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Por Nacer Mujer (página 2)



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¿Cómo es posible que puedan suceder estas
cosas? Tal vez porque el peso de una creencia ancestral, si
además otorga poder y
satisface motivos psicológicos, no se elimina por una
posición oficial al respecto. Erich Fromm en sus estudios
sobre el carácter social que conforma las creencias
y la conducta social
de un colectivo, afirmaba que son necesarias varias generaciones
para su modificación.

Entrar en un análisis profundo de los motivos que
subyacen a las conductas y que son mantenidos por la presión de
las creencias, y en este sentido las que se relacionan con la
violencia de
género,
es una tarea complicada.

Japón tiene a una Diosa principal en sus
ancestros míticos, sin embargo en el país moderno,
clave en electrónica, las mujeres trabajadoras
cobran la mitad del sueldo que obtienen los varones y
éstos tienen primacía en muchos aspectos de la
vida. Un ejemplo gráfico es el "derecho" masculino a la
hora de escoger asiento primero en el transporte
público.

En India, como
sucedió en Mesopotamia,
Grecia o
Roma, vemos
aparecer diosas fuertes en el estudio simbólico de sus
ancestros míticos y Kali es solo un llamativo ejemplo.
Pero aún con todo su poder los mitos nos
cuentan cómo Parvati, en su origen diosa de las
montañas, capaz de crear sin concurrencia de varón
(en una clave ella y Kali son la misma, y esta última un
aspecto sombrío de la primera), aparece en muchas
representaciones agradando sumisamente a su esposo, cuando en
realidad Shiva, el consorte, es su contraparte, y ella, Shakti,
su energía y su poder. Aquí, como en la
mayoría de los casos, vemos cómo la esencia del
mito se ha
mezclado con la tradición, el prejuicio y la
costumbre, todos de orden patriarcal, que han marcado un comportamiento
determinado en lo social y unas normas que han
afectado a la estructuración de la
personalidad en lo individual. Parvati es enseñada por
Shiva y en los Vedas se especifica que el marido es el maestro
espiritual de la mujer. En la
Grecia antigua también se admitía que el esposo
enseñara a la esposa.

En India se ha esperado tradicionalmente (y en
ámbitos rurales aún se espera y, lo que es peor, se
practica) que una buena esposa "accediera" a incinerarse en la
pila funeraria junto a su bienamado marido muerto. No tenemos
datos de la
costumbre inversa. También en Roma, en algunos momentos de
su historia, se
valoró
tal sacrificio por parte de la mujer
ideal.

Analizar el sistema de las
dotes en India es una especialidad que requiere el aporte
interdisciplinar, pero como la dote puede ser un desencadenante
de violencia hacia la mujer es en primer lugar un asunto
judicial, aunque también antropológico y
psicológico. Oscuros crímenes contra la esposa
parecen estar relacionados con esta costumbre. Según la
versión pública, ellas "se queman cocinando".
Podría pensarse que cocinar es una tarea peligrosa y que
puede causar la muerte,
pero al constatar que tal peligro no afecta a la suegra, hermanas
u otros miembros femeninos de la familia del
varón con la que convive la mujer casada, ya tenemos
elementos para formularnos preguntas. En familias más
modernizadas, muchas esposas "se suicidan" por diversos motivos.
Si profundizamos en uno u otro caso, vemos que subyacen querellas
entre las familias del novio y de la novia por compromisos de
dote no cumplidos. Hay que señalar que el matrimonio de una
hija puede entrampar de por vida a sus padres. En un acuerdo de
dote moderno el novio puede pedir a los suegros una moto, un
coche, ambos, un video, un
frigorífico, un televisor, una cámara
fotográfica o todo junto. Casarse puede ser una buena
inversión. Y al ver la abrumadora
frecuencia en que parecen concordar los accidentes
domésticos o los suicidios de las recién casadas y
la insatisfacción frente a los acuerdos de dote, no puede
dejar de pensarse en la relación entre un hecho y el otro
que, aunque es reconocido privadamente por instituciones
sanitarias y legales, y en teoría
penalizado judicialmente, por falta de medios y por
la tendencia a tratar el tema como un asunto privado, no se le
presta la atención necesaria. Cada día
aparecen nuevos crímenes que cortan por lo sano malestares
con las esposas y sus familias políticas
y abren la vía a nuevos esponsales.

En China y en
India se ha practicado y se practica el infanticidio
femenino. Parece que también fue una práctica
común en la Grecia clásica. En cualquiera de estos
lugares se prefirió y se prefiere la descendencia
masculina a la femenina. "Nacer mujer ha sido y sigue siendo
considerado en algunos ámbitos como una desgracia". El
problema a la hora de estudiar el infanticidio femenino es el de
los censos. Estudios demográficos en la Grecia antigua han
mostrado la dificultad a la hora de cuantificar a las mujeres
porque muchas veces no estaban censadas. Un trabajo
sociológico moderno en la zona del Ática muestra que de
346 familias, 271 tenían más hijos que hijas y que
la proporción entre varones y hembras era de 5 a 1. Dato
que da que pensar. También en muchos países
árabes tenemos problemas
similares con la demografía femenina. En el ámbito
islámico, Mahoma atacó el infanticidio y el
maltrato femenino: A aquel que tenga una hija y no la entierre
viva, ni la regañe, ni prefiera sus hijos varones a ella,
Dios le llevará al Paraíso. Parece que las palabras
del profeta no han sido tenidas en mucha consideración
porque en el mundo musulmán, ser mujer es, en la
práctica, ser un humano de segunda
categoría.

4. Grecia y Roma

En los mitos griegos tenemos dos principios
primordiales, polares, opuestos y complementarios en Gea y
Uranos. Nos encontramos con diosas libres e independientes como
Hestia, Artemisa, Atenea o Afrodita. Esta última no
sufrió violencia por parte del varón. No fue
raptada, seducida, ni objeto de violación como vemos en
tantos otros ejemplos de diosas y ninfas. Afrodita es
también un ejemplo de ejercicio de la propia libertad a la
hora de escoger marido, pareja o amante. Pero la vida de las
mujeres fue en general bastante diferente de estos modelos. De
los valores y
posibilidades del arquetipo femenino que detentaban las diosas a
la conducta admitida para las mujeres reales, mediaba un abismo.
Salvo la libertad de las espartanas, que además, debido a
las frecuentes guerras
pasaban largo tiempo lejos
de los hombres, o de las mujeres de Gortima, que, frente a la
también dedicación exclusivamente guerrera de los
hombres, administraban casas y propiedades, y su trabajo era
reconocido como generador de riqueza, la vida de las griegas era
sumamente restrictiva de hecho y de derecho.

El mito como modelo y
guía, en ocasiones, de las vicisitudes humanas y el orden
social, son muchas veces contrapuestos, aunque otras, podemos
encontrar elementos confluyentes. A Pandora no la pintan los
griegos con demasiada inteligencia,
aunque sí con excesiva curiosidad. Hesiodo no tenía
en mucha consideración a las mujeres. Para el poeta, la
mujer es una necesidad, sí, pero también una
responsabilidad económica cuyos vicios se
parecen a los de la primera mujer, Pandora. Otros poetas y
filósofos tampoco parecen cantar
positivamente las virtudes femeninas, salvo los ejemplos de
Platón,
Zenón, de los epicúreos y los cínicos; y es
Aristóteles, por desgracia, el que va a
perpetuar para el occidente culto y para el futuro, la
sumisión femenina al orden patriarcal. Teofrasto, uno de
sus discípulos, en la más pura tradición
peripatética, pontificaba sobre el puesto secundario de
las mujeres. Decía que demasiada educación
haría de ellas seres pedantes, perezosos, charlatanes y
curiosos entre otros frutos de la instrucción que, al
parecer no afectaba tan negativamente si se trataba de
desarrollar una mente masculina.

En la Atenas clásica, la mujer estaba sometida a
la tutela del padre
o pariente más cercano en su defecto, y luego a la del
marido, como veremos en Roma posteriormente y más adelante
en las culturas cristiana y musulmana. Esta costumbre no nos
resulta demasiado lejana porque es ahora cuando deja de valorarse
y practicarse en Europa, que no en
el mundo islámico, donde todavía permanece activa.
En Atenas clásica se consideraba razonable que el
matrimonio se celebrara a los 30 años del varón y a
los 13 o 14 para ella. La admisión social de una mayor
edad para el marido respecto a la esposa ha estado y
está ampliamente difundida y ha durado hasta nuestros
días, aunque el novio pueda doblar o triplicar, como en el
ejemplo anterior, la edad de su compañera, dándose
el caso de ancianos desposados con niñas. Dos
consideraciones respaldan esta práctica: una, la de
aprovechar la etapa fértil de la mujer y la otra, de orden
exclusivamente patriarcal. Porque entre otros factores se prima
la experiencia de él, frente a la vida aún no
vivida de ella y se potencia la
autoridad del
marido.

Si hacemos caso a Eurípides, sus descripciones de
la vida cotidiana de las mujeres de la Atenas clásica
podrían servir, salvo detalles, para describir la de la
China imperial, la de las mujeres judías de los tiempos
bíblicos, la de las nativas de algunos de los
países islámicos más conservadores en la
actualidad y hasta hace pocos decenios, la de la España
rural y de provincias. Nos cuenta el dramaturgo que las mujeres,
especialmente las solteras, permanecen en el interior de sus
casas, no se adornan ni salen fuera mientras sus maridos no
están en casa. Llevan velo, no conversan en público
con otros hombres y no los miran directamente al rostro, aunque
se trate de su marido. Demóstenes informa que algunas
mujeres eran aún demasiado modestas para ser vistas por
sus familiares. Existían, como luego pasó con otras
culturas como en India, China y mundo islámico,
alojamientos separados para hombres y para mujeres, aún
siendo matrimonio. El que un hombre
extraño penetrara en los gineceos de mujeres libres era
equiparable a una acción
criminal. No es una cuestión de violencia física, desde luego,
pero sí de restricciones que suponen un control de la
conducta femenina, y exhaustivo.

En Roma la hija también estaba bajo el dominio del
varón de más edad de su familia, el Pater
Familias, cuyo poder excedió incluso al de la potestad
masculina griega, ya que tenía el poder de la vida y la
muerte sobre
todos los miembros de su familia (esposa, hijos y siervos). Las
únicas que podían librarse de tal autoridad eran
las vestales. En ausencia del Pater Familias, la custodia de las
hijas pasaba a un tutor, costumbre que veremos en muchos otros
países. Tal tutoría continuó vigente hasta
los tiempos de Diocleciano, conforme transcurría el
tiempo, cada vez más como una cuestión formal. El
Pater Familias romano decidía si sus hijas se
casarían y en qué condiciones. El matrimonio con o
sin manus determinaba si el padre continuaba con su tutela o si
ésta pasaba al marido. Tenemos tradiciones que nos hablan
de crímenes perpetrados por hermanos de mujeres bajo el
beneplácito del padre o por el propio padre, a veces para
prevenir una afrenta contra la castidad de su hija. Catón
el Censor nos dice que el marido tenía un derecho
ilimitado para juzgar a su mujer. Los esposos podían matar
a sus cónyuges por adulterio o
por ebriedad. La ingesta de vino estaba prohibida para las
romanas. Tenemos menciones de maridos que asesinaron a sus
mujeres por beber y las ejecuciones no fueron censuradas porque,
ante la presión social, la mujer había dado mal
ejemplo. Las leyes sobre
adulterio eran distintas para hombres y para mujeres, a pesar de
las críticas de algunos filósofos, como los
estoicos, por ejemplo, a quienes les parecía injusto el
requisito de doble moralidad.
Otras cuestiones debatidas eran las violaciones y el posible
consentimiento otorgado y las relaciones
sexuales con personas libres o esclavas.

5. Países musulmanes

Si bien Egipto
tenía estipulada la pena de muerte
para los casos de violación femenina, otras culturas no
han sido tan drásticas, a pesar de que por lo habitual la
mujer se consideraba "deshonrada". Muchos suicidios femeninos,
aplaudidos por cierto, pretendían "lavar el honor" de la
afectada. Guerras ayer y hoy, permisividad en el caso masculino,
firme censura en el femenino han rodeado el ámbito de la
violación. Ésta ha existido y existe fuera y dentro
del matrimonio. Las cifras actuales también son alarmantes
y una expresión del uso y abuso de la fuerza y del
desprecio de lo femenino.

Los matrimonios concertados entre niños,
la violencia contra las mujeres, muchas veces considerada como
cuestión de "justicia"
frente a delitos contra
el honor se practican ahora mismo en diversas partes del mundo
aunque en teoría constituciones y leyes no lo permitan.
Los delitos contra mujeres, considerados "de honor", son comunes
en muchos países actuales, sobre todo del ámbito
musulmán. Tienen que ver fundamentalmente con la castidad
femenina. Si la mujer no se ha casado, son los familiares varones
(el padre, los hermanos, los cuñados) los que se toman la
justicia por su mano; y si está casada, el marido. Estos
castigos, de nuevo, pertenecen al ámbito privado, son
difíciles de descubrir, más aún de prevenir
y por supuesto, de detectar y de tratar públicamente; lo
que se constata en los pocos casos de atención sanitaria
de las afortunadas que han escapado de una muerte segura. Gracias
a vecinos misericordiosos, a ONG’s
que trabajan en tales zonas, algunas víctimas de los
prejuicios y del fanatismo han podido recibir ayuda médica
que las ha librado por esa vez de morir quemadas vivas, arrojadas
a pozos, estranguladas con cables telefónicos o cuerdas de
tender la ropa, encarceladas de por vida en la propia casa o en
la de algún tutor masculino en habitaciones tapiadas con
ladrillos, sin luz y con un
pequeño agujero para pasar la comida. Poquísimas
son las que han logrado "desaparecer" para comenzar una nueva
vida en un nuevo lugar lejos de su ambiente. Los
países que cuentan ahora mismo con inmigración de procedencia asiática
y africana influidos por la tradición del Islam, tienen en
su haber casuísticas de este tipo, además de las
relativas a la mutilación genital de las mujeres, a la
desescolarización de las púberes, la desigualdad en
temas laborales, la desatención en asuntos sanitarios y
sociales y la discriminación frente al varón que
se genera y transmite en la propia familia, sin hablar, por
supuesto, de las "simples palizas". Todos estos casos, atendidos
por mediadores, trabajadores sociales, psiquiatras,
psicólogos, abogados, etc., son, desafortunadamente, la
punta de un iceberg en cuyo fondo está instalada una
ideología que sobrevalora la masculinidad.
Un tema que no nos resulta desconocido: no ha sido raro que en
nuestro país se primara la educación
masculina sobre la femenina. En la España de hace pocos
años se atenuaba el asesinato de la esposa si era culpable
de adulterio, por supuesto por tratarse de un asunto de honor.
Entre nosotros, una mujer violada, o una embarazada fuera del
matrimonio (también considerada como deshonrada),
podían ser echadas de casa por el padre y aún ahora
es posible ver cómo muchas niñas sirven a los
hermanos, aunque sean menores, que se dejan atender en cuestiones
domésticas.

En Arabia Saudí, uno de los países
más reaccionarios hacia las mujeres, la autoridad del
varón es ilimitada e incuestionable. Su esposa y sus hijos
sobreviven solo si él lo quiere. Los mutawas, celosos
veladores de la ley
islámica, vigilan cualquier infracción a la norma
como, por ejemplo, que las mujeres no vayan debidamente cubiertas
con la abaya; al igual de lo que sucede con el chador en
Irán o la burka en Afganistán. En este
último país, bajo el dominio de los talibanes, la
situación se hizo tan crítica
para las mujeres que tuvieron que dejar sus puestos de trabajo,
suspender el ejercicio de sus carreras y profesiones y sufrieron
grandes dificultades para poder mantenerse, mantener a su
familia, y a la hora de recibir atención sanitaria, pues
no podían descubrirse ni mucho menos ser tocadas por el
médico, varón, por supuesto.

En Arabia, actualmente, no pueden conducir ni testificar
en procesos
penales. Con la primera Guerra del
Golfo, 47 mujeres se atrevieron a desafiar las convenciones y
desfilaron conduciendo por Riad. Muchas de ellas eran profesoras.
Como resultado de su osadía les quitaron el pasaporte,
perdieron sus empleos y sus familias se vieron afectadas.
Legalmente el testimonio de una mujer no es valorado como un
hecho, sino como una presunción y el Tribunal decide,
según cada caso y circunstancia, si lo toma o no por
válido. Los Tribunales saudíes invalidan el
testimonio de las mujeres por los siguientes motivos:

1. – Las mujeres son mucho más emocionales que
los hombres y sus emociones les
harían distorsionar su testimonio.

2. – Las mujeres no participan en la vida
pública, por lo que no son capaces de reconocer lo que
observan.

3. – Las mujeres están completamente dominadas
por los hombres quienes, por la gracia de Dios, son tenidos por
superiores; por consiguiente, darán testimonio
según lo que les contara el último hombre que
hablara con ellas.

4. – Las mujeres son olvidadizas y su testimonio no
puede ser considerado digno de confianza.

Respecto a la violencia física, en el Islam
tenemos dos ejemplos muy llamativos y es que recientemente, dos
imanes, uno en España y otro en Francia, han
sido acusados de fomentar el maltrato enseñando
cómo pegar a una mujer, aunque, eso sí, donde no se
note demasiado.

6. Tradición
Judeo-Cristiana

Dos mitos justifican la subordinación de las
mujeres, el de Lilith primero y el de Eva después. Este
último es el que figura en la Biblia; aquí no hay
una Magna Dea, madre de Todo, dioses, hombres y seres vivos, sino
Jehová, el Creador, una deidad masculina. Lilith, que
conserva muchos de los atributos de la Diosa, fue la primera
esposa de Adán, creada al mismo tiempo que él, que
se negó a mantener una posición secundaria,
desafió a Dios, huyó del Paraíso y fue
considerada contraria al orden establecido, enemiga del
matrimonio y de los hijos. Eva surgió después que
Adán, de su costado, según dice la Biblia, para que
fuera una ayuda semejante a él porque no es bueno que
el hombre
esté solo. Posteriormente, por haber probado el fruto del
árbol del conocimiento y
habérselo ofrecido a su compañero, fue condenada a
parir con dolor a los hijos y a buscar con ardor al marido, que
la dominará. Una maldición que afecta a todos sus
descendientes por los siglos de los siglos y que ha hecho correr
ríos de tinta, torrentes de palabras y sobre todo mucho
desprecio, mucha culpa, y aún mas, si cabe,
desvalorización hacia lo femenino, al justificar la
dependencia de la mujer por haberse tomado el mito al pie de la
letra obviando su contenido simbólico.

Entre los judíos,
la novia estaba obligada por ley y por costumbre a obedecer a su
marido al igual que en las culturas anteriores. También
debía llegar virgen al matrimonio, de lo contrario,
según sentencia la Torá sacarán a la mujer a
la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la
apedrearán hasta que muera. La ley judía
permitía al hombre abandonar a la esposa si descubre algo
vergonzoso en ella; por ejemplo, el adulterio, la inmodestia, la
desobediencia y la esterilidad. Los varones estaban exentos del
castigo por adulterio. Si la mujer judía quería (y
aún ahora quiere) divorciarse, deberá obtener
primero el consentimiento de su marido.

El cristianismo,
por su parte, desaprueba el divorcio para
ambos cónyuges, no permite el adulterio para ninguno de
los esposos y Jesús criticó el castigo a muerte por
lapidación: …el que esté libre de pecado, que
lance la primera piedra.

En el Nuevo Testamento tenemos a San Pablo repitiendo
hasta la saciedad la obligación de la sumisión
femenina y del poder masculino, para satisfacción de los
defensores del patriarcado. En su epístola a los romanos
(7:2) vemos: …porque la mujer casada está sujeta por Ley
al marido mientras éste viva; pero si el marido muere,
ella queda libre de la ley del marido. En sus cartas a los
Corintios (11:8-9) dice: Porque el varón no procede de la
mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón
fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del
varón. Y en 14:34-35: Vuestras mujeres callen en las
congregaciones, porque no les está permitido hablar, sino
que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y
si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos. A los
Efesios (5:22-23) les dice: Las casadas estén sujetas a
sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es
cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la
Iglesia, la
cuál es su cuerpo y Él es su salvador. Y en Timoteo
(2:11-15) continúa San Pablo: La mujer aprenda en
silencio, con toda sumisión. Porque no consiento que la
mujer enseñe ni domine al marido, sino que se mantenga en
silencio, pues primero fue formado Adán y después
Eva. Y no fue Adán el seducido sino Eva, que, seducida,
incurrió en la trasgresión.

Pensadores, educadores y sacerdotes de los diversos
credos cristianos se han apoyado en estas palabras para definir
la posición de los hombres y las mujeres de manera que,
veinte siglos después, todavía están
enraizadas en la cultura. Cerca
de nuestros días, en la España franquista,
Doña Matilde Ruiz García, inspectora de enseñanza primaria, en su libro La mujer
y su hogar, afirma: No haga gala la mujer de sus conocimientos,
si es que posee una formación intelectual mejor que la del
esposo. Al hombre le gusta sentirse siempre superior a la mujer
que ha elegido como compañera. El jesuita D. Vicente Lousa
en El marido y tú sigue en la misma línea: Si le
niegas este derecho a sentirse superior que tienen todos los
hombres, entonces, a cada cosa que propongas te responderá
con una negativa, para hacerte ver su superioridad. No
podrás con él. Tirará las cosas de cualquier
manera para hacértelas recoger y ver como estás a
su servicio.
Tratará de molestarte en todo momento para sentir la
satisfacción de que hace lo que quiere aunque te disguste.
Sé inteligente, hazle sentir como tu dueño, hazle
sentir señor de todo y entonces no te lo hará
sentir él a ti.

En la misma tónica, el presbítero Ricardo
Aragó indica en su libro El matrimonio: El marido es
superior, es cabeza de la mujer, y ella, no obstante, es su
igual; y así, el marido la ha de tratar como inferior mas
sin lesionar los deberes de la amistad. Y la ha
de tratar como igual, sin perder los derechos de la superioridad.
La mujer es súbdita, está supeditada al hombre.
Otro jesuita, David Mesenguer y Murcia, en Juventud y
moral insiste
en el mismo argumento: El esposo y la esposa son el anverso y el
reverso de una misma medalla, dos mitades de un corazón,
un comando de dos personas. Indiscutiblemente el marido tiene el
primer puesto; lo está pidiendo su misma
conformación física, su papel de agresor o agente
activo. En el matrimonio se le concede el derecho positivo.
Para colofón de argumentos patriarcales y de misoginia, el
médico y jesuita Federico Arnau sentencia en La virilidad
y sus fundamentos sexuales: El organismo de la mujer está
puesto al servicio de una matriz,
mientras que el organismo de un hombre se dispone para el
servicio de un cerebro.

Y los tópicos han proliferado, no solo
aquí, sino "allende los mares". En la América
del Norte cristiana ya fueran monárquicos o republicanos,
católicos, calvinistas, anglicanos, metodistas o
puritanos, la Biblia ha sido y sigue siendo un referente. Las
mujeres han sido compañeras sexuales y sentimentales del
marido, indiscutiblemente madres, y sin excepción, amas de
casa con obligaciones
que durante mucho tiempo han absorbido todo su tiempo y
energía. En la colonización de los territorios
americanos vivieron situaciones extremas, se adaptaron a lugares
inhóspitos, a condiciones precarias, y sin embargo
tuvieron que callar en los servicios
religiosos, no inmiscuirse en las cuestiones políticas y
mantenerse al margen, salvo minorías y hasta tiempos
relativamente recientes, de una educación amplia y
sólida.

Las pautas imperantes de una cultura se transmiten por
la socialización y la educación. Los
padres primero, también los familiares en las familias
extensas, y después los diversos ámbitos
educativos, se encargan de ello. El Patriarcado puede mermar el
desarrollo
integral de los dos sexos al inhibir, frustrar o reprimir en
hombres y mujeres características consideradas como
indeseables para cada uno de ellos; y forzar en las mujeres, por
el peso de la ley, la costumbre y la autoridad masculina
determinados comportamientos esteriotipados, afines a los
supuestos que el propio Patriarcado considera propios de la
identidad
femenina. Mas, aunque el Patriarcado facilite la violencia hacia
la mujer dentro y fuera de la vida doméstica al generar
ideologías descompensadas para ambos sexos y leyes
coercitivas, hacen falta también ciertas
características psicológicas que, en el
ámbito particular permitan, expresen y potencien los actos
agresivos, sobre todo los físicos. Dicho sea de otra
forma: si el poder ha estado oficialmente al lado del
varón, no todos los varones han ejercido conductas
violentas y han llegado al extremo de infringir la muerte
física a sus compañeras.

7. Breve recorrido histórico
por el mundo de la paliza en el ámbito cristiano

En los lugares de habla germana del medioevo, los
derechos de los maridos sobre las mujeres se extendían a
su persona y a sus
propiedades, incluso vestidos, joyas y hasta ropa de cama. El
esposo tenía derecho legal a pegar a su mujer si no
accedía a sus deseos. Según historiadores las
palizas eran una práctica habitual, aprobada por la ley y
la costumbre, que se podía ejercer sin más
límite que el de no llegar a matar. Documentos de los
tribunales nos muestran que se solían perdonar tales actos
agresivos de los maridos considerándolo algo normal. Los
casos más flagrantes de maltrato se castigaban con una
pequeña multa y la orden de recibir a la mujer en casa
(cuando había abandonado el hogar) y tratarla de buena
manera.

Tenemos datos procedentes de Inglaterra en las
épocas Tudor y Estuardo sobre el maltrato corporal.
William Gonge, un teólogo protestante, en su tratado de
1662 Las obligaciones domésticas condenó el derecho
de pegar a las mujeres como forma de castigo, aunque
defendía (¡cómo no!) el, al parecer,
inmutable orden patriarcal. Un poco antes, en 1614, otro autor
había dicho en Una forma divina de gobierno del
hogar que un marido sabio que busque vivir en paz con su esposa
debe observar las tres reglas siguientes: aconsejarla con
frecuencia, censurarla poco y no golpearla jamás. A
finales del siglo XVI, los tribunales eclesiásticos
perseguían regularmente el abuso corporal, aunque con
pocos resultados según la documentación médica y judicial que
consta en los archivos. Hay
registros de
palizas propinadas a mujeres. Éstas, por su parte, poco
podían hacer para evitarlas porque el divorcio en forma de
separación de lecho y de casa, era sumamente costoso y
difícil de obtener. En los comienzos del siglo XVII,
anglicanos y puritanos progresistas se oponían al castigo
físico de las mujeres y lo permitían en los
niños y los criados. Ser mujer y criada en aquel contexto
debió suponer una doble desgracia. Los puritanos fueron
los más fervientes defensores de la autoridad
bíblica tradicional; la de los padres sobre los hijos y la
de los esposos sobre sus mujeres. Fieles a la tradición,
hombres y mujeres entraban en los templos por puertas separadas y
se sentaban según sexo y rango,
hombres con hombres y mujeres con mujeres. Sin embargo esta misma
comunidad
censuraba el concierto de los matrimonios sólo por
interés
y abogaban por la afinidad espiritual y los sentimientos mutuos
como base de la unión. Además, fueron de los
primeros en admitir la paridad de los esposos en asuntos
sexuales.

Si bien en muchos aspectos la colonización
americana supuso innovaciones y nuevas libertades, respecto a la
mujer se realizó un estricto trasplante de costumbres a la
nueva tierra,
incluidos los abusos de poder y los maltratos. La ley
angloamericana los seguía permitiendo. Clérigos,
médicos y moralistas coinciden en determinar que la
Providencia diseñó a la mujer para un estado de
dependencia y por tanto de sumisión. Así lo indica
en Londres James Jordice, varón, naturalmente, en su
publicación El carácter y la conducta del sexo
femenino. Si una mujer no mostraba la conducta correcta (lo que
incluía la desobediencia), el marido podía imponer
un "moderado correctivo", de nuevo con el aval de la citada ley
angloamericana, o sea, una paliza o el encierro en su
habitación como ya hicieron y hacen los musulmanes; pero,
eso sí, como ha venido siendo tradición en el
cristianismo, sin que de ello resultara una lesión
permanente o el riesgo de su
vida. Todo un detalle.

En la South Carolina Gazzette del 12 de Julio de 1770
aparece el siguiente anuncio insertado por Sarah Cantwell: John
Cantwell ha tenido la desfachatez de poner un anuncio advirtiendo
que nadie me dé crédito, pero él no tuvo
ningún crédito hasta que se casó conmigo. En
cuanto a cama y casa, él no tenía nada de esto
cuando la boda. Y nunca me escapé: me fui en su presencia
cuando él me pegó. A pesar de este acto de
valentía y de denuncia por parte de la dama, las leyes
siguieron permitiendo que el marido administrara ese "correctivo
moderado" y que pegara a su mujer con un palo siempre que no
fuera más largo que un dedo ni más ancho que el
pulgar. Aunque los miembros de las clases altas afirmaban que el
castigo corporal era un asunto de la plebe, lo cierto es,
entonces como ahora, que no había distinciones de clases
sociales en cuestiones de maltrato. Y lo peor de todo es que
a la mujer no se le permitía la separación si el
marido no estaba de acuerdo. Una sentencia judicial de 1840 reza:
…según la general potestad que la ley inglesa atribuye
al marido sobre la esposa, el demandado tiene derecho a evitar a
su esposa los peligros de una relación peligrosa con el
mundo obligándola a cohabitar en una residencia
común.

La Ley de Divorcio o de Causas Matrimoniales de 1857
transfirió las causas de los tribunales
eclesiásticos a los civiles. La solicitud de divorcio
debía basarse en crueldad o en adulterio. Pero mientras
que el hombre podía alegar adulterio simple, la mujer
debía probar adulterio agravado por abandono, crueldad,
violación, sodomía o bestialismo. Además los
divorcios eran sumamente caros. Solo un 3% de las mujeres casadas
lo solicitaron en esa época.

A partir de entonces se han sucedido enmiendas legales y
cambios sociales que han modificado en toda Europa los usos y las
costumbres. A comienzos del siglo XXI oficialmente se reconoce la
igualdad de
derechos entre hombres y mujeres y, al menos en teoría, el
derecho a la libertad y la dignidad de
las personas independientemente de su color de piel,
creencia, sexo o condición social. Sin embargo, los medios de
comunicación informan casi a diario en España
de casos de violencia de género cuyas víctimas son
mujeres, aunque no tenemos la exclusiva. Proliferan en nuestra
cultura occidental así como se siguen dando en las
orientales y en el marco musulmán. Veintinueve muertes se
llevan contabilizadas en España a finales de Mayo, unas
seis por mes y muchas de ellas "muertes anunciadas" sobre
víctimas que habían denunciado este peligro y
reclamado protección que, o no llegó a tiempo, o
resultó ineficaz. Sin contar las agresiones que no tienen
un desenlace tan fatídico y de las que tenemos noticias y
todas aquellas que no han llegado a los medios de
comunicación y las que se han sufrido en privado sin
llegar a denunciarse.

El ensañamiento de muchos de estos ataques, que
han sido calificados como "terrorismo
doméstico", como el rociar con gasolina y prender fuego,
atropellar varias veces a la mujer, incendiar su vivienda con
ella y sus hijos dentro, verterle ácido o
apuñalarla repetidamente en la vía pública,
subraya las altísimas cotas de violencia que, sin
ningún intento de justificar estas deleznables opciones,
dejan la paliza y demás castigos físicos y
"correctivos" como los mencionados, casi en la cruel
anécdota. No sólo nos da que pensar. No solo nos
muestra la magnitud y la profundidad del problema, sino que exige
y obliga a una intervención eficaz, multidisciplinar,
interinstitucional que aborde desde diversos frentes la
violencia, el maltrato y la devaluación de lo femenino y brinde
soluciones y
medidas preventivas que incidan desde sus muchos factores, a
castigar, contener y erradicar esta lacra.

Paloma de Miguel –

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