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La Pobreza de Nuestro Estado y el Estado de la Pobreza (página 2)




Enviado por Jorge D�vila



Partes: 1, 2

Eso es lo que, resumidamente y en su esencia, significa
construir el Estado de
Bienestar (Welfare state, État providence, Sozial Staat).
Suele decirse que en Europa
prosperó la realización de ese invento
gubernamental gracias a las luchas sociales. Eso en muy buena
medida es cierto. Pero lo es también, y no precisamente
como una nota marginal, el que el mismo invento del Estado de
Bienestar fue la solución magistral al conflicto
social por excelencia, a saber, el que generaba la
confrontación entre las posiciones antagónicas en
relación con el gobierno de
la pobreza. Y
estas no eran otras que las que defendían las tesis
liberalistas y socialistas; frente al pobre, según el
diagrama puro
del liberalismo,
no hay más que hacer que apelar al principio de responsabilidad, y según este la moral exige de
la responsabilidad que cada quien encuentre en sí mismo el
principio de rectificación de su conducta6.

Por su parte, las tesis socialistas van a exigir paridad
entre el derecho a la propiedad, tan
caro a las libertades defendidas por el liberalismo, y el derecho
al trabajo,
aspiración suprema de igualdad para
las masas pauperizadas. Este conflicto es uno y el mismo con la
aspiración de lograr alcanzar la ciudadanía de hecho; es decir, lo que ya de
derecho consagraba la Declaración de los Derechos del Hombre.
Planteado el conflicto así, el horizonte de la guerra civil
fue conjurándose lentamente conforme las dos posiciones se
vieron arrastradas (obligadas por los eventos
singulares de la confianza que desplegaba una técnica de
la seguridad y
generadora del derecho social) hacia un proceso de
negociación con un intermediario
inesperado: el Estado republicano, hasta entonces puro
sueño, investido con esa extraña pero real y
potente figura en el sentido político, la del
Bienestar.

De modo que, y esto es de vital importancia para nuestra
tesis, puede establecerse la siguiente ecuación
histórica (si se me permite este abusivo término):
el Estado de Bienestar no es posible sin el desarrollo de
una sociedad
salarial, ni es posible el sostenimiento de una sociedad salarial
que no se apoye en un Estado de Bienestar.

En otras palabras, que ver en el Estado de Bienestar
sólo una función
política
según la cual el Estado es responsable de la
protección y la promoción de un sistema
técnico de seguridad
social es tanto reducido como ahistórico, por ende
parcial y parcializado7.

Y bien, volvamos a estos terruños
latinoamericanos. La tesis que sostengo, y que creo válida
al menos para el caso venezolano, es la siguiente. Si al
sueño independentista de los libertadores latinoamericanos
del siglo XIX, quienes bebieron en las fuentes de las
ideas de la revolución
francesa, siguió la pesadilla del florecimiento de
regímenes tiránicos y despóticos abriendo
espacio a nuevas formas del colonialismo; algo isomórfico
puede decirse de las pretendidas transformaciones de las sociedades
latinoamericanas durante el siglo XX. Veamos cómo y por
qué.

En este siglo el nuevo sueño constructivo no ha
sido otro que el de la realización del modelo de
protección social, el de la construcción del Estado de Bienestar. Sin
embargo, las diferencias con el caso europeo resultan demasiado
palpables. No solamente por los dramáticos resultados de
este fin de siglo, en lo que a pobreza de la
población se refiere, sino también
por la propia forma que adquirió nuestro peculiar
transcurso histórico. Un transcurso en el que si apenas
hemos alcanzado a construir una pobre caricatura del Estado de
Bienestar. Y ello por algunas razones.

Primero.

Los ideales de construcción social no fueron
buscados en el modelo de Estado de Bienestar como fuente de
inspiración. No. Las ideas del Estado de Bienestar, fruto
de una conflictiva gestación histórica como hemos
visto, fueron tomadas como modelo en sentido estricto: como una
forma que debía ser imitada. Podríamos preguntarnos
si, en su sentido profundo, la célebre frase "sembrar
el
petróleo" no quería decir, precisamente,
"¡construyamos un Estado de Bienestar y una sociedad
salarial!". Claro está, si nos limitamos al terreno de las
ideas puede decirse que el resultado ha sido en buena medida
exitoso, puesto que copiar constituciones y decretar marcos
jurídicos con nociones de derecho social no es tarea
política muy exigente. Al menos no lo fue en Venezuela
donde, desde finales de los años treinta, era claro el
acuerdo de instituir constitucionalmente los derechos sociales;
de hecho, se actuó políticamente desde 1936 como si
ya fuesen derechos.

Segunda razón. En relación con las
condiciones de posibilidad de realización de la sociedad
salarial, ni el

Componente estrictamente económico de la
industrialización, ni el desarrollo de una fuerza
laboral
industrializada han visto luz del
día en Venezuela.

En esa ausencia ha radicado, precisamente, la fuerza
económica del neocolonialismo cada día más
vigoroso. En consecuencia, mal podría haberse desplegado
un Estado como Estado de Bienestar.

Tercera razón. Algo bastante claro muestra nuestra
institucionalidad desde el punto de vista administrativo. Si se
quiere, puede decirse que en este espacio se corrobora la
caricatura de Estado de Bienestar que hemos alcanzado.
¿Qué tenemos como mecanismos institucionales de
protección social? Desde los propios inicios del siglo XX
se destaca la proliferación de organismos gubernamentales
destinados a la protección social. Esta
proliferación va a la par con la mejora cualitativa de las
disposiciones jurídicas a las que ya he hecho referencia
(copias y actualizaciones que siguen "lo mejor" de la jurisprudencia
del norte; p. ej. la declaración de los derechos del
niño). Ahora bien, que esos organismos o instituciones
oficiales hayan sido un completo fracaso no es asunto
difícil de aceptar: basta contrastar los alcances en
beneficios sociales de las instituciones equivalentes del Estado
de Bienestar europeo con los magros resultados en nuestro caso.
Debe notarse que además de la proliferación de
organismos, y la mayor parte de las veces en nombre de la
ineficiencia de éstos, ha aparecido la
proliferación de programas y
"políticas sociales" que pretenden enmendar
entuertos. "Políticas sociales" que, hasta en el mismo
nombre genérico, son una contradicción con la misma
noción de Estado de Bienestar8. En 1998 estamos asistiendo
a una suerte de penoso funeral sin duelo de una de las
instituciones de la protección, el Instituto Venezolano de
los Seguros Sociales,
con fecha de muerte
decretada en ley por el
Congreso de la República: ¿no es ese hecho
emblemático?

De esta manera podemos formular la tesis de que en
nuestro caso, más que un "exceso de Estado", como suele
pregonarse con tanta fuerza desde hace unos años ("no
puede ser que el Estado nos siga asegurando desde la cuna hasta
la urna", H. Ramos Allup -diputado- dixit), lo que hemos
presenciado es un defecto de Estado o una pobreza de Estado.
Entiéndase por ello la presencia de una
desfiguración del Estado de Bienestar. Una
desfiguración que parece ocultarse con la fuerza
discursiva

de quienes hablan de abrir paso a las formas de
participación de todos los ciudadanos en la
construcción de la "sociedad civil",
siguiendo los nuevos desarrollos de participación civil en
los países industrializados. ¿No será esta
copia

de última moda y
último grito la base de una nueva ilusión para el
alcance del remedio de la pobreza?

*

2 Cf. Giovanna Procacci,
Gouverner la misère, Seuil, Paris, 1993.

3 Thomas R. Malthus, An Essay
on the Principle of Population, London, 1798.

4 Esta expresión es
aún más antigua que las referidas leyes.
Corresponde a una ordenanza de Eduardo III en

1394 en respuesta a los efectos
de la peste. Las poor laws mantendrán el espíritu
de esa ordenanza. Cf. J.C. Ribton-Turner, History of Vagrants and
Vagrancy, and Beggars and Begging, New Yersey, 1972.

5 Robert Castel, Les
métamorphoses de la question sociale. Une chronique du
salariat, Fayard, Paris, 1995.

6 Cf. François Ewald,
Histoire de l’État providence. Les origines de la
solidarité. Grasset, Paris, 1986.

7 Esta es precisamente una de
las reducciones preferidas por el pensamiento
neoliberal en su crítica
al Estado

de Bienestar. Por ello el
hincapié de esa crítica en el asunto de la eficiencia y la
efectividad del aparato técnico de seguridad
social.

II. CAMBIOS EN EL
ROSTRO Y EN EL ALMA DE LA
POBREZA

Me pregunto, en principio, si esa moda de participación ciudadana, que ya vemos
pulular como orientación básica de las
"políticas sociales" emprendidas por

el Estado, pero también por asociaciones de la
más variada índole e incluso por parte de las
empresas
privadas, no sea una suerte de reedición de este temprano
anuncio malthusiano del principio moral de responsabilidad a lo
liberal: "Debe enseñarse al pobre que en justicia
sólo debe depender de sus propios esfuerzos, de su propia
actividad y previsión; que si éstas fallan, la
ayuda en su desgracia sólo puede ser objeto de una
esperanza racional, y que incluso el fundamento de esta esperanza
dependerá en grado considerable de su propia buena
conducta y de
la evidencia de que las dificultades en que se halla no dependen
en modo alguno de su indolencia o imprudencia." Ciertamente hay
parecidos entre este principio moral y el discurso
actual relativo a la participación ciudadana, pero con
alguna diferencia. Esa diferencia permite ver cómo se
aleja dramáticamente la distancia entre el tipo de pobres
(y su destino) del que se hablaba a fines del siglo de las luces
y el tipo de pobres (y su destino) del que hablamos a fines del
siglo XX. Veamos esa diferencia.

Tengamos en cuenta que la diferencia debe, a su vez,
distinguir el caso europeo y nuestro caso. Primero hablemos de
"los de arriba", de "los del norte"; la historia obliga.

Se percibe con bastante claridad que el Estado de
Bienestar, el exitoso, el europeo, entró en crisis.
Nótese bien, una crisis que viene de la entraña del
éxito
parcial. El quiebre fundamental radica en sí será
posible o no que el Estado siga siendo el garante fundamental de
una sociedad salarial. Ese, y no otro, es el meollo del gran
debate europeo
sobre la crisis del empleo; dicho
más contundentemente, si el empleo alcanza para todos, o
mejor aún, si los puestos de trabajo alcanzan para todos.
Pero, ¿qué quiere decir que el Estado (el de
Bienestar, se entiende) sea el garante de la sociedad salarial?
Pues, ni más ni menos, que el Estado sea el garante de la
solidaridad
necesaria para sostener una sociedad de producción (y de consumo,
¡claro está!). Y bien, lo que está en
juego, en
discusión, eso de lo que se duda ahora en Europa, es si
más bien el Estado no debe sufrir una mutación en
su rol pasando a ser el garante de la producción de la
sociedad más bien que sostener la solidaridad de una
sociedad de producción, como bien lo ha explicado, entre
otros, Jacques Donzelot9.

Y, en esa crisis del Estado de Bienestar, ¿es
lícito hablar de pobreza? El término más
divulgado no es precisamente el de "pobres" para caracterizar al
10 al 13% de la población que se encuentra sin trabajo en
los países europeos. El término usado es,
más bien, el de "excluidos"; término exagerado, sin
duda. Pero que, realmente, muestra el límite de lo
intolerable para una sociedad que pretendió resolver la
cuestión social apegada a la ilusión del progreso
material propio de la sociedad de producción.
Límite que, para repetir una metáfora usada por
Pierre Bourdieu, está definido por la ocupación de
una posición inferior y oscura en medio de un universo
prestigioso y privilegiado, como el contrabajista en la orquesta
en el relato de Patrick Süskind10. Límite que
consiste, para decirlo sin metáforas, en mostrar el
riesgo
inminente de la desafiliación: no tener ni una
posición social al menos estable (esencialmente asegurada
por el salario) ni un
sentido mínimo de pertenencia a una red de relaciones
sociales con otros semejantes. La "miseria de posición" o
el "riesgo de desafiliación" es una nueva forma del riesgo
de no poder ser
ciudadano (más precisamente, ya no poder serlo) comparado
con la situación de hace 200 años cuando la "gran
miseria" estuvo asociada a la valoración política
de aspirar a ser ciudadano.

De modo que las transformaciones actuales del Estado en
las naciones europeas son unas y las mismas con las
transformaciones de la llamada sociedad civil. Se trata de una
nueva lucha contra el riesgo de la desafiliación; el mismo
riesgo que, revestido con amenazas de guerras
civiles, engendró el Estado de Bienestar. No es,
francamente hablando, una lucha contra la pobreza, o mejor,
contra la miseria. Es en esas transformaciones donde florece un
sentido auténtico de lo que parece una moda y no es, a
saber, el empeño por instaurar mecanismos de
participación ciudadana. ¡Que no se confundan los
que con ojos prestados al sueño de la
ilustración y el progreso creen ver en esa
participación (cargada del empeño de una comunicación transparente) la
reedición salvadora del proyecto de una
sociedad ilustrada! No; es, sencillamente, la salvación de
una sociedad de producción (y de consumo, ¡no se
olvide!). Salvación que tiene su condición de
posibilidad en el éxito, limitado, es verdad, del Estado
de Bienestar. Por eso, y no por otra cosa, después de la
boga del neoliberalismo
en Europa, de hace unos años, se retorna, con la calma
tormentosa de estos tiempos, a una política de Estado que
enuncia nuevas claves de la negociación iniciada a
mediados del siglo XIX. Nuevas claves que enuncian una
reorganización del debate público y un nuevo status
para la vieja pasión política.

Espero que se entienda la diferencia con los de
aquí, con "los de abajo", con "los del sur", con nos-otros
(Briceño Guerrero dixit). Nuestros pobres, ¿son los
mismos a los que se refería Malthus? ¿son como esos
campesinos irlandeses e ingleses que el reverendo se
empeñaba en que pararan por sí mismos su
empeño en multiplicarse como conejos?

Si a inicios del siglo XIX la pobreza se hubiese medido
por "canastas alimentarias" o por "necesidades básicas
insatisfechas" o por "salarios
mínimos" seguro que la
respuesta sería afirmativa. Sólo la inmensa
arrogancia de la tecnocracia, pretendiendo erigirse en
razón, con la que se viste el pensamiento neoliberal, ha
tenido la osadía de querer hacer creernos que la pobreza
es un absoluto cuantificable11. La condición de pobreza es
siempre una posición relativa; pero no sólo porque
necesite un opuesto de referencia (opulencia, riqueza) para
definir una escala de medida.
El asunto es un tanto diferente. Los pobres del siglo pasado eran
tales, y eso tanto en Europa como en estos lares, en
relación con una medida más fundamental; en el
fondo, en relación con algo que no es propiamente una
medida. Se trataba de una condición superable conforme se
la coloca en un horizonte de vida; en un proyecto de sociedad; en
una ilusión si se quiere, o mejor, en una esperanza. Para
el liberalismo puro, por ejemplo, se trataba de una "esperanza
racional" —según el anunciador término de
Malthus—, a saber, la del principio de
responsabilidad.

Pero, es necesario que insista en esto que creo haber
dicho ya con otras palabras: para Europa, para sus pobres,
había, y creo que aún lo hay, un horizonte de vida
con arraigo histórico; precisamente el que logró
construir el Estado de Bienestar y que se encuentra en pleno
proceso de transformación o de re-definición. Para
los de aquí, para los pobres de entre nos-otros, desde
inicios del siglo XIX, no sólo no hay horizontes vitales,
sino que los rasgos elementales de los que pudieron haber
florecido —fruto de nuestro mirar (des)atento y embelesado
hacia el norte— fueron desvanecidos, por no decir
aplastados, por el empeño ilusionista de los mercaderes de
la ganancia fácil y de los mercaderes de la
política (juntos o separados por sus propias
fuerzas).

Más concretamente, quizás pueda decirse
que nuestros pobres de inicios de siglo XX, nuestra pobreza
llamada rural era, posiblemente, más "rica" que la de hoy.
Tenía, o se le hacía la imagen de
poseerla, una ilusión de horizonte de vida: la promesa de
un Estado de Bienestar. Con esa promesa se les hizo transitar el
inmenso espacio de nuestro territorio, en un corto tiempo, para
conocer el drama insospechado de las condiciones de vida de la
pobreza urbana marginal. Pero esa pobreza rural tenía,
además —y eso le era, posiblemente, más
auténtico— los restos claros de unos mecanismos de
filiación, de amistad, de
cercanía, de sentido humano apegado a una tradición
compleja que nunca entendimos. Demasiado ocupados estuvimos con
los juegos de los
ilusionistas internos y externos.

Nuestra pobreza ha mutado. Ya no tiene la "medida" de un
horizonte vital como referencia de su esencial relatividad. Con
mucha fuerza le han impuesto de modo
sutil, en muy pocos años y muy recientemente, un discurso
que ella debe repetir; un discurso que, ocultándose en los
programas y medidas engendrados por tecnócratas y
académicos, sirve de soporte para la extraña
convicción "política" que conjuga las tesis
malthusianas sobre la pobreza con las nuevas modalidades de
participación civil que sólo tienen sentido cabal
en los cambios actuales de la sociedad de
producción-consumo de la Europa occidental. Más
profundo aún, la mutación de nuestra pobreza tal
vez ni siquiera quede bien expresada con la asociación
entre la falta (o desaparición) de horizontes de vida y la
ausencia de mecanismos de filiación. Y digo, tal vez,
porque dudo que la noción de filiación, entendida a
la manera europea moderna, es decir, mecanismos de
relación en redes sociales de
cercanía, de amistad, de solidaridad, etc., resulte
suficiente para entender la "riqueza" que aún puede estar
pidiendo comprensión y entendimiento de nuestro propio
fuero interno.

*

8 Es posible que el frecuente
uso de este término, entre nosotros, no sea más que
un anglicismo (traído de Norteamérica (policies))
que desfigura el significado que tiene la vieja noción (al
menos en alemán) de Sozial Politik que es una y la misma
con la de Sozial Staat. En otras palabras, para el Estado de
Bienestar, la "política
social" no es otra que la "política" del
Estado.

9 Cf. L’avenir du social
in ESPRIT, Mars, 1996; p.p. 58-81. Véase también
L’invention du social. Essai sur le déclin des
passions politiques, Fayard, 1984.

10 Pierre Bourdieu, La
misère du monde, Seuil, Paris, 1993. Si la metáfora
sugiere que la posición inferior está definida
contra-lo-bajo (contrebasse) mirando hacia lo alto, podemos
decir, con la ventaja que ofrece

nuestra lengua, que la
ocupación de esa posición inferior muchas veces, en
el norte, es con-trabajo como ciertamente ocurre con el
contrabajista. Y se entiende por qué la noción de
exclusión es, a lo sumo, metafórica puesto que los
sin-trabajo quedan fuera del universo prestigioso y
privilegiado.

11 Como ejemplo, dejo al lector
el entretenimiento de descifrar el razonamiento del Banco Mundial
(La pobreza es un conjunto de medidas, ¿finito o
infinito?): Poverty is multidimensional. No single
measure

adequately captures the many
aspects of human deprivation. By all indicators and measures,
however, tremendous progress has been made in reducing poverty in
major parts of the developing world. Poverty

Reduction and The World Bank.
Progress in Fiscal 1996
and 1997. The World Bank, Washington, December 1997.

III.
¿CUÁL NUEVA RIQUEZA INVOCAR PARA QUE NO HAYA
MÁS POBREZA?

Quisiera concluir esbozando una respuesta a esta
pregunta que no es otra cosa que mi respuesta más sincera
y humilde ante esta exigente cuestión moral e
intelectual.

Sugería más arriba que tal vez haya una
inmensa riqueza oculta en nuestra pobreza. Seguramente es una
riqueza que necesita de otras para poder florecer. Por ejemplo,
necesita seguramente de nuestra(?) riqueza petrolera distribuida
igualitariamente y no del modo como sabemos que se distribuye
desde los inicios del Zumaque I. Podría agregar otras
riquezas necesarias. Pero hay una, en especial, a la que quiero
referirme. Se trata de la que está entre algunos de
nos-otros: universitarios, académicos, intelectuales.

Se trata de cumplir la exigente tarea de comprender
nuestra propia pobreza —la de intelectuales,
académicos, universitarios—: comprender las amarras
intelectuales y materiales que
no nos dejan ver, como en claro mediodía, las verdades que
están ante nuestros ojos; se trata de comprometerse
plenamente en el ejercicio de liberar el pensamiento de manera
que nos aliente la esperanza de hacer, completa y cabalmente, un
ejercicio honesto de intelectualidad frente a nuestros
pobres.

Si el presente texto anima al
lector a hacer ese ejercicio, habrá cumplido su
único propósito.

Dic. 1997 -Ene. 1998

 

Jorge Dávila

Departamento de Sistemología Interpretativa –
Universidad de
Los Andes – Mérida – Venezuela.

Suplemento Cultural de Ultimas Noticias, No.
1573, 1998

Partes: 1, 2
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