Crisis, renovación partidaria y transformaciones políticas en el peronismo de Córdoba, 1983-1987
- La renovación en
el peronismo - El
peronismo de Córdoba - El
avance de la renovación - Palabras
finales - Notas
- Bibliografía
Introducción
En octubre de 1983 se realizaron las elecciones que
marcaron la recuperación de la democracia en
Argentina y el fin de la dictadura militar
iniciada en 1976, en las cuales se consagró el triunfo de
la Unión Cívica Radical (UCR). Las elecciones se
caracterizaron por una nítida polarización entre
los dos partidos tradicionales del sistema
político argentino: la Unión Cívica
Radical (UCR) obtuvo el 52% de los votos y el Partido
Justicialista (PJ) el 40%. Una singular confusión y
desencanto se generalizaron a partir de ese momento en el
peronismo. La
derrota establecía una línea divisoria en su
historia, por
cuanto era la primera vez que caía derrotado en elecciones
libres y el resultado electoral echaba por tierra las
aspiraciones de un triunfo que se consideraba seguro.
El veredicto de las urnas puso de manifiesto la
existencia de cambios significativos en la sociedad
argentina, específicamente desde la última vez que
se había elegido un gobierno por
medio del voto. Estos cambios se vinculaban con el reconocimiento
de las propuestas políticas
que garantizaban la vigencia de la democracia y de ciertos
valores
asociados a ella, como la tolerancia, el
respeto y el
pluralismo, al tiempo que
demostraban el rechazo hacia el autoritarismo, la violencia y la
impunidad. La
contundente victoria de la UCR fue tributaria, en gran parte, de
la capacidad del partido y de su candidato a presidente para
adecuar a ello su propuesta de gobierno y su modelo de
relación con la sociedad (Mora y Araujo,
1995:49).
La derrota del peronismo dio inicio a una profunda
crisis
interna1. La misma involucró tanto a la
dirigencia como a las bases del partido y del movimiento, y
socavó los pilares sobre los que se habían
sustentado, durante muchos años, la adhesión y la
identificación de una parte mayoritaria de la sociedad
argentina con esa ideología y práctica política (Palermo y
Novaro, 1996: 184).
Casi inmediatamente, se responsabilizó a la
conducción oficial del partido controlado por Lorenzo
Miguel y Herminio Iglesias, y a sus seguidores identificados con
la denominada burocracia
sindical. Representantes de un estilo político
intolerante, dogmáticos, férreamente adheridos a
las proposiciones doctrinarias del peronismo histórico,
consolidaron por sus antecedentes, prácticas
políticas y declaraciones la imagen de un
peronismo autoritario y carente de reglas2.
En ese marco, un grupo de
dirigentes peronistas advirtió la necesidad de realizar
cambios que hicieran del peronismo una opción
política seria, con reglas democráticas
incorporadas a su funcionamiento, y que consecuentemente lo
habilitaran para competir con otras fuerzas -especialmente con la
UCR- por el liderazgo
político. La corriente que aglutinó estas
posiciones recibió el nombre de renovación y
empezó a conformarse a partir de 1984.
Este es el contexto en que se sitúa el presente
trabajo, el
cual se propone indagar sobre los orígenes y desarrollo de
la corriente renovadora en el peronismo de Córdoba. El
tema de la renovación en el peronismo ha sido trabajado
fundamentalmente desde la perspectiva nacional, atendiendo a la
problemática de la conducción partidaria en ese
nivel y en particular haciendo referencia a la disputa por el
control del
partido en el distrito bonaerense, pero faltan trabajos que
rescaten la particularidad que tuvo el proceso en los
diferentes escenarios provinciales.3
La renovación en el
peronismo
La corriente renovadora estuvo conformada por aquellos
dirigentes que comprendieron que en esta coyuntura el peronismo
se debatía entre dos alternativas: transformarse,
fomentando la institucionalización del partido y asumiendo
reglas democráticas de selección
de liderazgos y de resolución
de conflictos; o sucumbir ante el previsible desmembramiento
interno y pérdida de posiciones en el espacio
político. En efecto, hacia 1984, la corriente renovadora
se conformó inicialmente en torno a un grupo
de dirigentes que realizaron críticas a la
conducción partidaria sobre la manera en que se
había llevado adelante el proceso eleccionario de 1983, y
se presentó dirigida a hacer efectiva la democracia
interna y la institucionalización del partido como
únicas alternativas de superar la crisis por la que se
atravesaba.4 Los dirigentes que llevaron adelante esta
posición fueron Antonio Cafiero, Carlos Grosso,
José Manuel de la Sota y Carlos Menem, entre
otros (Cavarozzi, 1997:109 y ss).
La corriente renovadora construyó su
posición en base a una serie de puntos que marcaban una
ruptura con lo que era la concepción peronista de la
política y la
organización partidaria. En efecto, la
renovación sostenía una valoración positiva
de la política y del pluralismo partidario en
contraposición con el pensamiento
que sobre la política había engendrado Perón, y
según el cual se la entendía como fuente de
conflictos e
ilegitimidades. Asimismo, provenía de esta misma fuente la
consideración del funcionamiento de la democracia de
partidos como sinónimo de partidocracia liberal, que no
servía para expresar y canalizar los intereses del pueblo
que el peronismo estaba llamado a representar. Rompiendo con esta
concepción, la renovación llamó la atención sobre la necesidad de
institucionalizar al partido, lo cual implicaba el
fortalecimiento de la estructura
política. Es sabido el débil desarrollo que la
misma tuvo a lo largo de la historia del peronismo (Cavarozzi,
1997: 109 y ss). Distintos factores contribuyeron a la
conformación de esta concepción, entre los cuales
se pueden mencionar el desprecio de Perón hacia la
política y los políticos, la primacía del
líder
en la toma de
decisiones y el carácter movimientista del peronismo. En el
mismo sentido, la inestabilidad política argentina
también fue un factor de incidencia, por cuanto los
prolongados períodos de proscripción del peronismo
favorecieron para que éste se manifestara por canales no
institucionales.
La renovación afirmaba su apoyo a los procedimientos
institucionales y a la competencia de
partidos, y sostenía la necesidad de diferenciar el
ámbito político del corporativo. Esta
concepción no implicaba una negación del
carácter movimientista del peronismo pero le daba
primacía a la institucionalización como partido
político. En este sentido, se orientó la
confrontación que llevaron adelante los renovadores con el
ala sindical del peronismo y con los políticos más
recalcitrantes, que se resistían a perder las posiciones
de poder que la
forma de funcionamiento del peronismo vigente hasta ese momento
les garantizaba.
En diciembre de 1984 se reunió el Congreso del
Partido Justicialista -en el Teatro
Odeón de la Capital
Federal- con el objetivo de
reorganizar al partido, y allí los renovadores fueron
atacados por los partidarios de Herminio Iglesias y Lorenzo
Miguel. Por medio del empleo de
métodos
violentos los ortodoxos lograron que el Congreso eligiera una
conducción que respondía a su
orientación.5 A causa de ello, poco tiempo
después, en febrero de 1985 los renovadores convocaron a
otro Congreso nacional en Río Hondo, provincia de Santiago
del Estero. Los congresales asumían, en su mayoría,
una posición crítica
hacia la conducción del Partido Justicialista y adhirieron
a él los sindicalistas del grupo de los 25. La presidencia
formal del partido se mantuvo en manos de María Estela
Martínez de Perón, pero se eligió una nueva
conducción, paralela a la oficial. La posición6
sustentada por los renovadores se orientó a reclamar la
elección directa por distrito para la designación
de autoridades partidarias y para la nominación de
candidatos a cargos electivos.
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