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La -solución final- al problema de la deuda (página 7)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Nassim Taleb, autor de El cisne negro
aseguró recientemente que "la Fed no existirá en 25
años". Según Paul Farrell, polémico
columnista de MarketWatch, el banco central estadounidense se
extinguirá mucho antes, puede que tan pronto como en 2012
o "más bien para 2020", con el advenimiento de lo que el
periodista llama Segunda Revolución Americana.

"Es inevitable: los bancos de Wall Street controlan el
sistema de la Reserva Federal, es su hucha personal. Ya lo han
dañado demasiado, y tienen más control sobre
él que nunca", explica Farrell, que asegura que esto
destruirá el capitalismo, la democracia y el estatus de
divisa de reserva global del dólar.

Es cuestión de tiempo que EEUU se
vea forzado a "eliminar el sistema corrupto de los lobbys,
plantear una nueva forma de gobierno y crear una nueva
economía en la que el sistema bancario no esté
controlado por Wall Street".

Historia de la destrucción de un banco
central

Farrell considera que se darán
alrededor de siete etapas en la caída de la Reserva
Federal. La primera ya ha sucedido: "los demócratas acaban
de poner el primer clavo de su ataúd confirmando que son
débiles al negarse a forzar a los republicanos a
restringir las ventajas fiscales para multimillonarios que
instauró Bush".

En la segunda y tercera fase, que ya
están en marcha, el Partido Republicano sigue "expandiendo
su guerra estratégica para destruir a Obama con su
política de atasco total y echar el cierre al Gobierno",
convirtiendo al presidente en poco más que un líder
"en funciones" enterrado por los vetos.

Esto llevará a la cuarta fase, en
la que los republicanos ganarían las elecciones de 2012,
la reforma sanitaria se iría por donde ha venido,
volvería la desregulación del libre mercado
financiero y los "lobbystas intensificarían su
anarquía".

Antes de que acabara el segundo mandato
que, según Farrell, tendría el nuevo presidente
republicano, Washington estará "totalmente corrompida por
donaciones anónimas e ilimitadas de multimillonarios y
lobbystas. La conspiración feliz de Wall Street
llevará a la tercera catastrófica crisis del siglo
XXI (…), que tendrá como resultado el default de la
deuda denominada en dólares y la pérdida del
estatus de moneda de reserva mundial" del billete
verde".

La "Segunda
Revolución Americana"

Como consecuencia de este desalentador
panorama, explotará la "Segunda Revolución
Americana de forma brutal en todas las clases sociales, con la
clase media liderando una rebelión amplísima contra
los intocables", asegura Farrell.

La guerra doméstica de EEUU
será exagerada conforme entren en juego las advertencias
del Pentágono. Para 2020, un "antiguo patrón de
desesperación, guerra por los alimentos, agua y
energía volverá a la luz" en todo el mundo, la
séptima y última etapa.

Entonces, será el fin de la Fed,
que morirá cuando "la guerra defina la vida"
cotidiana.

Marc Faber: "El BCE seguirá la política
de Robert Mugabe" (Libertad Digital – 5/10/10)

Tan políticamente incorrecto como de costumbre.
En una entrevista con Handelsblatt, Faber prevé un colapso
de la deuda, un escenario de inflación y la
revalorización del oro. Detrás de todo están
las maniobras de los Gobiernos y la banca central.

(Por Fernando Díaz Villanueva)

Marc Faber, el célebre inversor suizo conocido en
los ambientes financieros como Doctor Doom, no se da por vencido
y sigue anticipando el Apocalipsis de la economía mundial.
Como hace dos años, Faber insiste en recordar los dos
problemas que han provocado la depresión que padecemos
actualmente: la burbuja crediticia que ocasionó todo tipo
de sub-burbujas en diferentes activos y la desmesurada deuda
soberana que han contraído los Gobiernos.

En una entrevista en exclusiva con el diario
alemán Handelsblatt, Faber muestra su cara más
amarga. Preguntado por la deuda no tiene pelos en la lengua y
afirma que "los bancos centrales están, con Estados Unidos
a la cabeza, comprando bonos del Gobierno, de manera que imprimen
dinero para mantener a la economía funcionando". Pero,
según Faber, no es sólo la Reserva Federal la que
está cometiendo este pecado, "el BCE seguirá las
políticas de Robert Mugabe en Zimbabue, que ha llevado a
su país a la hiperinflación y la ruina".
Después de eso Faber prevé un colapso final al que
le seguirá una "masiva reforma financiera". "El sistema
está simplemente roto", afirma.

Respecto a la guerra de divisas actualmente en curso el
reputado inversor es de la opinión que el dólar
"caerá a cero". De hecho, la guerra de divisas es su
demostración viva, la carrera por la devaluación se
debe a que "todos quieren impulsar su economía" devaluando
la moneda. Para Faber los americanos tienen las de
ganar.

Académicos y payasos

Sobre Obama y Bernanke no exhibe
clemencia alguna. Habla de "académicos y payasos". Del
presidente de Estados Unidos dice que es "un diletante y no tiene
ni idea de la vida real". Faber ve a los dos principales
protagonistas económicos de Norteamérica como seres
que "viven en su torre de marfil con teorías absurdas
sobre la economía".

Para Faber "cualquier intervención en la
economía tiene consecuencias imprevistas". Los banqueros
centrales crearon primero la burbuja inmobiliaria mediante la
política de bajos tipos de interés, lo que
ayudó a que emergiesen economías como la de China.
El resultado, según Faber es que "los tipos bajos
alimentaron la burbuja de las materias primas y el gasto de
Estados Unidos en petróleo ha crecido en 500 billones de
dólares en un año". Esto es, para Faber, un ejemplo
"de consecuencia imprevista".

El euro y el oro

La relativa fortaleza del euro lo
único que indica es la debilidad del dólar, asegura
el inversor, nada más. El hecho es que "los mercados
cuentan ya con la política de expansión crediticia
de los Gobiernos sobre un escenario de
inflación".

Una de las claves de la depresión es la
revalorización continua del oro. Faber lo tiene claro. "El
oro y la Bolsa siguen caminos opuestos". Como ejemplo sirva lo
que sucedió a principios de los años 80 "un precio
para la onza de oro del orden de los 850 dólares mientras
el Dow Jones registraba mínimos de unos 850 puntos". Para
terminar Faber da un consejo a los que quieren invertir en oro:
"guárdenlo (físicamente) para que el Estado no se
lo pueda quitar".

– La Fed considera usar la inflación como un arma
para estimular la economía (The Wall Street Journal –
7/10/10)

(Por Sudeep Reddy)

La Reserva Federal de Estados Unidos
dedicó las tres décadas pasadas a bajar la
inflación y a mantenerla reprimida. Pero a medida que la
economía de Estados Unidos se debate y coquetea con las
perspectivas de una deflación, algunos funcionarios del
banco central están delineando una idea controversial:
dejar que la inflación se ubique por encima de la meta
informal de la Fed.

El razonamiento detrás de esta decisión es
que el dejar acelerar a la inflación, aunque sea
temporalmente, empujaría las tasas "reales" de
interés -tasas nominales menos la inflación- hacia
abajo, alentando a los consumidores y a las empresas a ahorrar
menos y a gastar o invertir más.

Tanto adentro como afuera de la Fed, sin embargo, una
idea como esta es controversial. Podría minar la
credibilidad en el combate a la inflación que la Fed
ganó tres décadas atrás al subir las tasas
de interés a niveles de dos dígitos para derrotar
los incrementos de precios de fines de la década de los
años 70. "Es un gran error", dice Allan Meltzer de la
Carnegie Mellon University, un historiador del banco central.
"Una inflación más alta no va a solucionar nuestro
problema. Cualquier ventaja que se obtenga será temporal"
y la economía sufrirá más adelante,
advirtió.

Otros consideran que acelerar la inflación por
encima de la meta crearía confusión y el riesgo de
burbujas financieras e inestabilidad en los mercados. Entienden
que la política de la Fed ya está debilitando al
dólar y como resultado ha generado un boom en los precios
del oro y los commodities. "La Fed está caminando por un
sendero minado que nunca ha sido recorrido en este país",
opinó Andrew Busch, estrategia para el mercado de cambios
de BMO Capital Markets.

Con el objetivo de la Fed para las tasas de corto plazo
casi en cero, la inflación demasiado baja- oscila entre 1
y 1,5%, por debajo del objetivo informal de la Fed de entre 1,5 y
2%- y el desempleo en 9,6%, muy alto, se espera que los
funcionarios del banco central se embarquen en otra ronda de
compra de activos para bajar las tasas de interés de largo
plazo.

La semana pasada, dos funcionarios de la Fed plantearon
la opción de explícitamente buscar una
inflación encima de la meta establecida por un cierto
período de tiempo para compensar los períodos en
los que está por debajo. El presidente de la Fed en Nueva
York, William Dudley, sugirió que si la inflación
quedara por debajo de la meta en medio punto durante el
próximo año, la Fed podría compensar esto
con un incremento de punto y medio más
adelante.

Y, en una entrevista, Charles Evans, de la Fed de
Chicago, opinó que "me parece a mí que si
pudiéramos de alguna forma obtener tasas de interés
reales más bajas para que el exceso de ahorro que se
está dando con respecto a las necesidades de
inversión bajase, ese podría ser un canal para
estimular la economía".

Desde fuera de la Fed también se ha pedido
utilizar la inflación para bajar las tasas de
interés reales. Este año, el economista jefe del
Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard sugirió
que si en una serie de países se subiesen las metas de
inflación del 2 al 4% no sería riesgoso.

– La crisis culminará en una depresión
inflacionaria (Libertad Digital – 15/10/10)

La salida de la crisis podría
venir marcada por un fin de fiesta inesperado y dramático:
una escalada inflacionaria de imprevisibles consecuencias
pilotada desde los gobiernos, incapaces de pagar lo que
deben.

(Por Fernando Díaz Villanueva)

Ya no es un misterio para casi nadie -excepción
hecha del Gobierno español– que estamos lejos de salir de
la crisis. Es más, casi todos los analistas coinciden en
que, tras una aparente mejoría a mediados de este
año, más pronto que tarde la economía
mundial volverá a hundirse de nuevo en una segunda fase
depresiva pero aún peor que la primera. Es lo que se
conoce como crisis en W por la forma gráfica que
adoptarían todos los principales
índices.

El gran enigma es saber si el segundo
acto será deflacionario -como el primero- o inflacionario,
a imagen y semejanza de las dos crisis que padeció
occidente durante los años 70 (crisis del
petróleo). La Reserva Federal de EEUU (FED) espera y se
dedica con ahínco a ello, a que de la crisis se salga
mediante un periodo inflacionario que "limpie la
habitación" cancelando deudas a mansalva.

La ecuación es sencilla. Si debemos 1
millón de euros, pero la moneda en la que se
contrató el préstamo se devalúa un 50%, al
final en realidad tan sólo acabaremos pagando medio
millón. De esta forma se produce una destrucción de
riqueza que, aparentemente, beneficia a los deudores pero que, en
la práctica, termina devastando la
economía.

La voluntad política de cancelar deudas mediante
inflación es lo que está llevando a todos los
analistas a decantarse por un ya inevitable brote inflacionario
de imprevisibles consecuencias. El último en predecir el
estallido inflacionario que se avecina es el prestigioso Doug
Casey, que acaba de publicar un informe en el que da por seguro
el brote inflacionario en un momento muy cercano. Entre seis y
veinticuatro meses desde el momento presente asistiremos a una
revolución de los precios hacia arriba, que es la
consecuencia más apreciable (y más ruinosa) de la
inflación.

Aunque parezca mentira ésa es la
política económica de emergencia que han terminado
por adoptar las autoridades monetarias, dependientes, no hay que
olvidarlo, de los gobiernos. La guerra de divisas no es
más que el trasfondo de una inmensa operación de
destrucción masiva de las monedas, especialmente del
dólar, que vale menos que nunca.

El presidente de la FED, Ben Bernanke,
cual aprendiz de brujo, espera que una vez se haya reducido la
deuda la economía se reactive, pero podría
encontrarse ante algo inesperado, la más temida de las
crisis económicas, el peor de los escenarios: la
estanflación, un tipo de crisis en el que al nulo
crecimiento económico y la atonía inversora se le
unen altas tasas de desempleo y una inflación galopante.
Estados Unidos y el mundo desarrollado ya probaron el veneno
estanflacionario en los 70 con desastrosas
consecuencias.

Esta vez podría incluso ser peor, ya que entonces
quedaban ciertos referentes que hoy se han perdido. Las
distorsiones que el Estado ha creado en la economía
durante los últimos treinta años son de tal calibre
que difícilmente terminarán saliendo gratis. En
1973, por ejemplo, año en que estalló la primera
crisis del petróleo, hacía sólo dos
años que se había cerrado la ventanilla del oro. El
dólar se cambiaba entonces a unos 40 dólares la
onza y, aunque no hacía más que depreciarse, la
boya seguía a la vista porque estaba muy cercana en el
tiempo.

Por aquel entonces los Estados Unidos disfrutaban de un
generoso superávit comercial, es decir, no importaban todo
de todas partes a cambio de billetes verdes como vienen haciendo
desde hace un par de décadas. Los mercados financieros no
estaban tan sobrerregulados como hoy en día y mostraban
mucho más acertadamente la situación real de la
economía. Por último, lejos de mantener sine die
los tipos de interés artificialmente bajos, se dejaron
subir, encareciendo con ellos no sólo el acceso al
crédito, sino el pago de la deuda soberana, por lo que los
gobernantes se lo pensaron mucho más a la hora de contraer
nuevas cargas en forma de gasto público.

El escenario hoy es el inverso. Los 31 gramos de oro
puro necesarios para fundir una onza valen casi 1.400
dólares, el Gobierno de Barack Obama cuenta con el dudoso
privilegio de tener la mayor deuda pública de la historia
del país, y los tipos son tan bajos que el dinero no
cuesta nada.

De la crisis de los 70 se salió desrregulando la
economía y bajando impuestos, pero la serpiente ya
había puesto el huevo y empezaba a incubarlo. Conforme la
Unión Soviética, el bloque del este y sus
experimentos sociales se iban al garete, los gobiernos
occidentales, animados por la bonanza, empezaron a gastar
más y a hacer crecer el tamaño del Estado hasta los
desmesurados límites actuales.

Todo este gasto fue posible gracias a las mejoras de
productividad que permitió la revolución
tecnológica y, sobre todo, a grandes cantidades de dinero
de nueva creación. El manejo a discreción por parte
de la banca central de los tipos de interés llevó a
la creación de grandes cantidades de dinero vía
crédito barato. La consecuencia es que llevamos veinte
años viviendo por encima de nuestras posibilidades, es
decir, gastando mucho más de lo que producimos. Y esto es
insostenible en el tiempo.

Los últimos años, los de
la burbuja inmobiliaria, corresponden al periodo barroco de esta
era dorada del dinero fiduciario y la expansión crediticia
sin límite. Al final el modelo colapsó en 2008 como
un castillo de naipes. Por una razón la mar de simple: es
imposible mantener nuestro creciente nivel de vida con nuestro
decreciente aporte productivo. No es casualidad, por ejemplo, que
las empresas tecnológicas deslocalicen sus departamentos
de ingeniería a la India. No es que los indios sean
más listos, es que hacen el mismo trabajo por menos
dinero.

Por esa razón nos hemos endeudado
todos. La deuda no es otra cosa que traerse riqueza del futuro,
riqueza aún no creada que, presumiblemente, en
algún momento futuro tendrá que generarse para
amortizar lo prestado. Desde que estalló la crisis los
factores están volviendo a ajustarse de un modo natural.
Los salarios están bajando y las jornadas de trabajo
aumentando. Eso siempre y cuando ciertos privilegios laborales no
lo impidan, ya que en ese caso el empleo se ajusta
destruyéndose, que es lo que, en última instancia,
está pasando en mercados laborales rígidos como el
español.

Por esta razón, para facilitar la
autorregulación del sistema, los gobernantes
deberían abstenerse de intervenir, pero están
haciendo exactamente lo contrario, manteniendo con
respiración asistida a sectores quebrados, subiendo
impuestos y encorsetando aún más la
economía.

Todo ese dinero lo obtienen los
gobiernos de pedirlo prestado en el extranjero, es decir,
financian gasto presente con ahorros de fuera, de nuevos y
más duros impuestos o, directamente, monetizando deuda con
el concurso entusiasta de, una vez más, los bancos
centrales. El hecho es que al final no se ajusta nada, pero la
deuda crece, al menos la soberana. La otra deuda, la privada, no
lo hace porque nuestro poder de compra está basado en el
crédito. Quienes lo conceden son reacios a seguir
haciéndolo alegremente y, como es lógico, a estas
alturas las expectativas de un futuro brillante en el que
podrán afrontarse todas las cargas se han
diluido.

En resumen, los individuos y las
empresas están devolviendo lo que deben y eso provoca
deflación, esto es, se valora menos la unidad monetaria y
como consecuencia los precios bajan. En una economía tan
apalancada como la actual es difícil que los agentes
económicos vuelvan a pedir prestado, al menos en
cantidades significativas. Este escenario, tan parecido al que
Japón lleva padeciendo veinte años, es el que ha
presidido la crisis desde hace algo más de dos
años.

Pero como los estados se han negado en
redondo a ajustarse e insisten -con Obama y Zapatero a la cabeza-
en supercherías keynesianas de estímulo de la
demanda, cabe la posibilidad (cada vez más plausible) de
que llegue el momento de que los gobiernos encadenen suspensiones
de pagos. En ese momento la única salida para evitar las
quiebras soberanas sería devaluar la moneda vía
inflación y zanjar el problema pagando menos de lo que se
pidió. Este es, probablemente, el camino que tome la
economía en los próximos dos años,
según el citado estudio.

Los peligros de esta vía de
escape inflacionaria son evidentes, pero van cada vez quedando
menos alternativas. Los tipos de interés, por ejemplo,
siguen bajos, pero sólo para que los gobiernos puedan
devolver lo prestado a un tipo anormalmente bajo.

Estarán en ese nivel hasta que
los políticos empiecen a utilizarlos como medida para
frenar los espasmos inflacionarios. Es muy posible que entonces
ya se les haya ido de las manos y nos encontremos ante un
panorama espantoso de precios altos, divisas destruidas,
desempleo y nulo crecimiento. Podría ser el último
gran experimento y el verdaderamente necesario para acometer las
reformas imprescindibles para que el sistema capitalista, y la
libertad económica que lo acompaña,
perviva.

– ¿Necesitamos inflación? (Libertad
Digital – 15/10/10)

(Por Juan Ramón Rallo)

Bernanke debería aprender una
lección básica: se puede llevar el caballo al
río, pero no se le puede forzar a beber. Como banquero
central, puede tirar de las cuerdas, pero es incapaz de
empujarlas.

(Por Juan Ramón Rallo)

Andan revueltos keynesianos y
monetaristas con la necesidad de generar inflación para
salir de la crisis. Los primeros han visto en estos dos
años cómo sus planes de estímulo fracasaban
estrepitosamente: nos prometieron que todo era cuestión de
impulsar la demanda agregada vía déficit y al final
seguimos tan o más estancados, pero con una montaña
de deuda a nuestras espaldas. Los segundos, que llevan tres
años ovacionando a Bernanke por su audaz política
monetaria y por haber salvado a la economía de la Gran
Depresión, continúan repitiendo la misma cantinela
de siempre de que es necesario generar inflación; bien
está, aunque estaría mejor si nos explicaran
cómo es posible que Bernanke salvara la economía en
2008 y 2009 y ahora sea necesario volver a salvarla con todo tipo
de facilidades crediticias. ¿Será acaso que lo
único que logró Bernanke fue retrasar el momento de
la inexorable penitencia?

Ciertamente, la inflación aparece
como un remedio sencillo y rápido para salir de la crisis.
Al fin y al cabo, si nuestras economías padecen un exceso
de deuda, nada mejor que la inflación para diluir su valor
real. Si hacemos que un sueldo de 1.000 euros hoy tenga el mismo
poder adquisitivo que un sueldo de 100.000 euros dentro de unos
meses, entonces el problema de la deuda hipotecaria y de los
promotores en España queda ipso facto solventado… al
menos para los deudores, claro. Los acreedores, aquellos que
adelantaron su capital esperando obtenerlo de vuelta, lo
tendrán algo más complicado en esta coyuntura
inflacionista.

Cuenta Hayek en La desnacionalización del dinero
que durante años el apellido de Schumpeter estuvo maldito
en Austria porque este célebre economista, siendo ministro
de Finanzas, autorizó que las deudas contraídas en
coronas antes de la hiperinflación que sufrió el
país tras la Gran Guerra pudieran saldarse en las nuevas
coronas cuyo valor era 15.000 veces inferior a las originales;
esto es una política monetaria sensata y lo demás
son tonterías. Pero si lo que queremos es expoliar a los
acreedores y reducir el saldo real de las deudas, ¿por
qué no premiamos a los deudores que impaguen sus deudas?
¿Por qué no celebramos que los hipotecados subprime
dejaran de cumplir en 2007 con sus compromisos a millones?
¿Por qué escandalizarse de que los bancos -que son
siempre acreedores netos- quebraran como consecuencia de ese
impago parcial de deudas?

Es más, los inflacionistas deberían
explicarnos cómo es posible que en 2008 entráramos
en esta complicada depresión si por aquel entonces San
Bernanke había conseguido que disfrutáramos de la
inflación más elevada de los últimos 20
años. No se explica que lo que se propone ahora como
definitiva panacea fuera el contexto del que ya
disfrutábamos antes de quebrar Lehman Brothers y meternos
a todos en el hoyo.

Lo cierto es que la inflación -la
dilución parcial del valor de las deudas- no soluciona los
problemas reales que padecemos: un cúmulo de malas
inversiones ocasionadas por la brutal y distorsionadora
expansión del crédito que se vivió entre
2001 y 2007. Durante esos años ya gozamos de una cuantiosa
inflación de activos y nada de ello impidió que
entráramos en crisis, pues de hecho no era parte de la
solución sino una exteriorización del problema; a
saber, la cuestión es cómo evitamos que nuestros
muy eficientes productores sigan construyendo viviendas que nadie
necesita a mansalva y, en este sentido, condonar las deudas
vía inflación sólo sirve para que aquellos
que se equivocaron en sus inversiones -y que como consecuencia no
pueden cumplir con sus obligaciones financieras- consoliden la
posesión de unos recursos que deberían estar
empleados en otras partes de la economía.

Y si entre 2001 y 2007 la inflación fue un
desastre, también lo sería ahora en caso de que
Bernanke pudiese generarla. Pero no, no puede. A menos que decida
emular a Zimbabue (darle a la maquinita de imprimir billetes), la
forma que tiene nuestro perverso sistema financiero de generar
inflación es incrementando la cantidad de crédito
en la economía y ahora mismo los agentes privados lo que
desean es reducir su endeudamiento, no incrementarlo.
Podrá Bernanke poner todas las facilidades por el lado de
la oferta para que la gente se endeude, pero si ésta no
demanda nuevo crédito –y ni lo hacen ahora ni lo
harán hasta que reestructuren sus balances… reduciendo
su deuda–, de nada servirá y los precios no
aumentarán. El ejemplo de Japón es elocuente, pero
también el de la Gran Depresión, donde ni siquiera
abandonando el patrón oro los distintos países
consiguieron tasas de inflación apreciables.

¿Significa esto que la
política monetaria de Bernanke es inocua? No, porque para
tratar de provocar inflación está generando el
clima y las expectativas de que los tipos de interés se
mantendrán en mínimos históricos durante
mucho tiempo. Y cuando los agentes tratan de reducir su
endeudamiento -como hacen y deben hacer ahora pese al brutal
endeudamiento público-, los tipos de interés bajos
son criminales: cuantos más bajos sean éstos,
más retrasan los agentes su desapalancamiento; y cuanto
más lo retrasen, más tiempo diferiremos el reajuste
que necesitamos.

Bernanke debería aprender una lección
básica: se puede llevar el caballo al río, pero no
se le puede forzar a beber. Como banquero central, puede tirar de
las cuerdas, pero es incapaz de empujarlas. Pero en esta
contraproducente carrera hacia el absurdo está
sacrificando el valor futuro del dólar y, lo que es peor,
los incentivos de los agentes para dar de baja sus malas
inversiones, liquidar su excesiva deuda y volver a empezar a
consumir e invertir desde niveles más sostenibles. Si
pensamos que en 2008 sólo quebró el sistema
financiero y no nuestros fantásticos sistemas productivos
especializados en producir millones de carísimas viviendas
y redundantes automóviles al año, es que
todavía no hemos entendido nada de lo que ha
sucedido.

Mr. Obama y Mr. Bernanke, por favor,
dejen de obstaculizar el proceso de ajuste. No nos condenen a
otra Gran Depresión. 15 años de lento reajuste son
demasiados.

– La nueva ronda de estímulo monetario de
Bernanke fracasará (Libertad Digital –
18/10/10)

La política monetaria de Ben Bernanke, presidente
de la Reserva Federal norteamericana (FED), no solo está
recibiendo críticas desde analistas independientes, sino
también desde dentro del organismo. Las disensiones son
manifiestas, aunque de momento es la opinión de Bernanke
la que lleva la batuta.

(Por Ángel Martín)

La nueva ronda de estímulos monetarios, basada
principalmente en la compra de más títulos de
deuda, es vista con buenos ojos por el Comité Federal de
Operaciones de Mercado Abierto (FOMC) de la Reserva Federal. La
llegada del segundo programa de compra masiva de activos por
parte de la autoridad monetaria, llamado quantitative easing (QE,
o flexibilización cuantitativa en castellano), parece tan
sólo cuestión de tiempo.

El primer episodio de esta política de la FED se
puso en marcha a partir del 18 de marzo de 2009, día en el
que se anunció la compra de hasta 1,7 billones de
dólares en títulos respaldados por hipotecas (MBS,
en sus siglas en inglés) y deuda pública. Para que
se hagan una idea, una magnitud casi dos veces superior al PIB de
España.

Gráficamente, las políticas monetarias de
la FED en los últimos años se han manifestado en
unos movimientos sin precedentes en la historia reciente de la
institución.

Ahora, se planean nuevas compras masivas de activos y
deuda (el quantitative easing 2, o QE2), con el fin de acelerar
la recuperación de la actividad económica y
estimular el empleo, mediante la expansión del
crédito y el mantenimiento de unos tipos de interés
artificialmente bajos. Recordemos, además, que para
Bernanke la deflación constituye una amenaza que
habría que evitar a toda costa, para evitar, según
él, caer en una espiral deflacionaria sin salida como la
de Japón. Por ello, otro de sus objetivos es alejar este
escenario del horizonte, generando un poco de
inflación.

Admitiendo que los objetivos de la FED son los adecuados
para la economía norteamericana, ¿sería
efectiva esta nueva ronda de flexibilización cuantitativa?
Para Daniel L. Thornton, vicepresidente y asesor económico
de la Reserva Federal de St. Louis, el impacto de estas nuevas
medidas podría ser muy reducido sobre la
producción, el empleo, los tipos de interés y la
inflación. Además, podría generar
consecuencias adversas.

En un breve artículo publicado por la FED de St.
Louis el 13 de Octubre, se dedica a analizar cuál
podría ser el impacto del QE2 sobre las distintas
variables objetivo.

Efecto sobre los tipos de interés

¿Se conseguiría reducir los tipos de
interés de forma significativa? Según estimaciones
de la propia FED, los planes aprobados en 2009 consiguieron
reducir la rentabilidad del bono del Tesoro a 10 años
entre 38 y 82 puntos básicos -un rango de confianza
bastante elevado, por otra parte, lo que nos da una idea de lo
difícil que es realizar este tipo de estimaciones, y la
ignorancia en la que en ocasiones actúan las propias
autoridades-.

En caso de aprobar un plan de compras adicionales de 1
billón de dólares, extrapolando las estimaciones
anteriores tendríamos una bajada de tipos entre 22 y 48
puntos básicos. Pero Thornton advierte que esta
reducción puede ser demasiado optimista, dado que en estos
momentos "los mercados financieros están funcionando mucho
mejor de lo que lo hicieron en la primavera de 2009".

Además, sería probable que los intentos de
la FED fueran fútiles para expandir el crédito,
consiguiendo simplemente que los bancos acumulen reservas en sus
balances -en lugar de prestar al sector no financiero-, como han
hecho hasta ahora.

Así, "el efecto del QE2 sobre los tipos de
interés podría ser pequeño y limitado al
efecto del anuncio -el efecto asociado con el anuncio del FOMC-
independiente del efecto de las acciones del FOMC sobre la oferta
de crédito", concluye.

Efecto sobre la actividad y el empleo

Pero aunque tuvieran un efecto significativo a la baja
sobre los tipos, ¿afectaría ello muy positivamente
al desempleo y la actividad? Sobre esto hay todavía
más dudas.

Y es que, argumenta Thornton, la inversión no
sólo depende de los tipos de interés, sino
también, y quizá especialmente en la coyuntura
actual y de las perspectivas futuras. Además, los tipos ya
están en niveles históricamente bajos, por lo que
los efectos sobre la demanda agregada, y por tanto sobre la
producción y el empleo, de reducciones adicionales de
tipos serían muy limitados.

Por otro lado, en caso de que sí se consiguiera
animar la producción, el mecanismo por el cual
aumentaría el empleo rápidamente no está
demasiado claro, y probablemente el efecto sobre éste
sería todavía más limitado. La
política de la FED, sostiene este analista, puede hacer
poco para que se genere empleo debido a que parte del desempleo
es "estructural", es decir, que existe un desajuste entre las
destrezas que los trabajadores tienen y las que demandan los
empresarios.

Efecto sobre la inflación

La última variable que se tiene como objetivo es
la inflación. Dado que se teme el escenario deflacionario,
se busca estimular el aumento de los precios. Pero, ¿se
conseguirá con la flexibilización
cuantitativa?

Thornton es escéptico. Para generar
inflación, sostiene que, o bien se incrementa notablemente
el nivel de producción -respecto al potencial de la
economía- o se generan expectativas de inflación
entre los agentes. La primera vía es muy improbable, por
lo que comentábamos antes. La segunda no se
conseguiría mediante el QE2 -la segunda ronda del
quantitative easing-, sino emitiendo la señal a los
mercados de que se persigue alcanzar un nivel de inflación
superior al que es esperado en la actualidad. Esta estrategia
está siendo discutida estos días entre los altos
cargos de la FED.

Añade que las políticas monetarias
expansivas no tendrán apenas efecto sobre la
inflación siempre que los bancos continúen
atesorando reservas en lugar de prestar.

Consecuencias perversas

Pero además de todo esto, advierte de que el QE2
podría desencadenar efectos perversos. Si la
política de la FED no funciona, ello podría
dañar la credibilidad del organismo y así erosionar
la efectividad de futuras acciones para asegurar la estabilidad
de precios. Asimismo, se podrían despertar preocupaciones
entre los agentes económicos -si es que no se han
despertado todavía- de que la FED esté buscando
monetizar el déficit público, lo que
dificultaría la vuelta a una política monetaria
normal, algo que tiene que suceder tarde o temprano.

– Crear inflación para perpetuarnos en la crisis
(Libertad Digital – 1/11/10)

(Por Ignacio Moncada)

Es un proceso que genera nuevas burbujas ahí
donde el Estado señala, distorsionando el sistema de
precios, y por tanto poniendo las semillas de una nueva
recesión.

Alberto Artero, director de Cotizalia, escribía
recientemente que para salir de la crisis es imprescindible crear
inflación. Los principales motivos que alegaba es que
así se evita un escenario deflacionario como el
japonés, en el que la economía permanece estancada
mientras los precios bajan, y al mismo tiempo se va reduciendo el
valor de la deuda pública. Sin embargo, tal vez sin darse
cuenta, lo que propone es agravar la crisis económica en
la que andamos metidos. Artero, agarrándose a los errores
teóricos del keynesianismo, ha basado su criterio en un
análisis de la situación de Japón que
confunde consecuencias con causas. Propone como solución
lo que ya se ha demostrado que es el problema.

Es habitual pensar que el problema de la economía
japonesa es que los precios bajan porque los ciudadanos, en
contra de sus intereses, posponen el consumo. Sin embargo esto no
es la causa del problema, sino su consecuencia. El verdadero
motivo es que el país asiático lleva dos
décadas registrando el mayor endeudamiento público
del mundo, de un 200% del PIB, que se suma una deuda privada del
250% del PIB. En esa situación, la economía
japonesa se ve obligada a pedir nuevos créditos para pagar
los intereses de los antiguos, con lo que, en lugar de ir
acumulando capital para generar crecimiento, lo que hacen es ir
comiéndoselo. Por tanto, la sana reacción del
mercado es la de restringir su consumo para poder solucionar su
problema de endeudamiento, y a la vez compensar las
pérdidas de capital con más ahorro. Pero el
Gobierno nipón, al dificultar este proceso mediante
inyecciones monetarias y otras medidas intervencionistas, lo que
realmente hace es alargar la crisis.

Si pedimos a los banqueros centrales que
creen inflación, lo que realmente les pedimos es que
prolonguen y agraven la crisis económica. La
definición teórica de la inflación no es el
aumento de los precios, sino el aumento de la cantidad de dinero
en circulación. Esto lo que hace es reducir el valor del
dinero, de forma que a igualdad de circunstancias, si no
intervienen otras distorsiones, los precios tienden a subir como
reflejo de la pérdida de poder adquisitivo de la moneda.
Esto no sólo es un robo indecente a los ciudadanos.
Además es devastador para la economía. En primer
lugar es un proceso por el que se le quita riqueza a los que, con
mucho esfuerzo, ahorran, y se la entregan a los que se endeudan,
como los Gobiernos. De este modo se provoca un injusto y perverso
sistema de incentivos que daña la economía. Pero,
además, es un proceso que genera nuevas burbujas
ahí donde el Estado señala, distorsionando el
sistema de precios, y por tanto poniendo las semillas de una
nueva recesión.

Lo que la economía necesita para salir de la
crisis es corregir las distorsiones generadas en la fase de la
burbuja inoculada por los bancos centrales. Esto requiere que el
mercado, con mucho esfuerzo, liquide inversiones y reajuste
factores de producción en función de la demanda
real de cada sector económico. Este proceso será
más complicado y largo cuantas más distorsiones
nuevas vayan generando Gobiernos y bancos centrales mediante la
impresión e inyección de dinero en el sistema sin
ningún criterio más que el que le dictan los grupos
de presión. Así lo que haremos será
perpetuarnos en la crisis y empobrecer, cada vez más, a
los ciudadanos.

(Ignacio Moncada es ingeniero industrial por ICAI y
trabaja en la gestión de proyectos energéticos
internacionales)

– Nassim Taleb: "Las medidas cuantitativas son un "bote
de ketchup" a punto de estallar" (El Economista –
12/11/10)

El famoso economista e inversor, Nassim
Taleb, autor de la famosa teoría del Cisne Negro se ha
despachado a gusto en contra de las medidas cuantitativas de la
Reserva Federal durante una entrevista con la cadena de
televisión Bloomberg. Según su punto de vista, la
Fed "puede imprimir e imprimir dinero sin obtener resultado
alguno", sin embargo "de repente puede explotar como un bote de
ketchup", añadió.

Desde su punto de vista, estas
decisiones perjudicarán directamente a los "retirados y
jubilados del país". "Sólo se está
imprimiendo dinero para ayudar a los ciudadanos que asumieron
hipotecas que no podían costear y para echar una mano a la
banca", explicó, al final los jubilados serán los
que paguen los platos rotos, dijo.

Taleb acusó a Alan Greenspan, ex
presidente de la Reserva Federal, de "creerse más listo
que la propia economía", cuando habla en alguna
ocasión "prefiero hacer oídos sordos",
afirmó. Además apuntó que el objetivo de la
Fed debe ser "la estabilidad monetaria" aunque en estos momentos
sólo parece haber conseguido "la inestabilidad
monetaria".

En lo que se refiere a Ben Bernanke, el
actual presidente del banco central de EEUU, Taleb aseguró
que es "como un sastre" que intenta "ceñir un humano a un
traje, en lugar de hacerlo al revés, que sería la
forma más lógica".

Especulación y fraude a gran escala
(Libertad Digital – 18/11/10)

(Por Jorge Valín)

Apartemos al Gobierno de nuestras vidas
y de nuestro dinero. Si el Gobierno hace malas leyes,
también hace mal dinero. Las políticas de los
bancos centrales se están basando en nuevas burbujas hacia
otros sectores de la producción.

Recientemente, el inversor Jeremy Grantham hizo unas
declaraciones a la cadena CNBC donde afirmaba que "la Reserva
Federal se ha pasado la mayor parte de los últimos 15
ó 20 años manipulando los mercados". En su
opinión, la Reserva Federal "sabe muy bien que lo que hace
no tiene un efecto directo en la economía". La
función de Bernanke y antecesores sólo
habría servido para aumentar el efecto riqueza del
ciudadano. Los mercados suben y la gente se siente rica. No es
más que una ilusión de riqueza. Grantham
está definiendo una burbuja, y como bien afirma,
éstas son el peor mal del inversor, el mercado y la
economía.

Ante las críticas a los bancos centrales
(especialmente a la Reserva Federal) y sistema actual de moneda
barata, se está expandiendo la idea de introducir el
patrón oro -o el Patrón Cambio Oro de Bretton
Woods– como alternativa. La propuesta ha creado una
contrarreacción. Una de las ideas más peregrinas
que están usando contra el metal-moneda es que los bancos
centrales no podrían dirigir la economía mediante
sus políticas monetarias. Bueno, es que la idea es esa,
que nadie manipule la economía por un puñado de
votos ni intereses corporativistas. ¿Han solucionado algo
los bancos centrales hasta ahora? Más bien son los
causantes en primera instancia del desastre económico
actual y del pasado.

Una de las razones por las cuales aún hay gente
que confía en la manipulación de la moneda como
solución a las crisis es porque no entienden la
definición de dinero en su término más
económico. La moneda por sí misma no puede generar
riqueza. Si una nación es pobre, por más billetes
que cree su Gobierno no hará ricos a sus ciudadanos, al
revés, perderían poder adquisitivo día a
día. Toni Mascaró lo plasmó perfectamente en
un brillante ensayo: "El dinero sólo tiene valor cuando la
riqueza ya existe. Su razón es precisamente la de
representar riqueza que ya ha sido producida o se está
produciendo pero que todavía no se ha consumido, es decir,
bienes y servicios que podemos intercambiar por
otros".

Efectivamente, el dinero no es
más que un reflejo de la riqueza productiva de una
economía. Manipular el dinero para crear riqueza solo nos
llevará a una ilusión de bienestar perecedera que
acabará ajustándose violentamente en cuanto la
demanda se contraiga debido a los altos precios, creando la
caída en cascada de todos aquellos escenarios productivos
que no se ajustaban a la realidad. En la última crisis, el
ladrillo.

El dinero -más concretamente su valor-
sólo es propiedad de quien se lo gana o posee
legítimamente, no del Gobierno ni de ningún banco
central. Nadie tiene autoridad para depreciar el valor de nuestro
capital productivo. El dinero es la plasmación
física del trabajo de cada persona. Si el ciudadano tiene
prohibido emitir billetes, también ha de estar prohibido
para los órganos del Gobierno y sus hermanos serviles como
los bancos centrales. La manipulación del dinero desde un
sóviet central es economía planificada,
colectivismo y falsificación. Los bancos centrales no
sólo son los mayores especuladores de la Tierra,
también los mayores falsificadores del mundo. Cuanto
más papel emiten los dictadores de la producción,
más valor roban a nuestro dinero.

Y es que lo único que hacen las políticas
monetarias es manipular los mercados para crear burbujas y
beneficiar a los oligarcas del Poder. Es una de las ramas
más poderosas del capitalismo de Estado: grandes
déficits, dinero barato, ninguna disciplina financiera y
grandes corporaciones que aprovechan estas burbujas. Un antiguo
miembro de la administración Reagan, David Stockman,
recientemente calificó este sistema como el "catecismo
neocon" que prácticamente no guarda ninguna diferencia con
el "catecismo keynesiano".

Apartemos al Gobierno de nuestras vidas y de nuestro
dinero. Si el Gobierno hace malas leyes, también hace mal
dinero. Las políticas de los bancos centrales se
están basando en nuevas burbujas hacia otros sectores de
la producción. Cuando vuelva a venir otra crisis, los
lobbies que se hayan lucrado estarán exentos de
responsabilidad, como ya ha ocurrido.

La moneda fiat, la del Gobierno, ha de ser abolida,
desregular el dinero, privatizarlo y apostar por un sistema con
una moneda sana, basa en el oro o cualquier otro activo que elija
el mercado. Si no controlamos nuestro dinero, no seremos nunca
responsables de nuestro futuro. Ahora más que nunca, hacen
falta cambios radicales.

(Jorge Valín es miembro del Instituto Juan de
Mariana)

– Farrell: el "dictador" Ben Bernanke debe acabar con su
"reino de terror" monetario (El Economista –
15/2/11)

¿Qué pueden tener en
común el estadounidense Ben Bernanke y el egipcio Hosni
Mubarak? Pues que ambos son personas "peligrosas" y "dictadores".
Así de contundente se muestra el columnista de Marketwatch
Paul Farrell, que respira más tranquilo al recordar que
una de las dos dictaduras ya ha pasado a mejor vida y que la otra
lo hará pronto.

Las similitudes no acaban ahí. En su
opinión, al igual que el mandatario egipcio, al que su
pueblo acaba de derrocar, no fue capaz de darse cuenta de las
necesidades de los habitantes, tanto financieras como
democráticas. Bernanke "está ciego ante el legado
de dinero fácil, que es la base de la revolución al
convertir al rico en súper rico mientras la clase media se
estanca y se empobrece".

30 años de dictadura

Por eso, el presidente de la Fed es la
"persona más peligrosa del mundo", más de lo que
nunca fue el propio Mubarak. En palabras de Farrell, el banquero
central "dirige una dictadura monetaria" que ya dura 30
años y que "provocará el tercer colapso
económico del siglo XXI".

Pero es un final que se veía venir y del que
"llevan tiempo avisando". En este punto, cita a Thomas Hoenig, el
presidente de la reserva Federal de Kansas City, quien explica su
postura, contraria a las decisiones de su jefe, en una entrevista
concedida a la revista Time. Señala, además, las
razones por las que la políticas de la institución
financiera están abocando a EEUU a otra crisis
histórica y porqué deben terminarse
"pronto".

  • 1. El encarecimiento de las materias
    primas

  • 2. Según indica, el repunte global de
    las materias primas pronto parará los pies a la
    "autodestructiva" estrategia del Quantitative Easing y a la
    "dictadura monetaria de 30 años de la Fed".

2. La emergente destrucción democracia

En este punto, Hoenig considera que la forma de hacer
que las empresas y los bancos se refuercen no es inyectando
dinero en el sistema financiero y animándoles a asumir
riesgos, sino animándoles a ahorrar y a
invertir.

3. Tipos bajos durante demasiado tiempo

Mantener los tipos de interés cerca del 0%
indefinidamente también desincentiva el ahorro y la
inversión. Hoenig está convencido de que la
"irracional exuberancia de Alan Greenspan arrojando dinero a la
hoguera económica derivó en la Gran
Recesión".

4. La nueva burbuja especulativa
estallará

La forma en la que se crean las burbujas es inyectando
"dinero fácil", advierte el presidente de la Fed de
Kansas. "Cuanto más dinero se une a la cadena
especulativa, más se suben los precios de los activos, y
siguen subiendo… hasta que estalla".

5. La ilusión narcisista del poder
monetario

La Fed ha adquirido demasiado poder en la
percepción pública de la economía en los
últimos tiempos. La política monetaria se ve como
la solución a todos los problemas, pero es lo que acaba
formando las burbujas. "La gente ha acabado creyendo que todo lo
que hay que hacer es bajar las tasas de interés y todo
estará bien", señala el banquero
central.

6. La inflación repunta en todo el
mundo

Hoenig insiste en los peligros de las políticas
monetarias de la Fed y adierte de las serias consecuencias que
tendrá el repunte de los precios, en especial de los
alimentos, en países como Brasil o China.

7. Se favorece a los ricos y se sabotea el sueño
americano

Al favorecer a los banqueros de Wall
Street, la "dictadura" de Bernanke claramente alimenta los
factores que pueden provocar una guerra de clases. "El 60% de los
hogares más pobres tienen que destinar el 12% de sus
ingresos sólo en electricidad", señala.

8. La Fed no aprendió nada de la crisis de
2008

"La política gubernamental sigue
sonriendo a Wall Street, pero no a los ciudadanos. En lugar de
acabar con los gigantes financieros que apostaron contra la
economía, el Gobierno ha hecho a los bancos más
grandes que nunca", asegura Hoenig.

9. ¿Economía de mercado? Son los lobbys
los que mandan

El presidente de la Fed de Kansas se
pregunta dónde está el castigo para el fracaso de
Wall Street. "No tenemos una economía de mercado", el
capitalismo americano es "capitalismo de colegas".

10. EEUU debe controlar más a los
bancos

¿Qué haría Hoenig si ocupara el
cargo de Ben Bernanke al frente de la Fed? "Tipos altos,
apalancamiento reducido y moneda fuerte", responde. Hoenig
recuperaría la parte de la Ley Glass-Steagall que
ponía límites a los excesos de los
bancos.

Los errores de la
política monetaria expansiva (Libertad Digital –
23/2/11)

(Por Juan Ramón Rallo)

A poco que crecemos, el precio de las commodities se
dispara; más nos hubiese valido un crecimiento más
moderado y acompasado por un aumento de la oferta y una
reducción de la demanda de las materias primas.

El informe mensual de febrero de La Caixa contiene un
interesante resumen de la postura predominante en la academia
acerca de cómo combatir la crisis actual.
Básicamente: cuando la economía encalla, los bancos
centrales suelen reducir los tipos de interés. Sin
embargo, en este momento los tipos de interés, debido al
hundimiento de la demanda de crédito, ya están muy
próximos a cero, por lo que el paso lógico
sería establecer tipos de interés nominales
negativos. Dado que esto último es imposible, la
alternativa pasa por impulsar unos tipos de interés reales
negativos; a saber, generar inflación, para lo cual es
menester extender la expectativa entre los agentes
económicos de que, en efecto, habrá
inflación; pero esto, al parecer, no es demasiado
sencillo, por cuanto los bancos centrales son entidades de
reputada solvencia y la gente no se cree que vayan a soportar de
brazos cruzados inflaciones elevadas. ¿Qué nos
queda entonces? Pues lo que ha venido haciendo Bernanke:
monetizar tanta deuda pública como sea posible para, al
mismo tiempo, permitir que los Estados sufraguen políticas
de demanda expansivas.

Grosso modo éste viene a ser el canon
oficialista. Canon que, por cierto, no ha podido demostrarse
más fracasado en los últimos años. Repasemos
sus principales fallas:

•El crecimiento no depende de los tipos de
interés: A largo plazo, el crecimiento depende del ahorro,
esto es, de los factores productivos disponibles para fabricar
bienes de capital. Obviamente, cuando el banco central baja los
tipos de interés no incrementa el número de
trabajadores, materias primas, empresarios, maquinaria… tan
sólo abarata el endeudamiento. Y más deuda no es
más riqueza: las deudas son pasivos que en algún
momento debemos devolver (justo lo contrario de la riqueza).
Cuanta más deuda acumulamos, más crecimiento futuro
es necesario generar para que las inversiones que hemos realizado
bajo su paraguas sean rentables. Así pues, la deuda
sólo provoca un calentón a corto y medio plazo que
tenderá a revertir en forma de liquidación de las
inversiones que no se habrían realizado sin su
abaratamiento artificial.

•Deuda más barato no significa siempre
más endeudamiento: Cuando los tipos de interés se
reducen, sólo cae el precio al que se oferta el
crédito. El problema es que para que aumente el
endeudamiento no hace falta sólo oferta, sino
también demanda. Si la gente no quiere incrementar sus
deudas, por muy baratas que se las pongamos, no morderá el
anzuelo. Se puede llevar al caballo al río, pero no se le
puede forzar a beber. El único que siempre está
sediento de endeudamiento es el Estado: ya se ha visto en esta
crisis, los tipos han estado al 0%, y el único que ha
aumentado sus pasivos ha sido el Gobierno. En esta crisis,
Bernanke ha comenzado a comprar deuda hipotecaria y deuda
pública para bajar sus correspondientes tipos de
interés. ¿Sobre qué terreno pretendía
edificar la recuperación? ¿Gasto público y
ladrillo? ¿Realmente la economía estadounidense
necesitaba que se construyeran todavía más
viviendas o que Obama diera rienda suelta a sus
caprichos?

•Los tipos de interés negativos son una
aberración: Sostener que una economía necesita
tipos de interés negativos para crecer equivale a mantener
que una economía necesita, para crecer, que sus empresas
pierdan dinero. En realidad, lo que se está diciendo es
que la inflación es positiva porque diluye el valor de las
deudas.

•La recuperación necesita un intenso
desapalancamiento y un reajuste real: Carece de sentido pretender
solucionar los problemas de nuestras economías mediante
una inflación que diluya el valor de las deudas. La
cuestión no es solamente si los agentes económicos
están muy endeudados o muy poco endeudados; la
cuestión también es qué usos se están
haciendo de los recursos disponibles. Durante los años del
boom económico los recursos se concentraron, gracias al
aumento de la deuda, en ciertas actividades que generaban muy
poco o ningún valor añadido (vivienda,
automóviles…), al tiempo que se desatendían otras
que ahora se revelan como altamente importantes (como las
materias primas). Ahora toca reducir el endeudamiento y redirigir
los recursos hacia la producción, investigación y
sistemas de ahorro de materias primas; para ello es necesario que
las deudas se amorticen o que se impaguen, de modo que se
proceda, vía voluntaria o involuntaria (concurso de
acreedores) una liberación de factores productivos hacia
las actividades más urgentes. Si consiguiéramos
aumentar la inflación, es cierto que diluiríamos la
carga de las deudas, pero los recursos permanecerían en
las mismas empresas ineficientes y sobreendeudadas en las que no
generan casi ningún valor.

La reciente alza de precios de las materias primas, aun
cuando tenga evidentes factores coyunturales, es el resultado de
haber empujado el crecimiento vía gasto público y
vía expansión crediticia. La economía no se
ha reajustado lo suficiente y después de un inicial
hundimiento de la demanda en 2009 (probablemente insuficiente,
como demuestran unos déficits exteriores basados en el
endeudamiento que siguen permitiendo que sosteniendo parte del
crecimiento, y de la demanda de materias primas, de China), su
auge posterior ha revelado que no hemos concluido todos los
deberes durante estos últimos años y que
todavía hay serias carencias en el imprescindible reajuste
real.

A poco que crecemos, el precio de las
commodities se dispara; más nos hubiese valido un
crecimiento más moderado y acompasado por un aumento de la
oferta y una reducción de la demanda de las materias
primas. Es decir, un cambio en el patrón de crecimiento
mundial (y español). Pero los burócratas y los
economistas cortesanos quisieron acelerar el proceso, es decir,
quisieron "saltarse" algunos pasos y mantenernos en la
economía de burbuja. Repitan conmigo: la crisis
económica se debe a desajustes reales y la política
monetaria no sirve para solucionar esos desajustes reales, en
todo caso para agravarlos.

– El ponche de la política monetaria de Occidente
(Project Syndicate – 1/3/11)

(Por Sylvester Eijffinger and Edin Mujagic)

TILBURG – Hay momentos en que se debe pensar y
actuar de forma original y después hay momentos en que se
vuelve a la normalidad. Los más importantes bancos
centrales de Occidente -el Banco de Inglaterra, el Banco Central
Europeo y la Reserva Federal de los Estados Unidos- deben
tomárselo en serio. Como dijo el ex Presidente de la
Reserva Federal William McChesney Martin: "La misión del
banco central es la de retirar el ponche cuando la fiesta
aún no ha acabado". Sin embargo, recientemente la Reserva
Federal decidió no sólo mantener la fuente del
ponche, sino también volver a llenarlo.

Cuando la crisis financiera estalló con su
máxima intensidad en 2008, los bancos centrales más
importantes del mundo estuvieron acertados al recurrir a medidas
excepcionales. Desde luego, podríamos afirmar que en
algunos casos exageraron -por ejemplo, con la segunda ronda de la
llamada "relajación cuantitativa" en los Estados
Unidos–, pero, en términos generales, la
reacción parece haber sido apropiada.

Sin embargo, más de dos años
después, la situación ha cambiado. La
recuperación económica no es estelar, pero no por
ello deja de ser una recuperación. Casi todas las
economías desarrolladas han dejado la recesión muy
atrás y el peligro de deflación ha desaparecido.
Recientemente, el banco central suizo adoptó esa
posición y el BCE está preocupado por una mayor
inflación, no deflación, en la zona del euro. En
las economías en ascenso, como, por ejemplo, el Brasil,
China, la India y Corea del Sur, la inflación está
aumentando rápidamente y pasando a ser cada vez más
un problema económico y social.

Así, pues, ha llegado el momento de que los
bancos centrales de Occidente vuelvan a ser "normales". Ello es
aplicable en particular a la Reserva Federal y al Banco de
Inglaterra y, en menor medida, al BCE.

Los bancos centrales de los países con mercados
en ascenso como el Brasil, China, la India, Indonesia, el
Perú, Tailandia y Corea del Sur están ofreciendo
buenos ejemplos que se deben imitar. Se han internado por la
vía de la normalización al subir los tipos de
interés oficiales con el fin de cortar la inflación
de raíz y, con ello, impedir que la inestabilidad de los
precios ahogue el crecimiento futuro.

Ante la disyuntiva entre un crecimiento económico
a corto plazo y otro a medio y largo plazo, dichos bancos
centrales están optando por el segundo. Al aumentar los
tipos de interés para impedir que la inflación se
ponga por las nubes, infligen cierto sacrificio a la
economía ahora, pero, en comparación con el que
sería necesario para luchar contra una inflación
desbocada más adelante, resulta insignificante.

En ese sentido, los bancos centrales de los
países con mercados emergentes han aprendido la
lección de los decenios de 1970 y 1980, cuando la
inflación dominaba el mundo y asfixió el
crecimiento económico… en gran medida porque los bancos
centrales no actuaron a tiempo. Bancos centrales como la Reserva
Federal y el Banco de Inglaterra parecen haber olvidado esa
historia.

Entonces, ¿qué
deberían hacer los bancos centrales
occidentales?

En primer lugar, se debe dejar de lado
el indicador de la "inflación básica". Hay muchos
argumentos a favor del recurso a la inflación
básica al dirigir la política monetaria y explicar
las decisiones al público, pero sólo cuando los
aumentos de los precios de los alimentos y de la energía
–que no forman parte de la inflación
básica– son de carácter temporal. Parece que
ya ha dejado de ser así.

En el Reino Unido, por ejemplo, los factores
supuestamente "temporales" han estado manteniendo la tasa de
inflación por encima del objetivo durante casi dos
años. Recientemente, el BCE publicó un informe en
el que se decía que lo más probable es que los
precios de los alimentos aumenten aún más, porque
la demanda es estructuralmente mayor que la oferta. Es probable
que se pueda decir lo mismo de los diversos productos
básicos, incluido el petróleo, cuya demanda se ha
subestimado estructuralmente.

En segundo lugar, los bancos centrales
europeos deben empezar a reducir las medidas de emergencia
adoptadas para afrontar la crisis económica y financiera.
Ello es aplicable en particular a la Reserva Federal, que en el
otoño de 2010 lanzó una segunda ronda de
relajación cuantitativa para estimular el crecimiento
económico y el empleo a corto plazo, pero también
al Banco de Inglaterra, al que se ha criticado por mostrarse
demasiado poco riguroso.

Por último, para tener la
posibilidad de impedir que la inflación aumente aún
más, los tipos de interés reales deben ser, como
mínimo, iguales a cero o ligeramente positivos. No ha sido
así durante mucho tiempo y sigue sin ser así con la
inflación total, cuya tasa es 2,2 por ciento en la zona
del euro y 1,5 por ciento en los EEUU. Incluso cuando nos fijamos
en la inflación básica, los tipos de interés
reales en los EEUU siguen siendo marcadamente negativos. El
panorama es particularmente sombrío en el Reino Unido, con
un tipo de interés oficial de 0,5 por ciento y una
inflación de 3,3 por ciento.

Para impedir que la inflación se
ponga por las nubes, la Reserva Federal debe aumentar el tipo de
los fondos federales de casi 0 por ciento ahora a al menos el 3
por ciento dentro de un año, más o menos. En el
mismo período, el BCE debe subir su tipo oficial del 1 por
ciento a al menos el 2 por ciento, mientras que el Banco de
Inglaterra debe poner la mira en el 5 por ciento.

Optar por un aumento a corto plazo del crecimiento
económico y del empleo, en lugar de imponer la estabilidad
de los precios, hundió la economía mundial en los
decenios de 1970 y 1980. Esta vez el resultado puede no ser
demasiado diferente, si los bancos centrales europeos
occidentales mantienen sus actuales políticas monetarias
durante mucho más tiempo.

Durante años, los funcionarios de dichos bancos
han invitado a sus homólogos de países en
desarrollo y con mercados en ascenso a conferencias y reuniones
para enseñarles los truquillos del oficio. Tal vez haya
llegado el momento de que los profesores aprendan de sus
alumnos.

(Sylvester Eijffinger es profesor de Economía
Financiera en la Universidad de Tilburg, en los Países
Bajos. Edin Mujagic es un economista especializado en
política monetaria en ECR Research y en la Universidad de
Tilburg. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– Los fijadores de metas, en la mira (Project Syndicate
7/3/11)

(Por Brigitte Granville)

LONDRES – Cuando hablaba en los tiempos
económicos más felices de 2005, Mervyn King
-entonces y ahora gobernador del Banco de Inglaterra- acentuaba
la importancia de afianzar las expectativas públicas de
una inflación baja y estable. Advertía que "si uno
deja que las expectativas inflacionarias se alejen demasiado del
objetivo, se puede terminar en serias dificultades y con un
proceso costoso para retrotraerlas". King ahora debe ser un
hombre preocupado.

Las propias encuestas trimestrales encargadas por el
Banco de Inglaterra sobre las actitudes públicas revelan
que la credibilidad de su Comité de Política
Monetaria (MPC, por su sigla en inglés) hoy está
debilitada. Durante los últimos 15 meses, el objetivo de
inflación del 2%, que fija el gobierno y que supuestamente
debe hacer cumplir el Banco de Inglaterra, se ha excedido en
más de un punto porcentual. Durante gran parte de este
período, el público británico esperó
que la inflación en el próximo año fuera
menor que en el año anterior, gracias a los sólidos
antecedentes del MPC en materia de estabilidad de precios. Esa
confianza hoy se disipó: las expectativas inflacionarias
alcanzaron la tasa de inflación real del 4%.

No existe ningún misterio
respecto de lo que está pasando. El mandato de estabilidad
de precios se vio sobrepasado por las preocupaciones sobre el
crecimiento. El miedo es que un ajuste de la política
monetaria para abalanzarse sobre la inflación
podría apagar la vacilante recuperación
económica.

De manera que el MPC no sólo
mantuvo las tasas de interés en un bajísimo 0,5%
desde 2009, sino que la política se relajó
aún más debido al llamado "alivio cuantitativo" del
Banco de Inglaterra -es decir, expandir la base monetaria de un
plumazo con la esperanza de vigorizar los mercados de
crédito domésticos-. Pero el Reino Unido hoy se
enfrenta al peor de los panoramas: la estanflación. La
economía está sufriendo los costos inflacionarios
de la política del Banco al tiempo que pierde el deseado
beneficio del crecimiento.

En Estados Unidos, donde la Reserva Federal está
implementando una política monetaria similarmente holgada,
la situación parece más halagüeña
–al menos a primera vista-. La economía
estadounidense está teniendo una recuperación
más convincente que el Reino Unido y, a diferencia del
Banco de Inglaterra y del Banco Central Europeo, la Fed no
está explícitamente obligada por el Congreso a
lograr una meta de inflación específica.

En consecuencia, comparada con el Banco de Inglaterra,
la importantísima credibilidad de la autoridad monetaria
parece menos vulnerable en el caso de la Fed. Pero, inclusive en
Estados Unidos, las autoridades responsables de las
políticas, como Thomas Hoenig, presidente del Banco de la
Reserva Federal de Kansas City, expresan temor a que las
expectativas inflacionarias puedan dispararse, debido a la masiva
expansión de la deuda gubernamental y al balance de la Fed
desde el colapso financiero en 2008.

Todos los principales bancos centrales de Occidente
-inclusive el tradicionalmente "agresivo" BCE- parecen estar
escondiendo la cabeza como el avestruz. Pero hay algo que pueden
hacer para garantizar los beneficios de las reglas de metas de
inflación (credibilidad y expectativas inflacionarias bien
ancladas) al mismo tiempo que sustentan la recuperación:
elevar la meta establecida.

El ejemplo para hacerlo puede darlo Gran Bretaña,
donde la situación es particularmente delicada. Las
autoridades del Reino Unido decidieron priorizar la
consolidación fiscal al mismo tiempo que implementan una
política monetaria holgada para contener los riesgos que
impuestos más elevados y un menor gasto del gobierno
implican para la recuperación. El razonamiento es claro
(aunque rara vez los políticos lo expresen claramente):
mientras que una pérdida de confianza del mercado en la
solvencia del estado británico muy probablemente
generaría una depresión, una inflación por
sobre la meta se puede rectificar a un costo relativamente
tolerable para los estándares de vida (aunque más
alto de lo que debería haber sido).

Pongamos por caso que damos por sentada la fuerza de
esta lógica (ni siquiera sus críticos
podrían negar su coherencia), sería tonto
subestimar el riesgo de una inflación desbocada y
minimizar el daño económico y social que
causaría. En la medida que la tolerancia de la
inflación por sobre la meta también refleja un
deseo de erosionar el valor real de las deudas públicas y
privadas, las tasas de interés del mercado podrían
dispararse, agravando los problemas de los gobiernos y los
hogares endeudados.

Muchos analistas creen que las enormes
limitaciones presupuestarias de los gobiernos los
obligarán a depender de la inflación. De ser
así, mejor hacerlo de manera transparente, a diferencia
del Banco de Inglaterra. En resumen, para anclar las expectativas
inflacionarias de manera efectiva, las metas de inflación
deben ser realistas.

El actual acertijo de alto riesgo que
enfrentan los responsables de las políticas sugiere que
deberían aplicar los principios de metas de
inflación de manera más flexible en el contexto de
un importante shock económico. Esto implicaría
elevar la meta a un nivel que esté en línea con la
tasa de inflación real observada en el período
post-crisis –un nivel que el público
percibiría como realista, honesto y
creíble.

Hacerlo reduciría las cargas tributarias y de
deuda para las generaciones futuras, al mismo tiempo que
limitaría de manera crucial los riesgos de una
inflación mucho más alta en el más corto
plazo. Es más, una meta de inflación más
elevada -y el resultante restablecimiento de la credibilidad- les
permitirían a los bancos centrales regresar a una meta de
inflación más baja sin crear una recesión
una vez que los niveles de deuda se hayan reducido y la demanda
agregada se haya recuperado.

(Brigitte Granville es profesora de Economía
Internacional y Política Económica en el Queen Mary
College, Universidad de Londres, y autora de Remembering
Inflation, de inminente publicación por Princeton
University Press. Copyright: Project Syndicate, 2011)

– Paul Singer predijo la crisis, ahora vuelve a sonar
las alarmas (The Wall Street Journal – 25/3/11)

(Por James Freeman)

En pleno apogeo de la burbuja inmobiliaria en Estados
Unidos, el fundador del fondo de cobertura Elliott Management,
Paul Singer, apostó contra las hipotecas de alto riesgo. A
mediados de 2007 advirtió a los reguladores de ambos lados
del Atlántico que se avecinaba una gran crisis
financiera.

Fue completamente ignorado. Ahora, Singer dice que los
mayores bancos se encaminan a sufrir otro colapso del
crédito. Entre los factores que originarían el
próximo desplome, el ejecutivo destaca uno: la
política monetaria de EEUU, la cual, asegura es
"extremadamente arriesgada". El peligro es una "inflación
descomunal".

El precio de la gasolina ha subido y pronto se
sentirá el golpe en la cuenta del supermercado. El
Departamento del Trabajo de EEUU reportó hace poco que los
precios mayoristas de alimentos registraron en febrero su alza
más aguda desde 1974. Estas noticias son preocupantes y
eso lleva a Singer a recurrir a los libros de historia. A los
visitantes que van a su oficina en la Quinta Avenida de Nueva
York les regala una copia de un ensayo de 1931 sobre la
devaluación de la divisa alemana: "La economía de
la inflación" del profesor Constantino
Bresciani-Turroni.

Singer, que fundó Elliott en 1977 y que ha
entregado un retorno anual compuesto de 14,3% (frente a 10,9% del
S&P 500), no está comparando a la Reserva Federal de
EEUU con el Reichsbank de principios de los años 20.
Más bien, está volviendo a advertir a los
reguladores financieros de que no den por hecho la confianza del
inversionista en una divisa importante.

Los bancos centrales, especialmente la Fed pero
también los europeos, "parecen actuar como si tuvieran una
flexibilidad ilimitada para relajar la política
monetaria", señala.

En concreto, apunta a la política
"sin precedentes" de la Fed de mantener las tasas de referencia
en casi cero y su facilidad para imprimir dinero ("relajamiento
cuantitativo 2"), que ha llevado al banco a comprar bonos del
Tesoro a mediano y largo plazo. Esta táctica se
está usando como un "sustituto a una política
fiscal y regulatoria coherente", dice.

La Fed, agrega Singer, "parece creer que
la inflación es algo que puede solucionar muy
fácilmente y con mucha rapidez. No creo que tenga
razón".

Singer advierte que los inversionistas
no deben malinterpretar lo que parecen señales que auguran
un mercado alcista. "Naturalmente que imprimir dinero apuntala
los precios de los activos", explica, pero "es muy peligroso y no
es un sustituto para el comercio, ni las reformas fiscales y
regulatorias que hacen de EEUU un lugar atractivo para generar
empleos".

"¿Cómo se vería una
pérdida de la confianza en el dólar?
Veríamos cómo el oro se vuelve loco", apunta
Singer. Anota que los precios de muchas materias primas ya
están cerca de batir nuevos récords, incluso en el
contexto de una "especie de recuperación suave" en EEUU y
Europa, y un crecimiento robusto en Asia.

Pero, por más destructiva que sea
una inflación descontrolada, ¿por qué se
verían perjudicadas las grandes instituciones financieras?
Podría hacer estragos en la capacidad de los clientes
corporativos de los grandes bancos de cumplir con sus
obligaciones, especula Singer.

"La reforma financiera firmada por el
presidente Barack Obama en julio de 2010 ha debilitado el sistema
y ha sentado las bases para la próxima crisis de una
manera muy negativa", advierte. "La opacidad de los informes de
las instituciones financieras no ha sido abordada ni cambiada en
lo más mínimo…".

Incluso después de la crisis, las agencias
calificadoras de riesgo "obviamente no aportan ninguna pista
real", dice. "Todo lo que tenemos son rumores y corazonadas. No
sabemos cuál es el estado financiero de (Citigroup), J.P.
Morgan, Bank of America, ninguno de ellos". Singer cree que los
grandes bancos siguen cargando demasiado apalancamiento y no
confía en que los reguladores los supervisen de manera
efectiva.

Las mayores instituciones financieras, explica, son "una
colección accidental de sobrevivientes. Casi ninguno se
salvó por su perspicacia, controles de riesgo o buena
gestión (…) sino por azar: quién fue
rescatado primero y quién después y cómo se
sentía la gente y qué es lo que dijo durante el fin
de semana en el que Merrill estuvo bajo presión (en
septiembre de 2008)".

La mayoría de los inversionistas no comparte su
visión y los grandes bancos siguen recibiendo
préstamos a tasas inferiores que sus competidores
más pequeños. La razón, según Singer,
es que ahora mismo el sistema "está respaldado por los
gobiernos de EEUU y Europa". Sin embargo, advierte, "en
algún momento, esa garantía, de alguna manera que
todavía no puedo imaginar,
desaparecerá".

¿De verdad? Los creadores de la reforma
financiera argumentan que la ley impide que el gobierno
estadounidense rescate a una firma en particular, pero la Fed
puede seguir concediendo préstamos de emergencia a un
gigante en apuros siempre y cuando ofrezca financiación
similar a los demás.

Si el gobierno estima que una firma no es
"sistémicamente importante", prevé Singer,
podría significar su colapso. "Las instituciones
financieras de medio y pequeño tamaño
podrían encontrarse en desventaja, podrían ser
sacrificadas en la próxima crisis para proteger a los
pesos pesados", explica.

Hay algo peor: si el gobierno alguna vez determina que
un gigante está en riesgo de cesación de pagos,
asume su control a través de la Corporación Federal
de Seguro de Depósitos (FDIC, por sus siglas en
inglés). Una vez a cargo, el gobierno también puede
discriminar de una manera parecida entre los acreedores y
transferir activos a su voluntad.

La destreza analítica de Singer
no es perfecta. Después de la crisis, identificó
los derivados como un factor clave y sigue insistiendo en que
jugarán un papel importante en la próxima debacle,
si bien ahora se sabe que en 2008 los bancos cayeron por culpa de
apuestas más convencionales en el sector inmobiliario, no
por los derivados.

Aun así, el argumento de Singer contra la reforma
financiera y la política monetaria de la Fed es
persuasivo. Una razón por la que su firma ha sobrevivido
34 años, dice, es porque trata de ser muy respetuosa de
cuán imprevisibles son los mercados. "Siempre intentamos
asumir como mínimo que el mundo no está gestionado
eficazmente". Una suposición segura.

(Freeman es un editor de la página editorial de
The Wall Street Journal)

Carta abierta a
Ron Paul (Libertad Digital – 13/4/11)

(Por Antal Fekete)

Esta violación palmaria de la ley
por parte de Bernanke le incapacitaría completamente para
el cargo que ocupa, de forma que el presidente de los EEUU
debería proceder a su inmediata e ignominiosa
destitución.

Existen serias dudas sobre la legalidad del Quantitative
Easing (QE o Flexibilización Cuantitativa). Usted es una
de las pocas personas que están cualificadas y bien
situadas al mismo tiempo para poder llegar al fondo de la
cuestión.

Mucha gente cree (y los medios suelen
confirmarles esta creencia) que la Reserva Federal puede crear
dólares de la nada, en cualquier cantidad y cuando le
plazca. Podría además ser ésta la
ilusión que llevó al Dr. Bernanke a decir que el
Gobierno americano le había entregado a la Reserva Federal
una imprenta, que es una herramienta realmente útil para
impedir la deflación. Pero esto no guarda ninguna
relación con la verdad. La Reserva Federal puede crear
nuevos dólares única y exclusivamente cuando se
producen unas estrictas condiciones legales. Y aún en esos
casos sólo puede disponer de ese privilegio bajo las
estrechas medidas que prescribe la ley.

Pero, al contrario de lo que dijo
Bernanke, no pueden lanzarse alegremente dólares desde un
helicóptero, con independencia de las razones que se
puedan tener para emprender una acción de ese tipo.
Tampoco tiene capacidad legal la Reserva Federal para comprar
directamente deuda pública emitida por el Tesoro, sino que
eso sólo lo puede hacer indirectamente, mediante las
operaciones de mercado abierto (OMA). Si no sometes a la deuda
que emite el Tesoro al test del mercado antes de que la adquiera
la Fed, entonces lo que debemos presumir es que el mercado la
habría rechazando como algo sin valor, o que sólo
la habría adquirido con un descuento
significativo.

La ley no permite a los bancos del sistema de la Reserva
Federal comprar títulos de deuda del Tesoro directamente,
porque entonces la creación del dinero por parte del banco
central americano se convertiría en un sainete, los
requerimientos de reservas de los bancos comerciales en una
farsa, y finalmente el dólar pasaría a ser el mayor
timo de la historia.

El QE ya es en sí mismo un
problema lo suficientemente grave. Pero existe todavía
algo aún más siniestro: los bancos de la Reserva
Federal sólo pueden comprar deuda pública si la
pagan con pasivos de la Reserva Federal que han sido creados
legalmente.

Los pasivos de la Reserva Federal (sus
billetes y depósitos) son creados legalmente cuando han
sido emitidos de acuerdo con la ley. Y la ley dice que los
pasivos de la Reserva Federal tienen que estar respaldado por un
título que hace de colateral en el momento de la
emisión (normalmente deuda pública emitida por el
Tesoro de EEUU). El proceso es como se explica a
continuación.

El banco de la Reserva Federal que busca
expandir sus pasivos utiliza la deuda pública de la que es
dueño de forma absoluta y que se encuentra libre de
cualquier carga, y la pone como colateral para que se le autorice
la emisión de nuevos pasivos. Dicho de otra forma, si los
bancos de la Reserva Federal no tienen en su poder deuda
pública libre de cualquier carga, entonces no pueden crear
pasivos adicionales de forma legal.

Parece evidente que los bancos de la Reserva Federal
ahora mismo no tienen emitidos suficientes pasivos como para
realizar el tipo de compras que el Dr. Bernanke está
llevando a cabo a través del QE. Y tampoco tienen la
suficiente deuda pública libre de cargas como para poder
utilizarla como colateral a la hora de emitir esos nuevos pasivos
de forma legal.

El asunto es que el proceso de poner
primero el colateral y aumentar después los pasivos no se
debe invertir bajo ninguna circunstancia. Es decir, lo que no
pueden hacer de forma legal los bancos de la Reserva Federal es
comprar primero la deuda pública con un pasivo de la
Reserva Federal creado ilegalmente, colocar esa deuda a
continuación como colateral y justificar finalmente de
forma retroactiva una emisión ilegal de crédito.
Tampoco pueden pedir prestados los bonos del Tesoro (pues esos
bonos no están libres de cargas), ponerlos como colateral
y a continuación pagarlos de forma retroactiva.

Esta es una limitación importante, pues es la que
separa el sistema de moneda inconvertible sometida al
régimen de mercado de otro cuyo fundamento es el puro
dinero fiduciario dedicado a la monetización directa de la
deuda del Gobierno. Y esto último es precisamente el
camposanto en el que descansan el dólar continental, el
asignado, el Mandat, el Reichsmark y el todavía caliente
dólar de Zimbawe. Por no citar a otras muchas
monedas.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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