Monografias.com > Lengua y Literatura
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

El sobreviviente




    El soldado – Monografias.com

    El soldado

    Esa noche, la llovizna fría y persistente
    penetraba hasta los huesos. El poncho estaba empapado y la
    humedad le traspasaba la ropa. Los pies chapaleaban barro y agua
    en el fondo del zanjón que quería ser una
    trinchera. Acurrucado junto a una pared de barro, el soldado,
    envuelto en poncho, frío y humedad, se abrazaba a su fusil
    y rezaba. Sobre su cabeza, a ras del piso, el viento malvinero
    castigaba con un silbido helado.

    Estaba congelado. Helado hasta los pies. Los
    borceguíes húmedos le adormecían las
    piernas. El "pié de trinchera" era una penosa realidad.
    Cada tanto se paraba y estiraba las piernas para evitar el
    congelamiento.

    Las noticias corrían pronto. Los ingleses estaban
    ahí nomás, a una hora de marcha mas o menos.
    Habían arrasado las defensas costeras y les pasaron por
    arriba a los correntinos. Los mataron a todos, o eso
    escuchó. No alcanzaron el coraje y las bolas que pusieron
    para pararlos.

    Porque si de algo estaban enterados era de que los
    correntinos habían peleado hasta lo último. No se
    habían rendido así nomás. Realmente
    tenían cojones esos pibes provincianos.

    _Ahora nos toca a nosotros, pensó.

    En la ladera del cerro donde él se encontraba,
    había hileras de trincheras con soldados repartidos en las
    posiciones defensivas. En esas zanjas, cavadas a los apurones,
    estaban los hijos de La Patria.

    El soldado rezaba…él estaba en la primera fila
    de trincheras. Sería el primero en verles las caras a los
    ingleses…y probablemente uno de los primeros en morir. Ya
    sabían los soldados argentinos que los atacantes
    aparecían preferentemente de noche. Tenían la
    ventaja de la tecnología: miras láser y visores
    nocturnos infrarrojos. A los ingleses se las habían
    provisto los norteamericanos para luchar contra los
    argentinos.

    El soldado recordaba a su familia en el continente: Sus
    hermanos pequeños que estudiaban en la escuela industrial,
    su viejo camionero, su mamá que siempre lo amó.
    Aunque él, a veces, no fuera tan bueno con ella. Pero ella
    era la madre y le perdonaba todo, como toda madre.

    Pero aquí no estaba ella. Ni su familia. Ni sus
    amigos.

    Aquí estaba solo. A punto de pelear por La Patria
    y por su vida.

    Los argentinos habían dispuesto vigías que
    se turnaban cada hora por el frío. Además llegaron
    a consolidar un complicado campo minado a los pies del cerro que
    ni ellos mismos sabían muy bien donde terminaba. Por las
    dudas, cuando debían bajar para aprovisionarse, daban la
    vuelta al cerro por el otro lado.

    _En fin, se dijo, si me toca ya está…se
    acabó todo para mí.

    Ya lo tenía asumido. Notó que había
    dejado de lloviznar y el cielo estaba abriendo. Entre las nubes
    aparecieron unas estrellas alucinantes como no se ven en Buenos
    Aires.

    _Un mar de estrellas, pensó, como el que
    cruzó el barco que me trajo.

    El viento amainó, y al instante sintió que
    algo no estaba bien. Se puso en alerta. Su inconsciente le
    transmitió una señal de intranquilidad.

    _ Hay como una calma chicha. Que raro en esta isla, se
    dijo. Nunca lo había visto hasta ahora. Que tranquilo y
    calmo que se puso.

    Ni siquiera había esa neblina malicienta que
    solía estar en esas islas…De pronto, un silencio
    invadió todo. No viento, no nubes, no ruido, no
    neblina…Nada. En la noche oscura, escuchaba a sus
    compañeros toser en la lejanía del cerro, a veces
    oía sus voces.

    Tuvo un mal presentimiento. Parecía la calma que
    precede a la tormenta.

    Y así era. Sin esperarlo, algo sonó de
    repente, un ruido distinto de los que conocía, algo
    así como un fogonazo apagado. Sí, eso era, y
    venía de abajo del cerro, justo debajo de él. Luego
    vinieron gritos de dolor, gritos raros, no entendía lo que
    pasaba. No quería entender.

    _No puede ser…una mina no puede ser. No puede ser
    que ya estén acá y un inglés hijo de puta
    haya pisado una mina…

    Se lo repitió varias veces. Allá abajo en
    la base del cerro estaba ocurriendo un evento del cuál no
    se quería enterar.

    Pero el soldado no podía impedir que los
    acontecimientos se sucedieran. En ese mismo momento
    escuchó un galope apagado y algo pasó corriendo por
    sobre su cabeza hacia el origen del ruido: un perro argentino.
    Desde detrás de él lo habían soltado los
    encargados de los perros.

    Un perro de guerra. Los había visto cuando los
    trajeron los del escuadrón perros. Eran unos ovejeros
    alemanes espectaculares.

    De allá abajo oyó gruñidos de
    ataque, ladridos, gritos de dolor y un disparo de arma de fuego.
    Inmediatamente los ladridos cesaron.

    _Ya está, pensó, ya llegó la
    hora.

    Un súbito calor le invadió el cuerpo. Un
    fuego demencial que lo sorprendió: la
    adrenalina.

    _Qué raro, recién estaba cagado de
    frío y ahora tengo calor.

    Una luz brotó detrás suyo más
    arriba del cerro. Una luz grande, como una cañita voladora
    pero gigantesca. Una bengala argentina disparada con
    mortero.

    Él, en ese momento, parecía estar en otro
    lado. Hace instantes estaba muerto de frío en una noche
    horrible y ahora tenía calor en un día artificial.
    Porque la bengala argentina iluminó todo como si fuese de
    día. Y caía majestuosa sostenida por su
    paracaídas. Caía muy lentamente. Su luz
    bañaba todo el cerro. El efecto era
    fantasmagórico.

    La luz le permitió ver a un soldado,
    compañero y amigo suyo, Aguirre, que venía hacia
    él arrastrándose por la trinchera, sin poncho y en
    mangas de camisa.

    _"A éste también le agarró calor",
    pensó.

    Cuando el amigo llegó junto a él, se
    miraron un momento sin hablar, entendiéndose con los ojos.
    Se abrazaron con fuerza como despidiéndose, y el que vino
    se marchó a su puesto. Pensamientos llenos de odio, furia
    e indignación lo invadieron.

    _Mi amigo vino a despedirse. Pero yo no me voy a dejar
    matar tan fácil.

    No esperó mas, se calzó los anteojos
    protectores de viento y se asomó por la trinchera para ver
    la ladera iluminada por la bengala. Veía hasta más
    o menos unos cien metros mas abajo. Se escuchaban voces, si, pero
    aún no se veía nada. Notó que se le
    empañaban los anteojos.

    _Si no hay viento se empañan, razonó.
    Así que se los quitó y los colgó de su
    cuello.

    Sus ojos se iban acostumbrando a la verdosa luz
    artificial. Los enemigos aún no llegaban, pero…algo se
    movía allá abajo.

    De en medio de la bruma y la oscuridad, emergieron a la
    zona iluminada por la bengala unas siluetas humanas. De noche, a
    esa distancia y con esa luz no los distinguía bien.
    Tomó su fusil y observó a través de la
    mira.

    Y allí estaban, venían al trote sigiloso,
    con sus uniformes camuflados y sus caras brutales.

    Los Ingleses.

    El fuego le volvió a brotar en el cuerpo.
    Más adrenalina.

    No esperó más, calibró el alza de
    puntería a cien metros, apuntó bien al que
    tenía en la mira y disparó. Fue el primer disparo
    argentino.

    Oyó un silbato y la voz del oficial que ordenaba:
    ¡Fuego libre! ¡Viva la Patria!. El cerro se
    iluminó por los disparos argentinos. El sonido era
    ensordecedor.

    Cuando el soldado apretó el gatillo de su FAL, el
    humo y el ruido del disparo lo descolocaron. Al apuntar
    nuevamente por su mira, vio que al que le había disparado
    ya no estaba caminando, era un bulto en el suelo.

    _Uno menos, vos no me vas a matar a mí, hijo de
    puta, yo te maté primero.

    El cerro ardió en lenguas de fuego de ambos
    lados. Los argentinos, luchaban en silencio, sólo se
    escuchaban los gritos de los oficiales alentando a la tropa y
    algún grito de dolor o muerte, nada más. En cambio
    los ingleses se la pasaban gritando entre ellos: ¡Hey you,
    go go, y no sé qué.

    El soldado apuntaba y disparaba, apuntaba y disparaba.
    Tenía muy buena puntería. Gastó dos
    cargadores completos. Solamente en tres ocasiones tuvo que
    repetir el disparo para que caiga el inglés.

    En eso, al lado suyo, repiqueteos de balas en el piso de
    turba le decían que algún inglés le estaba
    apuntando y disparando a él, pero vaya a saber por
    qué designio del destino, no le acertaba.

    Eso le encendió la sangre. Alguien lo estaba
    queriendo matar. Sintió un calor insoportable. Se
    escabulló al interior de la trinchera y se quitó el
    poncho impermeable. Ahora se sentía mejor. Más
    fresco y libre.

    Cuando se asomó nuevamente, alcanzó a
    distinguir un bulto agazapado en la oscuridad a unos 60 metros
    abajo y un fogonazo que salía de ese bulto. Al instante
    una bala enemiga picó en una piedra que estaba a su
    izquierda.

    Ya lo tenía. Ese era el puto inglés que lo
    estaba queriendo matar. Pero gracias a Dios o a su destino, el
    guión del arma de su enemigo estaba mal regulado, por eso
    no le acertaba.

    No se escondió. Solo apuntó al bulto con
    mucho cuidado. Fijó su objetivo y afirmó el pulso.
    Más fogonazos y algunas balas que volvieron a picar cerca
    de él le dijeron que debía apurarse.

    Apuntó a la base del bulto, contuvo la
    respiración y disparó. El bulto se
    estremeció un poco y quedó inmóvil.
    Aún hoy día puede jurar que escuchó el
    quejido del inglés cuando murió gracias a una bala
    argentina. A otra cosa.

    El soldado era uno de los mejores tiradores del
    Batallón 5 de Infantería de Marina. Jugaba al tiro
    al blanco. Mientras disparaba, veía por momentos de reojo
    como iban las cosas por el cerro. En verdad era un cuadro del
    Bosco: un infierno.

    En la noche, las balas trazadoras dibujaban hilos de luz
    entre el cerro y la base, una catarata de fuego. Las llamaradas
    de los fusiles argentinos parecían flashes. Miles de
    flashes que destellaban en la ladera del cerro.

    El fuego de las explosiones era un preludio del
    infierno. Las detonaciones de las bombas ensordecían. Hubo
    explosiones en las trincheras argentinas. Misiles ingleses,
    portátiles. Se los habían provisto los
    norteamericanos para luchar con los argentinos. Muchos soldados
    murieron por esos cuetitos.

    Pero también la base del cerro por donde
    venían los ingleses empezó a volar en pedazos.
    Nuestros morteros. Los artilleros argentinos habían estado
    practicando mucho su puntería.

    Los ingleses se detuvieron, no se retiraron al
    principio, solo se quedaron en los lugares a los que
    habían llegado. Parecía que se estaban
    reorganizando, no esperaban una resistencia tan dura. Tal vez
    estuvieran engolosinados con lo que les pasó a los
    correntinos. Venían a atropellar y ganar. Pero se estaban
    llevando un chasco.

    Un zumbido intenso comenzó a crecer en el
    aire…era algo raro…como un silbido apagado…y
    venía aumentando en intensidad. No entendía que
    podía ser ese ruido que venía acercándose
    hacia la zona de combate. Se iba escuchando cada vez más
    fuerte. El soldado lo comprendió luego de que el primer
    proyectil disparado por el súper cañón
    argentino de 155 mm hizo explosión en la zona ocupada por
    los ingleses…y la ladera por donde se estaban acercando los
    enemigos prácticamente fue atomizada por la
    explosión de ese proyectil. La explosión fue de tal
    intensidad que el soldado se quedó sin aire por unos
    instantes. Tan fuerte había sido.

    El soldado no pudo menos que reír de solo pensar
    que los criollos diseñaron semejante arma y la estaban
    estrenando contra el mismísimo imperio. Si bien el
    ejército poseía un numeroso parque de
    artillería, solo había un cañón de
    ese tipo en las Malvinas, ya que su tamaño y peso
    hacía casi imposible transportarlo a las islas. Tuvieron
    que llevarlo hacia allí por partes. Lo desarmaron y lo
    trasladaron en aviones Hércules en varios viajes.
    Había sido diseñado para la guerra en el
    continente. En plena pampa, los argentinos podían disparar
    el cañón y hacer que el proyectil caiga
    muy…muy lejos. Era un orgullo de las Fabricaciones
    Militares Argentinas. Herencia de las fábricas militares
    que fundara el General San Martín. Luego de la
    caída de Puerto Argentino, los ingleses no terminaban de
    desfilar sorprendidos ante tal terrible arma argentina. Les
    quedó como botín de guerra y hoy se exhibe en
    Londres junto a otros trofeos capturados a los criollos. Una
    anécdota no confirmada cuenta que una vez finalizada la
    guerra, un oficial inglés de alto rango, frente al
    cañón argentino, les preguntó a sus soldados
    ingleses qué era lo que veían:

    _Un cañón, le respondieron. El oficial les
    contestó:

    _Yo veo un pueblo que si es capaz de construir este
    cañón y encima nos invade a nosotros, es de temer.
    Nunca se descuiden…

    En esos momentos decisivos, un chasqui argentino
    recorrió las trincheras llevando un parte:

    _¡A prepararse que
    contraatacamos!…¡Calar bayonetas!.

    Eso fue muy duro. La trinchera le daba una cierta
    sensación de seguridad, pero salir a correr a los ingleses
    era demasiado. Oyó los gritos y órdenes del
    oficial. Percibió que sus compañeros se preparaban.
    Él también.

    El contraataque con bayoneta ya lo habían
    practicado varias veces en las maniobras previas. Pero una cosa
    era la práctica y otra cosa era salir del pozo y verle la
    cara al inglés hijo de puta que te quiere matar. Que sea
    lo que Dios quiera, no iba a dejar a sus compañeros solos.
    Ya estaba jugado.

    Se preguntó si los viejos criollos habían
    sentido miedo en las invasiones inglesas. En esa ocasión
    los habían rechazado. ¿Y ahora?

    Pero el soldado se acordó de una cosa: era un
    Argentino. Décadas de historia de rechazos a las
    invasiones inglesas, luchas por la independencia, cruces de los
    Andes, campañas al desierto, guerras contra el Brasil, el
    Paraguay y guerras civiles, lo habían hecho heredero de
    una tradición de pueblo macho.

    Era un Argentino. Un Americano. Un guerrero por
    herencia. Era hijo de criollos, que joder. La vena de coraje le
    brotó de repente. Ya no tenía miedo. Ya no pensaba
    en la muerte. Era espiritualmente libre. Un regocijo
    indescriptible le colmó su espíritu. Estaba siendo
    parte de la Historia con mayúsculas. Sintió que era
    un premio estar allí. Ya no importaba el resultado de la
    batalla ni de la guerra. Ya eran héroes. Nadie
    podría quitarles jamás el orgullo de haber
    enfrentado a lo macho al mismo imperio. No tendrían la
    misma tecnología, pero los argentinos les estaban costando
    mucho a los ingleses. Eso ya era un orgullo.

    Ya sabían los ingleses que aquí existe un
    país atrasado, subdesarrollado, tercermundista, bananero,
    pobre…pero fue el único país del tercer mundo
    que se atrevió a invadir a uno de los centros de poder
    mundial, cachetearlo y encima quedarse en la colonia recuperada
    haciendo pata ancha y aguantándose el chubasco.

    Aguantándose enfrentar a la armada más
    poderosa del mundo que encima estaba apoyada por el "americano"
    EEUU, traidor del TIAR y de la causa americana. Pero así
    estaban las cosas. Las cartas estaban echadas. Ahora que estaba
    en el baile, había que bailar.

    El cañoneo argentino cesó de repente. La
    coordinación con la propia artillería era buena. No
    era cosa de salir a la lucha cuerpo a cuerpo y ser atomizado por
    una bomba argentina.

    A la orden de contraataque y Viva la Patria, las
    trincheras argentinas soltaron a los hijos del país. El
    soldado miraba a sus compañeros salir de las trincheras y
    correr hacia el enemigo. No esperó más, caló
    su bayoneta al fusil y aprontó su equipo. También
    salió.

    _Má sí, que sea lo que Dios
    quiera.

    Todos, en un sólo grito salieron disparando sus
    armas sin parar. La vanguardia inglesa, los invasores,
    estupefactos, empezaron a retroceder. Al principio lentamente,
    luego, a la carrera, y se metieron sin querer en el campo minado
    argentino. Los vio volar en pedazos. El soldado no dejaba de
    disparar y gritar para darse valor. Nuestros soldados estuvieron
    tan cerca de los ingleses que llegaron a verles las expresiones
    de sorpresa y temor en los rostros mientras los enemigos eran
    corridos a punta de bayoneta cerro abajo.

    Los argentinos recuperaron la base del cerro. Al mismo
    tiempo, el soldado sintió un golpe fuertísimo en la
    cabeza y cayó al suelo.

    _Me tocó, ya fui, me balearon…Dios mío,
    perdona mis pecados.

    Pero revisó su cara y nada. El casco estaba
    desacomodado y al revisarlo vio que tenía un agujero en el
    frente.

    _Me salvó esta lata.

    No lo arrojó, se lo puso y siguió
    corriendo tras los ingleses mientras vaciaba el cargador del
    fusil. Cuando oyó el silbato del oficial y las
    órdenes de regreso, volvió rápido a su
    puesto.

    El contraataque había terminado. Los ingleses se
    habían retirado. En su huida habían pasado por el
    campo minado y dejaron varios camaradas adornando el
    terreno.

    No había más bengalas, estaban todos a
    oscuras, los oídos le zumbaban por las explosiones y
    disparos. En la oscuridad, adivinó a sus compañeros
    que volvían corriendo junto a él a sus
    puestos.

    _Parece mentira, pero…en esta
    oscuridad…¿serán todos nuestros?.

    Tal vez algún inglés desorientado
    volvía con ellos. El soldado corría hacia su puesto
    rodeado de la oscuridad y no encontraba bien la dirección
    correcta. Se guiaba por los ruidos y las tenues luces de los
    fuegos de las explosiones. Por las voces difusas y algún
    que otro soldado corriendo que percibía en medio de la
    oscuridad.

    Se pegó a uno que iba corriendo delante suyo.
    Pero el delantero parecía estar más perdido que
    él. Zigzagueaba sin cesar. Aún así, lo
    siguió de cerca a escasos tres metros durante un buen
    trecho.

    De pronto, el cielo austral se iluminó nuevamente
    con otra bengala argentina. La noche se volvió a convertir
    en día. Fue un instante nomás. El instante en la
    vida, en que Dios decide el destino de todo ser
    humano.

    Y el fallo de Dios fue terminante.

    Cuando la bengala iluminó todo nuevamente, el
    soldado se percató de que, en su retirada, había
    estado corriendo detrás de un comando paracaidista
    inglés.

    Más calor. Otra súper dosis de adrenalina.
    El otro también se dio cuenta de que era seguido por un
    argentino. Pero lo hizo demasiado tarde.

    Sin testigos, en la soledad de las islas australes, el
    drama más antiguo de la humanidad estaba por
    suceder.

    Hoy en día, el soldado recuerda la
    expresión de sorpresa y miedo del inglés cuando, al
    verse perseguido de cerca por un soldado argentino, se detuvo
    para volverse y dispararle con su fusil automático. En ese
    instante supremo, el soldado argentino no se detuvo a apuntar
    para disparar. Hubiera muerto si lo hacía… ya no
    tenía más municiones.

    Tomó impulso y orientando su FAL al cuerpo del
    enemigo, hundió la bayoneta hasta la empuñadura en
    el pulmón derecho del inglés.

    Jamás olvidará el grito apagado de inmenso
    dolor del enemigo herido, quién, al ser atravesado por la
    daga, inmediatamente dejó caer su fusil. También
    recuerda el silbido del aire al salir del pulmón pinchado
    y el gorgoteo de la sangre que escapaba por la herida.

    El soldado también gritó. Pero su grito
    surgió de lo más salvaje y primitivo de la esencia
    humana: la supervivencia.

    Cuando el inglés cayó al suelo, el soldado
    continuaba teniéndolo ensartado en su bayoneta. El otro
    pataleó y quiso arrancársela. El soldado
    aferró su fusil con fuerza y apoyando su peso en
    él, hundió más el sable en el cuerpo del
    enemigo al punto que sintió que la bayoneta se estaba
    enterrando en la tierra. Escuchó crujidos de tejidos
    humanos desgarrándose.

    El cuadro era macabro: bajo la mortecina luz de una
    bengala en la noche austral, un hombre estaba matando a otro
    clavándolo contra el suelo.

    Un grito agónico se dejó oir. El
    inglés murió agarrando el fusil del soldado y con
    un rictus de dolor en la cara. El soldado desclavó al
    inglés, tomó la boina verde del muerto y
    corrió hacia su trinchera. Aún hoy en día no
    se explica porqué se la llevó. No pensaba en nada.
    Actuaba como un autómata. Al llegar, encontró su
    lugar en la zanja y se escabulló en ella.

    Dentro de la trinchera, el soldado se dedicó a
    pasar revista a su persona: no tenía más
    municiones. Pidió a gritos y un soldado estafeta que se
    acercó por dentro de la trinchera se las proveyó
    enseguida.

    Acomodó su equipo, correajes y cordones.
    Bebió agua de su cantimplora y se acomodó para
    observar ladera abajo.

    Sin novedad.

    Un olor desagradable comenzó a sentir una vez que
    se tranquilizó y recuperó el aire. Tardó en
    comprender que era el olor a sangre que emanaba desde la bayoneta
    ensangrentada. No la tocó. Sintió nauseas y asco
    pero la dejó colocada en el fusil. Ni cuando llegó
    la orden a los gritos de enfundar bayonetas se atrevió a
    tocarla. Quedó colocada en el fusil todo el resto de la
    noche. No sabía si tomarlo a risa o qué, pero
    recordó esa frase "huelo la sangre de un inglés",
    no podía recordar de donde provenía. Le
    parecía que era una historia que escuchó cuando
    niño. En fin, en medio del infierno cualquier excusa era
    buena para pensar en otra cosa.

    Al rato pasaron revista para ver si todos estaban bien,
    o quiénes faltaban.

    Y faltaban muchos. A los muertos los pusieron
    detrás de las líneas y los cubrieron con ponchos.
    Él ayudó a juntar cuerpos. A su amigo Aguirre lo
    encontró tendido en el pasto boca abajo, todavía
    respiraba, pero sangró mucho y la herida era muy fiera.
    Ayudó a llevarlo al sitio donde ponían a los
    heridos.

    Sintió que algo cambió en el aire y
    tardó en darse cuenta de lo que era: estaba clareando, el
    alba asomaba y el frío volvió a sentirse.
    Volvió a colocarse su poncho impermeable.

    _Me estoy cagando de frío otra vez, se me
    acabó la adrenalina. Que baile Dios, si sobrevivo a
    ésta no seré el mismo pendejo cagón que
    era.

    Pero no quería pensar en eso. Al llegar el
    día fue a ayudar a recoger los heridos y los
    cadáveres que habían quedado tirados en el
    campo.

    Luego se acercó para ver a sus compañeros,
    a algunos no los encontró, ya sabía donde estaban.
    Los heridos tenían un hospitalito de campaña en un
    sitio apartado y los fue a ver.

    Nunca pensó que debería soportar las
    bromas de humor negro de sus compañeros respecto de la
    buena puntería de los ingleses y las risas que
    producía su persona cuando lo veían a él.
    Cuando se dio cuenta de que el motivo de tales bromas de mal
    gusto era el agujero que tenía en el frente de su casco,
    lo arrojó con bronca y tomó otro que
    encontró al lado del cadáver de un soldado
    argentino que estaba junto a otros camaradas
    caídos.

    Antes de recibir más comentarios fuera de lugar o
    bromas pesadas, limpió con el agua de los bidones la
    sangre coagulada del inglés ensartado que todavía
    estaba ensuciando la bayoneta. Solo cuando quedó
    completamente limpia, se atrevió a tomarla con las manos y
    enfundarla.

    En las trincheras, los soldados argentinos rezaban,
    hablaban, callaban, reían o lloraban. Él no.
    Sólo pensaba en lo que había ocurrido aquella
    noche. Del bolsillo de su campera de abrigo sacaba de a ratos la
    boina verde del enemigo que él había matado. No se
    la había mostrado a nadie. No lo haría nunca.
    Aún hoy día, ya casado y con hijos, esa boina verde
    está oculta en un sitio donde nadie la pueda hallar. Nunca
    pensó que ese trofeo sea algo como para vanagloriarse.
    Simplemente es un recordatorio de que lo que vivió fue
    real. Tan real que aún en la actualidad, es atormentado en
    sus sueños por la cara de dolor del enemigo
    ensartado.

    También lo asaltan los pensamientos
    de…¿Quién
    sería?…¿Tendría
    hijos?…¿Alguien lo esperaría en su hogar?.
    Pero así es la guerra. Prefería recordarlo
    él al otro y no ser recordado por el
    inglés.

    Sabe que en las islas, hoy en día, debe estar el
    nombre del muerto en la placa de homenaje con que los ingleses
    honran a sus caídos.

    En esa placa debe estar el nombre de "su" muerto. Pero
    él nunca quiso enterarse de quién era. Aunque en la
    boina verde hay unas iniciales y un número. Por lo que
    averiguar quién era no sería tan difícil.
    Pero jamás lo intentó.

    Hoy el soldado ya está mejor de la
    cabeza…aunque no del todo. Cuando ve una película de
    guerra no puede más que reir pensando que ningún
    film reflejará jamás en lo más mínimo
    los horrores de la guerra. Ahora, a veces, puede dormir bien sin
    escuchar los gritos de dolor o miedo, sin ver la sangre y los
    cuerpos mutilados.

    A veces ve en sueños el rostro de los enemigos
    que quisieron matarlo a él pero que no tuvieron suerte. No
    los odia…sabe que ellos tampoco lo odiaban…solo que
    les tocó morir a ellos y no a él. A veces se brota
    en accesos de somatizaciones de todo tipo. Pero la vida
    continúa.

    Esta historia es un homenaje a nuestros soldados, y es
    tan verídica como el hecho de que los soldados del BIM 5
    de Infantería de Marina Argentina fueron los únicos
    que rechazaron a los ingleses en las Malvinas. Solamente
    después de la caída de Puerto Argentino el 14 de
    junio, bajaron de sus posiciones en los cerros, y al día
    siguiente entregaron su armamento en formación
    militar.

    Gloria eterna a nuestros héroes.

     

     

    Autor:

    Eugenio Martín
    Ganduglia

     

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter