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La construcción del paisaje y las ciudades mesoamericanas (Landscape construction and the Mesoamerican cities) (página 2)



Partes: 1, 2

Los altepeme3 y la
construcción de su paisaje

El medio físico es geología y
clima, que da
lugar a las redes hidrográficas,
a los suelos y a los
sistemas
biológicos; todos a su vez, profundamente
interrelacionados con el ser humano. Para el caso de
Mesoamérica, tal historia de compenetraciones
puede remontarse a los últimos cuarenta mil años,
en los que la parte más angosta del continente
norteamericano siempre dio un albergue más propicio a
quienes migraban del norte, tanto en condiciones
pleistocénicas, como holocénicas.

Las circunstancias que dictaron la afinidad de lo
físico con el ideario humano obedecen a condiciones
ambientales holocénicas y a la sedentarización. Los
parajes secos y ventosos del norte, se contraponen al relieve
sinuoso, en el que se retiene la humedad. Así, la
montaña (geología) y el agua
(clima), son los elementos primordiales que aseguraban el
sustento, convirtiéndose en referentes para la
creación de un paisaje real y a su vez, ideal. La
retención del conocimiento
cultural, plasmado en el orden urbano y en la elección de
un sitio para su desarrollo, se
vinculó directamente al comportamiento
climático regional e interregional.

La coincidencia con el período holocénico,
es asimismo, requisito indispensable para todo estudio de paisaje
(uno, entre los varios caminos para acercarse a la evolución de la relación sociedad-medio), en tanto que la epidermis de la
corteza terrestre ha quedado, a grandes rasgos, dibujada, tal y
como la conocemos durante los últimos 10,000 años,
por lo que ir más atrás en el tiempo es
competencia de
otras aproximaciones.

La interpretación del altepetl y su
relación con el paisaje, se realiza por medio, tanto de la
geografía
histórica, como por medio de la historia ambiental. En las
que la suma de las alteraciones infringidas al medio en la larga
duración, es entendida, fuera de su sustento
biofísico, como construcción social y cultural.
Cuando Gunn (1994:68-69) nos propone la idea sobre la diversidad
biocultural, fruto de la interrelación directa entre las
sociedades y
un medio determinado y aduce cuanta puede ser la diversidad sobre
la tierra,
utiliza la circulación general de la atmósfera como
elemento determinante en la existencia de grandes unidades
bioculturales. Al interior de las cuales y durante milenios han
evolucionado de manera conjunta elementos físicos,
biológicos y humanos; en las que los humanos por causa de
su movilidad y noción de espacio, han dado respuesta
más rápida a los cambios o anomalías
ambientales, que el resto del medio biológico. Lo que le
convierte en un indicador más preciso ante vicisitudes
bioclimáticas.

Sobre la porción continental de América, aproximadamente entre los catorce
y veintidós grados de latitud norte, se manifiesta la
franja tropical de lluvia, con dos marcadas estaciones, una
húmeda y una seca. Lo que la hace muy distinta de las
perennemente húmedas tierras situadas al suroriente y de
los desiertos del norte. Siguiendo a Gunn, esto permite definir a
Mesoamérica, casi con exactitud -tomando en cuenta la
movilidad temporal de su frontera
cultural- como una de las grandes unidades bioculturales del
mundo.

Es reconocido, en el mundo entero, el que las sociedades
menos desarrolladas, elegían espacios para residir y
sustentarse, en los que era posible vincularse en reciprocidad y
reverencia a ciertos geotopos. Sin embargo, la elaborada
propuesta mesoamericana, va más allá, al tratarse
de la configuración e identificación del espacio
urbano con ciertos geotopos, que además de reverenciar, se
consideraban indispensable para la existencia misma, de la
ciudad.

La recreación
del medio ideal y real de subsistencia, la montaña, sobre
los diecinueve grados de latitud norte, puede llegar a
manifestarse en tiempos humanos. El surgimiento y desarrollo de
cuerpos volcánicos es y ha sido apreciable de siempre para
los seres humanos, a lo largo y ancho del Eje
Neovolcánico, cuya actividad ha sepultado a más de
una ciudad importante en Mesoamérica. Así, mientras
la montaña crezca y se regenere, el estacionamiento de las
nubes que de los mares provienen, estará garantizada. Esto
a pesar de las posibles mudanzas en las condiciones
climáticas regionales.

La lluvia monzónica estival, que durante milenios
se ha manifestado, al menos de graves anomalías
climáticas, sobre el margen occidental de la gran alta
presión
de las Bermudas, se caracteriza por lograr al interior de la masa
continental y sobre sus partes más elevadas importantes
precipitaciones, por lo general por condensación. Siendo
que con dirección norte a partir del Eje
Neovolcánico y hacia el interior del continente, el
régimen de humedad puede bajar de un promedio de 1,000
milímetros anuales a poco menos de 400, esto en un rango
menor a los doscientos kilómetros. Sobre las vertientes
oceánicas dicha disminución es más
paulatina, alcanzando un rango de hasta 400 y 500
kilómetros, dependiendo del litoral. Comportamiento
climático, que al parecer fue bastante benigno en su
régimen hídrico durante los cuatrocientos
años que antecedieron a la conquista española; lo
que influyó en el crecimiento demográfico y
la
organización política del
territorio.

La preeminencia de estos dos elementos físicos,
montaña y agua, es
común a otras civilizaciones. Por lo general, a las que
desde "Occidente" se denominan como orientales. Siendo la
concepción más próxima a la idea
mesoamericana, posiblemente, la de la India, donde
la montaña es el eje y centro del mundo, y el agua es el
germen de todo. La montaña y el agua confluyen en la
imagen de la
isla, que aparece como primera manifestación de la
tierra. En
lengua
japonesa, la palabra que denota paisaje proviene de los radicales
montaña y agua (san-sui). Dicha acepción, similar
en sus elementos a la idea de ciudad en Mesoamérica, se
explica, en tanto, la realidad nipona es la de un húmedo
archipiélago, en el que la montaña es omnipresente,
siendo que las variaciones térmicas de norte a sur, no dan
lugar a paisajes esencialmente distintos, ni menos llanos, ni
más secos, simplemente varían de lo subtropical a
lo frío en su abundante cubierta vegetal.

Fig.1.
Mesoamérica con las ciudades y regiones,
prehispánicas y españolas, mencionadas en el
texto
4.

La selvática "cultura madre
de Mesoamérica", la cultura olmeca, surge sobre el
húmedo y llano litoral meridional del Golfo de México.
Sin embargo, sus primeros asentamientos urbanos, a pesar de
localizarse sobre zonas pantanos, tenían como referente
cosmogónico, los cercanos y visibles volcanes activos de Los
Tuxtlas.

Así, desde los primeros asentamientos
planificados de Mesoamérica, quedó establecida la
asociación del relieve y la humedad a la creación
del espacio urbano. Para las principales oleadas culturales
posteriores, la reciente experiencia en lo seco y lo llano, como
realidad bárbara, hará que desde la montaña
y la humedad, se juzgue al terruño anterior como un lugar
en el que no es posible generar la vida civilizada. Para quienes
procedían del norte, tierras secas casi en su totalidad y
de horizontes más amplios (en Mesoamérica la
excepción es la llana península de Yucatán).
Ese panorama abrupto y húmedo, se contraponía a la
barbarie vivida en tierras áridas y, por lo general,
planas. Por lo que, para la generación de la vida
civilizada, era indispensable la fertilidad de la montaña.
Las esporádicas anomalías climáticas jugaron
un papel determinante en la migración
de elementos humanos desde lo que hoy en día reconocemos,
como Aridoamérica y Oasisamérica.

La evolución del modelo urbano
en la larga duración, parece siempre estar asociado a la
montaña, ya sea de forma artificial5 o por la
localización del asentamiento mismo. A causa del relieve
de la mayor parte de Mesoamérica, en casi todos los
altepeme, podemos encontrar la asociación directa de cada
uno de ellos a una rinconada (este precepto, abstracción
del relieve, ha sido magistralmente tratada por Ángel
García-Zambrano , 2000:13) y a una elevación
primordial.

Los medios
físico y biológico están llenos de
significados que se van conformando con y sobre el paisaje y esto
da lugar a la preeminencia de ciertos sitios, en deferencia de
otros. Para la elección de los sitios y siguiendo a Maria
Elena Bernal-García (1993) era indispensable que este
contara con un paisaje montañoso y una cuenca
hidrográfica identificable. El primero se traducía
en un horizonte irregular que permitiera referenciar el entorno
del altepetl con la bóveda celeste. Todas estas
características prominentes y bien definidas, vinculaban
la experiencia, ritual y práctica, con los actos sociales
y la historia compartida, mismos que explican la elección
del sitio y su funcionamiento, como centro urbano. La
elección de un emplazamiento, era objeto de cuidadosas
precauciones, ya que debía constituirse en un sito que
sobre la tierra permitiese recrear los ideales de fertilidad y
resguardo y que a su vez, le permitiese influir sobre las
principales rutas comerciales.

Tal elección se garantizaba en lo
metafísico, al posesionar al asentamiento en lo
cósmico, por medio de los dictados milenarios del
conocimiento astronómico mesoamericano. De acuerdo con
ello el lugar ideal para construir la ciudad debía estar
en consonancia con la configuración natural sobre la
superficie terrestre y la bóveda celeste. Las ciudades
mesoamericanas, en su ideal debían situarse al interior de
una gran olla u hoya, en la que se captaba gran cantidad de agua.
Rodeada por montañas por tres de sus costados, se daba
prioridad a que el horizonte despejado fuese el del norte
(Tzintzuntzan, capital
purepecha y Jilotepec, importante altepetl otomí, son
buenos ejemplos de ello). El sur, "…designado como la
región azul, a la izquierda del sol, rumbo de carácter incierto que tiene por
símbolo al conejo, que como decían los nahuas,
nadie sabe por donde salta" (León-Portilla, 1993:111), era
en mucho desdeñado como referente
cosmogónico.

A esta rinconada se asocia siempre un cerro fundamental,
cuyo emplazamiento puede darse sobre cualquiera de los tres lados
abruptos. El lugar así elegido quedaba, por lo tanto,
abrigado de los vientos y con agua vertiente y contenible.
Asimismo, la posibilidad de acceder de forma inmediata a diversos
pisos ambientales, garantizaba la eficiencia en la
apropiación de recursos. Flujos
energéticos y de materiales,
que coadyuvan a la vitalidad del sitio elegido, como centro de
poder
político y religioso.

Según el geógrafo Michel Bruneau (Riser,
1995:107-108) el paisaje es "la forma visible del contacto entre
la biosfera, la
litosfera y la hidrosfera, caracterizándose por una
vegetación natural, más o menos
degradada, por una utilización y ocupación humana
del suelo dentro de
un cuadro geomorfológico dado". Desde esta perspectiva, se
propone la identificación de los altepeme, sencillos o
complejos, con cada uno de estos recuadros de la naturaleza,
siendo casi regla, que cada unidad política, más o
menos compleja ocupara desde su núcleo o núcleos
político-religiosos, al menos, un radio cercano a
los diez kilómetros.

Entre los tipos de paisaje que propone
Higuchi6 (1983:177) como construcciones derivadas de la
geomancia, el llamado de la Montaña Dominante, se piensa
muy próximo al concepto de
rinconada, asociada a una elevación primordial, y se
considera que el inicio en la elaboración de dicho
precepto proviene de la etapa formativa. La práctica
agrícola se condujo primero sobre las marismas, riberas de
los lagos y desembocaduras de los ríos en lagos marismas o
cauces mayores (la utilización temprana de estos lugares
con fines agrícolas, pudo ser el origen del precepto de
Amajac, como sitio de infinita fertilidad)7. Entonces
las unidades políticas
eran muy pequeñas y la competencia territorial
mínima. Conforme las unidades políticas crecieron y
se tornaron más complejas, pudieron organizar mejor
el trabajo
agrícola y lograr mejores y más resguardados
aprovechamientos sobre el pie de monte. En la cuenca de
México y otros puntos del Altiplano Mexicano, este es el
modelo reconocido en la evolución agrícola. Estos
mismos parajes sirvieron en etapas posteriores a la mayor parte
de los incipientes Estados, para asentarse y comenzar su
desarrollo. Una vez, que algunos consolidaban su poderío,
comenzaban a realizar el trabajo
agrícola a gran escala sobre
zonas más llanas y amplias o sobre los propios vasos
lacustres.

Así, uno imagina un primer dominio de toda
la extensión visual desde la montaña y
después, una vez consolidado el dominio de la parte llana,
las elevaciones primigenias se aprecian como el lugar de
nacimiento. Ahora bien, algunos promontorios en la parte llana
pueden correlacionarse con posicionamientos astronómicos y
con referencia a la montaña primordial y su rinconada
asociada. Esta visión proyectada desde la montaña,
se entiende, que es la misma que los habitantes
prehispánicos suponían para sus deidades, quienes
morando en los lugares protegidos o sobre las alturas,
salían de sus residencias para vigilar el devenir humano,
proyectando primero su visión desde los sitios sagrados,
elevados o resguardados.

Se propone, como parte fundamental del conocimiento
sobre la relación sociedad-medio ambiente
y el urbanismo en el México prehispánico y etapa
colonial temprana, la necesaria definición a futuro de
todos los tipos de rinconada –como abstracción de
fertilidad y protección- que pudieron haber existido. Lo
que no sería el paisaje en su conjunto, sino una
manifestación concreta del relieve, con parámetros
bien definidos en su morfología
y patrones bioclimáticos. La diversidad de "rinconadas",
por supuesto, puede abarcar desde promontorios de rocas calizas,
hasta elevadas intrusiones o extrusiones
ígneas.

– El caso de la cuenca de
México

Para concluir los argumentos correspondientes a la
construcción del paisaje y las unidades urbanas
mesoamericanas, se presenta la evolución en la
ocupación del suelo en la larga duración en la
cuenca de México, misma que se estima, ejemplifica
perfectamente, el desarrollo del precepto del lugar protegido y
elevado, como paraje privilegiado. El cual, sirve de resguardo
cuando se es pequeño y débil y es un punto
primordial de referencia cuando el centro político y
religioso se encuentre en otro sitio. El resumen en el devenir de
la ocupación del territorio se presenta para esta cuenca
en los siguientes términos:

Primero, en el formativo, se establecieron sobre las
orillas lacustres, en las que subsistían casi
exclusivamente de los recursos que obtenían de las aguas,
siendo en esta zona donde ensayaron sus primeros esfuerzos
agrícolas. Pero donde no desarrollaron más que
aldeas.

Fig. 2.
Cuenca de México con los sitios mencionados en el
texto

Segundo, en el preclásico, marcharon hacia los
bosques que cubrían el área de transición
entre el pie de monte y las llanuras aluviales, en donde se
encuentran mejores condiciones para los cultivos, cuyo
perfeccionamiento, pudo tener lugar con anterioridad o al empezar
a utilizar suelos más ricos en humus y mejor drenados. El
primer desarrollo urbano importante se dio precisamente sobre
esta franja, enmarcado por una rinconada inmensa, en la que el
Ajusco, la sierra de Las Cruces y el cerro Zacatepetl, jugaban
papeles primordiales. Desgraciadamente, para sus habitantes, el
eterno surgimiento de la montaña, significo el
soterramiento de su principal centro ceremonial bajo una espesa
capa de lava.

Tercero, cuando han avanzado en la construcción
de grandes obras hidráulicas, ocupan a gran escala, la
llanura aluvial y ensayan la ocupación lacustre, siendo la
capital mexica la culminación de tal aventura. Pero la
mayor parte de la historia urbana de la cuenca, se liga a los
lugares protegidos y elevados, siendo las excepciones, ciudades
como Teotihuacan, Xaltocan, Cuautitlán, Texcoco o
Azcapotzalco, pero incluso a varios de ellas, les conocemos su
antecedente, localizado en sitio más escabroso; por
ejemplo, los chichimecas en Tenayuca y los acolhuas en
Coatlinchan, con posterior traslado de los poderes a Azcapotzalco
y Texcoco, respectivamente.

Si el análisis lo fijamos en la evolución
técnica y productiva de la agricultura,
se observa como los tres primeros tipos, se podían
practicar con mayor seguridad en
sitios próximos al resguardo de las elevaciones: (1) la
del humedal, en la que la siembra se realizaba sobre suelos
aluviales, después de que estos se habían inundado,
(2) la de tumba y roza, en la que el campo agrícola era
desmontado y quemado, para proceder posteriormente a la siembra,
(3) la de terrazas, en la que una gran cantidad de bancales, eran
construidos sobre laderas de pendiente media, aprovechando en
muchas ocasiones fuentes de
agua cercanas, (4) la realizada sobre las llanuras aluviales, ya
fuese por medio de sistemas de riego o de manera temporal, y por
último (5), la más elaborada y de más altos
rendimientos, la de las chinampas o suelos artificiales,
construidos sobre el lecho de los lagos, con salinidad nula o
casi inexistente.

Los altepeme y alteraciones al
paisaje en el siglo XVI

La conquista española, dio lugar a la convivencia
en un mismo territorio, de dos pueblos, con visiones muy diversas
con respecto a la apropiación del medio. Sus elementos
técnicos y fenológicos, tan ajenos, necesariamente
se contrapusieron en la construcción del paisaje ideal y
real de cada uno de ellos. Para el español,
lo llano significaba tener el espacio necesario para recrear su
mundo agropecuario. Así mismo, podía residir sobre
él terreno llano, ya que el agua podía ser provista
por medio de acueductos o canales, desde terrenos más
escabrosos, sin tener que morar en ellos (la excepción
fueron los reales de minas).

La apropiación del medio en el México
prehispánico era un quehacer práctico cargado de
simbolismos, en el que la feracidad era fundamental para lograr
la conducción de la vida civilizada. En
contraposición, en "Occidente" se definía la
apropiación, como dominio sobre un medio adverso, que por
lo general era abrupto y boscoso. Contrapuesto al ideal de
espacio abierto, ventilado, seco y llano. Mismo que se
contemplaba y bendecía como una creación humana,
dirigida por los designios divinos. En el meollo de tal distancia
en la concepción de ideales urbanos, es de vital
importancia, el denotar que una era una civilización
netamente agrícola, mientras que la otra, era ganadera a
su vez. Actividad que destruye y reconstruye paisajes a
velocidades vertiginosas.

La colonización de Hispanoamérica
planteó problemas de
fundación de ciudades similares a los que habían
hecho frente los romanos. " Las Leyes de Indias
fechadas el 13 de julio de 1573, contenían detalladas
prescripciones para la selección
de los emplazamientos de la ciudad… (Aguiló, 1999: 200).
El artículo 111 resumía la localización
modélica para una nueva ciudad, en términos muy
similares a los romanos. Debía estar en un emplazamiento
elevado y salubre… con suelo fértil y tierra abundante
para cultivos, agua fresca, facilidades de transporte,
llegada y salida, abierta al viento del norte, a ser posible con
puerto natural… y lejos de pantanos. El núcleo de la
nueva ciudad era siempre un monasterio que formaba una gran plaza
con el centro urbano, y las calles debían formar una
cuadrícula". Guadalajara y Morelia son los ejemplos
más hispanos del proceso urbano
del siglo XVI. En el caso de Puebla, la otra gran
metrópoli novohispana del Altiplano Mexicano, por causa de
su localización, se sospecha cierto grado de
intervención indígena, en la selección del
sitio.

Se es de la idea que, en el México central y
meridional, no ocurrió la falta de identidad, que
aduce Aguilo8 (op.cit.) para las "nuevas" fundaciones
españolas por causa de su normatividad e
implementación a gran distancia. En Mesoamérica, la
mayor parte de las fundaciones se dieron durante la etapa
temprana de colonización, con una fuerte presencia
indígena, que en más de una ocasión
influyó en la elección del sitio y emplazamiento de
los edificios civiles y religiosos. El caso de ciudades con menor
identidad, corresponde a fines del siglo XVI y se propone como su
mejor ejemplo las fundaciones tardías de El Bajío y
Los Altos de Jalisco, las ciudades del Camino Real de Tierra
Adentro.

El choque en la actitud hacia
el medio fue especialmente violento. En Europa, desde
hacia siglos, la virulenta transformación de las
condiciones biológicas y físicas, se había
convertido en sinónimo de civilización. Asimismo,
la consideración metafísica
de ciertos elementos había sido olvidada desde los tiempos
clásicos y la abstracción judeo-cristiana de la
relación sociedad-medio, se encuentra y encontraba muy
alejada de la consideración y aproximación al medio
como elemento sacro; el medio es simplemente proveedor, en el
que, la obtención de recursos es otorgada por un Dios
creador, que ha hecho un mundo para ser transformado por la
acción
humana. El profundo respeto por el
relieve y sus manifestaciones biológicas, tan común
para el individuo
mesoamericano, no existía para el europeo; quien
veía un botín en las nuevas tierras adquiridas, a
las que miraba con desdén y no comprendía en sus
dinámicas.

La aproximación a los parajes, suelos y biota,
sobre los que se erigieron los edificios públicos y
privados de los españoles tuvieron un elevado significado
en el control y
organización política del
territorio. Pero en muchos casos, las obras
arquitectónicas y de ingeniera, estuvieron condenadas a la
ruina en la etapa colonial temprana, al haber sufrido el embate
de inusuales y desconocidas vicisitudes ambientales. El ideal
urbano mediterráneo, recién llegado a estas
tierras, en poco conocía, el comportamiento de los
sistemas ambientales en unos trópicos de elevado y abrupto
relieve. Las pérdidas irreparables en infraestructuras,
fue consecuencia, en buena medida, de procesos
iniciados o acelerados por las propias prácticas europeas.
En algunos casos, los efectos sobre el relieve fueron casi
inmediatos.

El proceso de ocupación español, se
entiende en sus componentes culturales y biológicos, por
lo que su relación con las nuevas tierras se define en
términos de extrañeza, de otredad9. Este
último precepto, es común a grupos humanos
ajenos que comparten un mismo espacio, y misma
aproximación con la que se contempla y define la biota
ajena. En este caso, la exuberancia de Mesoamérica era
descalificada y odiada, y se deseaba verla transformada en el
"vergel" mediterráneo.

La ciudad mesoamericana, parte misma de la feracidad que
le ha dado la posibilidad de nacer y desarrollarse, no
vivía opuesta a su entorno. En contraposición, la
ciudad europea era vista como el refugio, desde donde se
podrían vencer los desafíos, que el mundo ajeno y
salvaje de lo escabroso y feraz planteaba. Sahagún
(1975:660-661), asentó en forma muy clara, lo que de las
montañas se figuraban los europeos del siglo
XVI.

La conducción y almacenamiento de
las aguas entre España y
México, se diferenciaba tanto, como en los siguientes
términos; en Mesoamérica, la ciudad en si, era ese
inmenso receptáculo dado por la naturaleza y la
construcción hidráulica del entorno buscaba
aprovechar hasta la última gota posible al interior del
propio recipiente místico y real. Por el contrario, en
Europa, la idea de la ciudad llana y sin cubierta vegetal,
determinaba que el abastecimiento del agua fuese en la
mayoría de los casos hecha a distancia, fuera del
ámbito de la ciudad. En el mundo occidental el rompimiento
entre lo rural y lo urbano es tajante, la continuidad se daba
(antes de la era industrial), hasta los huertos y los primeros
campos de cultivo, más allá comenzaba el
inhóspito, inseguro y salvaje mundo rural. El medio rural
mesoamericano involucrado en la idea misma de
civilización, tenía en la producción agrícola sobre terrazas,
su mejor ejemplo de continuidad entre el ámbito urbano y
rural.

La reconstrucción de la ocupación del
espacio de unos veinticinco millones de personas que a principios del
siglo XVI vivían en la parte mexicana de
Mesoamérica, es por el momento imposible de lograr, debido
a la extinción del noventa por ciento de dicha población y a los traslados dirigidos por
los españoles. Un camino a seguir, para poder comprender
la estructura
espacial de la Mesoamérica del "contacto", es la
reconstrucción de cada uno de sus altepeme; entendiendo
que en cada uno de ellos, amplísimas poblaciones, eran
centrífugas por montes y cañadas a su "rinconada" y
monte primordial o en su caso a un "amajac"
privilegiado.

La violenta irrupción tecnológica,
fenológica y cultural del siglo XVI, dictó en buena
medida la configuración del espacio urbano mesoamericano,
así como, las formas de interrelación de
éste con su entorno inmediato, pero dicho proceso fue
paulatino. A pesar de que el triunfo de las armas
españolas fue inmediato, la imposición de sus
relaciones territoriales y apropiación del medio descolla,
a grandes rasgos, hasta las últimas décadas del
siglo XVI y las primeras del XVII. Por supuesto, que el conjunto
del espacio mesoamericano no fue transformado en esta etapa, pero
si las comarcas que concentraban importantes contingentes de
población o donde la Monarquía o particulares encontraron
recursos indispensables para el funcionamiento del sistema
económico del Antiguo Régimen.

La suma de lo sucedido; grave alteración y
extinción de facies, e incluso de unidades
abióticas, fue la suma tanto de la irrupción
fenológica, como de la pérdida de sensibilidad con
respecto al entorno, que en sus formas ideales, como protector y
proveedor, era organizado en términos muy sustentables En
Mesoamérica, las pérdidas edáficas e
hídricas eran mínimas, pues el trabajo
agrícola era cuidadoso e intensivo; terrazas, canales y
fuentes eran innumerables y al desaparecer, dieron lugar a
desoladas laderas, que eventualmente dejaron de ser productivas
en lo agrícola y se convirtieron en indolentes
agostaderos. En cuanto a las montañas, en sí, que
antes eran en algunos casos espacios sacralizados, ahora eran un
todo igual, sinónimo de barbarie, misma que se
combatía conforme eran explotados y arrasados.

En casi todas las culturas, la montaña tiene un
carácter sagrado; la tradición judeocristiana
reconoce a algunas elevaciones como puntos de encuentro con lo
divino, siendo el caso más conocido el del monte
Sinaí, pero no comparte la visión de lo elevado y
fértil como símbolo de vida civilizada en la
Tierra. Por más verde que haya sido el Mediterráneo
oriental hace unos cuatro mil años, jamás pudo dar
lugar a un contraste de exhuberancia tan marcado como el que
estaba presente en los habitantes de Mesoamérica. Se
propone que la realidad bioclimática juega un papel
determinante en la configuración de los pensamientos; el
mundo seco y ganadero en poco podía dar lugar a la
sacralización del entorno y dada la necesidad de ocuparlo
extensivamente, reduce el espacio sacro, únicamente, a
recintos urbanos o ciertos adoratorios en el medio
rural.

En Mesoamérica después del adoctrinamiento
cristiano, el espacio venerado se redujo a ermitas o cruces en
los montes y hasta la fecha se puede corroborar como en muchas
ocasiones, cruces e imágenes
religiosas son utilizadas para solicitar el respeto a árboles
o manantiales, que en mucho han sucumbido a la apropiación
del medio que no considera ciertos montes como entes intocables,
dadores de vida. El paisaje de las montañas sagradas
desapareció prácticamente en toda
Mesoamérica, al convertirse todo paraje abrupto en posible
presa de ganados o leñadores. En el corazón
del mesoamericano superviviente pervivió la imagen de la
montaña y el agua y en contados casos las comunidades
lograron mantener a raya a los depredadores. En su contra
también obraban los religiosos, pues veían en el
mantenimiento
de esos lúgubres bosques los sitios ideales para la
realización de asambleas paganas.

La organización política interna del
altepetl en calpulli10, antes de la conquista, pudo
tener consecuencias sobre el paisaje en su conjunto. En tanto que
estos organismos político-familiares, se organizaban
verticalmente al interior del altepetl y sus unidades
territoriales, podían ser beneficiadas o perjudicadas por
su lugar en el sistema de rotación de atributos y obligaciones.
Diferenciación territorial que ya bajo el dominio
español, no se condujo, quedando todo un altepetl en su
conjunto, al arbitrio de los usos económicos, sin
ningún tipo de graduación en la apropiación
de los recursos, ya que cada uno de los "barrios" o "sujetos"
debía contribuir con el tributo de igual manera. Sobre las
partes más elevadas, esta diferenciación
también puedo haber existido, en tanto que el monte
sagrado del calpulli o incluso del altepetl de mayor prestigio,
pudo ser preservado en detrimento del perteneciente a altepeme o
calpulli más débiles.

En el largo siglo XVI, lapso de tiempo propuesto para el
análisis de la modificación del espacio urbano en
Mesoamérica, las vicisitudes vividas por el medio
condujeron a la transformación del paisaje hacia
condiciones más secas; en razón de las graves
pérdidas edáficas y de biomasa. Dicha revolución
conoció tres etapas: 1. A partir del dominio
político y militar hasta la muerte de
la generación de los conquistadores, que coincide con la
primera gran epidemia del siglo XVI, etapa de encomiendas en la
que la todavía inmensa población indígena y
su medio presentan signos de
vitalidad y la penetración biocultural hispana se va dando
a cuentagotas. 2. Período que abarca entre las dos grande
epidemias y el tiempo de azote de la segunda y que coincide con
el inicio de la expansión de los hatos de ganados mayores
y menores a gran escala y la 3. Una vez que el contingente
indígena sólo cuenta con el diez por ciento del
número de individuos con que contaba a principios del
siglo XVI, que los ganados han conocido su máxima
expansión territorial y numérica y han comenzado a
decrecer ante la extinción o agrave alteración de
innumerables facies, desde Jalisco y Nayarit hasta Veracruz y
Oaxaca, prácticamente de forma continua. Fenómeno
ocurrido en un lapso de entre veinte y treinta años. A lo
que cabe agregar que en este último lapso de tiempo, la
mayor parte de las tierras productivas pasó a manos de
españoles, peninsulares o americanos, por medio de las
dotaciones denominadas "mercedes". El nacimiento de un paisaje
agropecuario en Mesoamérica, cambió la imagen de
los asentamientos humanos, que con anterioridad se habían
asentados al interior de la montaña y el agua. Desde el
siglo XVI y ya bajados a lo llano y lo seco, los altepeme y sus
unidades dejaban de estar unidas al monte y a lo húmedo;
el panorama de asentamiento alejado del verdor se impone como
referente visual, desde las selvas del sureste hasta las partes
más secas del Altiplano Central. Comunidades que se ven
acorraladas en muchos casos por los intereses económicos y
territoriales de los grandes propietarios europeos.

Bernardo García Martínez (1998:59), nos
propone que cada uno de los altepeme habidos hacia el momento de
la conquista, dentro del actual territorio de México, se
mantuvo como componente territorial del régimen virreinal:
"…las jurisdicciones coloniales (que ya conocemos) no
fueron invención española, sino que fueron calcadas
(haciendo ciertos ajustes) de los señoríos
prehispánicos, respetando en lo esencial su
organización y linderos…", pero no su estructura interna
al haber sido desplazados, en la mayor parte de los casos, tanto
cabeceras como "barrios" o "sujetos" de su localización
prehispánica, lo que dio lugar a graves alteraciones en la
organización del territorio.

En la construcción del conocimiento, que permita
reconocer de manera profunda y real los acontecimientos
bioculturales del siglo XVI, Butzer (1992:362) nos propone el
siguiente camino a seguir. Reconocer el papel jugado, en
conjunción, por parte de los elementos (a) ganado b)
plantas
domesticadas y biota introducida inconscientemente, c) uso del
suelo y técnicas
de cultivo y el definir en primera instancia si el uso del suelo
y manejo de recursos de los europeos, fueron en sí,
expoliadores y destructivos. Asimismo, nos propone los siguientes
caminos metodológicos a seguir: 1. La investigación palinológica,
etnobotánica y documental sobre la vegetación a lo
largo de los últimos quinientos años. 2. Investigación
de campo de suelos en pendiente y de sedimentos, así
como de microhistorias aluviales, atadas a un contexto
diacrónico, bien conformado, sobre tenencia de la tierra,
uso del suelo, y prácticas en el manejo de recursos, bajo
un determinado umbral hídrico. 3. Investigación
documental en uso del suelo y manejo de recursos y
reconocimiento actual de denudación de suelos o erosión,
deforestación o regeneración
forestal, inundaciones y sus intervalos de recurrencia,
presión demográfica rural o
despoblamiento.

Conclusiones

El trabajo realizado en el reconocimiento de los
acontecimientos ocurridos durante el siglo XVI, así como
sus antecedentes, se aproximan más a los puntos dos y
tres, de lo propuesto por Butzer, con la salvedad, de que el
enfoque sugerido, cuenta con una fuerte carga cultural,
preocupada en el entendimiento de la organización del
espacio. Aunque, el ideal sería un largo proceso de
investigación geomorfológica, se ha comprobado que
la lectura del
paisaje, aunada a la adecuada comprensión
cartográfica y consulta de fuentes originales y bibliografía adecuada,
brinda la oportunidad de aproximarse a procesos bioculturales y
territoriales, hasta el momento poco delineados. La
adecuación por parte del ser humano del medio, en
términos socioeconómicos y culturales, en una
larguísima duración, de la que surge un paisaje
socialmente construido, ha sido poco tratada hasta ahora en los
estudios sobre Mesoamérica. Reparar en esta
aproximación, permite proponer hipótesis, como la siguiente: La
construcción del espacio urbano sintetiza la interacción ideal y real (en su larga
historia) de la sociedad con el medio en Mesoamérica. Este
planteamiento, se considera tratado y explicado en buena medida a
lo largo de las páginas anteriores.

La lectura
tradicional de lo acontecido a lo largo del siglo XVI y con
posterioridad, representa al indígena obligado a vivir en
los cerros, como último reducto. Sin embargo, con lo
expuesto hasta ahora, se puede ver como la elección del
sitio de montaña, era intrínseco para el
indígena. En el "mundo" cambiante del siglo XVI y en el
transformado de principios del siglo XVII, no es de
extrañar que de nuevo se buscara el refugio en la
montaña y el agua, como había sido tradición
ante cada hecatombe ambiental y demográfica en
Mesoamérica.

Pero esa comunidad
resurgida, estaba alterada, en lo político y religioso,
así como en las formas de apropiación del medio. La
introducción de la biota
euroasiática fue trastocando las facies que habían
sido propias a la vida agraria de Mesoamérica por cerca de
siete mil años. La reconstrucción del paisaje
mítico fue eventualmente imposible de ser conducida, ya
por la escasez de
elementos humanos, como por el panorama yermo preponderante,
circunstancias irreversibles, en tanto que eran consecuencia del
rompimiento biológico más importante del holoceno,
en el que la introducción consciente e inconsciente de
especies vegetales y animales
jugó un papel fundamental.

Notas

  1. La historiografía tradicional ha propuesto
    tres grandes períodos para definir la historia
    mesoamericana; formativo o preclásico (desde las
    primeras aldeas sedentarias hasta circa el 200 a.C,), el
    clásico (del circa 200 a.C al 900 d.C) y el
    posclásico (del 900 d.C. hasta el dominio
    español). Esta generalización se cree debe ser
    matizada en lo temporal, de acuerdo a la región que se
    estudie.
  2. Mexica es el gentilicio más adecuado para
    referirse a los conocidos, en la literatura
    mundial, como aztecas.
  3. Plural de altepetl
  4. En la figura correspondiente a Mesoamérica, se
    ha emplazado fuera de la leyenda al Altiplano Mexicano, para
    denotar tanto su amplísima extensión, como su
    antiquísimo origen. Ya que es en si, el extremo
    meridional de la gran unidad fisiográfica denominada de
    las "planicies norteamericanas" y se extiende hasta el
    Canadá, pero posteriores procesos orogénicos
    hicieron que en territorio mexicano se convirtiera en la
    elevada meseta que es.
  5. La construcción de elevados basamentos
    piramidales se infiere como el traslado del cuerpo
    montañoso al centro del poder político y
    religioso que, por conveniencia económica, social o
    política, se localiza sobre una llanura aluvial o cuerpo
    lacustre.
  6. La singular obre de este autor japonés, se da
    a la tarea de definir diversos tipos de paisaje en Japón, en cada uno de ellos, la
    montaña juega un papel distinto en el arreglo
    simbólico y práctico del territorio.
  7. La sedentarización y surgimiento de aldeas
    tiene lugar hace unos siete mil años, para Serra Puche
    (1988:19) es hacia el 5,000 a.C., mientras que para Butzer
    (1979:495) es a partir del 4,500 a.C.
  8. "Las ciudades fundadas según estas
    normas tan
    precisas, tanto en el caso del imperio romano
    como en el español, suelen presentar problemas de
    reconocimiento (siguiendo a Aguiló). Sus rasgos de
    identidad son débiles, pues todos tienen ese aire
    común que proporciona la planificación impuesta desde lejos. Se
    huía de emplazamientos muy significados, porque ello
    hubiese supuesto demasiadas vulneraciones a las reglas.
    Sólo en contados casos, y la mayoría de ellos se
    corresponde con las primeras fundaciones de ambos imperios, hay
    un aprovechamiento decidido de las de las condiciones
    naturales".
  9. La obra Tzvetan Todorov, La Conquista de
    América, detalla ampliamente este concepto y sus
    consecuencias en la convivencia entre los europeos y los
    amerindios, en el Caribe y Mesoamérica.
  10. El calpulli, eran los componentes internos de los
    altepeme, que los españoles comprendieron como barrios o
    sujetos, pero no como elementos jerarquizados que sustentaban
    la organización político-territorial del
    altepetl.

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Gustavo G. Garza-Merodio –

Doctor en Geografía por la Universidad de
Barcelona, España. Programa en
Geografía Física y Cambio
Ambiental. Investigador Asociado del Instituto de
Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de
México – Departamento de Geografía Social,
Instituto de Geografía. Circuito Exterior s/n, Ciudad
Universitaria. México 04510, D.F.
México.

Teléfonos: (52+55) 56 22 43 60 ext. 44819
(Directo) / (52+55) 56 22 43 92 (Secretaría
Geografía Social) / (52+55) 56 16 05 39 (fax).

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