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Evolución histórica de las concepciones sobre el tiempo (página 2)




Enviado por Ramón Sanchís



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En el mundo de las esencias, de las Ideas, de lo inteligible,
que tan sólo podemos atisbar con la inteligencia
(que no es la mera razón) nada es cambiante, y por tanto
no está sujeto al paso del tiempo, allí tan
sólo cabe una eternidad inimaginable para el nivel de
nuestra conciencia actual.

Para Aristóteles (del cual puede decirse, sin
restarle otros méritos, que su mayor desacierto fue el
irse apartando de las concepciones de su Maestro), el tiempo va
ligado a la existencia de los cuerpos, y mide su movimiento desde
un estado
«anterior» a otro «posterior», tal vez
porque le preocupaba más definir el mundo de lo sensible
que de lo inteligible. Según su concepción, sin
cuerpos en movimiento no habría tiempo, pues el movimiento
de los cuerpos permite comprender el paso sucesivo de un estado a
otro, del pasado al presente, y de éste al futuro.

Pero la ambigüedad de las teorías
de Aristóteles lejos de aportar un conocimiento
no resuelve el problema del tiempo, sino que ofrece una nueva
especulación, por eso es tan admirado en nuestra
época actual. Necesita medir el tiempo, y por lo tanto lo
asocia a un número. Necesita dividirlo en unidades y por
lo tanto habla de instantes. Necesita que alguien lo mida y por
tanto está en relación a un alma que lo capta, y
por ello aún estando ligado a un movimiento físico,
a un número, precisa de una captación
psicológica del mismo, y por ello no acierta a definir si
el tiempo es un ser o un no-ser. En el fondo se ve empujado a
darle la razón a Platón ya que el tiempo es a la
vez algo numérico y fijo y algo sensible y capaz de ser
captado por un alma.

EL TIEMPO EN LA ANTIGUA
ROMA

Los romanos dividían el tiempo en «ocio» y
«negocio». Por una mala comprensión de su
concepción vivimos inmersos en un mundo que todavía
ve en el trabajo una
maldición bíblica, y aún el tiempo se desea
para un uso prioritariamente lúdico y festivo, pero
perdemos de vista que el tiempo a la vez es la materia con que se
teje la plasmación del ser interior. Tener tiempo no es
tan sólo disponer de él para la holganza, para el
ocio, sino disponer equilibradamente de él para la propia
formación.

Según expresa Séneca, en su libro
«De la brevedad de la Vida» (Tratados morales)
aleccionando a aquellos que temen morir jóvenes, o se
apegan demasiado a la vida, «el pasado» ya no es
nuestro pues lo poseemos tan solo en el recuerdo; «el
futuro» aún nos es desconocido, por lo tanto,
«el presente» es lo único de lo que
disponemos, pero éste es tan fugaz como un instante. Para
este gran filósofo, el tiempo no tiene valor sino en
cuanto se hace buen uso del mismo, y aquellos que se lamentan de
la brevedad de la vida son los mismos que despilfarran su
contenido en vaguedades.

Cicerón, siguiendo la máxima «tempus
fugit» y la practicidad romana afirmaba que «cada
momento es único», y así el tiempo individual
se engarza con un tiempo histórico, un tiempo colectivo
que mide el paso y la plasmación de la humanidad en un
determinado momento histórico. Para su concepción
pragmática e histórica el hombre tiene un destino
concreto que
descubrir y realizar para poder llegar a
«ser», y si no alcanza a realizarlo «deja de
ser», pues habría desperdiciado su tiempo, su
posibilidad histórica de plasmarse y dejar un legado para
el porvenir. Su visión no es la de un mundo tan
sólo individual, sino de realizaciones colectivas, y su
concepción es la de un compromiso histórico que
llevó al mundo romano a reunir culturas, religiones,
idiomas, intereses, bajo un ideal común.

La doctrina cristiana se apoyó en el aristotelismo
relacionando el tiempo con el movimiento, y como todo movimiento
tiene un final, quedó de este modo ligado el tiempo a la
concepción del fin del
mundo.

EL TIEMPO EN LA EDAD
MEDIA

Para la Escolástica cristiana desde el comienzo de la
creación hasta el fin de los tiempos, con la nueva venida
del Mesías, el tiempo discurre como en una línea
recta, sin ciclo alguno, y los hombres viven en un tiempo
terreno, no autónomo sino creado, pudiendo llegar
algún día a alcanzar la eternidad en la que se
halla Dios. La eternidad es como un fondo estrellado, distante e
inmóvil, pero alcanzable para el hombre que tiene fe. El
tiempo lineal da un aliento de esperanza al creyente, pues al
final de la larga escalera temporal ésta siempre le
llevará a la cúspide de la merecida eternidad. Para
la fe cristiana el hombre es un ser trascendente y la vida no es
más que un estar de paso.

Para San Agustín, en cambio,
más deudor de la corriente neoplatónica y de
Plotino, el tiempo tiene una componente psicológica,
«es la vida del alma» porque el pasado aún
existe dado que podemos recordarlo; el futuro también
tiene cierta existencia pues podemos anticiparnos a lo que
sucederá, y el presente obviamente existe.

El tiempo dejó de ser algo objetivo o
psicológico para ser marcado por los ritos, los rezos y
las festividades eclesiásticas que, continuando lo que se
había hecho en la antigüedad creaban un ritmo
cíclico que se repetía cada año, acercando
la conciencia en una espiral creciente hacia una captación
trascendente. Así la idea de un tiempo lineal en lo
teórico dio paso, en la práctica, a un tiempo
cíclico que se repite eternamente tal como
concebían las culturas milenarias y ancestrales.

EL TIEMPO EN EL MUNDO
MODERNO

A partir de aquí, en cambio, tras la aparición
del reloj mecánico en el siglo XIV y los primeros pasos
científicos en el siglo XV, desaparece una visión
subjetiva del tiempo, y es a partir de Galileo y Newton cuando
la mecánica clásica lo concebirá
como un valor matemático, como algo fijo, absoluto y
medible, que puede conocerse por experimentos,
cuya realidad no precisa relacionarse ya con el movimiento para
ser medida, y que existe desde el fondo de los tiempos hasta la
eternidad, como algo ilimitado e inamovible, constante como un
tic-tac que no
pudiera parar.

Ya en el mundo moderno, E. Kant afirma que
el tiempo no tiene una realidad fuera de nuestra mente, nosotros
somos los que ordenamos nuestras percepciones del espacio y de
los objetos según una sucesión temporal propia y
subjetiva, que ya existe a priori en nosotros, y que no
comprendemos por experimentos o por la experiencia, sino que es
una intuición pura previa a la sensibilidad que capta el
entorno. Del mismo modo que comprendemos lo que está
arriba o abajo, relacionamos los acontecimientos en un antes y un
después de modo natural.

Para Hegel, como
idealista, el tiempo ya no se considera como un valor ni un marco
fijo e inamovible, sino como un camino a través de lo
temporal, un devenir que percibe la propia conciencia del hombre
y de las civilizaciones para ir acercándose a plasmar la
Idea, el Espíritu.

Tal como ya hiciera Cicerón, en contra de las
corrientes positivistas que niegan un valor real al ser humano
para considerarlo como masa, aparece una nueva
revalorización del tiempo personal como
imbricado en una realidad histórica; así, filósofos como Hegel, y otros más
recientes como Ortega y Gasset, Spengler, Toynbee y Dilthey, han
relacionado el «tiempo individual» con un
«tiempo colectivo», han anudado el tiempo a la
concepción de la historia, recalcando que el hombre en lo
colectivo es un ser histórico que no puede vivir de
espaldas a su época. Han profundizado en la necesidad de
una conciencia histórica del hombre, pues veían en
la Historia las huellas que deja en la arena del tiempo ese gran
ser vivo que es la Humanidad de camino hacia su propia
realización. Han concebido una Historia como experiencia
acumulada para lograr unos frutos y plasmar el mejor de los
destinos posibles, a la manera ciceroniana. El tiempo colectivo
se mediría así por la plasmación conjunta de
culturas y civilizaciones, eterna lucha cíclica,
espiralada, plagada de altibajos en pos de una conquista
global de valores y
vivencias humanas.

Fue Toynbee quien, –demostrando que la historia es
cíclica, que la humanidad ha visto sucesivas culturas que
han pasado por etapas similares de esplendor o por reiterados
medioevos, y que las formas gastadas parecen retornar con
fuerza, con el
empuje de lo novedoso pasados unos años,–
preparó la idea desarrollada por Mircea Eliade de que el
tiempo está sometido a un «eterno
retorno».

EL TIEMPO EN EL MUNDO
CONTEMPORÁNEO

Llegados a nuestra época contemporánea, y como
único fruto posible de un mundo frío y
mecánico, las ideas sobre el tiempo pasan por personajes
como Heidegger y su
postura de que el tiempo del hombre es limitado, pues «es
un ser para la muerte»,
un ser temporal. Para él, el tiempo no es como un fondo
fijo y preexistente, sino algo que concibe el propio ser por el
carácter de temporalidad que tiene, pues su
mayor posibilidad es la muerte.

Pero es el filósofo francés Henri Bergson quien
planteó claramente la subjetividad del tiempo, dando un
salto cualitativo en las concepciones anteriores. Para él,
hay un tiempo uniforme, objetivo y continuo, del que podemos
medir su duración mediante los relojes, y hay un tiempo
auténtico -el único verdadero-, que tiene una
«duración real» que conforma la propia vida
interior.

Frente a la mentalidad positivista que cree tan sólo
válido lo que puede ser mensurable, y que estructura los
campos del saber en torno a una
visión experimental, excesivamente materialista y
determinista, en la que la ciencia
adopta el papel de tabú, Bergson contrapone su
visión de un tiempo no externo, no falseado, que mide la
vida interior de la conciencia. Para las ciencias, el
tiempo (t )es una magnitud concreta de valor positivo o negativo
(+t ó -t) pero el tiempo que comprende nuestra
intuición no es estático sino dinámico, no
señalado por magnitudes fijas, sino más cualitativo
que cuantitativo, no determinado sino fruto de nuestra libertad de
sentir.

Pero la verdadera revolución
en las concepciones sobre el tiempo se debe a la genialidad de
Albert Einstein, al introducir su concepto del
espacio-tiempo.

A partir de Einstein y su teoría
de la Relatividad general, el tiempo ya no es una magnitud
absoluta sino relativa que varía en función de
quién y bajo qué circunstancias se mida. No es tan
sólo que la percepción
subjetiva que tenemos de la duración de un acontecimiento
sea variable, sino que como magnitud física el tiempo es
variable, está también en función del sujeto
que la experimenta, dependiendo de la velocidad a la
que se mueve, y en relación con la masa de los objetos, de
la posición estática o en movimiento de quien lo
mide, de su posición cercana a una masa gravitatoria o
alejada de ella, y en todos estos casos precisos relojes
marcarán desfases constatable, aún siendo
pequeñísimas fracciones de segundo.

Así, son hechos ya constatados que el tiempo transcurre
más lentamente si se mide cerca de una gran masa
gravitatoria (en un rascacielos los relojes situados en la planta
baja van más lentos que los situados en las últimas
plantas). El
tiempo a grandes velocidades (próximas a la de la luz)
también se ralentiza. Einstein terminó con la
concepción de un tiempo absoluto.

La ciencia
contemporánea comenzó entonces a trabajar con
dimensiones más allá de nuestro espacio
físico. Se comenzó a hablar de hiperespacios con
decenas de dimensiones y a calcular matemáticamente sus
intrincadas ecuaciones,
que permitían desarrollos de las propiedades
físicas existentes en ellos, aunque no siempre fueran
fáciles de comprender sus resultados, por la dificultad de
imaginarlos.

La concepción del mundo se hizo más
holística, como apuntaba Fritjof Capra
e Ilia Prigogine, y las ciencias exactas se acercaron a las
humanidades.

Científicos como Roger Penrose y Stephen Hawking
desarrollaron las ideas básicas de Einstein, y así
se comenzó a hablar de los agujeros negros como de
posibles puertas hacia otras formas de materia o de antimateria,
si se pudiera salir vivo de su tránsito. Se investigaron
las concepciones de Einstein y Rosen sobre la posible existencia
de puentes entre puntos distantes de nuestro universo, como
agujeros de gusano, que podrían ser también pasos
hacia otros universos paralelos, hacia otros mundos ya fueran
simultáneos o regidos por otras medidas de tiempo, y se
investigaron los posibles puentes hacia otras dimensiones no tan
sólo físicas sino concienciales.

Cuando Gamow lanzó la idea del origen del universo a
partir de una primera explosión, del big-bang, se
planteó también la idea de que todos los
acontecimientos anteriores a él no pueden tener
relación con nuestro espacio-tiempo. El tiempo comienza
para nosotros en el momento en que sucede el big-bang, hace unos
15.000 millones de años, y a partir de ahí el
universo comenzó a expandirse y a existir.

¿Qué hubo antes de ese inicio? Tal como afirma
S.Hawking, poco podemos decir de lo que ocurrió antes, o
en el mismo momento en que comenzó nuestro tiempo, pues
antes de esa singularidad, en que el universo era como una masa
muy densa y caliente, el concepto de tiempo no tiene sentido para
nosotros.

Bibliografía:

Partes: 1, 2, 3
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