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Dos historias de la milicia



  1. El
    salto
  2. La
    sospecha

Son dos historias verídicas de una persona que,
cuando joven, fue cadete del Colegio Militar de la
Nación

El
salto

El cadete del Colegio Militar de la Nación
debía rendir las exigencias para pasar a tercer año
de la carrera militar.

Eran muy duras. Loa exámenes teóricos no
significaban nada para él, pues, modestamente, su
capacidad intelectual le permitía estar tranquilo al
respecto.

Pero las exigencias físicas eran muy
diferentes…los requerimientos a alcanzar eran en verdad un
desafío para él. Porque si bien era cierto que su
capacidad intelectual le permitía una relativa
tranquilidad para el nivel académico, no podía
decir lo mismo de su rendimiento físico.

Él era (y es), por naturaleza, una persona
físicamente endeble.

Aún así, los inmensos esfuerzos por
alcanzar los niveles de exigencias necesarios le hizo aumentar su
capacidad de resistencia física, y su temple
adquirió una firmeza no imaginada por
él.

De a poco fue convirtiéndose en un
"duro".

Él no podía dejar de percibir que algunos
de sus compañeros de carrera eran por naturaleza fuertes y
aguerridos.

Lo llevaban en sus genes.

A ellos no les costaba nada alcanzar los requerimientos
de rendimiento físicos.

Pero también era cierto que esos
compañeros eran unos "maderas" en el aspecto
académico.

A veces él debía socorrerlos en preparar
una materia o estudiar para una prueba. En este punto se
equilibraba la balanza.

Pero así estaban las cosas.

En determinado nivel de su carrera debió pasar
por la prueba del salto en paracaídas.

Siempre pensó que no sería un problema
para él realizar el salto.

Se preparó junto a sus camaradas.

Realizó las prácticas en la escuela de
Infantería en Campo de Mayo.

Se tiró por el bombín del
simulador.

Preparó su equipo.

El día señalado estaba junto a otros
cadetes a las puertas del avión Fiat bimotor de la
Aviación del Ejército.

El salto de bautismo sería en la isla Mazaruca,
en la provincia de Entre Ríos.

Subió a la nave (era la primera vez que volaba de
verdad), se acomodó en el asiento de carga de pasajeros y
esperó.

Sintió rugir los motores y vibrar la
nave.

Un sacudón violento y de repente estaba en el
aire.

Se asomó por la ventanilla redonda del
avión y vio como todo era empequeñecido por la
altura.

Cada vez más pequeño se veía todo.
Cada vez más alto subía el avión.

Respiró hondo. Intentó
relajarse.

Para distraerse se puso a observar a su alrededor con
más detalle.

Las caras de los camaradas eran una mezcla de ansiedad e
impaciencia.

Al lado suyo, como una aparición, estaba sentado
un comando paracaidista instructor.

Era un tipo duro, curtido por cicatrices y muy parco en
sus gestos y palabras.

Estaba todo camuflado con pintura y ramas.

Un loco de la guerra.

El cadete notó que el hombre solo tenía el
paracaídas principal.

El otro, el de emergencia que se llevaba siempre por si
fallaba el principal, brillaba por su ausencia.

Cada loco con su tema, se dijo.

Se puso a mirar por la ventanilla de avión
nuevamente, esta vez se impresionó de veras.

Desde donde estaban volando, el puente de Zárate
Brazo Largo era una astillita en el mapa.

Del bolsillo de su campera de abrigo sacó una
maquina de fotos que había conseguido pasar en forma
clandestina.

Con la mayor discreción tomó unas fotos
desde la ventanilla hacia el puente de Zárate.

Aún hoy día conserva esas
fotos.

Cuando terminó de fotografiar el paisaje
guardó la cámara y se acomodó en su
asiento.

Como el tiempo pasaba y nada fuera de lo normal
ocurría, no tuvo mejor idea que ponerse a conversar con el
comando que estaba a su lado:

_¿Faltará mucho?

_No tanto…

_Que alto que estamos

_…(El comando lo miró con gesto entre
sorprendido y disgustado)

_Dígame…¿Porqué usted no
lleva paracaídas auxiliar?

_¿Para qué?…si te tenés que
morir te vas a morir aunque llevés veinte
paracaídas…

_Claro, pero siempre es un poco más
difícil…

_Pibe…si nos caemos de acá arriba, teta
nos hacemos…

_Seguro.

_Jua jua jua…cagón…¿a que no
te animás a tirarte con un solo
paracaídas?

En ese momento el cadete supo que había cometido
un error al ponerse a conversar con el comando…

_Y…no…la verdad es que no me
animo…

_¿Porqué?, ¿Tenés miedo de
que no se te abra?…Jua jua jua

_No señor…pero es
antirreglamentario.

_Pero acá el reglamento lo administro
yo…que soy el encargado de la
operación…

_No lo sabía señor…

_Ahora lo sabe recluta…le ordeno que se saque el
paracaídas auxiliar…y que dé el ejemplo de
macho y de tener huevos al resto de sus
compañeros…a no ser que tenga
miedo…

Sin palabras…se había terminado de
arrepentir de haberse puesto a conversar con ese
hombre.

El cadete se quedó anonadado…no se
movió.

El comando, ahora en el rol de jefe del cadete,
levantó la voz y le dijo:

_¿Qué espera
reclutón?…¡sáquese el
paracaídas auxiliar ya!

El cadete obedeció al instante pues
percibió que de negarse se ganaría un enemigo
formidable.

Ya sin paracaídas auxiliar, el cadete era ahora
el centro de la atención de todo el plantel que volaba en
la nave.

Sintió los ojos de todos sus compañeros
posarse en él.

_Atender acá todos…(el comando encargado
llamó la atención de todos), ahora vamos a realizar
el salto de bautismo…el cadete que está a mi lado
tomará la iniciativa de arrojarse antes que todos,
él va a saltar primero, porque es muy valiente…tan
valiente es que se tirará con un solo
paracaídas…¿No es verdad
cadete?…

_…………(silencio)

_…¿No es verdad cadete?…

_Sí señor.

_Ahora sí que estamos sonados, pensó el
cadete.

Sus compañeros lo observaban entre divertidos y
temerosos.

No sea cosa que algún otro tuviera que imitarlo y
sacarse el paracaídas auxiliar.

Ninguno hizo comentarios al respecto.

La luz de alerta se encendió.

El cadete, junto al resto de sus compañeros, se
puso de pié y comenzó a revisar su
equipo…todos aprontaban el paracaídas
principal…él también.

Todos revisaban el paracaídas de
emergencia…él no.

En ese momento se dio cuenta de cuál era el
verdadero estado de su condición.

Se percató de lo vulnerable de su
situación.

Si algún paracaídas principal no llegaba a
abrirse, todos tendrían una segunda
oportunidad…pero él no la
tendría.

Al despojarse de su segunda oportunidad de
salvación, el cadete quedó a merced de su destino y
de Dios.

_¡A prepararse!

Todos engancharon el paracaídas principal en el
dispositivo de apertura…él
también…salvo que se tiraría primero que
todos.

Se puso en primera fila y se aprontó para el
salto.

A la orden de ¡Ahora!, los cadetes se aproximaron
a la puerta.

El cadete que iba a ir primero respiró hondo y al
acercarse a la abertura sintió una voz detrás suyo
que le dijo:

_¡Acá va el macho!

Inmediatamente recibió una patada en el culo que
lo envió de un golpe hacia el exterior.

El comando lo había lanzado vertiginosamente
hacia el vacío.

El cadete sintió un vértigo indescriptible
y fue tragado por la nada.

A medida que caía, todo daba vueltas en torno de
él.

No supo cuando ni en que momento su paracaídas se
abrió.

Hubo un tirón fuertísimo y se
estabilizó en la caída.

Flotaba en el cielo del Paraná.

Tuvo tiempo de apreciar el paisaje.

La magnificencia del cielo contrastaba con la
geografía de la tierra.

Hasta donde podía ver, un paisaje de postal se
extendía por abajo.

Otros paracaídas se abrieron en torno de
él.

Varias flores blancas como la suya pendían sobre
el cielo.

Sintió nauseas.

El estómago se le revolvía sin
parar.

No pudo contenerlo más.

El vómito salió despedido como un chorro a
presión por boca y nariz.

Más arcadas y más
mitos.

Un grito se dejó oír en el
aire:

_¡hijo de puta, pará de
lanzar!…

sus compañeros estaban recibiendo el producto de
sus jugos estomacales allá, más debajo de
él.

El cadete estaba descompuesto de veras.

No percibía muy bien lo que le estaba
pasando.

Pasó un tiempo indescriptible y el cadete
sintió roces en su cuerpo.

La somnolencia que lo envolvía se
disipó.

Los roces que sintió eran producto del choque con
las ramas de los árboles más altos de la
isla.

Hubo un tirón.

El movimiento de descenso había
terminado.

Pero el cadete, aunque terminó de descender, no
había tocado el piso.

Estaba pendiendo de un árbol a unos tres metros
de altura.

El paracaídas se había enganchado en la
copa de un Ñandubay gigantesco.

_Menos mal, pensó el cadete, allá abajo el
suelo no se ve muy firme que digamos.

Así era, desde donde él estaba, el terreno
se percibía como un lodazal interminable.

Un pantano.

El cadete pensó, que si no se hubiera enganchado
en el árbol, ahora estaría todo embarrado, mojado y
tal vez hasta ahogado.

Con cuidado procedió a desengancharse del
paracaídas para poder descender.

Su situación era delicada.

Si cometía algún error podía caer
mal y lastimarse, o quedar empantanado.

Aflojó los correajes y se balanceó para
caer lo más cerca posible del tronco del
árbol.

Cuando creyó estar listo se soltó y
cayó limpiamente al lado del árbol.

Cayó de pié y bien parado.

Su equipo estaba completo salvo el paracaídas que
no pudo sacarlo.

Debería informar de ello para luego poder venir a
recuperarlo. Comenzó la marcha hacia el sitio de
reunión.

Debió cuidarse de los lodazales que aparentaban
ser musgo o pastito.

Ya su tío del campo le había prevenido
acerca de que esos musguitos ocultaban traicioneras arenas
movedizas.

Al poco tiempo de andar encontró a sus camaradas
y contó su anécdota.

Pero algún que otro compañero le
reprochó haber recibido durante la caída el
vómito sobre el uniforme.

El comando que le había ordenado tirarse con un
solo paracaídas, lo llamó y delante de todos lo
felicitó por su coraje y sus huevos.

El cadete realmente suspiró aliviado que esta
aventura haya terminado bien.

La
sospecha

Corría el año 1976.

El joven, ingresó como cadete del Colegio Militar
de la Nación y estaba cursando su primer año en la
Compañía de Arsenales de dicha
institución.

Era un bípedo.

Ese primer año fue muy duro para
él.

La disciplina militar no cuadraba todavía bien
con su educación y con sus ideas particulares del mundo y
de la vida.

Él estaba decidido a soportarlo.

Había elegido esa carrera y no era de echarse
atrás ni de arrugar así porque
sí.

Pero eran tiempos difíciles.

En 1976, cundo ocurrieron estos hechos, el cadete
ingresó como aspirante en el Colegio Militar en tiempos de
democracia.

Fue el 8 de marzo de ese año.

Luego, al poco de ingresar, el 24 del mismo mes, se
produjo el golpe de estado y el surgimiento del Proceso de
Reorganización Nacional.

Se inició la etapa más oscura y triste de
la historia argentina.

Los grupos armados Montoneros, ERP, FAR, etc., estaban
en guerra contra el gobierno de Isabel Perón y, luego del
golpe de estado, la guerra continuó contra el gobierno de
Videla.

Ya el poder ejecutivo había ordenado a
través de los mecanismos democráticos la
aniquilación total del aparato subversivo.

Los militares continuaron con esa orden pero ya sin los
debidos frenos y contralores de la legalidad
democrática.

Desaparecía gente, pero eso aún no se
sabía oficialmente.

Al poco tiempo de ingresar a esa institución
militar, el cadete fue vacunado en la enfermería del
Colegio Militar.

Era una vacuna particular que el ejército daba a
sus hombres en esa época.

Se aplicaba en la espalda y brindaba inmunización
contra todas las pestes imaginables.

El cadete, muy blando aún, no lo
soportó.

Inmediatamente después de serle colocada la
vacuna en el despacho de sanidad, cayó en cama con fiebres
altísimas.

Fue internado en la enfermería del Colegio
Militar con pronóstico reservado. Tan fuerte le
había pegado la vacuna.

No solo a él, sino a un grupo numeroso de otros
cadetes que, como él, estaban estudiando en esa
institución.

El hecho es, que se pasó unos días de
reposo en la enfermería del Colegio Militar de la
Nación junto a otros camaradas.

Lo atendían bien.

A horas estipuladas por el médico de la
enfermería, pasaba el enfermero (un soldado que
cumplía esa función) y le administraban los
medicamentos y controles pertinentes.

Le traían los alimentos a la cama y controlaban
su salud en una planilla, con celo profesional.

Pero estar internado no significaba
descansar.

Debían despertarse a la hora de Diana como todo
el mundo, estudiar, hacer las tareas académicas, realizar
la actividad que el médico ordenaba.

Por lo que no era realmente un descanso.

Aún así, se estaba mejor que haciendo
instrucción.

En esas tareas en la enfermería estaba el cadete,
cuando un día el dispensario amaneció
convulsionado.

Los oficiales iban y venían, los soldados de
guardia montaban operativos de seguridad.

El propio Director del Colegio Militar se
apersonó en el lugar.

Nadie explicaba nada.

Los internados tampoco entendían nada de lo que
estaba pasando.

Hasta que el cadete sintió ganas de orinar y fue
al baño.

No pudo acercarse.

En la puerta del baño estaban apostados dos
guardias de las SS del Ejército Argentino que le
impidieron ingresar.

Lo derivaron a un baño de servicio que estaba en
la otra punta del edificio.

No le dieron explicaciones.

No lo dejaron ver el interior.

Algo realmente grave estaba ocurriendo.

Después de hacer pis, el cadete se dispuso a
emplear su tiempo en estudiar algunos temas de la materia Armas y
Materiales, que debía rendir ese mes.

Cuando estaba leyendo su carpeta aparecieron algunos
guardias de seguridad junto a los SS y personal de Inteligencia
del Ejército.

Sin decir agua va, comenzaron a requisar y revisar todas
las pertenencias particulares y privadas de los cadetes
allí internados.

Era la primera vez que el cadete sentía miedo en
ese lugar, pues mientras el personal de inteligencia le revisaba
sus pertenencias, los SS les apuntaban con sus
fusiles.

Hasta las cartas enviadas por la familia y las fotos le
revisaban.

Esto ocurrió con todos los cadetes internados, no
solo con él.

Finalmente, los oficiales le pidieron que les entregue
su carpeta de estudios.

No los apuntes de fotocopias, sino sus notas
manuscritas.

_Necesitamos llevarnos sus apuntes, luego se los
devolveremos.

_Señor, tengo que rendir un examen, por eso los
tengo conmigo.

_No se preocupe, se los devolveremos pronto, puede
conservar los libros y las fotocopias para estudiar.

El cadete sintió que era impensable negarse,
así que puso en manos del oficial de guardia su carpeta de
estudios, notas, apuntes y demás material manuscrito que
tenía en su poder.

Luego de retirar sus notas y las de todos los cadetes
presentes, el grupo de oficiales y las SS se retiraron del lugar
dejando una fuerte custodia en el mismo.

Un silencio de pesadez invadió todo el
recinto.

Los cadetes parecían no estar internados sino ya
prisioneros a la espera de algún fallo o evento
extraordinario.

A la mañana siguiente cambió la guardia y
con ella los centinelas de custodia.

En ese cambio de guardia apareció un amigo de
cadete, quién, en la primera oportunidad, lo fue a
visitar.

Se saludaron con gran alegría, pero el que estaba
de guardia notó la preocupación en el rostro del
amigo internado, quién a esta altura, ya tenía
asumido su cautiverio.

_¿Qué está pasando?…tengo
miedo.

_Ahora no te puedo explicar, pero esta noche, si puedo,
voy a mostrarte algo que te va a dejar helado….cuidado, no
menciones que estuvimos hablando porque tenemos prohibido
conversar con los internados….ya te vas a dar cuenta
porqué, después vengo.

El amigo se retiró visiblemente
nervioso.

Las palabras que utilizó preocuparon más
aún al internado, pero supo esperar hasta la
noche.

Después de la cena, hubo un momento de relax, se
podía ir a mirar televisión a la sala de estar,
pero al toque de silencio, todos se fueron a acostar.

El cadete fue al baño de servicio del fondo a
hacer sus necesidades y cuando salió, su amigo lo estaba
esperando.

_Vení, seguíme.

En medio de la difusa luz azul de sueño, los
amigos se dirigieron al baño prohibido.

En un susurro apenas audible para el cadete, el amigo le
dijo:

_Ojo, después de que veas esto te vas a dar
cuenta el porqué de tanta persecuta. Lo único que
te pido es que jamás menciones que lo viste, sino ya
sabés lo que puede pasarme.

El cadete asintió y acto seguido ingresó
al baño.

No estuvo mucho tiempo, lo suficiente para percatarse el
porqué de tanto despliegue de seguridad.

En la puerta del baño alguien había
pintado unos graffitis.

Pero no esos que suelen verse en los
baños.

Con un fibrón rojo, una estrella de cinco puntas
presidía la siguiente leyenda:

Monografias.com

El cadete estaba petrificado.

En el corazón del emblemático Colegio
Militar de la Nación, orgullo del Ejército
Argentino, alguien había escrito provocadoras leyendas
subversivas.

_Ahora…¿Te das cuenta el porqué de
tanta seguridad?…¿entendés porqué se
llevaron los manuscritos?…están
analizándolos expertos grafólogos para determinar
quién es el autor…

Sentimientos ambiguos asaltaron al cadete. Sintió
tranquilidad porque él no había sido el autor de
esos escritos.

Sintió miedo y pena por aquella persona
irresponsable que hizo aquello.

Y por lo que le sobrevendría.

Y sintió furia e indignación hacia el
autor cobarde que no dio la cara. Y porque él, un cadete
honesto, hijo de trabajadores decentes, había sido
sospechado de ser un ideólogo subversivo.

No solo él, sino todos los internados en la
enfermería.

Pero a él lo preocupaba su situación, no
la de los demás, en donde tal vez se hallaba el
responsable de todo lo que había pasado.

Agradeció al amigo el gesto y le dio su palabra
de que no revelaría el hecho de que había visto
aquello.

Luego se retiró a descansar.

Durmió muy tranquilo.

Al otro día, el mismo oficial que los
había retirado, vino a su cama y le restituyó sus
apuntes manuscritos.

No dio explicaciones ni el cadete tampoco las
pidió.

Tal vez el hecho de saber la causa del zafarrancho y de
que él no era el responsable lo hizo sentirse tranquilo y
pudo estudiar todos los apuntes de la materia que debía
rendir.

La tensión disminuyó gradualmente al punto
de que al tercer día la guardia apostada en el interior de
la enfermería fue levantada.

Tampoco hubo explicaciones.

Solo se retiraron.

La puerta escrita, sencillamente fue retirada del lugar
y cambiada por otra.

La fiebre continuaba evolucionando favorablemente y uno
a uno los cadetes iban siendo dados de alta.

La última noche que estuvo internado, antes de
serle dado el alta, el cadete se despertó
sobresaltado.

Un temblor intensísimo sacudió el
edificio.

Un estruendo inimaginable se hizo sentir en todo el
Colegio Militar de la Nación.

Una explosión.

Las alarmas y sirenas del cuartel sonaban sin
cesar.

Los vehículos de la guardia de prevención
pasaban por las calles interiores a gran velocidad.

Los hombres eran levantados a los apurones a aprestarse
como para un combate.

No tuvo más noticias ni información en ese
momento.

Volvió a dormirse. Lo que estaba ocurriendo
estaba más allá de él.

Al otro día le dieron el alta de la
enfermería y fue a cumplir con sus actividades
normalmente.

Lo primero que hizo fue preguntar sobre los
acontecimientos de la noche anterior. Le contaron que a la
madrugada de ese mismo día, uno de los polvorines del
Colegio Militar explotó.

No se sabía bien porqué, pero
ocurrió, y dos suboficiales encargados del mismo
habían muerto en el suceso.

Oyó que algunas bombas y explosivos salieron
disparados del cuartel por la fuerza de la detonación y
terminaron estallando en las zonas vecinas donde dos
niños, hijos de las familias vecinas del lugar,
habían perdido la vida.

Varias casas de las inmediaciones fueron afectadas por
el hecho.

La explosión alertó a la guardia de
prevención que, inmediatamente, realizó un
despliegue de fuerzas.

Eso fue lo que el cadete había visto desde la
ventana de la enfermería.

Ese día transcurrió sin contratiempos en
toda actividad de la institución.

Si bien la voladura del polvorín fue un hecho
dramático, esos eventos no son impensables en una unidad
del ejército.

La cuestión es que fue tomado como un hecho
desgraciado que pudo tratarse tan solo de un
accidente.

Llegó la noche y al toque de silencio, los
hombres se dispusieron a descansar hasta el otro
día.

A la mañana siguiente, después del
desayuno, el cadete fue a su curso a realizar sus estudios
correspondientes, se abrieron las aulas y comenzó la
jornada.

En el primer recreo los cadetes aprovechaban para ir a
la cantina a tomar un refrigerio, ir al baño o simplemente
charlar con sus camaradas.

El cadete se dirigió al baño del recinto
de aulas, cuando ingresó en él, otros cadetes ya
estaban allí, todos con la misma
excitación.

Todos se encontraban absortos contemplando las paredes
del baño.

El cadete sintió un repentino pánico al
observar lo que allí había ocurrido.

Recuerda a la perfección, que todos los cadetes
presentes estaban asustados y temerosos.

En las paredes del baño del edificio
académico del Colegio Militar de la Nación,
alguien, tal vez el mismo que lo hizo en la enfermería,
había escrito la siguiente leyenda:

Monografias.com

No había comentarios…

No existían palabras…

El cadete percibió en sus camaradas toda la
incertidumbre y el miedo que él tuviera en su primera
experiencia en la enfermería.

Pero se apresuró a retirarse del
lugar.

No era cosa de que los oficiales lo encontraran
allí y lo relacionaran por segunda vez con el
hecho.

La primera había zafado, pero la
segunda…

Obviamente enseguida fueron informados de la
situación las autoridades pertinentes.

Otro gran operativo de seguridad fue implementado en el
Colegio Militar y ese fin de semana los cadetes no tuvieron su
franco acostumbrado.

Los rumores corrían.

Se decía que no se sabía nada de los
autores.

Se decía que ya los tenían
identificados.

Se decía que era todo una maniobra de
distracción para poner a prueba a los cadetes y personal
de la institución.

Se decían muchas cosas.

Una mañana, después de desayunar, los
cadetes no asistieron inmediatamente a clase, sino que fueron
convocados en formación al patio de armas del
instituto.

Allí un oficial de alta graduación
explicó que, en los últimos días,
habían ocurrido eventos atípicos y desgraciados que
produjeron la inseguridad en el Colegio Militar y la muerte de
dos subficiales en la explosión del polvorín, que
dejó huérfanos a dos niños pequeños,
hijos de los suboficiales.

También resaltó el hecho de que familias
argentinas vecinas a la institución, estaban llorando la
muerte de niños pequeños por la voladura de las
municiones que cayeron y detonaron en las inmediaciones del
Colegio Militar.

Pero, aclaró ese oficial, que los autores ya
habían sido detectados, detenidos y
"neutralizados".

Nunca se mencionó quienes podrían haber
sido.

Pero los rumores corrieron por algún tiempo en el
Colegio Militar de la Nación y a la larga todo se
sabe.

El cadete se enteró, por comentarios y corrillos,
que dos soldados que cumplían el Servicio Militar
Obligatorio en el instituto fueron los autores del
hecho.

Uno de ellos era estudiante universitario y estaba
destinado a la enfermería, tal vez fuese el enfermero que
atendió al cadete cuando éste estaba
internado.

Pero él no se acordaba exactamente de esa
persona.

Del otro no tuvo mayor información, salvo que
cumplía tareas en el área de logística del
Colegio Militar y tal vez por ello habría tenido acceso al
polvorín que luego explotó.

El año continuó sin contratiempos y el
cadete promocionó al curso siguiente.

Por eventos varios de la vida, el cadete no
terminó su carrera en el Colegio Militar de la
Nación, eso no quita que en su momento haya puesto todo de
él por creer que ese era su futuro.

Eso es otra historia.

Hoy en día, después de casi cuatro
décadas del suceso, el ex cadete recuerda que, con
posterioridad al juicio a las juntas militares, el entonces
Director de Colegio Militar, General Reynaldo Benito Bignone, fue
enjuiciado por la desaparición de esos dos soldados que,
ahora se sabe, sus apellidos eran Steimberg y
García.

También vio en la plaza de Morón, en una
placa de homenaje a los desaparecidos, el nombre de esos dos
soldados.

Pero no vio el nombre de los dos suboficiales que
murieron en la explosión. Ni el de los niños
vecinos que volaron cuando explotó el
polvorín.

Los de Derechos Humanos no dicen nada acerca de la
muerte de los dos suboficiales en el polvorín, ni de los
chicos vecinos muertos por el atentado ni de las casas
destruidas, ni de las viudas y huérfanos que quedaron
llorando a sus seres queridos, ni del acto de provocación
que resultaron esas leyendas escritas en las paredes del Colegio
militar, ni del hecho de que la Nación les brindó a
esos soldados la oportunidad de servir a la Patria en su
ejército, al que éstos soldados atacaron, siendo
que en ese ataque destruyeron las armas y polvorines de la Patria
y realizaron actos de sabotaje dignos de un enemigo
declarado.

Ni los ingleses en la guerra de Malvinas habían
volado un polvorín en el continente.

Pero ellos, dos soldados argentinos,
sí.

También siente, al recordar lo sucedido, una
suerte de mezcla de indignación, ofensa y
bronca.

Nunca se olvidó que en un momento dado, él
fue sospechado de ser el autor de esas inscripciones
cobardes.

Justo él, un hijo de laburantes
honestos.

Tal vez no haya sido lo correcto que esos soldados
desaparecieran.

Eso fue un acto tan criminal como los que esos soldados
hicieron.

Pero también es cierto que tampoco hay que
provocar.

Esta historia es verídica.

Al autor le consta.

 

 

Autor:

Eugenio Martín
Ganduglia

 

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