- 1. Planteando la
cuestión - 2. El patriarcado y sus
prerrogativas - 3. Algunos apuntes desde
oriente - 4.
Grecia y Roma - 5.
Países musulmanes - 6.
Tradición Judeo-Cristiana - 7.
Breve recorrido histórico por el mundo de la paliza en
el ámbito cristiano
1. Planteando la
cuestión
La conducta violenta
es equiparable al uso de la fuerza para
conseguir un propósito. En sentido amplio, podemos
entender como violencia
doméstica cualquier acto que atente física,
psíquica, moral o
espiritualmente dentro de una comunidad
familiar contra el derecho a la vida y a la libertad
personal de
cualquiera de sus miembros; y además afecte o interfiera
con el debido respeto que cada
persona
merece, con su personalidad y
sus características propias, con sus necesidades
particulares de realización, de desarrollo
personal y de expresión de las propias capacidades
personales.
Si bien esta perspectiva general abre un amplio abanico
de casuística, por el contrario es difícil de
detectar y de cuantificar salvo en los casos más obvios y
llamativos, por otra parte más divulgados, que son los que
corresponden al maltrato físico, que puede llegar hasta
la muerte.
Aquí, los niños y
las mujeres ofrecen las estadísticas más altas. Por nuestra
parte, nos vamos a ocupar en particular de la violencia contra
la mujer,
generalmente llevada a cabo por el marido o el compañero
sentimental.
Las causas son múltiples e interinfluyentes.
Podemos clasificarlas en socioculturales, históricas y
psicológicas. Las socioculturales incluyen una determinada
visión del mundo, de las atribuciones otorgadas a cada
género,
de las relaciones entre los mismos, etc., que se conforman y se
amparan en ideologías que a su vez se nutren y son
nutridas por mitos,
leyendas,
tradiciones, creencias religiosas, etc, mantenidas por amplios
grupos de
personas y de países, y que se expresan en leyes y
costumbres que rigen las conductas colectivas e
individuales.
Las históricas son aquellas que nos muestran en
su origen y desarrollo
temporal la práctica de tales sistemas de
creencias.
Las psicológicas nos muestran por una parte la
introducción de los supuestos
socioculturales, su ejecución y transmisión a
través de la interacción familiar, la socialización infantil y la
consolidación de la identidad
personal y sexual del niño; el desarrollo de la autoestima,
del carácter y su capacidad de
aceptación y respeto de los otros y de las diferencias
entre las personas.
2. El patriarcado y sus
prerrogativas
Hay mitos, cuentos,
leyendas y tradiciones universales que nos muestran los
orígenes del ser humano y las diferencias sexuales, que
nos explican las diferentes características
psicológicas y mentales de cada sexo y los
diferentes comportamientos que son deseables y valorables en uno
u otro. También los hay que justifican el predominio de un
sexo sobre el otro y ello, a veces, por una decisión
divina, valorando las características de unos como mejores
que la de los otros y el dominio de los
primeros sobre los segundos. Si bien ejerciendo una especie de
arqueología mítica encontramos en el tronco del
simbolismo de muchos mitos, cuentos o leyendas un aparente
sustrato matriarcal, lo que se ha llamado "patriarcado" es
evidente y ha primado, al menos en lo que llamamos "mundo
civilizado", desde que tenemos constancia histórica. El
patriarcado se ha sustentado (y ha explotado) la lectura de
tales mitos, leyendas y cuentos que otorgan primacía a lo
masculino sobre lo femenino; las costumbres, las normas y las
leyes se han apoyado en ellos y a su vez han alimentado tales
constelaciones simbólicas. El prejuicio se
ha encargado por su parte de sostener y ahondar tales
supuestos.
3. Algunos apuntes desde
oriente
Si en China nos
encontramos con dos principios
universales equiparables y complementarios (el Yin y el Yang),
la
organización social que quiere basarse en el orden
natural, y que conocemos a partir de Confucio, es estratificada,
jerárquica y de claro dominio patriarcal, cuyos sustratos
han perdurado incluso bajo el pensamiento
maoísta. El comportamiento
deseable para varones y mujeres y lo permitido explícita o
tácitamente para unos y otras, ha posibilitado que
milenios después, en plena revolución
cultural, los guardias rojos se permitieran violar a mujeres con
el pretexto de reeducarlas y adjudicaran camaradas femeninos como
esposas de sus mandos, sin el consentimiento de éstas tal
como antaño se pactaban los matrimonios. Aún peor,
pues llamaban "una misión
especial" a tal emparejamiento, impuesto y
exigido a muchachas militantes que, por otra parte,
ejercían cargos técnicos o científicos
equiparables en conocimientos o responsabilidad a los que pudieran demostrar y
ejercer los varones. Sin contar otros abusos perpetrados por una
ideología que pretendía destruir
viejos yugos y proclamaba libertad y
emancipación.
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