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Las expresiones líricas en Cuba y su contribución a la identidad cultural



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Las
    expresiones líricas en Cuba y su aporte a la identidad
    cultural en el siglo XIX
  3. El
    Romanticismo y su incidencia en Cuba en el siglo
    XIX
  4. El
    Criollismo y el Siboneyismo
  5. El
    desarrollo artístico y literario en Bayamo desde 1840
    al 1878
  6. Conclusión
  7. Bibliografía

Introducción

La historiografía cubana solo conoce de un
intento de aprehender las tendencias fundamentales de la
sensibilidad nacional a través de la poesía. Su
validación y crítica permitirá emprender la
tarea que se ha trazado llevar a cabo.

El propio José Martí, uno de los
estudiosos que ha deslindado con mayor nitidez la función
y el contenido poético como: (…) "La emoción
en poesía es lo primero, como señal de la
pasión que la mueve, y no ha de ser caldeada o de
recuerdo, sino sacudimiento del instante; y brisa y terremoto de
las entrañas. Lo que se deja para después es
perdido en poesía, puesto que en lo poético no es
el entendimiento lo principal, ni la memoria, sino cierto estado
de espíritu confuso y tempestuoso, en que la mente
funciona como mero auxiliar, poniendo y quitando, hasta que quepa
en música, lo que viene fuera de ella." (…)
[1]

A través de las expresiones líricas se
pueden expresar los sentimientos del pueblo, pero no descifrar
ontológicamente el devenir histórico. El poeta
significa los sentimientos nacionales en virtud de su
identificación con la sensibilidad colectiva.

Se ha determinado que conceptualmente poesía no
es más que: expresión y exposición
artística de la belleza por medio de la palabra sujeta a
la medida y cadencia, el arte de componer obras en verso, el arte
de hacer versos, género de producciones del entendimiento,
cuyo fin es expresar lo bello por medio del lenguaje, obras en
verso y un cierto encanto indefinible que halaga y suspende el
ánimo.[2]

Entre tantos conceptos al respecto, el autor determina
que las expresiones líricas y románticas se
definen como las obras o composiciones en versos producto del
entendimiento humano, cuyo fin inmediato es expresar los
sentimientos del autor, lo bello por medio del lenguaje y se
proponen suscitar en el oyente o lector sentimientos
análogos, caracterizados por el culto a la libertad tanto
político como artística, donde el subjetivismo y la
exaltación del yo constituyen rasgos predominantes de la
expresión
romántica[3]

El poeta santiaguero José Manuel Poveda expreso
toda una teoría acerca de la creación
poética (…)"Una estrofa señala un momento
psíquico en el tiempo; todas las estrofas de una
época son todos sus estados del alma; encierran, integro,
el caudal de sus emociones. Tales emociones estéticas
fueron apreciadas en la obra que las transustanciara, como una
revelación. Si su principio vital es la suma de verdad y
de belleza que la constituye, sus fuerzas para producir la
exaltación, el entusiasmo, objeto inmediato del arte, no
consiste sino en la sorpresa de la revelación que
contiene. Postulados morales, religiosos o estéticos,
conflictos psicológicos y sentimentales, abstracciones en
los más altos planos psicológicos, choques
sensoriales en los inferiores, que son las fuentes
vírgenes que renovadas producen una nueva poesía."
(…)[4]

Las expresiones
líricas en
Cuba y su aporte a la identidad cultural en el
siglo XIX

Aunque muchos pretenden afirmar la existencia de una
lírica precolombina, los orígenes de la
poesía en Cuba es preciso situarlos hacia principios del
siglo XVII, en que si aceptamos su autenticidad fue compuesto el
poema épico Espejo de Paciencia (1608), del escritor
canario radicado en Cuba, Silvestre de Balboa Troya y Quesada.
Ningún testimonio de la poesía primitiva de la Isla
nos ha quedado y solo se puede conjeturar que esta debió
haber sido similar a la de los areítos de los indios de la
española, sin influencia alguna en el desarrollo de la
lírica en los países antillanos de habla
hispana.

Para nadie es oculto que de especial interés para
el estudioso de los orígenes de nuestra poesía lo
es la presencia de los seis sonetos laudatorios que sirven de
pórtico al poema de Balboa; pues denotan la existencia en
el país, en época tan temprana, de una vida
literaria insospechable en las condiciones de desarrollo social
imperante en la Isla.

Los sonetos, el poema de Balboa y el motete
supuestamente cantado en 1604 en la Iglesia de Bayamo (primera
manifestación poética escrita en Cuba) fueron
incluidas por el Obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz
en su (Historia de la Isla y Catedral de Cuba) y copiados con
posterioridad por el novelista e historiador José Antonio
Hechevarría en 1837, gracias al cual nos ha sido dado
conocer el poema.

Más de siglo y medio median entre el Espejo de
Paciencia y la aparición de las primeras voces verdaderas
de la lírica cubana. Las expresiones poéticas
escritas a lo largo del siglo XVIII que nos han llegado
provenientes de versificadores como Juan Miguel Castro Palomino,
Jose Rodríguez Ucres, Félix Veranes, José
Suri y Águila, Mariano José de Albo y Monteagudo,
Lorenzo Martínez y de Avilera y José del Socorro
Rodríguez entre otros, son de escaso valor
artístico y de relativa importancia
histórica.[5]

A fines del siglo XVIII; la Isla entra en un
período de ingentes transformaciones económicas y
sociales que van a influir poderosamente sobre el desarrollo
cultural del país, hasta entonces prácticamente
nulo. En 1790, por iniciativa del nuevo capitán general de
la Isla, Don Luis de las Casas, comienza a publicarse "El Papel
Periódico de la Habana"; en 1793 es fundada la Sociedad
Económica de Amigos del País, que tan importante
papel desempeño en el desarrollo de nuestra cultura en el
siglo XIX. En este ambiente se propició la
producción de sus obras los tres primeros poetas de
verdadera importancia entre nosotros. Son ellos Manuel de
Zequeira, Manuel Justo Rubalcaba y Manuel María
Pérez y Ramírez, los tres Manueles de nuestra
Lírica.

Manuel María Pérez y Ramírez, cuya
producción poética prácticamente se ha
perdido, ha quedado en la poesía cubana por su soneto "El
Amigo Reconciliado". Zequeira y Rubalcaba, pese al retoricismo
que lastra la mayor parte de su producción poética,
ocupan un sitial destacado dentro de la lírica
isleña por ser los primeros que logran plasmar
poéticamente con acierto un incipiente sentimiento de
cubanía, expresado en el orgullo con que celebran la
naturaleza cubana, en especial su flora. "La Oda a la
Piña" de Zequeira y la "Silva Cubana", donde el poeta hace
salir airosas a las frutas cubanas en su confrontación con
las europeas, atribuidas a Rubalcaba, son las dos composiciones
más importantes del período
neoclásico.[6]

Fuera de los tres manueles, la figura más
representativa del neoclasicismo entre nosotros es la de Ignacio
Valdés Machuca, quien en 1819 publicó el primer
tomo de poesía impreso en Cuba: "Ocios Poéticos",
adquiere el seudónimo de "Desval"; su poesía
artificiosa y carente de emotividad, poco o nada puede emocionar
al lector contemporáneo.

José María Heredia no solo será la
primera figura de gran importancia en la lírica cubana,
sino además una de las más destacadas del
romanticismo de lengua hispana, que inicia con él su
expresión poética. Con él nace la
poesía civil en Cuba, que será una de las
directrices más importantes de la lírica cubana en
el siglo XIX hasta terminar en la obra poética impar de
José Martí por encarnar los anhelos de libertad de
todo un pueblo trascendieron las propias limitaciones
políticas de Heredia e hicieron alcanzar a su figura
categoría de símbolo patriótico para los
cubanos del siglo XIX.

En el proceso evolutivo de la lírica del
romanticismo en Cuba es posible distinguir dos momentos. Uno
inicial que marca el comienzo y el auge del movimiento, cuyos
representantes más destacados resultan Heredia,
Plácido (seudónimo de Gabriel de la
Concepción Valdés). José Jacinto
Milanés y Gertrudis Gómez de Avellaneda, y un
segundo momento en que Rafael María de Mendive,
Joaquín Lorenzo Luaces, Juan Clemente Zenea y Luisa
Pérez de Zambrana representan, a la vez, la plenitud del
movimiento y una apertura hacia nuevos derroteros poéticos
más avanzados.[7]

Gabriel de la Concepción Valdés es, pese a
las numerosas influencias neoclásicas en su obra, un
verdadero temperamento romántico. Su defectuosa
formación cultural debido a dificultades económicas
imposibilitaron que diera lugar a producciones de alto valor
literario; no obstante fue el autor de un romance
antológico dentro del romanticismo de habla hispana:
"Jicotencalt", todo esto, junto a alguno que otro soneto es lo
que realmente perdura, pero bastan para que Plácido
llegara a ocupar un sitial de primer orden entre los poetas
románticos cubanos.

Al igual que Plácido, José Jacinto
Milanés, debido a su imposibilidad económica
resulta igualmente autodidacta y aunque injustamente ha sido
subvalorada la importancia de su obra durante años, la
figura de Milanés ha ido ganando el interés de los
críticos, que en los últimos años han vuelto
sus ojos al estudio directo de su obra sin dejarse influir por
juicios propios de la sociedad decimonónica. Lo cierto es
que, en la actualidad, si bien no puede rechazarse el
calificativo de "desigual" aplicado a su poesía, no
podemos dejar de destacar que dentro de nuestro romanticismo
aportó notas bien personales a la lírica
cubana.[8]

Este es uno de los poetas que en sus mejores momentos
estuvo más cercano a la sensibilidad contemporánea
de todos los románticos de la primera generación y
catalogado el autor de los más bellos poemas cubanos del
siglo XIX.

Gertrudis Gómez de Avellaneda sirve de puente
entre la primera y la segunda generación de
románticos, especialmente en lo tocante al cuidado de la
forma, que hizo de ella un verdadero orfebre del verso. Con todo
pese a ser mujer, la ausencia de ternura en su poesía
contrasta con la casi femenina sensibilidad de un Milanés;
el grueso de su poesía se resiente de una gelidez y falta
de espontaneidad no conocidas por Plácido. No tuvo tampoco
la elevada inspiración de Heredia, ni su sentido de
identificación con la naturaleza. Vista desde nuestra
altura, su producción poética rara vez logra
emocionarnos y nos parece incuestionable que sus méritos
son mayores como dramaturga, novelista o corresponsal. Más
con todo, sería injusto al establecer una
valoración dejáramos de considerar el contexto
histórico-literario en que se movió y el peso
considerable de la influencia en él de esta fascinante
personalidad de las letras.

Paralelamente a la obra de estos primeros poetas
románticos, una serie de líricos menores dejan en
sus obras el testimonio de que una poesía nacional va
afirmando cada vez más su personalidad. Francisco
Iturrondo, autor de la importante silva "Rasgos descriptivos de
la naturaleza cubana" (1831); profundiza la directriz del
conocimiento insular a través de la plasmación
poética de su naturaleza, iniciada por Zequeira y
Rubalcaba.[9]

En la misma dirección de Iturrondo, aparece
Francisco Poveda y Armenteros quien logra verdadera intensidad
poética cuando describe en forma inusitada en la
lírica cubana, los árboles nativos. Fue el primero
en tomar al campesino como tema poético, con lo que
inaugura una corriente nativista que tendrá en el
Cucalambé su más alto representante.

En estas circunstancias históricas en que
comienza a cristalizar el sentimiento de nacionalidad, Domingo
del Monte, una de las personalidades más influyentes de la
época, quien escribe con propósito popularista sus
romances cubanos. Del Monte a diferencia de poveda y Armenteros,
poseía a pesar de su deficiente formación cultural,
una innegable sensibilidad poética.

Esta indagación en temas vernáculos va a
cristalizar poéticamente en dos directrices fundamentales:
el criollismo y siboneyismo. Criollistas se muestran Ramón
Vélez Herrera, Ramón de Palma, Miguel Teurbe
Tolón y en algunas zonas de su poesía, poetas
importantes como Plácido, Milanés, Luaces y la
propia cabeza del movimiento siboneyista, José Fornaris.
El siboneyismo encuentra precedente en el neoclásico
Deval, pero como movimiento no alcanza verdadera coherencia hasta
1855 con los "Cantos del Siboney", de Fornaris, libro que
conoció ediciones y popularidad sin precedentes en nuestra
poesía. La Piragua, revista fundada y dirigida por
Fornaris y luaces, devino en órgano de expresión
del movimiento.[10]

Pese a la superficialidad de las composiciones y a la
carencia de sustentación histórica del movimiento,
éste no deja de tener interés como forma encontrada
por los poetas para expresar su repulsa al régimen
español y afirmar la nacionalidad cubana veladamente a
través de la poesía, de donde resulta, entre otras
razones, la inmensa popularidad que gozó en su
momento.

Un caso excepcional en la lírica cubana resulta
el de Juan Francisco Manzano, el poeta esclavo autor de unos
apuntes autobiográficos que constituyen uno de los
documentos más estremecedores contra la esclavitud
escritos en el siglo XIX.

Hacia mediados de siglo se torna ostensible que el
énfasis en lo declamatorio, el efectismo y la
sensiblería a que se entregaron numerosos poetas
románticos, conducían a la poesía cubana a
un peligroso estancamiento, muchos versificadores provocaron con
sus excesos e incorrecciones una saludable salida al paso,
conocida en la lírica como la reacción del buen
gusto, por parte de los poetas que van a formar el núcleo
de avanzada de la segunda generación romántica:
Mendive, Luaces, Zenea, Luisa Pérez de Zambrana. La
personalidad rectora de esta reacción fue Rafael
María de Mendive, quien a través de las
orientaciones en las tertulias de su casa, revistas que
dirigió y su obra lírica, la cual influyó
poderosamente sobre el movimiento poético de su
época.[11]

Joaquín Lorenzo Luaces es uno de los más
interesantes poetas de su generación. Su inquietud como
creador lo hizo incursionar en las más disímiles
temáticas, cultivó la poesía
filosófica, la moral y la criollista, se unió a
Fornaris en la aventura siboneyista e hizo aproximaciones a la
poesía proletaria.

Sensibilidad poética excepcional poseyó
Juan Clemente Zenea, el más notable de los poetas de la
segunda generación romántica y uno de los
líricos cubanos más destacados. En sus versos se
nota la benéfica influencia de Musset y otros autores
franceses; ninguno de los románticos lo supera en
intensidad poética. Salvo por la de Bécquer, su
poesía amorosa no se ve superada en la lírica
romántica de habla hispana.

Luisa Pérez de Zambrana, la de mayor longevidad
literaria con 66 años de producción poética,
en las que con su trágico destino personal hizo
evolucionar aquella poesía inicial de rara sencillez y
ternura hasta hacerla alcanzar los más sobrecogedores
acentos elegíacos de la literatura cubana. José
Martí vio en ella la más alta poetisa de la
América de su tiempo.

La nota patriótica no dejó de estar
presente en la producción de los poetas románticos.
En 1858, un grupo de autores publicó en los Estados Unidos
un volumen en el que recogieron diversas composiciones bajo el
título de "El Laúd del Desterrado" expresando las
ansias de libertad del pueblo cubano. Año más tarde
prologó Martí un breve volumen, "Los Poetas de la
Guerra" (1893), formado con composiciones escritas durante la
Guerra de los Diez Años por un grupo de poetas menores,
entre los que sobresalía José Joaquín Palma,
poeta zorrilezco apegado extemporáneamente a los moldes
románticos, que después de la guerra del 68
residió la mayor parte de su vida en Centro
América.

Tras la Guerra de los Diez Años y hasta la
aparición del modernismo en Cuba con Martí y Casal,
se abre un período de trancisión en el que no
descuellan figuras poéticas de primera magnitud. En 1879
aparece "Arpas Amigas", selección de poemas de diversos
autores incluyendo a poetas de la generación anterior,
antalogados por Martí en "Los Poetas de la
Guerra".

Cabe a Cuba el orgullo de haber aportado al movimiento
modernista, dos de sus figuras más preclaras José
Martí y Julián del Casal. Hoy se encuentra ya fuera
de toda duda que el iniciador del movimiento, tanto en prosa como
en verso lo fue José Martí, quien inaugura los
nuevos modos de expresión en la lírica de habla
hispana con Ismaelillo en 1882.[12]

En Martí se puso fin a la poesía
patriótica iniciada por Heredia. Su genio poético
extraordinario plasmó en sus Versos Libres una
poesía totalmente inusitada para su época y cuya
vigencia perdura hasta nuestros días. Su
identificación absoluta con el pueblo, lo hizo crear,
haciendo suyo el puro caudal de la poesía popular
española, sus "Versos Sencillos" (1891), el punto
más alto de la poesía popularista en la
lírica hispana del siglo XIX. Hoy su obra trasciende en el
estudio de todos los hispanistas del orbe como ninguna
otra.

En Julián del Casal se encuentra el arquetipo del
creador que encuentra en el arte el modo de evadirse del medio
social que lo enajena, le preside en su vida y obra el pesimismo
y la melancolía. Gran amante de la belleza baudeleriana,
abrevó en las fuentes de simbolistas y parnasianos,
dejó una obra de renombre continental.

A partir de aquí se comienza a estudiar en Cuba
la aparición del movimiento modernista y que no se hace
alusión en la investigación, debido a que no forma
parte del objeto de estudio, al menos en el análisis del
contenido poético y cultural, lo que sí, se debe
destacar que en los veinte años que median entre la muerte
de Casal y la aparición de "Arabescos mentales" (1913), de
Regino E. Boti, la poesía cubana, pese a ser éste
el momento de esplendor del modernismo, va sumiéndose
gradualmente en una honda crisis. El modernismo en Cuba se ensaya
tan tímido y mediocremente con relación a otras
literaturas de hispanoamérica, que llegó a ser
cuestionada su verdadera existencia.

El Romanticismo y
su incidencia en Cuba en el siglo XIX

El Romanticismo surge en Alemania a fines del siglo
XVIII. Alemania, fue, pues, el centro irradiador de romanticismo.
Desde allí se difundió a Francia e Italia. En el
primero de estos países alcanzó gran desarrollo y
se convirtió a su vez en un extraordinario movimiento de
influencia universal.

En América, como es lógico suponer, el
fenómeno se presenta aún más
tardíamente. No es extraño, que en los primeros
románticos se haga difícil separar los elementos
neoclásicos de los elementos propios de la naciente
escuela. Además el surgimiento del Romanticismo en el
continente americano coincide en no pocos países con sus
guerras de emancipación, lo que contribuye a darle en
ocasiones una túnica peculiar, sobre todo hacia sus
postrimerías, cuando crece su voluntad de
afirmación autóctona. De ahí que proliferen
tantas corrientes nativistas dentro del romanticismo
americano.[13]

Cuba, fue uno de los últimos países en
lograr su emancipación de España. Esto
significó una dependencia mayor a los patrones
españoles. El aislamiento cultural producto de esa
vinculación casi exclusiva a la península, debe
tenerse como una desventaja en relación con el desarrollo
experimentado por el Romanticismo en otros países del
continente. Carentes de una verdadera cultura aborigen y, por
supuesto, de una tradición épica, el romanticismo
cubano comienza a desenvolverse en un contexto histórico
donde se advierten aquí y allá fermentos de
aspiraciones nacionales.

Muchos estudiosos están de acuerdo en que el
Romanticismo hizo su irrupción en América a
través de la lírica. Uno de ellos sitúa el
hecho inaugural en 1832 con el poema "Elvira o La novia del
Plata", del argentino Esteban Hechavarria.

Todo el siglo XIX dependió artísticamente
del Romanticismo; pero el mismo era todavía un producto
del siglo XVIII y nunca perdió la conciencia de su
carácter transitorio y de su posición
históricamente problemática. Esta corriente buscaba
constantemente recuerdos y analogías en la historia, y
encontraba su inspiración más alta en ideales que
él creía ver ya realizados en el
pasado.[14]

En los románticos el sentido de la libertad se
manifestó de forma muy diversa, pero fundamentalmente en
la manera de crear la obra artística. El Romanticismo se
caracterizó por rebelarse contra las normas del
neoclasicismo, que eran rígidas en extremo para dar cabida
a las ideas que los autores querían transmitir. Los
románticos conquistaron la libertad forma de que hoy goza
esta manifestación artística, la frecuente
polimetría de los versos es una muestra de
ello.

La actitud asumida por la burguesía hizo que los
románticos refutaran todo lo que hasta entonces
parecía razonable, frente a la razón opusieron sus
desbordados sentimientos, por eso sus obras resultan altamente
sugerentes e íntimas. Concedieron gran importancia al
sentimiento del amor en la pareja humana, resaltando el placer,
la angustia y el dolor que a veces lo acompaña. La
inconformidad con el mundo en que vivían los llevó
a oponer la naturaleza a la sociedad, es por eso que exaltan el
paisaje natural.

El propio subjetivismo determinó a su vez el
individualismo o "exaltación del yo", inherente a los
románticos y esta característica se hace patente en
muchas composiciones literarias y en la propia relevancia que el
autor concedía a su genio creador. Lo caracterizó
el patriotismo y bajo esta misma tendencia, en la que prevalece
el sentimiento de rebeldía, se manifestó el
romanticismo en hispanoamérica. Sumida como se encontraba
esta región en la trascendental contienda de la
emancipación del yugo español, enrumbó
muchas veces sus obras hacia la lucha por la independencia y
hacia la exaltación de su naturaleza o de lo típico
o tradicional de sus pueblos.

De aquí que al redefinir conceptualmente al
Romanticismo; el autor asume el criterio de los literatos cubanos
al sustentar que éste: es un movimiento
artístico y literario que se desarrolló en Europa y
América, fundamentalmente en la primera mitad del siglo
XIX, que se caracterizó por el culto a la libertad, tanto
política como artística, que rompió con las
normas artísticas y el rigor formal del neoclasicismo,
también opuso la naturaleza a la sociedad y los
sentimientos a la razón y donde el subjetivismo y la
exaltación del yo constituyen los rasgos predominantes de
la expresión
romántica.[15]

En Cuba se identifica desde el principio con las
naturales excepciones, con los afanes patrióticos
más puros y, cuando no, con las posiciones de
carácter liberal. Es la actitud propia de la colonia ante
la metrópoli, tan explicable como la reacción de
los románticos españoles frente a la
ocupación napoleónica.

Por razones como ésta, el primer romanticismo
cubano vuelve su mirada amorosa hacia la naturaleza de la patria
y logra su espiritualización. Si en el orden
político no existía una fisonomía nacional,
la naturaleza, como vibración del alma, remedia en parte
las ansias de poseerla. A José María Heredia
corresponde tan singular empresa. Dotado de incomparables dones
poéticos y quien es por temperamento un romántico.
Su ubicación, pues, no responde fundamentalmente a
consecuencias epocales sino temperamentales.

En Cuba se supera el neoclasicismo sin que se produzca
una lucha frontal de escuelas. De ahí que se vea coincidir
en las tertulias de Domingo del Monte a figuras de diversas
posiciones estéticas, en el año 1834 y que fue el
más importante núcleo de actividad intelectual de
aquellos días.

Junto a Heredia, en lo que ha dado denominarse primer
romanticismo poético, figuran Plácido, José
Jacinto Milanés y Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Son las cuatro figuras poéticas descollantes que llenan de
manera absoluta aquel momento. Es la poesía el
género que prácticamente de fine la literatura
cubana y muy especial el período que nos ocupa. La
poesía, por causa de sus posibilidades expresivas y de
extensión, juega con mayor o menor facilidad su papel en
aquel momento de censura y persecución contra las ideas
revolucionarias. No es ajeno destacar que dentro del romanticismo
cubano y como consecuencia de una orientación de amplitud
hispanoamericana, se desarrollara las vertientes nativistas, el
criollismo y siboneyismo.

El segundo romanticismo poético lo representan en
Cuba cuatro figuras principales, que situadas
cronológicamente, son las siguientes: Rafael María
de Mendive, Joaquín Lorenzo Luaces, Juan Clemente Zenea y
Luisa Pérez de Zambrana. Ellos han sido señalados
como los restauradores del buen gusto en la poesía cubana
de mediados del siglo XIX; en buena parte dominada por el
prosaísmo, la vulgaridad y el facilismo. El primero no se
caracteriza por un alto vuelo lírico; pero en cambio es un
poeta correcto, elegante y musical. Poeta discreto, fue un
espléndido traductor. Por su parte Joaquín Lorenzo
Luaces presenta una obra más variada y robusta que el
anterior, pero esto contribuye a hacerla más desigual y
menos ceñida. Luaces cultivó el teatro sin una
orientación precisa. En poesía estuvo afiliado,
entre otras corrientes del romanticismo, al criollismo y el
siboneyismo; no sin antes haberse inclinado por la prensa
moralizante. [16]

Tanto Luaces como Mendive reaccionaron contra el mal
gusto predicando con el ejemplo; pero nunca en lucha abierta
contra los responsables del descenso poético que se
registraba a mediados del siglo XIX. De más esta decir que
Luaces era amigo íntimo de José Fornaris,
máxima figura del siboneyismo, junto al cual fundó
la revista La Piragua, y que éste, de amplia
aceptación popular; pero duramente atacado por la
crítica, estaba muy por encima, como poeta; pese a su
desaliño de Felipe López de Briñas,
José Gonzalo Roldan y Francisco Javier
Blanchie.

Un lugar significativo le corresponde a Juan Clemente
Zenea en aquel momento. Poseedor de una excepcional sensibilidad
poética, se inscribe en el romanticismo por temperamento.
La melancolía, le ternura y el desencanto se conjugaban en
él para resumir un romanticismo sosegado, sin estridencias
ni desaliños formales. Su filiación
inequívoca la refuerza la influencia dominante de Alfredo
de Musset en su obra. En 1858 se publica en EUA una
antología poética titulada "El laúd del
desterrado", en la cual se incluían diversas composiciones
de alcance político y factura romántica, inspiradas
en el ideal separatista. Zenea es allí, de los poetas
vivos antologados, el de mayor importancia.

La representación femenina del segundo
romanticismo recae en Luisa Pérez de Zambrana. Su
vocación poética nace de una profunda necesidad
humana ajena a la literatura, de ahí su fidelidad absoluta
a su modo de sentir. Su hermana Julia Pérez y Montes de
Oca, ocupa también un lugar destacado en la poesía
cubana. Más tarde se traslada a la capital haciendo
allí vida literaria. Ella y su hermana, como
también Zenea, participan en las reuniones literarias que
se efectuaban en casa de Nicolás Azcárate; tertulia
que alcanzó bastante resonancia al publicarse en dos tomos
las Noches Literarias (1866); donde se recogían los textos
allí leídos y comentados. Estas reuniones llegaron
a ser para el segundo romanticismo, aunque con mucho menos
relieve y trascendencia, lo que las de Domingo del Monte para el
primer romanticismo cubano.

En el marco general del romanticismo, juegan una
inestimable función las colecciones poéticas
nacidas al calor de los sentimientos patrióticos. Se debe
recordar la pequeña colección que prologara
José Martí, titulada "Los poetas de la guerra"
(1893). Donde se incluye a José Joaquín Palma, ya
valorado como integrante de la segunda generación de
románticos. Sin embargo lo verdaderamente importante y la
que obliga a disminuir las exigencias estéticas, es la
posición patriótica del grupo que la integra. Son
ellos los poetas del 68.

"Arpas Amigas" (1879) se intitula otra colección
que es preciso tener presente. De tónica distinta a la
anterior, su importancia consiste en haber agrupado, tras la
guerra del 68, los poetas de más significación y
que representaban una nueva modalidad de romanticismo, más
reflexiva y cercana al realismo.[17]

Teniendo en cuenta la amplitud de las proyecciones del
romanticismo, se hace difícil llegar a una
definición satisfactoria, incluso circunscrita a Cuba,
donde el movimiento asume características peculiares,
aunque de menor alcance y complejidad que en la mayoría de
los países europeos. No podían idealizar el
medioevo los románticos cubanos porque a parte de carecer
el país de una tradición cultural al respecto, se
imponía el impacto de las desigualdades y desventajas
sociales propias de su condición de cubanos.

La exaltación del yo, en líneas generales
y tal como se observa en el romanticismo ortodoxo, no llega a la
hipertrofia entre los cubanos. La razón es sencilla: los
sentimientos patrióticos venían a ser un freno en
tal sentido. En Cuba el romanticismo casi siempre afirma la vida
en lugar de exaltar la muerte, y esto sucede porque la
exaltación patriótica es uno de los rasgos
fundamentales que lo caracterizan.

El Criollismo y
el Siboneyismo

El criollismo es un término que se conoce en la
literatura como el que da tratamiento a temas y motivos
vernáculos relacionados con el campesinado, que se
manifiesta primordialmente en la lírica y la narrativa,
aunque atendiendo al aspecto cronológico, no existe
coincidencia en la plenitud de sus respectivos desarrollos
(mediados del siglo XIX en la lírica, tercera y cuarta
décadas del siglo XX en la narrativa).
[18]

Las primeras manifestaciones criollistas entre nosotros
se producen paralelamente al surgimiento del romanticismo, pero
debido a las circunstancias históricas por las que
atravesaba el país, la tendencia, rebasando los marcos
meramente literarios, deviene en una indagación e
interpretación de nuestra incipiente nacionalidad, en un
planteamiento de cubanía por parte de nuestros artistas,
los cuales se unen con ello, al común empeño que
distintas figuras se planteaban en otros órdenes de la
vida nacional.

Literariamente, este paulatino asentamiento de nuestra
personalidad se había manifestado ya en la elección
de la espinela por parte del campesino como forma propia de
expresión en detrimento del romance, típica forma
popular española. Por ello, ya desde los primeros
empeños criollistas, debidos a Francisco Poveda y
Armenteros (1976-1881) y Domingo del Monte (1804-1853), se hace
evidente que la forma llamada a imponerse como cauce
idóneo para la expresión del tema resultaría
la decimista, representada por Poveda, mientras apenas
encontraron eco popular los romances cubanos cultivados por
Domingo del Monte, aunque es oportuno señalar que no
faltan ejemplos de romances en la producción de tipo
criollista de nuestros principales poetas cultos de la
época, algunos de los cuales, como acontece con
Ramón Vélez Herrera, vertieron en este molde sus
mejores composiciones: ("La Pelea de Gallos" y "La Flor de
Pitahaya").

En nuestro medio, el criollismo se encuentra
íntimamente ligado a otro movimiento: el siboneyismo, al
que se adscriben prácticamente los mismos poetas que se
acercaron al criollismo. Dentro de esta última tendencia
fueron sus principales cultivadores, a parte de los ya citados
Francisco Poveda y Armenteros y Domingo del Monte, Ramón
de Palma "La carrera de poetas", "La danza cubana", que en sus
"Cantares de Cuba" (1854) realizó uno de los primeros
estudios sobre nuestra poesía popular: Ramón
Vélez Herrera, quién a las composiciones antes
citadas une su leyenda poética "Elvira de Oquendo", o "Los
amores de la guajira, Miguel Teurbe Tolón con sus
"Leyendas Cubanas" (1856), y los dos principales escritores del
movimiento siboneyista, José Fornaris y Joaquín
Lorenzo Luaces, coeditares de "La Piragua", revista que fue
portavoz del movimiento.

Luaces, en una zona de su poesía, es autor de
varias glosas campesinas, así como de una serie de
romances y de algunas tradiciones cubanas, también en sus
"Anacreónticas cubanas" encontramos elementos criollistas,
los cuales introduce el autor en su romántico
empeño por cubanizar el género.

Fornaris, más conocido, como cabeza del
movimiento siboneyista (Cantos del Siboney, 1855),
incursionó con mejor fortuna en el criollismo, donde
logró algunos romances aceptables como "Las palmas" y "La
madrugada en Cuba". Pero sería el Cucalambé: (Juan
Cristóbal Nápoles Fajardo), una de las más
enigmáticas personalidades de nuestra literatura, la
figura que mejor expresaría la tendencia y el único
que alcanzó en ella una genuina identificación con
los hombres de nuestro campo, que le ha valido mantener una
popularidad indeclinable entre ellos a través de
más de un siglo. El libro de Nápoles Fajardo,
"Rumores del Hórmigo" (1856), conoció ya en el
siglo XIX varias ediciones y ha permanecido como la obra
más representativa de esta tendencia en nuestra
lírica.

A parte de Luaces, algunos de los poetas
románticos mayores nos han legado composiciones de tipo
criollista. José Jacinto Milanés cultivó el
romance antiesclavista en "El negro alzado" y autor de varias
glosas de tono ligero, a veces humorístico. Plácido
Gabriel de la Concepción Valdés) antecede a
Fornaris en el tratamiento de temas indigenistas y denota cierta
influencia del criollismo en sus letrillas, aunque éstas
no pertenecen propiamente a esta tendencia.

En la prosa el criollismo no tuvo en el siglo XIX igual
fuerza significativa que en la lírica cubana, y aunque
elementos criollistas pueden encontrarse fundamentalmente en la
producción de nuestros costumbristas, ésta
última tendencia posee características muy
definidas que la hacen ajena de modo substancial al movimiento
criollista.

Dentro del segundo romanticismo cubano y como una
manifestación de la tendencia indianista que se
desarrollaba en la América española surge el
siboneyismo en las letras cubanas. El movimiento respondía
al propósito de crear una poesía nacional, no
exenta de intenciones políticas. Pero no puede descartarse
del todo otro factor que seguramente contribuyó a su
surgimiento: estaba de modo en el romanticismo exaltar al hombre
natural, nativo o salvaje.[19]

Es el poeta bayamés José Fornaris la
máxima figura del siboneyismo. Su libro Cantos del Siboney
(1855) constituyó un éxito popular rotundo. Cinco
ediciones sucesivas lo atestiguan. Un año después,
en 1856, junto a Joaquín Lorenzo Luaces, funda el
semanario "La Piragua". En torno a esta revista se
desenvolverá el movimiento siboneyista, empeñado en
cantar el pasado de los primitivos habitantes del país ya
desaparecidos.

Los Cantos del Siboney, según Fornaris, fueron
escritos en Bayamo en 1850. Predominaba allí la
ignorancia, y solo turbaba la tranquilidad el lamento de los
esclavos y el chasquido del látigo de los mayorales. En
ese ambiente era natural que el cultivo de la poesía se
mirara con recelo y se hicieran sospechosas todas las reuniones
que sobrepasaran de media docena de personas.

Fornaris en su introducción a la edición
de 1888 dice que hubiese podido el poeta expresar su amor a la
patria y protestar contra el modo injusto e insolente de regirla.
La palabra "patria" resonaba como un gusto insurrecto en el
oído de los gobernantes, y no podían escribirse los
nombres de Nerón y Calígula sin que se consideraran
como sangrientas alusiones. [20]

Los siboneyistas escribieron composiciones
patrióticas de diversos estilos, pero en el caso de
Fornaris su mayor popularidad se debió a aquellos poemas
que trataban el tema de los aborígenes. Luaces
cultivó el siboneyismo limitadamente, sobre todo en la
época en que estuvo vinculado al semanario La Piragua,
pero no se le puede caracterizar por esas manifestaciones. Luaces
se destaca en una poesía de muy distinta naturaleza, debe
considerarse un precursor de los sonetos parnasianos de
Julián del Casal. Además tuvo magníficos
aciertos en la poesía patriótica alusiva de temas
más bien exóticos, bíblicos, griegos,
etc.

Anteriormente se mencionaba a Juan Cristóbal
Nápoles Fajardo como criollista, pero también
figura entre los más importantes siboneyistas, se asegura
que fue igual o mayor que Fornaris, muy popular, en su
producción se marcan dos zonas fundamentales la ya
mencionada y el siboneyismo. Durante la guerra de 1895 sus versos
eran repetidos por los mambises y aún sus décimas
las dicen de memoria los campesinos cubanos.

Desde su aparición, el siboneyismo
despertó opuestas opiniones. Su popularidad fue
incuestionable, pero gran parte de la crítica lo
combatió duramente. Esa aceptación popular tiene
puntos de contacto con el sentimentalismo que se desprende de las
palabras de Fornaris cuando decía que aunque sus cantos
fueron un símbolo más que la historia de una raza,
debía decir que no le era indiferente el destino que
arrasó a los aborígenes, que no negaría que
somos hermanos de los antiguos habitantes de Cuba, y que era
extraño que se vuelva la vista a lo pasado y se derramare
lágrimas a la memoria de aquellos que están unidos
a los cubanos por los dobles vínculos de la naturaleza y
del martirio. Facilismo, simbolismo ingenuo y amor por la
naturaleza cubana sin otros factores que ayudan a explicar el
éxito popular alcanzado por el siboneyismo.

El simbolismo revolucionario del siboneyismo es aceptado
por gran parte de la crítica. Desde luego, no faltan voces
opuestas al criterio. El historiador Manuel Moreno Fraginals
estima que estos poetas crearon el movimiento siboneyista para
esconder sus sentimientos anexionistas y esclavistas.
(…)"No se ha estudiado aún, según Fraginals,
toda la cobardía y complejo de inferioridad que hay
detrás del indigenismo cubano. Quienes en la actualidad,
continúan manteniendo el mito de Hatuey como primer
libertador cubano, pueden ser simplemente tontos o ignorantes.
Pero quienes escribieron esto hacia mediados del siglo XIX fueron
sacarócratas negreo-anexionistas que sabían
claramente a donde iban" (…)[21]

El menosprecio de que ha sido objeto el siboneyismo
tiene su raíz en el juicio adverso de Marcelino
Menéndez y Pelayo, el gran crítico santanderino.
Pero resulta inocultable que el siboneyismo, a pesar de sus
deficiencias estéticas y la falta de una voz
poética verdaderamente grande en sus filas, no carece de
valor revolucionario práctico, histórico y
político. Sirvió para alentar el sentimiento
nacionalista revolucionario cubano y, pese a su escasa futuridad
estética, su trayectoria se veía siempre vinculada
a los ideales de independencia nacional y de libertad
individual.

El desarrollo
artístico y literario en Bayamo desde 1840 al
1878

Desde finales del siglo XVIII se perciben, claramente,
las primeras expresiones de la nacionalidad cubana, que presenta
atisbos en manifestaciones de una cultura e identidad naciente en
los tiempos del rescate del obispo Fray Juan de las Cabezas
Altamirano y muerte del corsario Gilberto Girón a manos
del negro esclavo Salvador Golomón.

En las primeras décadas del siglo XIX, con la
acumulación de capitales producto del llamado boom
azucarero de 1790, se conforman y consolidan las principales
clases sociales que compondrán la sociedad colonial cubana
de la primera mitad del siglo. La burguesía criolla, en la
misma medida que fue perfilando sus rasgos como clase poseedora
dominante, fue creando, en armonía con sus percepciones
políticas sus propias instituciones culturales y sus
peculiares maneras de expresión en el campo intelectual y
artístico.

En Bayamo, la primera institución cultural que
floreció fue la Sociedad Filarmónica "Isabel
Segunda"[22] que servía a la vez de teatro.
La misma estaba ubicada en uno de los extremos de la Plaza con el
mismo nombre, hoy Plaza de la Revolución. Esta sociedad
tenía como objetivo primario la difusión de la
cultura y la instrucción en sus diversas formas. Sus
miembros se consagraron con empeño al cultivo de las
letras, la música, el teatro, a impulsar el buen
comportamiento ciudadano y estudio de las causas de los males
sociales. Con el objetivo de recaudar fondos para mejorar la vida
de la ciudad, en sus salones tuvieron lugar bailes de rango,
presentaciones de obras de teatro, lecturas de poemas y veladas
lírico-literarias.

Partes: 1, 2

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