- Nuevos tiempos, nuevos
signos - Comunicar
en nuevas circunstancias - ¿Verdad
o verdades? - ¿Lo
universal vs. lo local? - Nuevas
voces, más democracia - La
ética y la responsabilidad - Estética
y mensaje - Referencias
bibliográficas - Anexo
Quienes hemos tenido la oportunidad de vivir este
cierre-inicio de milenio, nos tropezamos con un mundo incierto,
distinto, confuso, inédito. El quiebre de los sistemas y
modelos, tanto
teóricos como económicos, sociales y
políticos, que dieron sustento a la naciones durante
largos años, el fin de la sombra generosa que
proporcionaban sistemas religiosos y políticos a los
cuales estuvimos prendidos durante años, han determinado
una suerte de desamparo espiritual, tal cual lo señala el
Premio Nóbel Octavio
Paz.
Atrás quedó la tranquilidad que aportaba
la certeza. Se esfumó la comodidad que otorgaba la
facilidad de recurrir a las teorías
totales, redondas e infalibles, para explicar o resolver cuanta
interrogante o duda nos atacara. De buenas a primeras se
diluyó la comodidad de echar mano a explicaciones
blindadas ante las más disímiles circunstancias.
Después de tener a nuestra disposición
teorías, análisis, respuestas y explicaciones casi
universales, nos hallamos a tientas en un mundo signado por la
incertidumbre.
Nuevos tiempos, nuevos
signos
Como consecuencia del desmoronamiento de las grandes
doctrinas que al decir de Octavio Paz "a un tiempo nos
oprimían y nos consolaban", hemos quedado a la intemperie,
sin asidero cierto. La incertidumbre constituye uno de los
grandes paradigmas que
signan los tiempos que transcurren. Vivimos en realidades
inciertas, plagadas de dudas, marcadas por certezas precarias y
frágiles, a partir de las cuales nos vemos obligados a
echar adelante. Pero, igualmente, la paradoja comparte puesto
principal entre los signos de la
época y junto con la incertidumbre marcan el devenir de
los tiempos y las acciones de
los seres.
En medio de esta modificación
paradigmática, se ha avanzado como nunca antes en lo que
de unos años para acá se ha denominado la globalización, la cual constituye un
proceso al que
asistimos llevados de la mano por la revolución
de las comunicaciones
y los medios, que
nos ha convertido, de buenas a primeras, en espectadores y
testigos de eventos hasta
hace algunos días impensables, distantes y
extraños. La globalización ha acercado a nuestros
países y sus gentes, pero, igualmente, ha universalizado
los procesos
económicos, ha superado las viejas concepciones de los
estados nacionales, de las fronteras como meras delimitaciones
espaciales y también ha generado un inédito
intercambio cultural.
Joaquín Estefanía expresa de manera muy
directa y sencilla lo que significa la
globalización:
"Significa que todos somos más
interdependientes, más cercanos, que nos parecemos
más y actuamos de modo crecientemente semejante; que
vivimos en el mismo mundo".
No obstante lo novedoso e interesante que pueda resultar
este proceso, han surgido críticas y reacciones que
atisban en la base de él una propuesta de
homogeneización cultural, un intento por la
uniformización de los seres humanos, un deseo de
occidentalización del mundo. Esta reacción ha
producido no solo multitudinarias movilizaciones en diversas
ciudades, sino la conformación de un movimiento con
una fuerte corriente de opinión al que se ha denominado
antiglobalización. Sin embargo, en lo hasta ahora andado,
justo es decirlo, tal pretensión homogeneizante no ha
significado, en modo alguno, la disolución de nuestras
realidades cercanas, su desaparición en medio de lo
universal. Antes bien, la entrada a la globalización, he
aquí lo paradójico, ha marcado también el
resurgimiento, con fuerza
inusitada, de lo local, lo nuestro, lo cercano.
La participación de las naciones en
novísimos procesos de integración no ha significado su
desconfiguración, ni la pérdida de su
conformación singular por fuerza de su fundición en
bloques pretendidamente homogéneos. En medio de la
comparecencia universal, los pueblos, unos más que otros,
han comenzado a reconocer y fortalecer sus identidades
básicas, sus maneras de ser y de vivir, y ello, antes que
conducir al descalabro de lo global, los ha enriquecido con el
abanico de matices que representan las particularidades
regionales y nacionales en el mosaico universal.
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