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A raíz de la aceptación de la eutanasia, con
previa aceptación del paciente o de sus familiares, la
sociedad en
general y los médicos en particular están sufriendo
una crisis de
conciencia. Para
enriquecer el debate, creo
muy útil esbozar algunas ideas, extractadas de un estudio
hecho en la Universidad de Johns Hopkins sobre pacientes
terminales, por el investigador Alfred Wu, quien en sus
conclusiones afirma que "los días finales gastados en el
hospital fueron de dolor físico y mental
innecesarios."
Los pacientes en sus últimas semanas de vida
están más preocupados por morir dignamente que en
prolongar su existencia. Esta parece ser una de las principales
razones por las que la Corte Suprema de Justicia
respaldó el derecho a morir con dignidad y
justificó el suicidio asistido
por un médico. Esta posición, acorde con la
ley natural,
mas opuesta a la legislación de otros países, por
ejemplo, los EE.UU., cuestiona el cuidado paliativo que busca
aumentar la supervivencia sin tener en cuenta la calidad de
vida.
Toda esta polémica, según el Dr. Wu, se
debe a que es muy poco lo que la mayoría de la gente
conoce sobre el proceso de
morir. Los mismos médicos, formados "para derrotar la
enfermedad antes que la enfermedad derrote al cuerpo," cada
día, tienen menos oportunidad de asistir a los enfermos
terminales que son mercado de las
unidades de cuidado intensivo en los grandes centros y de un
reducido grupo de
médicos especializados en combatir, con el auxilio de una
amplia parafernalia electrónica, las más mínimas
complicaciones que puedan acortar la vida del enfermo. Algunos de
ellos, no obstante, intentan redefinir sus formas de
actuación y de reexaminar los factores que se deben tener
en cuenta para ayudar al enfermo a un "buen morir." En la
actualidad muchos centros reconocidos por su gran habilidad para
curar, analizan formas de desarrollar medidas de confort para los
moribundos.
El Dr. Wu, en colaboración con los investigadores
de otros centros de los EE.UU. estudian 9,000 individuos en un
programa
denominado "support" para conocer el pronóstico y las
preferencias sobre el futuro y los riesgos de los
tratamientos. Los resultados ya se publicaron en los Anales de
Medicina
Interna.
Lo que más temen los enfermos, dice Wu, es morir
con excesivo dolor, en abandono y/o aislados de sus seres
queridos; este temor es más notorio en quienes se hallan
recluidos en hospitales o clínicas. Los investigadores
encontraron que 40% de estas personas, en sus últimos tres
días, sufrieron dolor severo o moderado, que se pudo
aliviar con medicamentos; estos enfermos, en su mayoría,
eran sujetos mayores de 80 años, con enfermedades terminales como
cáncer avanzado, insuficiencia
cardíaca congestiva, coma, cirrosis y falla
orgánica múltiple. El programa contaba con la
aprobación y ayuda de los miembros de la familia,
que recibieron entrenamiento
para brindar soporte al ser querido. Casi todos se mostraron
agradecidos por el cuidado terminal que se brindó. No
obstante, de cada diez familias una se quejó de atención poco adecuada, a pesar de las
medidas extraordinarias que se tomaron para mantener vivos a los
pacientes. Se comprobó que el enfermo y los familiares no
eran la mejor fuente para averiguar satisfacción y
calidad de la
atención médica a pacientes terminales. Una
verdadera paradoja, una colisión de intereses entre el
médico y la familia en el
afán de desafiar la
muerte.
Cuando se les preguntó a los familiares
qué consideraban ellos como "un buen morir," respondieron:
"una cama limpia, con toda la familia alrededor, poder cerrarle
los ojos y estar al lado hasta el último suspiro."
Situación hipotética, que rara vez se da cuando el
paciente está en una unidad de cuidados
intensivos.
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