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¿Modernización del Estado o Estado faccioso? Nuevas reflexiones sobre la teoría del Estado


    Sobre la teoría del Estado (crítica
    del seudo–progresismo)

    La teoría del Estado, aunque reconoce
    antecedentes relativamente antiguos en las culturas
    greco–romana y china, se ha
    planteado en la época moderna y desde el siglo pasado
    está atravesada por el fuerte contraste que se
    abrió en las ciencias
    sociales y humanas cuando Marx y Engels
    formularon su visión, dentro de un panorama anterior que
    ya reconocía debates.

    No podemos aquí siquiera esquematizar brevemente
    esa historia, pero el
    carácter intrínsecamente
    controversial de la teoría actual, por sí
    sólo nos requiere deslindar nuestra postura, cuya
    particular perspectiva agrega una segunda razón para
    explicarnos.

    Enmarcamos esa perspectiva en la inaugurada por Marx y
    Engels y la concebimos como una visión del mundo nueva,
    que adolece todavía de suficientes elaboraciones, lo que
    repercute, entre otros aspectos, en su propia teorización
    del Estado.

    En cuanto al mencionado enmarque,
    puntualizamos:

    1) Aceptamos que el Estado no
    puede comprenderse sin la fractura entre la producción y la distribución de bienes,
    mediante una estructuración social que escinde grupos
    propietarios y grupos desposeídos (castas y clases), los
    primeros explotando el trabajo
    de los segundos, para lo que deben asegurar su
    dominación, situación precedida por largos siglos
    de igualdad
    social primitiva.

    2) Aceptamos asimismo que las luchas entre unos y
    otros (así como las rivalidades entre
    ciudades–Estado, imperios y naciones) componen desde
    entonces la dinámica de la evolución histórica, dentro de un
    entramado único que incluye el desarrollo
    técnico (y modernamente,
    científico–técnico) que potencia el
    resultado del trabajo
    humano.

    En torno a las
    carencias:

    1) Por falta de una elaboración suficiente de la
    evolución histórica (cosa imposible para cualquiera
    en el siglo XIX y excesiva para Marx, quien no pudo completar
    Das Kapital), con frecuencia dentro del campo del marxismo se ha
    tendido a rellenar los vacíos con una forma explicativa de
    la visión del mundo anterior, el sustancialismo o
    legalismo formal de la filosofía burguesa, que ya en ese
    siglo había desembocado en el naturalismo social
    positivista, en las antípodas del pensamiento
    dialéctico.

    Ello sucede en expresiones como "la historia de la
    humanidad es la historia de la lucha de clases" o bien en la
    simplificación esquemática de complejas relaciones
    dialécticas entre términos en sí mismos ya
    complejos, como es el esquema "a un nivel A de desarrollo de las
    fuerzas productivas corresponde la existencia de una
    superestructura política y cultural
    A1, hasta que aquellas pasan de A a B, generando una
    tensión entre B y ésta A1, y entonces un proceso
    revolucionario derriba A1 y genera B1, y así
    subsiguientemente con un nivel C o D de las fuerzas
    productivas".

    Tales expresiones o esquemas procuran explicar los
    cambios históricos como casos particulares de
    expresión de una ley atemporal y
    trascendente, es decir, por fuera de esos casos, meras
    expresiones accidentales y temporales de esa sustancia o
    ley.

    Así se reitera un modo de pensamiento creado por
    una visión filosófica no sólo
    pre–dialéctica (Hegel) sino
    aún pre–crítica (Kant), pues se
    trata del uso interpretativo de la dualidad categórica
    sustancia–accidente, sea la cosa extensa o la pensada o
    ambas una base metafísica
    del mundo, perenne, inmutable e increada.

    Aún sin contar la semidisolución que
    produjo, desde dentro, en esa concepción sustancialista,
    el escepticismo empirista, el materialismo
    dialéctico no debería olvidar, de su propia
    tradición, que tal sustancialismo fue objetado por la
    crítica kantiana a las antinomias de la razón, o
    criticado y superado por la visión hegeliana de la
    contradicción y el movimiento y
    finalmente explicado históricamente por la teoría
    del fetichismo de la mercancía.

    2) Lo expresado en el punto anterior podría, a su
    vez, dar pie a un esquematismo crítico, ya que la
    cuestión es compleja y basta mencionar la necesidad de
    distinguir entre la polaridad existente entre las obras
    desarrolladas de Marx y Engels y sus escritos de
    vulgarización política, por una parte y lo que ha
    sido luego la polaridad entre un marxismo culto y un marxismo
    vulgar, para advertirlo (para no hablar de largas y eruditas
    polémicas sobre temas relacionadas con la
    cuestión).

    Pero podemos, a pesar de ello advertir que los
    vacíos apuntados existen en la globalidad de la cultura viva
    de las corrientes marxistas y se rellenan casi inevitablemente
    con expresiones o simplificaciones esquemáticas como las
    mentadas que, al adoptarse aisladas del camino
    teórico–conceptual antes mentado (Kant, etc.),
    terminan apoyándose inevitablemente en un sustancialismo
    burgués.

    Así se constituye una suerte de variante "de
    izquierda" de ese sustancialismo, como la creencia en el
    "progreso" como sustancia de la historia (al modo
    positivista), que se expresa en escalones cuya altura clausura la
    anteriores más bajas, según los pasajes
    mecánicos antes expresados, en relación
    pseudo–contradictoria, entre infra y superestructuras que
    hemos formalizado como A, A1, B, B1, etc.

    No podemos aquí entrar en las precisiones
    necesarias para abordar la relación entre ese modo de
    pensamiento y algunos fenómenos históricos, como el
    sorprendente desarme político y militar de las izquierdas
    alemanas y el campo republicano de Weimar frente al avance del
    nazifascismo, pero podemos señalar el tema como un
    desarrollo y un debate
    necesarios, que se relacionan con otros conexos como la doctrina
    de la "coexistencia pacífica" de la URSS o la vacuidad
    ideológica que implicó su régimen
    neo–absolutista.

    El Estado como correlato
    orgánico de la producción
    mercantil.

    Otro síntoma de los vacíos y la falta de
    desarrollo de la visión del mundo dialéctica es que
    la relación de implicancia entre la lucha de clases tanto
    con el cambio
    histórico como con el Estado, debería advertir
    facilmente que en las sociedades de
    castas puras, en las que no hay tendencias evolutivas inmanentes
    a su estructura, no
    hay lucha de clases, aunque haya dominio y
    explotación social, y es dudoso que pueda hablarse de un
    Estado propiamente dicho y menos de auténticas políticas,
    como alternativas diferentes o contrarias del curso social o la
    "cosa pública". (1)

    Nos referimos, desde luego, a aquellas sociedades con
    producción agraria excedentaria, con comercio en
    todo caso marginal y en las que la producción para el
    mercado no ha
    ocupado una posición importante dentro del conjunto del
    trabajo social,
    como fueron las denominadas primeras civilizaciones caldea y
    egipcia.

    Hemos dicho en el punto anterior que en el caso de Marx
    y Engels estos vacíos y confusiones se deben
    principalmente a la falta en su época de una suficiente
    investigación y elaboración
    históricas sobre tales realidades y ese juicio es
    fácil de corroborar mediante dos remisiones.

    La primera refiere a que la conexión
    histórico–orgánica entre lucha de clases y
    existencia del Estado no es sino un ejemplo de un principio
    metodológico esencial del materialismo dialéctico,
    formulado por Marx como que "La rusticidad e incomprensión
    consisten precisamente en no relacionar sino fortuitamente
    fenómenos que constituyen un todo orgánico, en
    ligarlos a través de un nexo meramente reflexivo."
    (2)

    La segunda refiere a que Engels tenía en claro
    que para el sistema feudal
    europeo, como sociedad
    estática de castas, valía el juicio
    de que no podía surgir de su estructura interior
    transformación alguna, sino que ella fue inducida por el
    desarrollo del comercio exterior
    por la navegación. (3) Habida cuenta de que el derrumbe
    del Imperio Romano
    dejó no obstante importantes restos de producción
    mercantil, de instituciones
    estatales y normas
    jurídicas privatistas que coexistieron con el orden
    dominial del feudalismo, y que
    las luchas campesinas quedaron latentes en sus momentos
    más débiles, el juicio vale con mucho mayor
    razón para las primeras sociedades civilizadas.

    La puesta en perspectiva de los todos orgánicos
    en relación con la evolución conflictiva de las
    sociedad mixtas en estratificación de castas y clases
    (mixtura que se expresa claramente en la institución del
    esclavo–cosa) es una tarea pendiente, puede arrojar
    resultados casi inmediatos de comprensión de la historia
    social y de la cultura en extremo interesantes, más vastos
    de lo que hemos apuntado ligeramente en el libro citado
    en nota 1, así como de la pervivencia de las formas de
    relación de castas en la sociedad capitalista moderna (no
    sólo en el apartheid y el fascismo, sino en
    el uso muy moderno del tráfico y la explotación
    esclavista para la acumulación, los fundamentalismos, el
    uso cultural maquivélico de los maniqueísmos
    religiosos para el consenso político, etc.).

    No podemos desde luego aquí reproducir siquiera
    todos los pocos apuntados en el libro citado y en cuanto a las
    pervivencias modernas apenas reflejaremos brevemente las
    cuestiones ideológicas mencionadas bajo el
    paréntesis del párrafo
    anterior, en su relación explicativa de fenómenos
    propios de la historia
    argentina.

    Por eso nos limitaremos aquí a señalar
    brevemente el sentido de las conexiones orgánicas
    necesarias entre lo estatal y lo mercantil y no obstante,
    agregaremos una conceptuación acerca de la
    dialéctica del desarrollo de la sociedad humana previa a
    la aparición del Estado y la lucha de clases, una
    circunstancia fundante que envuelve esos momentos y que
    pervivirá si ellos resultan superados.

    Cuatro son los aspectos centrales que ligan la
    irrupción de la producción mercantil con la del
    Estado, es decir, genética y
    estructuralmente:

    1) la aparición de la lucha de clases y la
    competencia
    comercial exterior entre sociedades (ciudades–Estado,
    imperios, naciones); de la primera simultáneamente brota
    la existencia de árbitros con gran poder y
    relativa autonomía frente a los sectores en conflicto y el
    establecimiento de normas generales y superiores de
    funcionamiento público (tiranos, constituciones,
    monarquías absolutas o constitucionales,
    repúblicas, división de poderes, etc.); la segunda
    agrega la guerra naval a
    la terrestre (guerra que sin perder el componente de lucha por
    los territorios fértiles, se convierte en una
    cuestión mucho más compleja);

    2) los inevitables y continuos conflictos
    entre propietarios privados, ya que es propio de la propiedad
    privada propiamente tal y del proceso de acumulación, la
    relativa inseguridad en
    torno a su cuantificación y deslinde, la
    contraposición de intereses entre vendedores y
    compradores, deudores y acreedores, lo que requiere de un
    funcionamiento específico de tribunales y normas
    jurídicas;

    3) la necesidad de una acuñación de la
    moneda que en una circulación generalizada y creciente
    obvie a pagadores y cobradores (vendedores, compradores,
    acreedores, deudores), demorar sus transacciones mediante
    operaciones de
    peso de los metales o
    adquirir conocimientos de metalurgia
    para certificarse su pureza (el reemplazo del oro y la plata
    por el papel moneda y otros fenómenos conexos adquieren
    mayor claridad en esta perspectiva);

    4) cerrando el círculo de estas articulaciones
    que la filosofía de la
    ilustración ha sintetizado como las de la polaridad
    sociedad
    civil–Estado, el excedente económico se escinde
    entre las ganancias y rentas de la sociedad civil y los ingresos fiscales
    (impuestos,
    tasas, etc.) necesarios para las funciones
    descriptas en los tres puntos anteriores.

    El cambio histórico
    antes, durante y después del
    mercado–Estado.

    La otra fórmula de un marxismo regresivo al
    sustancialismo es la de que la historia, sin más, es la
    historia de la lucha de clases, desconociendo, entre otras cosas,
    el salto cualitativo verificado antes de la aparición de
    la estratificación social, con el paso de la
    recolección (con sus formas perfeccionadas de caza y
    pesca) a la
    producción (agricultura y
    ganadería).

    Hay en ese cambio un componente que comienza a desplegar
    el cambio y la dialéctica misma original de la constitución específica de la
    sociedad humana: el reemplazo de las conductas instintivas por el
    trabajo inteligente como forma diferente de la adaptación
    biológica.

    Este cambio en la historia de las especies acarrea el
    opacamiento creciente de las cualidades puramente
    biológicas heredadas para lograr la supervivencia, al
    florecer crecientemente la función de
    las herramientas,
    artefactos, saberes y sus memorias,
    remedios, prótesis y
    demás elementos conocidos del desarrollo
    socio–cultural, bien llamado desarrollo de las fuerzas
    productivas.

    Pues no debe confundirse la falsedad del esquema
    mecanicista y formal que hemos criticado más arriba, con
    el concepto mismo de
    fuerzas productivas, una de las articulaciones constitutivas de
    la especificidad de la conducta humana,
    un descubrimiento central y válido de Marx y Engels y lo
    que las ideologías de las clases ociosas y dominantes
    había mantenido oculto hasta entonces, pues revela la
    necesidad y dignidad del
    trabajo y su carácter alienado en condiciones de
    explotación social.

    Producir da más vida que meramente recoger y da
    asimismo oportunidad de obtener medios de vida
    para sí y para su grupo a seres
    vivos (humanos) que en las condiciones más duras de la
    mera recolección hubieran sido desechados por el proceso
    de selección
    natural que afecta a las especies animales
    inexorablemente y a las sociedades de cazadores o pescadores
    todavía de un modo muy fuerte y basta recordar los efectos
    harto diferentes de una miopía hereditaria según
    las situaciones descriptas para advertirlo.

    La dialéctica de la lucha de clases compone una
    dialéctica más vasta que incluye, aún en el
    terreno de las luchas interhumanas, otras forma que es la lucha
    entre sociedades globales (hoy naciones) y asimismo
    fenómenos evolutivos que no son luchas, cuya
    génesis es el reemplazo del principio de la
    selección natural de los individuos aptos o inaptos para
    realizar con éxito
    su adaptación trópica o instintiva por el principio
    de la creación de formas socio–culturales aptas para
    lograr la adaptación de los individuos de la especie con
    creciente independencia
    de la dotación genética.

    Siendo esa la génesis y dado el carácter
    universal de la inteligencia y
    el trabajo social, de ella sigue un proceso estructural incesante
    de reemplazo de formas anteriores por otras que establecen formas
    más aptas en el sentido originario (de alejamiento de las
    condiciones de sobrevida de la animalidad), siendo el
    mercado–Estado una función histórica de una
    de las etapas de ese proceso.

    Estado y teoría
    política

    Según lo visto en el punto anterior, la
    teoría científica del Estado es sólo una
    parte de la ciencia del
    desarrollo de la sociedad humana, o sea la historia de una
    especie viva, con raíces en la historia general de la
    vida, pero que se constituye como un desarrollo enteramente
    diferencial y aún contrario al de sus raíces,
    particularmente en el aspecto de que genera una selección
    sucesiva de formas de relación social crecientemente
    inclusiva de miembros individuales, con sentido inverso al
    proceso de "selección natural" descubierto por Carlos
    Darwin para el
    resto de las especies.

    Es enteramente sintomático del estado actual
    inicial y conflictivo de esa teoría científica que
    haya sido formulada por Carlos Marx y
    Federico Engels hacia la misma época en que Darwin
    formulara sus conclusiones sobre la "selección natural" de
    las especies, apenas hace poco más de un siglo.

    Es también sintomático que frente al
    descubrimiento de Darwin las actitudes
    conservadoras se difractaran entre el ataque negador (por su
    fuerza
    disolutiva de las creencias religiosas, concebidas desde Maquiavelo
    como factor de consenso frente a las desigualdades sociales) y su
    adopción
    como "darwinismo social", grosero artificio de negar la
    especificidad humana y su historia, sumergiéndola en un
    cosismo naturalista que de ser verdadero no necesitaría
    defensor alguno y que logicamente debería llevar a la
    clausura definitiva del reconocimiento del "alma" humana y
    su posición intermedia entre lo terrenal y lo
    celestial.

    Sin embargo (y coincidentemente con preocupaciones
    expresadas por Comte, Spencer y más adelante por Durkheim y
    otros), cada vez más aparecieron pretensiones de validez
    conjunta, pero separada y distinta de "ciencia" y fe
    religiosa, la que es parte de una tendencia más general
    hacia parcelaciones abstractas, forzadas e irracionales de la
    reflexión y la actividad cultural, entre las que se cuenta
    la existencia de unas seudo–ciencias
    parceladas en el análisis económico, social,
    político, jurídico, etc.

    El fenómeno estatal,
    más acotado pero más complejo

    El Estado y la política propiamente dichos
    entonces, tienen en su génesis, además del dominio
    y la explotación, la aparición de la
    producción mercantil, que alteró desde dentro del
    propio funcionamiento social excedentario (productivo y luego
    económico), la estática estructura de la sociedad
    pura de castas, antes sólo alterada por conquistas
    externas que cambiaban la titularidad de sus dominadores y dioses
    justificantes, pero no el funcionamiento.

    Hemos así acotado la existencia del Estado
    temporalmente, pues la anterior dominación pura de castas
    no puede ser considerada propiamente estatal, aunque desde luego
    podría denominarse proto–estatal, ya que la
    dominación y la explotación que está
    detrás van a componer, junto con los nuevos elementos con
    que la producción mercantil la configuración de lo
    político propiamente dicho.

    Esta inclusión de lo anterior en lo nuevo se
    manifiesta en lo económico en la derivación de
    parte de la ganancia capitalista a la renta de la tierra, en
    la estructuración social en la larga persistencia de la
    esclavitud–cosa, en lo
    político–cultural en la persistencia de la religión como factor
    de consenso social y de otros modos, cuyas combinaciones
    cambiantes se han manifestado como complejas formas
    históricas que han producido confusiones y rompederos de
    cabeza sin fin a los adeptos a los esquemas que hemos criticado
    en el punto 1 (en referencia al seudo-progresismo).

    Uno de esos rompederos de cabeza fue el debate sobre
    "los modos de
    producción" en América
    Latina, acerca del carácter feudal o mercantil del
    mismo, como si ambos términos fueran incompatibles, en
    carácter de escalones–estancos, según cuya
    definición correspondería "subir" o bien al
    capitalismo o
    bien al socialismo.

    Es sintomático que, en gran parte motivado por un
    acontecimiento incompatible con esos esquemas como fue la
    revolución
    cubana (enteramente "atípica en sus términos)
    el debate se hizo como si, además, los llamados
    "socialismos reales" no fueran en esa época ambiguas
    formaciones socializantes que modernizaron vastos restos de
    economías pre–capitalistas a través de una
    neta acumulación capitalista centralizada en la propiedad
    estatal, cuyo control
    excluyente por parte de una burocracia
    aburguesada no encerraba la posibilidad (luego cumplida) de
    restauración de la propiedad privada.

    Ahora bien, de acuerdo con la tesis que hemos formulado
    más arriba de que la falta de elaboración concreta
    y más completa de esos temas por parte de la nueva cultura
    dialéctica, favorece el resurgimiento del sustancialismo
    esquemático, bajo sus viejas formas u otras nuevas, hemos
    intentado elaborar una descripción concreta del momento
    fundacional del Estado argentino, que hemos denominado "Estado
    faccioso", que desde luego es posible dentro del costado oscuro
    del orden neo-colonial en que entró América
    Latina en el siglo XIX y provocar efectos tan curiosos como que
    nuestra ideología oligárquica resultara
    precursora de figuras ideológicas nazis del siglo XX en el
    uso de contenidos seudo-modernos (cientificistas) para apuntalar
    visiones justificatorias de las relaciones entre señores y
    siervos. (4)

    A esta forma concreta peculiar, una de las que es
    posible apreciar e investigar a partir de esa mayor complejidad
    que es correlato, como dijimos del acotamiento
    histórico–conceptual del concepto de Estado, nos
    referiremos en los puntos siguientes.

    Pero antes, recapitulando: lo jurídico, el
    Estado, la política, la filosofía, el crecimiento
    religioso del monoteísmo abstracto, el desarrollo del
    comercio exterior (la navegación) y las relaciones
    interestatales (primero inter–polis y luego
    inter-naciones), la tendencia a convertir la servidumbre en
    esclavitud–cosa y mano de obra asalariada, forman parte de
    un mismo proceso productivo, social y cultural que
    arrastrará siempre en su seno tanto la metafísica
    religiosa de desvalorización de lo material y sensible
    (aún en sus variantes modernas empiristas), como la
    reserva permanente de la relación
    señor–siervo que supone el ejercicio de la
    coacción, las cárceles, la policía, con sus
    reflorecimientos en el fascismo y otras variedades.

    En este siglo XX (con antecedentes en el XIX), se
    verifican claros síntomas de que este proceso ha llegado a
    su término, como son las circunstancias de que por primera
    vez la humanidad puede provocar su autodestrucción como
    especie (el arsenal nuclear) y la de que dispone de medios
    productivos para abolir la miseria y la desigualdad provenientes
    de su propio funcionamiento. Y ello sucede en medio de la primera
    explosión demográfica universal y con
    módulos más parecidos a las progresiones
    geométricas que a las aritméticas, con
    interinfluencias entre sociedades en distintos territorios
    perceptibles sincrónicamente. Como en el estricto presente
    nada augura que los poderes de la sociedad humana para
    autodestruirse o para eliminar la miseria, dejarán de
    crecer, lo más probable es que por la alternativa del
    suicidio de la
    especie o bien porque la humanidad logre sortear ese suicidio y
    superar las rémoras presentes del pasado, el Estado y el
    mercado sean formas de relación social en situación
    histórica de desaparecer.

    El Estado argentino bajo esta
    perspectiva

    La sociedad y el Estado argentinos pertenecen
    enteramente a la época actual, cuyos dilemas expusimos al
    final del punto anterior y tal brevedad, amén de
    constituir su población menos del 1% de la mundial, sin
    desconocer aquel marco ni tampoco que la época actual es
    la de la universalización, aún conflictiva e
    irresuelta, dan a su enfoque particular perspectivas explicativas
    y de posibilidades de cambio mucho más
    limitadas.

    Sin embargo, podemos bien aprovechar ese marco universal
    para mejor explicar lo que ha constituido la principal
    preocupación teórica de las disciplinas que se han
    ocupado de la sociedad argentina en particular o como parte de
    América Latina: lo que en una perspectiva se
    acentúa como atraso relativo (desarrollo vs. subdesarrollo)
    y en otra como dependencia (centros dominantes y explotadores vs.
    periferias explotadas y dominadas).

    Ambas perspectivas pecan de abstractas, pero no en igual
    medida, ya que el extremo vicioso en tal sentido ha pertenecido a
    la primera al concebir el mundo como un camino de mano
    única hacia el mayor desarrollo, con un rango
    jerárquico de más y menos, que sigue inspirando
    "noticias" en
    los medios con cuantificaciones numéricas de valores
    monetarios que ocultan mucho más de lo que dicen o, peor,
    la mitología grotesca de atribuir alma,
    humores y preferencia a los "mercados". En
    cambio –y salvo las versiones más simplistas de
    atribuir al "imperialismo"
    el papel del demonio y al "pueblo o la nación"
    el del angel redentor– las versiones de la dependencia han
    reconocido, aún dentro de su recorte abstracto, mayores
    complejidades en defectos de la sociedad propia, en sus grupos
    dominantes y sus tradiciones.

    Sin embargo, tal vez no bastaría con una
    "integración" de las verdades parciales
    contenidas en ambos esquemas y aunque sin dudas conviene a la vez
    tener en cuenta las insuficiencias de los desarrollos anteriores
    para explicar la situación actual, tanto como las
    rigideces para el cambio que lo ocasionan a ella su
    inserción en el mundo y los intereses externos e internos,
    seguramente será necesario también tomar en cuenta
    los modos de consciencia y de cultura (y las posibilidades de
    creación de consciencia y cultura) de los protagonistas
    sociales y políticos, dentro de la perspectiva de mayor
    complejidad a que hemos referido en puntos anteriores.

    En los orígenes de esta corta historia nacional
    existe una clave central de muchas confusiones y es la
    rémora de un orden colonial de castas y su cultura que,
    repudiado de palabra por el proceso independentista,
    siguió constituyendo el conjunto de valores y criterios de
    acción
    de los grupos dominantes, que de recibir de una reconocida
    autoridad
    monárquica los derechos "realengos" de
    enriquecerse con rentas, actividades comerciales o propiedades
    latifundistas rurales, pasaron a disputar rabiosamente entre
    sí un poder político formalmente independiente,
    para concederse a sí mismos esas opciones.

    El Estado argentino fue fundado así como un
    Estado faccioso, clave de las interminables disputas civiles sin
    partidos
    políticos propiamente dichos que caracterizaron a
    federales, unitarios, mitristas, alsinistas, roquistas. Hasta
    1890 resultaron excepcionales funciones modernizadoras empujadas
    por las relaciones con el mercado mundial, la
    incorporación de corrientes inmigratorias o reacciones
    parciales provocadas por los peligros y la consciencia de los
    peores efectos del faccionalismo.

    Va de suyo que esta realidad del Estado empujaba
    clamorosamente a ubicarse en una posición dependiente (por
    la corrupción
    y la ausencia de proyectos
    internos), más allá incluso de los requerimientos
    de la potencia capitalista dominante (en el caso Gran
    Bretaña).

    El florecimiento máximo del Estado faccioso se
    constituyó bajo el "unicato" de Juárez Celman y fue
    asimismo su ocaso, ya que la violenta revolución
    del '90, con amplio consenso entre los sectores propietarios
    rurales, obligó a las cúpulas políticas del
    faccionalismo (que por ello eran también las
    cúpulas económicas de esos sectores), es decir, el
    mitrismo y el roquismo, a deponer sus rivalidades, dando origen a
    una segunda etapa del Estado, a partir de allí un Estado
    conservador–acuerdista.

    El conflicto latente que dejó el fracaso de la
    revolución de 1890, manifestado en nuevos intentos
    revolucionarios a los que se sumaron las luchas sindicales,
    ayudaron a mantener relativamente contenidas las prácticas
    faccionales dentro del conservadurismo acuerdista y la apertura
    democrática de 1916 reforzó esa
    tendencia.

    No obstante, el fracaso del radicalismo, primero y del
    peronismo,
    después, en generar un orden político que evitara
    la restauración oligárquica (puntual en 1930),
    escalonada y dificultosa entre 1955 y 1976, ha posibilitado la
    destrucción o puesta en cuestión no sólo de
    los avances modernizadores logrados por el radicalismo y el
    peronismo, sino aún otros que datan de la presidencia de
    Sarmiento, como el impulso dado a la educación
    pública.

    Tales destrucciones han dejado vigente en la vida
    pública un fuerte faccionalismo corrupto, una dependencia
    factoril, y un generalizado conservadorismo acuerdista
    protagonizado ahora por peronistas, radicales y
    pseudo–renovaciones de sus tradiciones, dando paso a tipos
    de gestión
    pública cuyo parecido mayor es con la presidencia de
    Juárez Celman y no sólo en irrefrenables tendencias
    al unicato presidencial, una estructura completa que vuelven en
    extremo dudosas las actuales promesas electorales de erradicar el
    personalismo menemista y la corrupción sin modificar el resto de los
    aspectos de la misma.

    Pero este último concepto alude a una estricta
    actualidad, que mundialmente es el paso del llamado Estado de
    Bienestar a la política neoliberal.

    La "globalización":
    integración/desintegración

    El capitalismo reorganiza hoy el planeta y lo hace con
    una tensión cada vez más marcada entre ricos y
    pobres, pues las sociedades actuales que combinan centros de
    suntuosa prosperidad con focos de miseria creciente.

    Esta evolución intenta justificarse mediante el
    discurso de la
    "globalización", que pretende tapar las desigualdades
    mencionadas y sus tensiones bajo la pretensión de que el
    mundo se está integrando y unificando.

    En realidad, se ha avanzado hacia una mayor
    unificación del orden financiero internacional y
    comunicacional, pero no de la producción propiamente
    dicha, cuyas proporciones de destino en los diferentes mercados
    nacioales, por una parte, y el mercado internacional, por la
    otra, no han variado demasiado.

    En América Latina la globalizaciónse se da
    de acuerdo con los parámetros descritos, y amplios
    segmentos que permanecen al margen de esta globalización
    hegemonizada por el capital
    financiero padecen penuria y una segregación
    creciente.

    En consecuencia, las perspectivas abiertas por los
    cambios en curso tienen un carácter selectivo y desigual
    en las distintas áreas del mundo y en el interior de las
    sociedades, de ahí que debamos situar este proceso en el
    contexto global de miseria y opresión que se está
    dando.

    La financialización descomunal del sistema se ha
    convertido en la principal salida de su crisis de
    inversión, haciendo perder importancia a la
    explotación de las regiones del llamado Tercer Mundo, que
    dejan de tener económico importante para el sistema en su
    conjunto.

    Y si bien todas las sociedades son atravesadas por dicho
    proceso, la gran diferencia reside en la proporción de la
    población que es expulsada del nuevo modelo y en el
    papel jugado por cada elemento del sistema.

    De esta forma, el cambio operado se produce en
    condiciones de segregación de una parte importante de la
    población del planeta de una manera compleja e insidiosa,
    en donde grupos
    sociales, culturas, regiones y, en algunos casos,
    países se convierten en irrelevantes para la
    dinámica económica y la lógica
    funcional del sistema y pasan a constituir problemas
    sociales (y, por lo tanto, de orden público
    internacional) o cuestiones morales (y, por lo tanto, reciclables
    como desahogos caritativos o filantrópicos) dejando de ser
    sociedades en pie de igualdad con el resto de la
    especie.

    Los segmentos así desechados se encuentran en el
    vasto Cuarto Mundo: en los suburbios de Los Angeles, en
    Vigneux–sur–Seine, en el altiplano andino, en los
    ranchos de Caracas, en las villas miserias porteñas, en
    los "pueblos jóvenes" peruanos, en los bidonvilles de
    Argel o en las aldeas iraníes.

    Esta situación objetiva de desintegración
    ha llevado a un autor a hablar de un mundo atravesado por dos
    velocidades (5): uno hiperveloz, donde el tiempo
    histórico parece diluirse ante la inmediatez de un
    presente permanente y el espacio real parece desaparecer ante la
    virtualidad de lo simultáneo, y otro pobre en el que se
    vive la pesadez de la realidad cotidiana, del tiempo diferido,
    del habitat precario, del contrato de
    trabajo inestable, de la soledad y la
    desesperanza.

    La coyuntura histórica que se da a sí
    misma el nombre de globalización no es más que una
    nueva forma, aggiornada, de legitimación de la desigualdad, de las
    relaciones sociales asimétricas.

    La desintegración del
    Estado de Bienestar

    El leimotiv de los años 60 en la cultura
    política en general fue cómo adaptar las formas del
    proceso económico a las tareas de la justicia
    social. En la Europa de esos
    años, las discusiones acerca de las "nuevas formas de
    producir" indicaban que las presiones desde la base social no se
    limitaban únicamente al problema distributivo.

    En realidad, la configuración del Estado de
    Bienestar fue un resultado de los conflictos y rivalidades
    internacionales (6) y de las luchas sociales internas en cada
    país. Pero con la disolución del campo socialista,
    el giro chino hacia el mercado, la debacle de los populismos del
    Tercer Mundo y el fracaso de las social–democracias
    occidentales en sostener alternativas propias, desaparecieron las
    presiones dinámicas que sostenían al Estado de
    Bienestar.

    Ya a fines de los 70, los términos del problema
    comenzaron a invertirse, difundiéndose cada vez más
    en la cultura política la visión en la que los
    objetivos del
    bienestar se han convertido en una traba (tanto en
    términos de costos como de
    rigideces socio–estructurales) para el desarrollo de los
    aparatos productivos, y en una carga que limita el dinamismo y la
    capacidad innovadora de los sistemas
    económicos.

    Así, si antes las estructuras
    productivas debían equilibrarse con la maduración
    civil y política alcanzada por las sociedades, con las
    políticas neoconservadoras la lógica se invierte
    (Gobiernos de Reagan, Thatcher). Ahora son las sociedades las que
    deben adaptarse a las tareas de reestructuración de los
    aparatos productivos, impuestas por la dictadura del
    gran capital concentrado, sin transacciones con los intereses de
    otros sectores.

    El costo social en
    el "corto plazo" (desempleo,
    reducción de la protección social, mayor
    selectividad escolar, mayor desigualdad en la distribución
    del ingreso, reducción drástica de las
    posibilidades de carrera en la fábrica y en la sociedad,
    etc.) deberá ser pagado ante las necesidades unilaterales
    del gran capital.

    En efecto, el Estado social tal como se lo conoce en
    Europa es la combinación de dos universos distintos o de
    dos lógicas de administración. La convivencia fue posible
    en tanto que las dos lógicas (una que apunta a la igualdad
    formal y al respeto de reglas
    de procedimiento y
    otra que busca la eficiencia de
    la
    organización social y la obtención de objetivos
    relevantes para el mantenimiento
    y fortalecimiento de la misma) combinan la existencia de cierto
    garantismo liberal con una necesaria elasticidad
    operativa.

    La confluencia de estas dos visiones permitió que
    las desigualdades sociales de los individuos fueran mitigadas por
    la igualdad formal que éstos adquirían como
    ciudadanos frente al Estado. Así, el Estado social
    contó con un aparato formal lo suficientemente
    elástico para operar los ajustes que correspondieran a las
    tensiones y conflictos de la realidad
    socio–económica.

    Tradicionalmente, se consideran instituciones del Estado
    de Bienestar sólo aquellas directamente vinculadas con las
    necesidades elementales de la reproducción social de los individuos:
    alimentación, salud, educación, vivienda y
    garantías propias de la previsión social. El
    concepto de Estado de Bienestar aquí expuesto se basa en
    la idea de que el bienestar individual está defindo
    principalmente por la ubicación de cada sujeto como agente
    económico en los procesos de
    producción y distribución de la riqueza.

    En consecuencia, las instituciones del Estado de
    Bienestar serían todas aquellas destinadas a otorgar a los
    individuos capacidades para controlar y, en su caso,
    contrarrestar su destino como agentes económicos en los
    intercambios regulados por el mercado. La condición de
    agente económico de los sujetos se ha asumido como un
    presupuesto de
    partida en la construcción del Estado de Bienestar
    moderno, inspirado en gran medida por el ciclo económico
    expansivo de los países centrales durante la
    posguerra.

    Sin embargo, nada garantiza el cumplimiento de este
    presupuesto, particularmente en las economías
    dependientes, porque el carácter de agente
    económico se adquiere primordialmente por el valor de
    cambio del patrimonio
    individual que, para la mayoría de la población,
    refiere fundamentalmente a la fuerza de trabajo. El mercado de
    trabajo es el ámbito de integración social de los
    individuos y la conexión entre el sistema económico
    y las instituciones del Estado de Bienestar.

    Desde la perspectiva de la economía
    política, las pretensiones del Estado de Bienestar se
    plasman en arreglos institucionales orientados hacia la
    redistribución y estabilización de ingresos o
    niveles de consumo.

    Como sabemos, el capitalismo monetariza todas las
    relaciones sociales pero crea, a su vez, sus propios anticuerpos,
    de ahí que la lucha y la reivindicación
    económica quedan atrapadas en el interior de los límites
    del propio sistema que provoca el conflicto. En este sentido,
    reconocemos las limitaciones del Estado de Bienestar.

    No obstante, la crisis de este modelo de Estado se
    presenta como una desintegración de sus instituciones que
    amenaza con derivar en desintegración del conjunto de la
    formación social. Si bien este proceso de
    descomposición se viene gestando desde hace un largo
    tiempo, sólo se puede hablar de crisis del Estado de
    Bienestar cuando las transformaciones comenzaron a percibirse
    como críticas para la integración social,
    perdiéndose la base de consenso acerca de las estructuras
    normativas vigentes.

    Por cierto que esa situación no ha sido motivo de
    gran preocupación por partes de los poderes
    económicos dominantes y los gobiernos que los expresan,
    que han continuado con sus políticas de exclusión,
    mientras la
    globalización financiera ha mantenido su equilibrio
    general, a pesar del enorme factor desequilibrante latente que
    tiene el crecimiento geométrico de los valores en
    papeles frente a la alicaída expresión
    aritmética de incrementos en la producción y el
    comercio de bienes.

    Pero ahora que esa latencia, apenas anunciada en crisis
    menores como la del Tequila, está pasando de lo potencial
    a lo efectivo con la crisis asiática, que algunos expertos
    juzgan la antesala de que la globaliación financiera sea
    pronto reemplazada por la globalización de la crisis, lo
    que está llevando a la revisión del dogma
    neo–liberal de que es bueno todo acotamiento del
    Estado.

    Pero aún sin considerar está novedad que
    puede llevar a mayores redefiniciones, conviene precisar
    más las contradicciones que ha conllevado el retroceso del
    Estado de Bienestar.

    En este sentido, en referencia a la realidad
    latinoamericana, en general, y argentina, en particular, una de
    las mayores tensiones latentes que recorre la realidad es la que
    se da entre la "modernización económica" de
    características neoliberales y la "democracia
    política" (7), ya que el nuevo modelo económico
    asume características restrictivas al tornarse socialmente
    excluyente mientras que la democratización del
    régimen político tiende a ser políticamente
    incluyente. Y si bien siempre ha habido una tensión entre
    el ideal democrático y republicano y la realidad social,
    hoy esa tensión puede volverse insostenible por la
    cantidad de personas excluidas de todo beneficio
    social.

    La ampliación de la vulnerablidad social
    está perfilando el surgimiento de una sociedad nueva, que
    deja de sentar sus pilares en la integración para hacerlo
    en la exclusión. En este sentido, grupos de personas y de
    situaciones, diferentes entre sí, ya no tienen un lugar
    asegurado en la estructura
    social. Robert Castel8 llama supernumerarios en el
    sentido que carecen de utilidad social
    para el sistema a esta franja de población que ha dejado
    de ocupar un lugar respecto de la regulación social como
    sucede en las sociedades integradas.

    Una sociedad que pretende vivir bajo valores
    democráticos inclusivos, es decir respetando la idea de
    ciudadanía y de que cada ciudadano debe
    tener una participacón mínima en la vida social,
    comienza a entrar en conflicto con la situación donde
    personas y grupos son excluidos y marginados.

    Las llamadas políticas compensatorias o
    asistenciales que han tenido lugar en este marco, muestran una
    vez más la contradicción –o no– que
    implica que un Estado que no interviene en el proceso que
    amplía la marginación y la pobreza asuma
    simultáneamente una política
    asistencialista.

    Es decir que si bien los procesos que conducen a esta
    desintegración son de naturaleza
    económica, las intervenciones del Estado se dan en los
    marcos de reparación o control de los estragos del proceso
    económico, cercenándose a la vez los medios o la
    voluntad de intervenir en los mismos.

    La idea central del paradigama focalizador es que las
    políticas sociales deben actuar sólo sobre "grupos
    vulnerables" o de "alto riesgo",
    identificados con la pobreza extrema,
    bajo el supuesto de que es el único espacio donde pueden
    observarse fallas en los mecanismos de mercado. Al mismo tiempo,
    se sugiere que un sistema de políticas sociales construido
    sobre estas bases ayudaría a resolver la crisis fiscal, la
    cual se atribuye, en gran medida, al gasto en áreas
    sociales destinado a los sectores de ingresos medios y
    altos.

    Para ello se propone segmentar el conjunto de bienes y
    servicios
    destinados a las áreas sociales, entre aquellos que son
    plenamente "públicos" y los que pueden considerarse
    ìprivadosî. Por ejemplo, dentro de los bienes y
    servicios del área educativa sería público
    el nivel primario, hasta donde llega la demanda de
    estos sectores, y privado los niveles superiores a los que
    acceden los grupos de ingresos más altos. En el
    área de salud, se aplica la distinción entre
    atención primaria y preventiva, respecto de
    la medicina de
    mayor complejidad.

    Estas propuestas se complementan con aquellas que
    pretenden que las demandas en el área social se atiendan
    de manera más personal y
    diferenciada, mediante la identificación de segmentos que
    respondan a las diferentes capacidades de ingreso. Las privatizaciones en el área social, que
    involucran a los segmentos más rentables de la
    población, deben comprenderse en este sentido.

    Este tipo de propuesta debe ser criticada a la luz de las
    siguientes observaciones:

    1) reduce el objetivo de
    la política
    social al impacto redistributivo del gasto y a la
    atención de los sectores más pobres;

    2) se ocupa de los efectos y no de las causas de la
    pobreza;

    3) no discute las ineficiencias y el alto costo de la
    provisión privada;

    4) sus evaluaciones se basan en criterios
    estáticos y no toma en consideración los problemas de
    la dinámica del fenómeno de la
    distribución de la riqueza, de los ingresos y de la
    propia situación de pobreza.

    Esto, asimismo, es compatible con una visión del
    hombre como
    víctima, visión que sitúa a la
    política en el nivel del hombre como animal humano
    simbólicamente socializado. La visión victimaria
    del hombre condena a la especie a desenvolverse en la escala del
    darwinismo social, ya que víctima es el estado propio de
    la lógica del mundo viviente.

    Lo que singulariza lo propiamente humano es la
    posibilidad –igualitaria para todos– de devenir
    sujetos. Es decir la posibilidad de poner todas las capacidades
    individuales al servicio de un
    proyecto
    (político, amoroso, artístico,
    científico).

    Al hombre víctima se lo debe socorrer, por ello
    siempre hay una visión redentora, moralista y religiosa
    sosteniendo el vínculos con las víctimas. Y
    ésta no es otra que la política del amo.

    El amo sabe lo que es bueno y le conviene a la
    víctima, pero sobre todo sabe por qué la
    víctima padece; es decir que conoce por qué la
    víctima es víctima. Este saber habilita al amo a
    ofrecerse como representante de las víctimas y ser su
    vocero para desplegar en el Estado las políticas que lo
    ayudarán/asistirán. Este esquema, asimismo,
    mantiene a la política subordinada a las "necesidades
    económicas", o sea que ésta se convierte en simple
    medio para lograr satisfacer las necesidades básicas de la
    población, necesidades que el propio sistema declara como
    tales diciendo cuáles son y cuáles no.

    Esta concepción está estrechamente
    vinculada a la noción foucaultniana del Estado pastor, en
    el que Dios–rey–jefe ejerce todo el poder sobre su
    rebaño. Al guiar y conducir a sus ovejas, éstas le
    deben ciega subordinación, ya que el pastor sabe lo que es
    bueno para ellas, conduciéndolas, finalmente, a la
    salvación.

    Asimismo, y mostrando la cara más instrumental
    del modelo, en estas sociedades en las que las políticas
    neoconservadoras llevan la palestra, todo gira alrededor de
    la empresa
    privada como fuente del futuro crecimiento
    económico. Sin embargo, la empresa es
    también una máquina de excluir. En la misma medida
    de su eficacia y
    productividad,
    la empresa produce personas que no pueden satisfacer estas
    exigencias de rendimiento y afiliación y crea excluidos.
    El Estado neoconservador sólo se ocupa de lo social como
    un efecto del cambio operado en la economía, donde la
    escasez se
    transforma en una mercancía clave en este proceso. La
    escasez es lo que debe distribuirse y no los beneficios del
    sistema.

    Para el neoconservadorismo la categoría central
    alrededor de la cual debe girar la organización de la vida social es la de
    consumo y ya no la de trabajo, perdiendo éste el lugar de
    estructuración de identidad que
    había tenido en el pasado.

    El desempleo se convierte en condición
    estructural, y en una nueva forma de control social. En este
    marco, cobra auge el do it yourself: la
    autogestión, la autoayuda, el autoempleo, la
    autocapacitación, vienen a configurar un seguro de
    desempleo permanente y reaseguro de nuevas oportunidades
    sociales, en el contexto de un Estado que no asume sus funciones
    públicas con un sentido integrador sino que las delega en
    actores privados.

    La disociación entre
    economía y sociedad

    La separación entre economía y sociedad es
    propia del capitalismo. En él cada dominio opera
    según su propia lógica. El Estado, por su parte,
    intenta paliar los efectos fragmentadores que este corte suscita
    en los miembros de la sociedad.

    En nuestro país, el Estado populista
    compensó relativamente esta disociación entre
    economía y sociedad, a tal punto que resguardó a la
    sociedad de los efectos potencialmente desintegradores de esta
    heterogeneidad, ya que si se dejara a su sólo arbitrio el
    juego de los
    dos órdenes, lejos de armonizarse los imperativos sociales
    y las exigencias económicas, éstos
    terminarían por destruirse
    recíprocamente.

    Esto explica el hecho, por ejemplo, de que coexistieran
    en una misma función productiva trabajadores de
    capacidades muy diferentes bajo la contención del Estado
    junto a múltiples pequeños "nichos" de escasa
    productividad en las empresas. El
    empleo
    público, por su parte, desempeñó en muchos
    casos un seguro de desempleo encubierto, convirtiéndose en
    un salario de
    solidaridad o
    como prefieren llamarlo economistas suecos. De esta forma, la
    cohesión social estaba vinculada ampliamente a esta
    especie de encaje de lo social en lo económico.

    La destrucción del Estado populista
    comenzó a ejecutarse francamente durante la dictadura militar
    iniciada en 1976.

    Con la recuperación democrática, se
    asistió a la claudicación de los grandes partidos
    con responsabilidades de gobierno en torno
    a sus proclamados objetivos de corregir la herencia de la
    dictadura en todos sus aspectos, y bajo el peronismo menemista,
    hemos asistido a la paradoja de que se borren hasta los restos
    del Estado populista.

    Bajo el argumento de que la sociedad reclama
    posibilidades de mayor autogobierno y autorrealización, se
    observa una tendencia extrema hacia la valorización de las
    potencialidades del libre juego de las fuerzas del mercado para
    revertir la crisis social.

    La práctica social está impregnada por la
    adopción acrítica de políticas de
    inspiración neoliberal, particularmente en las versiones
    recomendadas por los organismos internacionales de asistencia
    financiera y técnica. Reafirmando una costumbre propia de
    sociedades con alta carga de frustración, estas
    alternativas se presentan como la antítesis del pasado,
    favoreciendo así las acciones
    tendientes al desmantelamiento del sistema institucional y la
    cultura social entonces vigentes. En el extremo de esta salida
    está la destrucción de todo lo que tenga que ver
    con lo público y con la pretensión de dirigir en un
    determinado sentido la práctica social.

    Así, la acción del sector
    público se intenta limitar a: a) la defensa de los
    contratos
    civiles, b) la protección del mecanismo del mercado contra
    efectos secundarios autodestructivos, c) el cumplimiento de las
    premisas de la producción en lo que se refiere a la
    organización global de la economía, d) la
    adecuación del derecho a las necesidades que surgen de las
    transformaciones en los modos de acumulación. Hoy toda la
    responsabilidad de la integración social se
    deposita en los supuestos méritos de un arreglo
    institucional privado.

    Como dijimos, la cohesión social estaba vinculada
    a una especie de encaje de lo social en lo económico, pero
    las políticas neoliberales instauradas intentan quebrar
    sucesivamente este arreglo, este "contrato social".
    Los microdispositivos de protección social
    implícita que antes estaban diseminados por el sistema
    productivo desaparecen ante las nuevas consignas de
    "modernización", apertura, productividad y competitividad.

    Este proceso, asimismo, es acompañado por un
    movimiento que hace referencia a una "sociedad irresponsable", o
    responsable por las vicisitudes y desmanes económicos,
    llamando a los individuos a hacerse cargo de sí
    mismos.

    Como vemos, el ingreso al neoliberalismo
    se corresponde con el ingreso a una sociedad individualista, en
    la que la disociación entre ciudadano, miembro de la
    colectividad, y trabajador, miembro de la sociedad civil se
    vuelve más flagrante. Entre el principio
    democrático de inclusión e igualdad y el principio
    productivo de diferenciación y exclusión comienza a
    producirse una tensión cada vez más
    pronunciada.

    En efecto, la exclusión de amplios sectores de la
    sociedad expresa la tendencia a la polarización de la
    economía hasta su punto máximo: la
    disociación de lo económico y lo social, de la
    producción y la redistribución, de la
    competitividad y la solidaridad.

    ¿Qué
    modernización?

    Las actuales justificaciones de la política
    neoliberal, con nuevas vestiduras o condimentos, reproducen en
    esencia el discurso sobre la modernización de los
    años 40.

    También ese discurso y sus versiones actuales,
    producidos desde la derecha ideológica, ostentan no
    obstante un parentesco profundo con el seudo–progresismo
    del campo de izquierda que hemos criticado al principio de esta
    ponencia.

    Aunque el término "modernización" es muy
    difuso y ambiguo, en general se refiere a la búsqueda de
    estadios superiores en el desarrollo de las fuerzas productivas y
    en la organización política y social. Lo "moderno"
    aparece como un concepto que se define a imagen de
    sociedades presuntamente más avanzadas y el "proceso de
    modernización" sería el camino hacia ese tipo de
    formación social. La ideología hoy
    hegemónica presenta al proceso de modernización
    como la revalorización del interés
    económico individual y el libre juego de las fuerzas del
    mercado, bajo el supuesto de que éstos han sido los
    estímulos que permitieron el mayor desarrollo de los
    países centrales.

    El paso siguiente es postular que en una economía
    subdesarrollada hay sectores con mayores posibilidades de
    funcionar bajo estos estímulos modernizantes y el proceso
    de desarrollo depende del fortalecimiento de esos núcleos
    definidos como modernos. Esta visión modernizante del
    proceso de desarrollo tiene tres puntos
    críticos:

    1) la identificación de los estímulos que
    supuestamente favorecieron el mayor desarrollo de los
    países centrales,

    2) la identificación de los núcleos
    modernos en una economía subdesarrollada y

    3) la idea de que el fortalecimiento de esos
    núcleos implica un desarrollo mecánico del conjunto
    del sistema.

    Este último punto incluye dos cuestiones
    adicionales:

    a) el problema de la compración entre las
    condiciones de funcionamiento de las economías
    subdesarrolladas y las efectivamente vigentes en las
    economías centrales; b) la cuestión de las
    secuencias en la búsqueda de la
    modernización.

    En estos modelos es
    particularmente clave la identificación del sector moderno
    o dinámico porque:

    1) sus supuestas cualidades y ubicación
    jerárquica definen las relaciones de
    autonomía–dependencia y los comportamientos del
    resto del sistema; y

    2) al presentarse como motor de la
    transformación progresiva, el núcleo moderno
    requerirá alimentación con "combustible" que ha de
    extraesrse de otras partes, con lo que se define también
    el sentido de las transferencias intersectoriales.

    En la teoría del desarrollo
    económico la dicotomía modernidad–atraso se plasmó y
    difundió con amplitud en los tradicionales modelos
    "duales". Aun reconociendo las diferencias con este modelo
    teórico, la implementación de la estrategia de
    industrialización por sustitución de importaciones y
    las políticas inspiradas en las actuales versiones del
    pensamiento de vertiente neoliberal, comparten dos ideas en los
    modelos duales:

    1) el desarrollo económico es un proceso
    mecánico, de etapas sucesivas y guiado por un sector
    moderno (endógeno o exógeno),

    2) el crecimiento del sector moderno es capaz de
    desarrollar un circuito virtuoso del desarrollo autosostenido
    cuyo único límite es la capacidad de ahorro
    (identificado con la inversión) que el sistema logre
    obtener.

    Los tradicionales modelos duales suponen que el sector
    atrasado actúa como bloqueo al desarrollo del sistema
    global, por lo cual postulan la necesidad de su
    reestructuración o eliminación mediante un proceso
    de etapas sucesivas basado en la capitalización del sector
    moderno. En este aspecto, la visión dualista es compatible
    con aquellos modelos que describen al proceso de desarrollo
    económico como un recorrido con inevitables etapas
    sucesivas, un camino de progreso continuo a través de
    secuencias cuyo orden es inevitable. El subdesarrollo aparece
    simplemente como un estadio atrasado en la evolución, cuya
    superación requiere políticas que repitan los pasos
    seguidos por las economías centrales.

    El atraso de las economías subdesarrolladas es
    atribuido fundamentalemente a la falta de "profundización
    capitalista" de algunos sectores. El dualismo considera que el
    crecimiento es un derivado lógico de las fuerzas desatadas
    por las transferencias de recursos hacia el
    sector moderno. El crecimiento del mismo supone el de la
    productividad media de la economía, el del ingreso global
    y el de la capacidad de ahorro e inversión en el
    sistema.

    En los modelos duales, las leyes
    mecánicas del mercado explican el tránsito de la
    economía por "senderos de expansión". La
    noción de mecanismo está asociada a una
    concepción del crecimiento como una cuestión
    exclusivamente técnica. El final del sendero de
    crecimiento está implícito en los supuestos de
    partida y en las relaciones funcionales asumidas.

    Sin embargo, todas estas teorías
    repiten el papel de pura ideología sin traducción en políticas concretas,
    es decir, un puro adorno
    ideológico de una crisis apenas contenida por
    ingenierías monetarias u otros paliativos.

    En nuestro país la retirada del Estado es
    atravesada por sus ineficacias presentes y pasadas. En este
    sentido, el Estado coexiste con esferas de poder autónomo
    y con base territorial, todas signadas por una corrupción
    irrefrenable.

    En este sentido, las tendencias de todo el capitalismo
    mundial hacia la obtención de ganancias adicionales
    mediante actividades irregulares o especiales, como el narcotráfico, la industria
    armamentista, la petrolera, el monopolio
    privado de servicios
    públicos, etc., adquieren en la Argentina una densidad
    superlativa.

    Además, en los centros urbanos se pone de
    manifiesto la evaporación funcional y territorial de la
    dimensión pública del Estado. El aumento de los
    delitos, las
    intervenciones ilícitas de la policía en barrios
    pobres, la práctica difundida de la tortura y de la
    ejecución sumaria de sospechosos que residen en los
    barrios más apartados, la impunidad del
    tráfico de drogas
    reflejan la creciente incapacidad, desinterés y
    complicidad del Estado para hacer efectivas sus propias
    normas.

    Hay regiones "neofeudalizadas" que aunque poseen
    organizaciones
    estatales (nacionales, provinciales y municipales) la
    obliteración de la legalidad les
    quita a estos circuitos de
    poder regional –incluso a los propios organismos
    estatales– su dimensión pública y
    legal.

    Así, nos encontramos con un Estado colonizado,
    "privatizado", por intereses sectoriales privados –los
    grandes capitales– que hacen de él un ámbito
    de discrecionalidad decisional, más allá de que
    bajo el capitalismo el Estado debería ser el garante
    último de la reproducción de las relaciones
    sociales.

    Exclusión y
    solidaridad

    Aunque en el siglo XIX el Estado argentino se
    constituyó como un Estado faccioso, posteriormente se
    desarrolló históricamente sobre la base de un
    sistema de garantías democráticas (con el
    radicalismo) y luego sociales (con el peronismo) que
    cubría los derechos de ciudadanía y los principales
    "riesgos" de la
    existencia.

    El neoliberalismo herirá mortalmente este perfil
    del Estado, dejando en pié todas las
    características del antiguo Estado faccioso.

    Esta destrucción, que no es ajena a la
    coexistencia de los perfiles democráticos y sociales con
    el viejo Estado faccioso, vuelve indispensable pensar lo social
    en un nuevo contexto.

    Ese Estado compensador que buscaba neutralizar los
    efectos del principio de la disociación entre lo
    económico y lo social ya no existe, y tampoco puede
    reeditarse. En un contexto de desocupación masiva y crecimiento de la
    exclusión (en sus diversas formas), la visión de
    los derechos sociales como compensadores resulta inadaptada: los
    fenómenos de exclusión, desempleo de larga
    duración, pobreza extrema, definen a menudo estados
    estables.

    A ello debemos agregar que la desestabilización
    general de la condición salarial (precariedad,
    flexibilidad, faltas de
    salidas laborales para la Tercera Edad), modifica en profundidad
    nuestra sociedad. La degradación de la condición de
    trabajo junto a la fragilización terminan alimentando el
    crecimiento del número de excluidos. La exclusión
    es el resultado de un proceso y no de un estado social
    dado.

    Los desocupados de larga data, los pobres, los ancianos,
    los excluidos en general no constituyen poblaciones en el sentido
    tradicional de la acción social. Los individuos a los que
    conciernen tampoco son un grupo en sentido sociológico. No
    hacen más que compartir cierto perfil de orden
    biográfico, étnico, sus vidas han realizado
    trayectorias que presentan cierta homología:
    sucesión de rupturas sociales, desencajes laborales. Son
    las "formas" de su historia y no las características
    socioprofesionales las que los acercan. Es por ello que no
    constituyen ni una comunidad social
    ni un grupo estadístico en sentido estricto.

    De allí que tenga poco valor tratar de aprehender
    a los excluidos como una categoría. Lo que hay que tomar
    en cuenta son los procesos de exclusión. La
    situación de los individuos de los que se trata debe
    comprenderse a partir de rupturas, de desfases, de interrupciones
    que vivieron. Lo que los marca son las
    distancias y las diferencias y no las positividades corrientes
    (ingreso, nivel educativo, profesión u oficio, etc.). Los
    excluidos no constituyen un orden, una clase o un
    cuerpo. Indican antes bien una falla en el tejido social.
    Así, pues, no sirve de gran cosa "contar" a los excluidos.
    Esto no permite constituirlos en objeto de acción social.
    De allí la tendencia a dejar que una población se
    borre detrás del problema que la define. Se habla de la
    pobreza más que de los pobres, de la tercera edad
    más que de los viejos, de la desocupación
    más que de los desocupados, de la exclusión antes
    que de los excluidos. En este marco, surjen con un nuevo
    énfasis e importancia las nociones de precariedad y
    vulnerabilidad.

    Estos grupos vulnerables están llevando a
    redefinir lo que se entiende por ciudadano, no sólo en
    relación con los derechos a la igualdad sino
    también en relación con los derechos a la
    diferencia. En los hechos, se operaría una
    disgregaciación del concepto de ciudadanía manejado
    por los juristas: más que como valores abstractos, los
    derechos se construyen y cambian según prácticas y
    discursos
    diferentes.

    Desde luego, éstas son, desde el punto de vista
    social, circunstancias de mucho peso para explicar que los
    niveles de lucha social ostenten niveles de vigor, en general,
    menores que en épocas pasadas, aunque en modo alguno han
    desaparecido ni cabe descartar que la creciente falta de
    credibilidad de los justificativos ideológicos de la
    política liberal no alienten mayores disconformidades y
    protestas.

    En esta perspectiva, asimismo, no debe olvidarse la
    incidencia del nivel político, en el que la mencionada
    imposibilidad de recomponer los aspectos sociales del Estado
    populista, mientras muchos de sus ex–beneficiarios se
    mantenía en sus acostumbradas creencias al respecto, ha
    demorado también la constitución de una nueva
    alternativa política que disputara el campo al denominado
    "discurso único" neo–liberal, pero eso deja un
    vacío que inevitablemente tenderá a ocuparse tarde
    o temprano.

    Ese ritmo es hoy imposible de predecir, pues si
    consideramos las necesidades de creación de una nueva
    perspectiva política y cultural, nos inclinaremos a prever
    un proceso más bien lento.

    Pero en cambio, las necesidades de su
    configuración pueden acelerarse por una agudización
    de los desajustes y las protestas consiguientes que genera la
    política de exclusión y mucho más en el caso
    de que no pueda controlarse la expansión de la crisis
    bolsística y financiera asiática, que si ya influye
    en los países capitalistas ricos, puede golpear con
    más fuerza en los pobres, como son obviamente los de
    América Latina.

    Mientras dure este ricorsi del curso
    histórico –y en la perspectiva que hemos dado
    más arriba, no pueden caber dudas de que los efectos de
    exclusión
    social son un síntoma indiscutible de estar hoy en tal
    reflujo– su descomposición y la recomposición
    de las fuerzas político–sociales incluyentes que
    preparen un nuevo corsi, serán relativamente
    lentos, pero como siempre suele ser cierto que "la necesidad
    tiene cara de Hereje", su presentación bajo forma de
    crisis puede dictar otros ritmos.

    Bibliografía

    • Acontecimiento, Revista para
      pensar la política
      , Buenos Aires,
      1998.
    • Castel, Robert, La metamorfosis de la
      cuestión social
      , Paidós,1997.
    • Foucault, Michel, Tecnologías del yo,
      Paidós, 1990.
    • Marx, Carlos, Elementos fundamentales para la
      crítica de la economía

      política, Siglo Xxi, Bs. Aires, 1971.
    • Offe, Claus, Contradicciones del Estado de
      Bienestar
      , Alianza Editorial, España,
      1990.
    • Varios autores, Cuesta abajo,
      UNICEF–Losada, Buenos Aires, 1996.
    • Varios autores, La modernización
      excluyente
      , UNICEF–Losada, Buenos Aires,
      1996.
    • Vazeilles, José, Ideologías del
      Mercado y el Estado
      , Centro Editor de A.Latina, Bs. As.,
      1992, El fracaso argentino, Biblos, Bs.As.,
      1997.

    Notas

    *Primeras Jornadas de Teoría y Filosofía
    Política

    1. Cfr. José G. Vazeilles, Ideologías
    del mercado y el Estado
    , Centro Editor de América
    Latina, Bs. Aires, 1992 y La adolescencia
    de la dialéctica
    , ponencia al Congrès Marx
    International, París, 1995 (mimeo).

    2. Elementos fundamentales para la crítica de
    la economía política
    , Ed. S. XXI, Bs. Aires,
    1971. Hay un párrafo similar en la Contribución
    a la crítica de la economía política
    y,
    desde luego, una aplicación sistemática del
    principio en ambas obras y también a lo largo de El
    Capital
    .

    3. Lo expresa claramente en el Complemento al
    Prólogo del Tomo III de El Capital
    , FCE, México,
    1985.

    4. Cfr. José G. Vazeilles, La Ideología
    oligárquica y el terrorismo de
    Estado
    , Centro Editor de América Latina, Bs. Aires,
    1985 y El fracaso argentino, sus raíces
    históricas en la ideología oligárquica
    ,
    Ed. Biblos, Bs. As., 1997.

    5. Paul Virilio plantea las desigualdades del mundo
    contemporáneo en términos de riquezas y velocidades
    dispares. Velocidad y política, Manantial,
    1996.

    6. Un protagonista importante de estos tiempos, aunque
    no destacado por su sagacidad o su amplia cultura ha declarado
    recientemente "Antes, comunismo y
    capitalismo se disciplinaban mutuamente para mostrar su mejor
    rostro. pero ahora el capitalismo muestra todas sus
    injusticias. El dinero es
    la autoridad suprema, las máquinas
    echan la gente a la calle, los empresarios llevan una vida muy
    moda mientras sus
    obreros pasan hambre". (Reportaje a Lech Walesa en
    Clarín, 9–8–98).

    7. Tesis principal de Hacia un nuevo orden estatal en
    América Latina. 20 tesis sociopolíticas y un
    corolario de cierre
    de Fernando Calderón y Mario dos
    Santos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires,
    1991.

    8. Castel, Robert, La metamorfosis de la
    cuestión social
    , Paidós,1 997.

    Este texto se
    encuentra bajo licencia Creative Commons

    Cristina Micieli y José G.
    Vazeilles

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