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El "mal de las vacas locas". Un tema de bioética en los nuevos escenarios (página 2)



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Esbozo de una historia

Las encefalopatías se conocen desde el siglo
XVIII, el scrapie de las ovejas, por ejemplo, data de 1732. Sin
embargo, el manejo más profundo de este tipo de
patologías data de mediados del siglo XX, vale decir, lo
sitúa en la historia reciente. En
efecto, en 1959, el doctor William Hadlow, investigador
estadounidense, observó profundas similitudes entre dos
encefalopatías diferentes, una producida en animales y otra
en personas, es decir, advirtió una notable semejanza
entre scrapie y kuru. Esta última, registrada en Nueva
Guinea entre los miembros de comunidades aborígenes que
todavía practican un rito antropofágico mortuorio
que consiste en comerse, durante las honras fúnebres, el
cerebro de sus
familiares muertos. En dichas comunidades se detectó el
elevado número de tres mil casos, cantidad francamente
excesiva para la discreta población de miembros de esas
tribus.

Al poco tiempo, no
más de dos años, el Dr. Gajdusek, al estudiar
minuciosamente las características del kuru, llegó
a la conclusión que su transmisión entre los
miembros de la tribu se producía durante los rituales
funerarios en los que había ingesta de masa
encefálica. El propio Gajdusek siguió adelante con
sus estudios avanzando en sus investigaciones
bajo la conjetura que la enfermedad era motivada por un virus de larga
latencia al que denominó virus lento, e intentó
aislarlo, fracasando completamente. En lo que, en cambio, tuvo
éxito,
fue en transmitir artificialmente la enfermedad a un
animal.

El Dr. Prusiner retomó estas investigaciones en
la década de los ochenta en los laboratorios de
neurobiología y bioquímica
de la Universidad de
California en la sede de San Francisco. Desestimando el presunto
origen viral de esas encefalopatías, propuso para el
scrapie y el kuru una etiología bastante diferente: una
copia anómala de una proteína normal que
denominó prion. Pero lo más interesante de la
investigación consiste en que las proteínas
carecen de ácidos
nucleicos asociados, con ello se echaba por tierra la
creencia instituida y sacralizada que las infecciones sólo
podían producirse por la transmisión del material
genético bajo la forma de ARN o ADN ,
razón por la cual Gajdusek había impulsado la
teoría
del virus lento como agente patógeno de este tipo de
enfermedades.

De manera que los planteamientos de Prusiner resultaron
revolucionarios y, como era de esperar, fuertemente resistidos.
Sin embargo, sus tesis se
fueron consolidando rápidamente y hoy son plenamente
aceptadas.

La globalización del problema

La tecnología, que es
necesario distinguir de la técnica, data sólo de
finales del siglo XVIII cuando la humanidad transita de la
producción artesanal a la producción
industrial o de la rueca al telar eléctrico, para
ilustrarlo con un ejemplo.

El universo
industrial no sólo significa un cambio estético,
también se produce un incremento de toda índole en
los escenarios, de tal complejidad que al hombre le
resultará imposible fiscalizar la producción por
medio de los antiguos métodos
domésticos. Se hace indispensable la automatización para manejar el universo del
conocimiento,
y esto no es otra cosa que la necesidad de manejar este universo
mediante el auxilio de las máquinas.
Se abre así el dominio de la
cibernética, término, por cierto,
griego, creado por Platón
para aludir al "arte de
gobernar". Este término será reflotado en el siglo
XIX por Ampère en su Clasificación de las
ciencias
(1834), finalmente en el siglo XX el
matemático norteamericano Norbert Wiener, llama
cibernética a una disciplina
preocupada del estudio de los espacios funcionales, teoría
del potencial, análisis armónico generalizado y
teoría de la predicción.

Hemos ido del homo faber al homo
cibernauta
, del hacer con las manos o con herramientas,
techné, saber artífice (técnica),
al hacer mediante máquinas, a la tecnología, a la
cibernética (arte de gobernar mediante las
máquinas). En suma, al hacer
tecnológico.

En este nuevo contexto se escenifica el llamado "mal de
las vacas locas". El hacer tecnológico ha abierto
horizontes a las posibilidades del hombre, mostrándole que
muchas de las limitaciones en las que vivió prisionero en
el pasado ya no existen.

Una vaca alimentada sólo con pasto en la pradera,
el método
tradicional, demora en engordar y estar en condiciones de ser
sacrificada entre tres y cuatro años. Hoy, esa misma vaca,
con manejo genético, alimentada en centros de cebamiento
con piensos fabricados con desechos de carne de oveja, puede
estar lista para el sacrificio en un tercio de ese tiempo,
además de optimizarse su rendimiento en un alto porcentaje
.Todo lo cual representa una rentabilidad
muy superior respecto del sistema
tradicional.

Lo que, al parecer, nunca fue advertido, es que los
nuevos métodos podrían generar algún
problema, particularmente cuando se actuaba contra natura al
alimentar a un herbívoro con carne.

La encefalopatía espongiforme bovina ha puesto en
tela de juicio, desde un punto de vista sanitario y su directa
repercusión en la salud, al moderno sistema de
alimentación de todos aquellos animales
cuya carne provee los mercados
cárnicos alimentarios. Su impacto en el mercado
alimentario bovino, al difundirse la noticia, fue notorio, no
sólo en Inglaterra sino
que se generalizó en los países miembros de la
Unión
Europea y después en el resto de los
mercados.

Todas las ventajas obtenidas de la aplicación de
la genética y
la biotecnología en el mejoramiento de la
cantidad y calidad de los
productos
alimentarios consolidados en el último decenio
deberán ser seriamente revisadas y, si es necesario,
revertidas y, si impera el sentido común -que suele
contraponerse al éxito tecnológico-,
deberían buscarse nuevos caminos desde la
biotecnología respetando ciertos límites
ancestrales impuestos por la
Naturaleza.

El problema en el contexto de los
nuevos escenarios

Puede que el "mal de las vacas locas" sea sólo la
punta del iceberg de los peligros que provocan ciertos sistemas de
alimentación y explotación del ganado y, en
general, de todos los animales comestibles en el mundo
hiperdesarrollado e hipertecnologizado del mercado alimentario.
Teniendo presente que hay una franca manipulación al
respecto, por ejemplo, cabe señalar el uso de clembuterol
en el ganado bovino, práctica permitida en los Estados Unidos de
Norteamérica pero prohibida en la Unión Europea.
Las granjas avícolas, por su parte, están
estructuradas en función de
la productividad
de sus inquilinos. Es decir, las aves
permanecen hacinadas en espacios y circunstancias muy precarias,
de por vida. En esas circunstancias, ellas producen huevos bajo
presión
y luz
ininterrumpida, son alimentadas con harinas de pescado, hormonas y
otros compuestos entre los que se incluyen antibióticos,
vacunas y
complejos vitamínicos.

El "mal de las vacas locas" es un problema que estalla
en el corazón
del modo capitalista de producción imperante y en una
industria que
ha llevado el éxito prácticamente al límite.
Cuando precisamente hemos vivido pensando que la tecnociencia
caminaba hacia un éxito futuro sin límites, ocurre
lo que ocurre, de manera que este fracaso que los acosa no es
sino el corolario de su éxito.

Al parecer, la tecnociencia puesta al servicio de un
modelo
económico demasiado ambicioso, termina haciendo
concesiones peligrosas. Si no ¿cómo explicar que,
puestos en la balanza, la rentabilidad del mercado
agroalimentario versus la salud
pública, se opte por privilegiar lo primero,
desconociendo que la salud pública es un bien común
que exige una atención prioritaria?

El impacto social de la biotecnología en el
área agroalimentaria, al parecer, no ha sido estudiado con
la suficiente minuciosidad; la naturaleza de su influencia exige,
en la medida que sus productos y su aplicación influyen
directamente en la calidad de
vida de la comunidad social,
una revisión de los daños y perjuicios que puedan
provocar, para instaurar una normativa adecuada, en
función de la bioseguridad y biorresponsabilidad debidas a
la propia comunidad.

Al menos, la
globalización de los escenarios, uno de cuyos
epicentros está constituido por los medios masivos
de comunicación, ha permitido que una parte
importante de la comunidad social, aunque minoritaria -justamente
la que tiene acceso a los medios-, se haya enterado de este
suceso que, como proceso,
aún se encuentra en sus inicios, pero a tiempo de que
podamos exigir la responsabilidad moral de los
expertos. Ello obliga a formular algunas preguntas y, por cierto,
esperar respuestas. ¿Quiénes son los expertos y de
qué canales disponen para informar a la comunidad social?
¿Qué garantías tienen de que la objetividad
de sus discursos no
será tergiversada? ¿Qué acontece con
países como los nuestros?

En el caso puntual del "mal de las vacas locas" ,
la
organización directamente vinculada con el problema y
con poder de
decisión es el Consejo de Ministros de Agricultura de
la Unión Europea (CMA), las decisiones de ese CMA deben
contar con el respaldo del Comité de Veterinarios
Permanente de la Unión Europea. Ellos son en realidad los
expertos, trabajan en terreno y en contacto directo con los
animales y ellos, a su vez, están respaldados por otra
línea de expertos que trabajan en los laboratorios donde
se lleva a cabo la investigación más fina del
problema. Otros expertos que juegan un papel importante en este
tema son los epidemiólogos, encargados de calibrar el
nivel de incidencia de la enfermedad infecciosa en el seno de la
comunidad social. Todos los expertos antes mencionados, no
obstante ser fundamentales en el
conocimiento de los problemas,
tanto en el terreno descriptivo como prescriptivo, tienen, sin
embargo, una visión parcial. Hay un aspecto bastante
importante del problema que requiere otro tipo de consideraciones
y, consecuentemente, otro tipo de profesional: el aspecto moral,
es decir, la conveniencia o inconveniencia para la comunidad
social de la realización de estas modalidades de la
tecnología aplicada; en la medida que afecta áreas
tan sensibles como la salud pública. La ética,
entonces, exige una atención importante en la
contextualización social del problema, el énfasis
ético adquiere día a día más
relevancia y eso obliga a la participación de los filósofos especialistas en
ética.

Todos los expertos involucrados o involucrables en este
tipo de problemas, deben obedecer a un doble imperativo: informar
con la mayor claridad y cautela, por todos los medios
disponibles, a la comunidad social, para que los gobiernos o los
representantes gubernamentales cumplan todas las medidas de
seguridad
tendientes a resguardar la salud pública.

En la existencia y permanencia de una conciencia
vigilante es donde cabe ejercer la responsabilidad moral de los
expertos.

La Bioética
como escenario propio del problema

La bioética es una multidisciplina en la que
coinciden ética, derecho y biotecnología. Ellos
conforman la masa crítica
de un corpus cuya combinación se multiplica y
proyecta constituyendo un auténtico puente hacia un futuro
diseñado y rediseñado desde la
tecnología.

La ética desde su sincrética
transversalidad, entendida como una teoría del bien, pero
funcional, ofrece las pautas para el diseño
de los límites entre lo conveniente e inconveniente para
la comunidad social frente a la necesaria e inevitable
operatividad de la tecnociencia representada por la
biotecnología.

Los nuevos escenarios no son naturales. Es decir, no
están dados y por lo tanto no se nos imponen y hay que
atenerse a ellos, como ocurre con el fenómeno de la
adaptación de los seres vivos al medio natural, de lo que
da lata cuenta la teoría de la evolución. Los nuevos escenarios son
producto de la
tecnología o, lo que es lo mismo, son fabricados por
nosotros los seres humanos. La globalización es uno de sus
más destacados productos.

En este nuevo panorama se inscribe el siglo XXI. Su
epicentro está en el "hacer tecnológico" que exige
una Ontología Tecnológica de la cual
deriva y que es, al mismo tiempo, su soporte. En este contexto se
hace propicia la instauración de "praxis de
circuito cerrado". Es decir, parcelas de la realidad capaces de
funcionar con sus propias reglas. Por tanto, descontextualizadas
de un ámbito más amplio. El "hacer
tecnológico" produce cambios o puede producirlos, dado que
opera desde una intencionalidad que así lo quiere, en ello
no hay nada de aparente. La ingeniería
genética, por ejemplo, permite modificar una
proteína y, por tanto, su función. La química
orgánica aporta nuevos materiales
para fijar y preservar las proteínas modificadas. La
ingeniería eléctrica, por su parte,
ofrece modos de detectar señales
de operaciones
internas de las proteínas. Si sumamos todos esto, el
resultado es la conversión de un pequeño conjunto
de biomoléculas, o incluso de una biomolécula
individual, en una máquina diseñada según
las necesidades del usuario. Este es un buen ejemplo de lo que he
llamado "praxis de circuito cerrado".

En alguna medida, que podría resultar
inquietante, esa capacidad de manipulación del escenario
que nos otorga la tecnología del nuevo milenio es capaz de
construir el futuro. Es decir, que se pre-diseñe acorde a
lo que se quiere. El futuro, entonces, deja de ser un mero
referente temporal a priori, desconocido, para
transformarse en la realización de un diseño
predeterminado. Pero, además, con el diseño del
escenario se construye la verdad que ha de presidir ese
escenario.

El tema de los límites entre lo conveniente e
inconveniente en los nuevos escenarios, particularmente con todo
aquello vinculado a la biotecnología, se torna prioritario
en el sentido que debe ser regulado para que ofrezca las debidas
garantías a la comunidad social en función de
referentes como: la biorresponsabilidad, bioseguridad,
biojusticia, no bio impunidad,
biotolerancia, biosolidaridad y biodiversidad
global, premisas propias de la bioética.

En suma, el poder de una tecnología que descansa
en un creciente número de máquinas inteligentes le
ha permitido al hombre la construcción de escenarios como los
actuales, a la vez que le ha otorgado poderes que lo han
convertido en un verdadero demiurgo.

En estos nuevos escenarios, el triángulo que
enmarca el dominio de la bioética derivado de las
disciplinas estructurales (ética, derecho y
biotecnología) es: bien, deber y poder. Son tres
elementos que deben entrar en equilibrio.
Esa es precisamente la tarea de la bioética.

Reflexiones finales

De acuerdo con el pensamiento de
Bertrand Russell, con toda la propiedad que
su oficio le confiere, "la tarea fundamental de la
ética es advertir los nuevos peligros y preparar los
mecanismos éticos para enfrentarlos y
reducirlos"
.

Si consideramos a la tecnociencia como el dominio de lo
objetivo, por
una parte, lo que estamos diciendo es que se trate de un intento
de eliminar del conocimiento y la investigación toda carga
emocional o subjetiva y, por otra, que es susceptible de
cuantificación numérica, de medición y de objetividad, por lo cual el
mundo científico, en tanto objetivo, carece de alma, aparece
como un dominio riguroso, aséptico y neutro.

La trasgresión de los límites conlleva,
invariablemente, peligros inmanejables y riesgos muchas
veces inevitables.

Frecuentemente en el siglo XX la tecnociencia ha
sumistrado nuevas herramientas que no sólo han resuelto
problemas sino que, además, han significado beneficios a
muy corto plazo, tanto en lo social como en lo económico.
Sin embargo, esto no justifica que no se hayan hecho las
mediciones de su impacto a largo plazo.

Se podría acusar a la ciencia y a
la tecnología de adolecer de una cierta miopía,
justo por no medir oportunamente los efectos que sus productos
podrían ocasionar en el largo plazo, como es el caso de
la
televisión comercial, la fisión nuclear, los
anticonceptivos orales o los plaguicidas
agrícolas, entre otros.

Ha habido una desidia política imputable a
los gobiernos que han privilegiado lo económico sobre lo
social.Hemos perdido de vista el lugar de nuestra especie en el
ecosistema
global. En reiteradas ocasiones, por lo acelerado del progreso
tecnocientífico, hemos roto el equilibrio natural, es
decir, hemos rebasado sus límites. Sin embargo, y a pesar
de aquietarse las aguas, el problema principal detrás del
incidente sigue siendo la punta del iceberg.

Un fenómeno que marcó el siglo
recién pasado y presumiblemente marcará el actual,
es la hegemonía del mercado sobre cualquier otra
institución social, al punto que se ha convertido en el
epicentro de la democracia. El
afán de acumulación de riquezas y la posibilidad de
hacerlo en términos exponenciales, ha permitido a algunos
miembros de la comunidad social, que han utilizado
óptimamente el sistema, manejar los hilos del poder desde
su potencial económico. Ellos son protagonistas de un
problema que recién hace su aparición y cuyo
costo puede ser
de una magnitud tal que se terminará privilegiando lo
económico por sobre lo social.

La ingeniería genética y la
biotecnología permitieron la optimización del
mercado alimentario, llevándolo a un punto simplemente
impensable sin el apoyo de estos sofisticados aportes de la
tecnociencia.

El mercado cárnico-bovino -producto de una
tecnología avanzada propia de una sociedad
capitalista de vanguardia, de
una rentabilidad insuperable respecto de cualquier otro sistema
diferente y sin el apoyo tecnológico casi connatural al
sistema capitalista- al sufrir un traspié que no fue
previsto porque no era previsible en la perfectibilidad del
sistema, ha dejado al descubierto una fisura que es contextual,
pero que no reviste la máxima gravedad.

Dos de los mecanismos fundamentales que han posibilitado
un éxito sin precedentes en el mercado alimentario,
manejado por Estados Unidos de Norteamérica y la
Unión Europea, deberán ser revisados desde sus
raíces: nos referimos a la ingeniería
genética y los piensos animales.

La crisis
está en su etapa inicial. Depende del análisis que
los expertos realicen de la determinación del riesgo sanitario
real, lo que orientará la solución del problema en
una u otra dirección. La responsabilidad de los
expertos está en juego y
dependerá de su capacidad para sustraerse a todos los
factores extra científicos involucrados en el asunto,
incluidas las instituciones
que toman las decisiones. La transparencia de la conducta de las
organizaciones
políticas frente a la comunidad social en
una crisis de esta envergadura es un elemento clave para la
solución del problema.

¿Se eliminarán los riesgos en los centros
de cebamiento, no importando su costo? ¿Se
suspenderá la fabricación de pienso animal hasta
resolverse el problema de su infección por priones? O en
definitiva, ¿Se seguirá vendiendo el pienso
peligroso utilizando el clásico mecanismo de abaratarlo
derivándolo a mercados fuera de sospecha? ¿Se
suspenderá la manipulación genética de los
animales que conforman el mercado cárnico? Finalmente,
¿se allanará el mundo capitalista a suspender o
eliminar un negocio tan floreciente como el mercado
cárnico alimentario?

Estas preguntas son secuelas de la crisis del mal de las
vacas locas y pueden ser resueltas adecuada o inadecuadamente; la
participación responsable de los expertos (si no son
reemplazados por tecnócratas) será un factor
primordial en la solución del problema: si se privilegia
el riesgo sanitario real, en la medida que lo haya, sobre el
beneficio económico. Entonces, empezarán a soplar
brisas renovadoras y catárticas en el ámbito de la
política transnacional.

Bibliografía

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José Miguel Vera Lara
Profesor de
Bioética. Universidad de Chile. Chile

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