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La investigación cualitativa en España: de la vida política al maltrato del sentido (página 2)



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UNA HISTORIA PROPIA

La llamada investigación cualitativa surgió en
España
en unas condiciones históricas muy concretas. No es tan
fácil separar, con todo, lo que hubo en ello de
contingente, de lo que constituyeron las condiciones de su
impulso. Tras la Guerra Civil,
a la muerte
física le
siguió la muerte social.
La historia intelectual de la España de nuestros
días es hija de aquellos años de plomo; la
depuración de funcionarios, que se ensañó
particularmente con la enseñanza, vació las universidades
de todo pensamiento, y
disciplinas enteras (así el Psicoanálisis como las Ciencias
Sociales) desaparecieron del panorama social español,
condenadas a un literal ostracismo, y hubieron de aguardar largos
años a que llegara el momento de su refundación. Se
impuso la discontinuidad. El Régimen necesitaba un "Saber"
oficial que, en el campo de la Sociología -tardíamente
reinstitucionalizada, pues se la veía en cualquier caso
como un saber sospechoso- se consiguió mediante la
importación masiva y acrítica de la
"nueva ciencia
sociológica", o de la "sociología científica
moderna", estadounidense, por supuesto. La constante en
cualquiera de sus denominaciones era la apelación a
la Ciencia:
ella garantizaba una "ciencia" social compatible con el statu
quo, ajena a cualquier veleidad de cambio social,
avalada y garantizada por el prestigio apolítico
("objetivo") de
la Ciencia. Pero esto no vino sino a mostrar, bajo la forma de la
negación, que pensamiento y política se
encontraban inextricablemente unidos; también,
naturalmente, para la disidencia. Esta historia se ha contado en
alguna ocasión1, por lo que no merece la pena
que nos detengamos en ella. Lo que interesa a nuestro
propósito aquí es señalar que esa disidencia
fue siempre a la vez intelectual y política,
apasionadamente política e intelectual, pues el deseo de
saber requería sacudirse de los hombros el plúmbeo
saber oficial, y el deseo de libertad
política necesitaba de un pensamiento que se abriese a la
transformación social. 

La investigación cualitativa española
surge, efectivamente, en el ámbito de la
contestación antifranquista; pero no en el seno de la
ortodoxia comunista, sino de la mano de un incipiente movimiento
estudiantil, algunos de cuyos miembros encontraron en este
terreno una tarea profesional. Su referencia fue el Frente de
Liberación Popular (FLP, más conocido en aquellos
años por el Felipe). De ahí proceden
Jesús Ibáñez, José Luis
Zárraga o Francisco Pereña, quien se incorpora a la
investigación a raíz de la represión
policial. Alfonso Ortí y Angel de Lucas eran cercanos a
esa misma posición política. 

Esto, a nuestro entender, constituyó una
singularidad del modo en que se fraguó la
investigación cualitativa en nuestro país: lejos de
toda doxa, la investigación cualitativa surge como fruto
del deseo de aprehender la realidad, sin perder el carácter siempre problemático de la
indagación y del pensamiento. Fueron el deseo de saber y
el afán de pensar los que llevaron a una reflexión
que nada tenía que ver con la sociología
anglosajona, oficial o no. Ni siquiera es la sociología la
disciplina que
proporciona el grueso de los materiales
para esta reflexión; estaba, naturalmente, Marx; pero
también Weber, la
filosofía, la lingüística, la semiótica, la lógica,
el psicoanálisis… Diversidad de corrientes, de
disciplinas, de autores… que no encontraban en la Universidad de la
época su morada natural. Lo más interesante de este
trabajo fue
que no concluyó en el mero eclecticismo, y sorteó
los riesgos del
autodidactismo para crear una posición propia y
necesariamente autóctona. No fue, tampoco, una
reflexión académica, pues la Academia estuvo
durante mucho tiempo vedada
a este pensamiento y sus puertas cerradas a quienes en él
se afanaban; era la urgencia del pensamiento sobre la vida la que
guiaba esta reflexión, y fue la urgencia de la vida -en su
sentido más literal- la que llevó a algunos de
ellos a tener que ganársela en empresas de
investigación
de mercado, donde se puso a punto la técnica del
grupo de
discusión, y se desarrolló la metodología cualitativa, confrontadas ambas
a la práctica de la investigación, a la necesidad
de responder a la demanda con un
análisis concreto.
Nunca fue, entonces, una sociología abstracta, pero
tampoco una mera práctica
profesional, porque jamás ésta hizo olvidar la
necesidad de pensar la investigación como una
práctica antes que nada social, y en esa medida, crítica. Jesús Ibáñez
siempre insistió en la necesidad del carácter
crítico de la teoría
social. Este verano se ha cumplido el décimo aniversario
de su muerte. Desde aquí queremos hacer patente nuestro
emocionado recuerdo del hombre y del
intelectual. Fue él quien dio cabida en la investigación
de mercados a ese grupo de disidentes políticos a que
nos hemos referido antes. Alguna vez habrá que pensar con
mayor detenimiento en la aparente paradoja de que fueran
precisamente los "rojos" quienes levantasen este edificio
teórico y metodológico ("entre todos inventamos el
grupo de discusión", ha dicho
Ibáñez2), y quienes proporcionasen al
mercado una de
sus herramientas
de investigación (y en ese sentido, de
manipulación) más estimables. Visto con el tiempo,
podría decirse que fue esa disidencia intelectual y
política la condición necesaria de la robustez y la
eficacia de
esta metodología, pues si hay teoría social
ésta sólo puede ser crítica, ya que el
sociólogo (el investigador social, sea cual sea su
formación disciplinaria) sólo puede serlo dando
testimonio de los discursos
sociales, del funcionamiento en cada momento histórico y
cultural del lazo social, lo que no se puede hacer desde la
posición de un pensamiento cómodamente establecido
en las instituciones
y complacido y complaciente con las verdades oficiales de
ningún signo. La crítica es el anverso de la moneda
de este tipo de investigación; su reverso es la capacidad
de manipulación social que proporciona a quien tiene el
poder de
usarla (esto es: a quien tiene poder; y esto vale tanto para el
márketing del consumo,
cuanto para el establecimiento de políticas
públicas. Con todo, no hay que caer en la ingenuidad de
creer que el poder puede ejercerse de modo omnímodo, sin
investigación o con ella). No conviene olvidar que la
investigación cualitativa respondió a una demanda
del cambio económico y social. El consumo aparece en el
horizonte de una España que tiene todavía un
recuerdo muy reciente de su pobreza. La hora
del cambio interroga a nuevas metodologías que nada tengan
que ver con la estupidez oficial, lo que constituye entonces una
de las condiciones de posibilidad de su desarrollo.

Algunos de aquellos disidentes lograron finalmente
volver a la Universidad. Jesús Ibáñez
llegó a ser catedrático de Sociología.
Allí escribió -fue su tesis
doctoral- un libro de saber
enciclopédico titulado Más allá de la
Sociología
3. En él trabajó
los fundamentos de la metodología cualitativa (que
prefería denominar estructural) en sus aspectos
epistemológicos, metodológicos y
tecnológicos, y puso en cuestión los fundamentos de
la sociología. El título no es casual: no proviene
de ningún designio del márketing editorial, pero
tampoco, como puede comprenderse, del saber académico. Lo
que el título sugiere ("… el título se lo puso
Pereña: yo, que había rotulado tantas cosas, no fui
capaz de rotularme a mí mismo.")2, y el libro
aborda es la construcción de lo que Ibáñez
denominó un paradigma complejo de la investigación
social, capaz de abordar la complejidad del mundo social.
Está escrito a la manera muy personal de
Ibáñez, quien gustaba definirse como un
"bricoleur": "Cuando cito a un autor, lo cito como 'bricoleur':
no para reconstruir su pensamiento sino para,
deconstruyéndolo, construir el mío.2". Y
el libro, en verdad, está lleno de referencias a todos
aquellos materiales y autores con los que había construido
su pensamiento.

UN SABER INACABABLE

Atractivo y sugerente siempre, incluso en aquello de lo
que uno puede disentir (el libro no está elaborado para
conseguir el asentimiento, como tampoco lo está desde la
predicación, sino desde la búsqueda), Más
allá de la sociología
representa el pensamiento
de su autor, antes que el de una escuela. Pero hay
algo, a lo que el título apunta, que da cuenta
también de una actitud,
presente desde el inicio en esa manera de darse un pensamiento
propio, de cuantos contribuyeron a alzar el edificio de esta
metodología: el levantamiento de la clausura
disciplinaria, la indagación en los márgenes o en
los "intersticios" de las disciplinas, precisamente para desvelar
aquello que el velo disciplinar oculta. No se trataba tampoco de
complementar las perspectivas en un juego
interdisciplinar o multidisciplinar como estaba de moda sugerir hace
algunos años. La yuxtaposición de disciplinas nunca
reconstruye un todo, pues el Todo es siempre inaccesible. De lo
que se trata más bien es de trabajar en las encrucijadas
como lugares de paso y comunicación, en los límites,
en los vacíos4. De colocarse en un cruce de
discursos, en una posición de apertura radical, esto es:
renunciando a toda tentación de producir un cierre que
sabemos imposible desde Gödel. 

Producir un cierre en un sistema formal
como es una teoría, es lógicamente imposible.
Gödel lo demostró formulando su principio de
incompletitud; según éste una teoría no
puede ser consistente (esto es: todas sus expresiones son
verdaderas) y, a la vez, completa (esto es: todas sus expresiones
verdaderas pueden ser probadas). Tiene que haber en él al
menos una expresión que no pueda ser probada, aun siendo
verdadera. Esta formulación supuso un mazazo a las
aspiraciones del pensamiento científico de la
época, que creía poder acercarse a la verdad de
modo completo y paulatino, en una tarea que, al menos en
principio, podría llegar a tener un final. Después
de Gödel sabemos que se trata de una tarea inacabable, pues
para superar los límites del principio formulado por este
autor, sólo cabe incluir el sistema afectado por este
principio (cualquier sistema formal), en otro que lo incluya, que
dejará al menos una expresión sin probar, y
requerirá un meta-sistema que lo incluya a su vez, y
así hasta el infinito. 

Sostener esta posición (es decir, sostenerse en
ella sin marearse) requiere algo más que el escrupuloso
cumplimiento de los protocolos
científicos al uso. Se necesita el valor de
aceptar que el
conocimiento es una empresa
inacabable que exige un compromiso personal, y no un mero oficio
que pueda ser ejercido rutina a rutina. Además, si
hablamos de ciencia, ¿de qué ciencia estamos
hablando? Desde sus inicios, la sociología (en realidad,
todas las ciencias
sociales) ha pretendido conseguir para su actividad la
garantía o el marchamo de la Ciencia. Pero este aval
así demandado atiende antes a razones de pertenencia que a
razones lógicas. De lo que se trata, en definitiva,
identificando Ciencia y Razón, es de no quedar fuera de
ésta o, dicho de otra manera, de no quedar excluidos del
mundo contemporáneo, que ha erigido a la Ciencia en el
paradigma del
modo de conocimiento
verdadero olvidando dos cosas: los propios desarrollos de la
física moderna, que introducen en el esquema
clásico la necesidad de abordar el papel del observador de
un modo radical en la observación (de manera que el mundo
exterior ya no sería preexistente a la observación,
al modo en que se concebía en la ciencia newtoniana). Y la
diferente naturaleza y
complejidad de los sistemas
observados. El intento de cuantificar el mundo como
expresión del verdadero conocimiento ha causado problemas en
las ciencias sociales, tanto como en aquellas disciplinas,
distintas de las ciencias físicas, que se ocupan
también del mundo natural (sistemas geológicos,
biológicos…). Al mismo lord Kelvin se le atribuye la
afirmación de que había científicos -los
físicos- que expresaban su saber en números, y que
los demás eran "coleccionistas de sellos",
refiriéndose de este modo despectivo a quienes practicaban
disciplinas todavía nacientes, como la biología o la
geología, incapaces de medir como lo hace
la física5.

DE LAS COSAS A LAS PALABRAS

Las ciencias sociales no se han resistido a inscribir su
actividad en el campo de la Razón (esto es, de la
Ciencia), aunque para ello hayan debido subordinar a la medición la complejidad de los procesos que
estudiaban. La máxima ha sido expresar en números y
dejar fuera de su campo de conocimiento todo aquello que se
resistiese a la medida. Hoy día es corriente la
operación de medir no ya aquello que es pertinente, sino
de hacer pertinente lo que es medible (lo que recuerda al chiste
del borracho noctámbulo que buscaba bajo una farola sus
llaves extraviadas, sólo porque allí había
luz). Y se ha
perseguido la manera de cumplir con todos los requisitos de
construcción de teorías
propios de las ciencias de la naturaleza, forzándolos y
distorsionándolos cuanto fuera preciso, para que
finalmente la naturaleza de los sistemas a los que se aplican las
ciencias sociales y los procedimientos de
la Ciencia, concebidos ya como universales, se adecuaran
perfectamente los unos a los otros. El artificio de estos
intentos no parece haber, con todo, descorazonado a quienes
profesan esta fe. Según Fraser6, la perfecta
adecuación del número para la descripción de procesos físicos
resulta del hecho de que, mediante las reglas de la matemática, la mente da cuenta de sus
propios umwelts -la parte circunscrita y significativa de
un medio para una especie- temporales inferiores, "esos que
comparte con el conjunto de los mundos atemporales,
prototemporales y eotemporales". Y continúa: "Es el
primitivismo de las raíces de las matemáticas lo que garantiza su pasmosa
universalidad, su poder y su belleza. Es el mismo primitivismo el
que hace que las herramientas matemáticas se vayan
haciendo inservibles para abordar la causación
biológica, noética e histórica. Según
nos elevamos por los niveles integrativos de la naturaleza, de la
materia a la
vida, al hombre y a la sociedad, el
mundo se va haciendo más impredecible -no por ignorancia
nuestra, sino intrínsecamente-."

Al igual que sucedió en otros lugares, en
España la investigación cualitativa hubo de abrirse
camino ante la resistencia de la
sociología oficial que apostaba por el dato como
único producto
objetivo de una ciencia social. Dejando ahora de lado cómo
se haya producido tal dato (lo cual no es irrelevante) en el
estudio de las sociedades
encontramos, en el mejor de los casos, correlaciones estadísticas, y no relaciones causales en
el sentido fuerte que este término toma en las ciencias
naturales; de manera que el dato requiere una interpretación, abre una pregunta por su
sentido. Y si tal sentido no se pretende producir como un mero
cierre imaginario, es necesario que advenga como resultado de una
escucha. Esto cambia totalmente la perspectiva de la
investigación, y produce un desplazamiento de la misma
hacia los discursos sociales. Que esta perspectiva y la
cuantitativa sean o no complementarias constituye el
núcleo de una discusión inacabada y, probablemente,
inacabable. Aceptar la complementariedad suele ser una salida de
compromiso para poner paz en este duelo, pero difícilmente
aclara la naturaleza misma de la discusión. Naturalmente,
en un sentido trivial ambas metodologías son
complementarias (se pueden analizar datos y
discursos, como parte de una misma investigación). No son,
desde luego, complementarias si lo que con ello se pretende
señalar es que cada una ofrece un sentido, y que su
suma nos daría, por acumulación de perspectivas que
enriquecerían el objeto, un sentido más completo
del fenómeno estudiado. Esta cuestión de las
perspectivas no deja de tener un interés
metodológico y epistemológico del que no podemos
hacernos cargo en estas páginas. Baste señalar que
si cada metodología produce su propio objeto, algo similar
podría decirse de las técnicas,
con lo que criterios como el de la "triangulación"
habrían de ser reexaminados en la perspectiva de la
imposibilidad lógica de hallar espacios de traducción de unos "datos" a
otros.

EL DISCURSO COMO
VÍNCULO SOCIAL

Sí nos interesa señalar aquí que el
problema de la interpretación requiere situar
correctamente también el problema de la
investigación. La investigación cualitativa, tal
como la concibe la tradición a la que nos estamos
refiriendo, implica, como hemos apuntado, tomar como objeto
privilegiado del análisis el propio lenguaje en su
dimensión de discurso social. Discurso social entendido
siempre en sentido fuerte, no como información, ni como acto de
comunicación. No se trata, en efecto, de estudiar una
realidad de la que el discurso nos informaría -como si los
fenómenos sociales fueran cosas y las palabras un calco de
ellas-, sino de comprender cómo el discurso configura la
realidad social. La lengua es,
como decía Benveniste, el interpretante de la sociedad, lo
que significa "primero y desde el punto de vista del todo
literal, hacer existir lo interpretado y transformarlo en
noción inteligible"7; así
-continúa este autor-, sería posible investigar la
lengua aislándola de la sociedad, mientras que estudiar
esta última sin la lengua supondría una
operación impensable. El discurso social no constituye,
entonces, una manera de referirse mediante palabras a una
realidad social extralingüística, sino un modo de
regular el funcionamiento social mediante flujos
simbólicos: en el modo de pensar social no está
presente tan sólo el empuje a la
comunicación, sino toda una
institucionalización simbólica que organiza la
relación con el otro, que instituye representaciones que
garantizan el enlace con el otro, sin las cuales la presencia de
éste sería del todo insoportable. Una sociedad sin
discurso social sería, más que el reino de la
barbarie, simplemente impensable. Discurso social equivale,
entonces, a vínculo social -seguimos aquí a
Pereña-, ya que es antes que nada una función
que organiza de modo sistemático los significantes
sometiéndolos a relaciones regidas por identificaciones e
ideales colectivos, y estableciendo de esta manera el ser social
de todo sujeto8. Éstos pueden circular en
relación a los otros e integrarse en una colectividad
gracias al triunfo de las identificaciones (y eso ya es
discurso). Hay que entenderlo en su total radicalidad: el animal
humano viene a un mundo que no tiene para él instrucciones
de uso; carece del programa
genético que permite al animal ser inteligibilidad pura.
Depende del otro desde su comienzo, de tal manera que antes
incluso que su propio cuerpo (todavía no organizado) se
puede decir que es el Otro su primera instancia de
relación con el mundo; lejos de regirse por el instinto
("manual de
instrucciones" del ser vivo no hablante), ha de hacerlo por la
demanda, que implica ya la palabra: se pide con los significantes
del otro, y no hay más "instrucciones" que las que vienen
del Otro. El lenguaje
es, entonces, para el hombre, una
segunda naturaleza, en su acepción radical: en el sentido
de que la Naturaleza es algo de lo que el hombre está
irremediablemente separado, perdido para él, y en el de
que ningún individuo
humano puede "erradicarse" del lenguaje. Otra cosa muy distinta
es que exista una adecuación completa entre el lenguaje y
el viviente. Hay, por el contrario, falta de adecuación
que la propia palabra trata de suplir, suplencia que constituye
toda una tarea que cristaliza bajo la forma de discurso, pues la
relación con los otros nunca viene dada de
antemano9. 

El lenguaje al que nos referimos no es, como puede
verse, un mero instrumento de comunicación, voz de una
realidad distinta que serían las ideas. Por el contrario,
es el campo mismo de las ideas, previamente organizadas para todo
individuo humano como discurso; es, esencialmente, el modo humano
de vínculo entre seres humanos, el vínculo social
mismo. 

Pues el sentido no viene dado, hay que construirlo, y
esta tarea es permanente e inacabable: está condenada al
fracaso a la par que es estructuralmente necesaria; esa es su
paradoja. Hay siempre, por un lado, un fracaso subjetivo, pues
nunca el sujeto consigue reunirse con sus identificaciones.
Más precisamente, el sujeto sería efecto de la
falta de coincidencia con sus identificaciones. Hay
también un fracaso social, pues el carácter
radicalmente intolerable de la diferencia (el real del Otro)
nunca es completamente absorbido y neutralizado por los
ideales8. Por esta razón no se puede entender
el discurso social como una colección de enunciados
más o menos estructurados: tiene su cara y su cruz, lo que
dice y lo no dicho que lo determina.

No conviene confundir el discurso social (entendido como
vínculo social) con el discurso oficial. Es verdad que
el Estado (o
la religión)
se dan siempre como tarea suplir aquello de lo que el ser humano
carece: el instinto y la palabra definitiva. Y que esta labor de
suplencia aspira a conseguir el acuerdo de los sujetos parlantes
en un todo de sentido conforme a un determinado deber ser. Pero
-todos somos testigos de ello-, este proyecto nunca se
consigue plenamente, es igualmente inacabable por muy tenaz que
sea el empeño. De éste encontraremos sus huellas en
el discurso social, tanto en lo dicho como en lo no dicho, pero
salvo en situaciones históricas excepcionales, nunca
habrá adecuación plena. 

El discurso social es siempre, pues, un "proyecto" en
permanente construcción y reconstrucción. No es
fijo e inalterable. No existe la significación definitiva;
pero a la vez el discurso aspira a ella, de tal manera que, en
cada ocasión, en el análisis de cada discurso
particular, debiéramos poder encontrar la huella, a la
vez, de tal aspiración (el modo en que trata de darse el
estatuto de cierre de sentido, de significación
definitiva), y de lo que falla en ella. La razón de que el
discurso sea susceptible de cambio tiene que ver precisamente con
el sentido, con lo que el sentido es o, más precisamente,
con lo que no es. Sentido y significación no coinciden. Se
trata de una ya antigua distinción formal que proviene de
la obra de Frege, y que ha sido ampliamente trabajada en
lógica (Russell, Quine, Davidson…). En un lenguaje
perfecto (en el sentido lógico de conjunto perfecto de
signos
) a cada expresión debería corresponder
un sólo sentido; pero eso nunca es lo que sucede en los
lenguajes naturales. El objeto que una expresión designa
sería su significación o referencia (de ambas
maneras se ha traducido Bedeutung). Sin embargo, dos
expresiones diferentes pueden tener la misma referencia, pero
distinto sentido (Sinn); éste último es el
modo de concebir el objeto. Podemos sustituir, entonces, un signo
por otro sin que se modifique la referencia; pero esta
sustitución no deja inalterado el sentido. En el ejemplo
clásico de Frege, el "lucero del alba" y el
"lucero vespertino" tienen la misma referencia (Venus), pero su
sentido no es el mismo. Como dice Frege, si sustituimos un
término por otro, la referencia no cambia, pero sí
el pensamiento. Un lenguaje en el que significación y
sentido coincidiesen funcionaría como un código;
es el ideal lógico, pero no la realidad de los lenguajes
naturales. Y si estos últimos funcionasen como un
código, el mundo cabría en un diccionario, y
no habría cambio de sentido. Pero puesto que sentido y
significación no coinciden, aquél no cabe
explicarlo como cosa, ni puede ser sometido a cálculo o
a programación alguna. Esto es lo que nos
importa de esta distinción, pues implica una determinada
"posición" de la interpretación respecto del
sentido. Lo primero que cabe señalar a este respecto es
que el sentido no es inmediato, puesto que no viene dado de
antemano, lo que determina la evidencia de que haya que hablar, y
hablar tanto, para ponerse de acuerdo sobre cualquier cosa. Pero
eso no significa que sea relativo, de modo que el objeto se
complete por la variedad de las perspectivas. ¿Proviene,
entonces, el sentido, del yo? En tal caso habría que
aceptar un cierto solipsismo del sentido que arruinaría
toda posibilidad de comunicación entre seres hablantes.
No, no hay creación individual de sentido cuando nos
referimos al discurso social. Cada individuo o grupo social se
expresa a su manera, "escoge" en el acervo
lingüístico común su propia manera de
expresarse; pero su decir no es gratuito, ni pura creación
de sentido: está sobredeterminado por el discurso social,
de manera que cuando habla, reproduce, como efecto de la
identificación y si ésta funciona, la unidad social
de sentido, antes que producir un sentido propio e individual. El
sentido tiene carácter público. Es esto lo que
explica que, a pesar de que la posibilidad combinatoria de los
elementos de un lenguaje cualquiera sea prácticamente
ilimitada, no suceda lo mismo con los predicados acerca de un
determinado objeto social (cualquiera que sea éste;
pensemos, por ejemplo, en la salud misma), en una
sociedad y una época determinadas. Las posibilidades de
innovación lingüísticas vienen
limitadas por el hecho de que es imposible introducir nuevos
términos categoremáticos (palabras que significan
seres, objetos, cualidades…) sin producir desplazamientos en
campos semánticos ya organizados y socialmente
sancionados, aquellos que constituyen el acervo social
compartido. Lo cual no quiere decir que no haya cambio, que lo
hay, sino que la producción del sentido no se aloja en el
yo, no es individual. Si al hablar reproducimos la unidad social
de sentido es porque funcionan las identificaciones; si
éstas se quiebran, el resultado será el estallido
del sentido. La posibilidad del cambio, y su éxito,
viene dada por el hecho de que la cadena significante tiene como
condición no ser completa. El "shifter" de Jakobson es un
elemento que fractura el código desde su interior (no hay
código, pues), de manera que para decir "yo" el
código ha de remitir al mensaje, y el enunciado a la
enunciación.

Hay cambio en el discurso social, entonces, porque
siempre hay algo que opera desde fuera del lenguaje mismo, porque
la determinación del discurso es extradiscursiva; lo cual
no quiere decir, por cierto, que sea el cambio en las
cosas el que determine en estricta correspondencia el
cambio en las palabras, pues el sentido de éstas
requiere de su producción social: el acontecimiento ha de
ser construido discursivamente. Pensemos en el 11-S, verdadero
acontecimiento actual; la conmoción que supuso demandaba
una reordenación del sentido, del discurso social, que
diera cuenta de ello. Su sentido no era inmediato, no
venía dado, sino que requería su
construcción discursiva (y en ese proceso, que
no afecta por cierto a un solo campo semántico, andamos).
Un acontecimiento particularmente perturbador puede producir un
estallido del discurso social tal que, en ese momento,
encontremos una diversidad de sentidos. Pero ninguna sociedad
puede tolerar una situación así por mucho tiempo,
de manera que la propia diversidad demandará un discurso
unificado, una organización social del sentido que supere
su fractura en una pluralidad de propuestas. De lo contrario, la
violencia, la
guerra, será el camino para suturar esa quiebra del
sentido, a modo de una significación colectiva sellada por
las armas: he
aquí la grandeza y la miseria del discurso
social.

Hay también, naturalmente, cambio en el discurso
por la presión
(interna al discurso social mismo) de propuestas discursivas
nuevas que vienen a desplazar, en un tiempo diferente para cada
caso, campos semánticos existentes. Es lo que ha sucedido,
por ejemplo, en el campo de la salud con la presión de las
concepciones de prevención y educación, que
afectan a campos semánticos enteros referidos a
comportamientos sociales consolidados, lo que inevitablemente
"ralentiza" su incorporación al discurso social, y limita
su eficacia. Este punto no deja de tener interés para
ilustrar nuestra afirmación anterior respecto de la falta
de coincidencia entre discurso oficial (lo es la idea de salud
como prevención y educación) y discurso social,
pues la integración del primero en el segundo no se
produce a modo de una sustitución completa, sino que
aquél es acogido parcialmente, a diferentes ritmos sus
distintas propuestas, modificándose a la par que es
hospedado, y produciéndose finalmente una fusión
cuyo resultado no se corresponde del todo con la intención
o el proyecto originales.

SENTIDO, CAMPOS SEMÁNTICOS Y
ENUNCIACIÓN

¿Qué es, entonces, lo que la
investigación cualitativa, en nuestra tradición,
aborda? Habría que comenzar dejando claro que lo que en
los manuales
académicos se engloba bajo esa denominación es una
gran cantidad de enfoques que tienen en común el hecho de
que trabajan con los aspectos simbólicos de los
fenómenos sociales y que emplean técnicas que no
producen mediciones. Más allá de esto no hay sin
embargo, necesariamente, grandes semejanzas. Lo que en el uso
común llamamos en España "investigación
cualitativa" se refiere, nombrándolo con más
propiedad, al
análisis sociológico del discurso social (valga la
expresión, pues también la semiótica ha
tratado de los discursos), y toma al lenguaje común como
material de análisis e interpretación. Puesto que
no hay cierre discursivo, como hemos explicado más arriba,
es imposible una macrosemiótica, una ciencia universal y
estable de los signos que
pudiera desvelarnos el discurso social bajo todas sus formas y
condiciones. Lo que encontramos, por el contrario, es el sentido
como efecto (no significaciones fijas), de donde se hace
ineludible la investigación social; esto es: el
análisis particular del modo en que toma forma, se
estructura, el
discurso social en un momento dado y en una sociedad dada: la
escucha.

Naturalmente, la investigación no trabaja con
todo el discurso social, tarea tan imposible como la de la
macrosemiótica. Aquél se ofrece a la tarea del
análisis bajo la forma de un material bruto y diverso que
interpretamos a modo de campos semánticos particulares,
acotados en torno a un
determinado objeto discursivo (pongamos por caso, la salud);
campos semánticos que nunca son autónomos, sino que
guardan relaciones con campos contiguos, y se organizan
jerárquicamente en relación con otros en los que se
integran (pongamos por caso el tabaquismo, que
guardará relación de dependencia necesariamente con
el campo más amplio de la salud).

Pero si el sentido es efecto, y el lenguaje nunca es un
código cerrado y acabado, y, más aún, si el
discurso social es mudable, la
organización social del discurso sólo
podrá presentársenos como campos semánticos
cuya organización es siempre contingente, formados por
elementos y relaciones entre elementos, y articulados por alguno
de tales elementos (lo que denominamos un eje
sémico)10. La reconstrucción de esta
estructura por el investigador es efecto de la escucha de la
articulación de sentido: requiere escucha y no hay saber
previo que pueda sustituirla. Cuando se hace desde presupuestos
disciplinares, la escucha se arruina, y el análisis se
pervierte, es sustituido por un saber supuesto de
aplicación universal que, por cierto, acaba siempre
confirmándose a sí mismo. El análisis, por
el contrario, tiene una función heurística o
de descubrimiento, no busca la confirmación de hipótesis (aunque de su aplicación
pueda derivarse esto como mero subproducto) pues si algo busca es
la escucha de la emergencia del sentido, en los modos singulares
en que en cada caso se produce ésta.

No podemos detenernos aquí a examinar qué
son los campos semánticos, o los ejes sémicos. Pero
sí debemos señalar aquellas características,
que afectan a la concepción del análisis del
discurso en que podemos reconocernos. Cuando hablamos de campo
semántico nos referimos siempre a una estructura, a un
modo de organización del sentido; nunca a una
colección de dichos prendidos en los alfileres de una
clasificación, de una taxonomía.
Pues hay estructura hay organización y jerarquía,
que no es tampoco la de un árbol lógico, ya que no
es lineal. Y esa estructura es siempre la propuesta
analítica de un investigador, que se somete a una
"verificación" interna en la medida en que ha de dar
cuenta de los dichos con los que trabaja si quiere ser coherente.
Puede, naturalmente, confrontarse con cualquier dato de la
realidad referido al mismo asunto; pero será siempre la
propuesta analítica e interpretativa de un investigador.
En ese sentido el análisis tiene autoría, y la
escritura no
es ajena a la tarea ética de
hacer ver sus recorridos, sus razonamientos, el trabajo del
análisis. Este aspecto se nos antoja más importante
que muchas de las prescripciones de validez ("criterios de Guba"
incluidos, al parecer de moda, en la actualidad, precisamente en
el campo de los estudios de Salud) que menudean en los manuales y
recetarios de investigación.

La insistencia en el papel del investigador no es
gratuita. Significa que éste se convierte en el agente de
una escucha, y no en el mero ejecutante de un cálculo.
Difícilmente puede haber cálculo (y análisis
de contenido realizado mediante programas de
ordenador, por tanto) cuando el sentido es efecto, no viene dado.
Como dijimos antes, el discurso social no es una mera
colección de dichos, sino efecto de una violencia
simbólica
, esto es, de un proceso de adecuación
de las hablas sociales a un centro significante que organiza el
núcleo y delimita los contornos del discurso social. La
violencia simbólica liga el proceso de
sustitución metafórica a un centro, a un
núcleo de sentido. El sujeto -cada sujeto e, incluso, cada
grupo social- "elige" los significantes de los que hará
uso, dispondrá de sus propios repertorios de estilo…
Pero es "elegido" por la presión semántica, por el universo de
sentido que es para él preexistente y que le constituye.
Es ahí donde significante y significado vienen a
articularse estratégica y provisionalmente como efecto de
sentido (pues el signo, decimos, no es autosubsistente).
Conviene, entonces, detenerse un instante en un aspecto en el que
el sentido común se engaña: si toda
producción discursiva implica sustitución de
significantes e intento de acoplamiento del sentido y la
significación (siempre incompleto), el sujeto no sabe lo
que dice; cuando hablamos, no sabemos lo que decimos, pues no
somos dueños de la estructura que genera nuestro decir.
También por eso decimos, nos contradecimos y nos
desdecimos; titubeamos o cambiamos de opinión. El sujeto
parlante es dueño de sus opiniones, pero no de la
estructura que las genera. Por eso el orden social no es
consciente (lo que es requisito, por otra parte, de su
funcionamiento, como es requisito que desconozcamos lo que
decimos para que el lenguaje pueda seguir funcionando en
nosotros). Por eso, porque significación y sentido nunca
coinciden plenamente, hay posibilidad de cambio en los discursos.
Y por eso, también, el análisis del discurso exige
siempre tomar los campos semánticos estudiados como campos
sólo estratégica y provisionalmente cerrados,
mostrando su variabilidad interna y su mayor o menor fijeza.
Podríamos decir que todo campo semántico aspira a
manifestarse como significación, aspiración nunca
completamente realizable, porque a ella se opone siempre el
sentido, lo que exige que el análisis sea antes que nada
una escucha y esté siempre atento a los puntos de
acoplamiento y fuga, a las fluctuaciones del sentido y a los
intentos de ligar éste a la significación para
evitar su errancia. Nada, como puede comprenderse, que se
resuelva mediante procedimientos canónicos ni
clasificatorios, ni que deje lugar para prácticas de
"análisis" mediante esquemas formales previos al
análisis mismo. El analista no puede pretender, sin
dimitir de su función al desentenderse del sentido,
obtener una interpretación que sea más
rígida que el sentido mismo que su tarea
aborda.

Ese ejercicio de violencia simbólica no se
muestra
necesariamente en el discurso mismo bajo la forma de enunciados;
no se manifiesta, sino que se oculta. Por ello es tan importante
repetir que la verdad del discurso social no está tanto en
lo que dice, cuanto en lo que no está dicho en él,
pero es su condición. Esto requiere la escucha atenta,
como decimos; escucha que no puede reducirse a los enunciados,
sino que requiere prestar la máxima atención a la enunciación misma. Y
ésta nos parece una diferencia fundamental del
análisis del discurso en la tradición de la que
venimos hablando, respecto de la concepción y las
prácticas anglosajonas, que carecen de un concepto fuerte
de discurso social, y cuyos procedimientos de análisis no
incluyen tampoco un concepto fuerte que dé cuenta de la
relación entre significación, sentido y
enunciación. Si el sentido es efecto y no presupuesto,
habremos de escucharlo también en lo no dicho que opera en
lo dicho, en la enunciación. Jesús
Ibáñez gustaba contar un chiste que circulaba en
los medios
intelectuales
alemanes de la postguerra, y se refería a la Alemania del
ascenso del nazismo, para
ilustrar el trabajo del análisis del discurso; puede
servirnos muy bien aquí para explicar cuanto decimos a
propósito de la enunciación. El chiste decía
así: 

"He aquí que un alemán de origen
judío se dirige a un amigo alemán de origen ario,
para comunicarle su deseo de abandonar Alemania. Ante la sorpresa
de este último, que le arguye que nadie persigue a los
judíos,
y lo tilda de paranoico, el judío le cuenta lo
siguiente: 

Hice un muestreo entre la
población y pregunté si les
parecía correcta la eliminación de judíos y
farmacéuticos…

En ese momento, el amigo lo interrumpe:

¿Por qué los
farmacéuticos?

Justamente eso preguntaron los encuestados -responde el
judío-. ¿Ves entonces que debo irme?"

El judío escucha el sentido de la pregunta
("¿por qué los farmacéuticos?"); su temor no
procede de los enunciados, sino de la enunciación, en la
que se encuentra implícitamente presente la pertinencia de
la distinción entre los judíos y el resto, a
propósito de su eliminación, que el discurso
totalitario de la época pretendía desconocer. Si no
hubiera al menos algún atisbo de aceptabilidad en la
hipótesis de la
eliminación de los judíos, "judíos" y
"farmacéuticos" serían términos
intercambiables y equivalentes en el enunciado de la pregunta; no
cabría preguntar por la pertinencia de uno sólo de
ellos. Obsérvese de pasada algo de interés para la
discusión acerca de la relación entre
metodologías (la famosa complementariedad), y de los
criterios de validez del análisis: ¿cómo
puede una encuesta
hacerse cargo de la enunciación? Y, ¿cómo
puede la aquiescencia de los participantes en una
investigación, supuesto que se les "devuelva" el
análisis, constituirse en criterio de validación de
sus resultados, si el análisis, para ser tal, no puede ser
mera descripción, sino desvelamiento de una estructura que
no es consciente para quienes la actualizan en forma de hablas
particulares? ¿Cómo podría aceptar, sin
más, el alemán ario del chiste el racismo presente
en su enunciación, pero oculto en sus enunciados, si un
análisis se lo revelara? Aceptar esta conformidad como
criterio de validez supone un desconocimiento radical de lo que
el discurso social es, así como de cuál debe ser la
tarea que el análisis ha de darse.

Lo anterior nos conduce también a una determinada
manera de ejecutar la técnica del grupo de
discusión, que ha de centrarse en la escucha para
que el discurso pueda ordenarse según sus propios
criterios de pertinencia, y no conforme a guión previo
alguno. Sobre esto sin duda habrá que volver en
algún momento.

EL DECLIVE

Podemos, entonces, finalizar este texto
volviendo a la pregunta que lo abría.
¿Cuánto queda de lo anterior en la
investigación que se practica hoy en nuestro país?
El auge de la investigación cualitativa en España
va de la mano de su pauperización. Se está
perdiendo esta manera de comprender el discurso social y su
indagación, tanto en la Academia cuanto en los mercados que
sostienen la investigación empírica. En la primera
se pueden observar con claridad indicios de la disolución
de este pensamiento en el seno de lo que constituye el saber
académico, esa colección de citas que cuentan todas
por igual por el hecho mismo de haber sido publicadas. Donde la
clasificación de posiciones y corrientes, la
yuxtaposición de unas y otras en relación a
aspectos particulares de metodología o técnicas (lo
que dijo Fulano, y lo que matizó Zutano) dan una
apariencia de saber a la vez que hacen desaparecer todo
pensamiento de su horizonte de intereses. 

En el mercado privado de la investigación hace
algún tiempo que se produjo la discontinuidad. El
análisis dejó de serlo porque se plegó a la
demanda hasta adoptar los puntos de vista y las nociones del
márketing cuya capacidad analítica es
aproximadamente igual a cero. La investigación es ante
todo un negocio, por lo que no conviene contrariar al cliente con
trabajos que no pueda entender directamente, que no se adecuen al
dominio de sus
"saberes" particulares: se vende mejor la descripción que
el análisis, y además sale más barato
(muchos ya no transcriben, y pretenden hacer pasar por
análisis las notas que han podido tomar durante la
realización de las técnicas). La entrada de las
multinacionales en el mercado español de la
investigación ha traído una investigación
cualitativa pedestre, anti-analítica, descriptiva y
sometida al márketing; esto, unido al hecho de que las
jóvenes generaciones de investigadores se forman en los
trucos del oficio, pero no en el análisis, completa el
panorama de este mercado. Del cambio de los años sesenta
hemos pasado al mantenimiento
del statu quo. Buena parte de los profesionales de la
investigación y la sociología han convertido su
trabajo en algo tan mediocre como el discurso que producen y el
que escuchan. La investigación se hace "oficial" y
académica, y se aleja de la vida. Y a ello podría
añadirse que, en ámbitos tradicionalmente no muy
cercanos al análisis del discurso, se está de
vuelta antes de haber llegado a ninguna parte. Se abraza la
metodología cualitativa como si ésta se redujese a
su vertiente anglosajona (desconociendo que hay otra, y
así todos los grupos
serán focus, aunque no se sepa qué es el discurso),
y por su puerta trasera se colará la perspectiva de la
investigación cuantitativa bajo la forma de requisitos de
validez, criterios, "canonización" de los procedimientos,
etc., que proporcionan el aspecto de la seriedad
científica aun antes de haber intentado un mínimo
de reflexión sobre lo que se está haciendo y sobre
aquello a lo que se aplica. 

Decía Jesús Ibáñez que
investigador cualitativo es aquel que sabe lo que hace (pues su
práctica incluye la reflexión sobre su
práctica). Ojalá no nos veamos obligados a
confirmar que esto ha dejado de ser cierto por
completo.

AGRADECIMIENTOS

Todo texto es deudor de la enseñanza de aquellos
a quienes el autor toma como maestros. Éste lo es
particularmente de la enseñanza de Francisco
Pereña, quien se dio además la tarea de discutir
con el autor buena parte de sus contenidos, y de hacerle
sugerencias que han permitido precisar mejor algunas de las ideas
fundamentales que vertebran este artículo. No incurro en
retórica vana si añado que los errores que puedan
contener estas líneas son de exclusiva responsabilidad mía.

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sociología. El Grupo de Discusión: teoría y
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Crítica del lenguaje ordinario (Román Reyes ed.).
Ediciones Libertarias, Universidad de verano de Maspalomas,
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semántica y psicoanálisis. En: Métodos y
técnicas de investigación en Ciencias Sociales.
Delgado JM y Gutiérrez J editores. Madrid:
Síntesis; 1994.p. 465-479.

Anselmo Peinado
DEIK, Estudios Sociales. Madrid.
Correspondencia: Anselmo Peinado.  DEIK Estudios Sociales.
Modesto la Fuente, 61 1.º Dcha. 28003 Madrid.

Partes: 1, 2
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