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El antisemitismo nazi en la Argentina de la década del treinta (página 2)



Partes: 1, 2

B) Definición de Lenguaje y las
cadenas significantes

Desde esta perspectiva teórica, se parte de la
idea de que el lenguaje no
tiene "grado cero", las cosas no se llaman de determinada forma
porque porten el nombre en su materia. Los
significados son creación humana, y como tales son
arbitrarios. Hay una incapacidad del lenguaje de totalizar lo que
denomina. La palabra no da cuenta jamás de la cosa, y
siempre se refiere a eso que resulta inabarcable para el hombre. El
sentido jamás totaliza aquello a lo que hace
referencia.

Dado esto, el sentido nunca es fijo, pues los
significantes flotan, y deben ser puestos en relación unos
con otros para adquirir sentido. La palabra "Judío" por si
sola no dice nada. Es su asociación a otros significados
lo que le da sentido. Lo que crea y sostiene la identidad de
un terreno ideológico determinado, según Zizek, es
"el cúmulo de significantes flotantes, elementos
protoideológicos, se estructura en
un campo unificado mediante la intervención de un
determinado punto nodal que los acolcha, detiene su deslizamiento
y fija su significado" (1992, 125). Sigamos con el ejemplo del
"judío": El significante judío puede ser asociado a
"usurero", "comunista", "plaga" según determinadas
ideologías. Elementos significantes son puestos en
relación para generar sentido, y así se configura
un campo ideológico. Pero estos campos no son definitivos
ni únicos. "Judío" puede ser articulado de otras
formas. Por ejemplo: "perseguidos", "refugiados"; o "carentes de
fé", "impíos"; o por qué no "nobles", "la
resistencia". La
posibilidad de generar cadenas significantes que configuren el
sentido es indeterminada, pero vemos aquí cómo el
sentido de una palabra "judío" varía según
las asociaciones que se hagan, asociaciones que pueden ser
completamente opuestas.

En Argentina existieron (y existen) grupos
sociales que retomaron las cadenas articuladas por los nazis.
Pero como se verá más adelante, las manifestaciones
de esta creencia fueron otras, y no gozó de la
extensión que tuvo en Alemania. El
clima
político-social de la época implica otra serie de
articulaciones
significantes, diferentes a las nazis, que fueron
hegemónicas en la época, y permiten explicar por
qué no hubo una masiva adherencia al antisemitismo
nazi en nuestro país. Cabe recordar que el antisemitismo
no es únicamente nazi, pues como veremos adelante, se ha
manifestado en otras formas que no necesariamente pueden
caracterizarse como tales. Todo nazi es antisemita, pero no todo
antisemita es nazi.

C) El significante vacío como estructurador de
lo social

Partiendo de lo hasta aquí dicho, Slavoj Zizek y
Ernesto Laclau plantean que la insuficiencia del lenguaje para
dar cuenta de lo que las cosas realmente son es
traumática. Hay una serie de significantes que son
centrales para el hombre, como
"sociedad",
"hombre", y para la modernidad
"democracia".
La sociedad jamás puede dar cuenta de sí misma. La
sociedad puede ser definida de diferentes formas, según el
sector social. Lo mismo ocurre con el significante "democracia".
Siempre hay algo de la sociedad, que no puede representarse, y su
construcción como totalidad queda fisurada,
es decir, siempre abierta e imposible de cerrar o
clausurar.

Aquí es propio introducir otro concepto que
será central para analizar al nazismo: El
significante vacío. Según Ernesto Laclau, se trata
de "un significante sin significado" (1996: 69). Es decir,
tenemos un significante que encarna la imposibilidad estructural
del lenguaje de dar cuenta exactamente de lo que las cosas son.
Hay algo más a lo que no podemos llegar. Se trata de una
verdadera interrupción, de un quiebre en el proceso social
de significación.

El discurso es
escenario de la lucha política, aunque no
el único ámbito en el que esta se despliega. El
grupo que
logre generar consenso al definir provisoriamente la "sociedad",
será el grupo hegemónico. Es la lucha por dar
nombre a las cosas. Sigamos con el caso del nazismo: Ante la
crisis social
y política de la Alemania de la década de 1930,
quien lograra definir la sociedad de manera más
satisfactoria, construiría un poder
político dominante. Tal fue el caso de Adolfo Hitler y
su partido Nacionalsocialista, que definieron a la sociedad
alemana como "lo ario", "puro", "noble" y "el camino de la
evolución". Pero toda articulación
requiere una articulación que se le oponga.
¿Quién es culpable de la crisis, del grave estado de "lo
alemán"? La cadena opuesta se activa: El judío, que
es un "aprovechador", "un virus", "un
complotador a nivel mundial", "un explotador".

El discurso nazi construyó poder a partir de
estas articulaciones. Postuló una legitimidad de la
sociedad (lo "ario", lo "alemán legítimo"), y le
puso nombre a la crisis, a la incapacidad que tenía la
sociedad alemana de ser una comunidad
armónica (El judío "explotador", la "enfermedad").
El judío, para el nazismo, representa la falta de la
sociedad. Sobre el discurso nazi-antisemita, dice Zizek: "El
judío es simplemente la encarnación del bloqueo, de
la imposibilidad que impide a la sociedad alcanzar su plena
identidad" (1992, 174).

En la argentina, la incapacidad de clausura de lo social
no pudo ser "encarnada" en los judíos.
Si bien discursos y
prácticas nazis estaban vigentes en la época, una
articulación dominante fue una de las causas de la
limitación del nazismo en nuestro país: se trata
del problema de lo extranjero, no disociado al problema de la
migración. A modo de adelanto, puede
decirse que la debilidad de la sociedad argentina, para el
nacionalismo
dominante, no eran los judíos en sí, sino cualquier
elemento extranjero, extraño a la "Nación
Argentina" y a "lo argentino", a lo esencialmente nacional, a "la
patria".

APROXIMACIÓN
ANALÍTICA

  1. La creencia nazi en Alemania

Tras la consolidación del partido
Nacionalsocialista de Hitler como
partido único, en 1933, según relata Kart Dietrich
Bracher, lo que ocurre es que este partido se adueña
progresivamente del aparato estatal. "(…) Cooperó
tanto más con el nuevo régimen cuanto que
prometía orden, la estabilidad, la eficiencia y los
´valores
nacionales´ en lugar de la jungla de cambios de una
democracia parlamentaria, colmada de crisis y sentida como nada
nacional" (1995:307). La República de Weimar no lograba
consolidarse, y el malestar económico cultivaba el
descontento de una sociedad resentida por las imposiciones del
tratado de Versalles, las consecuencias de la derrota de 1918 y
una amenaza comunista que era más imaginaria que
real.

Retomemos la frase de Bracher, "una democracia
parlamentaria, colmada de crisis y sentida como nada nacional".
Frente a esta democracia "para nada nacional", el nazismo
planteó la necesidad de resurgimiento del pueblo ario.
Este pueblo, el "verdadero", según los
nacionalsocialistas, era de índole racial. Es decir,
portaba en su esencia original la evolución y el avance de
la humanidad. La raza aria era "la más apta", "la
más digna", el hombre "verdadero", que llevaba en su
sangre el
progreso. Hay un carácter esencialista de "lo alemán"
en el discurso nazi. Según Perla Sneh y Juan Carlos
Cosaka, el racismo
"(…) considera la pertenencia a una raza de un individuo o
grupo como decisiva y determinante de su capacidad, sus
tendencias, sus inclinaciones; su aspecto y su comportamiento; establece una escala entre
superiores e inferiores" ( pág. 73). La raza aria
debía ser preservada de "impurezas", es decir, de mezclas con
las razas inferiores. Los ideales de eugenesia y de mejoramiento
de la especie son otra de las extensiones de la cadena
significante disparada por "lo ario", según el
régimen nazi.

Pero era necesario oponer algo a "lo ario", articular
otra cadena de significantes que se le asociara por
oposición estructural. Así, el discurso nazi
configuró un ideal de judío como "causante de la
degradación", raíz de todos los males sufridos por
Alemania. Al judío se le asignaban, como relatan Sneh y
Cosaka, "formas de goce demoníacas" (pág. 77). La
imagen de
judío que construye el nazismo es la de un
"parásito". Natan Sonis pasa lista de las denominaciones
de lo judío, según el discurso racista nazi (2005:
99). He aquí algunas:

  • Judíos tiranos de los pueblos, unidos por
    el dinero
    y la sangre
  • Las víboras de los diarios
    judíos
  • La jauría de la prensa
    judía

Luego de la construcción de este ideal negativo
del judío, cualquier cosa que fuera denominada
"judía", arrastraba todos los significantes de la cadena
nazi. Tal es así, que la República de Weimar fue
denominada como "judía", lo cual condensaba una carga
negativa a los ideales de la sociedad alemana de la
época.

La metáfora de la salud y la enfermedad
trabaja sobre estas dos cadenas, anudadas en "lo ario" y "lo
judío". Lo ario es la salud, y lo judío la
enfermedad. Entonces, las prácticas de exterminio, parte
central para analizar la creencia nazi, son una fiel
manifestación de este tipo de ideología. El exterminio es "la cura", el
tratamiento médico a llevar acabo por el Estado
Nacionalsocialista, para "extirpar" ese "elemento
patógeno" que son los judíos.

El exterminio no había sido planteado por las
manifestaciones anteriores del antisemitismo. El racismo contra
los judíos no fue un invento nazi, pero esta
manifestación particular, en pleno siglo de las luces, fue
la más brutal y sistemática. La cadena significante
postulada, planteaba que el judío debía ser
eliminado, aniquilado. Y las prácticas de
concentración de la población judía en guettos, la
creación de campos de concentración y la puesta en
funcionamiento real de un aparato de exterminio masivo como lo
fueron las cámaras de gas muestran lo
arraigado de la creencia. Es decir, el nazismo no es solo
discurso. La creencia nazi antisemita puede verse en las propias
prácticas nazis, y así se corrobora la existencia
material de la ideología planteada en las primeras
páginas de este trabajo.

Cadenas anteriores de significantes asociaron al
judío con la usura, el explotador o el manipulador. Pero
el exterminio es incluido únicamente por la creencia
antisemita nazi, que en sus prácticas dispone métodos
para llevar acabo ese exterminio. El deber de exterminar a los
judíos, la cadena que llega al extremo de que los
judíos son "exterminables", "aniquilables", es uno de los
distintivos de la ideología nazi.

Los judíos eran "aniquilables" porque
según la creencia nazi, eran la degradación de la
especie, una amenaza para la supervivencia del más apto
(el ario). La creencia nazi alemana no se queda a nivel del
discurso, pues toma cuerpo en las prácticas de exterminio
nazi, en los campos de concentración y en la
sistemática liquidación de judíos durante
esa época en Alemania.

Un caso ejemplar en cuanto a la construcción de
cadenas significantes del régimen nazi lo constituyen las
conocidas Leyes de
Nuremberg, de 1935. Estas leyes, efecto real y práctico de
la ideología antisemita nazi, intentaron cerrar el
significado de "lo judío", estableciendo una
clasificación de los habitantes alemanes según su
descendencia. Este sistema es
solidario con el modelo de
pensamiento
nazi, que plantea que "lo ario" es más que nada una
cuestión esencial de raza. Una primera definición
de judío postulaba que lo único que hacía
falta para ser considerado como tal, era que se tuviera un abuelo
judío. Esta definición se reveló como
molesta, pues catalogaba de judíos a gran parte de los
adherentes al partido nacionalsocialista. Entonces se efectuaron
modificaciones en las Leyes: Judía era cualquier persona que
tuviera al menos tres abuelos judíos. Quien tuviera uno o
dos, estaba en una situación intermedia. Esta segunda
formulación tampoco logra totalizar lo que el judío
realmente es, pero el hecho de que los nazis se hayan visto
obligados a replantearse la ellos mismos "lo judío",
demuestra lo inestable de las definiciones.

El problema para definir al judío muestra
cómo pueden constituirse las cadenas, y cómo
incluso estas se ven obligadas a modificarse. La
construcción de las mismas no siempre es conciente, como
en el caso de las Leyes de Nuremberg, pero lo que ilustra este
caso es la incapacidad del lenguaje nazi, apoyado con todo el
rigor de la ley, de dar
cuenta de lo que el judío realmente ES. Las Leyes
plantean una construcción del judío que intenta
totalizarlo y abarcarlo en todo su ser, definirlo con rigor y sin
dejar lugares a malos entendidos. Fue un intento de clausura del
lenguaje, que se demostró ineficiente, pues el lenguaje
siempre fracasa en su intento de cierre.

Por otro lado, las Leyes de Nuremberg son un caso de
cómo la creencia antisemita se pone en práctica. El
Estado nazi promulga una definición de los ciudadanos, les
impone leyes de control de
filiación, intenta separar lo ario de lo judío, lo
"puro" de lo "impuro". Las Leyes de Nuremberg son un intento de
darle cuerpo legal a la creencia, de llevarla a un estado de
legitimidad oficial.

Esta creencia tuvo gran influencia en el Estado y la
sociedad civil alemana en el preludio de la Segunda Guerra
Mundial. Ningún gobierno se
sostiene sólo por coerción, pues hay un umbral
mínimo de consenso que el poder se ve obligado a lograr
para serlo. El partido Nacionalsocialista logro articular una
serie de significantes y convertirse en hegemónico,
logrando crear esa ilusión de que "lo ario" era la
respuesta, y que la fisura de la sociedad, los males presentes en
Alemania, eran de origen judío. Pasaremos entonces a la
segunda instancia de análisis, que se concentra en la influencia
del nazismo en la Argentina de la Década Infame. Veremos
que nivel de asimilación hubo de esta creencia, y que
otros efectos en las prácticas de la sociedad argentina
pueden registrarse, que tengan relación al fenómeno
del nazismo.

  1. El antisemitismo nazi en
    Argentina.

Según Ronald Dolkart, la derecha argentina de
comienzos de los años treinta podía subdividirse en
dos: una nueva de corte nacionalista y una vieja de corte
conservador. La década se caracterizó por el
fraude electoral
y la proscripción del partido que había obtenido
más apoyo de la población en general, el
radicalismo. Los conservadores, representados por el general
José Evaristo Uriburu, pretendían el mantenimiento
de un régimen fraudulento, que no otorgara poder a las
masas. No querían volver a perder ese privilegio que
perdieron por vez primera en 1916, cuando Hipólito
Irigoyen ganó las primeras elecciones generales por voto
secreto y universal (universal para los varones mayores de edad)
a favor de los radicales. Por su parte los nuevos nacionalistas,
que tenían como representante en el poder al general
retirado Agustín P. Justo, querían una breve
interrupción institucional, que permitiera reestablecer el
control civil.

En este marco fue que el régimen nazi
encontró sus ecos, pero tampoco hay que atribuir el
antisemitismo en Argentina a la influencia nazi. "(…) La
desconfianza y menosprecio por los judíos había
surgido en la Argentina antes de la formación del partido
nazi y había sido un fundamento básico en el
ideario y la praxis de la
derecha en sus orígenes, cuando el terror rojo de la
Semana Trágica (1919) se atribuyó al supuesto
accionar de agitadores judíos" (Dolkart, 2001: 173). La
asociación entre el judaísmo y el comunismo ya
estaba presente. El judío era visto como un inmigrante
"despreciable" incapaz de integrarse y adoptar la cultura del
país en que vivía.

¿Cuál fue el nivel de adherencia a la
creencia antisemita nazi en Argentina? Veremos que no estuvo
ausente, pero a su vez, ni fue reinante en el clima de
época. Por ejemplo, cabe señalar la existencia de
la Liga Republicana, que "inició una campaña de
oposición a la invasión semita del país"
(Dolkart, 2001: 174). Esta construcción de la
"invasión", del "complot", se corresponde con la
presentada en el caso alemán.

Según relata Daniel Lvovich sobre las
prácticas antisemitas en Argentina, "(…) se
sostenía que los israelitas promovían la revolución
social, que controlaban los resortes de la economía, que
complotaban por todas las vías imaginables, que dominaban
la prensa y manejaban los gobiernos (…), eran
parásitos que usufructuaban la riqueza nacional" (2001:
204). Es decir, había en el clima de la época un
antisemitismo, que como podemos ver, retomaba elementos de la
cadena significante del nazismo. El judío era asociado a
la usura, la explotación, a un conspirador que acechaba de
manera casi imperceptible. Cabe resaltar la aparición del
calificativo "parásitos", presente en la creencia nazi
trabajada en páginas anteriores.

Las prácticas de algunas asociaciones civiles
de derecha y la prensa

El teniente coronel Juan B. Molina, de La Legión
Cívica, afirmaba lo siguiente: "En nuestro país los
judíos suman 800.000. Verdadera máquina infernal
destinada a establecer con el más grosero materialismo la
tiranía del oro del mundo.
(…) han invadido el territorio, se van apoderando de
posiciones estratégicas (…)" (citado por Lvovich,
2001: 206). La Legión Cívica quedó
también involucrada en los incidentes ocurridos en la
Facultad de Medicina de la
Universidad de
Buenos Aires
en 1935, donde la proclama "Argentinos sí, judíos
no" se hizo presente (Lvovich, 2001:209). La LCA, en su periódico
pedía "Guerra contra
el judío. Odio al judío. Muerte al
judío" (2001:209). Aparece aquí la palabra muerte,
la más cercana al elemento del "exterminio" que ya se ha
mencionado más arriba.

El Pampero fue un periódico que recibió
apoyo financiero de la Embajada de Alemania, cuyo embajador, von
Therman, tenía la orden del gobierno de su país de
fomentar la propaganda
nazi en Argentina. Desde sus páginas podía leerse
un antisemitismo rabioso. Clarinada, que apareció entre
1937 y 1945, era una revista
"anticomunista y antijudía". Los judíos eran
referidos por la misma como "alimañas", que tenían
por finalidad "la destrucción de la civilización
cristiana" (citado por Lvovich, 2001:218).

Es propio dar cuenta de los posicionamientos de los
grandes diarios. Gustavo Efron y Darío Brenman resaltan
que el único diario realmente masivo que retomó el
discurso nazi fue La Razón. En 1933 este diario
llegó incluso a publicar un suplemento dedicado a "La
Nueva Alemania". Los autores también recalcan la "actitud
pendular" en las posiciones tomadas por los diarios La Nación
y La prensa, que en principio miraron con buen ojo el
régimen hitleriano por ser una "barrera de
contención al comunismo" (pág. 310). Es decir, si
ninguno de estos diarios criticó en principio al nazismo,
fue principalmente por su rechazo a esta ideología de
izquierda, y por apoyar las prácticas antisemitas extremas
adoptadas en Alemania. Puntualmente, La Nación comienza a
deslizar críticas en cuanto a la noción de raza
sostenida por el nacionalsocialismo, piedra angular del
antisemitismo nazi, como hemos visto.

Cabe aclarar que en el caso de La Razón, sostiene
Luis Alberto Romero que fue captado por el aparato
propagandístico alemán. Al igual que en el caso de
El Pampero, estos podría tomarse a estos diarios como una
extensión del aparato propagandístico nazi
alemán. En este caso, se explicaría que no tuviera
demasiado arraigo la creencia antisemita nazi, y además
puede agregarse que eran parte de un mero proyecto
propagandístico. Es decir, la creencia, como se viene
sosteniendo a lo largo de estas páginas, debe ir
acompañada de una necesaria manifestación no solo
discursiva. Al funcionar como meros aparatos de difusión,
la creencia no sería efectiva, sino asumida a modo de mera
reproducción de una orden.

Este discurso antisemita era acompañado por
acciones de
ciertos grupos
antisemitas. La Liga Republicana atacó, en 1936, una sala
de cine donde se
proyectaba "La casa de los Rotschild", y un año
después en plena ceremonia de Pascua una sinagoga fue
atacada con bombas de
estruendo. Es decir, podemos tomar nota de actividades concretas
contra los judíos en Argentina, pero el hecho de que el
presidente Justo haya repudiado los ataques, nos obliga a admitir
que no hubo un fenómeno de "importación" del antisemitismo
nazi.

"Judíos patógenos" era la referencia que
panfletos del Partido Libertador hacían. Pero no se trata
de una declaración que se extendiera al resto de los
partidos
políticos dominantes. En realidad no se puede hablar
de nazismo en al ámbito político de los partidos y
del estado, aunque sí puede hablarse de antisemitismo.
Cabe resaltar, como lo hace Lvovich, que "No se trataba del
resultado de políticas
dispuestas desde la cúpula del Estado, sino de un conjunto
de prácticas adoptadas por funcionarios y empleados
diseminados en toda la
administración, que resultaban toleradas por el poder
político" (2001: 228). Es decir, el antisemitismo estaba
presente, pero no era efecto de la influencia nazi, y al decir
verdad, no tomó el tinte extremista de esta variante
alemana. No había una creencia nazi arraigada, y esto se
ve en la ausencia de prácticas que lleguen al nivel de las
proscripciones y posteriores genocidios en Alemania. Ahora
intentaré explicar una de las causas de esto.

Prensa y discurso, instituciones
y prácticas

La problemática sobre la migración estuvo
presente desde los principios de la
fundación de la Argentina como país. Para 1919,
relata Leonardo Senkman, una encuesta del
Museo Social Argentino mostraba una "(…) unánime
coincidencia de impedir el ingreso de elementos maximalistas y de
ideas disolventes" (pág. 108). Es decir, la
migración era una cuestión que había que
seguir con cuidado. En sí misma, era necesaria, pero el
problema central era la "calidad" de los
ingresantes. Al respecto, en 1943, Abraham Bercum presentó
un despacho de comisión sobre la "selección
de inmigrantes" en el cual se sostenía que "(…) el
inmigrante debía ser seleccionado de acuerdo a sus
aptitudes físicas, intelectuales
y morales y no por sus estatutos de sangre" (citado por Senkman,
pág. 115). Se desprende de la anterior cita que si bien
podía haber prejuicios ante ciertos inmigrantes, el mismo
no se trataba de una cuestión racial entendida en los
términos de la creencia nazi. No se trata de un
esencialismo, aunque si de plantean restricciones de otro
calibre. La política inmigratoria selectiva sería
una constante durante toda la década del 30 en Argentina.
En principio, la excusa para el control de la inmigración fue la protección del
mercado laboral, pero
ante las mejoras de este último en tiempos posteriores,
las políticas de restricción
continuaron.

Una cuestión sensible fue la de los refugiados.
Si bien en la Conferencia
Internacional de Evian el representante argentino Tomás Le
Bretón, se mostraba dispuesto a recibir refugiados
judíos, en la práctica la legislación no
facilitó su ingreso al país. De hecho, pocos
días después de las promesas de Le Bretón,
el decreto 8970 de 1936. Este decreto intentaba detener el
ingreso clandestino de refugiados.

¿Era esta política antisemita nazi? De
ninguna manera podríamos hacer esta afirmación. Si
bien la medida demostraba total falta de reparo ante la
situación de los judíos que escapaban del
régimen de Hitler, las restricciones no fueron encausadas
únicamente contra ellos, pues otro tipo de inmigrantes y
refugiados, como los españoles que huían del
franquismo, sufrieron también sus consecuencias.
Además, como se ha planteado más arriba, el
antisemitismo que puede notarse en ciertas disposiciones no
implica una adherencia a la creencia nazi, la cual implica la
adhesión a la solución final del
exterminio.

Frente a este problema, la publicación
nacionalista Bandera Argentina denunció "la
infiltración y el acaparamiento judío del comercio, la
administración
pública, las universidades (…)" (Senkman,
pág. 127). Se retomaba la caracterización del
judío como "invasor". Una publicación religiosa,
Criterio, arremetía en sus páginas contra los
inmigrantes refugiados, pero no lo hacía en tono nazi. El
problema de monseñor Franceschi, quien escribía en
sus páginas, era una cuestión religiosa, de fe. La
solución para él no era la aniquilación de
los judíos (como en la creencia nazi), sino que
debían ser "infieles tolerados". Senkman rescata
cómo Franceschi critica al escritor Hugo Wast por
"(…) concentrar toda la responsabilidad de los males contemporáneos
en los judíos" (pág. 131). Por otro lado, retomando
la obra Oro, de Wast, cabe resaltar que fue rechazada por los
nazis alemanes por admitir la oportunidad de conversión
del judío, relatada en el final de esa obra. Los nazis no
podían aceptar que un judío se convirtiera, que
negara lo su esencia racial. El autor se negó a cambiar el
final, por lo cual podemos asumir que incluso para este grado de
antisemitismo, no se llegaba al extremo nazi alemán.
Senkman nos aclara este punto, corroborando nuestra visión
teórica: "Por tanto las dos opciones abiertas a los
judíos en Argentina por parte del nacionalismo antisemita
movilizador eran: el bautismo redentor o la expulsión, no
el exterminio a la usanza nazi" (pág. 132). Otro escritor,
Manuel Galvez, nos muestra una afirmación reveladora: "Hay
que anticipar que para el nacionalismo argentino no se trata de
matar judíos sino solo de quitarles el poder
político y económico de las manos, y
subsiguientemente expulsarlos del país" (citado por
Senkman, pág 132). Aquí podemos llegar a un punto
crucial: el nacionalismo argentino no podía asimilar un
nacionalismo extranjero como lo era el
nacionalsocialismo.

La ideología nazi era percibida como un elemento
ajeno, extranjero, que no tenía nada que ver con la
cultura argentina. De hecho, el ímpetu
propagandístico de los nazis llegaba a ser molesto de tal
manera que del temor a la invasión judía, se
pasó a la denuncia de la infiltración nazi. La
Comisión Nacional de Actividades Antiargentinas
(nótese el nombre, con una fuerte carga de nacionalismo)
denunció las actividades de grupos nazis en el
país. El nazismo acarreaba una serie de prácticas
que eran vistas como de origen extranjero. Los nazis pasaban a
ser los "invasores", que tanto ímpetu tenían en
meterse en el país.

La creencia nacionalista argentina oponía lo
nacional, lo "realmente argentino", a cualquier elemento que
viniera del exterior. La inmigración, por ejemplo,
debía ser selectiva, y asimilada al país. El caso
del nazismo es una ideología que como tantas otras (el
anarquismo, o el comunismo), fue percibida como amenaza.
Así como en su momento la idea de que los elementos
extranjeros podían resultar "disolventes" llevó a
la vigencia a la Ley de Residencia, el nazismo fue percibido como
amenaza. La fisura de lo nacional, lo que amenaza el ser de la
sociedad argentina, no es el judío, como lo
plantearía la creencia nazi, sino el inmigrante. Los
problemas
sociales, como puede verse en diferentes discursos de la
época, tienen su causa en las políticas
migratorias. Los judíos son construidos como indeseables,
pero al crecimiento del nazismo no se responde con calidez y
aceptación, sino que se opta por una mirada defensiva. Tal
es el caso del plebiscito para la anexión de Austria que
pretendió llevar acabo del gobierno alemán en la
argentina. En este tipo de prácticas, los nazis se han
propasado, metiéndose, a la percepción
del nacionalismo, en territorio nacional que no les
corresponde.

El Anchluss de Austria fue en marzo de 1938. Ronald
Newton relata
cómo el gobierno nazi intentó que se llevara acabo
un plebiscito en Argentina, en el cual los alemanes residentes en
el país pudieran manifestar su apoyo a la anexión.
La negativa de Ortiz a permitir el plebiscito nos muestra
cómo las prácticas nazis eran vistas como ajenas,
algo venido de afuera, que había que vigilar
atentamente.

Otro ejemplo del crecimiento del descontento con las
"intromisiones" nazis en el país fue el acto del Luna
Park, por el día de la unidad. Señala Newton que
"(…) hasta el 10 de abril la opinión
pública argentina había simpatizado en general
con Alemania, pero la arrogante suposición de
extraterritorialidad implícita en el intento de plebiscito
y las listas extra oficiales (…) la habían
distanciado" (1995: 231). El gobierno luego prohibió la
utilización de símbolos nazis para los festejos del
día del trabajador. Era evidente que la presencia nazi
comenzaba a ser vista al menos como molesta.

La cuestión de la educación siempre
fue importante para el Estado, a fines de poder "crear" una
nación. Por eso no llama la atención que la influencia nazi en las
escuelas de las Pampas no haya sido bien vista. Decía el
diario La Prensa: "existen escuelas en las que la enseñanza no se ajusta a las necesidades
del país, sino a planes de expansión de
nacionalidades extranjeras (Citado por Newton, 1995:234). Esta
frase nos muestra la creencia nacionalista en todo su despliegue.
Lo extranjero es completamente opuesto a lo nacional, sirve a
otros intereses, y por lo tanto es una amenaza.

CONCLUSIONES
PARCIALES E HIPÓTESIS

Cómo se ha visto, la posición frente al
nazismo no fue uniforme. Lo que se detecta en esta primera
aproximación es que la creencia antisemita nazi no fue
algo que arraigara demasiado, pues si se tomaron parte de los
postulados nazis, fue siempre en función de
la creencia nacionalista, que cabría desarrollar
más detenidamente en futuros abordajes.

La cadena significante antisemita, en el caso argentino,
se agota, se limita. No llega jamás al "exterminio", que
no es siquiera planteado en los discursos con grandes ecos. Por
otro lado, los discursos no se ven plasmados en verdaderas
prácticas, y cuando se llevan acabo acciones que
perjudican a los judíos (como al restricción de la
migración ante el problema de los refugiados), se revela
que es en contra de "la extranjería" antes que algo puntual contra
los creyentes de esa religión. Como
complemento a esto, pudimos ver cómo también el
nazismo era rechazado por extranjerizante, lo cual nos llevo a
postular que el nacionalismo era una creencia fuertemente
arraigada, que terminó funcionando como coraza de
protección.

Según lo escrito en estas páginas, puede
sostenerse que si bien el antisemitismo estuvo presente durante
la Década Infame, su modalidad nazi no fue ampliamente
adoptada. Más bien podemos hablar de adherencias de
algunos sectores sociales, y complacencia por parte de
autoridades como la Policía o el Estado. Pero pareciera
que el problema de "lo extranjero" era percibido como más
importante. De hecho, la percepción del nazismo como un
fenómeno y una ideología extranjera actuaron en su
contra, pues de la invasión judía se pasó a
la invasión nazi.

Según Laclau, la constitución de cadenas significantes se
oponen a "(…) aquello que el sistema demoniza a los
efectos de significarse a sí mismo" (1996:74). Se
revisó como el judío era la pura negatividad,
según el régimen nazi. De la última parte
del trabajo puede verse cómo esa pura negatividad llega a
ser lo extranjero, figura capaz de desprender diferentes cadenas,
según se la articule de determinadas formas. La figura del
extranjero, bien podía llegar a ser el judío
"usurero", "explotador", "esa enfermedad". Pero la
rearticulación nos permite también desprender: El
extranjero es "el alemán nazi, invasor, acaparador y
avasallante".

Dado esto, cabría investigar con mayor
detenimiento las manifestaciones de rechazo al nazismo como
elemento extranjerizante. Este recorrido inicial de las
reacciones de diferentes actores ante el fenómeno europeo
deja deslizar la hipótesis de que la creencia nacionalista
actuó en contra del nazismo. Por otro lado, cabe estudiar
con mayor detenimiento la acción
de los grupos minoritarios pro-nazis, que llevaban acabo
prácticas y atentaban contra los judíos.

Partiendo de una formulación de la creencia
antisemita nazi tanto en su dimensión discursiva como no
discursiva, se plantea las siguientes hipótesis:

  • La influencia del nazismo en Argentina fue
    limitada por una creencia nacionalista arraigada, que lo
    tachaba por ser una ideología extranjera. Esta creencia
    gozaba de buena salud en la época, reflejada en
    discursos y en prácticas concretas. No puede decirse lo
    mismo del nazismo en Argentina.
  • Algunos actores sociales pudieron dar el visto
    bueno al antisemitismo nazi, pero al no demostrar una
    práctica propiamente nazi, podemos asumir que la
    creencia no calaba hondo en los mismos. Se trataría de
    una adherencia superficial, que no estaría dispuesta a
    llevar las palabras del discurso nazi a sus últimas
    consecuencias.

Para proseguir la investigación, debería relevarse
detalladamente el material publicado en la prensa pro nazi, como
El Pampero, Bandera Argentina o La Razón, teniendo
específicamente en cuenta la acción de agrupaciones
nazis activistas. Conectar estos hechos concretos con los
discursos publicados ayudará a comprender mejor la
magnitud del fenómeno nazi en Argentina.

A su vez, deberá tomarse en cuenta detalladamente
el posicionamiento
de actores sociales de relevancia como el ejército, la
policía o el gobierno y otros partidos políticos.
De aquí podrán extraerse hechos concretos –
leyes, operatorias – que den cuenta del arraigo del nacionalismo
y del antisemitismo en el país. Esto podrá
contrastarse con los discursos que se encuentren en la prensa
nacionalista y conservadora de la época.

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Por:

Tomás González Canosa

Universidad de Buenos Aires

Facultad de Ciencias
Sociales

SEMINARIO: LA INFLUENCIA DEL NAZISMO EN LA PRENSA
Y LA SOCIEDAD CIVIL

CÁTEDRA: Efron

Partes: 1, 2
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