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Nacionalismo y ciudadanía en la era de la globalización


Partes: 1, 2

    Reproducción autorizada
    por APOSTA, Revista de Ciencias
    Sociales,

    ISSN 1696-7348 – No. 5, Febrero 2004

    INTRODUCCIÓN

    Este trabajo tiene
    por cometido reflexionar acerca de tres conceptos
    íntimamente ligados entre sí pero que, en
    ocasiones, parecen mantener una difícil convivencia. Estos
    tres conceptos no son otros que globalización, nacionalismo y
    ciudadanía.

    La mundialización es vista desde su papel
    globalizador en el que se ven inmersos los otros dos aspectos
    —nacionalismo y ciudadanía— que se pretenden
    analizar. Es indudable la existencia del proceso
    globalizador, de igual manera que también lo es el hecho
    de que se ha producido cierta contestación contra ella por
    parte de numerosos colectivos. Y es precisamente en este ambiente
    reivindicativo donde podemos enmarcar en cierta medida los
    nacionalismos actuales, los cuales han resurgido con fuerza en los
    últimos años, entre otras cosas para tratar de
    evitar que sus identidades colectivas se vean subyugadas por el
    llamado pensamiento
    único.

    En una sociedad que
    se mueve cada vez más a nivel planetario, las
    nacionalidades necesitan reafirmar su realidad y su poder, tanto
    político como económico, para de esta forma
    alcanzar cierta relevancia en el concierto mundial. Por lo tanto
    si no somos capaces de entender, al menos en parte, lo que ha
    significado el proceso de globalización no se puede
    entender el renacer nacionalista.

    De igual manera, los distintos pueblos buscan reafirmar
    su identidad, lo
    cual plantea ciertos problemas
    cuando abordamos este tema desde el punto de vista de la
    ciudadanía. Mientras que el nacionalismo resulta por
    definición ciertamente egocéntrico (se trata de
    "nuestro pueblo" en contraposición a "otros pueblos"), la
    idea de ciudadanía es precisamente todo lo contrario ya
    que en teoría
    suele ir acompañada de un carácter más universalista al no
    estar compuesta por el carácter étnico que
    tradicionalmente ha caracterizado a los discursos
    nacionalistas.

    La duda que se plantea no es si se está
    produciendo un rebrote del nacionalismo como respuesta ante
    la
    globalización (hecho que parece indudable), sino si
    dichas reivindicaciones tienen algún sentido o si son
    necesarias en una situación en la que los estados tienen
    cada vez un menor control sobre sus
    propios procesos
    económicos y políticos. Además, nos
    planteamos si esa aparente exclusión entre
    ciudadanía y nacionalismo es cierta o, si por el
    contrario, existen alternativas en las que no se muestren
    opuestos estos conceptos sino que se integren y complementen
    correctamente. ¿Ha evolucionado lo suficiente la idea de
    nación
    desde su concepción más tradicional hasta el punto
    de poder convertirse en un movimiento
    más integrador que excluyente?

    En definitiva, ¿qué sentido tiene
    reivindicar unos principios
    políticos tales como autodeterminación o
    autogobierno cuando los propios estados cuentan cada vez con
    menos competencias
    políticas? En una época en la que
    los estados tal y como los conocemos parecen haber entrado en
    crisis, surgen
    nuevas voces que reclaman no sólo la formación de
    un estado propio,
    sino que el carácter de éste debe tener rasgos muy
    parecidos con los estados-nación
    tradicionales, esquema que parecía haber quedado superado
    hace ya algunos años. Y en el caso que las pretensiones
    nacionalistas fuesen satisfechas: ¿qué derechos se le
    otorgarían a los ciudadanos que no pertenecen al "pueblo"?
    La globalización no sólo se ha producido de modo
    genérico y abstracto en el campo político y
    económico, sino que se ha dejado notar también en
    los movimientos migratorios. Por lo tanto, los contingentes de
    individuos extranjeros han aumentado en número de manera
    considerable, dejando la duda en el aire: ¿se
    identificará ciudadanía con nacionalidad o
    se alcanzará un concepto
    más extenso y universal?

    El estado se encuentra en una situación en la que
    debe redefinirse para poder articular correctamente sus propias
    reivindicaciones como nación con las de las
    minorías que sólo podrán acceder a unos
    derechos de participación básicos a través
    de la ciudadanía. En este sentido, las nociones
    clásicas de ambos términos ya no resultan
    útiles en unas sociedades en
    las que cada vez más los grupos
    mayoritarios y minoritarios luchan por conseguir unos derechos
    individuales y grupales que se adapten a las necesidades de unos
    y otros. De esta forma, son los nacionalismos minoritarios que se
    integran en estados multinacionales los que ocupan este trabajo.
    Sin hacer referencia explícita a ellos, debemos tener
    presente como marco de fondo, los nacionalismos periféricos que se dan en el conjunto de
    España.

    Se trata de grupos culturales con similitudes a la
    sociedad que los integra, pero que cuentan con ciertas
    particularidades (idioma, territorio, tradiciones…) que les
    hace percibirse como diferentes. Se quiere obviar, por tanto,
    otros muchos tipos de nacionalismo, pero creo que es necesario
    para reducir el campo de estudio sólo a las situaciones
    que nos son más cercanas.

    1. BREVE DEFINICIÓN DE LOS
    CONCEPTOS

    1.1 ¿Qué es la
    globalización?
    [1]

    4 Mucho se ha escrito acerca de esta idea y muchas son
    las definiciones que se han dado al respecto, pero a pesar de
    todo ello, todavía hoy nos encontramos con el problema de
    que no existe una definición clara y única.
    Así, por ejemplo, Vallespín dice de la
    mundialización que es "la progresiva extensión
    de las formas de relación y de organización social que desbordan los
    espacios tradicionales y se expanden hasta absorber el mundo
    entero"
    [2].

    En líneas generales por globalización se
    entiende el proceso mediante el cual se ha ido instaurando
    prácticamente en todo el mundo un mismo sistema,
    fundamentalmente económico, pero también
    político y sociocultural basado en la inmediatez de las
    relaciones y de las transacciones económicas. En este
    nuevo orden mundial, el organismo que marca las
    normas y
    dirige cualquier acontecimiento a lo largo de todo el planeta no
    es otro sino el mercado y su
    alcance se puede considerar planetario. Como resultado del
    proceso, sin duda impulsado por las nuevas
    tecnologías de la información, se ha creado lo que algunos
    autores han venido en llamar sociedad-red. De esta forma, y como
    consecuencia clave (también como motor principal),
    las economías mundiales se han vuelto tan
    interdependientes entre ellas — cuestión que marca
    las nuevas relaciones entre los estados y la sociedad— . Se
    trata de la llamada "Era de la información"
    [3].

    Tras la caída del bloque comunista, el neoliberalismo
    se erigió como único modelo
    económico válido y acabó por instaurarse en
    la mayor parte de los países, dejando de depender de los
    estados nacionales poderosos para sustentarse en nuevos actores:
    las compañías transnacionales, el capital
    financiero mundial o las telecomunicaciones [4]. El consiguiente
    neoliberalismo global al que parecía haberse llegado
    llevó a algunos pensadores a un exceso de optimismo de tal
    modo que, de manera precipitada, llegaron a conclusiones tales
    como que nos encontrábamos ante el "fin de la historia" [5]. Tales autores
    entendieron que la supuesta globalización del sistema
    capitalista y la derrota de su antónimo, el comunismo, no
    podía significar otra cosa más que estábamos
    ante el sistema definitivo, en el que el mercado sería
    capaz de autorregularse. No sólo eso, si no que a partir
    de este momento, sería el que reglamentase cualquier
    relación entre agentes sociales, ya fuesen individuos o
    estados. El llamado "pensamiento único" postulaba que nos
    dirigíamos hacia una economía, y por tanto
    una sociedad no sólo global sino única, lo cual no
    deja de ser, cuanto menos, muy arriesgado de defender.

    Como ya hemos apuntado, el avance de los medios
    técnicos ha contribuido a la propagación de este
    sistema y ha favorecido la creación de una verdadera red
    de comunicaciones, de la cual el mejor ejemplo es,
    sin duda, Internet. No obstante, este
    concepto no sólo se utiliza para hablar del
    fenómeno comunicativo, sino que hace mención a todo
    tipo de relaciones, caracterizadas fundamentalmente por su
    interrelación y por su inmediatez. Así, podemos
    encontrar relaciones sociopolíticas, culturales, humanas
    (migratorias) o económicas (también el comercio
    ilegal, sobre todo el tráfico de drogas e
    incluso el de personas).

    En la dimensión económica de la
    globalización (la que mayor influencia tiene con respecto
    a las demás dimensiones) lo que más nos interesa
    para este trabajo es la transnacionalización del capital y
    de los flujos de intercambio, lo cual hace prácticamente
    imposible que las economías se enmarquen dentro de los
    límites
    de los diferentes estados.

    Dichos Estados han perdido su capacidad para controlar
    sus propias economías, y lo que no está en manos
    del propio mercado se encuentra en poder de organizaciones
    supranacionales por encima de su propia jurisdicción. Este
    es el caso de la Unión
    Europea, aunque la diferencia se encuentra en que a
    ésta se le han cedido ciertas competencias y el mercado,
    por otra parte, las ha ido adquiriendo sin un consentimiento
    formal.

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