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Psicología y Martirio I. Anexo. El testimonio de fe del S. I – IV d. J.C. en el Imperio Romano


Partes: 1, 2

    1. Anexo
    2. Carta de la iglesia de Esmirna,
      que relata el martirio de su obispo Policarpo y sus
      compañeros mártires
    3. Carta de
      las iglesias de Viena y Lyon sobre el martirio de Potino,
      obispo y otros muchos fieles

    Un estudio basado en la XXIX Videoconferencia Teológica
    Internacional, que tiene por tema: "El martirio y los nuevos
    mártires". Prefectura de la Congregación para el
    Clero – S. Em. Revma. Cardenal Darío Castrillón
    Hoyos (Ciudad del Vaticano, 28 mayo 2004): Roma: Jean Galot,
    Bruno Forte, Antonio Miralles y Paolo Scarafoni; Manila:
    José Vidamor Yu; Taiwán: Louis Aldrich;
    Johannesburgo: Graham Rose; Bogotá: Prof. Silvio Cajiao;
    Sydney: Julian Porteous; Moscú: Ivan
    Kowalewsky,…

    La dirección de este trabajo de
    docencia e
    investigación a cargo del sacerdote y
    escritor español
    Padre Jesuita Jorge Loring, S.I. con la colaboración
    especial del Presidente de la sección de
    Suicidología de la Asociación Cubana de
    Psiquiatría, el Prof. y Dr. Sergio Andrés
    Pérez Barrero, fundador de la sección de
    Suicidología de la Asociación Mundial de
    Psiquiatría (AMP).

    ANEXO

    Debemos observarles de las cartas de la
    Iglesia de
    Esmirna, de Viena y Lyon que se trata de archivos
    no-oficiales realizados por, testigos presenciales, o al menos
    contemporáneos que anotaban el testimonio de aquellos,
    tales como el "Martyrium S. Polycarpi" … A éstos debe
    agregarse la "Epistola Ecclesiarum Viennensis et Lugdunensis",
    contando la historia de los
    mártires de Lyon.

    La lectura
    pública de los Acta en las iglesias ofrecería
    naturalmente, una garantía de su autenticidad; …
    costumbre adquirida ciertamente en Africa, por el
    Tercer Concilio de Cartago (canon XLVII)… Había
    también un intercambio de los Acta entre las diferentes
    Iglesias, como observamos, por el "Martyrium S. Polycarpi" y la
    "Epistola Ecclesiæ Viennensis et Lugdunensis".

    Extracto de las "Actas selectas de los mártires"
    Págs. 31-41, Ed. Apostolado Mariano, C/ Recaredo 44.
    41003. Sevilla, 1991.

    A) CARTA DE LA
    IGLESIA DE ESMIRNA, QUE RELATA EL MARTIRIO DE SU OBISPO POLICARPO
    Y SUS COMPAÑEROS MÁRTIRES

    En Esmirna el año 155 d.c.

    La Iglesia de Dios, establecida en Esmirna, a la Iglesia de
    Dios, establecida en Filadelfia, y a todas las partes de la
    Iglesia santa y católica extendida por todo el mundo; que
    la misericordia, la paz y el amor de
    Dios Padre y Nuestro Señor Jesucristo sobreabunde en
    vosotras.

    Os escribimos relatándoos el martirio de nuestros
    hermanos, y, en especial, del bienaventurado Policarpo, quien,
    con el sello de su fe, puso fin a la persecución de
    nuestros enemigos. Todo lo sucedido fue ya anunciado por el
    Señor en su Evangelio, en el cual se halla la regla de
    conducta que
    hemos de seguir. Según, El, por su permisión, fue
    entregado y clavado en la cruz para salvarnos. Quiso que le
    imitáramos, y El fue el primero de entre los justos que se
    puso en manos de los malvados, mostrándonos de ese modo el
    camino que habíamos de seguir, y así,
    habiéndonos precedido El, no creyéramos que era
    demasiado exigente en sus preceptos. Sufrió El el primero
    lo que nos encargó a nosotros sufrir. Se hizo nuestro
    modelo,
    enseñándonos a morir, no sólo por utilidad propia,
    sino también por la de nuestros hermanos. El martirio, a
    aquellos que le padecen, les acarrea la gloria celestial, la cual
    se consigue por el abandono de las riquezas, los honores e
    incluso los padres. ¿Acaso tendremos por demasiado el
    sacrificio que hacemos a tan piadoso Señor, cuando sabemos
    que sobrepuja con creces lo que El hizo por sus siervos, a los
    que éstos pueden hacer por El?. Por tanto, os vamos a
    narrar los triunfos de todos nuestros mártires, tal como
    nos consta que tuvieron lugar, su gran amor para con
    Dios y su paciencia en soportar los tormentos.
    ¿Quién no se llenará de admiración al
    considerar cuán dulces les eran los azotes, gratas las
    llamas del eculeo, amable la espada que los hería y suaves
    las brasas de las hogueras?. Cuando corriendo la sangre por los
    costados, con las entrañas palpitantes a la vista, tan
    constantes estaban en su fe, que aunque el pueblo conmovido no
    podía contener las lágrimas ante tan horrendo
    espectáculo, ellos solo estaban serenos y tranquilos. Ni
    siquiera se les oía un gemido de dolor; y así como
    habían aceptado con alegría los tormentos, del
    mismo modo los toleraban con fortaleza. A todos los
    asistía el Señor en los tormentos, no sólo
    con el recuerdo de la vida eterna, sino también templando
    la violencia de
    los dolores, para que no excediesen la resistencia de
    las almas. El Señor le hablaba interiormente y les
    confortaba, poniéndoles ante los ojos las coronas que les
    esperaban si eran constantes; e ahí el desprecio que
    hacían de los jueces, y su gloriosa paciencia. Deseaban
    salir de las tinieblas de este mundo para ir a gozar de las
    claras moradas celestiales; contraponían la verdad a la
    mentira, lo terreno a lo celestial, lo eterno a lo caduco Por una
    hora de sufrimientos les esperaban goces eternos.

    El demonio probó contra ellos todas sus artes; pero la
    gracia de Cristo les asistió como un abogado fiel.
    También Germanico, con su valor,
    infundía ánimos a los demás. Habiendo sido
    expuestos a las fieras, el procónsul, movido de
    compasión, le exhortaba a que tuviese piedad al menos de
    su tierna edad, si le parecía que los demás
    bienes no
    merecían ser tenidos en consideración. Pero
    él hacía poco caso de la compasión que
    parecía tener por él su enemigo y no quiso aceptar
    el perdón que le ofrecía el juez injusto; muy al
    contrario, el mismo azuzaba a la fiera que se había
    lanzado contra él, deseoso de salir de este mundo de
    pecado. Viendo esto el populacho, quedó sorprendido de ver
    un ánimo tan varonil en los cristianos. Luego todos
    gritaron: "Que se castigue a los impíos y se busque a
    Policarpo.

    En esto, un cristiano, llamado Quinto, natural de Frigia, y
    que acababa de llegar a Esmirna, él mismo se
    presentó al sanguinario Juez para sufrir el martirio. Pero
    la flaqueza fue mayor que el buen deseo. Al ver venir hacia
    sí las fieras, temió y cambió de
    propósito, volviéndose de la parte del demonio,
    aceptando aquello contra lo que iba a luchar. El
    procónsul, con sus promesas, logró de él que
    sacrificara. En vista de esto, creemos que no son de alabar
    aquellos hermanos que se presentan voluntarios a los suplicios,
    sino mas bien aquellos que habiéndose ocultado al ser
    descubiertos, son constantes en los tormentos. Así nos lo
    aconseja el Evangelio, y la experiencia lo demuestra, porque
    éste que se presentó, cedió, mientras
    Policarpo, que fue prendido, triunfó.

    Habiéndose enterado Policarpo, hombre de gran
    prudencia y consejo, que se le buscaba para el martirio, se
    ocultó. No es que huyera por cobarde, sino más bien
    dilataba el tiempo del
    martirio. Recorrió varias ciudades, y como los fieles le
    dijesen que se diese más prisa, y se ocultase prontamente,
    él no se preocupaba, como si temiera alejarse del lugar
    del martirio. Al fin se consiguió que se escondiese en una
    granja.

    Allí, noche y día, estuvo
    pidiendo al Señor le diera valor para sufrir la
    última pena. Tres días antes de ser prendido le fue
    revelado su martirio. Parecióle que la almohada sobre la
    que dormía estaba rodeada de llamas. Al despertarse el
    santo anciano dijo a los que con él estaban que
    había de ser quemado vivo.

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