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Sociedad civil y construcción de nueva subjetividad social en Uruguay: condicionamientos, conflictos, desafíos




Enviado por Alfredo Falero


    En Uruguay, como en toda América
    Latina, se experimentan búsquedas, se tantean caminos,
    hacia una nueva etapa cuyas características son
    absolutamente inciertas. Lejos de constituir una excepcionalidad
    regional, el empobrecimiento creciente, la extensión de la
    marginación y la expropiación sin precedentes que
    viven sectores bajos y medios
    constituyen manifestaciones inequívocas de la crisis
    económica instalada, pero sobre todo es el producto
    inevitable de un patrón de acumulación gestionado
    desde hace años, en el caso uruguayo, por la
    centro-derecha del espectro político.

    En este contexto, la oposición política, el
    Encuentro Progresista-Frente Amplio, que aglutina un abanico de
    sectores que va de la izquierda al centro político, es
    capaz de acumular descontentos diversos, de crecer
    elección tras elección, pero al mismo tiempo se
    presenta atravesado por dosis inéditas de pragmatismo y
    moderación, frecuentemente con efectos paralizantes. Cada
    posicionamiento, cada acción,
    aparece minada con la excesiva prudencia que marca el temor de
    complicar resultados electorales, lo que a su vez realimenta el
    desconcierto en una corriente social de cambio que
    sigue mirando como referente a esa fuerza
    política.

    En todo caso, está latente una vez más el
    recurso del capital
    simbólico acumulado, del que se espera, una vez abierto en
    toda su magnitud el juego
    electoral, logre neutralizar o matizar los anteriores
    desconciertos de quienes se alinean en giros políticos de
    transformación social, e involucrarlos más
    activamente ante expectativas cercanas de obtener el gobierno.

    De todos modos, también subyace en tal postura, y
    en esta coyuntura, la proyección de un escenario
    enormemente simplista y simplificador que no vamos a caracterizar
    aquí, aunque el simple sentido común indica que no
    puede esperarse que quienes gozan de privilegios los cedan sin
    luchar.

    Dentro de este complejo panorama actual signado por la
    agudización de la degradación social y el
    utilitarismo y la inoperancia del sistema
    político se observa un conjunto importante de
    prácticas colectivas de resistencia, un
    arco de viejas e inéditas manifestaciones de descontento,
    acciones de
    construcciones sociales clásicas y un abanico de
    experiencias creativas. Pero también existe una evidente
    percepción de incapacidad y
    frustración para generar una corriente que pueda incidir
    en las decisiones políticas.

    El objetivo de
    este trabajo es dar
    cuenta de una aproximación a esos dinamismos considerando
    un contexto de crisis y de reestructuración social. Se
    trata, más que de abordar esa pregunta equívoca del
    impacto de acciones colectivas concretas, de considerar un
    conjunto de expresiones sociales de demanda, desde
    actores visualizados no como dados o construidos, sino como en
    construcción y con potencialidad de abrir otro horizonte
    de posibilidades. En este sentido, la condición de
    desarrollo de
    algunos procesos nos
    exige ser prudentes. Así, la crisis financiera del
    año 2002 trajo movilizaciones inéditas como la de
    los deudores en dólares, pero un balance
    sociológico adecuado de las mismas exigiría una
    perspectiva temporal de la que todavía no se dispone. Esto
    nos lleva a explicitar algunos aspectos
    teórico-metodológicos.

    ALGUNAS CLAVES
    CONCEPTUALES

    Una primera clave que subyace al presente abordaje es
    que si se elige como único referente el concepto de
    movimiento
    social estaríamos cerrando el razonamiento a nuevas
    configuraciones, obviando los cambios que van germinando
    discretamente en el tejido social y que hacen a esa capacidad de
    construcción de lo nuevo. Por ello es preciso en principio
    considerar un concepto aglutinador de un todo complejo para luego
    dar cuenta de experiencias que transforman individuos y
    colectivos (Thompson, 1981) y de elaboración de
    significados de las demandas sociales (Sader, 1995).

    La designación de sociedad civil
    para considerar lo anterior, en tanto referente sumamente
    extendido como distinción analítica con el
    ámbito estatal y con la esfera del mercado, puede
    ser útil siempre y cuando reparemos brevemente en la
    intensa disputa de sentidos de que es objeto el concepto y
    fijemos una dirección. En lo que aquí se
    presenta, y en la perspectiva ya desarrollada en trabajos
    anteriores (Falero, 2001[a]), aproximamos el concepto en una
    dirección gramsciana como campo donde aparece en
    tensión permanente la construcción de
    subjetividades y proyectos de
    sociedad
    encontrados.

    Frente a abordajes que la presentan como mera pluralidad
    atomística de individuos, grupos u ONGs,
    como pura diversidad emanada de disolución de contenidos
    clasistas, rescatamos un ámbito de constitución de sujetos sociales que nos
    remite a la importancia de la construcción de
    hegemonía como expresión nuclear de un proyecto
    estratégico, como apropiación subjetiva y real de
    elementos de transformación social. En tanto campo de
    tensión hegemónica, en tanto ámbito de
    generación de una cultura de
    referencia alternativa a las relaciones dominantes, tiende a
    remarcarse a nuestro juicio un aspecto crucial que hace a la
    dificultosa y contradictoria formación de un nuevo sentido
    común (de Sousa Santos, 2000), de una nueva subjetividad
    social y de su capacidad de construcción (Zemelman,
    1998).

    A partir de lo anterior proponemos en lo que sigue una
    operacionalización de sociedad civil, reparando en dos
    aspectos esenciales.

    Por un lado, los grandes ejes estructuradores, es decir,
    movimientos sociales que si bien parten de un tejido social que
    puede ser más atomizado o más denso presentan
    cierta permanencia en tanto vectores
    constituidos en la construcción de lo alternativo. No
    obstante, su propia complejidad los vuelve sensibles en su
    interior a tironeos de lógicas culturales diferentes e
    incluso del propio poder
    dominante, en tanto éste permanece convenientemente
    invisible, diseminado por el entramado de la vida social
    (Eagleton, 1997). O en la perspectiva más reciente de
    Holloway (2002), se trata de considerar la incidencia de una
    forma de socialidad de "poder sobre" que es potencialmente
    desplazable por una socialidad de "poder hacer".

    Por otro lado, la capacidad de construcción de
    redes de
    micro-organizaciones
    del tejido social –insistimos, a partir de la
    articulación de necesidades, experiencias y
    expectativas– lo que supone ponderar la activación
    de prácticas inéditas, si bien sujetas a
    discontinuidades, de proyectos que abren otros horizontes
    posibles, en suma de creatividad
    social y nuevas formulaciones.

    Si bien ambos ejes analíticos son parte de un
    todo interrelacionado, la distinción es una exigencia
    metodológica insoslayable para poder abordar el doble
    ángulo de lo constituido y lo constituyente (Negri, 1994),
    los productos de
    una determinada construcción sociohistórica pero
    también la apertura a lo posible, en el contexto de
    sociedades que
    están sujetas a una profunda reestructuración.
    Precisamente, es preciso realizar algunas breves observaciones de
    contexto sobre lo que este tránsito implica para el
    Uruguay.

    EL URUGUAY
    DISTINTO

    La literatura uruguaya en
    ciencias
    sociales exageró, a nuestro juicio (Falero, 1999;
    Robertt, 1997), en la adjudicación al Estado de un
    particular carácter de iniciativa como desencadenante
    de cambios que marcaron a fuego la dirección que se
    cristalizó en Uruguay desde principios del
    siglo XX. No cabe duda de que jugó un eficaz papel
    articulador en la generación de un modelo que
    tendió a matizar desigualdades socioeconómicas
    fuertes y que alimentó hasta ahora el mito
    integrador de la movilidad social ascendente generalizada, pero
    no puede entenderse ese papel sin la presencia de un movimiento
    sindical fuerte y de articulaciones
    construidas por otros actores y en otros contextos.

    Esto quedó definitivamente cancelado. No
    sólo quedó atrás incluso el propio
    crepúsculo del modelo estatal heredado de comienzos del
    siglo XX, del llamado primer batllismo, sino que caducó el
    esquema material y simbólico de integración social que lo legitimó.
    En verdad, ya Real de Azúa (1971: 200) lo adelantaba
    genialmente a fines de los años sesenta al apuntar a la
    caducidad de toda esta estructura
    mental y entonces sin reemplazo visible. Se puede decir que las
    exequias del modelo duraron más de cuarenta
    años.

    Paralelamente, el nuevo patrón de
    articulación económica y política con el
    exterior, designado con el eufemismo de "nuevo modelo
    exportador", comenzó contradictoriamente a cristalizarse
    con una manifiesta profundización de un relacionamiento
    asimétrico, común a la región. Ello
    ocurrió de la mano de un giro autoritario nítido
    del presidente Pacheco en 1968. La sucesión de oscuras
    figuras presidenciales a partir de Pacheco inclusive
    –Bordaberry y los militares de una dictadura que
    contó con abundantes cómplices y cortesanos
    provenientes de los partidos tradicionales, Sanguinetti y una
    recuperación democrática condicionada–
    basaron su prédica en un enemigo interno, en orden contra
    caos, que adquirió y adquiere sucesivas y renovadas
    designaciones.

    No puede escatimarse una continuidad básica en
    este sentido, desde un comienzo de prédica anti-subversiva
    que incluía a los tupamaros pero también a
    partidos, sindicatos u
    otras organizaciones que supuestamente irrumpieron en una
    arcádica "Suiza de América", pasando por la
    demonización genérica de marxistas hasta el
    más reciente rótulo de populistas, que puede
    incluir las más variadas opciones políticas que se
    pretenda criticar.

    De la dictadura que duró entre 1973 y 1985 se
    salió luego de un intento de auto-legitimación fracasado con el plebiscito
    militar de 1980, a partir de la eclosión de la
    organización de sectores populares (Filgueira, 1985)
    –especialmente a través de tres movimientos sociales
    importantes: sindical, estudiantil y FUCVAM, organización que nuclea las cooperativas
    de vivienda por ayuda mutua– y de la acción de los
    partidos
    políticos que buscaron una salida pactada en un
    contexto donde el propio poder económico había ya
    quitado su apoyo.

    Los gobiernos electos posteriores –los presidentes
    Sanguinetti, Lacalle, Sanguinetti nuevamente y Batlle–
    fueron promotores de ajustes fiscales regresivos, gestores de la
    consolidación de un patrón de crecimiento
    socialmente excluyente1, y cultores, especialmente en el caso de
    los dos gobiernos de Sanguinetti y en el de Lacalle, de la
    imagen de un
    elenco militar siempre acechante, ingrediente básico para
    el fracaso del referéndum contra la ley de impunidad de
    los militares en 1989. Imagen continuada en un contexto regional
    que contradictoriamente no admitía intentos golpistas
    exitosos.

    Existe otro aspecto importante a considerar en ese
    nivel. Porque aún teniendo presente la
    transformación de la forma Estado y el fortalecimiento del
    Poder
    Ejecutivo en Uruguay (de Sierra, 1992) debe observarse que la
    sucesión de integrantes de los poderes ejecutivos
    post-dictadura se fundó igualmente sobre complejos
    equilibrios políticos difíciles de desmontar, que
    impidieron un avance del modelo como el que se registró en
    otros países de la región de la mano de lo que
    suele rotularse como "globalización neoliberal".

    En especial, ello ocurrió por el funcionamiento
    de las maquinarias partidarias tradicionales y su necesidad
    intrínseca de cooptación y corrupción, más generalizada de lo
    que suelen admitir algunos enfoques, y por la oposición
    del Frente Amplio, su crecimiento electoral y una sociedad civil
    fluctuantemente movilizada. Esto explica, junto a la presión de
    caudillos locales del interior, que en 1992 el 73% de la población diera al gobierno Blanco de
    Lacalle el mandato de no vender las empresas del
    Estado mediante un plebiscito (Vitelli, 1998).

    En tanto la economía uruguaya
    post-dictadura adquirió cierto dinamismo, en el que los
    principales beneficiarios fueron sobre todo los sectores
    financiero y exportador, resulta extremadamente simplista
    considerar al sector asalariado como generalizadamente afectado.
    Mientras sectores asalariados medios, como por ejemplo los
    empleados bancarios, fueron beneficiados hasta fines de la
    década del noventa, hubo por el contrario asalariados
    fuertemente afectados, marcados por ejemplo por la
    desindustrialización, que llevó a la pérdida
    de unos 66 mil puestos de trabajo en la industria
    manufacturera sólo entre 1990 y 1998 en un país de
    poco más de tres millones de habitantes, y por el
    desmantelamiento progresivo del estado de bienestar (Olesker,
    2001). Todo lo anterior complejizó un proceso de
    desintegración social que tuvo también otros
    carriles.

    La crisis económica y su manifestación
    financiera, la dramática situación social que
    estalló en toda su magnitud en 2002, marca pues el fin de
    un proceso y el inicio de uno nuevo. Simplificando la
    conformación de escenarios posibles, el rumbo será
    producto de la capacidad de actores colectivos para redireccionar
    la sociedad en un sentido alternativo o de la capacidad de
    reacomodamiento de los mismos sectores económicos,
    articulados a las agencias globalizadotas, para llevar adelante
    un proyecto de crecimiento excluyente.

    Corresponde pues en lo que sigue señalar las
    mutaciones y permanencias, las limitaciones y potencialidades que
    se les presentan a los actores de la sociedad civil uruguaya en
    la construcción de un horizonte alternativo.

    EJES DE CONSTRUCCIÓN
    DESDE LA SOCIEDAD CIVIL

    En primer lugar debe hacerse notar la acción de
    un movimiento sindical que hunde sus raíces en la segunda
    mitad del siglo XIX y se construye como independiente del Estado
    a la vez que cruzado, motivado, por las corrientes
    ideológicas de transformación social que
    caracterizaron el siglo XX, y que fue un activador de demandas
    ante el Estado y
    la empresa
    privada. Considerando el modelo anteriormente delineado, que se
    basaba en la inserción en el trabajo
    formal, y donde los demás derechos sociales eran
    construidos a partir de tal inserción, el movimiento
    sindical se convirtió en el gran eje estructurador de la
    sociedad civil uruguaya.

    No es novedad postularlo, pero claramente el universo de
    construcción de la subjetividad social sentaba una base
    importante en el sindicato. Es
    una subjetividad que no se construye en la tranquila continuidad
    de lo seguro, como a
    veces se exagera apelando equívocamente a la
    caracterización de "sociedad amortiguadora": se construye
    en el conflicto, en
    la huelga (como
    por ejemplo en la de 1962, que frustra el primer intento de
    congelar salarios), en la
    tensión entre corrientes sindicales, y finalmente en la
    represión.

    Ciertamente, estando afectada más globalmente la
    materialidad y la subjetividad del ser que vive del trabajo,
    está agotado un modelo de sindicalismo
    global (Antunes, 1999). En el caso uruguayo, la subjetividad se
    construye ahora sobre una base muchísimo menos tributaria
    del eje sindical, tanto por ese proceso de
    desindustrialización mencionado –40% de obreros en
    el I Congreso Extraordinario de mayo de 1987 contra 19% en el VII
    Congreso de julio de 2001 (Falco, 2001)– como por el avance
    del empleo
    precario e informal, o directamente el creciente desempleo. Se
    calcula que en 2001 un 54,4% tenía problemas de
    empleo en Montevideo, y un 62,9% en el interior urbano. En cuanto
    a la desocupación abierta de 2002, el porcentaje
    trepó a un 19% en el trimestre julio-setiembre2.
    Notoriamente estas cifras afectan a cualquier movimiento
    sindical, pero también existen otros problemas que hacen a
    la baja credibilidad que ostenta el propio sindicato como
    vehículo para incidir en la realidad.

    Frecuentemente sujeto a disputas internas que recortan
    su capacidad de maniobra, exhibe dificultades para constituirse
    en tan sólo un vector de la trabajosa construcción
    de lo alternativo en una sociedad transformada. Más
    allá de medidas como los paros generales, una de las pocas
    manifestaciones recientes que contó con apoyo masivo, a
    excepción de la llamada Concertación para el
    Crecimiento, sobre la que volveremos, fue una marcha a Punta del
    Este realizada el 24 de enero de 20023. No obstante, y
    paradójicamente, su éxito
    debe adjudicarse más a la publicidad no
    buscada generada por la prohibición del gobierno del
    presidente Batlle de entrar en el balneario y a los intentos de
    desacreditarla por dirigentes de los partidos tradicionales, que
    a méritos propios de organización en el marco de
    facilitar la discusión a un nivel de tejido
    social.

    En segundo lugar, cabe destacar el ya mencionado
    movimiento de cooperativistas de vivienda por ayuda mutua,
    FUCVAM, federación fundada en 1970 a partir de algunas
    cooperativas de viviendas generadas en el interior del
    país, que actualmente aglutina más de trescientas
    cooperativas de base y unas 16 mil familias. A nuestros efectos,
    importa destacar que no sólo no se presenta como acotada a
    la reivindicación puntual de préstamos para
    construcción de cooperativas de vivienda, sino que tiene
    una visión de sociedad más amplia y promueve un
    estilo de
    vida. En tal sentido su presencia como movimiento ha sido
    notoria en diversas expresiones colectivas. Pero paralelamente
    sus acciones incluyen en las actuales circunstancias desencadenar
    algunas estrategias
    colectivas para permitir acceder a alimentos.
    Asimismo, las cooperativas generan fuertes redes de intercambio
    en algunos barrios en que se insertan y contribuyen a recrear un
    tejido social fracturado.

    En tercer lugar, debe señalarse el resurgir a
    partir de 1996 de un movimiento estudiantil de enseñanza secundaria. Caracterizado por su
    discontinuidad y por considerar clave para su funcionamiento el
    regenerar una organización más bien laxa preocupada
    por la horizontalidad y la construcción de consensos, ha
    irrumpido con movilizaciones anuales que incluyeron la
    ocupación de centros educativos y ha tenido expresiones
    públicas y planteamientos que expresan mucho más
    que insatisfacciones educativas puntuales.

    Otras características presenta la
    Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay,
    FEUU. Si bien pasó coyunturas históricas con
    grandes movilizaciones, como en 1958, y el reclamo de la ley
    orgánica de la Universidad
    (D’Elía, 1969), o en 1968, cuando se cuestionaron
    radicalmente las estructuras de
    dominación (Landinelli, 1989), su impacto público
    es más bien efímero. Es cierto que ha recobrado
    cierto nivel de movilización anual cuando se discute en el
    Parlamento el presupuesto
    destinado a la educación
    superior, que ha revitalizado recientemente la más
    bien modesta práctica de acercamiento con la sociedad, la
    extensión universitaria, pero es más dependiente de
    su dirigencia y de otros actores de la universidad que de su
    propia capacidad para construirse como movimiento desde la
    cotidianeidad, lo cual no permite advertir un potencial de
    transformación social significativa.

    Cabe finalmente completar este rápido cuadro con
    una referencia respecto a quienes se mueven en el ámbito
    de los derechos humanos.
    A modo de señalamiento de algunos aspectos manifiestos de
    la temática corresponde mencionar importantes marchas
    anuales y proclamas que terminaron limitándose a "por la
    verdad", así como algunos intentos de establecer variantes
    uruguayas de los "escraches" argentinos con objetivos
    más ambiciosos, pero de convocatoria acotada.

    Pero más allá de estas expresiones, que
    dejan entrever una fragmentación notoria en varios
    nucleamientos, debe marcarse como central la búsqueda
    incansable de apertura de la sociedad a un tema nunca resuelto.
    Intencionalmente nunca resuelto, puesto que los gobiernos
    post-dictadura ejercieron sucesivos intentos de clausuras con
    notoria complicidad mediática y entre amenazas de
    desestabilización, con la excepción de la
    Comisión para la Paz del presidente Batlle, si bien
    ostenta resultados más bien modestos o al menos
    polémicos.

    MOVILIZACIÓN DE BASE
    RURAL Y CONCERTACIONES

    La segunda mitad de la década del noventa marca
    el desarrollo de movimientos locales de protesta en ciudades del
    interior del país. Entre sus primeras manifestaciones
    está el caso de Paysandú, una ciudad con desarrollo
    industrial en rápido declive. Allí, a fines de mayo
    de 1997, una manifestación policlasista contra el rumbo de
    la hambruna producto de la construcción de un consenso
    social inédito se convirtió en el primer
    mojón de sucesivas movilizaciones. Igualmente otras
    ciudades comenzaron a tener inéditas movilizaciones que
    incorporaban además de asalariados, a pequeños y
    medianos comerciantes. Debe ponderarse adecuadamente este dato en
    función
    de que los ritmos de la política en muchos de esos lugares
    siempre habían sido pautados por los caudillos locales y
    una cultura que sin ser muy estrictos podríamos calificar
    de oligárquica.

    Otro trabajoso consenso cristalizó el 13 de abril
    de 1999, cuando decenas de miles de productores rurales lanzaron
    la mayor movilización agraria hacia Montevideo en la
    historia reciente
    del país. Puede decirse que fue una movilización de
    composición socioeconómica extremadamente
    heterogénea, y en tal sentido incluyó tanto
    sectores que se beneficiaron sistemáticamente por su
    capacidad de lobby con el
    sistema
    político como olvidados peones rurales. Pero considerando
    la experiencia inédita, que luego tendría otras
    derivaciones, debe insistirse en la resignificación que
    para muchos participantes supuso una expresión
    pública de descontento como ésta.

    Entre las marchas que comenzaron a sucederse hasta la
    capital del país importa mencionar la de los
    cañeros de Bella Unión, que en diciembre de 2000
    recorrieron más de 600 km. La movilización
    reunió a un espectro amplio de damnificados convocados por
    la "intersocial" de esa zona norteña del país,
    famosa por la organización en 1968 del Sindicato de
    Cañeros de Artigas a partir del involucramiento social del
    dirigente socialista Raúl Sendic (Claps, 1985), quien con
    el tiempo se convertiría en uno de los principales
    dirigentes tupamaros.

    En suma, sectores urbanos y rurales del interior del
    país, habituados a prácticas de cooptación y
    clientelísticas de los partidos políticos
    tradicionales, comenzaron lentamente a tener otras
    prácticas y otra visibilidad pública. Aquí
    hay que distinguir la diferente trayectoria dibujada por los
    centros institucionales que agrupan a la élite
    agropecuaria, puesto que mientras la Asociación Rural
    siguió manteniendo las coordenadas habituales de
    interrelacionamiento con el elenco político para obtener
    demandas, la Federación Rural cambió su estrategia,
    apareciendo más demandante y participando de la
    Concertación para el Crecimiento.

    La central sindical Plenario Intersindical de
    Trabajadores-Convención Nacional de Trabajadores (PIT-CNT)
    participó activamente en la organización de la
    primera convocatoria de la misma el 16 de abril de 2002, que
    logró una multitudinaria concentración, estimada en
    100 mil personas, que incluía una heterogeneidad de
    sectores del trabajo y del capital. Notorias fueron las ausencias
    del sector importador nucleado en la Cámara de
    Comercio y los representantes de la Cámara de
    Industria. No obstante, tampoco todos los sectores populares
    estuvieron representados, ya que el movimiento cooperativista de
    viviendas había decidido no participar. De todos modos, la
    convocatoria, si bien construida desde las dirigencias de
    organizaciones con intereses heterogéneos y rodeada de un
    conjunto de dudas sobre su viabilidad, permitió canalizar
    un notorio descontento social al postular la necesidad de un
    cambio de política
    económica. Pero sin bases en el tejido social, el
    balance de sus posibilidades de continuidad y su capacidad de
    provocar una real inflexión está todavía
    abierto.

    REDES BARRIALES: ENTRE LA
    CREATIVIDAD SOCIAL Y EL VOLUNTARIADO

    No es nueva la construcción de redes barriales en
    Montevideo. La coordinadora de ollas populares, por ejemplo, se
    remonta a los años ochenta. En algunos espacios urbanos,
    la vitalidad de estas redes ha mantenido vivo un tejido sobre el
    que se activó, paralelamente con sindicatos y otras
    organizaciones sociales, la recolección de firmas para
    convocar a plebiscitos u otras formas de resistencia social. No
    obstante, lo que se pretende situar aquí es la
    generación de un dinamismo sin precedentes que constituye
    una respuesta a una crisis agravada en 2002 pero sólo
    posible como resultado de prácticas anteriores. El
    florecimiento de huertas comunitarias, comedores populares, nodos
    de redes de trueque, comisiones de vecinos, constituye
    expresiones de un cambio cualitativo, y no simples acciones
    desencadenadas ante la carencia.

    Además se han ido conformando redes que vinculan
    y organizan comedores, merenderos, asentamientos con viviendas
    precarias, y que en suma constituyen un arco no siempre visible
    de manifestaciones colectivas. Pero lo más importante a
    señalar aquí es que ese arco de experiencias
    incluye no solamente a Montevideo sino a todo el país,
    especialmente en cuanto a huertas comunitarias, lo cual es
    bastante novedoso en función del contexto.

    Ciertamente no está ausente en esta dinámica, al igual que en el caso de
    movimientos sociales constituidos, la sociedad política,
    en el sentido de que muchos organizadores actúan
    paralelamente a un nivel de base o medio, en particular pero no
    exclusivamente de fuerzas políticas que componen el Frente
    Amplio, aunque esto no significa necesariamente que den
    coordinaciones entre ambos planos. Tampoco están ausentes
    las ONGs en su más variada gama de objetivos y
    perspectivas, ni los centros comunales zonales dependientes de
    la
    administración municipal de Montevideo, que vienen
    apoyando, especialmente en barrios periféricos, diversas iniciativas
    colectivas de sobrevivencia.

    Llegados aquí, corresponde insertar las
    prácticas más allá de la coyuntura. En tal
    sentido, pueden postularse dos direcciones que coexisten en el
    contexto de la crisis y que suponen horizontes históricos
    diversos. Lo que sigue es una simplificación obligada,
    pero resulta útil para ver la tensión subyacente,
    los conflictos posibles en este plano que venimos
    desarrollando.

    Por un lado, muchas acciones se enmarcan y se encaminan
    más en la línea del tradicional y renovado
    voluntariado que llena los espacios que el Estado va dejando. Es
    el modelo que aparece en los informativos de televisión. En este sentido, aún
    configuradas desinteresadamente, las acciones no constituyen una
    alternativa al mercado que sigue estructurando las relaciones
    sociales, sino que simplemente toman, total o parcialmente, el
    lugar de las funciones de
    compensación que el Estado realizaba.

    Por otro lado, existe una dirección de
    construcción de cultura alternativa, de fisuras en la
    subjetividad dominante, de generación de espacios sociales
    capaces de abrirse a la creatividad social y eventualmente ser
    base de otras expectativas. Es necesario considerar que ambos
    proyectos –simple voluntariado y aperturas de espacios de
    transformación social– suponen horizontes de
    desarrollo opuestos. En el primer caso pueden llegar a suponer
    una forma renovada de control social;
    en el segundo, pueden llegar a constituir el despliegue de
    resignificación de necesidades, bases de una sociedad
    más participativa y democrática. Se trata en suma,
    una vez más, de construcción de subjetividades
    sociales bien distintas.

    CONCLUSIONES

    La temática desborda las posibilidades de este
    artículo, pero si se acuerda que América Latina
    vive la apertura a una dinámica de búsquedas y
    tanteos de lo nuevo, las evidencias
    advierten que Uruguay no es una excepción. No obstante,
    frente a fenómenos de magnitud social y cuantitativa
    considerable como el movimiento de los Sin Tierra en
    Brasil o la
    eclosión de la sociedad civil en Argentina, por citar los
    casos de los países vecinos, la realidad uruguaya puede
    pasar desapercibida. Desvanecidos una construcción social
    incluyente y el mito sostenedor de la misma que además
    alimentaba cierta excepcionalidad regional, en un contexto de
    reformulación de la forma Estado, sólo quedan las
    exploraciones de proyectos capaces de contribuir a construir
    alternativas de sociedad.

    En esa dinámica la sociedad civil no sólo
    es un terreno de apropiación semántica: también sugiere una
    pluralidad de contornos, componentes y aspiraciones de acuerdo al
    proyecto.

    Tanto en el accionar de movimientos sociales, entre
    debilidades y fortalezas, como en las prácticas de nuevos
    actores y la construcción de nuevas experiencias barriales
    existen subjetividades sociales distintas. En una coyuntura en
    que para mucha gente la prioridad pasa a quedar
    constreñida al acceso a la alimentación, la
    regeneración de redes comunitarias, de estrategias
    colectivas, pasa a ser constructora importante de subjetividad,
    potencialmente de lo alternativo.

    Al promoverse formas, intentos organizativos no siempre
    visibles –a veces, improvisaciones– en la
    cristalización de efectivas coordinaciones horizontales,
    se está exhibiendo una apertura inédita a lo
    colectivo y a resignificar necesidades. Potencialidades
    sustantivas en tanto de esa construcción cotidiana
    dependerá la capacidad para incidir o redireccionar en
    este contexto sociohistórico.

    No puede dejar de agregarse sobre tal capacidad lo que
    significa para las organizaciones de la sociedad civil el
    desafío de trascender los límites
    del Estado-nación
    hacia un plano regional y global. Afortunadamente también
    en esta dimensión hay experiencias y potencialidades en
    movimientos y organizaciones sociales de Uruguay, como es el caso
    de sindicatos y cooperativas de FUCVAM, lo que también
    abona, en una dirección poco cultivada durante el siglo
    XX, para la conformación de nuevas
    alternativas.

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    NOTAS

    1. Un indicador significativo es que
    prácticamente la mitad de los niños
    nacen en situación de pobreza
    según el Índice de Desarrollo
    Humano (2001), pero si las condiciones persisten se estima
    que en quince años el porcentaje treparía al 60%
    según un informe del
    Comité de los Derechos del
    Niño en Uruguay (2002). Para un resumen, véase
    La República (23 de junio de 2002).

    2. Las cifras sobre problemas de empleo en el año
    2001 corresponden a dos informes del
    Equipo de Representación de los Trabajadores en el
    Banco de
    Previsión Social, septiembre 2002. Sobre el desempleo del
    año 2002, el porcentaje corresponde a una
    estimación del Instituto Nacional de Estadísticas. Véase .

    3. Los ejemplos seleccionados están basados en el
    seguimiento de material de prensa,
    especialmente del semanario Brecha y en aportes realizados
    mediante entrevistas.

    Este texto se
    encuentra bajo licencia Creative Commons

    Alfredo Falero*

    * Docente e investigador del Departamento de
    Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales,
    Universidad de la República, Uruguay.

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