- El discurso moderno sobre la
pobreza - Sobre la
individualidad - Sobre la
sociedad salarial - Sobre la
justicia social
Se somete a discusión si el discurso sobre
la pobreza,
compartido hoy día por las organizaciones
mundiales más dominantes —Fondo Monetario
Internacional, Banco Mundial,
Programa de
las Naciones Unidas
para el Desarrollo,
Organización de Cooperación y
Desarrollo
Económico—, contribuye a aclarar la
cuestión de la paz o si, más bien, contribuye a
oscurecerla. Al efecto se propone una revisión de la
manera de concebir la relación entre la cuestión de
la paz (o de la guerra) y la
cuestión de la pobreza. Esta
revisión establece el contraste entre una relación
paz-pobreza oriunda de los textos griegos clásicos y una
relación paz-pobreza propia de la modernidad ligada
al principio de la justicia
social. El sentido del nuevo discurso sobre la pobreza aparece en
correspondencia con la crisis del
principio de justicia social y con la mutación que desde
la década de los noventa sufre la justificación del
capitalismo.
INTRODUCCIÓN
En la última década hemos sido testigos de
la aparición de un nuevo discurso sobre la pobreza. El
punto culminante, por ahora, de ese discurso lo representa un
documento titulado "Un mundo mejor para todos"2 presentado a
inicios de julio de 2000. Se trata de un discurso en que sus
signatarios afirman: No podemos permitirnos perder la batalla
contra la pobreza. ¿Quiénes son esos signatarios?
Son: el Secretario General de las Naciones Unidas (ONU), el
Secretario General de la
Organización de Cooperación y Desarrollo
Económicos (OCDE), el Director Gerente del
Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el
Presidente del Grupo del
Banco Mundial
(BM). La batalla se fija siete objetivos; el
fundamental de ellos: reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la
proporción de personas que viven en la pobreza extrema.
Eso significa, sacar del umbral de vivir (¿o de estar
muriendo?) con menos de un dólar diario a la mitad de casi
el 30% de la población mundial (hay regiones donde
alcanza cerca del 50%). Los firmantes afirman cuáles son
las condiciones del éxito
de esa batalla: ante todo, unas voces más elocuentes que
hablen a favor de los pobres, una estabilidad y un crecimiento
económicos que beneficie a los pobres, unos servicios
sociales básicos para todos, unos mercados abiertos
para el comercio y la
tecnología
y unos recursos para el
desarrollo suficientes y bien utilizados. ¿Qué
clase de
discurso sobre la pobreza es éste? ¿son los citados
organismos las voces más elocuentes que hablan a favor de
los pobres? ¿a que tipo de guerra pertenece esa
batalla?
…….
1 Una primera versión de
este texto fue
presentada como ponencia invitada para el Coloquio franco-andino
La question philosophique de la guerre et de la paix celebrado en
Lima, noviembre de 2000, organizado por el Departamento de
Filosofía de la Universidad de
París 8 con el auspicio de la Embajada Francesa en
Perú.
Centro de Investigaciones
en Sistemología Interpretativa, Universidad de Los Andes.
Mérida – Venezuela
2 En
www.paris21.org/betterworld
EL DISCURSO MODERNO
SOBRE LA POBREZA
La modernidad no ha podido vivir sin un discurso sobre
la pobreza. En ello la modernidad no es radicalmente diferente
de otras épocas; cada una de ellas ha nombrado, de
algún modo, la carencia y la privación e incluso ha
hecho problema de esa condición humana.
Esta época moderna inauguró, sin embargo,
una problematización de la pobreza que le es propia y que
ha ido sufriendo transformaciones profundas en los dos
últimos siglos. Que el modo de nombrar la pobreza y de
problematizarla sea diferente en distintas épocas, puede
ilustrarse con cierta facilidad si miramos, por ejemplo, la
modalidad del discurso de la sociedad
tradicional homérica o el modo como la comedia griega
lleva al teatro
público dicho tema o, también, el modo como queda
inscrita en el inicio de la filosofía.
Cuando la mirada de Ulises se abre de nuevo en su
tierra, su
condición es el límite exacto de la
privación y la carencia: un anciano andrajoso mendicante,
irreconocible aun para sus más próximos. El apoyo
que consigue en la condición humana de Eumeo, su
porquerizo, refleja el modo como la sociedad homérica
nombra la pobreza y, al nombrarla, realiza la acción
de su acogida: Eumeo, cuya condición de vida es la del
siervo ultrajado por la ausencia de su amo auténtico,
invoca a Zeus hospitalario para declarar ante Ulises, sin
reconocerlo y en ese momento confundido en la figura de un
extranjero, esta sentencia: Extranjero, es mi costumbre honrar
los huéspedes, incluso si su condición es
más miserable que la tuya, pues son de Zeus todos los
forasteros y todos los mendigos (XIV, 56-58). Es a la potencia divina a
la que se debe, en la sociedad homérica, tanto la
condición de privación y carencia como la salida de
esa condición. Mas no debe entenderse tal dependencia
humana de lo divino en la forma simplista según la cual lo
humano sigue el riguroso cauce de un rígido destino
definido por la divinidad.
Como bien lo ha mostrado J. P. Vernant3, los dioses
están presentes en los asuntos humanos hasta en sus
contradicciones y sus conflictos o,
mejor aún, tal como aparece en Homero, la
sociedad que forman las potencias del más allá
prolonga la organización jerárquica de la sociedad
humana.
Hay una suerte de tensión, entonces, entre un
mundo armonioso y un mundo desgarrado en cada una de las sociedades, la
humana y la divina, y en su propia interpenetración. La
condición de carencia y privación humana tiene
correlato en el mundo divino; la vivencia y liberación de
la tensión de la carencia y la privación tiene
rostro humano y rostro divino: Eumeo humaniza a Zeus hospitalario
tanto como Zeus hospeda dioses desvalidos; Atenea empobrece su
condición divina al envejecer a Ulises. En esa compleja
relación, la pobreza, la condición de penuria y
dificultad, se mueve oscilando entre una visión
trágica y una visión optimista. El rasgo
trágico se expresa en la peripecia del héroe
devenido pobre; el optimismo en la recuperación de Eumeo
de su auténtica condición. Ese optimismo es, por lo
demás, como la apertura al prototipo de pobre
ejemplificado en la figura del rústico, tal como nos lo
describe Philippe Borgeaud4; rústico que aparece con la
invención de la oposición ciudad–campo en el
siglo V.
Página siguiente |