La necesaria unidad proletaria – Monografias.com
La necesaria unidad
proletaria
En el crucial momento histórico presente se
necesita, más que nunca, la unidad de todos los
trabajadores, vistan mono o corbata.
Evidentemente, hay que hacer un análisis de
clases siempre que se desee conocer la realidad social para
intentar cambiarla. No se puede transformar la realidad
sin tenerla en cuenta. No se puede cambiar la actual sociedad
clasista sin tener en cuenta a las clases
sociales. La lucha de clases, como dijo Marx muy acertadamente
(sus posibles errores no invalidan sus aciertos), es el
motor de la historia humana, por lo menos mientras no se supere
la sociedad clasista. Sin embargo, en cuanto a esto, en cuanto a
analizar la sociedad clasista, hay que reconocer que el
neoliberalismo, es decir, el capitalismo desbocado, nos lo pone
cada vez más fácil. Dado que las
políticas neoliberales atacan a cada vez más
amplios sectores de las clases populares, dado que el
neoliberalismo está uniformizando, a la baja, a casi todas
las clases proletarias, se cumple cada vez más esa
división esencial de la sociedad
contemporánea que proclamaban Marx y Engels. La
sociedad capitalista se divide fundamentalmente en dos
principales clases: el proletariado y los capitalistas. El
funcionamiento de la sociedad actual pivota en torno al
antagonismo entre estas dos grandes clases. Por supuesto que hay
subclases dentro de cada clase, además de algunas clases
"periféricas". Pero el hecho esencial, el que
sobre todo define a la sociedad capitalista, es que hay dos
grandes clases sociales diametralmente opuestas: una
minoría de explotadores (los poseedores de los grandes
medios de producción) y una mayoría de explotados
(los poseídos, los que deben vender su fuerza de trabajo
para sobrevivir).
El neoliberalismo, la huida hacia adelante del
capitalismo, la agudización de las inherentes
contradicciones del sistema capitalista, está
"resucitando" a Marx, mal que le pese. Mientras haya sociedad
capitalista, aunque ésta adopte diversas formas,
será válido el análisis social realizado en
su día por los padres del marxismo. Podremos discutir
sobre si las soluciones aportadas por ellos para superar el
capitalismo eran válidas o no, siguen siendo
válidas o no, pero el diagnóstico de la
situación efectuado por ellos sigue siendo válido.
Al practicar el librepensamiento lograremos superar sus errores
pero sin renunciar a sus aciertos. No podemos, no debemos, darles
la espalda a quienes mejor han analizado el capitalismo hasta el
momento, a quienes todavía no han sido superados en cuanto
a diseccionar el sistema político-económico que ya
lleva entre nosotros, los humanos, unos pocos siglos (aunque no
tantos como nos quieren hacer creer sus apóstoles).
Debemos redescubrir al marxismo, releer sus fuentes originales,
aunque de manera crítica. Así es cómo
siempre ha avanzado intelectualmente la humanidad: practicando el
librepensamiento, retomando el trabajo de nuestros antecesores
para intentar mejorarlo. Pero no es posible practicar el
librepensamiento si seguimos presos de prejuicios. Debemos
procurar liberarnos todo lo posible de ellos. El marxismo, el
cual no está exento de contradicciones, de errores, de
ambigüedades, ha sido también, sin embargo,
tergiversado, malinterpretado por muchos autodenominados
"marxistas", así como interesadamente demonizado por la
ideología de la clase dominante, es decir, por la
ideología burguesa (lógicamente, pues la
razón de ser del marxismo, la emancipación del
proletariado, de la humanidad entera, atenta contra los intereses
de las minorías que controlan y dominan la sociedad).
Quienes niegan la lucha de clases, las élites que nos
gobiernan, la practican continuamente, cada vez más.
¡Y encima pretenden que nosotros, los de abajo, ni siquiera
nos defendamos! ¡Nos atacan constantemente y encima
pretenden convencernos de que no hay guerra! Sus palabras vienen
desmentidas por sus propias acciones. Nos dicen que la lucha de
clases es algo del pasado mientras ellos la practican
insistentemente en el presente. El Estado clasista capitalista se
delata cada vez más, así como la hipocresía
de quienes ejercen su dictadura cada vez menos sutil.
Dentro del proletariado debemos incluir no sólo a
todos los trabajadores por cuenta ajena activos de todos los
sectores de la economía, sino que también a los
desempleados (el ejército de reserva proletario como lo
llamaba Marx, tan necesario para un capitalismo "saludable",
siempre que no sea excesivo para no poner en peligro el "orden"
social capitalista), así como a los estudiantes (futuros
trabajadores), así como a los jubilados (que fueron en su
día trabajadores activos y que se ganaron con su sudor sus
pensiones), así como a todos sus familiares, aunque no
tengan un trabajo remunerado. Según nos decía
Engels en su día: por proletariado se entiende la
clase de los trabajadores asalariados modernos, que ya que no
poseen medios de producción propios, dependen de la venta
de su fuerza de trabajo para poder vivir. Teniendo en cuenta
esta definición, la cual sigue siendo esencialmente
válida, un ingeniero es tan proletario como un obrero
manual. Tal vez el primero sea un proletario "ilustrado",
más sofisticado, más mimado, menos explotado, pero
es también un proletario, él no tiene más
remedio que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, como el
obrero manual. Es en verdad un "obrero mental" que tiene
esencialmente los mismos problemas que cualquier otro
trabajador. Y esto es en los últimos tiempos cada vez
más cierto. El capital sedujo en su día a una parte
del proletariado, a cierta "aristocracia" obrera, para hacerle
creer que era algo "especial", que no formaba parte del
proletariado, para, de paso, así dividir al proletariado,
pero cuando el capitalista necesita reducir sus costes, para
aumentar sus beneficios, no duda, en cuanto puede, en explotar
tanto al ingeniero como al obrero. Para el capitalista, el
ingeniero, como el obrero manual, como cualquier otro trabajador,
es tan sólo un recurso humano más.
El ingeniero, como el obrero manual, como el trabajador
de cualquier sector de la economía, vive bajo el terror de
perder su empleo y por tanto su sustento. Es cierto que muchos
ingenieros viven en casas más grandes y lujosas que las de
muchos obreros manuales, pero como éstos últimos,
también están atados de pies y manos, pues deben
pagar sus deudas a los bancos, pues no tienen más remedio
que trabajar a las órdenes de los capitalistas para
satisfacer todas sus necesidades, aunque algunas de ellas sean
lujos para otros proletarios. Como el obrero, el ingeniero apenas
dispone de tiempo libre para disfrutar de la vida. Ambos viven
para trabajar. El capitalismo ha "logrado", en este sentido,
"igualar" al obrero y al ingeniero: ambos dependen del
capitalista y ambos son explotados, aunque en distintos grados y
de distintas maneras. Incluso actualmente muchos oficios manuales
tienen más salidas laborales que muchas carreras
universitarias. Algunos ingenieros son, ahora que sobran muchos
titulados superiores, más explotados que muchos
proletarios de viejos oficios. Lo cual demuestra que la
explotación sucumbe también ante la ley de la
oferta y la demanda. Si el ingeniero o el licenciado, en
determinada época, fueron menos explotados que otros
trabajadores, esto fue simplemente así por el hecho de que
era más difícil contratar ingenieros o licenciados.
Ahora que sobran, es posible rebajarles sus salarios, incluso por
debajo de algunos oficios manuales, ahora es posible hacerles las
cosas que antes se les hacía a los trabajadores manuales
que sobraban.
En suma, para el capitalista lo que cuenta es
explotar todo lo posible a todo trabajador,
trabaje éste con las manos o con la mente, vista
éste mono o corbata. Éste es el hecho
esencial que caracteriza al capitalismo en cuanto a las
relaciones laborales, el cual no debe perderse de
vista.
Por su parte, los pequeños empresarios, o
más, si cabe, los trabajadores autónomos, son cada
vez más parecidos a los proletarios. Ellos tienen
esencialmente las mismas inquietudes y los mismos
problemas que los trabajadores. Ellos trabajan igual, muchas
veces más, que los empleados por cuenta ajena. Ellos, como
los trabajadores asalariados, pocas veces pueden enriquecerse,
dejar de trabajar y dedicarse a la "dolce vita" (como sí
hacen los grandes capitalistas, sus clases aliadas, como la
aristocracia, y sus familiares, que son los verdaderos
dueños de la sociedad). Tiene mucho más poder un
gran empresario que miles de pequeños empresarios. No
digamos ya los trabajadores, que no tienen ningún poder.
Salvo cuando se unen, pues son muchos más, pues sin ellos
no puede funcionar la sociedad.
Bien es cierto que durante algunas décadas dicha
división clasista fundamental de la sociedad capitalista
se complejizó, que el capitalismo no tuvo más
remedio que autocontenerse para frenar la amenaza del "socialismo
real" (aunque dicho socialismo fuese muy poco real). Sin embargo,
pasado el peligro "comunista", el capitalismo reanudó su
marcha, su evolución natural, volvió a practicar
impunemente su hoja de ruta, la cual es su razón de ser:
aumentar los beneficios de unos pocos a toda costa, incluso al
precio de destruir a la humanidad y a su hábitat,
aumentar, sin límites, la explotación, del ser
humano o de la naturaleza, "quemar" todos los recursos posibles
para obtener el mayor beneficio posible en el menor plazo posible
y acumular la mayor riqueza posible en muy pocas manos, en las
manos de quienes poseen las grandes empresas y los bancos. La
precariedad en el empleo, la inseguridad económica, la
amenaza de perder el sustento o de empeorar las condiciones de
vida, como mínimo, afectan a todas las clases populares,
en mayor o menor medida, tarde o pronto. Ya ni siquiera
los funcionarios, que se creían inmunes a la
dinámica del mercado laboral capitalista, se libran: ellos
también empiezan a sufrir empeoramiento de sus condiciones
laborales, bajadas de sueldos e incluso despidos.
No se trata ya sólo de luchar cuando perdemos
personalmente el empleo o la vivienda, sino de luchar
para evitar vivir siempre bajo la amenaza de perder
nuestros derechos más elementales. El capitalismo, su
lógica de funcionamiento, es, como mínimo, una
amenaza permanente para toda la población. El
capitalismo se sustenta en el miedo. El miedo del trabajador a
perder su empleo, sin el cual no puede sobrevivir. El miedo del
capitalista a dejar de ser capitalista, a arruinarse, a ser
barrido por otros capitalistas más poderosos. Nadie
está a salvo del capitalismo. Ni siquiera los
capitalistas, pero especialmente todos los proletarios,
independientemente de su grado y forma de proletarización.
Debemos ser conscientes de que cada uno de nosotros, los
proletarios, quienes vivimos de nuestro trabajo, si no lo somos
ya, podemos ser la próxima víctima de las reglas
del juego capitalistas. Debemos ser conscientes de que nuestros
cónyuges, hermanos, hijos, nietos, abuelos, padres,
vecinos, amigos, son también víctimas del
capitalismo, como mínimo potenciales
víctimas. Los pensionistas deben mirar más
allá de ellos mismos y darse cuenta de que sus hijos y
nietos son o serán víctimas del monstruo que
nosotros, los humanos, hemos creado pero que ahora ya casi no
podemos controlar, monstruo llamado capitalismo. Los funcionarios
deben darse cuenta de que a ellos también les
afectará (ya les está empezando a afectar, de
hecho), de que sus hijos no podrán tener las mismas
condiciones laborales que ellos tuvieron. Etc., etc.,
etc.
Todos los trabajadores debemos tener mayor amplitud de
miras y darnos cuenta de que el capitalismo, como consecuencia de
su filosofía de funcionamiento, perjudica a todo el mundo.
La humanidad entera es víctima del capitalismo. Ella lo
creó, sólo ella podrá destruirlo. El ser
humano necesita recuperar el protagonismo perdido en su sociedad,
"robado" por el capital, por los mercados, por la
mercancía. La humanidad necesita recuperar las riendas de
su propio destino, para lo cual primero debe ser consciente de
que las está perdiendo y de que puede recuperarlas.
Quienes deben, quienes pueden ser más conscientes son, en
primer lugar, pero no en último, quienes
más son perjudicados por el actual sistema. El
papel del proletariado, su misión histórica, como
nos descubrió Marx, es superar la actual sociedad
clasista, es emanciparse él y de paso emancipar a toda la
sociedad. Él es quien debe tomar ahora las riendas del
destino, pues él es quien está siendo más
perjudicado por el derrotero de los acontecimientos. La humanidad
necesita superar el capitalismo, pero, en primer lugar, sobre
todo, el proletariado, quien, además, constituye la
inmensa mayoría de la humanidad.
Quiere todo esto decir que, desde la izquierda,
entendiendo como izquierda la que defiende los intereses de los
trabajadores, de los proletarios (de todos los sectores, de toda
índole), debemos fijarnos sobre todo en lo que nos une a
todos los proletarios y no sobrevalorar tanto las diferencias
que, indudablemente, también tenemos. El derrotero que
está tomando el sistema capitalista es global, perjudica a
la inmensa mayoría de la población, y por
lo tanto requiere de una defensa global, de una unidad popular
sin precedentes. Tanto el proletario que viste mono como el
que lleva corbata está siendo cada vez más
explotado, como mínimo amenazado, tanto el obrero
industrial como el ingeniero del conocimiento (el obrero mental)
sufre cada vez más inseguridad en su trabajo. El
desempleo pende como una espada de Damocles sobre todos
los trabajadores. Para el capital no hay diferencias
esenciales entre unos proletarios y otros. Para
él somos todos máquinas de hacer dinero, de
creación de plusvalía, aunque dichas
máquinas produzcan beneficios de distintas maneras. Para
él somos todos simples piezas, diferentes piezas, pero
todos piezas, de un engranaje general.
El hecho esencial, el cual nunca debemos perder
de vista, es que para el capitalista un trabajador es una
máquina de hacer dinero, él no ve a la persona,
sólo ve una máquina de hacer dinero. Los distintos
proletarios son todos ellos máquinas diferentes
de hacer dinero, pero son todos máquinas de hacer
dinero para el capitalista. Incluso el propio capitalista es
prisionero del capitalismo: o se somete a sus leyes o se
verá superado por otros capitalistas, si no se retira a
vivir la "dolce vita" (y aun así puede arruinarse, aun
así puede verse afectado por lo que ocurra en la sociedad,
la cual está siempre bajo la amenaza de grandes
convulsiones). El capitalista, si sigue al pie del
cañón, debe matar o morir, aumentar como sea sus
beneficios si no desea él mismo proletarizarse, o ser
dominado por otros capitalistas. El capitalismo es la ley de la
jungla, la ley del más fuerte, la guerra de todos contra
todos. Domina o serás dominado. Explota o serás
explotado.
Por consiguiente, nuestra primera labor, desde la
izquierda real, desde la vanguardia proletaria (porque quien
escribe estas líneas, como la mayoría de las
personas que las leen, formamos parte de dicha vanguardia, nos
guste o no, para bien y para mal), consiste en hacerles ver a
todos los trabajadores que todos ellos tienen más en
común que lo que les separa, en hacerles ver las
similitudes en el fondo, a pesar de las diferencias en
las formas. Cambian las formas de explotación,
los tiempos y las intensidades, pero no el hecho
esencial de que todos ellos son, somos, explotados.
Cuando logremos concienciarnos todas, o por lo menos la mayor
parte de las "hormigas obreras", sobre lo que nos une, frente a
quienes sí tienen reales, importantes, diferencias con
respecto a nosotras (puesto que desempeñan un papel
radicalmente diferente en el modo de producción,
ellos son los dueños de los medios de producción,
los dueños de la economía y por tanto de la
sociedad, ellos son quienes deciden, nosotras, las "hormigas
obreras", somos quienes obedecemos), es cuando la unidad del
pueblo será imparable y lograremos tomar el control de
la sociedad, que es lo que se necesita. Tanto el ingeniero,
como el funcionario, como el obrero manual, como el empleado del
sector servicios, no tienen ni voz ni voto en sus lugares de
trabajo. Sólo pueden tomar ciertas decisiones
"técnicas" secundarias, pero deben, todos ellos, obedecer
y cumplir a rajatabla las grandes decisiones estratégicas
tomadas allá "arriba", muy arriba, por los verdaderos
dueños de la sociedad: los propietarios de las grandes
empresas, los grandes banqueros, y sus lacayos los
políticos.
Quienes pasamos gran parte de nuestra vida en el trabajo
estamos sometidos al totalitarismo de las empresas. En el mejor
de los casos. Puesto que todavía hay un mal peor que ser
explotado: no poder serlo, no tener trabajo. El capitalismo ha
logrado que ser explotado en cualquier trabajo sea visto por la
mayoría de los trabajadores casi como un privilegio. Es
más, ha logrado que muchos trabajadores les hagan el
trabajo sucio a los capitalistas, convirtiéndose ellos
mismos en los vigilantes de sus compañeros de trabajo, a
las órdenes de los de arriba, convirtiéndose ellos
mismos en explotadores de sus hermanos de clase. El gran triunfo
del capitalismo es la hegemonía cultural, es haber
aburguesado a muchos proletarios, haberles hecho creer que si se
ponen del lado del opresor (¡ilusos!) ellos se
librarán de la opresión. ¿Podría
inventarse mejor dictadura que aquella en la que sus
víctimas desean no dejar de serlo, en la que sus
víctimas, encima, eligen a sus verdugos, a sus dictadores?
¿Podría inventarse mejor sistema basado en la
esclavitud que aquel donde sus esclavos acepten dicha esclavitud,
que aquel donde muchos de ellos colaboren activamente con ella o
aspiren a hacerlo? ¿Qué mejor esclavitud puede
lograrse que aquella en la que los esclavos legitiman el sistema
de esclavitud cada X años en las urnas? Visto así,
¿no podemos considerar al capitalismo como la cumbre
evolutiva del esclavismo, del totalitarismo, como el sistema
donde la explotación alcanza su cota más alta de
sofisticación, y por tanto de eficacia?
Afortunadamente, nada es perfecto. Las grandes e
irresolubles contradicciones del capitalismo, tarde o pronto, de
una u otra forma, estallan en mil pedazos. Nos proclamaban, una
vez vencido el "comunismo", el fin de la historia, nos
predecían una nueva etapa de prosperidad y tranquilidad
ilimitada, y el capitalismo, terco él, se empeña en
contradecir a sus apóstoles. Sin embargo, el posible
colapso del capitalismo no significa necesariamente su
sustitución por un sistema mejor. ¡Deberemos
"ayudarle" a colapsar y deberemos trabajar para que el sistema
que lo sustituya sea mejor, y no peor! Erradicar el capitalismo
significa primordialmente desarrollar la democracia,
política y económica. El capitalismo se caracteriza
principalmente por ser un sistema donde la economía
funciona de manera dictatorial. Quienes poseen los grandes medios
de producción imponen (de manera más o menos sutil,
cada vez menos sutil) sus decisiones sobre el resto de la
población. A medida que el capitalismo colapsa muestra su
verdadero rostro antidemocrático. Las élites saben
que la verdadera alternativa es un modelo
político-económico radicalmente diferente,
pero eso supondría la muerte del capitalismo, eso
perjudicaría a las mismas élites que nos dominan.
No podemos esperar que quienes nos oprimen, quienes nos llevaron
al actual callejón sin salida, solucionen el problema que
ellos mismos han creado. La solución, inevitablemente,
sólo puede venir de abajo. La solución se puede
resumir en una sola palabra "mágica":
democracia.
La democracia real, política y
económica, es una necesidad vital para la inmensa
mayoría de la población, para la humanidad en su
conjunto. Alrededor de la lucha por la democracia
debemos unirnos todos los trabajadores, todas las clases
populares, por encima de nuestras "pequeñas" e
"irrelevantes" (en cuanto al hecho esencial del papel
desempeñado en el modo de producción capitalista)
diferencias. Se trata de recuperar la conciencia de clase, y
no tanto la conciencia de "subclase". La sociedad capitalista
está dividida esencialmente en dos clases: los
explotadores y los explotados; los grandes capitalistas y sus
cómplices, y el resto, la inmensa mayoría, una
mayoría cada vez más inmensa; el 1% y el 99%.
Cuando dicha mayoría en conjunto, y no sólo su
vanguardia, se conciencie sobre todo respecto del hecho
esencial, cuando tome conciencia de que es explotada,
aunque bajo distintas formas, en distintos grados, cuando piense
que dicha explotación no es inevitable, cuando piense que
otra sociedad es posible, además de necesaria, cuando
quienes conformamos dicha mayoría nos unamos para luchar
contra quienes nos oprimen, la minoría explotadora no
tendrá nada que hacer.
La clave reside, como siempre, en la
concienciación. En concienciarnos de que estamos
siendo todos, casi todos, explotados, de que podemos cambiar el
sistema, de que debemos cambiarlo para sobrevivir dignamente como
especie. Sin conciencia de clase no hay revolución,
pues la revolución es la transformación radical de
la sociedad, y la sociedad actual es clasista,
está sustentada en la explotación de unas clases
por otras, pues unas son poseedoras y otras poseídas.
Mientras la lucha de clases la siga ganando el capital,
continuará la actual involución. Queramos o no, los
proletarios, todos, estamos condenados a la lucha de clases.
Hasta que no la ganemos definitivamente no será posible
superar el capitalismo, es decir, la sociedad clasista, la
sociedad basada en la explotación del ser humano por el
ser humano, la sociedad con grandes desigualdades sociales, la
permanente guerra de clases. El capital ejerce dicha guerra
continuamente, aunque su intensidad fluctúe, aunque sus
formas varíen en el tiempo. No puede hacer otra cosa. El
capital sobrevive explotando. Sin explotación no hay
capitalismo. Aunque sin capitalismo sí puede haber
explotación. El capitalismo es un sistema más de
explotación, no el único, pero sí el
más "inteligente", por tanto el más peligroso,
inventado hasta la fecha.
Tarde o pronto, los proletarios tendremos que
defendernos para contraatacar y acabar con esta autodestructiva
dinámica. Nuestras armas son la conciencia, la unidad, la
organización, la ética, el sentido común, la
razón, las palabras, el pacifismo. ¡Somos muchos
más que ellos y tenemos razón! Ellos lo saben, por
eso se afanan tanto en desunirnos, por eso procuran amplificar
nuestras diferencias al mismo tiempo que obviar lo que realmente
nos une, el papel esencial que desempeñamos en la
sociedad, en su modo productivo, por eso se obsesionan tanto en
no darnos la más mínima oportunidad de enfrentarnos
ideológicamente a ellos, de igual a igual. Quien tiene
razón, o quien cree tenerla, no huye del enfrentamiento
ideológico igualitario. ¡Al contrario! Lo necesita
fervientemente para acercarse cada vez más a la verdad. La
verdad sólo puede abrirse camino mediante el
enfrentamiento cara a cara, de igual a igual, con la mentira.
Ésta, por el contrario, sólo puede sobrevivir
censurando a las ideas que compiten con ella, o
enfrentándose a ellas con muchas más ventajas. Si
quienes dicen que el capitalismo es el único sistema
posible, el mejor, el más viable, realmente creyeran todo
eso que proclaman a bombo y platillo, no eludirían el
debate público. Las ideas anticapitalistas, incluso las
antineoliberales, son sistemáticamente censuradas por los
grandes medios de comunicación controlados por el capital,
o por el poder político controlado también por
él. ¡Y no por simple casualidad!
El pueblo, es decir, la inmensa mayoría
proletaria o semi-proletaria, unido, jamás será
vencido. El 1% no puede hacer nada frente al 99%, si este 99% se
une y no le obedece. Obreros industriales, campesinos, soldados,
policías, periodistas, ingenieros, licenciados,
pensionistas, profesores, estudiantes, intelectuales, artistas,
científicos, trabajadores autónomos,
pequeños empresarios, funcionarios, desempleados,
empleados de cualquier sector,…, proletarios todos,
¡concienciémonos!, ¡unámonos!,
¡organicémonos! ¡Somos el 99%! ¡Sin
nosotros los dominados, ellos, los que nos dominan, no son nada!
A todos los trabajadores, tarde o pronto, de manera directa o
indirecta, en mayor o menor medida, nos perjudica la
lógica del capitalismo. Entre todos podemos y debemos
superarla. Superarla significa lograr una sociedad más
justa, más libre, más racional, más
ética, más próspera, más segura,
más armónica, más pacífica.
Sólo podremos superar dicha lógica si la
mayoría tomamos el control político y
económico de la sociedad. Y esto sólo es posible
mediante la democracia auténtica, lo más amplia
posible, lo más extendida posible por todos los rincones
de la sociedad. Allá donde haya convivencia humana debe
haber democracia. La democracia es el gobierno de la
mayoría respetando los derechos humanos
elementales de todo individuo. La democracia es el
"reino" de la libertad y de la igualdad. Todavía
estamos muy lejos de dicho "reino". Y lo que es peor, nos vamos
alejando de él en vez de acercarnos.
La oligocracia capitalista, el dominio de unas
minorías, de quienes poseen y controlan los principales
medios de producción y el sistema financiero, debe dar
paso a la democracia real, al dominio de la mayoría. El
interés general sólo podrá realmente
imponerse sobre el interés particular de ciertas
minorías cuando éstas dejen de dominar. Los
dominados debemos rebelarnos y unirnos. Como explico
detalladamente en el Manual de resistencia
anticapitalista, podemos incluso rebelarnos cada uno de
nosotros aunque todavía no logremos unirnos para la
acción conjunta, a la espera de la necesaria unión
y organización de todo el proletariado. Debemos ir
trabajando por esa imprescindible unidad, pues sólo cuando
los de abajo, que somos casi todos, nos unamos, podremos vencer a
los de arriba, que son (en términos relativos,
porcentuales) muy pocos, cada vez menos, pero que detentan mucho
poder, cada vez más. Pero, mientras,
simultáneamente, cada uno de nosotros, los de abajo,
podemos empezar, por lo menos, a dejar de realimentar a
este sistema, dejando de votar a nuestros verdugos,
liberándonos de su pensamiento único, dejando de
colaborar con nuestros enemigos de clase… La rebelión
individual es el ladrillo de la revolución social. Cada
uno de nosotros puede, ya mismo, empezar a rebelarse, al menos en
cierto grado, y empezar a contagiar dicha rebelión a
nuestros semejantes. ¡Sembremos alrededor nuestro las
semillas de la rebelión, de la concienciación! Otro
mundo (mejor) es posible, siempre que lo intentemos, siempre que
no nos rindamos de antemano. Cada vez tenemos menos que perder y
más que ganar. La única lucha que se pierde es la
que se abandona. La peor lucha es la que no se hace. La lucha
debe ser individual y colectiva. Ambas luchas se realimentan
mutuamente.
Cuando nos demos cuenta de lo que realmente tenemos
en común quienes conformamos el 99% de la sociedad, de lo
verdaderamente importante, entonces la necesaria unión de
todo el proletariado se verá enormemente facilitada. De la
concienciación deberemos pasar a la acción. Una
parte de ese 99% ya hemos empezado a concienciarnos y a
rebelarnos, ¡pero todavía falta que mucha más
gente se apunte a dicha rebelión! La revolución no
es posible sin la participación activa de la mayor parte
de la población. La indignación es necesaria pero
insuficiente. Se necesita también la
concienciación, la organización, la unión,
la acción, para cambiar realmente las cosas. Pero el
primer paso crítico es la concienciación. Sin ella
no hay nada que hacer. El primer y más importante
ingrediente subjetivo de la revolución es la conciencia. A
dicho ingrediente deben sumarse otros ingredientes, además
de ciertas condiciones objetivas (la necesidad es el motor del
cambio). A medida que pasa el tiempo los factores objetivos
favorables a la revolución aumentan por sí solos,
al menos al margen de la voluntad del proletariado, sin embargo,
los factores subjetivos sólo podrán aumentar si el
proletariado es capaz de desarrollarlos por sí mismo.
Quienes nos vamos concienciando, quienes vamos despertando,
debemos también concienciar, despertar, a nuestros
semejantes. El rebaño debe concienciarse por sí
mismo. Las ovejas negras deben despertar al resto de ovejas. Con
toda humildad, pero también con toda contundencia. Como
dijeron en su día los revolucionarios "clásicos",
la emancipación del proletariado sólo puede ser
obra del propio proletariado. La libertad sólo puede ser
conquistada, nunca ha sido, ni nunca será, concedida por
los opresores.
8 de diciembre de 2011
Autor:
José López