto en común. Mientras toda esta
renovación de la música y el canto – por muchas y
buenas que sean sus aportaciones y novedades se quede al margen
de la vida normal de los grupos y comunidades, de asambleas y
celebraciones, no conseguirá su verdadero
propósito.

El propósito de Dios es siempre el
Cuerpo de Cristo, la Iglesia, su edificación y su
expresión.

Sólo el Cuerpo de Cristo da sentido
a un M.D.M… Un cuerpo resucitado que por ahora esta a la
diestra del padre estará prontamente cantando el
cántico nuevo delante del trono y del Cordero (Apocalipsis
5, 8).

2.4 Grito de guerra.

"Hijos de Dios, aclamad al
Señor, aclamad la Gloria y el poder del Señor,
aclamad la Gloria de Jehová "
(Sal 28)

"Dios asciende entre aclamaciones; el
Señor, al son de trompetas. Tocad para Dios, tocad; tocad
para nuestro Rey; tocad porque Dios es el Rey del mundo. Tocad
con maestría".
(Sal 46)

Israel era el pueblo de Dios. De forma
natural, los israelitas cantaban para el Señor
Jehová y el primer objetivo de su música era
aclamarlo y glorificarlo.

De las más de quinientas citas en
las que se menciona la música en el

Antiguo Testamento, nueve de cada diez se
refieren a cantar o tocar para Dios dándole
Gloria.

Y el Señor se atreve a decir: "
¡Dichoso el pueblo que la aclamación
conoce!".

¿Formas tú parte de
ése pueblo dichoso? ¿Conoces la
aclamación?.¿Por qué "cantamos" en lugar de
"decirle" a Dios nuestros sentimientos de regocijo y
agradecimiento? Cuando hablo, esencialmente es mi inteligencia la
que funciona. Con mi razón puedo identificarme con las
palabras de un salmo, e incluso repetirlas, porque reflejan mi
forma de pensar.

Pero cuando las canto, una parte más
profunda de mi personalidad entra en juego: mis sentimientos, mi
cuerpo, todo mi ser… se involucra en la aclamación a
Dios.

La música subraya cada una de las
palabras, las amplifica, las graba en

nuestros corazones y mueve nuestras zonas
más profundas, impulsándolas hacia Dios. La
música moviliza tanto nuestro subconsciente como nuestro
cuerpo.

Si un cristiano real nunca tiene deseos de
cantar, ni siquiera "en su corazón" ,¿no es esto
una señal de que algo no va bien en su vida? Pablo
señala el canto como una primera manifestación de
la plenitud del Espíritu y, al mismo tiempo, como un medio
para aumentar esa llenumbre de Dios (Efesios 5:1-9).

Decía Jesús: "De la
abundancia del corazón habla la boca" (Mateo 12,34). Si no
tenemos nunca un canto en nuestra boca, es que hay un
vacío en el corazón.

De lo contrario, ¿cómo no
aclamar a nuestro Dios, cómo no gritarle alguna vez la
alegría que sentimos al pertenecerle?.

Si hay cantos en abundancia, cantar a Dios
tiene una facultad maravillosa de llenar aún más
nuestro corazón. En palabras de San. Agustín:
"cuando seguimos a Dios, no hay lugar para las palabras;
sólo para los Aleluyas, los glorias a Dios
Todopoderoso"

"¡Aclamad, justos al Señor!"
(Sal 32) – en otras traducciones "¡Gritad de júbilo,
justos, al Señor!"

¿Qué es
"aclamar"?.

¿cómo hemos de aclamar a
Dios? ¿Veis cómo reaccionan, como actúan los
hinchas de un equipo ante la fugaz victoria de sus
ídolos, de sus pequeños dioses?

La victoria de Jesucristo, único
Dios vivo y verdadero, debe ser aclamada más que todas las
victorias de los hombres.

Así nos lo dice la Palabra:"Pueblos
todos : ¡batid palmas, aclamad a Dios con gritos de
júbilo! ""¡Tocad la mejor música de
aclamación!" (Sal 33,2).En medio de nosotros, el
Señor también juega un partido
definitivo.

Sabemos quién es su
enemigo.

Y conocemos de quién es la victoria.
El triunfador, el goleador victorioso, ¡es el
Cordero degollado!

Nuestras asambleas, todas nuestras
reuniones – seamos cinco, cincuenta o cinco mil harán bien
en asemejarse más a un estadio de
fútbol donde se juega la final. En realidad, es bien
sencillo; sólo hemos de alterar el orden de
las letras en la palabra y, en lugar de i G – O – L! , gritar i G
– L – O – R – I – A! con entusiasmo desbordante,

con todo el ser, a pleno
pulmón-corazón-estómago-brazos y piernas…
¡hasta que se caigan los techos! Y con los

techos, nuestras barreras: indiferencia,
orgullo, complejos, apariencias e intelectualismos.

Que nadie crea que esto son modernidades
carismáticas. La aclamación al Señor era una
realidad constante en las celebraciones del pueblo
de Israel. Con toda normalidad, el Señor era aclamado
cómo "Héroe Victorioso". El Salmo 28,
después de exhortar a los hijos de Dios a aclamar su
gloria y su poder, nos describe la respuesta del
pueblo : "En su templo un grito unánime : ¡GLORIA!".
Dice "TEMPLO", no estadio o cancha de
baloncesto.

Hemos de reforzar estructuras y techumbres
de nuestras Iglesias y oratorios… a fin de que resistan
las vibraciones y estruendos que han de venir. Ente
nosotros, los católicos, la aclamación ha quedado
"normalizada" o reducida a fórmulas como el
"amén" o el " aleluya". Aunque en realidad son gritos de
júbilo, la manera de entonarlas en muchas
asambleas las convierte en un eco apagado. En relación a
esto afirma Max Thurian, teólogo
católico de Taizé : " Estas aclamaciones
sencillas deben ser el estallido de la espontaneidad del
Espíritu que habla en la Iglesia".

La aclamación entra plenamente
dentro de la tradición cristiana. San Agustín, San
Jerónimo, San Juan Crisóstomo, San
Gregorio Magno…. etc, nos hablan de ella. Viajemos con
Agustín hasta Hipona, siglo V, y veamos. El
hijo de Santa Mónica nos cuenta – en latín-
cómo dos hermanos enfermos, un hombre y una mujer,
habían acudido a Hipona a pedir
oración por su salud. El hombre obtuvo la sanación
y dio el correspondiente testimonio. San
Agustín comenzó entonces a hablar, explicando
a la asamblea como Dios puede sanar si todos unidos

intercedemos por alguien, cuando un tumulto
interrumpió sus palabras. Gritos gozosos resonaban por el
templo:

¡Gracias a Dios, alabanzas a Cristo!
Y es que, mientras el obispo predicaba, la mujer también
había sido sanada. Y el

texto termina: " ALIQUANDIU CLAMOREM
PROTRAXIT ", o sea que por un tiempo el clamor siguió
oyéndose. Hay una cierta semejanza con la
final del Zaragoza. Pero es mucho mayor su parecido con lo que,
actualmente, sucede en los grupos
carismáticos.

La Iglesia, nuevo Israel, debe aclamar a
Yavhé con gritos de júbilo e invitar a todos los
pueblos a dar palmas en su honor. Igual que el
antiguo pueblo de Dios, debe invocar el Nombre del Señor,
lanzando el grito de guerra con que el pueblo
escogido te imploraba su protección en las batallas. Hemos
de aclamar a Aquel que "marcha delante de nuestras
tropas ". Aquel que nos ha sacado de la esclavitud del opresor.
Aquel que ha trabado en el mar carros y caballos, y
que ha sido levantado por el Padre de entre los muertos y hecho
Señor del Universo.

En palabras de Diego Jaramillo: "Cuando el
cristiano contempla la Resurrección de Jesucristo, se
siente llevado por el Espíritu a reconocer su
Señorío y a expresar su admiración en
palabras, en cantos, en risas, en sílabas
entrecortadas, en aplausos, en gritos, en silencios, en
lágrimas… según Dios da a cada uno. Lo
básico no es lo que se dice, sino el amor y
la adoración que brotan del corazón":

Las únicas palabras que pronuncia el
Pastor, el amigo de la sulamita, que podría representar a
Dios en el Cantar de los Cantares, son : "Mis
compañeros escuchan, iHazme oír tu voz!" (Cant 8,
13) Dios mismo invita a la Iglesia a aclamarlo. Los
compañeros que escuchan son los ángeles que rodean
a Jesucristo, sentado a la derecha del Padre, que
participan de nuestra aclamación y son especialmente
sensibles a ella. Si hemos de aclamar al Señor
– con sus ángeles y sus santos – por toda una
eternidad, ¿por qué no empezar a practicar ya
ahora?.

2.5 Eliseo, "el enterao".

"Josafat, rey de Judá, dijo:
¿No hay aquí algún profeta de Yahveh para
que consultemos a Yahveh por su
medio?.
Respondió uno de los servidores del rey de Israel y dijo:
"Está aquí Eliseo, hijo de Safat, el que
vertía el agua
en manos de
Elías". Dijo Josafat : "Con el está la palabra
dél Señor', Y bajaron donde él el rey de
Israel, el rey de Edón

y Josafat. Dijo Elíseo: Traedme,
pues, un tañedor de arpa. Y sucedió que, mientras
tocaba el tañedor, vino sobre él la

mano de Yahveh" (2ªRe 3,11-15).

La música no ocupa el lugar que le
corresponde ni en las celebraciones ni en la vida de la
Iglesia fundamentalmente por una razón: falta
verdadero discernimiento espiritual. Todas las personas que han
sido puestas por el Señor para pastorear en
su nombre, tienen una misión muy concreta: conocer los
caminos del Espíritu, en cada momento y
situación, y guiarnos por ellos. A esto se le llama
visión. Los obispos, los párrocos, los
superiores, los dirigentes de un grupo o comunidad, los
miembros de una coordinadora regional o nacional, han
de ser – ante todo – hombres y mujeres de
visión.

Para ser hombres y mujeres de visión
se necesita, en primer lugar, que el Señor regale el don
de discernimiento. Además tenemos que conocer
la acción del Espíritu a través de los
carismas. Esto significa formación -por un
lado- y conocimiento espiritual y experiencia pastoral -por otro
-. Pues bien, hermano/a responsable, ¿tienes
formación suficiente sobre el ministerio de música?
¿tienes. como Elíseo, conocimiento
espiritual y experiencia pastoral en éste
ámbito?. Nunca se nos ha enseñado el valor de la
música en la Biblia, ni

tampoco su función en la vida del
cristiano y en la vida de la Iglesia. Normalmente, los
responsables – que tienen otras muchas cosas
importantes de las que ocuparse – no ven por qué
razón deberían perder su tiempo en una
cosa tan accesoria como la música.

Desde la perspectiva de la palabra de Dios
y de la Tradición de la Iglesia debemos cambiar
nuestros esquemas, desterrar muchas concepciones
falsas y empezar a conocer lo que verdaderamente es y no es la
música ungida por el Espíritu
Santo.

a) El canto y la música no son
tapagujeros ni elementos de animación. Son oración,
puente, manifestación de Dios.

b) No es cierta la igualdad música =
jóvenes. Los dones para la música y el canto son
dones del Espíritu, que los derrama "sobre
toda carne". Dios da lo que quiere, a quien quiere y como
quiere.

c) Tocar instrumentos, tener buena voz o
saber música no significan más que una
predisposición. No cualifican de por
sí para este ministerio. Como en cualquier otro
ministerio, lo fundamental es la llamada del
Señor y nuestra respuesta de conversión y entrega.
La unción no es un elemento estético sino
espiritual. No puede aprenderse en ningún
conservatorio. Los que cantan y tocan para el Señor, deben
-primero- escucharlo mucho, adorarlo en su Cuerpo y
su Sangre, ayunar y vivir en humildad.

d) La música no debe ser el
rótulo luminoso de una oración o el fuego de
artificio de una liturgia, sino el abono que poco a
poco va aumentando el fruto de la comunidad. Igual que todo don o
carisma, no es plenamente verdadero hasta que no es
humillado y purificado. Por ello, es inútil – cuando no
peligroso consentir y mimar a los "músicos" y
"cantantes" para que no se vayan de la Iglesia o del grupo.
El sometimiento es la clave del
crecimiento.

e) El canto es algo consagrado a Dios.
Podemos -a menudo lo hacemos- profanar un canto.
¿Cómo? Cantando al Señor por el
simple placer de cantar, por desahogarnos, cantando
mecánicamente, sin pensar en la letra… es
decir cantando un canto a Dios como un canto profano. Algunas
personas incluso, son capaces de charlar con las de
al lado mientras la asamblea canta. ¿Se atreverían
a hacerlo cuando alguien está orando?. Los
cantos son oraciones cantadas, palabras realzadas por una
melodía. A fuerza de cantarlos muchas veces
pueden perder poco a poco su significado. Por eso es bueno, en
ocasiones, no cantar.- escuchar e interiorizar el
texto en silencio, revivirlo.

f) "La Palabra hecha canto nos da la
capacidad de retener las verdades santas" (S. Agustín).
Toda la inspiración melódica cristiana
– inspiración del Espíritu Santo – se pone al
servicio de la Palabra. Y cantando con la
unción del Espíritu un texto del Evangelio, un
himno de San Pablo, un Salmo o un cántico de
Isaías, el Señor actúa con poder y su
Palabra hace lo que dice: convierte, libera, transforma, sana.
La música pone alas a la Palabra y se
convierte en un arma de luz y verdad que vence toda
tiniebla.

Mediante la palabra hecha canto, el poder
del Espíritu Santo se abre camino para actuar en el
corazón que le necesita y le busca.
Así se refuerza el poder evangelizador de la palabra. Y el
canto, como dice S. Agustín "se vuelve
instrumento de justicia, vínculo de corazones,
reunión de almas divididas, reconciliación
de discordias, calma de los resentimientos e himno
de la concordia".

g) La música y el canto
actúan como lo que podríamos llamar un "catalizador
espiritual". En química, un catalizador es
una sustancia en presencia de la cual otras reaccionan, es decir,
se combinan con mayor facilidad y rapidez. De modo
semejante, la música ungida por el Espíritu
potencia otras manifestaciones del mismo y
único Espíritu, como la profecía, la palabra
inspirada, la sanación o la curación interior.
Unas veces el canto prepara, limpia, crea un
silencio profundo en la asamblea para que el Señor pueda
ser escuchado – otras es el mismo canto el que
contiene el mensaje profético, la – Palabra del
Señor. El canto también es usado por
el Señor para tocar nuestros corazones, para derramar su
amor en heridas que, a

veces , ni siquiera conocemos pero que nos
atenazan interiormente. Y así el Espíritu entra en
lo más profundo de nosotros y nos sana
interiormente, utilizando la música para llevarnos a la
conversión, la reconciliación, a la
paz.

Quien no haya vivido todo esto no
podrá apreciar como es debido los dones y carismas del
espíritu. Sólo cuando se tiene
experiencia del modo como el Espíritu Santo actúa
en muchas ocasiones, se puede empezar a reconocerlo
y apreciarlo. Domingo Bertrand, jesuita francés, dice: "El
Espíritu Santo es desconcertante. Tan
desconcertante que quien no se haya desconcertado frente a su
acción, es porque no lo conoce".

Los pastores, los responsables, deben
conocer y discernir la acción del Espíritu y de
todas sus manifestaciones carismáticas, De
modo que en la comunidad "cada cual ponga al servicio de los
demás el carisma que ha recibido" (1ª Pe
4,1)¿. De lo contrario, como dice Monseñor Uribe
Jaramillo, "La Iglesia estará sentada y pobre
sobre una riquísima mina de carismas que desconoce por
completo. Y si en una iglesia o comunidad
sólo actuamos los dirigentes y no todos los miembros,
habrá que preguntarse seriamente si, al
renunciar a los carismas, no se ha renunciado también al
Espíritu".

h) En cada comunidad o grupo de
oración ha de haber hermanos y hermanas que sirvan a los
demás a través de la música y
el canto. Para ello no es estrictamente necesario que toquen la
guitarra o sepan música. Sí es
necesario que hayan recibido del Señor el don y, con
docilidad, lo pongan a funcionar. Para que este don
crezca y madure ha de ser pastoreado. Por eso el ministerio de
música ha de tener un responsable. Si este
responsable es profundo en su relación personal con Dios
transmitirá al ministerio la visión del
Señor y, sometido a los dirigentes, crecerá y
hará crecer a sus hermanos en humildad y
servicio.

Aprenderá a no apagar el
Espíritu, siendo instrumento de El.

i) "El canto que los cristianos elevan para
expresar su fe en el Señor todos han de comprenderlo,
sentirlo y ser capaces de aprenderlo,
identificándose con él. El canto se convierte en
símbolo de la Iglesia porque todos participan
en él y este símbolo de unidad debe cuidarse
prioritariamente a otras cosas. Si se convierte en
motivo de la más sutil división, puede perder su
fuerza como testimonio de fe y de amor" (S. Juan
Crisóstomo).

El don supremo es el amor. Y todo don es
para la unidad del cuerpo de Cristo. La música y el canto
son servidores y constructores de unidad o no son
nada. Es una gran responsabilidad de los pastores velar
porque " todo sirva para la edificación". El
ministerio de música está al servicio de la
asamblea ; guía a la asamblea con el canto.
Pero si la asamblea no canta, si no, se mete en el río de
la música y se empapa bien, el ministerio no
está cumpliendo su función. Como todo ministerio,
ha de morir para dar vida. Evitemos dar privilegios
a un determinado estilo de música. Si somos capaces de
alternar y armonizar lo "clásico" con lo
"moderno", los distintos miembros de la asamblea podrán
expresarse e integrarse mejor en el canto. Sin que
se den cuenta, irán ampliando sus horizontes, su
sensibilidad musical. Y empezarán a apreciar
lo bueno, lo "tocado por el Espíritu", independientemente
de que sea nuevo o antiguo. En este sentido, el
responsable de la música se parece al padre de familia del
cual nos había Jesús "que saca de su
tesoro cosas nuevas y cosas viejas". (Mt 13,52).

j) En toda reunión de oración
ha de existir un equilibrio entre la palabra, el canto y el
silencio. De este último dice Fernando
Palacios, un gran pedagogo musical: "En música, él
es el rey; todos acatan su ley". Es verdad, el
silencio da sentido y valor al canto y a la palabra. El silencio
es, por un lado, un momento específico de la
celebración. Pero, por otro, es también una
cualidad de la celebración, una realidad
espiritual en donde la – palabra y la música
encuentran un ambiente propicio y eficaz. Dice L. Deiss:
"El silencio no hace ni crea una celebración
litúrgica. Los cristianos no nos reunimos para saborear
juntos un silencio comunitario logrado a la
perfección. Sin embargo, toda celebración debe dar
lugar al silencio y se trata de un elemento de
primera importancia".

De la misma manera que el silencio marca el
ritmo de la música y hace brotar un nuevo movimiento,
así en la oración comunitaria el
silencio es como un regulador que aparece como fruto de la
palabra y el canto. Un silencio ha de valorarse más por su
intensidad que por su duración.

¡Cuidado, pues, con usar el canto
como una respiración asistida, como un
llenasilencios! Avivar artificialmente una
asamblea a la que el Señor llama a la escucha, es una
decisión equivocada, guiada por inclinaciones
humanas, no por verdadero discernimiento espiritual. Hay momentos
en los que el canto sí debe irrumpir con decisión
en un grupo centrado en sí mismo o disperso, para disparar
y sostener la alabanza. Hay momentos de verdadera
exultación, de aclamar, gritar al Señor, bailar
para Él… Y la música ha de estar ahí
"hasta que se caigan los techos" (V. Borragán). Pero hay
otros momentos en los que guitarras y voces deben callar. La
música prepara el silencio en el que Dios habla y
actúa. Y toca escuchar, imitando a Aquella que "guardaba
todo y lo meditaba en su corazón".

Quienes han recibido de Dios el encargo de
pastorear a otros no deben permanecer en la ignorancia o
la verdad a medias, A ellos, antes que a nadie, les
dice S. Pablo -. "No quiero hermanos que ignoréis lo
tocante a los dones espirituales" (1ªCor 12, 1).
Refiriéndonos a la música y el canto, podemos decir
que la variedad de dones y la abundancia con que el
Espíritu Santo los está comunicando en todas
partes, nos muestra que son importantes para el crecimiento de la
Iglesia y que no podemos mirarlos con indiferencia. Necesitamos
conocer su significado y sus fines, para no caer en exageraciones
y saber usarlos y discernir su autenticidad.

El Señor nos ha hecho "colaboradores
suyos" (1ª Cor 3,9). Como dice Monseñor Uribe
Jaramillo. "Dios salva en la Iglesia y por la
Iglesia. Como instrumentos tenemos que aportar algo, y en la
medida que nos capacitemos mayor será nuestra
colaboración con Dios. Esto nos debe servir para recibir
los carismas con gratitud, pero también para
ver cómo respondemos con el fin de que crezca su eficacia
en nosotros… El plan de Dios es que todo crezca en nosotros.
Cuando termina el crecimiento, empieza a obrar la muerte.
También lo carismas deben crecer mediante nuestra
colaboración. Un carisma es siempre perfecto en si, pero
su mayor o menor manifestación depende de nuestra
correspondencia".

Y una última cosa, querido
Eliseo (o Elisea). Te sonará
-quizá- a juego infantil Pero te pedimos:
¡ábrete al Señor, ábrete
a la novedad del Espíritu! Ya que la música es un
don de Dios, ¿por qué reservar a unos pocos
privilegiados el improvisar y componer cantos para el
Señor.?. No se trata de componer cantos para otros, sino,
en 21 primer lugar, de cantar en tu corazón para
Dios y después -¿por qué no?- a pleno
pulmón en medio del campo o mientras vas
conduciendo.

Todos podemos improvisar una melodía
para ofrecérsela a Dios. Empieza partiendo de como
te encuentres, del sentimiento que tengas :
admiración, gozo tristeza, alabanza, angustia, paz…
Expresar un sentimiento lo potencia, lo afina. En
algunas ocasiones, al expresarlo nos liberamos de ese
sentimiento. Toma como modelo a los salmistas, que decían
a Dios todo lo que les agitaba interiormente. Tanto si era la
amargura, como la rebeldía o incomprensión, se
liberaban de ellas cuando las expresaban. ¡Déjate
llevar por esta necesidad de expresarlo y encuentra en ti mismo
las notas que mejor correspondan a lo que llena tu
corazón!

Si desafinas, no te preocupes. Tampoco si
la canción tiene reminiscencias de otras melodías:
estás cantando en comunión con la
Iglesia Universal. No importa que lo que acabas de cantar pronto
se te olvide: Dios no lo olvidará nunca; El lo ha
registrado. Todo esto se va desarrollando y cultivando Si superas
la primera duda y dejas que tu corazón se lance a cantar,
irás descubriendo como – en muchos momentos – la
música puede expresar lo que hay en tu interior. En la
libertad del Espíritu…¡al corazón de
Dios!

2.6 Se va el Diablo con dolor de
panza.

¡Aclamad a Dios con tambores, elevad
cantos al Señor con cítaras, ofrecedle los acordes
de un salmo de alabanza" (Jdt 16,2)

" Entonaron un cántico nuevo"(Ap 5,
9)

Francisco de Asís dice: "¡Que
toda nuestra vida sea siempre una canción!". Y canta,
salta y baila para Dios, proclamando ¡"El
sentido de la vida es cantarte y alabarte!". Lo mismo Ignacio de
Loyola. Para él, el principio y fundamento de toda
acción de un cristiano, de toda actividad espiritual, de
cualquier discernimiento, es alabar, bendecir y rendir homenaje
al Señor. La música cristiana tiene un único
sentido: ser A-LA-BANZA de la Gloria de Dios.

Dios nos dice que hemos sido creados para
su alabanza y que el pueblo queEl ha formado proclamará
sus alabanzas (ls 43, 7. ls 43, 21. Efe 1. 1-14).
Alabar es lo que haremos durante toda la eternidad (Ap.5, 9-13).
Dice Alfred Hüen, teólogo y musicólogo
evangélico: "La música es el único arte que
se practicará en el Cielo. Pero no tenemos necesidad de
esperar al más allá: aquí y ahora, la
Iglesia anticipa su vocación futura y eterna cantando
alabanzas a Dios. ¡Que el Señor nos enseñe a
cantar sus alabanzas sobre la tierra hasta que las cantemos en el
Cielo!".

El canto implica a todo nuestro ser
(Espíritu, Alma y Cuerpo) en la alabanza. Es un medio
excepcional para desconectamos de nuestro propio
mundo (nuestros pensamientos y preocupaciones) y centrarnos
sólo en el Señor. Con frecuencia somos
egocéntricos incluso en nuestras oraciones; volvemos a lo
nuestro una y otra vez. El verdadero canto de alabanza dirige
nuestra atención sólo hacia Dios,- a
condición, claro, de que vivamos el canto, de que cantemos
con toda la mente y todo el corazón.

En Pentecostés los Apóstoles
"proclamaban las maravillas de Dios"(Hech 2,11) magnificaban a
Dios, o sea hacían grande su nombre, como
María en su canto. Llena del Espíritu Santo, la
primitiva Iglesia prorrumpía en himnos y cánticos
inspirados. Como dice Fray Luis de Granada. "Fue tan grande la
claridad y el amor, y la suavidad y el conocimiento que
allí recibieron de Dios, que no se pudieron contener sin
decir a grandes voces las grandezas y maravillas de Él.
Parece que, si en aquel momento no dieran estas voces, que
reventaran y se hicieran pedazos como las tinajas nuevas cuando
hierven con el nuevo mosto".

Este cantar alabanzas a Dios y proclamar su
gloria que comienza en Pentecostés, es "heredado" por
la liturgia de la Iglesia, conservado especialmente
en sus doxologías y es sólo un anticipo de lo que
ya vive la Iglesia triunfante (Ap. 14,3).

Alabar a Dios es más una actividad
del corazón que de los labios. Las palabras que utilizamos
para alabar al Señor en realidad son
parecidas a las que se usan en los anuncios publicitarios:
"Bueno, excelente, maravilloso, extraordinario…". Y es que las
palabras que podamos pronunciar los hombres no son nada ante la
inmensidad del Creador. Cualquier lenguaje humano es incapaz de
expresar al Dios infinito: "no sabemos qué es, sólo
afirmamos que Es" (Diego Jaramillo).

San Gregorio Nacianceno nos muestra
cuál es la esencia, la raíz espiritual de todo
canto de alabanza:

Oh Tú, "el más allá de
todo".

¿Cómo llamarte con otro
nombre?

¿Qué himno te puede
cantar?

Ninguna palabra te expresa.

¿Qué espíritu puede
comprenderte?

Ninguna inteligencia te
entiende.

Sólo Tu eres inefable:

Cuanto se dice ha salido de Ti.

SóIo Tu eres
incognoscible:

Cuanto se piensa ha brotado de
Ti.

Todos los seres te alaban

los que hablan y los que guardan
silencio.

Todos te rinden
pleitesía,

los que piensan y los que no lo
hacen

El universal deseo, el gemido de
todos

tiende a Ti.

Cuanto existe te suplica

y quien contempla el universo

te eleva un himno en su silencio

Únicamente en Ti permanece
todo

y de Ti, con un mismo impulso, todo
procede.

Tú eres el fin de todo.

Tú eres el único.

Tú eres cada uno y no eres
ninguno.

No eres un sólo ser;

no eres el conjunto de todo

Tú concentras todos los
nombres,

¿Cómo podría yo
nombrarte?

Tú eres el único que no se
puede nombrar

Ten piedad, Oh Tú, "el más
allá de todo".

Ante nuestra incapacidad de expresar a
Dios, nos entregamos con e! canto, como si fuésemos
flautas que suenan sólo cuando pasa por ellas
el viento del Espíritu. El Espíritu Santo es quien
alaba en nosotros al Eterno, al Soberano de todo, al
Padre, al Cordero. "Es el Espíritu Santo (decía
Adán de San Víctor, un cristiano de la Edad
Media) quien dispone nuestros corazones para la alabanza;
el forma en nuestras lenguas los sonidos del canto
sagrado". Este es el misterio del canto de alabanza: el
espíritu del hombre animado, tocado, soplado por el
Espíritu de Dios. Nuestra música de
alabanza y adoración se asemejará así a un
iceberg; lo que aparece sobre el agua (lo que se
oye), ha de ser sólo la octava parte de lo que está
sumergido (lo que vibra en el corazón).

El Señor se complace en la alabanza
de su pueblo. Y la voz de su esposa, la Iglesia, le parece dulce
como "un panal de miel" (Cant. 4,11). Nuestra voz ha
de subir a Él como incienso (Sal. 141 , 2), que brota a
medida que el Espíritu de amor mueve el
incensario que es nuestro corazón. ¡Ofrezcamos a
Dios el sacrificio de alabanza, el fruto de los
labios que confiesan su nombre (Heb. 13,15)! ¡Alabemos al
Señor con todas las lenguas del mundo, con
todos los instrumentos de la orquesta, con todas las voces
de la creación, con todos los afectos del
corazón!

"¿Preguntáis qué
alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la
asamblea de los fieles. La alabanza del canto reside
en el mismo cantor. ¿Queréis rendir alabanzas a
Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a
cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si
vivís santamente". (S.Agustín. Oficio de lectura,
martes III de Pascua)

Y se irá el diablo con dolor de
panza… ¡porque no resiste esta alabanza!

La danza

En el salmo 149-150 y vario más,
dice que alabemos su nombre con danzas e instrumentos y que
seamos fieles a su palabra. El ministerio de la danza es muy
antiguo en además es parte del hombre mismo. La biblia nos
cuenta que Miriam en el mar rojo, de la batalla de Jericó,
en Rey Saúl, el rey David y de varios sucesores mas
danzaron con toda su fuerza, vigor, gozo y alegría delante
de Jehová, Jesús y el Espíritu Santo. Porque
para ellos son la victoria, la exaltación gloria y
alabanza, regocijo, gratitud majestuosidad y amor. Además
de la adoración que se desborda y a Nuestro Rey el que
todo se merece. Cuando se danza, hay liberación,
ministración, profecía amor alabanza y
adoración a Adonay, Hashem, el Shadai etcétera, que
su nombre es Jehová de los ejércitos.

Cabe destacar que nuestros ministerios, no
son nuestros, no son del ser humano son del Señor Eterno
Todopoderoso.

Es correcto hacerlo y nos inquieta en
realidad profundizar en la biblia más y mas

Recordemos que dios está restaurando
las cosas en su iglesia y la adoración es lo primero ya
que a través de ella es que reconocemos que solo hay un
Dios, que es el Rey y Señor y que todas las cosas son de
El

 

 

Autor:

David Daniel Damian Ponce de León
Fuerte y Flores/Martinez

 

Partes: 1, 2
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