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La publicidad postmoderna y el mito de la tecnología


     ABSTRACT

    En el actual sistema
    económico-social poscapitalista en que nos situamos, la
    cultura y las
    conductas más relevantes de los ciudadanos, están
    siendo determinadas cuantitativa y cualitativamente por la
    publicidad, ya que éstas se conciben como
    exteriorización y como mito, predominando lo superficial
    sobre el contenido. Esta pérdida de perspectiva global
    dificulta la comprensión de la realidad, aunque densifica
    nuestra experiencia concreta, creando una hiperrealidad
    publicitaria difícil de localizar y vivir fuera de los
    mensajes publicitarios. La teatralización de los objetos
    nos sitúa en un mundo probable, ideal, pero poco
    relacionado con el contexto donde se produce la interacción comunicativa. Así, la
    publicidad ilustra y evidencia hoy un claro ejemplo de
    perversión comunicativa ya que se vende todo el sistema,
    incluso sus simulaciones, suplantando el funcionamiento real y
    concreto de
    los objetos por el de sus imágenes.

    Palabras clave:

     · identidad

     · movimientos
    sociales

     · postmodernismo

     · publicidad/marketing

     · sociedad de la
    información

    En el actual sistema económico-social
    poscapitalista en que nos situamos, la cultura y las conductas
    más relevantes de los ciudadanos, están siendo
    determinadas cuantitativa y cualitativamente por la publicidad,
    ya que estas se conciben como exteriorización y como mito,
    predominando lo superficial sobre el contenido.

    Han desaparecido los grandes tópicos argumentales
    de la modernidad, dice
    Lyotard (1998), y el único discurso
    coherente es el de las mercancías, esquematizado y
    reducido al trueque, no de los objetos, sino de los valores y
    signos que los
    comunican. Los planteamientos postmodernos no integran secuencias
    coherentes.

    Esta pérdida de perspectiva global dificulta la
    comprensión de la realidad, aunque densifica nuestra
    experiencia concreta, creando una hiperrealidad publicitaria
    difícil de localizar y vivir fuera de los mensajes
    publicitarios. La teatralización de los objetos nos
    sitúa en un mundo probable, ideal, pero poco relacionado
    con el contexto donde se produce la interacción
    comunicativa. Así, la publicidad ilustra y evidencia hoy
    un claro ejemplo de perversión comunicativa ya que se
    vende todo el sistema, incluso sus simulaciones, suplantando el
    funcionamiento real y concreto de los objetos por el de sus
    imágenes.

    Esta cultura del simulacro, en palabras de Baudrillard
    (1978), procede de una triple tendencia irreversible: la
    reducción de toda la naturaleza a
    una abstracción formal, la sustitución del movimiento
    físico por el uso de lenguajes tecnificados y la
    miniaturización o ampliación de los objetos
    representados en pantallas, así como la simulación
    de sus posibles comportamientos.

    Las consecuencias que apuntan González
    Martín (1996) y Jesús Ibáñez (2002) a
    esta cultura del simulacro son que el discurso sobre el
    progreso se convierte en cansino y rutinario, se intensifica la
    capacidad humana de disponer de la naturaleza para su uso y
    abuso, el consumo,
    integrador y simbólico se presenta como la única
    alternativa para el sistema total. Las conductas sofisticadas y
    envolventes del consumo designan nuestra interacción
    comunicativa y social, de manera que lo consumimos todo,
    incluyéndonos a nosotros mismos. Así la experiencia
    de realidad se reduce a la fagocitación ansiosa de
    imágenes, que orientan, controlan y educan la
    actuación de los receptores, sin ofrecer la posibilidad de
    contrastar las referencias.

    De este modo la publicidad, que empezó siendo una
    expresión ingenua de la modernidad y pasó
    después a ser el arma propagandística de la
    burguesía, termina siendo un importante elemento de la
    ordenación social. Su función
    social original va perdiendo terreno, frente a los nuevos
    cometidos sociales, políticos e institucionales que se le
    asignan.

    Muy probablemente el consumismo sea la
    característica diferencial más destacable de la
    postmodernidad. Este consumo se expresa a
    través de un universo
    simbólico concreto y representa una determinada
    estratificación social, por lo que los objetos se
    adquieren para usarse pero principalmente para exhibirse como
    identificadores de ciertas identidades sociales o como modo de
    opulencia. Así la necesidad se ha vuelto deseabilidad
    social y el consumo simbólico funciona como un sistema de
    comunicaciones
    altamente reproductivo de los valores y
    estilos de vida dominantes en la sociedad actual. Las
    mercancías son el gran vehículo de comunicación de la sociedad postmoderna.
    Por eso explica Baudrillard (1998) que el mensaje que los objetos
    transmiten por su mediación ya está simplificado en
    extremo y es siempre el mismo: su valor de
    intercambio. Así, en el fondo el mensaje ya no existe; es
    el medio el que se impone en su pura
    circulación.

    Las consecuencias y conductas de consumo más
    llamativas y que caracterizan la actual sociedad postmoderna
    son:

    La personalización de los objetos.
    El principio y fin de toda actividad económica es el
    "tú" individual. Se mercantilizan todos los modos de vida,
    especialmente los gustos, deseos y preferencias del posible
    consumidor, que
    es seducido por el hedonismo del consumismo.

    La propuesta universal del goce inmediato.
    Esto diferencia nuestra sociedad de otras como la
    moderna-industrial, y enmascara los intereses que subyacen bajo
    el consumo de la abundancia. Una sociedad muy productiva precisa
    un ritmo de consumo derrochador, que reproduce necesidades,
    deseos y valores, como si se tratase de simples
    mercancías.

    Toda la sociedad está orientada hacia
    el consumo
    . Los objetos y su universo simbólico
    generan la sociedad y no al contrario. La economía de consumo
    crea principalmente consumidores.

    El consumo presenta una ideología de apariencia
    democrática
    . Se basa en una dinámica social donde se asciende por la
    capacidad de consumo y en la que todo el mundo como principio,
    puede participar. De este modo no se distingue la
    ideología del consumo del acto mismo de consumir y la
    sociedad se reproduce fabricando en serie modelos de
    comportamiento
    social.

    Utilización de los sujetos como
    instrumentos de consumo
    . Y no como fuerza
    productiva, en cuanto a que en esto radica el mayor interés.

    En la sociedad postmoderna el consumo objetualiza a las
    personas y personaliza a los objetos. La sociedad industrial
    fabricaba y consumía productos,
    nuestra sociedad posindustrial produce y consume consumidores.
    "El capitalismo de
    producción tomaba como datos las
    necesidades: producía los productos que satisfacieran esas
    necesidades e informaba a los consumidores sobre esos productos.
    El capitalismo de consumo toma como dato los productos: produce
    las necesidades de consumir esos productos y forma a los
    consumidores para ello" (Ibáñez, 2002).

    La socialización en la Era
    Postmoderna

    "Vivimos en un mundo en continua metamorfosis. La
    vertiginosa aceleración histórica que padecemos
    hace que el afán de novedades, esa especie de
    neomanía compulsiva, haya llegado a formar parte del
    cuadro clínico de la sociedad contemporánea como
    uno de sus más relevantes síndromes"
    (Cebrián Herreros, 1988).

    El "imperio de lo efímero" (Lipovetsky, 1986)
    como epíteto del clima
    sociocultural que se genera a partir de la segunda mitad del
    siglo XX, no hace sino refrendar la hipótesis que anuncia la gestación
    de una nueva civilización y una nueva arquitectura del
    conocimiento.

    Lo predecible y prediseñado casi no tienen cabida
    en el futuro inmediato. A nuestra época actual se la da el
    nombre de Postmodernidad, que es un concepto
    complejo. Giddens (1993) nos recuerda al respecto que "la
    condición de postmodernidad se distingue por una especie
    de desvanecimiento de la Gran Narrativa, la línea del
    relato englobadora mediante la que se nos coloca en la Historia cual seres que
    poseen un pasado determinado y un futuro predecible".

    En la sociedad postmoderna, los medios de
    información y las nuevas
    tecnologías tienen una presencia abrumadora. Esa
    omnipresencia de los medios hace que sus efectos a nivel
    socializador sean evidentes, como tendencias más
    importantes de este hecho podemos enumerar:

    El mito de la objetividad y la
    manipulación inadvertida
    . Las realidades de cada
    día – de la experiencia personal y de los
    medios – se superponen sin pasar, en la mayoría de
    los casos, por el filtro del cerebro
    consciente. Una de las razones que ha propiciado este cambio ha sido
    la avalancha de información audiovisual que recibimos a
    diario. Hemos llegado a la ilusión colectiva de que todo
    lo que vemos lo estamos comprendiendo, sin pensar sobre el asunto
    de que los mensajes de los medios son representaciones
    simbólicas que necesitan ser leídos de manera
    activa. Además debemos tener en cuenta que los mensajes de
    los medios son una construcción social, que sirven a unos
    intereses e intenciones particulares y que no excluyen los
    sistemas de
    control social como la seducción o la
    manipulación.

    Se da la paradoja en nuestra sociedad postmoderna de que
    pese a que aparentemente nunca hemos sido tan libres para pensar
    individualmente la realidad, el sistema de los medios de
    comunicación social tiene una capacidad enorme para
    imponernos verdades uniformadoras.

    Génesis y difusión de los
    estereotipos como herramientas
    de conocimiento
    . Los medios de
    comunicación social utilizan los estereotipos para
    hacer comprensible a sus audiencias las representaciones de la
    realidad, puesto que como tal esta es compleja y cambiante, con
    una estructura en
    continua interacción.

    Esta capacidad humana para agrupar los objetos en
    categorías, permite simplificar el
    conocimiento, pero puede degenerar en algo negativo cuando lo
    que se agrupan son personas en función de unas pocas
    características. Sobre todo porque estos estereotipos
    están favorablemente sesgados hacia los intereses de los
    grupos
    sociales que los originaron. Estas representaciones
    selectivas de los grupos son de uso
    cotidiano, de manera que están influyendo en nuestra
    actitud hacia
    el grupo
    representado.

    Los estereotipos son también una economía
    del conocimiento, pero pueden ser algo muy negativo si perdemos
    su concepción relativa y subjetiva, es decir cuando se
    convierten en un objeto para manipular intencionadamente a la
    opinión
    pública. Esas imágenes convencionales son las
    que sustentan el mantenimiento
    de un cuadro de valores que sirve de modelo de
    referencia para el público de los medios.

    La hiperestimulación audiovisual y el
    conocimiento fragmentado
    . En nuestra sociedad la percepción
    de realidad y representación –de los mensajes de los
    medios de comunicación
    social– se diluye. La enorme absorción de
    mensajes audiovisuales nos impide, a veces, discernir sobre las
    experiencias vividas o recibidas. "Los mensajes mediales han
    suplantado la realidad, tocados con una aureola de verdad cuando
    en ocasiones no son más que alucinaciones colectivas"
    (Gubern, 1987).

    Sin embargo, el propio Marshall McLuhan
    identificó la realidad vital y la medial elevándola
    a un mismo plano: los medios son extensiones de los mecanismos de
    percepción humanos; los medios no suplantan la realidad,
    sino que son la realidad misma.

    Acuciados por la necesidad del beneficio mercantil los
    medios actúan en clave de representación
    icónica, haciendo que la precisión verbal quede
    como un anacronismo y utilizando la estimulación visual
    como un remedo de pensamiento.

    Pasividad y aislamiento en la realidad virtual.
    La enorme presencia de los medios, pese a haber elevado el nivel
    general de información de la población, también ha transformado
    al pueblo (sujeto político activo) en público
    (sujeto mediático pasivo) en un proceso de
    conformismo social, fomentando una cultura de masas que roza
    límites
    verdaderamente autistas ante la degradación e
    inflación de la información –
    espectáculo.

    La realidad, codificada y mediatizada, el conocimiento
    vicario de la sociedad, llega hasta el punto de confundir el
    saber acerca de los problemas del
    día con el hacer algo al respecto, silenciando nuestra
    conciencia social
    que se mantiene de esta forma impoluta, de forma que el verdadero
    papel de los medios de comunicación será no el de
    permitir que el público efectúe un control real de
    la información que recepciona para hacerse responsable y
    consciente, sino, por el contrario, inculcar y defender el orden
    económico, social y político de los grupos
    privilegiados que dominan el estado y la
    sociedad en general. Los medios cumplen este propósito de
    varias maneras: mediante la selección
    de los temas, la distribución de los intereses, la
    articulación de las cuestiones, el filtrado de la
    información, el énfasis y el tono, así como
    manteniendo el debate en los
    límites de las premisas aceptables.

    Información, apertura y
    alienación
    . El sistema capitalista actual ha integrado
    todos los medios de información de otras épocas
    pero además ha creado la producción y
    distribución masiva de información. Teniendo, como
    en las etapas históricas anteriores, a la burguesía
    como promotora, la misma que tiene como rasgo distintivo la
    "ética
    del progreso", sistema de valores que exalta la innovación y cree en el poder de la
    tecnología
    y el saber científico.

    En esta sociedad inclinada a la tecnolatría hay
    un dato concreto: los que controlan los medios de
    comunicación – los "guardianes de la libertad" -,
    al intentar controlar la opinión pública y su
    conciencia a través del monopolio de
    la información, muestran su incapacidad para controlar la
    masa de información que ellos mismos generan. La conquista
    del mercado ha
    convertido las comunicaciones en un emporio comercial en manos de
    una minoría que no sólo controla los vectores
    productivos sino que, además, intenta monopolizar la
    información que ellos mismos generan porque la
    información es susceptible de ser una mercancía que
    genera riqueza financiera.

    La primacía de la imagen sobre la
    prensa
    escrita
    . La imagen gratifica de forma inmediata, pero en
    cambio, la lectura
    supone un mundo abstracto de conceptos y reflexión que
    requieren cierto grado de esfuerzo intelectual. Los medios buscan
    a toda costa una supuesta "inteligencia
    emocional" que favorece la producción de sensaciones y
    elimina el aburrimiento.

    "La prensa escrita se ha doblegado en parte ante el
    poder persuasivo de las imágenes y asume el hecho de
    tener que dirigirse a telespectadores y no a ciudadanos. La
    mitificación del tiempo real
    o el directo hacen del lenguaje de
    la prensa escrita un mimetismo televisual que, fascinado por la
    forma, olvida generalmente el fondo y, en esencia, se reemplaza
    la realidad por su puesta en escena" (Ramonet,
    1998).

    La sencillez de la sintaxis visual de la
    televisión, apoyada en estímulos visuales y
    auditivos de fácil decodificación, induce a la
    asimilación acrítica e irreflexiva de los
    contenidos. La gratificación sensorial de las
    imágenes nos instala en los mundos simulados que los
    medios recrean. Ignacio Ramonet habla de un "chantaje para la
    emoción" donde la información está fascinada
    por el espectáculo; según él, la televisión
    construye la actualidad y ha obligado a los otros medios de
    información a adoptar su estilo propio al condenar al
    silencio y la ignorancia a los hechos que carezcan de
    imágenes.

    El mismo autor finaliza su exposición
    alegando tres razones por las que ver la televisión no es estar informado: "La
    primera, porque el periodismo
    televisivo, estructurado como ficción, no está
    hecho para informar sino para distraer; en segundo lugar, porque
    la sucesión rápida de noticias
    breves y fragmentadas (una veintena por cada telediario) produce
    un doble efecto negativo de sobreinformación y
    desinformación; y, finalmente, porque querer informarse
    sin esfuerzo es una ilusión más acorde con el mito
    publicitario que con la movilización
    cívica".

    Por otra parte, los valores comunes y las tendencias que
    de manera sutil, ambigua y anónima se imponen en los
    procesos de
    socialización de las nuevas generaciones:

    Eclecticismo acrítico y amoral. La
    tendencia económica a la
    globalización y la imposición universal de
    modelos únicos de acción
    y pensamiento reiterados una y otra vez por la industria de
    los medios, así como el impulso arrollador del neoliberalismo
    que pone su meta última en el libre intercambio por encima
    de cualquier barrera política,
    ideológica, cultural o social, ha desembocado en una
    amorfa y anónima ideología social,
    pragmática y utilitarista donde conceptos como libertad,
    democracia,
    soberanía, derechos humanos,
    solidaridad,
    patria y hasta Dios, se han convertido en algo tan liviano como
    el carnaval, el aperitivo, el videoclip, los crucigramas y el
    horóscopo.

    Individualización y debilitamiento de
    la autoridad
    . El concepto de autoridad
    parece algo decimonónico en la era postmoderna mientras
    que la individualización, si por una parte resalta la
    importancia de la "elección personal" y la
    secularización de la rigidez dogmática de la
    tradición y de las instituciones,
    también es una exigencia fomentada desde los entresijos de
    la sociedad neoliberal en el sentido de fragmentación,
    diferenciación y competitividad.

    Importancia trascendental de la
    información como fuente de riqueza y poder
    . Cuando los
    grupos de poder económico dueños de los medios de
    comunicación social cayeron en la cuenta de que la
    información era susceptible de ser transformada en
    beneficio económico, comenzó una guerra sin
    cuartel por comprobar quién era capaz de construir un
    imperio mediático más gigantesco (sabemos que las
    telecomunicaciones son uno de los negocios
    más rentables del mercado).

    Pero la esperada democratización de la
    información sigue sin llegar, pues la distancia abismal
    que separa los países pobres de los ricos también
    se traslada a este campo, en cuanto a dependencia de los primeros
    respecto a los segundos.

    Mitificación científica y
    desconfianza de las aplicaciones tecnológicas
    . La
    etiqueta de "científico" se utiliza en la actualidad como
    indicador de estatus elevado e incuestionable del conocimiento.
    Sin embargo, las aplicaciones tecnológicas abren
    polémicas sociales sobre su utilidad y/o
    beneficio para la comunidad a la
    vez que demandas insatisfechas para solucionar problemas
    urgentes.

    La paradójica promoción simultánea del
    individualismo exacerbado y del conformismo social
    . La
    sociedad consumista postmoderna exalta el individualismo pero no
    lo hace en función de la identidad
    individual o la independencia
    intelectual. Se trata de un individualismo fragmentario y
    competitivo que, por lo general, no es capaz de cohesionar grupos
    para metas comunes y sí condiciona a las personas a
    adoptar una actitud de conformismo social en las democracias
    dirigidas. En la ideología postmoderna se debe alimentar
    este conformismo como condición y garante del sistema
    social: democracias formales que legitiman y arropan un sistema
    de producción y distribución de la riqueza regido
    por las leyes del libre
    mercado.

    La obsesión por la eficiencia.
    Nuestra sociedad es una comunidad que no perdona el fracaso y
    acepta, con toda naturalidad, que cualquier actividad humana deba
    regirse por patrones de rendimiento y competitividad: se definen
    unos objetivos
    concretos especificados operativamente, se evalúan o
    cuantifican los resultados y, se adopta la máxima de que
    el fin justifica los medios.

    Cualquier proceso de producción, incluido el de
    bienes
    culturales y educativos, entra dentro de estos presupuestos
    básicos. Todo lo cualitativo se convierte en criterios de
    eficacia o de
    rentabilidad
    económica, en vez de traducirlo a categorías de
    sentido y de valor o de rentabilidad social.

    La concepción ahistórica de la
    realidad
    . Desde los centros de poder político y los
    medios de información, se difunde la idea de que no existe
    más que una realidad, una única forma viable de
    organizar la vida en comunidad (lo que Ignacio Ramonet define
    como "pensamiento único"). Se define así una
    concepción inmovilista de la realidad social y se pierde
    el sentido histórico de la construcción social de
    la realidad, de forma que el mundo que vivimos es algo ya
    inventado y la realidad inamovible.

    El carácter conservador y sobre todo
    conformista de la ideología mayoritaria es preservado por
    aquellos que poseen una posición privilegiada de poder y
    dominio social
    y económico. Su fuerza es tal que pueden mantener su
    dominio manifiesto y latente.

    La primacía de la cultura de las
    apariencias
    . El poder de lo efímero o cambiante, tener
    o aparentar tener más que ser. Las apariencias son un
    valor de cambio en la sociedad postmoderna. En este orden de
    cosas, los dictados de la moda y la
    publicidad orientan el consumismo de unas audiencias tan
    acríticas como hábilmente segmentadas y la
    ética se convierte en pura estética al servicio de la
    persuasión y la seducción del
    consumidor.

    El imperio de lo efímero en el
    paraíso del cambio
    . Los restaurantes de comida
    rápida son el emblema del postmodernismo, fast food
    es un concepto que representa toda una filosofía de vida.
    La prisa ha invadido nuestros estilos de vida y el tiempo nos
    parece un bien escaso y más cuando ese tiempo ha sido
    colonizado definitivamente por los medios de comunicación
    de masas, especialmente por la televisión.

    Por imperativo de la moda y los ciclos consumistas hay
    también una tendencia irrefrenable al cambio permanente,
    que provoca el desinterés y el hastío. Hay que
    pensar que en muchas ocasiones esas necesidades son artificiales
    porque nuestro sistema económico funciona con la
    máxima de que todo lo producido debe ser
    consumido.

    Mistificación del placer y la
    pulsión
    . Una ideología utilitarista y
    pragmática como la postmoderna se asienta en una
    ética de corte hedonista. Para muchas personas la
    satisfacción de la emotividad e incluso la
    autorrealización personal pasan por la acumulación
    de bienes y servicios a
    través de un consumismo sin sentido.

    Culto al cuerpo y mitificación de la
    juventud
    . El modelo de vida que se propone en esta sociedad
    multimedia es la
    exhibición de una juventud con
    cuerpo de diseño.

    Todo es joven: la moda, el cine, la
    publicidad. El culto al cuerpo crea productos milagrosos que el
    discurso publicitario nos ofrece, con la promesa de detener el
    tiempo o restituirlo. Lo viejo ha desaparecido de la sociedad, y
    una sensación de atemporalidad parece adueñarse de
    todo. "Simplemente nos negamos, como Peter Pan, a ser mayores"
    (Correa, Guzmán y Aguaded, 2000).

    La emergencia y consolidación de los
    movimientos alternativos
    . Posiblemente, la
    proliferación de estos grupos de acción ciudadana
    se deba al vacío institucional en materia de
    atención social, que ha propiciado que "los
    movimientos alternativos, las asociaciones ciudadanas y las
    mismas organizaciones no
    gubernamentales son una brisa de aire fresco, una
    fuente de esperanza que resiste los embates del pensamiento
    único con iniciativas, compromisos y una ética
    basada en lo genuinamente humano: darse a los demás"
    (Correa, Guzmán y Aguaded, 2000). Efectivamente, este
    hueco no controlado por las instituciones ha favorecido su
    desarrollo
    como campo de expresión para todos aquellos que sienten la
    necesidad de expresarse de forma diferente a la del discurso
    oficial proveniente de instituciones y corporaciones.

    La cultura de masas como
    contexto publicitario

    Nuestra sociedad postindustrial se ha transformado en
    una sociedad de la
    comunicación, donde la publicidad, entendido el
    fenómeno como una inversión que hacen los anunciantes para
    diferenciar productos o servicios parecidos y personalizarlos de
    un modo diferente, ha dejado de ser un elemento perturbador y
    accesorio, para convertirse en una compleja actividad
    económica, comunicativa y psicosocial, utilizada como la
    herramienta perfecta para adecuar la demanda a la
    oferta, y no
    al contrario, jerarquizando el mercado de acuerdo a los
    productores.

    Las importantes consecuencias de la actividad
    publicitaria suponen: una limitación del papel nivelador
    que hasta ahora tenía el mercado; posibilita el
    crecimiento programado de las grandes corporaciones, que cada vez
    más, concentran el sistema productivo, y subvenciona la
    cultura de masas.

    A esta función económica esencial la
    publicidad añade otras secundarias, importantes en la
    creación de la mentalidad colectiva. El alcance social de
    la publicidad se puede interpretar desde varios ángulos:
    la publicidad como creadora de valores y pautas de conducta acordes
    con ellos, que llegan a moldear los estilos típicos de
    vida de una sociedad. Otra interpretación es la influencia
    psicológica, al encargarse la publicidad de llenar el
    vacío existente por la desaparición de las
    ideologías. La otra es que la función de la
    publicidad es netamente social, no sólo porque
    actúa como un poderoso factor de conformación, sino
    porque es una limitación para la vida privada, útil
    para objetivar los aspectos que constituyen al receptor como
    consumidor. La publicidad llena de vida el mundo de las cosas y
    objetualiza y cosifica el de las personas.

    Si sobre el sistema publicitario convergen todos estos
    aspectos funcionales, habrá que tener en cuenta, como con
    el resto de componentes culturales, que la publicidad no puede
    analizarse ni como adaptación ni como
    transformación de una determinada realidad, sino
    más bien como una reproducción industrialmente elaborada. Los
    mensajes publicitarios también se fabrican y se venden en
    serie, con el resultado de una organización complicada que busca no
    sólo el consumo, sino esencialmente la reproducción
    social.

    "La producción cultural es el efecto de una
    tensión permanente entre originalidad y
    estandarización, entre lógica industrial y antilógica
    dialéctico-estandarizadora, entre lógica
    industrial y antilógica creativa, entre la visión
    particularizada de un emisor, sea individual o colectivo, y la
    necesidad de rentabilidad del sistema" (González
    Martín, 1996).

    De forma que la cultura de masas se origina hoy a
    través de una tecnología compleja y costosa, la
    tecnotrónica, que limita su uso social y que precisa del
    apoyo industrial para desarrollarse; además necesita
    emisores especializados que, a través del prestigio
    proporcionado por el propio medio, provoquen el consumo masivo de
    la mercancía cultural, ofrecida a través del
    complejo sistema de medios de la comunicación
    social.

    De este modo la cultura de masas se transforma
    inevitablemente en la cultura de la comunicación de masas,
    y efectivamente, si algo caracteriza a esta nueva sociedad de la
    comunicación, cada vez más consolidada, es la
    movilidad constante de sus estructuras,
    la multiplicidad de los medios que emplea, los costes elevados de
    su producción, que obliga a grandes inversiones y
    a la esponsorización comercial, la necesidad de captar
    enormes audiencias, el recurso a la tecnología, que ha
    pasado a ocupar el centro de esta cultura, la
    concentración de capitales, con el consiguiente riesgo de
    colonización cultural, y el mito de la interactividad,
    entre otras. Consideramos la publicidad como un proceso
    comunicativo creador y condicionador de cultura, cuya gramática interna, a través del
    componente pragmático, condiciona y está
    condicionada por su contextualización en el ámbito,
    no muy bien definido –creemos– aún, de lo que
    se ha dado en llamar cultura de masas.

    La utopía falló, porque acercar esta
    cultura al público resultó una empresa cara
    y poco productiva, pero absolutamente necesaria para mantener un
    orden social, ya que los productos culturales son bienes
    industriales de difícil automatización y en una economía de
    salarios altos,
    los precios de
    producción de estos objetos son más elevados que
    los de ningún otro sector. "Se genera así la
    contradicción más fuerte de este sistema: el
    enfrentamiento entre producción y creatividad,
    haciendo imprescindible el papel de la publicidad en la sociedad
    de masas no sólo como un objeto de consumo cultural, sino
    más bien como un catalizador importante de toda esta
    sociedad" (González Martín, 1996).

    Los valores sociales en la
    publicidad

    Sabemos que existen una serie de constantes culturales
    que se repiten de una manera encadenada en la sucesión
    seriada de los mensajes publicitarios actuales. Valores como la
    solidaridad, la femineidad o la tecnología no son sino
    índices sintomáticos de una estructuración o
    redimensionamiento de los criterios que imperan, tanto en lo
    social como en lo cultural. La identidad empresarial, la
    búsqueda de un posicionamiento
    activo por parte de ciertas marcas
    consolidadas y el interés por convertir determinadas
    marcas de fábrica en marcas "con carácter", hace
    que la conceptualización arbitraria de distintos símbolos de nuestra cultura
    mediática dé paso a una lucha comercial y
    publicitaria por ostentar la patente del "valor" como caballo de
    batalla dentro del ámbito de la comunicación
    empresarial y, por ende, publicitaria.

    Aceptando que la realidad de nuestra sociedad actual es
    cambiante y compleja, se entiende la necesidad de lo social (la
    cultura) como punto de amarre, debido a su función
    estabilizadora para el individuo en
    la comprensión de los actos que ocurren a su alrededor.
    Por eso, los factores que la configuran (a la cultura)
    están en continua interacción.

    De esta forma entendemos el hecho de que las
    corporaciones, siempre interesadas en hacerse comprender por sus
    públicos, utilicen los estereotipos como
    simplificación simbólica que les permite
    representar su "papel social", su intención de integrarse.
    Es aquí donde los valores, o tendencias sociales,
    desempeñan su papel de traductores/identificadores de lo
    simbólico con lo social, al convertirse en los
    códigos de identificación de los mensajes, en los
    atributos corporativos.

    A la vez, nos encontramos con el hecho de que las nuevas
    formas de consumo se caractericen por la rapidez, la eficacia, el
    autoservicio y una interacción limitada (que se inclina
    hacia la interacción con las cosas, no con las personas),
    lo que supone una alteración de las relaciones sociales,
    que ya se va dejando sentir, tendente a la primacía del
    individuo. Todas estas circunstancias no serían posibles
    sin la omnipresencia de la tecnología:

    "Estamos ante un mundo de símbolos, de redes y bucles de retroalimentación, de conexiones e
    interacción, cuyas fronteras se oscurecen, donde todo lo
    sólido se desvanece en el aire. Entramos en una nueva
    era gobernada por la omnipresencia de las tecnologías de
    la comunicación digital y del comercio
    cultural." (Rifkin, J., 2000).

    Aceptamos pues que la idea de Cultura supone
    también la asunción de unos valores sociales
    establecidos por la misma. Pero la Cultura, al pertenecer al
    ámbito de lo social, no puede crear auténticos
    valores
    humanos, que son inmutables y universales, sino, en nuestra
    opinión, tendencias sociales, entendidas como el
    seguimiento mayoritario de unas ideas determinadas durante un
    tiempo concreto en una sociedad determinada. A este respecto,
    creemos necesario enmarcar el concepto de Valor siguiendo una
    descripción excluyente:

    "Va en la esencia de un verdadero valor el que sea
    generalizable, al menos de modo teórico (…). Si la
    generalización beneficia a todos, a todos sin ninguna
    excepción, se trata de un verdadero valor. Y si al menos
    uno es perjudicado, es un falso valor, por más que por
    siglos y mayoritariamente se haya estimado como excelente y
    valioso." (Méndez, J.M., 1995).

    El mismo José María Méndez elabora
    una clasificación de valores, partiendo de los postulados
    de Scheler y Hartmann, y unas leyes axiológicas
    –Primera, los valores más fuertes son los más
    bajos; los valores más altos son los más
    débiles. Segunda, los valores más bajos y fuertes
    son los más sociales y los valores más altos y
    débiles son los más personales. Tercera, los
    valores más bajos sólo exigen un cumplimiento
    meramente externo; los valores más altos son imposibles de
    vivir sin una sincera adhesión interior- que permite que
    se reconcilien las distintas concepciones de valor, pues nos
    habla de la existencia de cuatro grupos que, de mayor a menor
    altura y de menor a mayor fuerza, son: Valores Éticos, que
    vinculan nuestra conciencia con una obligación moral. Valores
    Estéticos, todos aquellos que son enriquecedores de la
    persona, lo
    recomendable pero no obligatorio. Valores Ascéticos, o
    Religiosos. Y Valores Económicos, definidos como los
    medios oportunos para alcanzar los valores aptos por sí
    mismos. Estos últimos son los "valores" que utiliza la
    publicidad en sus mensajes corporativos.

    Recogemos aquí la reflexión que
    Méndez da de estos valores económicos: "Los medios
    suelen ser cosas. Esto es patente en los llamados bienes
    económicos, producidos mediante la agricultura,
    la industria, la pesca, etc. Y
    es menos patente, pero no menos real, en las instituciones
    jurídicas, o en las pautas de conducta socialmente
    aceptadas, que también son bienes económicos, en el
    sentido antes dicho. En su sentido más amplio, la
    Economía abarca el derecho y hasta las costumbres
    mayoritaria y establemente seguidas". (Méndez, J.M.,
    1995). Estas afirmaciones situarían a los valores
    sociales, o económicos, como "valores instrumentales", que
    nosotros llamamos Tendencias o Atributos sociales.

    Otra frase aclaratoria del mismo autor es la que asegura
    que, "quizás la mejor manera de acercarnos al problema del
    valor sea concebirlo como aquello que debe – ser,
    independientemente de que sea o no una realidad" (Méndez,
    J.M., 1995).

    Por lo tanto, los valores económicos son los
    compartidos por la empresa y la
    sociedad para diseñar lo que Justo Villafañe (1999)
    denomina Atributos de Marca; entre
    otros podemos nombrar los valores instrumentalizados como
    solidaridad, ecología, sobriedad,
    templanza, paz, y los propiamente económicos: modernidad,
    seguridad, global
    (universalización), local, tecnología, éxito
    (social), sensualidad. En algunas ocasiones incluso, se utilizan
    los antivalores, o valores contrarios a los aceptados como
    universales. Entre ellos, incontinencia, injusticia, violencia, y
    sus derivados, aceptados (y muy valorados) por determinados
    segmentos sociales, o utilizados para captar la atención
    sobre algunos target.

    La comunicación es la principal herramienta que
    las empresas tienen
    para controlar y gestionar su imagen
    corporativa, a la vez que les permite transmitir su
    identidad, pero existen otros factores que determinan a la misma.
    Es aquí donde la comunicación de valores
    corporativos, a diferencia de la de producto, o la
    de promoción, desempeña una función
    socializante, o de reflejo de las tendencias sociales.

    Los valores humanos y, entre ellos, los valores de
    la ciencia,
    conectan con la actividad humana y poseen una objetividad que
    proviene de las necesidades humanas. Entre la racionalidad
    científica y la racionalidad tecnológica hay una
    relación de interdependencia en la medida en que la
    ciencia y la
    tecnología son dos sustentos de lo mismo, lo que afecta,
    en consecuencia, a la caracterización de los
    límites cognitivos y al establecimiento de las
    limitaciones éticas. Para Rescher (1999), los valores
    humanos no son un asunto de pura subjetividad, puesto que pueden
    ser establecidos de modo objetivo y se
    relacionan con la racionalidad evolutiva. En su planteamiento
    filosófico hay un claro predominio de los valores intelectuales
    –especialmente los cognitivos- sobre los condicionantes
    volitivos, lo que es una muestra bien
    precisa de la preferencia por la razón, también en
    el terreno de la práctica. Resaltamos que para este autor,
    la ciencia está sujeta a valores bajo varios puntos de
    vista:

    • En la medida en que es un proyecto
      dedicado a la búsqueda de información y
      verdad, que son particularmente valiosos
    • Al buscar una economía de medios desde el
      punto de vista metodológico, porque a la ciencia le
      acompañan una serie de valores económicos, que
      giran en torno al
      coste-beneficio, de modo que el progreso científico
      está modulado por una "economía de la investigación"
    • En cuanto a que la ciencia es una actividad social,
      de modo que surge un proceso de colaboración humana.
      Estos valores son relevantes para los científicos como
      individuos y para las comunidades científicas como
      grupos humanos
    • A partir de las consecuencias que se derivan de la
      actividad científica, hay una serie de valores que
      intervienen para evaluar el posible control de los usos y
      aplicaciones de la ciencia. Esta tarea recae sobre una
      racionalidad evaluativa, que ha de ser capaz de discernir los
      fines apropiados y legítimos de esta actividad
      humana.

    Para Rescher, los valores desempeñan un papel
    central en la ciencia y ese cometido no es arbitrario o
    añadido, sino que es inherente a la estructura de fines
    que es definitiva en la ciencia como búsqueda racional.
    Los valores en la ciencia funcionan de varios modos:

    • Objetivos de la ciencia. Ciertos factores de
      valor representan los cometidos de la investigación científica en
      sí misma (la descripción efectiva, la
      explicación, la predicción y el control de la
      naturaleza). Son los objetivos de la ciencia como empresa de
      indagación racional.
    • Valores de la ciencia en cuanto teoría.
      Ciertos factores de valor representan los deseos de las
      teorías científicas. Estos
      incluyen los rasgos de coherencia, consistencia, generalidad,
      comprensibilidad, simplicidad, exactitud, precisión y
      otros semejantes. En este ámbito también
      encontramos los valores incluidos en la gestión del riesgo cognitivo, en especial
      en los estándares de prueba y rigor, en las
      consideraciones que sirven para determinar cuantas pruebas
      empíricas se requieren para justificar la
      aceptación de afirmaciones
      científicas.
    • Valores de la ciencia en cuanto proceso de
      producción
      . Ciertos factores de valor representan
      los deseos del trabajo
      científico y de quienes lo realizan. Estos incluyen
      rasgos tales como perseverancia y persistencia, veracidad y
      honradez, actuación a conciencia y cuidado con el
      detalle.
    • Valores de la ciencia en cuanto
      aplicación.
      Ciertos factores de valor representan el
      beneficio de los productos de la ciencia. Estos serán
      relacionados principalmente con la aplicación a los
      deseos humanos tales como el bienestar, la salud, la longevidad, la
      comodidad, etc. Aquí también encontramos los
      modos a través de los cuales los valores impregnan la
      aplicación de la labor científica a la
      tecnología.

    En cuanto a las ciencias
    sociales –que separa escrupulosamente de las
    naturales-, Rescher (1999:101), dice lo siguiente:

    "El descubrimiento que representa la introducción de la novedad hace que no se
    puedan anticipar los detalles futuros mediante un
    pronóstico (el impacto en detalle de las nuevas
    tecnologías de la información no puede ser predicho
    por nosotros en mayor medida que lo fue el impacto de la imprenta en la
    época de Gutenberg). Por esta razón, la
    realización de una ciencia social viene a ser
    indefendible, en la medida en que se considera un requisito de
    una ciencia articular las leyes que describen la fenomenología en cuestión a
    través de una generalización segura que hace
    posible la predicción".

    Cuando se habla de bienestar social de un grupo, se hace
    desde la perspectiva referida primariamente a la amplitud con que
    sus miembros disfrutan de ciertos requisitos a los que,
    generalmente, se les conoce como propios de la felicidad
    –salud, prosperidad material, educación,
    protección ante los avatares de la vida, etc.-. El
    vínculo entre bienestar y felicidad parece casi
    tautológico, porque al igual que cuando se da un
    incremento en la situación de la economía de una
    persona mejora su condición en cuanto a riqueza,
    así también un aumento en su nivel de bienestar
    debe mejorar su condición cara a la felicidad.

    Aquel cuya visión personal de la felicidad
    requiera yates y caballos de polo (por ejemplo), estará
    descontento en circunstancias que muchos podrían
    considerar idílicas. El que pide poco estará
    contento en circunstancias modestas. Todo es cuestión de
    lo alto que llegue uno en cuestión de expectativas y
    aspiraciones.

    De esta base parte Rescher para explicar el
    fenómeno –de entrada sorprendente- del creciente
    descontento en nuestra sociedad occidental de mejora de la
    prosperidad personal y de aumento de la atención
    pública para conseguir el bienestar privado. Porque
    asistimos a un aumento de las expectativas, a un aumento de los
    niveles de expectativa, con los consiguientes incrementos de las
    aspiraciones, de las exigencias que la gente hace sobre las
    circunstancias y las condiciones de su vida.

    Cuando se incrementan las expectativas quedan
    atrás los logros reales y el resultado es un descenso de
    la satisfacción. De donde podemos extraer una importante
    lección:

    "las consideraciones que atienden sólo a la
    felicidad idiosincrásica de unos miembros de una
    sociedad dan una medida insuficiente de los logros en el campo
    del bienestar social. Solo sería una buena medida en una
    sociedad cuyas expectativas se mantuvieran más o menos
    constantes dentro de una pauta gradual que no pudiera caer
    automáticamente fuera de los logros crecientes"
    (Rescher, 1999:189).

    Estas implicaciones tienen importantes secuelas en el
    campo del bienestar social. El reforzamiento de los
    estándares de vista de la gente mediante el progreso
    tecnológico no es capaz de proporcionar felicidad a la
    gente en cuanto tal, pero incrementa en grado sumo la
    accesibilidad de ciertos requisitos de felicidad ampliamente
    reconocidos, de modo que mejora el ambiente de
    vida general. Pero, dadas las circunstancias, queda abierto un
    hueco entre el bienestar público y la felicidad personal.
    Asistimos a un panorama social en el que muchos, o la
    mayoría de sus miembros, consiguen lo que la gente en
    general considera requisitos básicos de la felicidad, pero
    donde una parte considerable de la población puede no
    conseguir ser feliz. Desde este punto de vista, conseguir elevar
    los estándares de vida de la gente sin hacerla más
    feliz, es una posibilidad particularmente intensa cuando las
    personas no asumen unas exigencias reales acerca de la
    vida. En cualquier caso, el vínculo entre bienestar y
    felicidad es enormemente más complejo y sutil que lo que
    parece a primera vista.

    Pocos son los anuncios de contenido puramente
    informativo en la actualidad (entendiendo todos aquellos cuya
    finalidad no es otra que la de informar de
    características, promociones, servicios y fechas). No
    utilizan como eje central de comunicación ninguna
    característica emocional o social, ni siquiera se centran
    en una característica física del producto,
    son generalistas.

    En esta categoría hay dos grupos de anuncios
    diferenciados: los de instituciones, con un marcado
    carácter de servicio público, y los comerciales,
    que mantienen el esquema original de la publicidad comercial
    primigenia, esto es, pretenden convencer al receptor de la compra
    del producto o servicio concreto mediante la exposición
    del listado de características físicas-tangibles,
    sin añadir atributos de carácter emocional, o
    destacar una característica física por encima de
    las demás (excepción echa de la promoción
    de ventas). La
    motivación para el consumidor es de tipo racional.
    Este es el tipo de publicidad donde se utiliza fundamentalmente,
    como eje de comunicación, la tecnología; sobre todo
    en los sectores de medios de comunicación y
    telecomunicaciones.

    La Tecnología es el argumento estrella de
    esta categoría; hasta límites, que en nuestra
    opinión, van más allá de lo meramente
    físico (este argumento puede que sea tan abundante debido
    a su magnífica aceptación social).

    Para
    concluir

    El objetivo final del relato publicitario es el de dar
    existencia a los objetos, y por continuación, a las
    personas que consumen esos objetos. Esto se consigue mediante el
    uso de los referentes semiotizados que se convierten en signos,
    ya que la forma en que se presentan los productos y su
    carácter efímero dan lugar a la exhibición
    de los signos comerciales que buscan integrarse en el
    comportamiento sociosemiótico del consumo.

    El discurso publicitario se limita a absorber contenidos
    originales presentándolos al consumidor como "bienes
    culturales" para persuadirlo. La cultura actúa en estas
    condiciones como una figura que aporta prestigio al prestigio
    social y económico porque se dirige a un receptor con un
    prestigio social alto, pero que necesita intensificarlo con el
    prestigio cultural que le aporta el arte. Cualquier
    manifestación cultural es utilizada para añadir
    prestigio a nivel sociocultural, incluso los idiomas extranjeros,
    que aparentan actualización y modernidad cultural. Por
    supuesto, también el lenguaje
    científico, añade (además de prestigio) una
    gran carga de seguridad y confianza.

    La enorme presencia de los signos publicitarios a nivel
    social crea un discurso generalizado, de modo que
    entendemos la publicidad como una gran metáfora
    única que consigue disolver la realidad tras el proceso de
    identificación metafórico con el imaginario creado
    para los productos y marcas. El discurso publicitario une los
    significados del ser y el parecer, hasta el punto
    de que realidad y ficción intercambian sus rasgos de
    identidad, los Valores de cambio se añaden a los
    productos y son asumidos como Valores de uso, de forma que
    los productos no se usan, sino que se enseñan para que
    signifiquen. La única identidad que perdura es la creada
    por el discurso.

    Gracias al sistema cultural vigente progresan los
    mecanismos del mercado en el tejido social, aprovechándose
    del sistema cultural en uso, gracias a determinados factores; el
    primero son las nuevas concepciones del Neoliberalismo, que
    entienden que el individuo es soberano de sus acciones y la
    empresa responsable de sus acciones (concepciones que niegan la
    necesidad de resistencia);
    otro es la concepción del tiempo posmoderno, donde a la
    descomposición del sentido típica de la
    época se le une la desconexión social del discurso
    publicitario, que evoluciona al margen de la verdad y la mentira;
    el tercer factor es la reflexión sobre los modelos de
    hiperconsumo, que sólo benefician a una quinta parte de la
    humanidad, pero sin los que todos estos dispositivos no
    tendrían sentido. Existe una semiotización de los
    valores vinculados al consumo (la tecnología, el
    bienestar, etc.) que sirven de propaganda al
    sistema capitalista actual, permitiéndole perdurar y
    extenderse.

    Los valores que conocemos están representados
    (materializados) en bienes y se les supone, por lo tanto, un
    depositario. Por otra parte, un valor determinado no se da con
    independencia de los demás valores, aunque no
    faltará quien se empeñe en defender la objetividad
    e independencia del valor y afirme que estas circunstancias
    influyen en la captación del valor y no en su constitución o existencia. Los objetos
    anunciados –y por extensión, las corporaciones
    anunciantes- se convierten, mediante el uso de los valores en el
    discurso publicitario, en depositarios de los valores.

    Se consigue la fidelización al cliente mediante
    la identidad de clase, que ha
    evolucionado hacia una clase de identidad que sirve para la
    elección de las marcas por parte de los consumidores en
    función de sus percepciones. La publicidad corporativa
    construye los valores de la
    organización buscando su consolidación en el
    ámbito de actuación del ciudadano en su vida
    cotidiana. El individuo construye entonces unos valores mas
    consolidados respecto a la organización que se publicita
    al dirigirse no al problema, sino a la marca
    corporativa

    La tecnología es el posicionamiento racional
    más utilizado, curiosamente, también es una idea
    valorada a nivel social, ya que la incorporación de esta a
    determinados sectores se considera positiva e incluso
    añade prestigio al producto.

    La mayor parte de los anuncios utilizan un
    posicionamiento emocional, y aun el resto, pese a tener como eje
    central del anuncio características físicas
    –o ser meramente información- no se privan de dicho
    posicionamiento, sobre todo en la imagen. La publicidad se ha
    apartado de su línea argumental original, basada en
    destacar características físicas del producto
    anunciado, y ha elegido la opción de apelar directamente a
    los destinatarios, convirtiéndose en una configuradora de
    espacios sociales, reflejando las ideas de moda a nivel
    social. Esas ideas configuran la ideología del sistema
    social, siempre orientadas a la superficialidad del
    espectáculo y a la banalidad de los valores, creando un
    entorno al que cada vez es más difícil oponerse por
    su poder integrador.

    Las corporaciones anunciantes buscan conseguir una
    imagen positiva a nivel social, porque esto favorece la
    competitividad de su empresa. Uno de los factores mas importantes
    para la imagen corporativa, es conseguir conectar con los valores
    de los públicos a los que se dirigen los productos, de
    forma que se pueda conseguir la identificación de los
    consumidores con las empresas que más se aproximen a sus
    valores.

    Las corporaciones anunciantes utilizan aquellos valores
    que se encuentran en alza en la sociedad (como la
    Tecnología, que pasa de ser valor tangible a social), para
    crear su propia personalidad
    empresarial, con el objetivo de integrarse a nivel social con sus
    públicos. Al hacer esto, la imagen de la
    corporación se socializa adaptando los rasgos más
    positivos para sus consumidores. De forma que las marcas (y en su
    defecto los productos) dejan de ser objetos y se convierten en
    sujetos del relato, con la finalidad de hacer ver a los
    destinatarios del mensaje que comparten los mismos valores
    sociales, para de esa forma integrarse como miembros de pleno
    derecho en la sociedad y obtener el que sus mensajes sean
    recibidos con interés (o al menos sin rechazo) por las
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    Este artículo es obra original de
    Pedro Ant.
    Hellín Ortuño
    y su publicación inicial
    procede del II Congreso Online del Observatorio para la
    CiberSociedad: http://www.cibersociedad.net/congres2004/index_es.html"

    Pedro Ant. Hellín
    Ortuño

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