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Evolución histórica de las concepciones sobre el tiempo




Enviado por Ramón Sanchís



Partes: 1, 2, 3

    La concepción del tiempo ha ido
    variando a lo largo de la Historia, se ha interpretado
    y comprendido de muy variadas formas, en constantes avances y
    retrocesos.

    En las primeras culturas, tal como enseñó Mircea
    Eliade, el gran investigador de las religiones y tradiciones
    antiguas, existía un tiempo cíclico, marcado por
    ritos periódicos en relación con los procesos de
    siembra y cosecha, por los solsticios y ritmos significativos del
    sol y de determinados astros, por festividades religiosas
    periódicas, por celebraciones que emulaban el origen o
    fundación de su cultura. El
    tiempo, como medida, no tenía valor.

    Para la mentalidad clásica todo fluye, todo está
    en constante movimiento,
    nada en el Universo puede
    detenerse, todo vibra, todo camina, y el propio hombre como
    parte integrante de la naturaleza no
    puede sustraerse a participar de esa danza
    cósmica. De esta visión participaban tanto los
    egipcios como los griegos, pero la hallamos mucho antes expresada
    en la India
    milenaria.

    EL TIEMPO EN LA ANTIGUA
    INDIA

    Para el pensamiento
    hindú, el hombre
    está sometido a las leyes naturales,
    y por ello es un ser que se ve sometido a cambios
    rítmicos, a ciclos que le llevan a pasar por vaivenes y
    altibajos, tal como se suceden y renuevan las estaciones, tal
    como se repiten las etapas de las grandes lluvias y de
    sequía. En cada etapa, en cada ciclo individual e
    histórico, el hombre comprenderá parte de su
    verdad.

    La concepción hindú, que integra la idea de la
    reencarnación como necesidad de que el hombre se ponga a
    prueba y ejercite, a lo largo de innúmeras vidas y en
    diversas circunstancias y experiencias aquello que sueña,
    aquello que desea, hasta forjar en sí mismo una realidad
    más profunda y evolucionada, pareciera que ve al hombre
    como quien se desplaza sobre los acontecimientos y
    civilizaciones, aunque en el fondo concibe al tiempo como algo
    que corre bajo sus pies, de modo que las experiencias que se
    suceden en esta vida o en varias sirven a la comprensión
    profunda de la conciencia
    imperecedera del hombre interior, aquel que somos más
    allá de los ropajes que vamos adquiriendo en cada vida
    particular.

    Para la mentalidad hindú, reflejo de una
    concepción filosófica oriental, más
    allá de lo cambiante, más allá de las edades
    (yugas) por las que atraviesa el hombre y las civilizaciones hay
    algo permanente, que es el verdadero ser; por lo tanto, lo
    cambiante está sometido al paso del tiempo, al desgaste de
    las formas y de la materia, pero
    lo imperecedero, el ser interior en el hombre, está
    anclado en un mundo eterno o más bien atemporal.

    EL TIEMPO PARA LA ANTIGUA
    GRECIA

    Según Platón
    «el tiempo es la imagen
    móvil de lo eterno», por lo tanto al expresarse en
    éstos términos podemos entender que no lo
    concebía como una dimensión estática y
    meramente objetiva. Platón
    recoge las ideas de otro gran iniciado, Parménides, pues
    las fuentes de su
    formación fueron las mismas: las antiguas Escuelas de
    Misterios.
    Admiten ambos por lo tanto la existencia de la eternidad, aunque
    ella está en relación con el «ser» o la
    esencia de los seres y objetos, en tanto que «la
    apariencia» de los mismos está en relación
    con el mundo de lo «temporal». El ser pertenece al
    mundo de las ideas, en tanto que nosotros tan sólo
    captamos las apariencias de
    las cosas, su existencia en el mundo sensible o manifestado.

    Platón y Parménides creen en un mundo gradual,
    con múltiples niveles de plasmación o de realidad.
    El espíritu precisa del cuerpo para manifestarse, pero
    ambos, como toda la sabiduría tradicional, dan más
    realidad al espíritu que al cuerpo, en contra de la
    visión actual, y entre ambos hay una gradación de
    niveles de comprensión, de conciencia, que ha de retornar
    al hombre a descubrir su esencia.

    Pero si esto es así, el tiempo como medida de lo
    cambiante tan sólo es necesario en el mundo de la
    existencia. Por ello Platón proponía un uso del
    día equilibrado, en el que además del negocio no
    faltaban los placeres del alma, los
    «divinos ocios», en que el teatro, la
    pintura, la
    oratoria,
    la lectura,
    etc., es decir, la formación profunda del alma hallara su
    alimento diario. Según Platón una cuarta parte del
    día debiera ser destinada a dormir, una cuarta parte al
    trabajo, una
    cuarta parte a la comida, la higiene y
    similares menesteres, y una cuarta parte a los divinos ocios.

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