- La monarquía no admite
fallos - El rey de
la televisión - El gran
fiasco del enlace - Gran despliegue
y pocas ventas - Tras la
boda marketing democrático
Juan Carlos I es el rey de la
televisión. La restauración monárquica
no habría sido posible sin democracia y
sin televisión.
25 millones de españoles vieron en directo
algún momento la boda real entre Felipe de Borbón y
Letizia Ortiz. El "sí, quiero" de los novios principescos
marcó el récord absoluto de audiencia de la
historia de la
televisión en el Reino de España. El
consumo de
televisión se elevó a casi cinco
horas, récord absoluto por encima de las cuatro y mucho de
la dieta cotidiana nacional.
Uno de cada tres ciudadanos estuvo pendiente el
sábado 22 de mayo del enlace entre el
príncipe y la periodista. Ni el ocurrente Billy Wilder
habría filmado mejor comedia.
Anoten los programadores, si en algún momento hay que
reflotar la televisión ya se sabe la receta: casar
príncipes e infantas. Las bodas de las infantas Elena
sevillana, romántica y colorista y Cristina barcelonesa,
burguesa y sobria siguen a la de Felipe y Letizia en el ranking
histórico de la caja boba.
La monarquía hispánica será
televisiva o no será. Un propósito que el Rey Juan
Carlos y la Casa Real persiguen con empeño, sabedores de
la necesidad de construir un futuro dinástico en un
país donde manda el fervor juancarlista.
Si en otros tiempos la corona fue católica y
lejana, hoy es catódica y popular. En tiempos de reality
shows y salsa de (tripas) y corazón
abundante en todas las televisiones, la realeza necesita de la
televisión como precisan de ella los políticos.
Donde éstos buscan aclamación y votos, los Borbones
ansían empatía y ese cariño de
súbdito que asegure, boda mediante y heredero a la vista,
el futuro de la dinastía.
El socialista presidente José Luis
Rodríguez Zapatero empuja sorpresivamente la
perpetuación real con su intento de reformar la Constitución de 1978, para abolir la
ley que prima
a los varones como herederos al trono. Igualdad
hereditaria como ejemplo igualitario y método de
evitar males mayores si el vástago deseado es
niña.
La monarquía
no admite fallos
Ni las gestas del Real Madrid en
Europa, ni los
fracasos de la selección
nacional de fútbol, ni Operación Triunfo, ni
Titanic (la película que marcó registros
inopinados de público) soñaron jamás con
congregar a tanta gente ante la pequeña
pantalla.
En algunas cadenas de electrodomésticos, mayo fue
más que nunca el mes de las flores. La boda real y la
Eurocopa de Portugal aseguran los gerentes de mercadeo
dispararon la venta de
televisores: un 300 por ciento más de venta que en mayo de
2003.
Los españoles no fueron los únicos
apasionados del bodorrio. Los nórdicos, que recientemente
habían celebrado sus propios enlaces principescos,
siguieron la boda con fervor rayano en el absurdo: cuotas de
pantalla superiores al 80 por ciento. El 84,6 por ciento en
Noruega y cotas similares en Dinamarca, donde el festejo fue
retransmitido simultáneamente por dos cadenas. En Suecia,
la audiencia superó el 63 por ciento, según
datos de la
consultora de audiencias Sofres.
El gran fiasco del enlace fue la retransmisión
de Televisión Española
Un mes después, una encuesta del
Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS), el instituto demoscópico
oficial, indicaba que la boda del Príncipe heredero fue
seguida por un 49,3 por ciento de la población. La otra mitad fue moderadamente
entusiasta o indiferente. Pocos en contra. No es de buena
educación
oponerse a una boda tan políticamente correcta.
Todos los diarios y revistas lanzaron grandes ediciones
especiales y la prensa extranjera
difundió la boda por todo el orbe. Se esperaba que los
madrileños y los españoles en general se lanzaran a
las calles enjaezados para celebrar con los Borbones y olvidar la
tragedia del 11-M, tan cercana.
Pero la lluvia, las dudas sobre la pareja, el exceso de
almíbar y cuento
príncipe conoce periodista divorciada, cara popular de
televisión, y se enamoran por encima de diferencias de
clase y con
rumor de oposición de la Reina menguaron el fuego
festivo.
Dos días antes del enlace, las luces coloreadas
encendidas en Madrid para celebrar la alianza se apagaron por la
congestión de paseantes y tráfico provocado. Y la
gente se enfadó. Quejas estéticas aparte (hubo, y
muchas), era una ocasión para ver otro Madrid, una ciudad
de ensueño principesco y hadas de neón. Por un
momento parecía que había vuelto la movida. Las
luces se apagaron y la gente se enfadó. Mal fario,
pronosticaron las gitanas en los portales oscuros.
¡Si García Lorca y Hemingway lo hubiesen
visto. Qué copla, qué cuento!
Página siguiente |