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Nacionalismo y ciudadanía en la era de la globalización (página 2)



Partes: 1, 2

 

Asimismo, y dejando un poco de lado la vertiente
exclusivamente económica del proceso, el
aspecto sociopolítico de la misma estaría formado,
como dice Beck, por "los procesos
mediante los cuales los Estados nacionales soberanos se
entremezclan e imbrican mediante actores transnacionales y sus
respectivas probabilidades de poder,
orientaciones, identidades y entramados varios" [6]. No obstante,
no es necesariamente así, ya que a la par de esta
necesaria relación entre los estados que implica la
interdependencia (siempre desigualitaria, no lo olvidemos) y
frente a la idea de que nos dirigimos a una identidad y
una cultura
mundial, se produce justo el efecto contrario, la llamada
"localización". Es decir, por un lado la
globalización unifica, pero por otro crea diversidad
en forma de respuestas locales que reivindican su propia
identidad y cultura.

Frente a la inevitabilidad de la nueva sociedad
global ha surgido una importante contestación en la forma
de un resurgir de las identidades; de tal manera que donde antes
se postulaba la uniformidad hoy se está viviendo, entre
otras cosas, el renacer de los nacionalismos. Este
fenómeno se está viendo fundamentalmente ya desde
principios de
los años 90 del siglo XX, teniendo como casos extremos los
ejemplos de la antigua Yugoslavia. Sin embargo, el resurgir de
las identidades no se refiere sólo a las identidades
nacionales (aunque sean éstas las que vamos a tratar en
el trabajo)
sino a todo tipo de colectivos minoritarios, ya sea en función de
sus creencias religiosas o de sus preferencias sexuales, por
ejemplo [7]. De igual manera, en ciertas ocasiones se unen las
reivindicaciones religiosas con un vehemente nacionalismo
(en este caso también étnico) como ha sucedido en
diferentes países islamistas.

Esta respuesta no obedece sólo a los aspectos
políticos o económicos, sino que principalmente
tiene que ver con la reafirmación de la cultura propia,
que el pensamiento
único pretende situar en un plano inferior y secundario.
La nueva contestación a la tendencia uniformadora se ha
planteado desde numerosos frentes y bajo numerosas y diferentes
formas, pero la que aquí nos ocupa es el ya mencionado
renacimiento de
los nacionalismos, tendencia política y cultural
que muchos habían dado por extinguida y que para algunos
supone un paso atrás en la historia de la humanidad. No
obstante, negar que los nacionalismos son atemporales es como
negar el derecho ya no sólo de los pueblos, sino de
cualquier colectivo, a reivindicar sus características
como iguales a las de los grupos
mayoritarios. En fin, sin entrar en más disquisiciones
creo que no es necesario analizar más profundamente este
concepto ya
que, además de haber sido muy debatido y estudiado en
numerosas publicaciones, no debería ser este el tema del
trabajo, sino
tan sólo el contexto en el que debemos
enmarcarlo.

1.2 El nacionalismo

El nacionalismo como tal surge fundamentalmente en los
siglos XVIII y XIX cuando, en plena vorágine
romántica, se extiende la idea de pertenencia a un pueblo
o nación
histórica con unos rasgos claramente definidos que la
diferencian de las demás y que delimita la identidad
individual y colectiva. Si bien la creación de los estados
nacionales ya había tenido lugar en algunos casos muchos
años antes, es en este momento cuando se extiende la idea
clásica de nacionalismo.

En esta época, la idea de nación
tenía un contenido étnico básico a la hora
de definir quién era y quién tenia derecho a ser
miembro de dicho pueblo. A menudo, los intelectuales
nacionalistas buscaban un pasado común y exclusivo de tal
modo que las características no se limitasen sólo a
una lengua o a una
cultura identificadora, sino también a una
tradición secular a menudo con un rigor histórico
cuando menos discutible. Se creaba así la idea de que el
pueblo había existido como tal a lo largo de toda la
historia [8].

Normalmente las reivindicaciones de esos nacionalismos
estaban en relación con la consecución de un
Estado-nación propio, a pesar de que el
mismo concepto de nación nunca estuvo claramente definido
y sí estuvo, en cambio, sujeto
a diferentes interpretaciones. Aún así, es la
época en la que se forman nuevos estados como es el caso
de Italia o Alemania.

El nacionalismo romántico fue dejando paso al
principio de autodeterminación de los pueblos aunque el
problema fundamental seguía estando presente,
¿cuáles son los límites de
ese pueblo?, ¿quién tiene derecho a formar parte de
él? Es decir, todavía quedaba (de hecho
todavía queda) qué o quiénes son los que
forman el grupo
nacional.

Además de todas estas cuestiones, surge la duda
de cómo se puede articular la idea de
autodeterminación de un pueblo cuando existen intereses
contrarios, por ejemplo dentro de un estado, problema que, por
supuesto, también sigue estando presente hoy en
día. En esta línea, los límites de la
nación siguen estando muy difusos. Para Gellner lo que
define una nación como tal es la adhesión
voluntaria y la identificación personal. Es
decir, dos personas son de la misma nación si comparten
una misma cultura y si se reconocen como pertenecientes a la
misma. En definitiva, para que exista nación debe de haber
una cultura común y la voluntad de pertenecer a dicha
nación [9].

No obstante, Kymlicka da una definición menos
subjetivista y no niega para la nación una existencia de
facto en la realidad. Para él se trata de "una comunidad
histórica, más o menos completa institucionalmente,
que ocupa un territorio determinado y que comparte una lengua y
una cultura diferenciadas"
[10]. Es obvio que es necesario un
componente subjetivo, pero no en el sentido que se lo da
Gellner.

A lo largo de los años, la idea de nación
y por tanto del nacionalismo ha ido modificándose pasando
por diversas etapas. Así, según Jáuregui
[11], han existido cuatro grandes fases en los movimientos
nacionalistas en Europa:

1ª etapa: Se produce a finales del siglo XIX cuando
se formula el principio de nacionalidades. Tiene un carácter claramente romántico y
liberal. Se forman estados en Europa occidental.

2ª etapa: Principios del siglo XX. Se basa en el
principio de autodeterminación. Se forman estados
nacionales en Europa del este.

3ª etapa: Años 60 y 70 del siglo XX. Se
trata de un nacionalismo más étnico que no siempre
busca formar un estado nacional propio.

4ª etapa: Años 90. Se produce sobre todo en
Europa del este y tiene muchos más rasgos en común
con el nacionalismo del siglo XIX que con los otros
dos.

En esta cuestión nos limitamos al entorno
europeo, ya que la situación en el resto del mundo es
más compleja y no se inscribe en estas cuatro fases. El
nacionalismo fuera de Europa discurre por unos caminos diferentes
en respuesta a unas problemáticas también
diferentes, como es el caso, por ejemplo, de las
descolonizaciones acaecidas en África y Asia a mediados
del siglo XX. No obstante, y centrándonos otra vez en el
caso europeo, en los últimos años no sólo se
ha tratado de buscar la creación de un estado propio, sino
que en ocasiones se trata simplemente de hacer oír la voz
de algunos colectivos o comunidades en un ámbito
internacional en el que cada vez más los centros de poder
están más alejados de los estados y no digamos ya
de las comunidades que se integran en ellos.

De igual forma, es indudable que no todos los
nacionalismos son iguales ni responden a las mismas situaciones y
contextos, por lo que sería muy complejo y extenso
establecer una tipología exhaustiva de los nacionalismos,
además de innecesario en lo que se refiere al interés de
este trabajo. De todas formas, la idea que se está
manejando es la de los nacionalismos como respuestas localistas o
regionalistas dentro de los estados europeos más que la de
aquellos que disponen de aparato estatal o de los que inspirados
en cuestiones etno-raciales tratan de legitimar su causa a
través de la violencia o la
xenofobia.

Normalmente, los ideólogos conservadores suelen
ver los nacionalismos como algo peligroso que hay que temer (este
es el caso de los nacionalismo periféricos en España que
han sido demonizados por el pensamiento centralista) y que
conducen irremediablemente a comportamientos violentos y
terroristas, lo cual no deja de ser una visión muy sesgada
de la realidad. Efectivamente muchas atrocidades se han cometido
en nombre del nacionalismo, pero generalizar este comportamiento
es tan absurdo como injusto.

Normalmente los críticos se dejan llevar por
argumentos reduccionistas sin entrar en otras consideraciones, ya
sea a la hora de diferenciar unos nacionalismos de otros o
simplemente de ver cómo han evolucionado a lo largo del
tiempo.
Así, una buena definición genérica de los
nacionalismos sería la que nos da Gellner en su libro
Naciones y nacionalismo [12]: " el nacionalismo es el
principio político que sostiene que debe haber congruencia
entre unidad nacional y política".
Este autor trata
las naciones como constructos creados de la nada, idea que no
comparto, pero a pesar de ello, esta definición resulta
aceptable a la par que útil y sintética.

1.3 La idea de ciudadanía

Rubio Carracedo la define como "el reconocimiento por
parte del estado a los individuos que lo integran del derecho al
disfrute de las libertades fundamentales, en especial de los
derechos civiles
y políticos"
[13].

Además de ello, a lo largo de la historia esta
noción ha estado articulada fundamentalmente en torno a dos
aspectos de la misma, por un lado sus límites espaciales y
por el otro, su identificación nacional.

En cuanto a la primera de las dos cuestiones, cabe decir
que hasta hace unas décadas la ciudadanía estaba en manos del estado
nacional y casi exclusivamente en los límites del mismo.
No obstante, a medida que la sociedad se ha ido interrelacionando
y mundializando, el viejo concepto parece haberse quedado
pequeño, ya que el estado se
está viendo incapaz de regular adecuadamente una
ciudadanía acorde con los tiempos que corren.

Si antes las relaciones que se regulaban a través
de la ciudadanía eran las que existían entre el
estado y el individuo (en
un momento inicial era entre las ciudades y los individuos
libres), ahora esto parece insuficiente a tenor de los procesos
actuales. La ciudadanía emana del estado para conferir a
los individuos cierto estatus jurídico y político
al que además van intrínsecamente unidos unos
derechos fundamentales (que no siempre son respetados desde
luego), pero la legitimidad del estado proviene de la que le den
sus propios ciudadanos. No obstante, ¿cómo se puede
otorgar la noción de ciudadanía por parte de un
estado cada vez con menor poder de maniobra y decisión?
¿Es compatible la ciudadanía en un estado con la
ciudadanía en una sociedad supraestatal e incluso en otra
regional? Ambas son cuestiones complejas que es mejor dejar en el
aire
momentáneamente.

Por otra parte, la segunda vertiente de la
ciudadanía es la que tradicionalmente la identificaba con
la idea de nacionalidad
hasta tal punto que prácticamente se convirtieron en
sinónimos, al menos en lo que la mayoría de
individuos entienden al respecto. La ciudadanía es
otorgada a los miembros de lo que se considera una comunidad
nacional (no siempre con los tintes étnicos de la
nación romántica) y es en función de su
pertenencia a la comunidad que se le otorgan unos derechos, ya
sean políticos, jurídicos o sociales. En este punto
nos encontramos con la situación anteriormente comentada,
¿todavía es posible sostener la idea de
ciudadanía en relación con la pertenencia nacional?
La globalización no sólo ha
traído el movimiento de
capital libre
de cualquier frontera
estatal, sino que también ha producido unos flujos de
individuos a los que se le tienen que reconocer unos derechos
mínimos. De esta forma, no se puede identificar,
naturalmente, ciudadanía con nacionalidad,
ya que en este caso apenas sería posible el mantenimiento
de dichos derechos.

También, siguiendo la tradición liberal,
la ciudadanía hace referencia a derechos de tipo
individual, pero actualmente también surgen voces que
reclaman derechos grupales o colectivos, sobre todo para ciertas
minorías. ¿Está esto en contradicción
con la misma idea de ciudadanía o por el contrario
sería perfectamente compatible? En definitiva se hace
evidente la necesidad de evolución del concepto de ciudadanía
para hacer frente a las cuestiones de un mundo cada vez
más interrelacionado en el que el estado va perdiendo
atribuciones en favor de otros actores
internacionales.

2. LA RESPUESTA LOCAL A LA
GLOBALIZACIÓN

Ya hemos visto anteriormente cómo cuando el
bloque comunista cayó, los autores liberales más
optimistas se apresuraron a dar como vencedor de la historia al
sistema de
mercado
capitalista y neoliberal propugnando, además de la era del
pensamiento único, el fin de la historia y de las
ideologías.

En ese primer momento no prestaron atención a los nacionalismos ya que los
consideraban (de hecho muchos aún los consideran) vueltas
al pasado y movimientos marginales condenados a desaparecer. De
hecho, y ya apuntado por Gellner [14], históricamente las
grandes corrientes de pensamiento económico (marxismo y
capitalismo o,
más concretamente, comunismo y
liberalismo)
han menospreciado o ignorado las cuestiones nacionales pues ambos
se consideraban a sí mismos como sistemas
mundiales. Sin embargo, el único que parece haberse
propagado como tal ha sido el neoliberalismo
que, además de obviar deliberadamente los nacionalismos
[15], se ha extendido por encima de las fronteras de los estados,
lo cual le ha servido a muchos para hablar de la derrota del
Estado como forma política. Personalmente opino que nada
implica que esto vaya a suceder, sino más bien todo lo
contrario.

Algunos de estos autores hablaban así mismo de
una tendencia paralela e interrelacionada con la vertiente
económica del proceso y que consistiría en la
progresiva creación de una sociedad global en la que poco
a poco se irían uniformando y homogeneizando modos de vida
y esquemas culturales, en la que las diferencias actuales
quedarían reducidas poco más que a comportamientos
"cuasi -folclóricos". Ante tamaña
afirmación, hoy en día nadie o casi nadie se atreve
a suscribir este argumento ante la evidente cantidad de
contestación identitaria existente a lo largo y ancho de
todo el mundo, lo cual en realidad no deja de ser otra manera de
mundialización [16].

A la par que la globalización se conforma como
proceso dominante en la sociedad actual, se ha configurado la
dinámica opuesta, decíamos, la
"localización". No obstante, esta tendencia, más
que contraria, corre pareja cada vez más a la
globalización, como bien dice Beck citando a Roland
Robertson [17]. De igual forma, ambos conceptos no son mutuamente
excluyentes, sino que lo local es un aspecto más (de hecho
uno de los más importantes) de lo global. Así,
existen numerosos elementos que pueden ser considerados globales
y que son asumidos y utilizados por esos grupos que expresan su
identidad propia como resistencia a la
globalización [18]. Es decir que la reafirmación de
lo local (incluso si hablamos de nacionalismo) no está
reñida con la asimilación casi como propios de
algunos aspectos característicos de lo global. Y esto es
así porque necesariamente lo local va a relacionarse y
verse influido por lo global, pues, como dice Giddens, a
través de la mundialización se "enlazan lugares
lejanos, de tal manera que los acontecimientos locales

están configurados por acontecimientos que ocurren a
muchos kilómetros de distancia y viceversa"

[19].

En relación a esto, surge, como decíamos
una fuerte identificación cultural por parte de numerosos
colectivos que se van a articular en torno al nacionalismo y que
van a hablar de la propia identidad en tres aspectos diferentes:
lo social, lo cultural y lo político. Aunque la
reafirmación de la cultura no siempre va unida a unas
pretensiones políticas
mayores, lo usual es que se busque una identidad política
relevante. En consecuencia se dan situaciones como la que
está sucediendo actualmente en la Unión
Europea — en la que su pretendida unidad se produce
"sólo" a nivel económico y político pero
casi nunca ide ntitario— . La opinión
pública ya no rechaza la idea de la Unión ya
que separa los posibles beneficios de su propia identidad
colectiva; ahora lo que se reclama es una mayor presencia de las
naciones integradas en estados plurinacionales.

Cualquier excusa parece válida para reivindicar
la propia diferenciación y para reafirmarse ante la
globalización de tal modo que ya no son sólo las
naciones o los pueblos quienes lo hacen, a pesar de que siguen
siendo los nacionalismos los movimientos preponderantes en este
tema. Prácticamente hay casi infinitos tipos de
identidades, tantas o más como individuos, pero lo que
aquí nos interesa es cómo la identidad
nacional sigue vigente aún cuando muchos se
empeñan en significarla como antidemocrática y
retrógrada.

3. NACIONALISMO E IDENTIDAD
COLECTIVA

El nacionalismo sigue siendo para muchas personas un
concepto extremadamente atractivo que le da la oportunidad de
sentirse parte integrante de un colectivo con el que cree tener
en común su procedencia, su cultura y su modo de vida,
aunque en realidad normalmente esto no sea del todo exacto. El
grupo en el que se integra, además, es lo suficientemente
numeroso como para considerarlo relevante socialmente, pero al
mismo tiempo lo suficientemente cercano como para sentir que se
forma parte de él.

Salvo a nacionalistas radicales y decimonónicos,
a nadie se le ocurre hablar ya de las naciones como elementos
naturales y todo el mundo acepta que están construidos por
sus propios integrantes. Así, de esta forma, estoy de
acuerdo con Gellner [20] cuando dice que las naciones no han
existido de forma natural ni son anteriores al estado, pero no en
que éstas sean "inventadas" como si no hubiese
razón alguna para su existencia, ya que es precisamente la
consolidación del sentir nacionalista — es decir,
una identidad conjunta, ya sea real o imaginada [21]— unido
a ciertos rasgos más o menos objetivos
— idioma, territorio…— lo que las ha
creado.

El que las nacionalidades sean producto de un
momento histórico concreto no
implica que actualmente no existan como tal ni que tengan menor
legitimidad. Tan sólo que la idea clásica y
romántica de nación debe dejar paso — de
hecho así ha sucedido— a otro concepto más
realista y funcional. Hoy en día, las naciones "no
necesitan ser definidas en función de la raza" [22],
afortunadamente añado yo, ya que constituiría uno
de los errores más graves que podría tener
cualquier intención nacionalista. A este respecto conviene
recordar que "ninguna nación posee de hecho una base
étnica"
[23], por lo que todo aquel nacionalismo que
pretendan verse a sí mismo como "puro", está
condenado al fracaso — de igual manera que al basarse en
una etnicidad específica, sus ideales estarán
más cerca del racismo que del
propio nacionalismo— .

Por otra parte, la idea de pertenencia no supone, como
se ha hecho creer, que el nacionalismo sea por definición
excluyente, sino sólo que algunos tipos sí lo han
sido. La identidad nacional — lo "nuestro" — no debe
significar desprecio y rechazo por "lo otro" sino todo lo
contrario, a pesar de que es más que evidente que la
autodeterminación de un pueblo en ocasiones puede entrar
en conflicto con
los intereses de otras entidades. En este sentido, el
nacionalismo debe de ser, de una vez por todas, pluralista en el
sentido de basarse en la tolerancia y no
en la superioridad cultural. Esta tolerancia debe ser, por
supuesto, recíproca desde el punto en que las
minorías no deben sustentar su identidad en el odio a la
mayoría y ésta, a su vez, deberá respetar
los derechos de los grupos no hegemónicos [24]. De esta
forma se hará evidente que el nacionalismo no tiene por
qué tener como consecuencia inevitable el racismo, de lo
cual existen numerosos ejemplos a lo lago de la
historia.

Actualmente los nacionalismos no suelen tener como
objetivo, en
líneas generales, la creación de un estado
soberano, pero sí la defensa de la propia identidad, la
cual puede realizarse en el ámbito político a
través de diferentes cauces fundados en la creación
de entidades políticas que coparticipen de la soberanía, ya sea a través del
federalismo,
de las naciones de nacionalidades o del "multilateralismo
estatal" [25].

Los defensores acérrimos del centralismo (por
ejemplo algunos políticos en España), además
de no entender la postura nacionalista (como si la suya no fuese
también un nacionalismo radical) identifican
automáticamente las pretensiones de
autodeterminación con un intento inevitable de
secesión, cuando no es necesariamente así. En
efecto, sí hay casos en que el objetivo último es
la independencia,
pero en muchas ocasiones esto es así porque no se
encuentran otras alternativas válidas. No obstante, aunque
así sucediese, no tendría por qué ser en
todos los casos algo catastrófico ni traumático si
se lleva a cabo pacíficamente. Aún así, no
pretendo trivializar el tema y reconozco que una posible
secesión provocaría importantes desajustes en la
situación de ambas entidades nacionales.

A pesar de ello, los estados centralistas
(también algunos "intelectuales" nacionalistas) deben
darse cuenta de que la evolución histórica discurre
por otro camino y que las minorías nacionales necesitan
urgentemente adquirir unos poderes que se vienen exigiendo
durante muchos años. Bien es cierto que los estados ya han
ido perdiendo poder a manos de las comunidades que la forman,
pero no hablamos sólo de ciertas concesiones, sino del
reconocimiento y de la ordenación por el propio pueblo (al
menos formalmente) de sus realidades políticas,
económicas e institucionales, aunque finalmente acaben a
su vez cediendo competencias a
otros organismos. Porque en realidad la autodeterminación
de un pueblo implica un importante problema difícil de
resolver, la existencia dentro de él de otras
minorías. ¿Hasta qué punto todas las
minorías tienen el derecho a dirigir sus propios destinos?
Ésta es un cuestión que debe plantearse si se
quiere que los nacionalismos consigan unos resultados lo
más óptimos posible puesto que dentro de cada
nación (tenga estado propio o no) siempre existe una
cultura o grupo mayoritario y hegemónico y otros que no lo
son.

La solución, evidentemente más compleja,
debe guardar relación con la definitiva separación
por parte del nacionalismo de nacionalidad y ciudadanía.
Los derechos deben ser compartidos por todos, eso es indudable,
pero debemos tener presente el riesgo de que el
nacionalismo se convierta en algo así como una
muñeca rusa, en las que cada vez que la abres encuentras
otra menor dentro de ella. Así, un estado plurinacional
puede tener ciertas comunidades nacionales que exijan sus
derechos, pero éstos a su vez se encontrarán con
minorías en su interior que hagan lo propio.

En fin, el problema encierra mayor complejidad de lo que
parece porque al fin y al cabo, ¿quién tiene el
derecho de autodeterminación? No existe una
definición de pueblo que sea válida para todos los
caso ni que deje satisfecho a todo el mundo [26], aunque de lo
que hay que felicitarse es de que parece estar superándose
el componente étnico en muchas de las reivindicaciones, al
menos en gran parte de Europa occidental — aunque
aún existen ciertos colectivos cercanos a nosotros en los
que esta idea está implícita en sus discursos— .

Una cosa sí parece estar clara, y es el hecho de
que los nacionalismos actuales y por tanto la reclamación
de sus derechos de autodeterminación, están
íntimamente ligados a la tan comentada crisis del
estado-nación — que no hay que confundir con el
supuesto descalabro de los estados a la hora de conformar el
panorama internacional— . Efectivamente los
estados-nación clásicos parecen no funcionar hoy en
día, pero el hecho de que tanto las comunidades internas
como las externas (por ejemplo la UE) adquieran poderes propios
del estado tradicional no quiere decir, como parece que algunos
insinúan, que el estado desaparecerá como actor
político en un período de tiempo más o menos
cercano.

4. EL DERECHO DE
AUTODETERMINACIÓN Y LA CRISIS DEL
ESTADONACIÓN

Ante todo hay que dejar bien claro que el derecho de
autodeterminación no debe ser, en modo alguno, menoscabo
para otros derechos humanos,
ya que si así sucediese perdería cualquier validez
moral que
pudiese tener. Hay que tener en cuenta que la
autodeterminación de los pueblos puede chocar — de
hecho sucede a menudo— con los intereses de un estado o de
cualquier otro actor internacional, pero nunca debe de servir de
excusa para ignorar o despreciar los derechos de los individuos.
De todas maneras, en contra de lo que sugieren los
críticos, la mayoría de las exigencias
nacionalistas son perfectamente compatibles con las ideas de
libertad
individual y de justicia
social, aún cuando estos dos conceptos en sí mismos
pueden llegar a chocar en ocasiones.

Simplemente se reivindica que "la autoridad del
estado en su conjunto no prevalezca sobre la autoridad de las
comunidades nacionales que lo constituyen"
[27].

Con la autodeterminación se podría llegar
a una solución política que respete y reconozca los
derechos de esa comunidad en particular, pero nunca podría
llegar a convertirse en un estado soberano tal y como los
concebíamos hasta ahora y no porque la creación de
un nuevo estado fuese imposible, sino porque ya no existe ninguno
que ostente su soberanía de manera absoluta, y en
ocasiones ni tan siquiera de forma compartida (lo cual es una de
las causas de la crisis de los Estados-nación). Esto es
así, ya lo hemos comentado, porque el poder
económico que tradicionalmente y hasta cierto punto estaba
en manos de los estados, ahora está en poder de las
empresas
transnacionales y de organizaciones
supranacionales, por lo que se hacen necesarias organizaciones
unitarias mayores. El mercado ha superado cualquier tipo de
fronteras y domina totalmente la política.

¿Dónde reside hoy en día, por
tanto, la soberanía? Se encuentra muy diluida en
diferentes actores y poderes fácticos. En realidad nunca
ha sido un concepto claro a la hora de identificar de
dónde emanaba o en manos de quien se encontraba, pero en
la actualidad, esta complejidad es aún mayor si
cabe.

En un mundo en donde prácticamente todo
está globalizado (el mercado, los movimientos migratorios,
las catástrofes y los riesgos, etc.)
es imposible mantener la soberanía dentro de los
límites de un estado, lo cual le hace perder en realidad
una cantidad importante de legitimidad de cara a sus ciudadanos.
Los gobiernos de los estados no son soberanos para llevar a cabo
prácticamente ningún tipo de medida ya que se
encuentran e expensas de otros actores diferentes con los que
están interrelacionados e incluso de los que son
partícipes. Si esto es así entonces, ¿por
qué la necesidad de autodeterminación de ciertas
comunidades? ¿Qué sentido tiene constituirse como
actor internacional si al fin y al cabo no va a ser soberano para
tomar decisiones? Si el modelo basado
en estados-nación ha quedado superado al demostrar no ser
útil de cara a las nuevas situaciones (económicas
fundamentalmente), no tendrían entonces razón de
ser las pretensiones nacionalistas, y sin embargo no es
así. ¿Por qué? En realidad, la respuesta se
puede simplificar de la siguiente forma. Una vez aceptadas las
reglas del juego en el
que las interrelaciones entre actores son tan estrechas que a
efectos prácticos no existe ya la soberanía, se
hace evidente que el marco adecuado de negociación son los organismos
supranacionales. De esta forma, los nacionalismos buscarán
representarse a ellos mismos y participar en estos organismos
(por ejemplo la Unión Europea) sin tener que dejarse
oír a través de "intermediarios" que
buscarán el beneficio para el estado como unidad y no como
conjunto de nacionalidades.

Como señalábamos, los estados sufren en
estos momentos una crisis importante de legitimidad y de poder
pero que en ningún caso parece que vaya a ser definitiva.
Esta pérdida de competencias se articula en función
de los dos procesos que ya hemos comentado anteriormente; uno
interior, de cara a las comunidades que lo integran y en forma de
cesión de ciertas atribuciones; y otro exterior, a
través del cual pierden poder en la toma de
decisiones acerca de asuntos que anteriormente eran
considerados básicos para el funcionamiento del estado
como unidad política [28]. Esto certifica la crisis que
está viviendo la forma tradicional de los estados, pero
eso no va a suponer ni su desaparición ni tan siquiera su
transformación radical. De hecho, a pesar de haber perdido
una serie de competencias importantes, todavía siguen
manteniendo en sus manos una de las que los ha caracterizado
tradicionalmente, el uso de la fuerza
coercitiva [29]. Es más, los últimos
acontecimientos bélicos han mostrado cómo este
hecho, lejos de ir desapareciendo en manos de otros organismos,
se mantiene cada día más vivo. Así por
ejemplo, con sus últimas acciones, los
EEUU han buscado, entre otras cosas, el mantenimiento de su poder
como estado nacional por encima de cualquier otro
organismo.

En el caso de la Unión Europea está cada
vez más claro; a tenor de los últimos
acontecimientos, parece que no existe tal unión y que las
diferencias son muy notables en el seno de la
organización. Tal es así que, de hecho, Gran
Bretaña ni tan siquiera forma parte de la "zona euro".
Tampoco quiere decir, sin embargo, que est a coyuntura nos
esté conduciendo hacia una revitalización de los
estados (aunque con algunas de las últimas decisiones
unilaterales uno ya no sabe a qué atenerse), sino que las
alianzas que algunos optimistas veían como poco menos que
definitivas no eran tan fuertes como nos pretendían hacer
ver y que los intereses particulares siguen estando por encima de
los intereses de la Unión.

La Unión Europea, por otra parte, es un claro
ejemplo de lo que está suponiendo la globalización
en determinados aspectos de la sociedad mundial al permitir la
libre circulación de individuos. Es decir, la UE ha
permitido y regulado la libre circulación de individuos
(globalización de la fuerza de trabajo) entre sus estados
miembros. Este fenómeno se conoce con el nombre de "tr
ansnacionalización humana". En este caso no ha surgido
ningún problema grave, ya que jurídicamente todas
las personas que se adhieren al régimen general tienen
ciudadanía europea al tiempo que mantienen la de su estado
de origen. Aquí el problema surgiría sólo en
el caso de que los estados pretendiesen identificar
ciudadanía con nacionalidad de tal forma que se produjese
una importante mengua en las libertades de los "extranjeros" al
negárseles, por ejemplo, el acceso a ciertos derechos
políticos, administrativos o sociales.

En definitiva, ha quedado claro que el estado de hoy no
es el que ha existido a lo largo de todos estos años; es
más, actualmente se encuentra en un proceso de cambio tras
el cual adoptará una nueva forma que se adapte mejor a las
necesidades de las sociedades
actuales.

Cuál será esta nueva forma es una pregunta
a la que todavía no se le ha encontrado una respuesta
satisfactoria, cosa que previsiblemente no se hará hasta
dentro de unos cuantos años.

5. CIUDADANÍA Y
NACIONALISMO

Si bien como ya hemos comentado, en un principio la
nacionalidad se confundía con la ciudadanía,
actualmente esta identificación ya no es válida por
diversas razones. Ya nadie duda (o al menos así lo espero)
de que el nuevo concepto de ciudadanía posnacional se ha
de basar irremediablemente en la separación de los
derechos fundamentales y de la identidad cultural y nacional. Se
debe garantizar a todo el mundo el acceso a unas prestaciones
jurídicas, políticas y sociales sin prestar
atención a aspectos "cuasi -étnicos".

Debemos, por tanto, ser capaces de proveer a la
ciudadanía de un carácter multicultural y garante
de los derechos (individuales y grupales) en condiciones de
igualdad. Del
mismo modo no se puede negar la importancia del factor nacional
en la identidad de los individuos, pero esto debe de ser
compatibilizado con un concepto de ciudadanía mucho
más amplio [30]. Este concepto debe basarse en la idea de
una ciudadanía compleja articulada en torno a tres puntos
que se antojan imprescindibles para el correcto funcionamiento de
las sociedades plurinacionales [31].

En primer lugar, la igualdad de derechos fundamentales
entre los individuos tomando como base los derechos humanos
generales.

En segundo término, el reconocimiento de sus
derechos diferenciales a los distintos grupos (tanto mayoritarios
como minoritarios) que existen dentro del estado.

Y por último, unas condiciones que permitan el
diálogo
entre dichos grupos a través de unas políticas
multiculturales que prevengan la asimilación por parte de
la cultura hegemónica.

Sin estas características, la ciudadanía
no dejará de ser una mera construcción legal sin validez alguna. Bien
es cierto que su aplicación en situaciones reales es una
tarea titánica y que siempre contará con
deficiencias, pero el objetivo es tratar que éstas sean lo
más mínimas posibles. La complejidad de la tarea es
demasiado grande como para tomarla a la ligera, pero los avances
en este sentido deberían de llegar cuanto antes mejor para
equiparar las medidas jurídico-políticas a la
realidad social.

Ante todo esto, la pregunta que surge es: ¿es
posible articular el nacionalismo con esta idea de
ciudadanía? Si hablamos de nacionalismo
"periférico" dentro de un estado plurinacional no existe
ninguna duda al respecto. Si el concepto se basa en la idea de
reconocimiento de los grupos diferenciados no veo cómo
sería incompatible con el pensamiento
nacionalista.

Sin embargo, el caso podría ser más
complicado si esas mismas identidades nacionales se confieren en
estado propio. Ahí la cuestión sería
simplemente si ese nuevo estado o entidad política (en sus
múltiples formas posibles) acepta la ciudadanía
compleja o si, simplemente, pretende quedarse anclado en
concepciones ya obsoletas. Ante esta disyuntiva la lógica
dice que no hay duda posible en cuanto a aceptar los presupuestos
de dicho concepto, por lo menos si se quiere mantener un
mínimo de legitimidad moral ante los
ciudadanos.

Por supuesto esta idea sólo puede ser aceptada en
un estado plurinacional y no en el tradicional
estado-nación, pero es que la realidad mundial nos
está encaminando hacia estados cada vez más
multinacionales y multiétnicos. En este contexto para que
el concepto de ciudadanía sea pleno y esté
completo, también es necesaria una cierta
identificación identitaria. No me estoy refiriendo a
identificaciones étnicas ni a una solidaridad
cultural mal entendida sino a una idea mucho más sencilla
y elemental. Para que la ciudadanía sea plena debe de
haber por parte de aquellos que la comparten un sentimiento de
pertenencia, una mínima identificación por encima
de los grupos a los que pertenecen. No se trata de identificarse
como grupo entre ellos, sino de ser conscientes de lo que
significa ser ciudadano e identificarse con ello.

Esto, sin embargo, normalmente no ocurre en la
Unión Europea, de la cual todos los individuos de los
países miembros son ciudadanos pero que en realidad apenas
sí se produce esa identificación tan necesaria. Es
otra vez una respuesta, seguramente inconsciente en muchos casos,
ante una nueva tendencia globalizadora. Bien es cierto que no ha
habido aún tiempo para que la sociedad europea asimile su
pertenencia a una realidad común, pero lo cierto es que
todavía es demasiado pronto para ello debido a que los
europeos siguen viendo el organismo más como una unidad
económica que como una colectividad social.

La ciudadanía debe respetar los derechos humanos
(que, recordemos no son universales ya que no todas las culturas
los aceptan de igual forma), pero ello no quiere decir que nos
contentemos alegremente con ser "ciudadanos del mundo" sino que
desde nuestros derechos personales como ciudadanos de un estado
debemos tratar de garantizárselo a todos aquellos que no
lo son. Los derechos humanos son el marco general, pero es desde
lo local, desde el grupo, donde la ciudadanía se hace
efectiva y es precisamente ahí donde el estado
nacionalista debe preservar tanto su identidad como la de los
grupos minoritarios que existen en su interior. Para ello se
deben garantizar ciertos derechos materializados en la forma de
una ciudadanía diferenciada [32], la cual tendría
como objetivo la integración de esos ciudadanos no
sólo como individuos, sino también como miembros de
los distintos grupos particulares. Bien es cierto que todo ello
parece ir en contra de la concepción liberal de
ciudadanía — según la cual estos derechos
sólo pueden ser reconocidos de manera individual— ;
pero también lo es el hecho de que las condiciones
actuales están haciendo necesaria la definitiva
superación de este modelo.

A la par, la ciudadanía diferenciada corre el
riesgo de crear guetos culturales al fomentar en cierto sentido
la unidad grupal pudiéndose en algunos momentos llegar a
situaciones de segregacionismo. No obstante se trata sólo
de eso, de un riesgo asumible y como tal, hay que tratarlo. Lo
que debe prevalecer es la idea de que esa noción de
ciudadanía favorecerá la universalización de
unos derechos (culturales, políticos y sociales) que
anteriormente le estaban restringidos a determinados
colectivos.

En definitiva, la ciudadanía no debe estar nunca
en contra de lo que se podrían denominar ideales
democráticos si pretendemos que sea un derecho, si no
universal, si al menos universalista. El nuevo estado (más
plurinacional que nacional) debe basarse en los principios
básicos de tolerancia y respeto siempre
desde la perspectiva de lo propio y de lo local sin ser
excluyente en la garantía de los derechos. Es ahí
precisamente donde el concepto de ciudadanía compleja y
diferenciada alcanza toda su dimensión como noción
no sólo reconocedora sino también defensora del
pluralismo cultural.

6. A MODO DE CONCLUSIÓN;
¿TIENEN SENTIDO HOY EN DÍA LOS
NACIONALISMOS?

Las cuestiones que se planteaban al inicio de este
trabajo eran fundamentalmente dos; por un lado si los conceptos
de ciudadanía y nacionalismo son mutuamente excluyentes y
por otro, si existe una validez, digamos "moral" o
"lógica" en las pretensiones nacionalistas en la sociedad
actual. En esta conclusión trataré de responder de
forma clara y concisa a ambos asuntos empezando, en este caso,
por el segundo de ellos.

¿Tiene sentido hablar de nacionalismo en una
época en la que cualquier acontecimiento sobrepasa las
fronteras estatales? Por supuesto que sí, y por diversas
razones. Nadie niega el rebrote nacionalista que ha alcanzado a
la mayor parte del mundo en los últimos años, pero
en determinados contextos (como es el caso de España) se
le pretende despojar de su legitimidad al identificarlo como
secesionismo puro y duro. No es, o al menos no debe ser, esta la
intención exclusiva del nacionalismo a pesar de que en
algunos casos pueda llegar a ser lo más
conveniente.

En fin, la vigencia de los nacionalismos es tal que no
tendría sentido la globalización sin ellos.
Además de respuestas localistas de numerosos grupos, si el
nacionalismo es un producto de su tiempo, no cabe duda de que
hoy, más que nunca, el contexto modela el tipo de
nacionalismo con el que nos encontramos.

La necesidad de los nacionalismos se hace evidente como
respuesta y resistencia ante las tendencias homogeneizadoras del
pensamiento único, pero sólo se podrán
sustentar erradicando definitivamente el discurso
étnico de pueblo histórico exclusivo (poco menos
que el pueblo elegido) y abrirse a unas concepciones de la
nación más acordes con los tiempos que vivimos. Las
naciones deben olvidarse de la idea de raza y formar una entidad
política en la que no tengan que estar luchando
continuamente por alcanzar unos derechos civiles y una
auto-administración acorde con sus demandas. En
la era de la globalización la mejor forma de gobierno para
numerosas cuestiones no está en la Unión Europea,
ni en los gobiernos centrales de los estados, está en los
territorios nacionales que los integran. Una mayor descentralización (también a nivel
local) necesita de una gran coordinación entre organismos, pero si
ésta se consigue, es la forma más eficiente de
lograr un equilibrio
entre lo específico y lo global.

El hecho de elegir una defensa de lo nacional como punto
de partida para una mayor descentralización en todos los
niveles no quiere decir, ni mucho menos, que nos debamos olvidar
de los organismos supranacionales. Es evidente que hay numerosos
aspectos que no pueden ser tratados
únicamente por un estado, entre otras cosas porque sus
consecuencias traspasan los límites imaginarios de sus
fronteras, como es el caso de la carrera armamentística,
de los peligros ecológicos o de las mafias criminales
organizadas [33]. Y es precisamente por ello que se hacen
imprescindibles los acuerdos comunes siempre y cuando se limiten
a realidades políticas y económicas y no se
refieran a aspectos de homogeneización
cultural.

Es cierto, en este sentido, que los estado tradicionales
han perdido poder político en el concierto internacional
(al menos hasta lo de ahora) pero ello no quiere decir que sea un
modelo a extinguir, sino más bien a evolucionar. El estado
ha perdido legitimidad en favor de organismo superiores y de
comunidades internas, pero precisamente ahí reside un
error que los grupos nacionales deben remediar: la legitimidad y
el poder no debe emanar del centro hacia las periferias (ya sean
externas o internas) sino que debe surgir de las comunidades
nacionales al centro, de tal modo que quede legitimado en el
sentido de que el estado será el que reciba ciertas
atribuciones por la propia voluntad de los pueblos, de forma
libre y de igual manera que la UE se legitima en tanto en cuanto
sus estados miembros eligen pertenecer a ella. Esto es, los
nacionalismos son necesarios incluso si sólo los tomamos
como respuesta inevitable y evidente ante la globalización
cultural. Es cierto que el mundo está cada vez más
interrelacionado, pero ello no implica que los grupos nacionales
minoritarios no puedan tener voz y peso político para
reafirmarse como tal en perfecta concordancia con otros estados o
con otros pueblos.

En cuanto a la cuestión de si nacionalismo y
ciudadanía deben ser considerados mutuamente excluyentes,
creo que ha quedado claro que de ningún modo esto puede
ser así. Es cierto que tradicionalmente la nacionalidad y
la ciudadanía se identificaban hasta tal punto que uno no
era posible de entender sin las connotaciones del otro, pero se
trataba de una nacionalidad unitaria que no respetaba las
diferencias de las minorías y homogeneizaba a los
ciudadanos en una única categoría. La
tradición liberal los consideraba "hombres libres" y como
tales debían hacer uso de sus derechos desde una
perspectiva individual, sin plantearse siquiera la existencia de
unos derechos que habría que conferir a los colectivos
como entidades particulares. Actualmente, sin embargo, la
evolución de la sociedad, y por tanto de los
nacionalismos, debe de ir encaminada hacia otro lugar, hacia la
integración sociocultural de los individuos y de los
grupos sin asimilación ni marginación. Así,
la ciudadanía entendida como una separación entre
derechos e identidad nacional debería ser compatible con
un nacionalismo en el que los grupos minoritarios también
estén representados o cuando menos se encuentren en
situación de igualdad con respecto a la cultura más
hegemónica.

La ciudadanía, para llegar a ser realmente
válida, debe articularse en torno a la idea de
ciudadanía diferenciada y a los tres puntos que ya hemos
mencionado anteriormente.

Debemos ser capaces de compatibilizar los derechos de
los individuos con los de los distintos grupos culturales a pesar
de que en ocasiones puedan parecer opuestos. No obstante, las
ideas que deben prevalecer ante cualquier otra
consideración son la libertad y el respeto por la vida de
los demás. Las demandas nacionalistas no tienen por
qué entrar en contradicción con ambos conceptos,
pero si así lo fuese, que no quepa la menor duda de que
esas pretensiones serían una auténtica
perversión de los que deberían de ser los
nacionalismos y por lo tanto, carecerían de cualquier
fundamento o validez moral.

La articulación de todo lo anterior se hace
compleja, pero es ahí donde el estado se puede ver
más legitimado de tal forma que si garantiza al menos en
su mayor parte estos principios, los individuos y grupos que lo
forman se sentirán identificados más positivamente
como integrantes de un todo único pero diferenciado. Por
lo tanto, los estados multinacionales "deberán acomodar
y no subordinar las identidades nacionales.

Las personas de diferentes grupos nacionales
únicamente compartirán una lealtad hacia el
24
gobierno general si lo ven como el contexto en que se alimenta
su identidad nacional y no como el contexto que lo subordina"

[34].

El siglo XXI, por todo ello, puede ser el siglo de los
nacionalismos siempre y cuando las disputas particulares no se
resuelvan a través de medios
violentos. Asimismo, esto sólo se conseguirá si los
grupos nacionales fundamentan su discurso en la inevitabilidad de
las relaciones globales, pero también en la necesidad de
una voz propia en el contexto internacional que les permita
actuar a sí mismos como pueblo soberano. De igual manera,
las relaciones con los propios grupos minoritarios que forman
estas naciones deben de estar basadas en la integración,
la concordia y el respeto a través de un concepto de
ciudadanía lo más general y complejo que el que
hasta ahora se había venido aplicando. Sólo
así los nacionalismos podrán legitimarse ante la
sociedad para reclamar su derecho a la autodeterminación y
al autogobierno, conceptos cada vez más diluidos en el
mundo globalizado, pero que deben seguir siendo válidos a
la hora de reclamar una entidad política propia para los
diferentes grupos nacionales en el concierto
internacional.

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Wallerstein, I. (1999): El futuro de la
civilización capitalista
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Icaria.

NOTAS

[1]: Existen numerosos estudios que analizan en
profundidad dicho concepto. Por mencionar sólo alguno de
ellos, recomendamos uno que ha conseguido una gran
difusión.

Beck, U. (1999): ¿Qué es la
globalización?.
Barcelona, Paidós.

[2]: Vallespín, F. (2000): El futuro de la
política
. Madrid, Taurus. p 31.

[3]: Ambos conceptos ("sociedad –red" y "era de la
información") están ampliamente analizados en
Castells, M. (1999): La era de la información.
Economía, sociedad y cultura
. Madrid, Alianza
editorial.

[4]: Giner, S.: "La mundialización: venturas y
desventuras", prólogo en Wallerstein, I.

(1999): El futuro de la civilización
capitalista.
Barcelona. Icaria.

[5]: Por ejemplo, Fukuyama, F. (1992): El fin de la
historia y el último hombre
. Barcelona. Ed.
Planeta.

[6]: Beck, U. (1999): p 29.

[7]: Pujadas, J. J. y Martín E.:
"Movilización étnica, ciudadanía,
transnacionalización y redefinición de fronteras:
una introducción al tema" en Pujadas, J. J.,
Mar tín, E. y Pais de Brito, J (coord.) (1999):
Globalización, fronteras culturales y política y
ciudadanía. Actas del VIII Congreso de
Antropología
. Santiago de Compostela.
Asociación Galega de Antropoloxía.

[8]: Como ejemplo cercano, podemos observar cómo
intelectuales galleguistas como Murguía o Pondal buscaban
en la historia un origen común recurriendo a menudo a los
mitos para
configurar el concepto de nación gallega.

[9]: Gellner, E. (1988): Naciones y nacionalismo.
Madrid, Alianza editorial.

[10]: Kymlicka, W. (1996): Ciudadanía
multicultural.
Barcelona. Paidós. p 26.

[11]: Jáuregui, G. (1997): Los nacionalismos
minoritarios y la Unión Europea
. Barcelona. Ariel. p
32.

[12]: Gellner, E. (1988): p 13.

[13]: Rubio Carracedo, J., Rosales, J. M. y Toscano
Méndez, M. (2000): Ciudadanía, nacionalismo y
derechos humanos.
Madrid. Editorial Trotta. p 10.

[14]: Gellner, E. (1995): Encuentros con el
nacionalismo
. Madrid. Alianza Universidad.

[15]: No obstante, actualmente la cuestión
nacional, o mejor dicho local, debe de estar en primera
línea de cualquier debate
político y económico para hacer frente a los
problemas que pueda plantear.

27 [16]: Que en todo el mundo no dejen de producirse
expresiones contrarias a la homogeneización es otra forma
de globalización, en el sentido de que demuestran la
interrelación entre unas sociedades y otras. Tampoco
quiere decir, ni mucho menos, que suceda porque nos dirigimos
hacia una única cultura mundial.

[17]: Beck, U. (1999): p 75.

[18]: Moreno, I.: "Mundialización,
globalizació n y nacionalismos: La quiebra del
modelo de estado-nación" publicado en Corcuera Atienza, J.
(ed.) (1999 ): Los nacionalismos: globalización y
crisis del estado-nación
. Madrid. Consejo General del
Poder Judicial. p 24.

[19]: Giddens, A. (1993): Consecuencias de la
modernidad
. Madrid. Alianza Universidad. p 68.

[20]: Gellner, E. (1998): Nacionalismo.
Barcelona. Ediciones Destino.

[21]: En realidad creo que la nación, aunque
partiendo de unas evidentes características comunes entre
sus individuos (lengua, territorio o cultura), es, como toda
corriente histórica-política, un constructo
socio-cultural, por lo que la crítica
radical que le hace Gellner, no tiene sentido alguno ni peso
efectivo. Evidentemente, todo es construido, nada es real, pero
es en función de lo que consideramos como verdadero que
nos sentimos partícipes de cualquier grupo, ya sean
grupos
sociales de escaso tamaño o un concepto tan amplio
como el de nación o pueblo.

[22]: Kymlicka, W.: "Derechos individuales y derechos de
grupo en la democra cia liberal" en Vallespín, F. (et al.)
(1998): La democracia en sus textos. Madrid, Alianza
editorial.

[23]: Balibar, E.: "Racismo y nacionalismo" en Balibar,
E. y Wallerstein, I. (1991): Raza, nación y clase.
Madrid, IEPALA.

[24]: Sartori, G. (2001): La sociedad
multiétnica
. Madrid, Taurus. p 32-37.

[25]: Castells, M. (1999): Volumen II. "El
poder de la identidad" p 55.

[26]: Jáuregui, G. (1997): p 85.

[27]: Kymlicka, W. (1996): p 249.

[28]: El caso típico y paradigmático ha
sido el de la creación e implantación del euro como
moneda "única" europea. Así, una de las cuestiones
básicas de la economía de un país queda en
manos de un órgano superior con el que no siempre existe
una coincidencia de intereses.

[29]: Recordemos aquí la famosa definición
que de Estado dio Max Weber como
unidad detentadora del "monopolio de
la violencia".

[30]: Vallespín, F. (2000): p 82.

28 [31]: Rubio Carracedo, J. (2000): "Ciudadanía
compleja y democracia", publicado en Rubio Carracedo, J.;
Rosales, J. M. y Toscano Méndez, M. (2000):
Ciudadanía, nacionalismo y derechos humanos.
Editorial Trotta. Madrid.

[32]: Kymlicka, W. (1996): p 240.

[33]: Habermas, J. (2000) La constelación
posnacional
. Barcelona. Paidós. p 93.

[34]: Kymlicka, W. (1996): p 259.

Sergio Gómez Rodríguez
(*)

(*) Sergio Gómez Rodríguez. Licenciado
en Sociología. Estudiante de tercer ciclo en
la Universidad de A Coruña. Su actividad profesional como
sociólogo se centra, actualmente, en la realización
de diversos proyectos
vinculados al ámbito del desarrollo
municipal gallego.

Partes: 1, 2
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