El dicho, el cliché que reza que la verdad es la
primera víctima en cualquier guerra,
más que un dicho es un axioma. La guerra del Golfo
versión II sirve como un ejemplo claro para demostrarlo.
En este caso, el mensaje y el mensajero se confundieron en uno
para trasmitir tarjetas postales de un
evento cruento, filtrado y saneado. Un evento premeditado,
diseñado para el consumo de un
público confundido y maleado por una alianza insaluble y
corrosiva para el bienestar de cualquier sistema
democrático.
A partir de los funestos hechos del once de septiembre
del 2001, el patriotismo de los ciudadanos de los Estados Unidos ha
cobrado un auge casi sin precedentes. En medio de este ambiente, el
Presidente George Bush ha logrado lo que no pudo durante la
campaña electoral: se ha ganado el voto indiscutible del
electorado norteamericano junto con la legitimidad que el mismo
conlleva. Encuesta tras
encuesta le da un promedio favorable que oscila entre el 70 y el
85%. Una gran diferencia a lo que estableció el voto
popular que favoreció al candidato demócrata Al
Gore, quien al final perdiera la presidencia por la diferencia de
un voto, depositado por los jueces del Tribunal Supremo de
Justicia.
Desde el mismo comienzo de la llamada "Guerra de
Liberación" estuvimos empotrados, incrustados, plantados,
viendo, leyendo, escuchando, siendo testigos de la cobertura, o
falta de ella, de los medios de
comunicación desde el teatro de
operaciones en
Miami. Ver las transmisiones de cadenas CBS, ABC, NBC, Fox,
MSNBC, CNN, Telemundo y Univisión fue como ver la misma
estación repetida una y otra vez. Todas ellas envueltas en
la bandera y marchando al mismo ritmo patriota de las tropas en
el frente. El control remoto se
convirtió en una pieza innecesaria que se podía
confundir fácilmente con un teléfono celular que, a propósito,
fue equipo obligado para los periodistas empotrados en la
invasión a Irak. Sin el
celular, no hubieramos podido ver minuto a minuto lo que
pasó en el teatro de operaciones. El único defecto
de este equipo, no tanto del equipo en sí sino del
operador del mismo, es que sólo lo enfocaba hacia el
periodista empotrado, quien a su vez parecía ser un clon
que se paseaba por todas las estaciones de la
televisión estadounidense.
Con la prensa escrita
sucedió algo similar, excepto que ese medio sí
ofreció un análisis más contextual, más
coherente. Sin embargo, sus reporteros también sufrieron
del síndrome de los incrustados. Relegaron la objetividad
al patriotismo y la camaradería. La radio no se
limitó a servir de eco a los demás medios y a
ofrecer comentarios reciclados de la doctrina de la extrema
derecha republicana, no. Cuando llovían las primeras
bombas sobre
Irak, la mayor cadena de estaciones de radio del
país, Clear Channel, transmitió, organizó y
patrocinó en Atlanta, Cleveland, San Antonio,
Cincinnati y otras ciudades más, lo que llamó
"Manifestación pro América".
Asimismo la empresa de
consultoría de medios especializada en la
industria
radial, McVay Media, según reportó Paul Farhi del
periódico Washington Post, envió a
sus clientes lo que
denominó un "Manual de
Guerra". En éste, McVay aconseja a sus clientes que
mientras los Estados Unidos estén en pie de guerra, tienen
que tocar el Himno Nacional todos los días a la misma
hora, que deben poner al aire temas
patrióticos que toquen la fibra emocional
nacionalista.
El medio que surgió y cobró
respetabilidad, como lo hiciera CNN en la primera guerra del
Golfo, fue Internet. Y dentro del mismo
un nuevo fenómeno, los "Blogs", o
ciudadanos comentaristas con acceso a Internet quienes minuto a
minuto, a manera de diario personal,
actualizaban los hechos desde su punto de vista.
Gracias a los adelantos tecnológicos en el
correo
electrónico, telefonía digital, y al satélite se
pudo seguir la guerra al momento. Por lo demás, las
imágenes que recibimos, las que impartieron
los grandes medios, no fueron tanto imágenes de guerra.
Fueron más bien tarjetas postales que apelaron al
sentimiento patriota del televidente y del lector desprevenido en
los Estado
Unidos.
Los medios de
comunicación fallaron antes, durante y ahora
después de terminado el conflicto.
Fallaron porque han dejado de cuestionar las intenciones del
gobierno y se han
convertido no sólo en su portavoz sino también en
su mejor promotor. Fallaron porque, en su mayoría,
siguieron la línea y se limitaron a cubrir un solo lado
del conflicto, el del Pentágono. La empresa de
consulta Frank N. Magid Associates lo pone en perspectiva cuando
dice: cubrir las protestas contra la guerra afecta negativamente
la cartera de las estaciones de televisión.
Para el Pentágono y el complejo militar el
conflicto fue el superbowl, el mundial de fútbol, la serie
mundial, las finales de NBA, la mejor carrera de Fórmula
Uno, la final de Wimblendon, todos envueltos en uno, fueron los
Olímpicos de la Guerra. Y manejaron a los medios con una
sutileza y una agudeza admirables. Esta vez en lugar de
sancionar, de censurar, decidieron adoptarlos, absorberlos. El
resultado de la relación incestuosa que surgió lo
describió Bernard Shaw, veterano presentador de noticias de
CNN: "La idea de los periodistas de dejarse abrigar por el ala
militar de los Estados Unidos, me parece demasiado peligrosa.
Pienso que los periodistas que aceptan ir al combate
acompañando a las unidades militares, en efecto quedan
cautivos, prisioneros, de esa unidad militar".
Uri Avnery, de CounterPunch, fue mas duro y llamó
a la relacion periodistas-militares como "presstitution" "Nunca
antes tantos periodistas traicionaron su deber como en esta
guerra. Su pecado original fue aceptar ‘empotrarse’
en unidades del ejercito. En inglés
este término ‘embedded’ suena como acostarse y
a eso equivale en la práctica", sostuvo Avnery.
Por su parte el Pentágono calificó esta
estrategia como
histórica y la aprovechó para cerrar las
diferencias que tenía con los medios desde la guerra de
Vietnam. Asimismo, dicha política
sirvió para contrarrestar cualquier intento de acuso de
campaña de desinformación.
Un reporte de Bob Kemper, del Chicago Tribune, viene a
cuento en este
punto, cuando dijo que "la oficina de
Comunicaciones
Globales, controvertida agencia creada por el presidente Bush en
enero, se ha convertido en una enorme productora que emite
guiones diarios sobre la guerra a portavoces de Estados Unidos en
todo el mundo, preparando a generales que dan conferencias de
prensa y poniendo a estrellas del gobierno en noticieros
extranjeros. La oficina –especie de firma global de
relaciones
públicas del gobierno de Bush y la campaña de
guerra estadounidense– coordina estrechamente el mensaje
del Pentágono, el Departamento de Estado y el mando
militar en el Golfo Pérsico, asegurando que todo
comentario de guerra de un funcionario de los Estados Unidos sea
aprobado por adelantado por la Casa Blanca".
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