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Catalina: el infierno de una reina. Revista Esfinge (página 2)



Partes: 1, 2

QUIZÁ ESTAS CIRCUNSTANCIAS NOS
ACLAREN ALGO DE LA
CONDUCTA DE SU
HIJO.

Enrique VII ofrece a Londres unos grandes
espectáculos en la boda en la catedral de San Pablo y un
torneo en Westminster. Pero en ninguno destaca el pequeño
novio: en la boda, de blanco, parecía un ángel. En
el torneo, por su fragilidad, un paje. Al entrar en la iglesia,
Catalina va de la mano del segundo hijo del rey, Enrique, de diez
años, cinco menos que el novio, pero ya casi de igual
estatura.

DESTACA ENRIQUE. Y A SU LADO DESTACA
LA PRINCESA ESPAÑOLA POR SU BELLEZA Y SU ENCANTO.

Arturo y Catalina, quince años de niño y
dieciocho de mujer, marchan a
Gales. Y allí el destino les alcanza: una epidemia de
fiebres les hace enfermar a los dos; y el débil Arturo
muere, seis meses después de su boda.

Entonces empieza a ser importante el tema que luego
ocupará a Europa entera: en
los seis meses que ha durado el matrimonio han
dormido juntos siete noches. La pregunta clave es: ¿ha
habido o no unión carnal?

Los dos consuegros se enfrentan otra vez para seguir
jugando sin piedad la vieja partida en que el premio es la
desgraciada Catalina, que pasa entonces por su primera terrible
prueba, castigo sin culpa alguna: se ve, ella, princesa de las
dos cortes más ricas y espléndidas de Europa,
reducida a la casi pobreza, a la
humillación de no tener dinero para
sus gastos, a ver
cómo se le reduce paulatinamente su pensión por mor
del duelo económico de los dos avaros. Fernando pide la
devolución de la dote y la ratificación de los
derechos de
Catalina. Pero todo esto se subordina a un segundo matrimonio de
la joven viuda con su cuñado Enrique, ocho años
menor…

Vienen y van las cartas entre los
españoles del séquito e Isabel
de España:
uno de ellos, que mantuvo cierta amistad con
Arturo, afirma que el matrimonio se consumó. La feroz
dueña doña Elvira jura que no. ¿Será
necesaria o no una dispensa papal?

Y mientras a Catalina le falta el dinero cada
vez más y empeña las joyas de su madre, porque de
España no llega, que Fernando se lo racanea, y el suegro
inglés,
amparado en la supuesta virginidad de la nuera, le niega el rango
de Princesa de Gales y con ello la lista civil.

Pero no le habría hecho ascos a la rubia
española: acaba de morir su esposa de sobreparto, junto
con la recién nacida, y sus ojos se vuelven hacia
Catalina. Que rechaza con indignación el apaño.
Quizá le hubiera ido mejor.

Por fin se negoció el matrimonio de Catalina con
el nuevo Príncipe de Gales, en 1503, previa dispensa
papal. Durante el largo proceso,
cuatro años, la princesa vive en la pobreza, a
merced de la avaricia de su suegro. Mientras, la muerte de
su madre la priva de su único apoyo moral.

Y de su único apoyo monetario también.
Enrique VII le había concedido una pensión no alta
pero suficiente para las 60 personas de su Casa. Al morir Isabel,
el tratado entre mercaderes de ambos países no es
mantenido, y 800 ingleses que vivían en la corte de
España regresan a su país arruinados. El rey,
furioso, suprime la pensión a Catalina. A este enorme
problema se une el descubrimiento de una intriga de los hermanos
Manuel, la dama de compañía y el escritor, para
unir a Felipe el Hermoso, marido de la princesa doña
Juana, y al propio rey de Inglaterra,
contra Fernando el Católico. Catalina increpa con terrible
dureza a la dueña y la envía a Flandes con su
hermano. Con este acto se gana de golpe la independencia
moral y la madurez política.

Sin embargo, el omnipotente destino tiene sus planes:
una tormenta trae a las costas inglesas el navío en que
viajan Felipe el Hermoso y su esposa Juana. Un mes van a
permanecer allí; y la bajeza de Felipe impide que ambas se
vean hasta un día antes de la marcha de Catalina a
Richmond. Mientras, Felipe y Enrique traman toda suerte de planes
para hacerse con enlaces y componendas.

NO LE VA A RESULTAR TODO BIEN AL
INNOBLE FELIPE: LE QUEDAN MESES DE VIDA.

Entre tanto, Enrique de Gales ha cumplido 15
años, fecha en que se debía celebrar la boda. Pero
nadie dice nada . Catalina, sin ningún dinero en sus
arcas, ni puede pagar sueldos, ni calentar la helada casa en que
vive con sus 60 españoles, ni renovar vestidos, ni apenas
comer. Cuando al fin su padre envía 2000 ducados,
desaparecen rápidamente en pagar deudas. Fernando y
Enrique se pasan uno a otro la obligación; y es la
desgraciada princesa y su fiel séquito quienes lo
sufren.

Lo que sí hace Fernando es enviar dos elementos
de defensa a su hija: credenciales de embajador, para que se las
arregle, cosa que va a hacer durante dos años, caso
único en Europa, y un hombre fuerte,
el comendador don Gutierre Gómez de Fuensalida. Va a tener
que emplearse a fondo, él y Catalina, porque los designios
secretos del inglés, pactados con Felipe, son casarse
él con Catalina, y casar al heredero con Leonor, hija
mayor de Felipe y Juana. Y como no lo consigue, va creciendo su
odio hacia la infeliz princesa española, que cada vez se
ve más abandonada, desdeñada y aun
desobedecida.

Y EN ÉSTAS ESTAMOS CUANDO EN
ABRIL DE 1509 MUERE ENRIQUE VII DE INGLATERRA.

Enrique VIII, hermoso ejemplar de adolescente de 18
años mucho antes de que los cuadros nos lo muestren como
grueso y poco atractivo adulto, quiere apresurar la boda. Ahora
es el amo y va a hacer lo que quiere. Y la princesa cenicienta
deja de golpe las cenizas y se ve transportada a un mundo de
amor, de lujo,
de poder, de todo
cuanto puede ambicionar. Es un cuento de
hadas hecho realidad, más placentero por cuanto tanto
tiempo se
vivió en el extremo opuesto. Enamorado el adolescente como
sólo a su edad se puede estar, apasionado, feliz.
Enamorada la joven ciegamente de aquel en quien por primera vez
ha hallado amor.

Nueve años va a durar el paraíso. Otros
ocho o nueve la decadencia estabilizada de reina respetada.
Después, el descenso a los infiernos.

En enero de 1510 Catalina da a luz una
niña muerta. Y en enero de 1511 nace un hijo. La
emoción de Enrique inunda en fiestas
Inglaterra…

Y MIENTRAS TODOS LO CELEBRAN,
EL PRINCIPITO
MUERE.

El golpe es terrible. Los efectos duraron años.
Es la primera escena de violencia
entre los esposos, se oyen los gritos de ambos tras las puertas.
Es la primera y última vez que Catalina levanta la voz.
Después, cuando Enrique empieza a consolar su pena con las
lindas damitas de la corte, la reina guardará un silencio
digno y altivo.

Políticamente no le van bien las cosas. Quiere
ser leal a su padre y a su marido, y no es fácil. Fernando
está totalmente dominado por su segunda esposa, Germana de
Foix, y casi envenenado por las pócimas que ella le
suministra para lograr un heredero varón.

Es Catalina la que por fin tiene un heredero: en 1516
nace su única descendiente, María Tudor, que
reinará en los países de sus padres. Y aquí
comienza una serie de cambios: Catalina hace ahora más
caso de la hija que del padre, que tanto la está dando de
lado; su belleza, por los sucesivos partos y sufrimientos,
comienza a ajarse; y Enrique impone como su amante a la dama de
la corte Bessie Blount. Tiene un verdadero harén, pero
curiosamente cuando necesita de alguien en quien volcar horas de
charla, de confidencias, es a Catalina a quien acude, incluso en
tiempos de Ana Bolena.

En 1516 muere el Rey Católico, y tres años
después Carlos de Gante hereda los inmensos territorios de
la Corona de España. El rey francés, Francisco I,
rodeado de territorios españoles: Rosellón, Franco
Condado, Alsacia, Lorena, necesita la amistad de Enrique VIII, de
los alemanes protestantes, de los turcos y de cuantos se pongan a
tiro de sus intrigas.

En 1522 Carlos visita Inglaterra, donde se gana todas
las simpatías. Tratando de establecer una alianza, se le
promete con su prima María; mucho habrá que
esperar, porque él tiene 22 años y ella
6.

Por primera vez surge en Enrique la enemistad contra
Catalina: al hijo tenido con Bessie Blount le concede una gran
cantidad de títulos, incluido el de Lord Almirante, que le
hace heredero de la Corona. Las damas de la Casa Civil de
Catalina no afectas al ministro Wolsey son expulsadas, y la
princesa María es llevada a Gales.

Ha empezado el calvario de la reina. Enrique, frustrado
por la ausencia de un heredero legal, mal aconsejado por Wosley y
Cromwell y atraído sensualmente por toda dama hermosa que
se le cruza, es su feroz enemigo.

La principal de esas damas se llama Ana Bolena. Antes
que ella, durante años, ha sido su hermana María.
La palabra divorcio
está en el aire. Mientras,
Catalina, en ocho años, ha tenido seis hijos, todos
muertos apenas nacidos.

Aconsejada por su padre, que ya ha obtenido bastantes
beneficios de su hija mayor, Ana mantiene al rey esperando sus
favores los cuatro años que tarda el divorcio en
resolverse. No se conforma con ser amante: quiere ser
reina.

El cardenal Wolsey necesita anular a Catalina. Es su
principal enemigo. Trama la intriga, y la conclusión es
que hay que pedir ayuda al Papa.

Enrique, incapaz de decírselo a la cara, le
presenta un escrito: tienen que separarse porque han vivido en
pecado, ella ha sido esposa de su hermano. Ahora cae en la
cuenta. Catalina, desesperada, llora. Después se fija en
una postura que mantendrá hasta la muerte: ella
es la reina de Inglaterra. El acoso llega hasta el extremo de que
los cardenales Campeggio y Wolsey pretenden que se retire a un
convento, que profese como religiosa. Nunca lo
conseguirán. Catalina en ningún momento deja de
amar apasionadamente a su esposo; no puede cerrar de golpe este
amor para ofrecerle los restos amargos a Dios. Ni como cristiana
ferviente ni como reina va a ceder a la proposición. Lo
que sí hace es ver a Campeggio en confesión, y ante
el tribunal de la penitencia jurar que el matrimonio con Arturo
no se consumó y que llegó virgen al tálamo
de Enrique. No hay razón para los tardíos
"escrúpulos de conciencia" del
rey.

Mientras, el pueblo habla: grita en favor de Catalina y
en contra del rey. Viendo el ambiente,
Enrique convoca una asamblea ante la cual da un completo recital
de hipocresía: la reina es una maravilla, la mejor mujer
del mundo, y él el hombre
más feliz de ser su esposo… si el matrimonio fuese
válido. Qué cinismo. Al mismo tiempo, él y
sus secuaces aprietan las clavijas del terror para aislar por
completo a la infeliz. Se amenaza con la muerte a quien disienta
del rey, aunque sea la cabeza más alta del
reino.

Y LA MÁS ALTA, TRAS LA DEL
REY, ES LA DE LA REINA.

En el convento de Blackfriars se celebra la
sesión del Tribunal, el 2 de junio de 1529. Catalina se
arrodilla ante el rey y así defiende sus derechos, su
amor, su lealtad, su virginidad al llegar a él, su
obediencia. El rey, cobarde, calla. Se pone en pie y sale del
salón.

Al día siguiente, el Tribunal Canónico
declara contumaz a Catalina. Enrique, único testigo
válido sobre su virginidad, no es convocado ni él
asiste de motu propio. Sólo un hombre de la Iglesia, el
obispo de Rochester, se niega a firmar.

En otro frente, el político, frente a Francia y
Alemania,
Wolsey ha fracasado. Y como castigo, ha caído de la
amistad del rey. A partir de este momento, el absolutismo no
va a ser sólo político, sino religioso.
Débil de carácter como suele suceder con los
prepotentes, no acaba de decidirse. Ambas, Catalina y Ana,
están en palacio, y va de una a otra con peleas y besos,
ya pinte bien o mal con la anterior. En una de las más
feroces discusiones con la reina, y bien aconsejado por Ana, la
amenaza con declarar hereje al Papa y casarse con quien le
viniese en gana. El cisma empieza a apuntar.

Un soplo de ayuda, aunque no le va a valer de mucho, le
llega a Catalina: Chapuys, el embajador que envía Carlos
V. Sus órdenes son ayudar a Catalina sin perder la amistad
con Enrique. Pero, hombre honrado e inteligente, con gran rapidez
se percata de cómo andan las cosas, de la feroz injusticia
contra la dama, del cinismo del rey. Y decide que luchará
por ella, pase lo que pase.

Llevan ahora la cabeza del gobierno el
canciller Moro y el ministro Cromwell. Un santo y un demonio.
Ambos se van a enfrentar cada uno por un bando. Clemente VII,
hombre de Iglesia pero de escaso espíritu, no acaba de
pronunciarse. Ana Bolena ha atentado contra la vida del obispo
Fisher, el único que se le ha enfrentado. Aprieta sus
clavijas y consigue quedarse sola en palacio: convence a Enrique
de que envíe a su esposa a cualquier castillo. Catalina no
quiere castillos: escoge ir a la Torre de Londres, porque
así el pueblo sabrá lo que se hace con
ella.

Y aquí empieza la última
persecución de la desgraciada reina. Ana queda embarazada
y fuerza la
carrera hacia el trono. Muerto el arzobispo de Canterbury, el
débil Clemente VII acepta nombrar su sucesor a Craumer,
que es proclive a los luteranos, bígamo y capellán
de los Bolena. Era el que faltaba. Si mal andaba la moral del
rey de Inglaterra, la del Papa de Roma en esta
época no le iba a la zaga.

Este tal Craumer constituye un tribunal, ya
independiente del Papa. Catalina es convocada, pero ni se molesta
en asistir. El matrimonio es declarado nulo, y válido el
de Ana Bolena; pero cuando ella va camino de su
coronación, el pueblo, hostil, permanece mudo.

La nueva reina da a luz a una hija, la que será
Isabel I. No un niño, para desesperación del rey.
Dios no ha bendecido su villanía, opina el pueblo. Y
Catalina, presa, no ha renunciado a la corona. Su único
amigo, Chapuys, le aconseja que no coma nada que no hayan
preparado sus doncellas en su presencia, porque Cromwell quiere
acortar el camino de Ana hacia el trono.

Y el último acto del drama va a comenzar. Se
amenaza a Catalina con un proceso por alta traición que
acabaría con la muerte. Acepta ella, pero pone como
condición que se la ejecute públicamente. Temerosos
de la reacción del pueblo, el juicio se
suspende.

¿Qué es, mientras, de María, la
hija, tan infeliz como la madre? Ya tiene 19 años, todos
ellos vividos en el aislamiento, bajo su gobernanta, tía
de Ana Bolena, continuamente amenazada de muerte si se negaba a
jurar la Ley de
Sucesión y a ser dama de compañía de la hija
de la Bolena. ¿Y hay quien la tache de feroz contra los
anglicanos cuando por fin accede al trono de su patria?
¿De dura, de despiadada? ¿Le dieron otra enseñanza y oportunidad desde la
cuna?

Todos los que se oponen al rey han sido muertos:
Tomás Moro, el obispo de Rochester… Nada queda de
dignidad en la
corte de Inglaterra.

Queda Catalina. Pero, de tristeza, o, dicen, ayudada por
un veneno, muere el 7 de enero de 1536. Su última carta es de
perdón y obediencia al rey. Le pide por su hija y por los
pocos sirvientes que le quedan.

En cuanto Enrique se enteró, mandó
celebrar un gran baile, en el que presentó a su hija
Isabel.

Pero el día del entierro de Catalina, Ana dio a
luz un hijo muerto. Y meses después, declarada
adúltera por un tribunal en el que se encuentran su
tío y su padre, su cabeza cae.

Al día siguiente, Enrique se casa con Jane
Seymour.

Y poco después…

María
Ángeles
Fernández


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