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Persona y Amor (página 2)



Partes: 1, 2

Así es como la poligamia y el divorcio van en
contra de la trascendencia, amor, donación,
posesión y de la persona, como y lo hemos explicado,
convirtiendo la unión matrimonial en una unión
corporal solamente para aprovechar los valores de la persona en
beneficio individual. El Cardenal sabiamente también lo
sostiene: "La estricta monogamia es una manifestación del
orden personalista"[30] y lo argumenta de este
modo:

"Se trata, en efecto, de la primacía del valor de
la persona sobre los valores del sexo, y de la realización
del amor fuera de un terreno en el que la persona puede
fácilmente ser remplazada por el principio
utilitarista."[31]

En nuestros días se considera difícil e
incluso imposible vincularse a una sola persona por toda la vida,
claro está pues nuestra sociedad actual rechaza la
indisolubilidad del matrimonio y por desgracia se burla de una
unión por toda la vida. Sin embargo la indisolubilidad del
matrimonio es reflejo de un verdadero y auténtico amor
donde se reconoce la dignidad de la persona. Es de este modo como
la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio (legalmente
contraído) son la afirmación de el amor y de la
persona.

  • 4. Persona, amor y familia

La familia es una institución fundada sobre el
matrimonio, el cual no se podría considerar como una
sociedad sino como una unión, y más que eso una
común unión del Tú y del Yo, ya que posee
una estructura interpersonal, sin embargo el matrimonio no
desaparece cuando la comunidad de la pareja se transforma en
familia. Tal vez un matrimonio nunca llegue a convertirse en
familia, sin embargo esto no es su carácter esencial, sino
construir una unión de dos personas durable y basada en el
amor.

Con todo lo que conlleva el matrimonio, como ya lo hemos
visto, la aceptación de la persona y un auténtico
amor, afirmaremos como Juan Pablo II "La familia, fundada y
vivificada por el amor, es comunidad de
personas."[32] y como tal se debe de
empeñar en desarrollar con empeño constante una
auténtica comunidad de personas. De tal modo que la
persona no puede vivir sin amor, puesto que este es su
única dimensión adecuada, de igual manera sin el
amor, la familia no es una comunidad de personas, puesto que sin
amor, no hay reconocimiento de personas en los miembros de la
familia; "Sin el amor, la familia no puede vivir, crecer y
perfeccionarse como comunidad de
personas."[33]

"Los cónyuges están llamados a crecer
continuamente en su comunión a través de la
fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la
recíproca donación total."[34] Con
la donación y posesión de del Yo-Tú los
esposos comparten todo, su proyecto de vida, lo que tienen y lo
que son; por eso la comunión es signo del amor de las
personas. Y dentro de la familia la comunión basada en el
amor se hace posible sensibilizándose a los valores de la
persona, día a día, con la ayuda mutua, la
responsabilidad, el servicio, compartiendo los bienes, las
alegrías y los sufrimientos.

Esta comunión solamente con sacrificio
será verdaderamente perdurable y cada vez mejor, pues la
comunión requiere de una disponibilidad y
comprensión para con todos, exige tolerancia, respeto,
perdón, exige también un esfuerzo por desposeerse
de los conflictos, las tensiones y la división
familiar.

De nuevo caemos en la cuenta de la indisolubilidad del
matrimonio, puesto que la comunión conyugal con mucha
más razón se caracteriza por esta misma
indisolubilidad ya que con la donación de los esposos, por
el bien de la persona de los hijos, ellos mismos exigen en
sintonía con el amor familiar, la indisolubilidad: "Esta
intima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo
que el bien de los hijos, exigen en plena fidelidad conyugal y
urgen su indisoluble unidad."[35]

  • b. Procreación reflejo del
    amor

La procreación es el fin natural de las
relaciones conyugales, y lo definimos como procreación
puesto que la unión del Yo con el Tú, pueden rendir
un fruto de amor, los hijos. La procreación como fin del
matrimonio va más allá del fin de los animales, el
cual es la mera preservación de la especie por una medio
de un acto sexual individualista e instintivo, sin el principio
personalista del amor. En cambio, en el mundo de las personas no
se trata únicamente de la mera reproducción de un
ser en el sentido biológico, sino que comprende la
procreación de un fruto del amor entre el Tú y el
Yo, del comienzo de la vida de un ser humano, ser persona.
Así que sería más exacto llamar
procreación.

Con palabras sabias del Cardenal la procreación
"suministra materia al amor."[36], suministra
materia a un amor previo el cual se hace carne, por tanto la
procreación no puede prescindir del amor. Es de tal modo
que el hecho de la paternidad o de la maternidad tienen una
significación no sólo biológica, sino
personalista.

Dentro de las relaciones sexuales dos personas pueden
dar vida a una nueva persona el amor del Tú y del Yo se
puede ver encarnado. Por tanto el acto carnal alcanza un nivel
personal en el momento en que en la conciencia y voluntad del
Nosotros está el pensamiento: "Yo puedo ser padre y
Tú puedes ser madre", "Yo puedo ser madre y Tú
puedes ser padre" he aquí, no una actitud utilitarista,
sino una verdadera donación. Puesto que si se excluyen de
las relaciones sexuales los elementos de la paternidad y
maternidad, el acto sexual pasará solamente a un simple
placer común, a una satisfacción
individualista.

La procreación es un fin natural y "En el orden
del amor, el hombre no puede permanecer fiel a la persona
más que en la medida en que permanece fiel a la
naturaleza. Violando las leyes de la naturaleza, viola
también la persona convirtiéndola en objeto de
placer en vez de hacerla un objeto de amor."[37]
Es así como la procreación y la misma naturaleza de
la persona, se oponen a las relaciones sexuales con fines
placenteros y no con fines de un auténtico amor. La
disposición a la procreación en las relaciones
sexuales protege el amor de las personas. De esta forma el
matrimonio es una institución de amor y no solamente de
reproducción.

La procreación lleva consigo la paternidad y la
maternidad; padre y madre en el sentido biológico son dos
individuos de sexo opuesto a quienes un nuevo individuo de su
especie les debe la vida. Sin embargo, por tratarse de personas,
el ser padre y madre va mucho más allá, Wojtyla los
define así: "Padre o madre en el sentido espiritual es un
ideal, un modelo para aquellos cuyas personalidades se
desarrollan y se forman bajo su influjo."[38],
"Engendrar hijos es engendrar personas"[39]
expresa Mounier, es ir más allá de este sentido
biológico; es así como la maternidad y la
paternidad en el simple sentido biológico es un
reduccionismo individualista, pues no se considera la totalidad
de la persona de los hijos, en cambio en el sentido espiritual
engendra personas, y no sólo física sino
espiritualmente, educándolos en el amor e
inculcándoles valores.

Juan Pablo II ha afirmado: "El futuro de la humanidad se
fragua en la familia."[40] Porque "es la
institución elemental que está a la base de la
existencia humana."[41] Porque únicamente
en la familia se cimienta la educación personalista en el
amor.

La familia es el lugar por experiencia, más
propicio e irremplazable para el reconocimiento y desarrollo de
la persona en su camino hacia la plena dignidad. Es ahí
donde entra la responsabilidad del Yo y del Tú, de educar
como persona a los hijos por amor y con amor. Es dentro de la
familia donde se promociona la dignidad del ser humano por medio
del amor. "El niño debe ser educado como
persona"[42] y con este amor en la
educación el niño descubrirá su dignidad de
ser persona:

"El fin de la educación no sea adiestrar al
niño para una función o amoldarle a cierto
conformismo, sino el de madurarle y de amarle lo mejor posible
para el descubrimiento de esta vocación que constituye su
mismo ser."[43]

La familia fundada en el reconocimiento de la persona y
en el amor, es el medio más eficaz de
personalización social, por tanto la familia le
corresponde contrarrestar la despersonalización que impera
en nuestra sociedad, mediante la misión de inculcar los
hijos la vocación de ser personas.

Conclusión

"Somos justos en lo que afecta a una persona cuando la
amamos, esto vale para el hombre."[44] Podemos
dejar de lado a la persona y dejaremos de lado al amor hacia el
hombre; el hombre necesita amor, necesita ser considerado como
persona, y especialmente en las relaciones esponsales. Este es el
camino hacia la realización del hombre, el camino hacia la
felicidad. Por eso también Antonio Caso ha dicho que "La
existencia como caridad es la plenitud de la
existencia."[45] Hemos de vivir para amar
auténticamente a la persona, es ahí donde radica la
tranquilidad y prosperidad de una unión del Yo y del
Tú.

Este estudio ha pretendido hacer que tratemos a la
persona según las exigencias propias de su naturaleza.
Juan Pablo II afirma que "Sólo la persona puede amar y
sólo la persona puede ser amada."[46]
Ésta es una afirmación de naturaleza
otológica, luego el amor también es una exigencia
ontológica y ética de la persona. Hoy y más
que nunca la persona debe ser amada ya que sólo el amor
corresponde a lo que es la persona.

La persona recibe amor para amar a su vez, el Yo
necesita del amor del Tú y viceversa. Este amor se logra
mediante la concepción del hombre como persona,
abandonando el individualismo egoísta, afirmando la unidad
del cuerpo y el alma de la persona, respetando su libertad y
contemplando su trascendencia en el amor, dignificando al otro.
Precisamente de tal modo se personaliza la relación
marital, la familia, la comunidad, la sociedad, las estructuras,
se personaliza el presente y el futuro. Para combatir la
despersonalización actual, hay que afirmar por amor a la
persona. ¡Ahora!

Bibliografía

Caso, Antonio. La existencia como economía,
como desinterés y como caridad.

México: UNAM, 1972.

Concilio Ecuménico Vaticano
II.

Madrid: BAC, 197320.

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Wojtyla, Karol. Amor y
responsabilidad.

Madrid: Razón y fe S. A.,
1969.

Wojtyla, Karol. Persona y
acción.

Madrid: BAC, 1980.

Dedico este trabajo a todas
aquellas

personas que han sido, atentadas en
contra

de su dignidad de persona
humana.

 

 

Autor:

José Carlos Chávez
Arias.

Seminario Arquidiocesano de
Chihuahua.

Chihuahua, Chih. a 12 de junio de
2009.

[1] Mounier, Emmanuel. La revolución
personalista. Buenos Aires: Los Andes, 1974, p. 51.

[2] Wojtyla, Karol. “Amor y
responsabilidad” Madrid: Razón y fe S. A. 1969, p.
13.

[3] Wojtyla, Karol. “Persona y
Acción” Madrid: BAC. 1980, p. 101.

[4] Pontificio Consejo Justicia y Paz,
“Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”,
México: CEM, 2004, p. 68.

[5] Mounier, Emmanuel. “Obras”
Tomo I. Salamanca: Sígueme. 1992, p. 625.

[6] Ibíd. p. 626.

[7] Ídem. Persona y Acción p.
239.

[8] Ibíd. p. 143.

[9] Ídem. Amor y Responsabilidad. p.
16.

[10] Cant. 8, 6.

[11] Ídem. Amor y Responsabilidad. p.
237.

[12] Pontificio Consejo Justicia y Paz . Op.
cit. p. 77.

[13] Mounier. Op. cit. p. 827.

[14] Ibíd. 670.

[15] Ibíd. p. 644.

[16] Ibíd.

[17] Ambrosio, san. Examerón, citado
en: Juan Pablo II Familiaris Consortio. México:
Clavería, 1982, p. 48.

[18] Ídem. Amor y Responsabilidad. p.
22.

[19] Ibíd. p. 38.

[20] Ibíd. p. 89.

[21] Ibíd. p. 75.

[22] Ibíd. p. 82.

[23] Ibíd. p. 76.

[24] 1 Cor. 13, 4-7.

[25] Ídem. Amor y Responsabilidad. p.
105.

[26] Mounier. Op. cit. p. 519.

[27] Ibíd. p 520.

[28] Ibíd.

[29] “Obras” op. cit. p. 520.

[30] Ídem. Amor y Responsabilidad. p.
243.

[31] Ibíd.

[32] Ídem Familiaris Consortio. p.
34.

[33] Ibíd.

[34] Ibìd. p. 35.

[35] Concilio Ecuménico Vaticano II,
Constitución Gaudium et spes, 48. Madrid: BAC, 197320.
p. 244.

[36] Ídem. Amor y Responsabilidad. p.
243.

[37] Ibíd. p. 260.

[38] Ibíd. p. 298.

[39] Mounier. Op. cit. p. 669.

[40] Ídem. Familiaris Consortio. p.
86.

[41] Ídem. Amor y Responsabilidad. p.
244.

[42] Mounier. Op. cit. p. 669.

[43] Ibíd. p. 630.

[44] Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la
Esperanza. Barcelona: Plaza & Janes, 1994, p. 198.

[45] Caso, Antonio. Obras completas, III. La
existencia como economía, como desinterés y como
caridad. México: UNAM, 1972, p. 102.

[46] Juan Pablo II. Mulieris Dignitatem.
México: Clavería, 1989, p. 40.

Partes: 1, 2
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