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Eutanasia activa en pacientes terminales


Partes: 1, 2

    Publicación original: Colombia Médica, 1997; 28:
    157-160 – ISSN 1657-9534,
    Reproducción autorizada por: Corporación Editora Médica del Valle,
    Universidad del Valle, Cali, Colombia

     

    ************
    El juramento hipocrático nos enseñó a respetar la vida: "No dar… una droga
    mortal a nadie, si me lo solicitaren, ni sugerir… este efecto." Ahora
    con el pronunciamiento de la Corte Constitucional, se da vía libre a la
    eutanasia activa en pacientes terminales, cuando ellos así lo autoricen. No es
    lo mismo dejar morir, que hacer morir. Actuaríamos en dos extremos:

    1.
    La lucha cruel y despiadada contra la muerte, a costa del sufrimiento del
    paciente y de sus seres queridos.

    2.
    El precipitar la muerte por solicitud de nuestros pacientes terminales, o por
    sus familiares cuando el paciente no pueda decidirlo por estar en estado de
    coma, o alteradas sus facultades mentales.

    Actualmente las leyes
    colombianas penalizan la eutanasia tanto por acción como por omisión. La
    decisión de la Corte despenaliza la eutanasia por acción en pacientes
    terminales. La definición de paciente terminal, crea confusión en nuestra
    ciencia médica. Anécdotas hay por montones de pacientes desahuciados, y con
    pronóstico de morir prontamente, que siguen adelante con calidad de vida por
    muchos años. Muchos de ellos son catalogados como milagros. Recuerdo a un
    paciente cuyo médico, le pronosticó que no llegaría a navidad por un cuadro de
    una insuficiencia renal. Por muchos años el médico recibió de su paciente
    terminal, una tarjeta de navidad.

    Se define dentro del proceso
    de la muerte, estado terminal aquel enfermo que cursa con un proceso patológico
    agudo, subagudo, o más habitualmente crónico, evolutivo, no resolutivo y sujeto
    sólo a manejo paliativo.

    En nuestra práctica
    profesional, todos nos hemos equivocado al precisar la muerte de nuestros
    pacientes graves; tanto es así que si los familiares nos preguntan cuándo
    fallecerá ese ser querido, dudamos en decirlo y no nos comprometemos ni en
    fecha ni en hora, debido a esas equivocaciones que nos enseñó la experiencia.
    ¿Cuándo será terminal ese paciente…? ¿Será si ya está en agonía…? ¿Un mes,
    un año, unas semanas antes de su muerte natural…? No podemos jugar a dioses,
    para definirlo. No podemos jugar a dioses, o terminar vidas por nuestra acción,
    o hacer medidas extremas y prolongar agonías y sufrimientos.

    La naturaleza es más sabia
    que todo lo que creemos saber. Y muchas veces tenemos que dejarla actuar.
    Cuando nos enfrentamos a una enfermedad grave, tratamos de ayudar a corregir
    esos problemas que atentan contra nuestra vida. Aquí ayudamos a la naturaleza.

    Y está bien que así lo
    hagamos, porque es nuestra obligación preservar la salud de nuestros pacientes.
    Pero habrá con frecuencia situaciones, en las que la ciencia médica no podrá
    solucionar esos problemas, y en los que una lucha infructuosa traerá más
    sufrimientos a los enfermos y a sus familiares. Aquí debemos ser conscientes de
    estas situaciones, aceptar que muchas veces no podremos curar, y dejar que la
    naturaleza siga su curso con énfasis en el TRATAMIENTO PALIATIVO. No debemos
    obstaculizar a la naturaleza. Aquí hay que dejar morir. Esto se conoce con el
    término de ortotanasia.

    Dejar que la naturaleza
    actúe, en este proceso de la muerte, evitar medidas que lo único que harán será
    prolongar sufrimientos y costos. Posiblemente esa lucha de encarnizamiento
    tecnológico, hace despertar sentimientos de apoyo y simpatía hacia la eutanasia
    activa. Debemos perfeccionar el tratamiento paliativo, que calme dolores, quite
    angustias y depresiones para facilitar el proceso de la muerte. No temer a los
    opiáceos, utilizarlos en dosis completamente individualizadas y efectivas. La
    depresión respiratoria es rara. La muerte producida en pacientes terminales,
    por lo general se atribuye a la enfermedad y no al empleo de la morfina. Lo
    mismo puede pasar con los sedantes tipo benzodiazepinas.

    Hoy un médico de cabecera
    con un equipo multidisciplinario compuesto por enfermeras, consejeros
    espirituales, psiquiatras, puede ayudar en el proceso de la muerte con un buen
    tratamiento paliativo. Y aunque ese tratamiento tenga el doble efecto de
    beneficio y de perjuicio, no debemos abstenernos de hacerlo. Si la
    justificación para la eutanasia activa, es evitar el sufrimiento, acabemos con
    dicho sufrimiento y no acabemos con la vida. Hagamos todas las medidas
    necesarias para calmar el sufrimiento, o por lo menos que sea soportable. Los
    recursos que existen actualmente para el tratamiento paliativo son enormes.
    Enseñémoslos, practiquémoslos pero no terminemos directamente con la vida. No
    tenemos derecho a hacerlo, aunque nos lo pidan el enfermo o sus familiares. El
    temor principal de aquél no es propiamente a la muerte, sino a ese proceso.
    Casi todas las drogas que utilizamos en cualquier plan terapéutico, tienen
    efectos colaterales. Y cuando las utilizamos, no lo hacemos por los efectos
    colaterales para perjudicar al paciente, sino en búsqueda de su bien. Y este es
    el sentido ético de nuestro ejercicio profesional: ¡Buscar siempre el bien! Y
    en ese tratamiento paliativo, debemos dirigir nuestras acciones hacia la
    familia, que en sus angustias propiciará acciones irreales. Volvernos sus
    consejeros, oir todas sus inquietudes, y sin abandonarlos a su suerte porque el
    paciente está desahuciado. Ayudarles a llevar ese duelo que se avecina.

    Si tenemos que utilizar
    los opiáceos para calmar el dolor o la ansiedad en los pacientes terminales,
    hagámoslo. No importa que la morfina tenga sus efectos contraproducentes.
    Se han exagerado sus efectos colaterales. Los familiares tienden a atribuir
    la muerte, a lo último que se haga por el paciente.

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