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Violencia familiar en el Perú (página 2)



Partes: 1, 2, 3

El Estado peruano ha reconocido expresamente lo
alarmante, grave y perjudicial de este problema y se ha
pronunciado ya en el ámbito interno, con el
establecimiento de políticas públicas a
través de la Ley 26260 publicada el 24 de Diciembre de
1993. De acuerdo al Texto Único Ordenado de la Ley 26260,
Ley de protección frente a la violencia familiar,
Artículo tercero: Es política permanente del Estado
peruano la lucha contra toda forma de violencia familiar,
debiéndose desarrollarse con este propósito
acciones orientadas a encaminar al fortalecimiento de las
instituciones como: El Ministerio de la Mujer y del Desarrollo
Humano (PROMUDEH), ente rector del sistema de atención
integral al niño y al adolescente, la mujer, el adulto
mayor y sus respectivas secretarías, es la encargada de
elaborar, coordinar y ejecutar las políticas y hacer el
seguimiento de programas y proyectos que aseguren un adecuado
desarrollo psicosocial de las víctimas de violencia
familiar.  Realiza una labor constante dirigida a lograr la
más amplia difusión de la legislación sobre
la violencia familiar, a través de:

  • Centro de emergencia de atención a la
    mujer.

  • Implementación de módulos de
    capacitación a distancia.

  • Implementación del plan piloto de
    conciliación extrajudicial (que entra en vigencia
    desde Enero del 2001).

  • Creación de casas de refugio para
    víctimas de violencia.

Sólo entre los meses de marzo 1999 y enero 2000
en el Módulo de Emergencia Mujer (PROMUDEH) fueron
atendidos en Lima 9,200 casos de violencia familiar. Según
estudios realizados recientemente por el PROMUDEH, el 46% de los
hogares a nivel nacional (Perú) son violentados y el 28%
de los mismos son mantenidos por mujeres. Asimismo acuden
diariamente a denunciar de 200 a 250 mujeres maltratadas, dejando
abierto el consiguiente maltrato a los niños, adolescentes
y adultos mayores como parte del círculo
vicioso.

Las Defensorías Municipales del Niño y
Adolescente, se crean en setiembre de 1993 y en concordancia con
la ley de municipalidades que faculta la instalación de
DEMUNAS.

Las DEMUNAS son servicios que formando parte de un
Sistema Nacional de Protección a la infancia, desde los
gobiernos locales promueven y protegen los derechos de los
niños y adolescentes. El artículo 30 de la ley de
protección frente a la violencia familiar, establece que:
Las DEMUNAS debidamente autorizadas podrán, en ejercicio
de sus atribuciones, realizar audiencias de conciliación
destinadas a resolver conflictos originados por la Violencia
Familiar.

En el ámbito nacional en 1997, atendieron 68,091
casos que afectan a 79,873 niños y adolescentes.
Encontrándose en cuanto a materias conciliables al
cumplimiento de obligaciones de alimentos (37%) seguido de casos
de régimen de visitas y tenencias (10%) y sólo el
(0.6%) lo referido a los casos de violencia familiar
(Boletín Nro. 1 CODEMUNA, Puno-Perú 1998,
26).

Hasta 2004 funcionaron a nivel nacional 128 DEMUNAS en
Municipios Provinciales y 300 DEMUNAS en Municipios Distritales,
en las zonas de mayor concentración poblacional.
Más de 100 mil casos atendieron DEMUNAS en 2005 con las
conciliaciones. Las Estadísticas señalan que el 40%
de los casos son de denuncias por alimentos y maltrato, los casos
de violencia familiar alcanzan el 20% y el de los niñ@s no
reconocidos llega al 12% (Boletín Informativo 2000). 
"55 de cada 100 adolescentes sin educación han estado
alguna vez embarazadas, y 47 de cada 100 ya son
madres."

La Policía Nacional del Perú, que
está facultado para recibir denuncias y realizar las
investigaciones del caso.

La Convención sobre la eliminación de
todas las formas de discriminación contra la mujer,
suscrita por el Perú el 23 de Julio de 1981.

UNICEF, organismo importante de mencionar, pues da
financiamiento para el desarrollo de programas de
prevención, rehabilitación, investigación y
capacitación.

Asimismo, la Asamblea General de las Naciones Unidas
aprueba el 20 de Noviembre de 1989, la comisión de los
Derechos de los Niños. El Estado peruano lo aprobó
en Agosto de 1990.

Normatividad
contra la violencia familiar en el Perú

El 24 de diciembre de 1993 se promulgó la Ley
26260 que estableció la política del Estado y de la
sociedad frente a la violencia familiar desde un enfoque
preventivo y no penal. En su intento por lograr el mejor marco
normativo posible en esta materia, se han realizado varias
modificaciones a este dispositivo, la última de ellas en
julio del 2000. Un avance legal importante es la
derogación del dispositivo de la Ley 26872 sobre
Conciliaciones Extrajudiciales y su Reglamento D.S. No.
001-98-JUS que consideraba la violencia familiar como materia
conciliable.

Al interés por una mejora constante del marco
normativo se contrastan los problemas en la aplicación que
son de diversa índole. Por ejemplo, una vasta
jurisprudencia nos indica que los acuerdos que se llevan a cabo
ante Jueces y Fiscales, suelen terminar dando obligaciones a las
víctimas de violencia las mismas que incluyen: cumplir con
cocinar, atender a los hijos, comportarse como una señora,
no llegar tarde del trabajo, no salir a sitios públicos
con mujeres solas, entre otros. Mientras que los agresores
sólo piden perdón y se obligan a no cometer
nuevamente estos hechos.

Asimismo, de acuerdo a Ley, los Médicos del
Sector Salud están facultados para otorgar Certificados
Médicos, que en el caso de violencia familiar tienen pleno
valor probatorio. Sin embargo, los Médicos sienten temor
de otorgar estos certificados debido a que piensan que
serán citados al Poder Judicial generándoles gastos
y pérdida de tiempo.

También son numerosas las quejas respecto de la
atención policial, aunque según la
Defensoría Especializada en los Derechos de la Mujer, la
policía suele responder rápidamente frente a ellas
modificando la irregularidad detectada.

VIOLENCIA FAMILIAR EN EL
PERÚ

Dra. Lisetti Vanessa Bardales
Valladares

Antiguamente, la violencia familiar se consideraba como
un asunto privado; sin embargo, se trata de una lesión de
derechos humanos y es de interés público la defensa
de la integridad de la persona y es obligación del Estado
crear las condiciones para su defensa.

En tal sentido, debemos partir que la violencia familiar
es uno de los fenómenos sociales históricos con
mayor repercusión en el Perú. No sólo afecta
a la víctima, sino que pone en riesgo la unidad familiar y
por ende a la célula básica de la sociedad; en ella
se confluyen y se entrelazan diversos factores de carácter
étnico culturales, morales, religiosos, económicos
y sociales, jurídicos, psicológicos y educativos,
propiciando que dicha dinámica retroalimente a la
sociedad, ya que como agente socializador viene a ser el primer
marco de referencia en la que se inicia la persona, con sus
habilidades de socialización y, por lo tanto de
personalidad del individuo. La familia se especializa en la
formación de roles para sus miembros, asimismo
enseña al niño como interactuar en la sociedad,
depositando un elaborado sistema de valores, normas,
etc.

Sin embargo, en la familia es donde se encuentran los
más altos niveles de interacciones violentas. Reconociendo
que la violencia familiar contra la mujer y los
adolescentes, los niños y niñas, es cada vez
más creciente, y resulta sorprendente que hasta el momento
el país no cuente con un sistema intersectorial de
registro actualizado acerca de la incidencia y prevalencia de
este fenómeno.

El Estado Peruano cuenta con una política
específica para la atención, prevención,
sanción y erradicación de la violencia contra
las  mujeres y de manera especial para la violencia familiar
contenida en diversos instrumentos legales y políticos,
tales como el Acuerdo Nacional y los diferentes planes nacionales
existentes, así como leyes que protegen a la
Familia.

Sin embargo, eso no basta para dejarnos de preocupar e
inquietarnos por muchas razones; entre ellas; por la importancia
que tiene la familia en la formación de los sujetos, pues
una disminución de los niveles de violencia en la misma
puede tener efectos positivos en la sociedad; en segundo lugar es
relevante lograr una dinámica familiar que pueda manejar
adecuadamente los conflictos, pues el derecho de los ciudadanos a
la integridad corporal- física y psicológica, que
se defiende y se inserta en las fundamentales expresiones
legales, debe respetarse en el contexto familiar.

Consideramos de vital importancia tomar conciencia
acerca de la función de la familia dentro de la sociedad,
ese es uno de los objetivos, primordiales hoy en día
interiorizar la idea que la violencia familiar no se puede ver
como un caso aislado, como un problema de pareja, sino como un
problema social, que afecta a todos y que merece una
reflexión profunda por parte de la sociedad.

En tal sentido es un problema de origen multicausal:
social, legal de salud pública, psicológica y
educacional, buscando siempre resaltar la idea que la violencia
es un problema social.

Finalmente estamos seguros que, la violencia familiar se
debe prevenir y esto se logra promoviendo actitudes y conductas
dentro del hogar con una sana comunicación evitando
comportamientos violentos que se vivieron en las familias de
origen, habilidad para resolver conflictos, compresión
entre los miembros, confianza mutua y respeto.

"Mitos sobre la violencia familiar

Investigaciones llevadas a cabo en los últimos
años demuestran que todavía existe cierto
núcleo de premisas de un sistema de mitos y creencias,
sostenidas por diversos sectores de la población. Entre
ellas persisten: Que la mujer es inferior al hombre y
que éste tiene derechos de propiedad sobre la mujer y
los hijos.

Estas formas de violencia aprendidas a edades muy
tempranas, se practican a menudo; pero son erradas y deben ser
eliminadas. Por ejemplo: "No lo cuentes, que nadie se meta en lo
que nos pase", así el maltrato queda oculto. Igualmente,
muchos piensan que es la mujer quien "provoca que su pareja
la maltrate", pero nada justifica que a una persona (sea
niño, niña, mujer u hombre) se le
maltrate.

Se cree que gritar, insultar o amenazar no es violencia,
o que el hombre que pega o maltrata lo hace "para que se le
respete". Otra cosa que se dice es que solo las  mujeres
pobres y sin educación sufren maltrato, pero no es
así; estas conductas irracionales no respetan
condición social, nivel cultural o
profesión.

Finalmente, se piensa que los niños es mejor
vivir en una familia con mamá y papá, aunque exista
violencia entre ellos, que ser hijo de padres
separados.

El daño psicológico que causa a
los niños vivir entre las discusiones de los padres o
presenciar que el padre maltrata a la madre, trae serios
daños a la autoestima y rendimiento escolar; cuando
estos niños sean adultos es posible que repitan los
mismos cuadros de violencia.

"Dinámica de la Violencia
Familiar

Comprende tres etapas, constituyéndose en un
círculo vicioso:

  • a. Se va creando tensiones entre
    víctima y victimario:
    Empieza por el abuso
    psicológico, en la medida que los insultos o los
    desprecios van creciendo, luego viene la explosión de
    rabia y la víctima es golpeada. La primera fase es un
    abuso psicológico que termina en una explosión
    de abuso físico.

  • b. El periodo de reconciliación:
    el/la agresor(a) pedirá perdón a su
    víctima:
    Se disculpa, hace todo lo que puede para
    convencerla, le dirá que le ama verdaderamente, etc.
    Esta conducta "cariñosa" completa la
    victimización.

  • c. Etapa de ambivalencia: La
    víctima no sabe qué hacer, se dice a sí
    misma: "Sí, me golpeó, pero por otra parte es
    cariñoso"… pasa el tiempo y da la vuelta a la
    primera fase; completando la figura del
    círculo.

No obstante el desarrollo de estas fases puede ir
cambiando de acuerdo al tipo de estructura de la
familia.

Los miembros de la familia que resultan más
afectados son las mujeres, las niñas, las adolescentes y
el grupo del adulto mayor, por ser las personas más
vulnerables dentro de la sociedad patriarcal, que estructura y
jerarquiza las relaciones de acuerdo al poder y la
dominación de unas personas sobre otras.

Los roles familiares

El rol de los integrantes en una familia tradicional
estaba encabezado por el del padre que, como jefe de familia,
mantenía económicamente a la misma y poseía
la autoridad máxima, siendo sus decisiones acatadas sin
discusión. La madre en cambio, se dedicaba a las
tareas domésticas; mientras que los hijos ocupaban el rol
de subordinados y estaban sujetos a las indicaciones de sus
padres.

En la actualidad estos roles han cambiado, debido al
proceso de la realidad social que provocó la
transformación de la estructura familiar. Este cambio fue
lento y gradual, el primer factor desencadenante fue
el trabajo de la mujer fuera de la casa.

El hombre no es el único que mantiene a la
familia, ni el que toma decisiones con respecto a
la educación de los hijos o a los problemas que
afectan al núcleo familiar, sino que son ambos quienes los
afrontan. Los hijos dan sus opiniones y también
ayudan a los padres en la toma de decisiones.

Este proceso de cambio induce a la familia a situaciones
conflictivas y pueden afectar a sus integrantes cuando no poseen
la flexibilidad para adaptarse a los cambios que se van
produciendo social y culturalmente.

Para superar los conflictos es necesario que cada
integrante de la familia cumpla con su función
determinada, es decir su rol; respetando y aceptando
las opiniones de los demás; así podrá
constituirse un verdadero grupo familiar. Si la familia se
asienta sobre auténticos y sólidos valores
morales, como el amor y el respeto mutuo, proyectará
esos valores fuera de ella, es decir, a la sociedad de la
que forma parte.

LA FAMILIA

La familia es la principal institución de
socialización y por ende básico e indispensable en
la sociedad. Actualmente, los diversos enfoques que la estudian y
analizan, enfatizan su relación con las dimensiones de la
modernización y la influencia que ejercen sobre ella los
actuales fenómenos sociales como la globalización,
la violencia, la trata de personas y el consumo de
drogas.

La familia, actualmente, tiene una doble vertiente: es,
por un lado, una realidad social con funciones diversas: la
conservación de la especia y/o del poder económico,
la transmisión de privilegios o status sociales, etc.,
pero también es una institución jurídica con
tratamiento constitucional. Esta doble función es lo que
justifica su importancia dentro de la sociedad y el Estado, como
fuente de continuidad de la especie humana y como fuente de la
formación de respeto, libertades y justicia.

POLITICAS PÚBLICAS

La política es una estrategia de acción
colectiva deliberadamente diseñada y calculada en
función de determinados objetivos. Implica y desata toda
una serie de decisiones a adoptar y de acciones a efectuar por un
número extenso de actores.

Cuando se habla de política pública se
referencia a procesos, decisiones, resultados, pero sin que ello
excluya conflictos entre intereses presentes en cada momento,
tensiones entre definiciones del problema a resolver, entre
diferentes racionalidades organizativas y de acción y
entre diferentes perspectivas evaluadoras.

Es por ello que con este Artículo resaltante hoy
en día se debe analizar las normas legales vigentes en
materia de la Violencia Familiar para poder encontrar los
vacíos legales existentes y poder alcanzar las propuestas
respectivas:

  • Ley Nº 26260, Ley que establecen
    política del Estado y de la Sociedad frente a la
    violencia familiar.

  • Ley Nº 26763, Ley que modifican la Ley de
    Protección frente a la Violencia Familiar.

  • Decreto Supremo Nº 002-98-JUS, Aprueban
    Reglamento del TUO de la Ley de Protección frente a la
    Violencia Familiar.

  • Ley Nº 27016, Ley que modifica el
    artículo 29 del Texto Único Ordenado de la Ley
    Nº 26260, Ley de Protección frente a la Violencia
    Familiar.

  • Ley Nº 27982, Ley que modifica el Texto
    Único Ordenado de la Ley Nº 26260 "Ley de
    Protección frente a la Violencia Familiar".

  • Ley Nº 26518, Ley del Sistema Nacional de
    Atención Integral al niño y el
    adolescente.

  • Ley Nº 27337, Ley que aprueba el Nuevo
    Código de los Niños y Adolescentes.

  • Ley Nº 27637, Ley que crea Hogares de Refugio
    Temporales para Menores Víctimas de Violación
    Sexual.

La mujer,
víctima de malos tratos físicos y
psicológicos

Dra. Yolanda Mitma MamaniEl
maltrato psicológico se suele manifestar como un largo
proceso en donde la víctima no aprecia cómo el
agresor vulnera sus derechos, cómo le falta al respeto, la
humilla y la víctima va progresivamente perdiendo
autoestima y seguridad en sí misma.

El inicio es variable, depende de las personas que
configurarán la relación y de circunstancias
diversas. Unos maltratadores comienzan en el noviazgo a dar
muestras de señas de violencia psicológica, otros
empiezan a mostrar algunos signos tras el embarazo del primer
hijo o de repente sin haber una señal propiamente dicha la
persona es otra para su pareja o los que le rodean.

En el caso de parejas hay una etapa de atracción
o enamoramiento en la que la víctima no se da cuenta de
ciertas señales que no pasarán desapercibidas para
otros. Desde un control de la imagen, un sentido de
posesión exagerado o ciertas señales que en que la
víctima llegue a la indefensión.

Casi todos reconocemos los insultos, las continuas
comparaciones para descalificarnos, el tono de voz duro y
desagradable, un volumen alto con el ejemplo clásico de
los chillidos y gritos, la mirada fija, la risa sarcástica
y sabemos distinguir una cara de asco cuando nos hablan. Estos
signos a los que restamos importancia van provocando en nosotros
malestar interno y profundo.

Es interesante analizar los aspectos no verbales y no
quedarse meramente con el mensaje que nos llega de nuestro
interlocutor. A veces hay esposas y esposos que se sorprenden de
lo que ha sucedido porque han pasado por alto este aspecto tan
importante de la comunicación. Sólo notaban cierta
desazón tras una frase como un te quiero. No analizaban
los gestos y su incongruencia con el mensaje
trasmitido.

Frente al maltrato psicológico hay una serie de
respuestas adecuadas que pueden limitar el incremento de la
respuesta agresiva de nuestro interlocutor o si no al menos,
serán alarma que nos avisarán qué lo mejor
es marcharse. Este tipo de respuestas se suelen aprender en
sesión clínica de cara a afrontar la ruptura y
rehacer una posible vida nueva de pareja.

En las siguientes líneas se muestran ejemplos de
esa comunicación que vulnera nuestros derechos
básicos y qué a la larga merman nuestra
autoestima:

  • Moralización: Es una forma muy sutil
    de control. La persona se cree dueña de la verdad
    absoluta y juzga a los demás con su baremo. Lo hace
    con palabras paternalistas, desde el prisma es que es una
    persona respetable. "Una buena esposa es la que da placer a
    su marido aunque no le apetezca, así que vete
    preparándote". "Un buen padre debe velar por sus
    hijos, y si pienso que debes estudiar medicina en vez de
    dedicarte a la pintura lo hago por tu bien".

  • Interpretar: Este tipo de comunicación
    supone que la persona que habla hace una lectura de
    pensamiento del otro. "No vas a dormir conmigo porque
    estás vengándote de lo de ayer". "Seguro que
    piensas que no soy capaz de hacerlo yo sola".

  • Tergiversación: El receptor sospecha
    de la intención del emisor y reacciona como si
    éste fuera a criticarlo. Ante la frase: "Hoy la comida
    está buena" la respuesta agresiva sería:
    "Quieres decir suelo cocinar mal, ¿no es
    eso?".

  • Interrogar: La persona agresiva se dedica a
    preguntar en plan policiaco. Muchas veces está el tema
    de los celos como tema de este tipo de preguntas.
    "¿Puedes darme una buena explicación por la
    qué entienda yo que has llegado a las 17:35 y no a las
    17:30 como quedamos?, ¿No te estarás viendo con
    esa?, ¿Qué?, ¿Es buena en la
    cama?".

  • Mandar u ordenar: Imaginemos por un instante
    que nuestra pareja tiene la costumbre de mandar hacer o lo
    que es lo mismo, de ordenar. Una persona normal se
    dará cuenta de qué él otro podría
    hacer muchas cosas que delega y lo qué es más
    molesto, es la forma de expresión tan negativa
    añadiendo a ello una creencia de superioridad
    implícita. Frases como: "Quiero que me planches los
    pantalones con raya, cómo a mí me gustan,
    ¿es qué tú no sabes nada?". El
    maltratador piensa que el respeto de los demás se
    obtiene de esta forma, sometiendo a la gente a su voluntad y
    la mayoría de las veces no practica con el ejemplo, es
    decir le gusta que le hagan pero no le gusta
    hacer.

  • Imponer soluciones: El individuo toma la
    decisión sin consultar a los demás miembros de
    la familia o a la pareja. "A mí me apetece ir a Madrid
    en vacaciones, así qué para qué hablar
    más. Lo he dicho yo y basta"."Donde manda
    patrón no manda marinero".

  • Criticar: Existen dos tipos de
    crítica, la constructiva o sugerencia y la
    crítica destructiva. Nos centraremos en esta
    última, que provoca un malestar en la persona que la
    recibe. La primera sirve para buscar una solución, la
    segunda se basa en la confrontación. "Si no fueras un
    calzonazos, ya tendríamos la casa en la Sierra y yo no
    tendría que trabajar". "Eres una pesada, todo el
    día hablando de tu madre. ¿Te he hablado alguna
    vez de mi familia sin qué me lo
    preguntaras?".

  • Ridiculizar: Burlarse del otro en
    algún aspecto. "Te molesta qué bailé con
    Alberto, tu compañero de trabajo en la cena, ya? pero
    sí tú eres un pato mareado y además no
    te gusta bailar, en cambio él es como Fred Astaire y
    yo me siento como Ginger en una de sus películas. Mira
    el vestido que me compré, ¿crees qué
    estando sentada contigo, un patoso con cara de payaso, me iba
    a poder lucir en la fiesta de tu empresa?".

  • Despreciar: Menospreciar al otro individuo.
    "¡Eres una inútil, no haces nada a derechas!".
    "Una chica tan estrecha, me estás haciendo perder el
    tiempo".

  • Reprender: La persona en vez de sugerir
    cambios, directamente critica de forma destructiva: "La
    tortilla es una bazofia, está intragable, eres
    malísima cocinando y me tienes harto, parece que lo
    haces aposta. Mi madre, esa sí qué
    sabe".

  • Amenaza o coacción: En el maltrato
    psicológico que lleva años es muy típico
    encontrar que el agresor o agresora amenaza o coacciona si no
    se cumple algo con hacer o dejar de hacer algo. Es bueno
    recordad que el Código recoge la figura de las
    amenazas y coacciones cómo delito, esto muchas veces
    se pasa por el calor de la discusión. "Si me
    abandonas, te mato". "Cómo no calles a ese asqueroso
    mocoso, le parto la cara".

  • Culpabilizar y hacerse la víctima:
    Este fenómeno es muy corriente. El agresor proyecta su
    agresividad en la víctima y se percibe como inocente.
    "Ella me provoca, soy un hombre y debo responder así,
    si la pego o me enfado es porque me saca de mis casillas,
    ella se lo ha buscado. Es la verdadera culpable,
    además una paliza o qué la pongan en su sitio
    le viene bien".

  • Pseudoaprobación: La persona aparenta
    comprensión pero deja un poso de culpabilidad en la
    persona que la escucha? Sí es cierto qué tu
    madre está en el hospital, lo entiendo, sé
    qué la quieres, bueno? y está su marido,
    qué esa es "aquí te espero, estaré solo,
    esperándote, echándote de menos para que me
    hagas la cena, pero lo entiendo, ella es lo primero para ti.
    Vete cariño".

  • Tranquilizar: La persona tras haber hecho
    algo malo, tiende a indicar qué la otra está
    nerviosa, qué no controla sus emociones y ella le pide
    qué se tranquilice, demostrando lo buena persona
    qué es. "Sí, estaba con Ana en la cama,
    tranquilízate, estás histérica…si no
    es para tanto. Te sentirás mejor cuando me vista y nos
    vayamos a casa, tranquilízate. Te pones nerviosa por
    tonterías.".

  • Retirarse: Hay un tipo de agresividad que se
    caracteriza por la pasividad, por la falta de compromiso para
    arreglar la situación. "Me molesta verte así,
    me voy no sé cuándo volveré. No te
    molestes en esperarme, a lo mejor ni vengo en varios
    días". Se trata de una respuesta pasivo-agresiva muy
    difícil de rectificar en la persona que elude el
    conflicto. Imaginemos que hablamos sobre un tema importante y
    de golpe el otro sin dar una explicación.

La agresividad verbal puede ser muy sutil o en cambio
puede ser el típico repertorio de insultos. Se puede
hablar de agresividad cuando la forma de hablar casi siempre es
para desvalorizar al otro, no por un insulto aislado.

El problema cuando se detecta deberá
consultarse a especialistas para que se tomen las medidas
oportunas. Al ser un tipo de conducta muy difícil de
probar requeriremos la actuación de profesionales si se
decide una ruptura no conciliatoria.Es muy importante el apoyo de
psicólogos especializados en temas de pareja, maltrato o
victimiología. Será preciso descartar la
posibilidad de que la autoestima se haya deteriorado o qué
aparezca un cuadro psicológico derivado de este tipo de
relación negativa.

Clasificación de Maltratos:

  • 1. Maltrato Físico.- Manifestado
    comúnmente en cachetadas, puñetes, patadas,
    jalones, empujones, pinchazos, quemaduras, golpes con
    objetos, incluso el uso de armas, etc., es decir, todo aquel
    maltrato que implique el uso de la fuerza física. Este
    maltrato puede determinar la existencia de lesiones
    físicas graves y menores, para determinar una o la
    otra dependerá de la necesidad del agraviado por
    atención médica y el tiempo de atención,
    lo cual traerá responsabilidades penales por las que
    el agresor tendrá que responder; por otro lado para la
    víctima las consecuencias pueden concluir en graves
    fracturas, hemorragias, quemaduras, envenenamiento, hematomas
    diversos, etc.

  • 2. Maltrato Psíquico o
    Psicológico.-
    Este tipo de maltrato se manifiesta
    cuando en forma reiterada el agresor insulta, menosprecia,
    aterroriza, humilla, ofende, veja, grita, repudia, rechaza,
    castiga, ignora o aísla a su víctima, siendo
    necesario para que proceda la acción, que esta
    última nombrada tenga comprobadas y detrimentes
    secuelas psicológicas que tengan su origen en
    cualquiera de los tipos de maltrato especificados en este
    punto, secuelas que pueden traer graves consecuencias como
    trastornos mentales o incluso el suicidio.

El artículo 2 de la ley 26260, no sólo
habla de un maltrato por acción como es el caso de estos
dos puntos señalados, sino también de un maltrato
por omisión, este último podría tener su
origen en la negligencia de algunos padres respecto de sus hijos
al apartarse completamente y sin excusas de todas aquellas
necesidades básicas que urgen a todo menor para su
correcto desarrollo físico y psicológico.Respecto
del agresor, muchos estudiosos de la materia, no simplemente
abogados, sino médicos psiquiatras y psicólogos,
refieren que los orígenes de la conducta violenta del
agresor estaría fuertemente determinada por el ambiente
familiar en que éste creció, en otras palabras
personas violentadas tienden a ser violentas; en discrepancia con
esto, estudios altamente especializados en países como
España demostraron que gran porcentaje de los agresores no
necesariamente fueron víctimas de violencia; por lo que
debemos concluir que la violencia no siempre tiene su origen en
conductas adquiridas. Dentro de las fuentes de este tipo de obrar
peyorativo, creo que es importante mencionar al contexto social
de nuestra sociedad, un contexto social eminentemente machista,
donde el varón hace prevalecer su sentimiento de
superioridad sobre la mujer y los hijos y muchas veces cree que
tiene derecho de someterlos a su antojo, la violencia
sería la forma de asegurar esa posición
dominante.

Respecto de la víctima, es importante recalcar
que la violencia puede desencadenar efectos destructivos en ella,
sobre todo cuando los agredidos son niños, niñas
y/o adolescentes, la violencia podría causar un grave
detrimento en el desarrollo psicológico e incluso en el
desarrollo cerebral de la víctima, está comprobado
que un alto índice de personas violentadas sufren de:
profundas depresiones, baja autoestima, estrés
postraumático, consumo de drogas y alcohol, conductas
antisociales e incluso llegan a conductas suicidas.

Debemos desterrar algunos mitos, en primer lugar la
violencia se da en todo tipo de estratos sociales, no se crea que
es exclusiva de familias pobres y/o de familias de poco nivel
cultural, si bien son menos frecuentes los casos de familias
adineradas que llegan a los juzgados, tal vez por los prejuicios
sociales de los que hablábamos al iniciar este
artículo, no se puede decir de ninguna manera que este
tipo de familias está exenta de la violencia
intrafamiliar.

Nuestro sistema procesal propugna para criterios de
valoración de la prueba al sistema conocido como sana
crítica, sistema que incluye una valoración
conjunta y razonada de todos los medios probatorios, a pesar de
esto, el artículo 29 de ley 26260, estableció en un
principio que los certificados expedidos por los Establecimientos
Estatales y otros que tengan convenios con ellos, tienen "pleno"
valor probatorio en los procesos sobre Violencia Familiar, al
emplearse el término "pleno", nuestro legislador le
está dando la espalda a la sana crítica y
está fomentando el sistema conocido como tarifa legal; lo
que en reiteradas ocasiones perjudicaría tanto al
agraviado como al demandado, teniéndose presente que no es
poco común la conducta embustera y desdeñosa de la
que son partícipes muchos miembros de nuestra
Policía Nacional y de organismos allegados a ellos.
Posteriormente esta situación trato de maquillarse con la
modificatoria del artículo 29 establecida por la ley
27306, donde se elimina el término "pleno valor
probatorio" y se específica que dichos certificados
simplemente tendrán "valor probatorio".

¿Cuál sería la mejor arma para
disminuir los casos de violencia familiar? la mejor arma es la
educación, tarea amplia que debe propulsar el Estado a
través del Ministerio de Educación, inculcando en
los niños, respeto mutuo, haciéndoles entender que
no existe superioridad de un sexo sobre el otro e inculcanco
además en los padres, el diálogo como fuente de
solución a sus crisis emocionales y de pareja,
haciéndoles comprender que si es necesario la
búsqueda de ayuda profesional para solucionar sus
problemas de carácter, lo hagan, ya es tiempo de que
algunas personas destierren esas absurdas ideas de que
sólo los insanos deben acudir al psicólogo o al
psiquiatra.

¿A qué derechos se alega cuando hay
maltrato psicológico?

Se alega a la Declaración Universal de Derechos
Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos, y la Convención Americana sobre Derechos
Humanos de San José de Costa Rica, que forman parte del
Derecho Nacional; todos ellos reconocen que la salud mental es un
derecho humano.

Así mismo, la Constitución Política
del Perú reconoce en su artículo 2 la integridad
psíquica como derecho fundamental de la persona y
establece que nadie puede ser víctima de violencia
psicológica.

Instituciones que Protegen a víctimas de
maltrato psicológico

  • Las Dependencias Policiales, que están
    obligadas a realizar las investigaciones pertinentes frente a
    las denuncias de violencia familiar.

  • La Defensoría del Pueblo, donde te dan la
    adecuada orientación.

  • El Ministerio Público, a través del
    Instituto de Medicina Legal, las Fiscalías
    Provinciales de Familia y las Fiscalías Provinciales
    Penales, las que intervienen a dar trámite a toda
    petición referida a violencia familiar y a dar
    protección inmediata.

  • El Poder Judicial, el que está facultado a
    dar sentencia a través de los Juzgados Especiales de
    Familia, Juzgados Especializados en lo Penal y Juzgados de
    Paz Letrados.

Análisis
comparado de la legislación sobre la violencia familiar en
la región andina

Wilfredo Ardito Vega

Javier La Rosa Calle

INTRODUCCIÓN

Desde hace varios años la violencia familiar en
América Latina ha dejado de ser un problema oculto y ha
empezado a generarse una corriente mayoritaria que muestra su
preocupación e interés por esta realidad.
Actualmente, la violencia familiar es percibida al mismo tiempo
como un asunto de naturaleza pública y social y como una
violación de los derechos fundamentales de las
víctimas.

Nosotros creemos que este fenómeno afecta
seriamente la viabilidad de una sociedad democrática: si
el proceso de socialización en la familia se encuentra
atravesado por relaciones de dominación, maltrato y
violencia, toda la convivencia entre los ciudadanos está
afectada. Las personas se tornan más permisivas frente a
las formas autoritarias de relación. Inclusive en la
esfera pública, es más probable que los individuos
tiendan a identificarse en mayor grado con regímenes
autoritarios. Tanto los actores como las víctimas de
hechos de violencia tenderán a reproducir más
adelante situaciones de violencia social. Además, la
violencia familiar plantea serios obstáculos a cualquier
esfuerzo de desarrollo humano, al mantener una serie de
prácticas e ideas que bloquean la libre
participación de una gran parte de la ciudadanía en
la vida económica de la sociedad.

En el ámbito de los países andinos existe
una serie de normas legislativas que buscan afrontar este
problema de manera que se pueda disminuir o erradicar el alto
porcentaje de situaciones de violencia denunciadas y no
denunciadas. En este sentido, si bien reconocemos que las normas
son un factor importante en cualquier intento serio de lucha
contra la violencia familiar, también es cierto que a
veces las carencias de la propia legislación o la falta de
mecanismos adecuados para implementarla pueden dificultar el
acceso a la justicia de quienes son víctimas de este tipo
de violencia. Cabe señalar que en un mismo país
pueden producirse profundos desequilibrios en lo que se refiere a
la presencia de las instituciones estatales, situación que
habitualmente termina perjudicando a los sectores rurales, en los
que muchas veces las normas del Estado no tienen vigencia
real.

Sólo desde hace relativamente poco tiempo este
problema está siendo abordado en nuestros países.
Una serie de creencias equivocadas, un marco legislativo
tradicionalmente inadecuado y la propia actitud de las
autoridades han generado serias dificultades para enfrentar este
fenómeno, tan perjudicial para un grueso sector de la
población.

Se trata de una situación dramática que
afecta a muchos hogares de América Latina. Los jueces de
paz, la Policía y las demás autoridades reciben de
manera permanente denuncias de mujeres que han sido agredidas; y
aunque no haya denuncias, muchas veces toda la comunidad sabe que
los maltratos al interior de algunas familias son
frecuentes.

Un error habitual es suponer que estos casos sólo
ocurren en los sectores de escasos recursos y que la violencia
familiar es consecuencia de la falta de instrucción y de
la pobreza. Esto no es así: la violencia está
presente en familias de toda condición social y de todo
nivel educativo. Sin embargo, es importante destacar que existen
algunos entornos culturales y socioeconómicos que permiten
que la violencia se mantenga y sea tolerada.

Durante los últimos años, los
países latinoamericanos han incluido en sus legislaciones
normas específicas para enfrentar estos problemas. En las
nuevas leyes existen muchos elementos comunes, básicamente
debido al aporte de la Convención para Prevenir, Sancionar
y Erradicar la Violencia contra la Mujer, más conocida
como Convención de Belém do Pará (1994),
pero es oportuno conocer cómo, en cada ordenamiento
nacional, hay criterios y tratamientos
específicos.

Debemos señalar que en cada país el
tratamiento legal de la violencia familiar constituye un proceso
en construcción. Hace 10 ó 12 años no
existía ninguna norma que abordara esta
problemática. Paulatinamente, los gobiernos están
enfrentando una situación nueva: la regulación de
la esfera privada, que en la visión tradicional escapaba
del marco normativo. Es comprensible la resistencia -muchas veces
inconsciente- de algunos sectores y también de los propios
agentes encargados de cumplir las normas.

De igual forma, una situación particular en
América Latina como es la escasa presencia del Estado
-especialmente en las zonas rurales- implica una serie de retos
porque los legisladores siempre tienden a basarse en la
problemática urbana, que encuentran más cercana.
Finalmente, el hecho de que nuestros países sean
multiculturales es un factor que los legisladores no siempre han
sabido tomar en cuenta y que implica retos y
posibilidades.

En las siguientes páginas presentaremos el estado
de la violencia familiar y posteriormente analizaremos la forma
en que las diferentes legislaciones de la región andina
han abordado la tarea de definir en qué consiste
ésta, así como los procedimientos y sanciones al
respecto.

Confiamos en que la información que presentamos
sea útil para las organizaciones y las personas
involucradas en el tema -especial mente las organizaciones de
mujeres, las entidades de derechos humanos y los legisladores
comprometidos con causas sociales- y que cumpla con la finalidad
de promover el surgimiento de políticas públicas
que prevengan y reduzcan esta forma de violencia.

En cuanto a los términos para calificar la
violencia, existen diversas opciones en los distintos
países. Normalmente usaremos los términos
violencia familiar o intrafamiliar, debido a
que violencia doméstica podría aludir
sólo a situaciones que se producen dentro del hogar, entre
personas que viven juntas. En muchos casos, la violencia ocurre
entre personas que mantienen un vínculo pero no conviven.
De igual forma, creemos que la expresión violencia
contra la mujer
podría ser muy restringida, pues
aunque la mayoría de víctimas pertenece al sexo
femenino, los niños -y en algunos casos los varones
adultos- también suelen estar en esta
condición.

Es responsabilidad de los Estados velar por el respeto
de los derechos fundamentales de los ciudadanos y por lo tanto
resulta crucial enfrentar las causas que generan la violencia
familiar y sancionar a quienes cometan estos actos.

En medios nacionales e internacionales también
hay consenso acerca de que es tarea del Estado y de la sociedad
civil promover que este tipo de prácticas se reduzca y que
las legislaciones establezcan mecanismos eficaces de
protección que no sólo sancionen este tipo de
violencia sino que además generen políticas
públicas que ayuden a desterrarla.

Marco conceptual
y causas de la violencia familiar

1.1 Definición de la violencia
familiar

Cuando nos referimos a la violencia familiar o
intrafamiliar estamos hablando de todas aquellas situaciones que
se producen al interior de una unidad familiar en las cuales uno
o varios de sus miembros se interrelacionan con otros a
través de la fuerza física la amenaza y/o la
agresión emocional.

Esta forma de interrelacionarse refleja un componente de
abuso de poder que por lo general padecen los miembros más
vulnerables del entorno familiar, como suelen ser las mujeres,
los niños y los ancianos en estado de indefensión,
a quienes el agresor impone su voluntad.

La violencia familiar es una situación que atenta
contra una serie de derechos fundamentales como el derecho a la
integridad física, psicológica y moral de la
persona afectada por esta situación; el derecho a la
libertad física, sexual y de tránsito; el derecho
al honor y a la buena reputación, y muchas veces el
derecho a la vida.

De igual forma, se afecta toda la dinámica de
relaciones que se establece dentro del sistema familiar, es
decir, el derecho a que los seres humanos se relacionen
pacíficamente. Las consecuencias van más
allá del momento en que se produce la agresión y
pueden marcar a una persona por el resto de su vida,
llevándola a reproducir posteriormente situaciones de
violencia.

Respecto a la definición de quiénes forman
parte de la familia, creemos que deben tomarse en cuenta las
características culturales y sociales específicas.
En muchos lugares, especialmente en las ciudades, se considera
como familiares al cónyuge y a los hijos, vale decir, a
los miembros de la familia nuclear. Pero en los países de
América Latina, especialmente en las zonas rurales y entre
la población indígena, se considera que
también son familiares los abuelos, los tíos, los
primos y otros parientes. Inclusive personas que no tienen un
vínculo directo -como por ejemplo los padrinos y los
ahijados-pasan a integrar la familia. Muchas veces también
se considera que forman parte de la familia personas que sin
haber sido adoptadas como hijos han sido criadas en calidad de
tales.

Sería un error considerar que la familia
está compuesta solamente por las personas que
comparten un mismo techo. En muchos casos, los miembros de una
familia no viven juntos pero mantienen relaciones muy estrechas.
Los casos de violencia familiar también se producen en ese
contexto. Tampoco podría señalarse que
todas las personas que comparten un mismo techo son
parte de la familia, dado que en América Latina
todavía es frecuente que los empleados domésticos
pernocten en la misma vivienda de la familia para la cual
trabajan. En muchos casos, un integrante del servicio
doméstico ingresa en una compleja relación de
dependencia en la que no existen lazos de parentesco pero
sí de afecto y mutua relación, lo cual puede ser
aprovechado para cometer abusos y generar violencia. Sin embargo,
no todo el personal doméstico se encuentra en esta
situación.

En este tema existen varias zonas grises: personas que
son consideradas parte de la familia pero a quienes se ubica en
un estatus de subordinación, desde parientes pobres que se
ven obligados a realizar las labores del hogar hasta personas que
llegaron para trabajar en el servicio doméstico y que
luego de varios años terminaron siendo consideradas
verdaderos miembros de la familia. Ante una denuncia por una
situación de violencia, la autoridad deberá
analizar la naturaleza concreta de los vínculos que
existen, especialmente si se han tejido relaciones de afecto y
dependencia. No basta, entonces, tomar en cuenta los enlaces
formales.

1.2 Causas de la violencia familiar

1.2.1 Mitos sobre la violencia
familiar

A continuación analizaremos algunas de las ideas
equivocadas que muchas personas tienen sobre la violencia
familiar y que en América Latina están más
extendidas de lo que parece. Al estar muy presentes en la
mentalidad colectiva, estas concepciones también lo
están en las autoridades y los funcionarios
estatales.

En algunos sectores se continúa pensando que la
violencia familiar se debe a la desobediencia de la
víctima, que constituye una especie de sanción por
su rebeldía. Esta perspectiva revela una concepción
tradicional de familia patriarcal en la cual los integrantes del
núcleo familiar deben someterse a las decisiones impuestas
por el "jefe" de familia. Hasta hace relativamente poco tiempo,
esta concepción se reflejaba en la legislación de
muchos países. Así, se señalaba que el
esposo era quien fijaba el domicilio conyugal, encabezaba a la
familia y tomaba las decisiones por los dos miembros de la
pareja.

Por ejemplo, el Código Civil peruano del
año 1852 trataba las relaciones de pareja en el
capítulo relativo a la patria potestad. El Código
del año 1936, que estuvo vigente hasta 1984,
señalaba que el cónyuge era el jefe del hogar y
quien fijaba el domicilio. En el Ecuador, hasta la
Constitución del año 1967, que estableció la
igualdad de derechos de los cónyuges, las mujeres casadas
no podían ni siquiera comparecer en un juicio si
carecían de la autorización del esposo.

Las leyes establecían el deber del marido de
proteger a la mujer, mientras que ésta estaba obligada a
obedecerlo. Dado que la autoridad estaba concentrada en el
varón, la desobediencia de la mujer o de los hijos era
considerada una justificación suficiente para aplicar la
severidad y, de ser el caso, la violencia física. En este
contexto, se creía que la mujer era la verdadera
responsable de la agresión que sufría, dado que la
violencia no estaba considerada un acto arbitrario sino una
consecuencia del incumplimiento de las obligaciones por parte de
ella. No era posible denunciar al cónyuge ni siquiera por
violación, debido a que se pensaba que la mujer
debía someterse a él en toda
circunstancia.

Inclusive, hasta hace menos de diez años en
varios países estaba legalmente permitido el matrimonio de
una mujer con su violador, puesto que se consideraba que el
perjuicio de haber perdido la virginidad y mantenerse soltera era
una situación más grave que la convivencia
permanente con el agresor. En ese contexto, la libertad y los
derechos fundamentales de la mujer tenían un valor muy
secundario.

Aunque las leyes han cambiado, reflejan que la
mentalidad que hemos descrito aún subsiste. Como rezago de
ésta, algunas autoridades prefieren todavía
considerar que la violencia intrafamiliar es un asunto personal o
privado, en el que una persona ajena no debe intervenir. Sin
embargo, la violencia familiar afecta derechos fundamentales como
la integridad física, la dignidad y la vida, y por lo
tanto es un problema de interés público. Una
autoridad estatal o comunitaria no puede ser indiferente o
encogerse de hombros frente a este problema, ya que se trata de
un asunto de interés público. De lo contrario,
termina volviéndose cómplice de la agresión,
como también lo sería si se abstuviera de
intervenir en una situación violenta en la que no hubiera
un vínculo familiar entre las partes.

Existen otras percepciones frecuentes que atribuyen la
violencia familiar a situaciones como los celos, la
incomprensión, la intromisión de otros parientes o
los problemas económicos. Si bien todos estos hechos son
motivos habituales de discusiones y conflictos familiares, no
puede caerse en el determinismo de sostener que los celos o los
otros conflictos mencionados son las causas directas de
la violencia, eximiendo de toda responsabilidad al agresor. Los
hechos de violencia se producen en un contexto especial y las
mencionadas situaciones pueden ser el detonante, el contexto o el
pretexto pero no son la causa. Es importante evitar un discurso
que basándose en problemas externos justifique o disminuya
la responsabilidad de individuos concretos en casos de violencia
familiar.

Entre los mitos sobre la violencia familiar existe
también cierta justificación cultural pues la
población menos occidentalizada considera que las mujeres
y los niños no sufren por los maltratos dado que
están acostumbrados a ellos. Inclusive se sostiene que las
mujeres, especialmente las indígenas, disfrutan siendo
golpeadas porque las agresiones del hombre demuestran el
interés que éste siente por su pareja. Por ejemplo,
la expresión "más me quieres porque más me
pegas" atribuida a las mujeres andinas es una evidencia de
cómo, en el sentir popular, se justifica la
agresión física. La realidad es que muchas veces la
mujer resiste porque no encuentra otra alternativa. En muchos
casos, es su propio entorno familiar el que la presiona a aceptar
esta situación. Esto no quiere decir que estas
prácticas culturales deban ser respaldadas por el
Estado.

En un aparente esfuerzo por tolerar la diversidad
cultural se ha llegado a señalar que determinadas formas
de maltrato físico podrían ser aceptables si
están extendidas en determinado grupo social,
especialmente en la población indígena. En el
fondo, la consecuencia de esta percepción es que
continúe la violencia y se exima a las mujeres
indígenas de la tutela jurisdiccional. Pretender que la
mujer busca ser golpeada es asumir que no tiene dignidad. De esta
forma, con una argumentación "progresista" se mantiene la
percepción de que las mujeres con determinadas
características étnicas o culturales tienen menos
derechos que las demás.

Finalmente, se afirma que tanto hombres como mujeres
pueden ser víctimas de la violencia familiar y se sostiene
que atribuir características de debilidad a la mujer
constituye un mito. De esta manera se relativiza la
situación de vulnerabilidad en la que están muchas
mujeres por el hecho de ser tales. En realidad, la abrumadora
mayoría de agresiones domésticas se cometen contra
mujeres. Por ello también es válida la
denominación violencia contra la mujer que
señala tanto la legislación de algunos
países como los principales documentos
internacionales.

Muchas personas, especialmente las autoridades, emplean
estas ideas para no asumir su responsabilidad. Tratan de creer
que este tipo de agresiones no constituyen un conflicto muy
grave, que se trata de un asunto privado o que, en todo caso,
probablemente la responsabilidad es de la propia mujer. Todas
estas ideas les permiten tranquilizar sus conciencias pero a
costa de que no se tome en serio este problema y de que la
violencia siga creciendo.

A continuación revisaremos algunos de los
factores que explican la violencia intrafamiliar pero debemos
aclarar que, generalmente, ésta es policausal: en una
misma situación concurren varias de las razones
mencionadas. No puede negarse que también existen
explicaciones personales: el agresor puede tener problemas
psicológicos o ser un criminal. Sin embargo, lo que vamos
a desarrollar a continuación son las explicaciones que se
repiten reiteradamente en la mayoría de los casos que
llegan ante el juez de paz o las autoridades encargadas de
atenderlos, es decir, las causas sociales.

1.2.2 El machismo

Es la causa principal que subyace en las situaciones de
violencia familiar. El machismo es una forma de
socialización y aprendizaje de roles: muchos hombres en
América Latina son educados con la concepción de
que las mujeres son seres inferiores y que en las relaciones
familiares ellas deben subordinarse a sus decisiones. Con
frecuencia los adultos alientan a los niños varones a no
controlar sus impulsos, a mostrarse agresivos y a desarrollar y
emplear su fuerza física. Expresiones como "los hombres no
pueden llorar" refuerzan estas ideas.

Por otro lado, en el proceso de socialización de
las mujeres todavía es habitual que se les enseñe a
ser sumisas y a servir a los demás: primero a sus padres y
hermanos varones, después al esposo y finalmente a los
hijos. Además, se considera que la abnegación es
una virtud femenina: es bien visto que una mujer resista el
sufrimiento y se sacrifique por los demás. En caso de que
la mujer incumpla sus obligaciones, se considera válido
que sea corregida. De esta percepción de los roles en las
relaciones de pareja emana muchas veces la violencia familiar,
que es vista como si se tratara de una corrección para
mantener el principio de autoridad. Si bien esta
socialización es mucho más evidente en los sectores
populares, aun en familias de clase media y alta la
subordinación de la mujer al varón suele ser
valorada.

En muchas regiones todavía subsiste la mentalidad
según la cual mientras el varón debe adquirir una
profesión o conseguir un buen trabajo, el destino de la
mujer consiste en casarse, cuidar el hogar, criar a sus hijos y
mantener el estatus de su esposo. Por lo tanto, no es tan
importante que ella se esfuerce por estudiar y tampoco que sepa
cómo mantenerse. La realidad es que por la violencia
política, la crisis económica y/o la
migración, muchas mujeres se han convertido en jefas de
familia y han tenido que sacar adelante a sus hijos.

El modelo de socialización de muchos niños
varones determina que ellos crezcan viendo a sus hermanas
dedicadas a las tareas domésticas, de las que ellos se
encuentran libres. De esta forma, se termina pensando que la
función de la mujer es atender a los hombres. La mujer
siente que el bienestar del hogar es su responsabilidad y que si
algo falla es por su culpa; por ello asume que la violencia que
sufre se debe a que no cumplió con sus obligaciones. En la
práctica, el machismo implica que el varón
considere que si está en un estado de tensión o de
fastidio, puede desahogarse causando sufrimiento a la mujer
debido a que los sentimientos y la autoestima de ella son menos
importantes.

En las zonas rurales, hasta hace poco tiempo la
mayoría de padres de familia no enviaba a sus hijas a
estudiar o se conformaba con que aprendieran a leer y escribir.
Si bien esta situación está cambiando, en algunos
países se puede encontrar todavía que de cada
cuatro analfabetos, tres son mujeres, y en algunos lugares muy
aislados la gran mayoría de mujeres son analfabetas. En
general, en estos ámbitos sólo unas pocas mujeres
terminan la secundaria y son menos aún las que llegan a la
educación superior.

En los sectores rurales también hay algunos
padres de familia responsables que precisamente por ser
conscientes de que viven en una sociedad machista se preocupan
porque sus hijas tengan una buena educación. Saben que la
gente respeta mucho a las personas educadas y que si sus hijas
aprenden a valerse por sí mismas, vivirán con menos
inseguridad y dependencia.

Sin embargo, ésta no es la regla general. Como
resultado de ello, tenemos que un elemento presente en la
mayoría de hogares en los que hay violencia familiar es la
dependencia económica de la mujer: ella no tiene
una forma propia de sostenerse ni a sí misma ni a sus
hijos y por eso se resigna a soportar agresiones. Naturalmente
que el esposo o conviviente comprende la situación y la
aprovecha para abusar; con el fin de que la mujer se mantenga
sumisa, le reitera que él es quien la mantiene. Estas
mujeres no pueden imaginarse cómo sería su vida sin
su pareja y frente a la incertidumbre, resisten situaciones de
violencia. Algunas optan por aceptar las reglas del agresor,
complaciéndolo en todo lo que esté a su alcance
para no darle motivos de disgusto.

En algunos casos, la dependencia económica es
generada por el esposo: la mujer puede estar preparada para
trabajar pero él, por celos o por orgullo, no se lo
permite.

Existe también la llamada dependencia
afectiva
: algunas mujeres consideran que si se separan del
hombre que las maltrata, no van a ser capaces de establecer una
nueva relación. Este tipo de mujer siente mucho temor a la
soledad e intenta imaginar que el agresor en el fondo la quiere.
Cuando él se arrepiente y le pide perdón, ella cree
que es sincero -habitualmente, él también lo cree-.
Después de una agresión, ella trata de recordar los
momentos en que él le mostró afecto y respeto.
Estas mujeres tienen un problema de autoestima que es producto
del contexto cultural que las desvaloriza.

Muchas mujeres golpeadas terminan creyendo que merecen
los maltratos y llegan a pensar que son inferiores. Al mismo
tiempo, muchos agresores tienen también problemas de
autoestima y sienten gran inseguridad.

Estas concepciones que pueden ser de carácter
social, cultural o psicológico están con frecuencia
en el fondo del problema. Como nos podemos imaginar, las causas
sólo se pueden enfrentar a largo plazo mediante una
educación que se proponga cambiar estos patrones
culturales interiorizados en la mayoría de la
población.

A la autoridad también le corresponde intervenir
en este ámbito mediante una serie de tareas educativas
pero su labor fundamental consiste en evitar que los hechos de
violencia continúen y para esto debe ser consciente de que
hay otros factores que incrementan la posibilidad de que estalle
el conflicto.

1.2.3 El alcoholismo: ¿causa o factor de
riesgo?

En muchos lugares de América Latina el consumo de
licor forma parte de la cultura. Sin embargo, si éste es
excesivo llega a ser dañino para el propio bebedor y para
su familia. Una muestra de ello es que pese a que se sabe que el
alcohol metílico genera daños permanentes al
sistema nervioso, su consumo es habitual en Bolivia y el
Perú. El ingerir licor de manera desordenada incrementa
las posibilidades de morir -y matar- en accidentes de
tránsito.

Un alto porcentaje de casos de violencia familiar se
producen cuando el agresor está en estado de ebriedad.
Aunque tiende a pensarse que el alcoholismo afecta solamente a
los sectores rurales, en realidad está muy extendido en
nuestra sociedad. Con frecuencia lleva a un estado de
irritabilidad o de disminución de las inhibiciones que
desemboca en hechos violentos -dirigidos contra familiares u
otras personas- que el agresor no cometería si estuviera
sobrio, por las inhibiciones mencionadas. Bajo los efectos del
licor se incrementan las posibilidades de cometer
atropellos.

Sin embargo, el alcohol en sí mismo no es la
causa de la violencia. Una persona en estado de ebriedad no
realizará acciones que le disgustan profundamente -por
ejemplo, ingerir una comida que le desagrade-. El rol del alcohol
en la violencia familiar es facilitar que ésta se
desarrolle, eliminando las inhibiciones del agresor y poniendo de
manifiesto la actitud de subordinación y dominación
hacia la pareja. Además, el alcohol incrementa la
frecuencia de los estallidos de violencia y la intensidad de
éstos. Por ello es bastante lógico que la gran
mayoría de denuncias se presenten en los casos en los que
el agresor ha estado ebrio, porque suelen ser los más
graves. Sin embargo, como hemos señalado, no es el
alcohol, en sí mismo, el que origina la
violencia.

El alcoholismo no debe ser considerado un vicio o un
pecado sino más bien una enfermedad que se caracteriza
porque la persona afectada siente que su propio organismo le
reclama que ingiera licor, así como los demás seres
humanos sentimos la necesidad de comer o tomar bebidas no
alcohólicas. A pesar de que el alcohólico asegure
que no va a beber más, es muy probable que continúe
haciéndolo y por tanto causando daños permanentes a
su organismo. Algunos adictos pueden vencer el alcoholismo
mediante la religión pero por lo general lo más
apropiado es un tratamiento médico que está fuera
del alcance de la mayoría de personas, especialmente en
los sectores populares y en el mundo rural.

Si una persona alcohólica agrede con frecuencia a
su familia, es importante comprender que la pareja y los hijos
pueden estar corriendo un serio peligro si continúan
viviendo con ella; esto es algo que a veces a ellos mismos, por
razones afectivas, les cuesta aceptar. También es
necesario recalcar que los hechos de violencia cometidos bajo los
efectos del alcohol son mucho más graves que aquellos
cometidos en una situación normal.

Cuando el hombre es alcohólico, ninguna autoridad
puede imponer a la mujer que permanezca a su lado o regrese a
vivir con él. Si ella desea hacerlo, la autoridad debe
advertirle qué consecuencias puede tener esta
decisión. Hay que tener en cuenta que parte del cuadro
consiste en que el alcohólico no recuerda sus actos de
violencia y manifiesta un arrepentimiento sincero; sin embargo,
este olvido no puede servir de disculpa sino como una muestra de
que no se puede controlar.

1.2.4 Los problemas económicos: otro entorno
de violencia

Hace algunos años, después de que en una
región del Perú se produjera un severo desastre
natural, durante varios meses los casos de violencia familiar se
elevaron exponencialmente. En opinión de quienes
debían atenderlos, esto era una consecuencia de los
problemas económicos generados por el desastre. Los
estudios al respecto indican que el individuo puede sentir rabia
por las dificultades económicas que enfrenta y
culpabilizar a su familia por esta situación. Mediante
este mecanismo psicológico traslada la carga de
responsabilidad a sus familiares y puede llegar a
agredirlos.

Al sostener que los problemas económicos de una
pareja o del jefe de familia generan agresiones no intentamos
justificar estos hechos sino señalar que existen contextos
que favorecen que las relaciones machistas dentro de la familia
se manifiesten con violencia.

A diferencia de otras dificultades que agravan las
tensiones al interior de la familia pero tienen un
carácter más focalizado -como la intromisión
de un pariente o una enfermedad-, las carencias económicas
llevan a que todos los integrantes del grupo familiar se sientan
agobiados por un problema cuya solución no está a
la vista y frente al cual se sienten impotentes. Las tensiones
pueden aparecer de muchas maneras pero generalmente activan las
tendencias machistas. Este contexto también favorece que
el consumo de licor genere violencia.

Debe comprenderse que estas tensiones no se relacionan
automáticamente con la violencia familiar. Muchos hogares
atraviesan problemas económicos muy graves sin caer en
situaciones de maltrato. Los hechos de violencia se producen
cuando, además de las necesidades económicas
apremiantes, existe un componente de machismo que genera que el
varón se sienta especialmente cuestionado en su rol de
proveedor de bienes materiales a la familia y considere
válido descargar sus tensiones en las personas que viven
con él, asumiendo de manera consciente o inconsciente que
sus problemas económicos lo justifican.

Cabe señalar, por último, que ésta
tampoco es una situación que se presente exclusivamente en
los sectores pobres. En otros ámbitos sociales
también ocurren hechos de violencia cuando se produce una
pérdida de estatus o cuando los integrantes de la familia
sienten que súbitamente determinados bienes o servicios a
los que estaban habituados ya no están a su alcance. Sin
embargo, por lo general las mujeres pobres están
más expuestas a padecer la agresión de sus
parejas.

1.2.5 La actitud de las autoridades

Otro importante factor que mantiene irresolutos muchos
casos de violencia familiar es la actitud de las autoridades
hacia este problema. Con frecuencia los policías, los
jueces de paz, los fiscales y las autoridades de la comunidad
tienen sobre la violencia familiar las mismas ideas que hemos
presentado. Por eso las víctimas tienden a pensar que es
inútil presentar una denuncia.

Las mujeres víctimas de la violencia familiar
desconfían de las autoridades porque creen que no
serán bien atendidas o que les echarán la culpa de
lo que pasó. Además, para muchas mujeres
maltratadas es vergonzoso y difícil exponer su
situación ante un hombre, aunque sea policía o
juez.

En los diversos países, las leyes contra la
violencia familiar dedican especial atención al trabajo de
la Policía, pero también es verdad que muchos
miembros de esta institución todavía no conocen
esas normas. Por ejemplo, no debería ser necesario que la
víctima esté impulsando permanentemente la
investigación, pero la Policía muchas veces no
cumple con su responsabilidad de continuar la
investigación de oficio, es decir por su propia
iniciativa. Es indispensable que el trabajo de prevención
de la violencia familiar incluya la tarea de impartir a los
policías información sobre sus
funciones.

Es fundamental que todas las autoridades involucradas
tengan conciencia de que su lentitud o insensibilidad pueden
contribuir a agravar las situaciones de violencia
familiar.

1.3 Expresiones de la violencia
familiar

La violencia familiar se manifiesta de diversas maneras,
que se pueden agrupar de la forma siguiente:

  • Violencia física: todos los hechos
    cometidos de manera intencional que pueden causar efectos
    como muerte, daño o perjuicio
    físico.

  • Violencia psicológica: se refiere a
    las acciones que pueden afectar la salud mental de la
    víctima, sea adulta o menor de edad, alterando su
    equilibrio emocional y generando un efecto destructivo sobre
    su personalidad –depresión, disminución de las
    capacidades para enfrentar situaciones difíciles,
    propensión al suicidio-. La violencia
    psicológica puede manifestarse mediante insultos,
    amenazas, humillaciones, malos tratos o inclusive a
    través del silencio.

  • Violencia sexual: se refiere a todas
    aquellas situaciones en las cuales se coacta la libertad
    sexual de la víctima, sea adulta o menor de edad,
    ocasionando con ello un daño físico y
    psicológico. No se refiere solamente al acto sexual
    sino también a cualquier otro ataque contra la
    libertad sexual, como exhibirse desnudo u obligar a la otra
    persona a desvestirse.

  • Violencia por omisión: son los casos
    en los que la inacción constituye una forma de
    asegurar que la situación de violencia se mantenga. El
    silencio, la indiferencia, el abandono, la negligencia pueden
    constituir formas de agresión aunque no se explicite
    la voluntad de hacer daño al otro.

La violencia por omisión es muy frecuente en
situaciones de maltrato infantil y se caracteriza por el descuido
de los padres con respecto a las necesidades vitales de los
hijos; generalmente el cuidado es deficiente y esto permite que
los niños o adolescentes sean víctimas de
accidentes o enfermedades evitables. Actitudes similares se
pueden producir respecto a los ancianos, los discapacitados y
otras personas en situación de dependencia temporal o
permanente.

1.4 Ciclo de la violencia familiar

Para muchos jueces de paz y autoridades que enfrentan la
problemática de la violencia familiar es sumamente
sorprendente la frecuencia con la que, en determinadas parejas,
las agresiones se repiten. Estas personas se encuentran en el
llamado ciclo de la violencia familiar. Aunque no todos
los casos de violencia son iguales, es posible hallar algunas
constantes y fases que se van reproduciendo.

  • Armonía: la relación fluye en
    términos de amistad y buena
    correspondencia.

  • Aumento de tensión: las tensiones al
    interior de la relación se van acumulando. De esta
    manera, el no saber reconocer, enfrentar ni solucionar
    conflictos y discrepancias en la familia produce crecientes
    hostilidades en las que se manifiestan las actitudes
    machistas del varón que, saliendo del problema
    concreto, descalifica a la mujer.

  • Explosión: ocurren crisis y
    agresiones de todo tipo. En esta etapa puede manifestarse un
    gran nivel de destructividad. La tensión acumulada en
    el momento anterior se descarga en forma incontrolada a
    través de agresiones físicas,
    psicológicas y/o sexuales. Por lo general éste
    es el momento en que se produce la denuncia por violencia
    familiar.

  • Arrepentimiento: el agresor se arrepiente y
    promete no volver a proceder de manera violenta. Puede
    ocurrir que la mujer se sienta culpable creyendo que ella ha
    provocado el maltrato.

  • Reconciliación: en apariencia la
    pareja vuelve a ser feliz. En caso de que la víctima
    haya presentado una denuncia, la retira o señala que
    el problema se ha solucionado. En muchos casos, la
    víctima recuerda las situaciones de armonía y
    reconciliación que experimentó como una manera
    de convencerse de que los problemas se van a solucionar por
    su propio peso.

Un fenómeno que se produce mientras este ciclo se
repite es la asimilación, es decir, el modo en
que el grupo familiar interioriza la situación; cada
miembro de la familia representa y simboliza el hecho violento de
determinada manera. La asimilación es la
repercusión profunda que tienen las agresiones sobre la
autoestima y autovaloración de los individuos.

Normalmente, quienes enfrentan casos de violencia
familiar olvidan este factor. Debido a la internalización
de la violencia, es probable que el problema resurja y se inicie
un nuevo ciclo de agresiones bien sea por venganza -cuando el
causante de los hechos se ha visto avergonzado- o por
rutina.

Conforme avanza el tiempo, el vínculo
patológico se consolida y los ciclos van haciéndose
cada vez más rápidos y más violentos. La
integridad de la víctima se pone en riesgo; la
situación se torna peligrosa y se requiere una
rápida intervención.

En realidad, la mayoría de las víctimas
sólo denuncian la violencia familiar cuando las
circunstancias son insoportables y existe riesgo para la vida de
la mujer y de los hijos. Por eso quien recibe la denuncia debe
tener cuidado en no considerar solamente el hecho aislado sino en
indagar si la mujer ha venido padeciendo una serie de maltratos
durante mucho tiempo. En casos así, el juez debe darse
cuenta de que no se trata solamente de un episodio sino de una
situación permanente.

1.5 Conciliación y violencia
familiar

Uno de los temas polémicos en relación con
la violencia familiar se refiere a la posibilidad de utilizar el
mecanismo de conciliación para afrontarla. Algunas
organizaciones de defensa de los derechos de la mujer cuestionan
que los operadores de las denuncias sobre violencia familiar
promuevan la conciliación como práctica permanente
y en algunos casos obligatorios.

1.5.1 Argumentos en contra de la
conciliación

Entre los argumentos que se mencionan para oponerse a la
conciliación se señalan los siguientes:

Desbalance de poder. No es posible
realizar un procedimiento de conciliación cuando las
partes no se encuentran en situación de igualdad. Al
respecto, es notorio que entre el agresor y la víctima no
existe una relación equilibrada, lo cual implica que no se
puede efectuar un procedimiento justo. La dificultad de la
víctima para expresar sus propias necesidades genera que
la conciliación se realice según le convenga al
propio agresor, que de esta manera puede obtener las condiciones
que le satisfagan.

Debe tenerse en cuenta que la conciliación es un
mecanismo que funciona apropiadamente cuando hay igualdad entre
las partes o cuando las diferencias son mínimas, lo cual
permite que con la intervención del conciliador se puedan
balancear esas disparidades. Sin embargo, en un caso de violencia
familiar la asimetría no sólo es excesiva sino que
los esfuerzos del conciliador por reequilibrar la
situación entre ambas partes son nulos sea porque el
agresor no está dispuesto a ceder o porque, como casi
siempre sucede, la víctima es incapaz de superar su estado
de indefensión.

Cuestión de principios. Este
aspecto es fundamental ya que si se asume que la violencia
familiar afecta una serie de derechos fundamentales,
tendría que reconocerse también que no es posible
negociar en torno a ella.

Este argumento es uno de los ejes más importantes
de las diversas posiciones que cuestionan toda posibilidad de
conciliación cuando se trata de un caso de violencia
familiar. La posibilidad de negociar un acuerdo se compara con
una situación en la cual la víctima de la tortura
se ve obligada a negociar con su propio torturador.

Ciclo de violencia familiar. No
tendría sentido propugnar un acuerdo entre las partes si
éstas se encuentran viviendo un ciclo de violencia. La
conciliación probablemente se produciría en el
contexto de la fase de arrepentimiento pero después la
violencia se volvería a producir.

Inadecuada capacitación de los
conciliadores.
Se señala que el manejo de los
conflictos familiares a través de la conciliación
requiere una capacitación muy seria, especialmente en el
tema de la violencia familiar. Lamentablemente, este aspecto no
recibe la debida atención por parte de las entidades
estatales que se ocupan de los asuntos de familia. Con frecuencia
se ignora que los asuntos de familia requieren un enfoque
sistémico. Esta omisión conduce a que por lo
general los conciliadores terminen forzando a las partes a
aceptar un acuerdo sin proporcionar mecanismos claros tendentes a
que la violencia termine.

Prejuicios de los conciliadores. La
mayoría de los conciliadores comparte las creencias
predominantes en el medio social sobre la violencia familiar;
estos prejuicios surgen durante el procedimiento conciliatorio,
perturbando el desempeño de la autoridad. Por lo
común estas ideas justifican al agresor e impiden que se
proteja a las víctimas.

Por todas estas razones, se señala que la
conciliación no garantiza adecuadamente que la
situación de violencia se interrumpa, lo cual
debería ser el principal objetivo de la
intervención de las autoridades.

1.5.2 Argumentos a favor de la
conciliación

Los principales argumentos de quienes consideran que es
posible conciliar los conflictos familiares en los que se hayan
producido situaciones de violencia son los siguientes:

La conciliación no se aplica en una
situación de violencia. En un episodio aislado sí
podría ser aceptada.
Los casos de violencia
familiar no siempre responden al mismo patrón. El ciclo de
violencia que hemos expuesto no se produce automáticamente
en todos los casos; por ende, es posible conciliar en aquellos en
que la agresión haya surgido de manera aislada y no se
haya afectado la integridad física ni mental de la
víctima.

En este punto sería necesario distinguir entre un
episodio de violencia aislado y una relación de pareja en
la cual la agresión se ha instalado y aflora
periódicamente. En este último caso, la
conciliación no es el mecanismo adecuado.

En las conciliaciones sobre problemas familiares es
frecuente que las partes hagan referencia a episodios de
violencia sin considerar que ésta constituye un problema
en sí mismo. Habría que distinguir los casos en los
cuales la violencia es un hecho aislado de aquellos otros en los
que se ha convertido en una pauta de interacción; en otras
palabras, se trata de diferenciar los casos con
violencia de los casos de violencia.

En los casos con violencia esta
situación aparece como un hecho aislado producto del
desborde de una crisis, lo cual probablemente implica que es
posible ventilar los asuntos de fondo a través de la
conciliación. Naturalmente, nos estamos refiriendo a
episodios en los que no se ha puesto en peligro la vida ni la
integridad de la víctima. Podemos determinar con claridad
que en esta categoría se encuentran las injurias, el
daño a los bienes de la víctima y los casos en los
que se ha producido un enfrentamiento de la pareja y no puede
definirse con certeza quién fue el agredido y quién
el agresor.

En los casos de violencia las agresiones se
repiten y su gravedad se va incrementando, con lo cual aumenta el
riesgo para la víctima. El problema en el que está
inserta la pareja es la violencia en sí misma. En este
tipo de situaciones no es conveniente una conciliación ya
que en la medida en que se trata de un problema crónico,
podemos reconocer, efectivamente, la presencia de un ciclo de
violencia en el que no es posible evitar la desigualdad entre las
partes.

Puede haber conciliadores
especializados.
Frente al argumento de que los
conciliadores no están bien capacitados se puede
señalar que es posible brindarles la formación que
les permita actuar apropiadamente. Esto implica reestructurar los
programas de capacitación de los operadores que
intervienen en este tipo de situaciones, de manera que no
sólo se encuentren preparados para conducir la audiencia
en forma adecuada sino para realizar una evaluación
preliminar del caso y maximizar las condiciones de seguridad de
la víctima así como fomentar que en el proceso de
conciliación exista un equilibrio de poder entre las
partes. La mala preparación de los conciliadores no es un
argumento que cuestione la conciliación en sí
misma.

Se puede contar con equipos
interdisciplinarios.
Al conducir un caso de violencia
familiar a través de la conciliación es posible
lograr que participen diversos profesionales -psicólogos,
asistentes sociales, abogados-, lo que podría permitir un
manejo más apropiado y una visión más
interdisciplinaria de esta clase de situaciones.

Se refleja la voluntad de las partes.
Debe tomarse en cuenta que en muchos casos de violencia familiar
la víctima no busca una separación ni la
sanción para el responsable, sino que éste cambie
de conducta. Espera que la denuncia o el proceso generen en el
agresor una reflexión o que se tomen medidas que lo hagan
desistir de su conducta violenta. Es verdad que en ello
intervienen la dependencia económica y la dependencia
afectiva pero negar a priori la posibilidad de la
conciliación implicaría disuadir a la propia
víctima de continuar el proceso.

La conciliación no es
reconciliación.
En muchos casos, las autoridades
estatales o comunitarias han creído que su rol es
reconciliar a una pareja en conflicto, forzando inclusive a la
víctima a perdonar al agresor. La conciliación
implica buscar que las partes se pongan de acuerdo sobre
determinada materia. Si el conciliador y las partes tienen esto
claro, pueden inclusive establecer la separación de la
pareja, por su propio bienestar físico y emocional. Muchas
críticas hacia la conciliación en violencia
familiar se deben más bien a las reconciliaciones que
algunas autoridades buscan imponer.

Partes: 1, 2, 3
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