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La -solución final- al problema de la deuda (página 6)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Los funcionarios americanos replicaron que las entradas
financieras reflejaban el subdesarrollo de Europa en materia de
mercados de capitales. El problema de la inflación en
Europa era una consecuencia de la renuencia de sus bancos
centrales a aplicar una política mucho más
restrictiva y de la vacilación de los países
europeos a la hora de dejar que se apreciaran sus divisas, que
reflejaba su ya antiguo compromiso con un crecimiento orientado a
la exportación.

Plus ça change, como dirían los
franceses.

Lo que los franceses en la época del general
Charles de Gaulle decían, en realidad, era que se
debía abandonar el dinero de circulación forzosa a
favor del patrón-oro. En ese caso los EEUU estarían
sujetos a la disciplina de una política más
restrictiva, pero los franceses nunca explicaron exactamente
cómo se podía hacer el restablecimiento del
patrón-oro o cómo se plasmaría en
estabilidad económica y de precios, en vista de la
inestabilidad de los mercados del oro y las desastrosas
consecuencias del patrón-oro -y, en particular, en
Francia– en el decenio de 1930.

Dicho de otro modo, el debate era tan confuso y
complicado como actualmente. Su único efecto positivo fue
el de lanzar una iniciativa para reformar el sistema monetario
internacional. Así, pues, ahora que el Gobierno
francés -¡ellos otra vez!- se ha comprometido a
hacer de la reforma monetaria internacional el núcleo de
su Presidencia del G-20 en 2011, conviene recordar el cuento
ejemplar del decenio de 1960.

En aquella época, la diplomacia
monetaria internacional estaba centrada en la creación de
una nueva forma de reservas internacionales, lo que llegaron a
ser los derechos especiales de giro (DEG) del Fondo Monetario
Internacional. La idea consistía en que, al emitir DEG, el
FMI brindaría un medio substitutivo de acumular
dólares a las economías que estaban reduciendo su
retraso e intentaban acumular reservas. Los EEUU ya no
podrían acumular déficits de la balanza de pagos
"sin sufrir". Se podría frenar la política
americana sin privar de liquidez a la economía
mundial.

El intento fracasó completamente. Los derechos
especiales de giro nunca llegaron a ser una atractiva
opción substitutiva del dólar, pues sólo
eran un modesto complemento de los dólares y otras
unidades nacionales de uso internacional. Como no tenían
confianza en el FMI para que asumiera las competencias de un
banco central mundial, sus miembros establecieron
obstáculos muy fuertes a la creación de DEG.
Tampoco se desarrollaron mercados privados con instrumentos
denominados en DEG, lo que, a su vez, limitó su atractivo
para los bancos centrales.

El otro centro de las negociaciones en
el decenio de 1960 fue el intento de aumentar la flexibilidad de
los tipos de cambio. Las propuestas al respecto -como
reacción a la aparición de superávits
crónicos en Alemania e Italia y déficits
crónicos en los EEUU- atrajeron la atracción cada
vez más, una vez que las negociaciones sobre los derechos
especiales de giro se consumieron en 1968.

Pero, como había otros países que
habían disfrutado de dos decenios de crecimiento impulsado
por la exportación gracias a haber vinculado sus divisas
con el dólar, había renuencia a cambiar algo que
iba bien. Aunque el FMI, en un importante informe sobre los tipos
de cambio de mediados del decenio de 1970, hizo suyo el principio
de una mayor flexibilidad, no ofreció ideas nuevas para
lograr que los países avanzaran en esa dirección ni
propuso nuevas sanciones contra los que se resistieran. Los
desequilibrios internacionales siguieron aumentando hasta que el
sistema se desplomó estrepitosamente en
1971-1973.

Las recientes alusiones del Gobierno
francés sobre su programa de reforma para 2011 indican
que, al contrario de las elucubraciones anteriores, el
núcleo de sus iniciativas no será la
atribución de un papel más importante a los
derechos especiales de giro. En cambio, el gobierno de Sarkozy
procurará crear mecanismos para gestionar la
transición a un sistema monetario internacional en el que
el dólar, el euro y el renminbi desempeñen papeles
mundiales relevantes.

Se trata de un paso adelante, que
refleja las enseñanzas reales ofrecidas por la Historia,
pero los franceses no han indicado que vayan a pedir la
aplicación de sanciones a los países con
superávits crónicos que no ajusten sus divisas. La
inexistencia de esas sanciones fue la deficiencia decisiva del
sistema original de Bretton Woods y sigue siéndolo del
nuestro… no por casualidad denominado Bretton Woods
2.

Sin sanciones para vigilar los desequilibrios mundiales,
ese paso francés adelante nos situará a medio
camino sobre un abismo enorme. En el aire, sin suelo firme abajo
ni impulso suficiente para llegar hasta el otro lado, no es donde
debe estar la economía mundial.

(Barry Eichengreen es profesor de Economía y
Ciencia Política en la Universidad de California en
Berkeley y autor de Exorbitant Privilege: The Rise and Fall of
the Dollar and the Future of the International Monetary System
("Privilegio exorbitado. El ascenso y la caída del
dólar y el futuro del sistema monetario internacional"),
que se publica este mes. Copyright: Project Syndicate,
2011)

Aprendiendo de
Argentina: Shiller propone que EEUU emita deuda ligada al
PIB (El
Economista – 17/2/11)

El economista Robert Shiller ha sugerido
esta semana una nueva idea para controlar la deuda de EEUU: la
emisión de bonos ligados al incremento del PIB. Con esta
idea se busca evitar que los costes de financiación a
largo plazo entren en una espiral fuera de control que
encarecería insosteniblemente la cada vez mayor deuda
estadounidense.

Pero esta fórmula, como recoge el
diario The Wall Street Journal, genera controversia porque hasta
el momento sólo ha sido utilizada por países en
situaciones extremas, como Argentina.

Sin embargo, el debate está cobrando intensidad
en EEUU a pesar de que existen serias dudas sobre si son
realmente prácticos para el Gobierno Federal. De hecho,
uno de los mayores problemas es que el Gobierno podría
sentir la tentación de recomprar esos bonos si el
crecimiento fuera demasiado fuerte, lo que provocaría unos
pagos de intereses demasiado elevados.

"La deuda ligada al PIB no resuelve el
problema, pero hace las cosas un poco más fáciles",
explicó Shiller, que es profesor en Yale, a la agencia Dow
Jones Newswires. Además, "da ejemplo al mundo".

El estigma: han sido utilizados en casos
extremos

El instrumento no es nuevo. En los años 90,
países como Bulgaria, Bosnia y Costa Rica emitieron
warrants que referenciaban los pagos al crecimiento como forma de
diversificar más allá de los bonos tradicionales,
con un cupón fijo. Argentina lo hizo más
recientemente, y estos bonos rindieron más que la deuda
soberana convencional.

Y ahora, con los países
más desarrollados ahogados en deuda, Shiller ha escrito
mucho sobre cómo reemplazar parte de la deuda
gubernamental por participaciones en el crecimiento futuro,
llamándolas eufemísticamente Trills (trillionth en
inglés, billonésima parta del PIB).

Según el economista y profesor,
este concepto ayudaría al Gobierno a manejar el riesgo
usando deuda ligada al crecimiento para complementar la
tradicional, no para sustituirla.

Hacerlo, además, haría la
idea más atractiva para otros países con problemas
de deuda. Que EEUU emitiera este tipo de títulos
serviría para que dejaran de ser vistos como algo
desesperado, lo que les liberaría de su estigma. "Es una
distribución del riesgo mucho más racional",
sostiene Shiller.

Además, la idea no está del todo
descartada: en un reciente informe del departamento del Tesoro de
EEUU, fechado el 1 de febrero, había toda una serie de
posibilidades para la deuda, entre ellas estos bonos ligados al
PIB.

¿Cómo funcionaría el
instrumento?

Los denominados Trills de Shiller
tendrían un cupón ligado a las perspectivas de
crecimiento, al estilo de los TIPS, que son los bonos ligados a
la inflación.

Eso sí, sería deuda a largo plazo y
pagarían anualmente una fracción del PIB nominal,
que hoy día sería de 15 dólares (la
billonésima parte del PIB, 15 billones de dólares
según el PIB de 2009). Según los cálculos de
Shiller, el coste de estos Trills sería de unos 150 puntos
básicos sobre los treasuries a corto plazo.

De hecho, el economista cree que podrían venderse
fácilmente y a un "precio realmente bueno" debido a que el
PIB ha seguido creciendo nominalmente en los últimos
años. En un estudio reciente, Shiller cree que el
rendimiento de este tipo de bonos podría rivalizar con el
del S&P 500 y con mucha menos volatilidad.

Según los datos de la web Data 360 que recoge el
Journal, el crecimiento nominal del PIB trimestral ha sido de
media un 4% en el último año, lo que supera el
rendimiento logrado por los mercados de renta variable en largos
periodos de tiempo.

El profesor de Yale insiste en que este tipo de
títulos no tienen por qué tener necesariamente
connotaciones negativas. Cree que el pensamiento no convencional
nos enseña importantes lecciones, y que los Trills no son
muy diferentes de los instrumentos financieros que usan las
empresas.

"El mundo financiero es muy tradicional porque es
miedoso", explica Shiller. "Debemos aprender más de
aquellos países que tuvieron problemas, porque cuando los
tuvieron aprendieron cosas".

Como recuerda el WSJ, lo que está en juego en
EEUU es muy importante. Han llegado ya las primeras advertencias
de las agencias de rating, y si no mejora la situación, a
EEUU le costará cada vez más
financiarse.

Lo que sí tiene claro Shiller es que el Gobierno
debe asegurarse de que el déficit no se le escape de las
manos. Eso sí, reconoce que duda de cómo
recibiría el público estos títulos, pero que
desde luego podrían reducir la carga inmediata del pago de
la deuda. "Sería un paso adelante hacia la mejora de la
situación fiscal".

– Abraham Lincoln, inflacionista (El País –
20/2/11)

(Por Paul Krugman)

Hubo una época en la que los republicanos
solían referirse con orgullo a sí mismos como "el
partido de Lincoln". Pero no se oye mucho esa frase
últimamente. ¿Por qué?

La principal respuesta, suponemos, se encuentra en la
decisión tomada hace mucho por el Partido Republicano de
buscar los votos de los sureños enfadados por el fin de la
segregación legal. Ahora que la vieja Confederación
es el corazón de las bases republicanas, ya no es
aconsejable alardear del legado del partido proveniente de la
Guerra Civil.

Pero, antes o después, los republicanos
tenían que descubrir otros motivos para renegar de
Lincoln. Al fin y al cabo, él fue el primer presidente que
instituyó un impuesto sobre la renta. Y también fue
el primer presidente que emitió papel moneda -el
"dólar verde"-, que no estaba respaldado por oro ni plata.
"Un país no puede hacerle a sus ciudadanos nada más
insidioso que degradar su moneda", declaraba el congresista Paul
Ryan en una de las dos sesiones sobre política monetaria
que celebró la Cámara de Representantes hace unos
días. Entonces, podemos despedirnos del Gran
Libertador.

Lo que me lleva a la historia de lo que ha pasado en
esas sesiones monetarias. Una de ellas fue convocada por el
congresista Ron Paul, un detractor implacable de la Reserva
Federal que ahora desempeña una función supervisora
sobre la misma institución que quiere abolir en favor de
un regreso del patrón oro. El subcomité de Paul
llamó a tres testigos, uno de los cuales era una
elección extraña: Thomas DiLorenzo, un
catedrático de la Universidad de Loyola y miembro del
Instituto Ludwig von Mises.

¿Qué tiene de extraño esa
elección? Bueno, DiLorenzo no ha escrito realmente mucho
sobre política monetaria, aunque ha descrito la
política de la Reserva Federal -no solo
últimamente, sino desde los años sesenta- como
"actividades de falsificación legalizadas". Sin embargo,
se le conoce más por sus críticas a Lincoln (es el
autor de Lincoln unmasked: what you're not supposed to know about
dishonest Abe [Lincoln desenmascarado: lo que se supone que usted
no debe saber sobre el deshonesto Abe]) y por ser un secesionista
moderno.

De verdad: los llamamientos a la secesión
aparecen en muchos de los escritos de DiLorenzo; por ejemplo, en
su declaración de que la "libertad de asistencia
sanitaria" no se restaurará hasta que "algunos Estados
empiecen a separarse del nuevo Gobierno Federal fascistoide".
¡Icen la bandera rebelde!

Sí, es cierto que todavía falta bastante
para que el Partido Republicano en su conjunto se adhiera el
neosecesionismo, y Paul, aunque llame mucho la atención,
es de hecho una figura un tanto marginal incluso dentro de su
propio partido. Pero Ryan, que encabezó la otra
sesión (esa en la que testificó Ben Bernanke,
presidente de la Reserva Federal), es una estrella republicana en
ascenso. Así que no vale de nada que la retórica de
Ryan sobre la moneda fuerte fuese casi tan estrambótica
como la de DiLorenzo.

Empecemos por esa frase sobre la degradación de
nuestra moneda. ¿De dónde ha salido eso? El valor
del dólar en relación con otras monedas importantes
es más o menos el mismo ahora que hace tres años. Y
como señalaba Bernanke, los precios de consumo solo han
aumentado un 1,2% en 2010, una tasa de inflación que, para
que conste en acta, está muy por debajo de la que hubo
durante el mandato del idolatrado Ronald Reagan. El índice
preferido por la Reserva Federal, que excluye los inestables
precios de los alimentos y la energía, solo ha subido un
0,7%, muy por debajo del objetivo aproximado del 2%

Pero Ryan está seguro de que el dólar se
está degradando y no aceptará un no por respuesta.
En un intento por tender una trampa, blandió ante el
presidente de la Reserva Federal un ejemplar de un
periódico con el titular: "Se extiende la
preocupación por la inflación". Pero en realidad la
trampa se volvió en su contra. Como Bernanke
señaló de inmediato, el artículo hablaba de
la inflación en China y otros mercados emergentes, no en
EEUU. Y el presidente de la Reserva Federal afirmó,
acertadamente, que "la inflación generada aquí en
EEUU es muy, muy baja".

Ventaja para Bernanke. Pero los hechos no importan,
porque la obsesión con la moneda fuerte de los
conservadores, la exigencia de que la Reserva deje de tratar de
rescatar la economía, no tiene que ver realmente con el
miedo a la inflación.

Ryan dijo casi lo mismo en la sesión del
miércoles, en la que afirmó que nuestra moneda
"debería guiarse por la obediencia a la ley, no a los
hombres". Hace unos años, mi respuesta habría sido:
¿qué está diciendo? Después de todo,
Milton Friedman consideraba la gestión de la
política monetaria un problema técnico, no un
asunto de principios; su queja sobre el papel de la Reserva
Federal durante la Gran Depresión era que no había
fabricado suficiente dinero, no que hubiese fabricado
demasiado.

Pero es que Friedman, que creía que a veces tiene
sentido permitir que la moneda se deprecie, que instó al
banco central de Japón a adoptar una política muy
similar a la que la Reserva Federal está aplicando ahora,
era un izquierdista según los criterios del Partido
Republicano actual.

No es probable que las sesiones del Congreso tengan un
efecto inmediato sobre la política monetaria. Pero ofrecen
una reveladora -y terrible- perspectiva de la mentalidad de uno
de nuestros dos principales partidos políticos. Siempre
hemos sabido que el Partido Republicano moderno quiere que EEUU
vuelva a ser como era antes del New Deal; pero ahora está
claro que el partido desea construir un puente hacia el siglo
XIX, y puede que incluso hacia la era prebélica.
Atrás, ¡marchen!

(Paul Krugman es profesor en Princeton y premio Nobel de
Economía de 2008. © 2011. New York Times
Service)

Desequilibrios
globales sin lágrimas (Project Syndicate –
1/3/11)

(Por Kenneth Rogoff)

CAMBRIDGE – Los médicos han sabido por mucho
tiempo que lo que fortalece o afecta la salud no es sólo
cuánto, sino qué comemos. Del mismo modo, los
economistas han observado que para los países que reciben
grandes flujos de capital, hay una gran diferencia entre los
instrumentos de deuda y las inversiones de capital, tanto en
acciones como inversión extranjera directa.

Así, mientras los
políticos y expertos claman contra la enormidad de los
desequilibrios comerciales, tenemos que reconocer que los
problemas reales se originan en la excesiva concentración
de deuda. Si los gobiernos del G-20 dieran un paso atrás y
se preguntaran cómo canalizar una proporción mucho
mayor de los desequilibrios en instrumentos de capital, el
sistema financiero mundial que surgiría sería mucho
más robusto que el que tenemos ahora, propenso a caer en
una crisis tras otra.

Por desgracia, estamos muy lejos de un mundo idealizado
en que los mercados financieros comparten el riesgo de forma
eficaz. De los aproximadamente 200 billones en activos
financieros mundiales que existen hoy en día, casi tres
cuartas partes se expresan en alguna especie de instrumento de
deuda, como préstamos bancarios, bonos corporativos y
valores públicos. Sin duda, el mercado de derivados ayuda
a distribuir el riesgo más ampliamente que lo que implica
este cálculo superficial, pero el punto básico
sigue siendo válido.

Ciertamente, hay algunas buenas razones
económicas que explican el insaciable apetito de las
entidades crediticias por la deuda. La información
imperfecta y las dificultades para monitorear las firmas
representan obstáculos importantes para los instrumentos
idealizados de riesgo compartido.

Pero las distorsiones inducidas por las políticas
desempeñan un papel enorme. En muchos países los
sistemas fiscales favorecen enormemente la deuda por sobre el
capital. El auge de la vivienda en los Estados Unidos no
podría nunca haber llegado a las proporciones que
alcanzó si los propietarios no hubiesen podido tratar los
pagos de intereses sobre los préstamos hipotecarios como
deducciones de impuestos. Las corporaciones pueden deducir los
pagos de intereses sobre los bonos, pero tanto las empresas como
las personas deben pagar impuestos sobre los beneficios de las
acciones.

Los bancos centrales y ministerios de finanzas
también son cómplices, ya que es posible rescatar
deuda de manera mucho más expedita que el capital. Pero,
contrariamente a la retórica populista, no son solo los
tenedores de bonos ricos y bien conectados quienes son
rescatados. Muchos pequeños ahorradores colocan sus
ahorros en los llamados fondos de mercado monetario, que pagan
más que los depósitos ordinarios asegurados por el
gobierno federal.

¿No deberían esperar hacer
frente a riesgos? Sin embargo, un momento crítico de la
crisis se produjo cuando, poco después del colapso de
Lehman Brothers a mediados de septiembre de 2008, un fondo del
mercado monetario colapsó y fue incapaz de pagar 100
centavos por dólar. Por supuesto, fue rescatado junto con
todos los demás fondos del mercado monetario.

No estoy abogando por un retorno a los principios de la
Edad Media, cuando las leyes antiusura de la Iglesia
prohibían los intereses de los préstamos. En aquel
entonces, los participantes de los mercados financieros
tenían que elaborar planes fantásticos y
contorsiones inauditas para disfrazar los pagos de
intereses.

Sin embargo, hoy podría decirse que el
péndulo ha oscilado demasiado lejos en la dirección
opuesta. Tal vez los estudiosos que sostienen que la
prohibición islámica a los intereses en los
sistemas financieros genera grandes ineficiencias debieran buscar
en ellos ideas positivas que puedan resultar útiles para
los políticos occidentales.

Por desgracia, no será
fácil superar la tendencia a endeudarse de los sistemas
financieros de los países ricos del mundo, que está
profundamente arraigada. En EEUU, por ejemplo, ningún
político está ansioso por decir que se debe
eliminar las deducciones de los pagos hipotecarios o que el pago
de beneficios de las acciones no se debe gravar. Del mismo modo,
los países en desarrollo deberían acelerar el ritmo
de las reformas económicas y los mercados de capitales en
las economías emergentes se asemejan demasiado al Lejano
Oeste, con reglas poco claras y una laxa implementación de
las leyes.

Peor aún, incluso cuando el G-20
habla de encontrar una "solución" para los desequilibrios
mundiales, posiblemente algunos de los cambios de política
que sus miembros han adoptado no hagan más que
empeorarlos. Por ejemplo, ahora tenemos un Fondo Monetario
Internacional sobredimensionado, cuya capacidad de
préstamo se ha triplicado a aproximadamente 750 mil
millones de dólares. Europa también ha ampliado su
capacidad de rescate regional. Estos fondos pueden llegar a ser
un bálsamo eficaz a corto plazo, pero en el largo plazo es
probable que agraven problemas de riesgo moral y, potencialmente,
planten las semillas de crisis futuras más
profundas.

Un mejor enfoque sería crear un
mecanismo para orquestar de manera ordenada la cesación de
pagos de deuda soberana, tanto para reducir los daños
cuando se producen las crisis como para evitar que las entidades
crediticias supongan que el dinero de los contribuyentes va a
resolver todos los problemas importantes. El FMI propuso
exactamente un mecanismo de este tipo en 2001 y recientemente una
idea similar se ha discutido para la zona del euro. Sin embargo,
por desgracia las ideas de mecanismos de reestructuración
de la deuda siguen siendo sólo eso: constructos puramente
teóricos.

Mientras tanto, el FMI y el G-20 pueden ayudar a
encontrar mejores formas de evaluar la vulnerabilidad de la
estructura financiera de cada país, lo cual no es tarea
fácil, habida cuenta de la inmensa creatividad de los
gobiernos cuando se trata de maquillar sus libros. Las
autoridades también pueden ayudar a encontrar maneras de
reducir los obstáculos al desarrollo de los mercados
bursátiles y proponer ideas para nuevos tipos de bonos
estatales contingentes, como los bonos vinculados al PBI que ha
propuesto Robert Shiller, de la Universidad de Yale. (En
teoría, los bonos Shiller pagarían más
cuando crece la economía de un país y menos cuando
esté en recesión.)

Por supuesto, incluso si se puede cambiar la
composición de los flujos internacionales de capitales,
todavía hay muchas buenas razones para intentar reducir
los desequilibrios mundiales. Una dieta de activos con abundancia
de capitales e inversión directa y bajos niveles de deuda
no puede sustituir otros elementos de una buena salud fiscal y
financiera. Sin embargo, nuestra actual e insalubre dieta es un
componente importante del riesgo y ha recibido demasiado poca
atención en el debate de políticas.

(Kenneth Rogoff es profesor de Economía y
Políticas públicas en la Universidad de Harvard y
fue economista en jefe del FMI. Copyright: Project Syndicate,
2011)

– Los temores de "estanflación" en EEUU son
exagerados (The Wall Street Journal – 29/4/11)

(Por Kathleen Madigan)

NUEVA YORK-La palabra "estanflación" se murmura
como una posible amenaza para la economía de Estados
Unidos. Aquellos que vivieron durante las décadas de los
70 y 80 saben que las condiciones actuales no están ni
cerca del lamentable estado de ese entonces.

Es importante considerar que en estos
días al generador de la inflación le está
faltando un ingrediente clave: las presiones salariales. Basta
con sólo mirar el informe de costos de empleo del
viernes.

La palabra estanflación, que describe una
situación donde la tasa de inflación es alta y el
ritmo del crecimiento económico bajo, se hizo popular hace
alrededor de tres décadas cuando la expansión
económica de Estados Unidos se estancó y la
inflación se disparó a la
estratósfera.

Desde 1979 a 1981, el producto interno bruto
registró un crecimiento promedio de sólo 1,8%
(incluyendo una corta recesión en 1980). La
inflación anual, medida por el índice de precios al
consumidor, promedió un altísimo nivel de 11,7%. La
inflación básica, que excluye los alimentos y la
energía, también experimentó un fuerte
aumento promedio, de 10,9% durante esos tres
años.

En la situación actual, el PIB real se
desaceleró en el primer trimestre. Pero la mayoría
de los problemas parecen ser temporales, y se espera que el
crecimiento se sitúe por sobre 3% este año. El IPC
ha registrado un alza de 2,7% en el año que
finalizó en marzo. La inflación básica es de
sólo 1,2%, nivel que difícilmente podría
considerarse estratosférico.

Es probable que la inflación siga aumentando este
año. Más compañías están
traspasando a sus clientes las alzas en sus costos de bienes
básicos. Y se espera que se incremente la
protección contra la inflación.

Sin embargo, las alzas de precios actuales no se
saldrán fuera de control como lo hicieron hace tres
décadas. El ciclo inflacionario típico involucra
aumentos de precios que impulsan al alza los salarios, los que a
su vez generan más alzas de precios para cubrir los
mayores costos salariales.

Al actual ciclo le falta el paso
intermedio: hay demasiada holgura en el mercado laboral
estadounidense. Como resultado, los costos laborales apenas se
mueven.

El índice del costo del empleo -que mide los
ingresos, salarios y beneficios- subió sólo 2,0% en
el año que finalizó en marzo. La tasa representa
poca variación en relación al 1,9% promedio de
2010, y cayó en relación al alza de 3,3% justo
antes de la recesión. Y debido a que el crecimiento de la
productividad sigue siendo sólido, los costos unitarios
por trabajador cayeron en 2010.

Aunque los aumentos de precios
están reduciendo su poder de compra, los trabajadores no
tienen el poder para negociar incrementos salariales.

Eso no era el caso tres décadas atrás.
Cuando los precios comenzaron a subir, también lo hicieron
los salarios. El crecimiento anual en el pago por hora
aumentó desde 7,3% en 1977 hasta 9,0% a mediados de 1981.
(De hecho, el índice de costo de empleo se creó
para que los encargados de políticas pudieran tener un
mejor manejo sobre las presiones que generan los costos laborales
a la economía.)

Una importante razón estructural
que se entrega para la falta de poder de negociación es la
decreciente tasa de participación en los sindicatos. Los
contratos sindicales generalmente incluyen un ajuste en los
salarios por el costo de vida. En 1983, el primer año para
datos comparables, 20,1% de los trabajadores asalariados eran
miembros de sindicatos. En 2010, la tasa había
caído a 11,9%.

Una importante razón
cíclica es el actual alto número de desempleados.
La cifra oficial de desempleados es de 13,5 millones. Otros 8,4
millones trabajan a tiempo parcial pero prefieren un trabajo a
tiempo completo. Alrededor de otro millón de trabajadores
simplemente se dieron por vencidos.

Cuando la oferta excede la demanda, los precios -en este
caso, salarios- tienen que ajustarse a la baja. Hasta que los
mercados laborales se ajusten significativamente, las empresas
tienen mayor margen para manejar sus mayores gastos y costos
laborales.

Por eso consideramos que los temores de
estanflación son exagerados.

– La Reserva Federal, intimidada (El País –
1/5/11)

(Por Paul Krugman)

El mes pasado, más de 14 millones
de estadounidenses estaban desempleados según la
definición oficial, es decir, que buscan trabajo pero no
pueden encontrarlo. Muchos más millones tenían que
conformarse con empleos de media jornada porque no podían
encontrar otros de jornada completa. Y no estamos hablando de
apuros temporales. El desempleo a largo plazo, antaño raro
en este país, se ha vuelto de lo más corriente:
más de cuatro millones de estadounidenses llevan sin
trabajar un año o más.

Teniendo en cuenta este desolador panorama, era de
esperar que el paro, y qué hacer con respecto a él,
hubiesen centrado la rueda de prensa del pasado miércoles
con Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal. Y
así debería haber sido. Pero no lo fue.

Después de la rueda de prensa, Reuters
preparó una nube de palabras de los comentarios de
Bernanke, una representación visual de la frecuencia con
la que empleó distintas palabras. La nube está
dominada por la palabra "inflación". "Desempleo", en una
letra mucho más pequeña, está colocada en
segundo plano.

El énfasis equivocado no fue
totalmente culpa de Bernanke, ya que estaba respondiendo
preguntas y esas preguntas se centraron mucho más en la
inflación que en el desempleo. Pero este énfasis
era en sí un síntoma de hasta qué punto
Washington ha perdido interés en la precaria
situación de los parados. Y la Reserva Federal de
Bernanke, que debería mantener una postura firme frente a
esas prioridades sesgadas, en vez de ello se está dejando
intimidar para seguir al rebaño.

Algunos antecedentes: la Reserva normalmente es la
principal responsable de la gestión a corto plazo y ejerce
su influencia sobre los tipos de interés para enfriar la
economía cuando se calienta demasiado, lo que aumenta la
amenaza de inflación, y para calentarla cuando se
enfría demasiado, lo que conduce a un desempleo alto. Y la
Reserva ha señalado más o menos
explícitamente lo que considera unas consecuencias a lo
Ricitos de Oro, ni muy caliente ni muy frío: la
inflación, en un 2% o un poco por debajo, y el desempleo,
en un 5% o un poco por encima.

Pero Ricitos de Oro se ha marchado del edificio y no
tiene pinta de que vaya a volver pronto. Los últimos
pronósticos de la Reserva, anunciados en la rueda de
prensa, muestran una inflación baja y un desempleo elevado
para el futuro predecible.

Es verdad que la Reserva prevé que este
año la inflación se situará un poco por
encima del objetivo, pero Bernanke declaró (y estoy de
acuerdo con él) que estamos asistiendo a un alza temporal
debido al aumento de los precios de las materias primas; los
cálculos sobre la inflación subyacente siguen
situándola muy por debajo del objetivo y, según los
pronósticos, la inflación experimentará una
marcada caída el próximo año y se
mantendrá baja al menos hasta 2013.

Mientras tanto, como ya he señalado, el desempleo
-aunque por debajo de su máximo de 2009- sigue siendo
apabullantemente alto. Y la Reserva prevé
únicamente una lenta mejoría, con un desempleo que,
según las previsiones, se mantendrá todavía
en torno al 7% a finales de 2013.

Todo ello nos lleva lógicamente a un argumento
claro a favor de más medidas. Sin embargo, Bernanke ha
indicado que ha hecho todo lo que seguramente va a hacer.
¿Por qué?

Podría haber sostenido que no es
capaz de hacer más, que sus colegas y él ya no
tienen mucha fuerza sobre la economía. Pero no lo hizo. Al
contrario, sostuvo que la reciente política de la Reserva
de comprar bonos a largo plazo, a la que generalmente se denomina
relajación cuantitativa, ha dado resultados. Entonces,
¿por qué no hacer algo más?

La respuesta de Bernanke fue sumamente
descorazonadora. Declaró que una mayor expansión
podría inducir un aumento de la
inflación.

Lo que hay que tener presente es que las propias
previsiones de la Reserva contemplan que la inflación se
mantendrá por debajo del objetivo a lo largo de los
próximos años, de modo que un ligero aumento de la
inflación realmente sería algo bueno y no una
razón para evitar abordar el desempleo. Naturalmente, cabe
la posibilidad de que esos pronósticos sean
erróneos, pero igual pueden ser demasiado altos que
demasiado bajos.

La única manera de encontrar
sentido a la aversión de Bernanke por las medidas
adicionales es decir que le da un miedo mortal sobrepasar el
objetivo de la inflación, mientas que el quedarse corto le
preocupa mucho menos, aunque el hacer demasiado poco signifique
condenar a millones de estadounidenses a la pesadilla del
desempleo a largo plazo.

¿Qué está pasando
aquí? Lo que yo interpreto es que Bernanke está
permitiendo que le intimiden los inflacionistas: la gente que
sigue viendo la inflación desenfrenada a la vuelta de la
esquina y que no se inmuta por el hecho de que sigue
equivocándose.

Últimamente, los inflacionistas se han agarrado
al aumento de los precios del petróleo como prueba a su
favor, a pesar de que, como el propio Bernanke ha
señalado, esos precios no tienen nada que ver con la
política de la Reserva. La forma en que los precios del
petróleo están influyendo en la discusión
llevó al economista Tim Duy a insinuar
sarcásticamente que ahora la política básica
de la Reserva es no hacer nada con respecto al desempleo "porque
algunas personas en Oriente Próximo están buscando
la democracia".

Pero yo lo pondría de otra forma. Diría
que la política de la Reserva es no hacer nada respecto al
desempleo porque Ron Paul es ahora el presidente del
subcomité de política monetaria de la
cámara.

Adiós a la independencia de la
Reserva. Y adiós al futuro de los desempleados cada vez
más desesperados de Estados Unidos.

(Paul Krugman es profesor de Economía en la
Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
© 2011 New York Times News Service)

La opinión
de los que critican la monetización de la deuda (La
inflación mala)

Weber alerta de "riesgos" inflacionarios – El 60% de
los alemanes quiere abandonar el euro y regresar al marco
(Libertad Digital – 11/5/10)

La monetización de deuda
pública por parte del BCE es una decisión
histórica, cuyos efectos pueden conllevar grandes riesgos.
Los responsables monetarios del Bundesbank alemán rechazan
esta medida. No son los únicos: casi el 60% de los
alemanes desea regresar al marco por temor a una futura
inflación.

(Por M. Llamas)

Finalmente, se confirma lo que avanzaba ya el mercado la
pasada semana. El presidente del Banco Central Europeo (BCE),
Jean Claude Trichet, ha dado su brazo a torcer en apenas 48
horas, tras la negativa inicial a monetizar la deuda
pública de los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda,
España y Grecia) mediante la compra directa de bonos en el
mercado secundario.

Se trata de una medida histórica que, de hecho,
vulnera los principios básicos sobre los que se ha
construido la Unión Monetaria. La compra de deuda
pública de otros países por parte del BCE
(compuesto por los bancos centrales de los países
miembros) está prohibida expresamente en el Tratado de la
UE al igual que en la Constitución alemana. Pese a ello,
Trichet ha decidido abandonar su ortodoxia monetaria ante el
riesgo real de quiebra de algunos países
socios.

Sus efectos a medio o largo plazo pueden
ser muy graves. El programa de compras de bonos públicos
iniciado el lunes por el BCE conlleva riesgos notables para la
estabilidad de precios, según alertó Axel Weber,
presidente del Bundesbank y miembro del Consejo de Gobierno del
organismo monetario.

Los bancos centrales de la eurozona se lanzaron a
comprar bonos públicos de los países en riesgo, tal
y como establece el mega plan de rescate aprobado por Eurogrupo y
el Fondo Monetario Internacional (FMI), dotado con 750.000
millones de euros.

"Las compras de bonos públicos
tienen riesgos significativos para las políticas de
estabilidad de precios y, por lo tanto, veo esta parte de la
decisión tomada por el Consejo del BCE (…) como
crítica, incluso en esta situación extraordinaria",
afirmó Weber en una entrevista con el diario alemán
Boersen Zeitung. "Ahora es vital que mantengamos estos riesgos
tan bajos como sea posible. Por lo tanto estas compras son muy
limitadas".

Weber, candidato favorito a sustituir al francés
Trichet al frente del BCE, muestra así su profunda
preocupación por las tensiones inflacionistas que
podría provocar esta medida ya que, en esencia, supone una
devaluación del euro por vía indirecta. Por ello,
añade: "La población alemana puede contar con
nosotros, ya que estaremos especialmente atentos a este respecto.
El Bundesbank -banco central alemán- y el conjunto del
eurosistema tienen por objetivo mantener la estabilidad de
precios en la Unión Monetaria, ahora y también en
el futuro".

Paridad con el dólar

Según Wolfgang Gerke, presidente del Centro de
Finanzas Bávaro, aunque descarta la
"hiperinflación", considera que Alemania podría
sufrir una inflación del 3% ó 4% como mínimo
debido a los elevados déficits públicos -el BCE
tiene por objetivo garantizar una inflación máxima
del 2% anual-.

La opción nuclear -monetización de deuda-
adoptada el pasado domingo por el BCE no es compartida por los
miembros alemanes del banco central. Trichet reconoció que
la decisión no fue adoptada unánimemente por los 22
miembros que componen el Consejo de Gobierno de dicho organismo.
En algunas decisiones "no hubo mayoría abrumadora",
indicó.

"El BCE ha cruzado la línea, una
línea que algunos miembros consideraban que el banco nunca
cruzaría en su vida", explicó Jacques Cailloux,
economista jefe para Europa de Royal Bank of Scotland (RBS) en
Londres. "No me sorprende que no fuera
unánime".

Y es que los dos miembros alemanes del BCE votaron en
contra. Además, acudir al quantitive easing
-monetización de deuda de los PIIGS- ha puesto en pie de
guerra a Berlín. No obstante, "el 95%" de las medidas que
contiene el plan de rescate europeo han sido propuestas por
Francia, según admitió el presidente galo, Nicolas
Sarkozy, algo que, sin duda, ha causado "conmoción y
pavor" entre los alemanes. "Los alemanes están viendo esto
en horror", según Hans Redecker, jefe de divisas de BNP
Paribas. "Si esto termina en una apuesta total por el
quantitative easing, la gente se va a poner en pie de guerra",
advierte.

Muchos alemanes creen que el euro
desaparecerá

Sin embargo, igual no es necesario
esperar tanto. Los contribuyentes germanos rechazan de plano esta
opción. Según una reciente encuesta elaborada por
la prestigiosa firma de opinión Emnid, el 59% de los
alemanes creen que Berlín debería abandonar el euro
para regresar al antiguo marco, ya que temen que el rescate de
los PIIGS dispare la inflación a medio o largo plazo (52%
de los encuestados). De hecho, uno de cada tres cree que el euro,
tal y como está concebido en la actualidad, no
existirá en 10 años. Opinión que, por
cierto, comparte el prestigioso inversor en materias primas Jim
Rogers.

Por el momento, la mayoría de
expertos coinciden en que la medida adoptada por el BCE
producirá una devaluación monetaria. "Mientras
continúe la incertidumbre sobre Grecia y otros
países de la periferia, el euro seguirá bajo
presión", según Thomas Mayer, economista jefe del
Deutsche Bank. "Creo que pronto veremos al euro cotizar a 1,2
dólares", frente al 1,3 de la pasada semana, y no descarta
que esta tendencia se mantenga hasta alcanzar definitivamente la
paridad (1:1) con el dólar. Es decir, la
devaluación monetaria coordinada avanzada por
LD.

La oposición al rescate de países y la
devaluación monetaria se ha reflejado ya en la primera
derrota electoral importante que ha obtenido Angela Merkel en
Renania el pasado domingo, donde su coalición ha perdido
la mayoría a favor de los
socialdemócratas.

¿Dos divisas en la zona euro?

De mantenerse este rechazo frontal por
parte de los alemanes y, finalmente, se materialicen los temores
inflacionistas hay ya quien no descarta el abandono voluntario de
Alemania de la zona euro, estableciendo así una especie de
dos divisas comunitarias en el seno de la Unión: una
firmada por los países más fuertes y sólidos
de la zona euro y otra (un euro II devaluado) para las
economías más débiles, regresando así
a la Europa de dos velocidades sólo que a nivel
monetario.

Lo único cierto por el momento es que los
alemanes, tanto ciudadanos como autoridades monetarias, ven con
muy malos ojos el plan de rescate europeo aprobado el pasado
domingo.

– Peter Schiff: "EEUU avanza hacia una depresión
inflacionaria" (Libertad Digital – 28/7/10)

Peter Schiff, el inversor que se hizo
famoso en Youtube por predecir la crisis, vaticina una
depresión mucho más grave si el Gobierno no
abandona los planes de estímulo y Estados Unidos no cambia
su modelo económico, basado en el consumo y la deuda, por
uno basado en el ahorro y la inversión.

(Por Daniel Luna)

Corría el año 2006, en pleno apogeo de la
burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, con Wall Street por las
nubes y el desempleo olvidado como un mal de tiempos pasados,
cuando un desconocido inversor de Connecticut lanzó la voz
de alarma: se avecina un colapso financiero y
económico.

Ante el estupor, la indignación e, incluso, la
burla de los demás comentaristas, Peter Schiff
repitió sus predicciones durante meses en las principales
cadenas de televisión. Cuando llegó la crisis los
"expertos" dejaron de reírse, y el vídeo de Youtube
Peter Schiff tenía razón, que en sus diferentes
versiones supera los dos millones de visitas, lo convirtió
en uno de los personajes más populares del mundo
financiero.

Casi dos años después de la quiebra de
Lehman Brothers el Gobierno de Obama habla de recuperación
económica, pero la Cassandra de Connecticut no se lo cree.
Peter Schiff, candidato para las elecciones al Senado en
noviembre, es el presidente de Euro Pacific Capital, una
compañía de inversión que se prepara "para
el colapso del dólar y de la economía
nacional".

Pregunta: (P): ¿Cuál es la
situación actual de la economía
estadounidense?

Respuesta (R): Extremadamente precaria. Gastamos mucho
más de lo que ahorramos y pedimos cada vez más
dinero prestado. Los servicios financieros ocupan una gran parte
de la economía, pero no hay suficiente industria ni
producción. En lugar de corregir estos desequilibrios, la
política del actual Gobierno los agrava. Nos estamos
endeudando cada vez más para mantener esta economía
ficticia basada en el consumo y la deuda. La economía de
Estados Unidos es un desastre.

Para empeorar las cosas, el Gobierno multiplica las
regulaciones y cada vez recauda un porcentaje mayor del PIB.
Estamos pasando de una economía basada en el mercado a una
planificación central, donde los recursos se asignan con
criterios políticos, no económicos. Hemos
emprendido un camino muy peligroso.

P: ¿Se puede comparar la situación de EEUU
a la de otros países altamente endeudados como Grecia y
España?

R: Nuestra deuda es mucho mayor que la de esos
países, y un porcentaje muy alto de ella es con
extranjeros. Lamentablemente, en lugar de invertir todo el dinero
que nos han prestado lo hemos gastado, así que ya no
podemos devolverlo.

P: ¿Llegados a este punto, de dónde puede
venir la recuperación económica?

R: Es que no va a haber una
recuperación.

P: ¿Y qué va a ocurrir
entonces?

R: Nuestra economía seguirá
deteriorándose. Estados Unidos se encuentra en los
primeros pasos de una depresión inflacionaria.

P: Desde hace años usted dice que el dólar
va a colapsar. ¿Por qué no ha sido
así?

R: Avisé de la burbuja del Nasdaq, de la de
Internet y de la inmobiliaria, pero pasó un tiempo hasta
que los precios de esos activos cayeron. Esta burbuja es
más grande y la gente va tardar más tiempo en
reconocerla. Pero explotará, como todas las burbujas. Los
compradores desaparecerán, los vendedores inundarán
el mercado con dólares y su valor se desplomará. No
tengo ni la más mínima duda de que va a ser
así.

P: ¿En qué plazo?

R: Pronto. No sé si en dos meses, en seis o en un
par de años, no se puede saber la fecha exacta. Pero
estamos cerca.

P: Muchas personas piensan que el libre mercado tiene la
culpa de la actual crisis.

R: No saben de lo que hablan. Los que dicen eso son los
mismos que en 2007 decían que la economía iba de
maravilla. Muy pocos fueron capaces entonces de pronosticar lo
que iba a ocurrir en EEUU. Yo fui uno de ellos, y lo hice con
mucho detalle, como puede ver en una conferencia que di en 2006,
y en mi libro Crash Proof (del 2007).

Yo sí entendí lo que estaba pasando,
avisé de que la economía de EEUU era un castillo de
naipes a punto de desmoronarse y señalé al Gobierno
como el origen del problema.

A quienes entendimos el daño que estaban creando
las políticas del Gobierno, el Congreso y la Reserva
Federal no nos sorprendió lo que ocurrió en 2008.
Quienes no lo entendieron se vieron sorprendidos por lo que
pasó, y ahora dicen que la culpa es del
mercado.

P: ¿Por qué tantos analistas decían
en 2007 que la economía iba bien?

R: Porque no entienden los principios de la
economía. Creen que ésta se debe basar en el gasto,
que mientras haya consumidores gastando todo irá bien.
Quieren que el Gobierno estimule la economía, no se dan
cuenta de que la economía está enferma precisamente
por los estímulos gubernamentales del pasado.

P: ¿Qué efectos tendrán los planes
de estímulo actuales?

R: Agravar los problemas existentes. Hasta que el
Gobierno abandone esos planes no se recuperará la
economía. Hay que reconstruirla desde los cimientos, que
ahora son la deuda y el consumo. Eso es insostenible. Una
economía sana se basa en el ahorro, la inversión de
capital y la producción. Así se genera el
crecimiento. Pero en lugar de eso lo que hacemos es tomar
prestado más dinero y gastarlo. Es una economía
falsa, un engaño.

P: ¿Una regulación más estricta
sobre el mercado de hipotecas no habría evitado la
creación de la burbuja inmobiliaria que desencadenó
la crisis?

R: Sí, claro. Se podría haber impuesto una
entrada mínima del 20 por ciento para cualquier hipoteca,
o prohibir las de tipo variable. No se hizo para no molestar a
los votantes, que estaban encantados pensando que se iban a hacer
ricos. No iban a ser los políticos quienes aguasen la
fiesta.

Lo que hay que preguntarse es: ¿Por qué se
pidieron tantas hipotecas de tipo variable? Porque estaban
garantizadas por el Gobierno, mediante su respaldo a Fannie Mae y
Freddy Mac [agencias patrocinadas por el Gobierno para financiar
la compra de viviendas], y porque la Reserva Federal bajó
mucho los tipos de interés. Sin estas regulaciones la
burbuja simplemente no habría existido. No se
habrían solicitado tantas hipotecas, y no se
habrían concedido las destinadas a gente que no
podía pagarlas.

Cuando el Gobierno aprueba cinco normas y después
se necesitan otras cinco para arreglar los problemas que han
causado las primeras el problema no es que falte
regulación sino que hay demasiada.

P: ¿Cómo afectará su falta de
experiencia política a su candidatura al
Senado?

R: Es una virtud. Yo no estaba allí creando los
problemas que tenemos ahora sino en el sector privado, avisando
de lo que iba a ocurrir. Si resulto elegido seré el primer
senador que desafía el status quo, y trataré de que
se recuperen los principios del mercado libre.

P: El Tea Party apoya su candidatura. ¿Qué
significado tiene este movimiento popular?

R: Es la expresión de que los americanos
están hartos de la dirección que lleva Washington.
No quieren más despilfarro ni más
intervención del Gobierno en sus vidas y en la
economía.

P: ¿Cuál es la estrategia inversora de
Euro Pacific Capital?

R: La diversificación global y la
preservación del poder adquisitivo. Nos preparamos para el
colapso de nuestra moneda y nuestra economía. Intentamos
proteger nuestros activos mediante la diversificación
internacional: metales preciosos, materias primas y diferentes
monedas, además de acciones en países
asiáticos, entre otros.

La globalización y los planes de
estímulo traerán más inflación a
Occidente (El Economista – 19/8/10)

(Por Andy Xie – Bloomberg)

La economía global es como el
helado frito: si no se actúa rápido, se deshace.
Los gurús estadounidenses, premios Nobel incluidos,
están pronosticando una deflación al estilo
japonés para Estados Unidos y Europa. E instan a la
Reserva Federal a implementar otra ronda de alivio cuantitativo
para frenar el inicio de una Era de Hielo de las economías
occidentales. El resplandor de las materias primas desluce la
idea de la deflación.

La Fed no los complació en su última
reunión, pero les arrojó un hueso prometiendo no
retirar dinero de su ronda anterior de compras de activos para
estimular una recuperación.

Al otro lado del mundo, los precios al consumidor
están aumentando. Los mercados emergentes en su conjunto
tienen ahora una tasa de inflación superior al 5%. India
registra subidas de precios de más del 13%. Las de China
alcanzan más de 3%.

Gran parte del "calor" proviene del mercado inmobiliario
en los mercados emergentes. Apartamentos que superan la barrera
del millón de dólares en Bombay tienen vistas
panorámicas a los barrios bajos de la ciudad. Los precios
de las propiedades en Hong Kong casi han recuperado su nivel
más alto de 1997, aún cuando la economía
prácticamente no ha tenido crecimiento per
cápita.

Banqueros con remuneraciones excesivas que pagan un 15%
de impuesto sobre la renta personal en Hong Kong hallan
difícil comprar propiedades en Pekín o
Shanghái. Moscú está siempre de alguna
manera cerca del primer puesto en la lista de las ciudades
más caras del mundo. Los mercados emergentes están
que arden.

Un despertar brusco

Los profetas de la deflación en Occidente van a
tener un despertar brusco. El incendio oriental arruinará
el hielo occidental, y parece que 2012 va a ser el año del
derretimiento. El combustible para el fuego viene de los
programas de estímulo para combatir la deflación,
como el del presidente estadounidense Barack Obama.

Se describe al estímulo como la panacea para la
recesión. En la economía global actual, no es
efectivo en las mejores circunstancias y es directamente una
equivocación para el mal que aqueja a Occidente en este
momento.

El comercio y la inversión directa extranjera
totalizan la mitad del PIB global. Ambas cosas dependen de las
empresas multinacionales. Estas recorren el mundo entero buscando
los centros de producción de menores costes y despachan
sus mercancías al lugar donde hay demanda.

La demanda y la oferta están
deslocalizadas. De modo que cuando un Gobierno introduce un
estímulo, el aumento inicial de la demanda no
necesariamente incrementa la oferta local. Más importante
aún, si las multinacionales decidieran invertir en otra
parte, no habría un incremento de empleos para sostener el
crecimiento de la demanda más allá del
estímulo.

Así como el agua fluye hacia
abajo, el estímulo afecta más a las
economías de bajo coste, no importa dónde se
inicie. Mientras Occidente derrama dinero en la economía
global a través de grandes déficits fiscales o
bancos centrales que expanden sus balances, las economías
emergentes están ahogadas en un exceso de liquidez. Todo
se está poniendo al rojo vivo.

Hipótesis
ideal

¿Cómo acabará esto?
Idealmente, antes de que la inflación se instale en
Estados Unidos y Europa, los costes en las economías
emergentes subirán lo suficiente para que las
multinacionales inviertan y contraten nuevamente en
Occidente.

Yo no contaría con eso. El
salario medio en las economías desarrolladas es 10 veces
el de los mercados emergentes. Hay cinco personas en estos
últimos por cada una en las primeras.

Una hipótesis más probable es que
Occidente deba suspender los programas de estímulo cuando
la inflación se propague allí desde las
economías emergentes.

El canal más inmediato es aumentar los precios de
las materias primas. Beneficiar a las economías emergentes
que producen materias primas es un impuesto para Occidente. La
ironía es esa: el estímulo en Occidente puede
causarle un perjuicio inmediato. Es también la magia de la
globalización.

Los precios de los bienes de consumo importados
aumentarán con los costes laborales en alza en las
economías emergentes. El PIB nominal de China está
creciendo aproximadamente un 20% por año. Lo más
probable es que sus costes laborales suban cuando se haga sentir
la escasez de mano de obra.

Estallido de salarios

Por último, la mano de obra en Occidente
exigirá aumentos de salarios para compensar la
inflación actual y futura. Se podría argumentar que
los índices de desempleo elevados mantendrán los
salarios a raya. Pensemos bien. En la década de 1970,
Estados Unidos experimentó un gran aumento de salarios y
precios con un desempleo alto porque los trabajadores vieron
claramente la intención de la Fed de "primero el
crecimiento y al diablo con la inflación".

En 2012, a la Fed se le acabarán
las excusas para no subir los tipos de interés. Como para
entonces el exceso de liquidez en la economía global
será gigantesco, el ajuste probablemente cause una crisis
global cuando estallen las burbujas de activos.

El mal que aqueja realmente a Occidente
es la caída de la competitividad. La globalización
está enfrentando a los Wang en China o los Gandhi en India
con los Smith en Estados Unidos y los González en
España.

Multinacionales como General Electric o Siemens deciden
a quién contratar. Los Wang y los Gandhi ofrecen
productividad pero tienen poco dinero. Entonces están
dispuestos a aceptar salarios bajos para acumular riqueza. Los
Smith y los González tienen riqueza y no aceptan salarios
del Tercer Mundo.

Cuando sus Gobiernos les dan dinero para gastar, su
demanda simplemente hace más ricos a Wang y Gandhi y los
empobrece a ellos con una deuda nacional más alta.
Occidente debe esperar a que los Wang y los Gandhi sean lo
bastante ricos para exigir los salarios occidentales y gastar
como los Smith y los González.

Es un proceso largo y penoso para
Occidente. Y no hay manera de eludirlo.

– Los recursos ociosos no eliminan la amenaza de
inflación (Libertad Digital – 20/8/10)

(Por Steven Horwitz)

Uno de los pecados más graves de
la economía moderna es su tendencia a tratar los recursos,
tanto el capital como el trabajo, como agregados esencialmente
homogéneos.

El capital es más o menos intercambiable por
otros tipos de capital, y el trabajo se trata de forma similar.
Una razón de esto es que tal homogeneidad y
agregación hace que los modelos matemáticos que
usan los economistas de la corriente dominante sean más
manejables, además de facilitar el uso de estudios
econométricos (utilizados para evaluar la bondad y
conveniencia de los modelos a partir de cuantiosos datos). Pero
estos supuestos pueden conducir a errores conceptuales
importantes para la política económica.

Por ejemplo, uno de los argumentos que
se está repitiendo estos días es que no tenemos que
preocuparnos por la inflación, debido a la gran cantidad
de recursos que actualmente están ociosos. Se argumenta
que los elevados niveles de desempleo y de maquinaria ociosa (y
el número creciente de personas que están dejando
la fuerza laboral por completo) evitarán que cualquier
aumento en el gasto genere una inflación de
precios.

La idea es que si la demanda sube, los recursos ociosos
volverán a estar disponibles para la producción,
sin generar ninguna presión alcista en los precios. Dicho
en el lenguaje de la economía, solo hará falta
llevar a cabo ajustes en cantidades, no en precios.

El problema con este razonamiento es que
asume que el trabajo y el capital ociosos serán igualmente
productivos independientemente de cuál sea el tipo de
gasto adicional que tenga lugar. Se trata a los recursos como un
montón de barro que puede tomar cualquier forma necesaria
para producir los bienes demandados por el aumento del gasto. El
problema es que los recursos no son como el barro.

Tanto las personas como las máquinas son
más productivas en unas cosas que en otras e, incluso,
pueden llegar a ser totalmente improductivas dependiendo de su
uso particular. Sólo si el aumento del gasto lleva a una
mayor demanda de los bienes y servicios que los recursos ociosos
son perfectamente capaces de producir la inflación
será baja o nula.

En el grado en que el gasto sea en productos en los que
ya hay trabajo y capital empleados para producir, entonces las
empresas empezarán a pujar por esos recursos con el fin de
obtenerlos y sacarlos de sus actuales usos. Esto sólo
puede hacerse con precios y salarios más altos, dado que
los recursos ociosos no son un sustituto cercano para ellos. El
resultado será precios y costes en ascenso, o lo que es lo
mismo, inflación.

En el complejo mundo del siglo XXI, el
trabajo y el capital tienden a estar incluso más
especializados (es decir, que cada recurso tiene un uso cada vez
más específico y estrecho) que en el pasado, lo que
sugiere que es muy difícil que el aumento del gasto de los
consumidores coincida en los bienes y servicios para los cuales
los sectores productivos tengan las destrezas y productividades
adecuadas.

Así, incluso con recursos
ociosos, hay razones para temer que la gran acumulación de
reservas bancarias debido a la política monetaria
expansiva pueda llevar a una inflación de precios. Lo que
dijo el premio Nobel F. A. Hayek hace casi 80 años sobre
John Maynard Keynes sigue siendo válido hoy: "Los
agregados ocultan los mecanismos más importantes del
cambio".

(Artículo elaborado por Steven Horwitz, y
publicado originalmente en el blog del Nightly Business Report de
la PBS. Horwitz es profesor de Economía en St. Lawrence
University, Nueva York, y autor deMicro-foundations and
Macroeconomics: An Austrian Perspective and Monetary Evolution,
Free Banking, and Economic Order)

– La falsa panacea de la inflación (Libertad
Digital – 2/9/10)

(Por Juan Ramón Rallo)

Muchos no parecen darse cuenta de que,
para el acreedor, la inflación equivale a un impago
parcial (a una quita) de sus créditos. Si el impago
deflacionario es intolerable, ¿por qué el impago
inflacionista lo ven como imprescindible?

Kenneth Rogoff, ex economista jefe del
FMI, ha escrito un interesante artículo en el que
argumenta que la salida más rápida para la crisis
actual pasa por generar inflación. En opinión de
Rogoff, ni las reducciones de impuestos ni los incrementos de
gasto público pueden lograr que el principal problema de
nuestras economías -su brutal endeudamiento- se solucione,
de modo que la única vía es la de reducir nuestro
apalancamiento real haciendo que suban los precios.

El argumento de Rogoff es sugerente, pues se fija en uno
de los problemas que sí padecemos -que no es, como
ingenuamente creen los keynesianos, el síntoma de nuestra
falta de demanda, sino la enfermedad de nuestro excesivo
endeudamiento fruto de la expansión crediticia previa no
respaldada por el suficiente ahorro-, y está en
línea con lo que han propuesto muchos otros economistas de
orientación más monetarista que keynesiana. El
problema es que, como tantas otras veces, se trata de un
argumento falaz y peligroso.

Primero, no está muy claro
cómo podemos volver a generar inflación de manera
sostenible sin cargarnos la moneda. Hasta la fecha, la
inflación que habíamos padecido estaba relacionada
con el incremento descontrolado del crédito; si todo el
mundo obtenía poder adquisitivo extra para comprar bienes
y la cantidad de bienes no aumentaba, es lógico que
éstos se encarecieran. Pero ahora, con el enorme
endeudamiento que sufran familias, empresas y gobiernos, no
está claro cómo vamos a lograr que todos estos
agentes vuelvan a demandar crédito. Y sin crédito
no hay inflación, salvo que recurramos a destruir la
moneda a la weimariana y zimbawense hiperinflacionaria manera. En
otras palabras, la inflación -debido a la perversa
organización de nuestro sistema financiero- será
más bien un síntoma de la recuperación que
una causa de la misma. Difícilmente podremos reducir el
endeudamiento con inflación si la inflación no va a
llegar hasta que reduzcamos nuestro endeudamiento lo
suficiente.

Pero segundo, y más importante,
aun cuando los bancos centrales consiguieran generar
inflación, tampoco está claro cómo eso
ayudaría a solucionar nuestros problemas.
Entiéndanme, sin lugar a dudas la inflación
mejoraría la situación de todos los deudores…
pero a costa de empeorar en la misma proporción la de los
acreedores: los primeros pagarían menos de lo que deben
gracias a que los segundos recuperarían menos de lo que
prestaron. En ese sentido es un juego de suma cero, una
política redistributiva desde acreedores a
deudores.

Los problemas, con todo, van más allá de
cómo puede ser que un juego de suma cero genere riqueza.
Dados que los bancos son los principales acreedores de un
país, serían ellos los principales perjudicados de
una política inflacionista en el contexto actual de
reducción del precio de los activos (tal vez haya
algún economista que, como Krugman en 2001, también
propugne reinflar las burbujas, aunque no me consta). Es curioso
que muchos de los economistas que defendían que
debíamos gastar una billonada en evitar que los bancos
quebraran sean los mismos que ahora defienden que tenemos que
recurrir a la inflación para terminar de machacar a esos
escasamente solventes bancos. Y si, según arguyen,
nuestras economías no se recuperarán hasta que
circule el crédito, ¿cómo lograr que
éste fluya con unas entidades descapitalizadas por la
inflación?

Muchos no parecen darse cuenta de que,
para el acreedor, la inflación equivale a un impago
parcial (a una quita) de sus créditos. Si el impago
deflacionario es intolerable, ¿por qué el impago
inflacionista lo ven como imprescindible?

Diría más: en realidad, el
impago deflacionista resulta menos perjudicial que el impago
inflacionista. El primero concentra todas las pérdidas en
aquellos acreedores que han realizado malas inversiones; mientras
que el segundo lo extiende al conjunto de acreedores, tanto a
aquellos juiciosos y prudentes como a aquellos insensatos y
alocados. La receta de la inflación, pues, pasa por evitar
que las malas inversiones se liquiden plenamente a costa de la
liquidación parcial de las buenas inversiones. Es
más bien un juego que resta: sólo posponemos la
recuperación -la reestructuración de nuestra
economía y el reajuste de los precios relativos- a cambio
de una destrucción neta de riqueza.

¿Le ven ustedes la lógica? Si no es
así, deberían. El artículo de Rogoff sirve
para poner de manifiesto cuál es la finalidad
última de la inflación, que no ha sido nunca ni la
de promover el crecimiento ni la de acelerar la
recuperación. La inflación siempre fue un mecanismo
de extorsión de los acreedores en beneficio de los
deudores. Al fin y al cabo, ¿quién es el mayor
deudor de toda la sociedad? Sencillo: el Estado. Por eso la
inflación le resulta al establishment preferible a la
deflación: porque los beneficiados son los que ostentan la
batuta.

(Juan Ramón Rallo es jefe de opinión de
Libertad Digital, director del Observatorio de Coyuntura
Económica del Instituto Juan de Mariana, profesor de
economía en la Universidad Rey Juan Carlos y autor de la
bitácora Todo un Hombre de Estado. Ha escrito, junto con
Carlos Rodríguez Braun, el libro Una crisis y cinco
errores, galardonado con el Premio Libre Empresa 2010)

– La guía políticamente incorrecta de la
Gran Depresión y el New Deal (Libertad Digital –
11/8/09)

(Por Robert P. Murphy – Autores Invitados)

Hoover se comportó como un Keynesiano de libro
después del crash bursátil de 1929.

Desde finales de 2007, cada vez
más comentaristas han trazado paralelismos entre la actual
crisis y la Gran Depresión. Premios Nobel y asesores
presidenciales proclaman que fue la tacañería
propia de un defensor del laissez-faire como Herbert Hoover la
que exacerbó la Depresión, y que la economía
norteamericana solo se salvó cuando Franklin Delano
Roosevelt (FDR) incurrió audazmente en enormes
déficits para luchar contra los nazis.

Pero como documento en mi nuevo libro, The Politically
Incorrect Guide to the Great Depression and the New Deal (La
Guía Políticamente Incorrecta de la Gran
Depresión y el New Deal), esta historia oficial es
completamente falsa.

Primero aclaremos cuál fue la postura de Herbert
Hoover respecto a las políticas fiscales. Al contrario de
lo que usted ha escuchado y leído durante este
último año, Hoover se comportó como un
Keynesiano de libro después del crash
bursátil.

Inmediatamente recortó los tipos del impuesto
sobre la renta en un punto porcentual (aplicable al año
impositivo 1929) y empezó a aumentar el gasto federal,
incrementándolo en un 42% desde el año fiscal 1930
al 1932.

Pero para apreciar realmente lo genuinamente keynesiano
de Hoover, debemos darnos cuenta de que este salto enorme en el
gasto ocurrió en medio del colapso de los ingresos
impositivos, debido tanto a la reducción en la actividad
económica como a la deflación de precios de
principios de la década 1930. Esta combinación
llevó a déficits sin precedentes en tiempos de paz
bajo la Administración Hoover -algo contra lo que FDR se
opuso durante la campaña presidencial de 1932-.

¿Fueron muy elevados los déficits de
Hoover? Bueno, su predecesor Calvin Coolidge había
incurrido en superávit presupuestario en todos los
años de su presidencia, y mantuvo el presupuesto federal
prácticamente constante a pesar de la loca prosperidad (y
el elevado aumento en los ingresos impositivos) de los
años 20.

Hoover fue un keynesiano

En contraste con Coolidge -quien era un presidente
favorable al gobierno pequeño-, Herbert Hoover
consiguió convertir su superávit de 700 millones de
dólares en un déficit de 2.600 millones de
dólares de déficit por 1932.

Es cierto, eso no parece una gran cuantía hoy;
Henry Paulson repartió más a los banqueros en un
desayuno. Pero tengan en cuenta que el déficit de 2.600
millones de dólares de Hoover ocurrió porque
gastó 4.600 millones mientras que sólo
recaudó 2.000 millones en ingresos. Así, como
porcentaje del presupuesto total, el déficit de 1932 fue
impresionante -se traduciría en un déficit de 3,3
billones en 2007 (en lugar del déficit real de 162.000
millones de dólares ese año). Desde otro
ángulo, el déficit de Hoover en 1932 fue del 4% del
PIB, lejos de ser el récord de alguien que recortó
el presupuesto.

La verdadera razón por la que el
desempleo se disparó durante la legislatura de Hoover no
fue su aversión a los déficits, ni su
encaprichamiento con el patrón oro. No, lo que
diferenció a Hoover de los anteriores presidentes
norteamericanos fue su insistencia a los grandes negocios de que
no recortaran los salarios en respuesta al colapso
económico.

La clave: no reducir salarios

Hoover mantenía la equivocada idea de que el
poder adquisitivo de los trabajadores era la fuente de fortaleza
de una economía. Así, le parecía que si las
empresas empezaban a despedir a los trabajadores y recortar los
sueldos debido a la decreciente demanda, se pondría en
marcha un círculo vicioso muy perjudicial para la
economía.

Los resultados hablan por sí mismos. Durante la
desalmada era "liquidacionista" anterior a Hoover, las
depresiones (o "pánicos") se acababan normalmente en dos
años. Sí, seguramente no sería agradable
para los trabajadores ver cómo sus sueldos caían
rápidamente, pero así se aseguraba una pronta
recuperación y, en cualquier caso, el golpe era suavizado
porque los precios en general también
caían.

¿Cuál fue entonces el destino del
trabajador durante la supuestamente compasiva era de Hoover,
cuando los "iluminados" líderes empresariales sostuvieron
los salarios en un contexto de caída de precios y
beneficios?

Bien, la economía más básica nos
dice que precios más altos llevan a comprar una cantidad
menor de cualquier mercancía. Debido a que los "salarios
reales" (es decir, el salario nominal ajustado por la
deflación de precios) aumentaron más
rápidamente a comienzos de la década de los 30 de
lo que incluso lo hicieron durante los locos años veinte,
las empresas no podían permitirse contratar tantos
trabajadores. Esto es lo que explica que las tasas de paro se
dispararan hasta la inconcebible cifra del 28% en Marzo de
1933.

Paro del 28% en 1933

"Todo esto es muy interesante", podría decir el
lector escéptico, "pero es innegable que el ingente gasto
de la II Guerra Mundial sacó a América fuera de la
Depresión. Así que está claro que Herbert
Hoover no gastó lo suficiente".

Ah, aquí nos topamos con uno de los mitos
más grandes de la historia económica, el supuesto
"hecho" de que el gasto militar norteamericano arregló la
economía. En mi libro me baso en el pionero trabajo
revisionista de Robert Higgs, quien ha mostrado en varios
artículos y libros que la economía estadounidense
estuvo atascada en la depresión hasta 1946, cuando
finalmente el gobierno federal relajó el control sobre los
recursos y trabajadores del país.

La Gran Depresión duró hasta
1946

Por supuesto que las tasas de paro cayeron bruscamente
después de que EEUU comenzara a reclutar a hombres para
las fuerzas armadas. ¿Es eso algo tan sorprendente? Del
mismo modo, si Obama quisiera reducir el desempleo hoy
podría tomar a dos millones de trabajadores que han sido
despedidos, equiparlos con flotadores armados y enviarlos a
luchar contra los piratas. ¡Voilá! La tasa de paro
caería.

La medida oficial del gobierno del creciente PIB durante
los años de guerra también es engañosa. Los
números con los que se configura el PIB incluyen el gasto
gubernamental, con lo que los masivos desembolsos en materia
militar se sumaron en los números, a pesar de que un
millón de dólares gastados en tanques sea
difícilmente el mismo indicador de verdadera
producción económica que un millón de
dólares gastados por las familias en, por ejemplo,
coches.

Control de precios

Además de esa distorsión, Higgs nos
recuerda que el gobierno instituyó controles de precios
durante la guerra. En condiciones normales, si la Reserva Federal
(FED) imprime mucho dinero para permitir que el gobierno compre
masivas cantidades de bienes (como municiones y bombarderos, en
este caso), el IPC se dispararía. Entonces, cuando las
estadísticas contabilizaran las cifras del PIB nominal las
ajustarían hacia abajo debido al gran aumento en el coste
de la vida, con lo que el PIB real (ajustado por la
inflación) no parecería tan
impresionante.

Pero este ajuste no pudo ocurrir, porque el gobierno
convirtió en ilegal que el IPC se disparara. Por tanto,
las medidas oficiales que mostraban el "PIB real" aumentando
durante la II Guerra Mundial son tan falsas como los anuncios de
la Unión Soviética de sus logros
industriales.

Si los keynesianos se basan en una mala
teoría económica y en una historia engañosa
para justificar sus llamamientos de incurrir en déficits
públicos desbocados, los monetaristas de la Escuela de
Chicago apenas son mejores cuando exigen que los tipos de
interés bajen al cero por ciento (¡o incluso
negativos!) y culpan de la Depresión a la falta de
voluntad de la FED.

Mientras investigaba para el libro me di cuenta de que
desde que la FED abrió sus puertas en Noviembre de 1914
hasta 1931, la FED de Nueva York estableció las
mínimas tasas justo al final de este periodo. La "tasa de
descuento" era el tipo de interés que los bancos de la FED
cargaban a los bancos miembros por préstamos respaldados
por colateral. Para la FED de Nueva York, las tasas fluctuaron
desde su fundación, pero nunca superaron el 7% ni fueron
inferiores al 3% hasta 1929.

Intervención monetaria de la FED

Esto cambió después del crash
bursátil. El 1 de Noviembre, sólo unos días
después del Lunes Negro y el Martes Negro -cuando la bolsa
cayó casi un 13% y luego casi otro 12% consecutivamente-,
la FED de Nueva York comenzó a recortar su tasa. Hasta el
crash esta tasa de descuento había estado en el 6%, y unos
días después se recortó en un punto entero
porcentual. Durante los siguientes años, las tasas se
fueron recortando periódicamente hasta el mínimo
del 1,5% en Mayo de 1931.

Mantuvieron la tasa en ese nivel hasta Octubre de 1931,
cuando comenzó a repuntar para detener las salidas de oro
causadas por el abandono de Gran Bretaña del patrón
oro un mes antes. (Los inversores a nivel mundial temieron que
Estados Unidos siguiera el mismo camino, por lo que empezaron a
vender dólares mientras la ventanilla americana de oro
permanecía abierta.)

Hasta ahora mi historia no es inusual.
"Todo el mundo sabe" que la FED se supone que debería
reducir las tasas de interés para suavizar dificultades de
liquidez durante un pánico financiero. Esto ayuda a
suavizar la crisis, y proporciona un aterrizaje más suave
que si la oferta de crédito estuviera fija.

Pero, ¿sabe qué? A lo largo de todo el
periodo que estamos considerando, la tasa más alta a la
que la FED de Nueva York cobró a los bancos fue del 7%.Y
la única vez que alcanzó ese nivel fue en medio de
la depresión de 1920-1921.

La depresión de 1921

Aunque probablemente nunca haya oído de ella,
esta temprana depresión fue grave, con tasas de desempleo
del 11,7% en 1921. Afortunadamente se acabó pronto; el
desempleo había bajado al 6,7% en 1922, y luego, en 1923,
incluso alcanzó el 2,4%.

Después de trabajar en estos
temas para mi libro, todo esto enseguida se hizo obvio para
mí: las altas tasas de descuento de la depresión de
1920-1921 fueron indudablemente dolorosas, pero consiguieron
limpiar a fondo la suciedad y eliminar las distorsiones de la
estructura productiva.

La oferta monetaria estadounidense y los precios se
habían casi doblado durante la I Guerra Mundial, y el
máximo que alcanzó la tasa de descuento a partir de
Junio de 1920 fue una presión para limpiar las malas
inversiones que se habían generado durante el boom de la
guerra.

Ya por 1923, la estructura de capital en los Estados
Unidos era una máquina de producir. Junto a los ambiciosos
recortes de impuestos de Andrew Mellon, los locos años
veinte fueron los años más prósperos en la
historia americana. No sólo fue que la persona media se
hizo más rica, sino que su vida cambió en la
década de los 20. Muchas familias adquirieron electricidad
y coches por primera vez en esta década.

En contraste, durante principios de los 30, "por alguna
razón" los recortes de tipos de interés de la FED
no parecieron funcionar. De hecho, sembraron las semillas de lo
que fue la peor década en la historia económica
estadounidense.

Es más fácil ver
qué está pasando si nos olvidamos de que existe un
banco central y, simplemente, fingimos que estábamos
viviendo en los buenos tiempos de antaño cuando los bancos
competían entre sí y no había un supervisor
tendente a generar cárteles.

En este contexto, cuando golpea un
pánico y la mayoría de la gente se da cuenta de que
no han ahorrado lo suficiente -que desearían haber
mantenido justo en ese momento más fondos líquidos
de lo que sus planes anteriores les habían proporcionado-
¿qué deberían hacer los vendedores de los
fondos líquidos?

La respuesta es obvia: deberían
subir sus precios. La escasez de fondos líquidos se ha
incrementado después del pinchazo de la burbuja, y su
precio debería reflejar esa nueva información. La
gente, al fin y al cabo, necesita saber cómo cambiar su
comportamiento, y eso es de lo que informan los precios de
mercado.

El indicador de los precios

Pero en los tiempos más modernos,
no sólo gracias a Keynes sino sobre todo a Milton
Friedman, los banqueros centrales ahora piensan que durante una
restricción repentina de liquidez ellos deberían
ser quienes devuelvan la liquidez al sistema. Pero para hacer eso
tienen que rebajar la calidad de su producto (la
moneda).

Es como si un comerciante de vinos tuviera de repente
una oleada de clientes que demandaran un vino añejo poco
común del que sólo tuviera 3 botellas, y su
reacción fuera poner el vino a la venta pero diluido con
agua para conseguir más botellas. Así puede vender
a todos los entusiastas clientes y ganar un dinero sin tener que
robarles la cartera.

Probemos con un ejemplo diferente: si el propietario de
una compañía de transporte por carretera
experimenta una fuerte y repentina demanda por sus servicios,
podría decidir posponer el esencial mantenimiento de sus
vehículos para aprovecharse de la enorme demanda. Pero
durante este periodo cargará un precio mucho más
alto de transporte para que le valga la pena desviarse de la
manera segura con la que regularmente lleva su negocio.
Sólo estará dispuesto a afrontar el riesgo extra
(bien a la seguridad de sus conductores o al funcionamiento a
largo plazo de sus camiones) si se está viendo compensado
por ello.

Esto también es cierto para los bancos. Al igual
que cualquier otro negocio que durante una recesión quiere
reforzar sus reservas de efectivo, así también
sucede con el negocio que alquila reservas de efectivo. Si hay un
terremoto, las tiendas que vendan linternas y generadores
deberían subir el precio de esos bienes esenciales para
asegurarse que son correctamente racionados. Lo mismo se puede
decir para la liquidez después de que la gente se da
cuenta de que la necesita desesperadamente.

(Artículo elaborado por Robert P. Murphy, y
publicado originalmente en The Daily Reckoning. Robert Murphy es
profesor de Económicas y autor del libro The Politically
Incorrect Guide to the Great Depression and the New Deal –
Regnery 2009).

– Wall Street destruirá a la Reserva Federal, que
se extinguirá entre 2012 y 2020 (El Economista –
5/10/10)

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