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Mitos de la posmodernidad




Enviado por Gabriel Cocimano


Partes: 1, 2

    1. Resumen
    2. Temporalidad y
      duración
    3. Zonceras del nuevo
      orden
    4. Mitos de la sociedad
      de consumo
    5. Fuentes

    Resumen

    La era posmoderna, pese a asistir a la decadencia de las
    certezas y cuestionar los sistemas de
    creencias de la modernidad
    –razón, progreso, revolu- ción-, se ha
    convertido en una etapa pródiga en la generación de
    mitos.
    Reciclados o reinventados, aunque lejos de desempeñar el
    papel central que tenían en las sociedades
    tradicionales, y despoja- dos de su halo sagrado, los mitos
    posmodernos aparecen como verdades verosímiles y
    absolutas, fruto de la supremacía de los medios de
    comunicación.

    En la posmodernidad,
    los mitos aparecen como ideas articula- das en forma de verdades
    absolutas e incuestionables. Si en las sociedades primitivas eran
    modelos
    ejemplares y universales acerca de historias sagradas cuyos actos
    eran imitados por los hombres, con la mo- dernidad los mitos han
    extinguido esa aureola sagrada, aunque no ha desa- parecido, pues
    su esencia es conservada dentro del inconsciente colectivo de la
    humanidad. Más aún, la era posmoderna,
    caracterizada por un furor desmitificante, es
    paradójicamente pródiga en mitos: pese a la
    caída de los grandes relatos y utopías, se renuevan
    los mitos de la temporalidad –la eterna juventud, el
    eterno retorno, el mito de la
    aceleración en pos de vencer al tiempo– y
    aparecen nuevos metarrelatos asociados a la cultura
    tecnológica: el del hombre y su
    rechazo del cuerpo en pos de habitar el espacio virtual, el de
    la
    metamorfosis maquínica en la búsqueda de la in-
    mortalidad, el del hombre como he- rramienta de la tecnología. Los mitos
    posmodernos de la
    globalización, del fin de las ideologías, del
    progreso in- definido de la sociedad de la
    información y de la libertad en un
    mundo de control social
    aparecen, en fin, como metarrelatos que sustentan al pensamiento
    hegemónico, único, imperan- te en el nuevo orden
    mundial.

    En las sociedades primitivas, los mi- tos representaban
    el fundamento de la vida social y de la cultura, y
    constituían un modelo
    ejemplar de comportamiento
    humano. En aquel tiempo primordial, referían historias
    sagradas cuyos actos eran imitados por los hombres. Estas
    historias, conservadas en imágenes
    dentro del inconsciente colectivo de la humanidad, han sido sin
    duda la puerta de acceso a los aspectos más profundos y
    complejos del espíritu humano: sus temores, sus miedos,
    sus fantasías y sus esperanzas.

    A su vez, los personajes míticos en las
    sociedades arcaicas eran seres sobrenaturales, investidos de un
    aura primordial que los transformaba en arquetipos. Gilgamesh, el
    héroe persa, aterrorizado por la muerte,
    recurrió a la búsqueda de la planta de la
    inmortalidad para intentar liberarse del des- tino irreversible
    del hombre. Ulises realizó el clásico periplo del
    héroe, su viaje iniciático y su retorno
    finalístico, impulsado por el terror a los misterios
    infranqueables del mar. Fue el temor a lo sagrado lo que
    motivó el viaje de Perceval a las tierras yermas del Rey
    Pescador en busca de un encuentro revelador ( Del Johnny. 2000)
    (Eliade Mircea eliado. 1961)

    Según Mircea, el mito no refería una
    historia
    particular, privativa, per- sonal. Sólo podía
    constituirse como tal en la medida en que revelaba la existencia
    y la actividad de los seres sobrehumanos comportándose de
    una manera ejemplar. En efecto, la ejemplaridad y la
    universalidad han sido las dimensiones constitutivas de los
    mitos.

    En las sociedades modernas, desacralizadas y laicizadas,
    los mitos han ido extinguiendo esa aureola sagrada. Reformulados,
    actualizados, templa- dos al calor de una
    nueva era, los mi- tos sobrevivieron en la modernidad, aunque
    lejos de desempeñar el papel central que tenían en
    las sociedades tradicionales.

    Comparados con éstas, el mundo moderno
    pareció desprovisto de mi- tos: "Laicizados, degradados,
    camuflados, los mitos y las imágenes míticas se
    reencuentran por todas partes: sólo es cuestión de
    reconocerlos –dice Mircea Eliade 1961 – (…) Es evidente
    que ciertas fiestas -profanas en apariencia- del mundo moderno,
    han conservado su estructura y
    su función
    míticas: los júbilos del Año Nuevo, o las
    fiestas que siguen al nacimiento de un niño, descifran la
    nostalgia de la renovatio, la necesidad de un recomienzo
    absoluto, la esperanza de que el mundo se renueva. Cualquiera sea
    la distancia que exista entre esos júbilos profanos y su
    arquetipo mítico –la repetición
    periódica de la Creación, el mito del Eterno
    Retorno- no es me- nos evidente que el hombre
    moderno ha experimentado la necesidad de reactualizar
    periódicamente tales escenarios, por desacralizados que
    hayan sido".

    Si en las sociedades arcaicas el mito era la
    única revelación válida de la realidad, a lo
    largo de la modernidad significó todo cuanto se
    oponía a ella. Si se tiene en cuenta que en la experiencia
    individual, el mito incide en los sueños y las
    fantasías del hombre y en las zonas oscuras de la psiquis,
    se estima que no desaparece jamás de la actualidad
    psíquica: cambia de aspecto y disimula sus funciones. He
    aquí el camouflage de los mitos, tanto en el nivel
    individual como en el so- cial. Por lo tanto, tal cual lo
    manifestó el filósofo italiano Giambattista
    Vico, es un
    error suponer que la civilización comienza cuando se
    desecha el mito. La vida humana, la sociedad y la
    civilización siempre necesitarán de mi- tos, aunque
    se trate –como en el caso de la modernidad- de mitos como
    los de la ciencia y
    el progreso (Polaco, Moris 2003) .

    Asistimos hoy, en la posmodernidad, a una aparente
    contradicción: en una época caracterizada por un
    furor desmitificante, y por someter y desmenuzar todo a un
    análisis exhaustivo, parece sin embargo ser
    el tiempo en que se sustentan la mayor cantidad de mitos. Pese a
    la caída de los grandes relatos, como el marxismo o la
    idea de progreso, el ideario posmoderno –fruto de la
    relatividad ética
    instaurada por la supremacía de los medios de
    comunicación, y producto
    ejemplar de un tiempo sin modelos globales-
    paradójicamente sostiene una abundante reinvención
    de mitos:

    "el de la eterna juventud, el de comer determinados
    alimentos que
    tienen la clave del bienestar, el de que no hay que perderse
    nada, el de la aceleración. Es el paso de los mitos de la
    espacialidad a los de la temporalidad"

    (Cao, José Luis.1998).

    A su vez, las tecnologías no sólo no han
    desterrado los mitos de la humanidad; antes bien, han aportado
    nue- vas alegorías de la cultura tecnológica, dando
    lugar a una variedad de tecnomitos: el del hombre
    tecnológico y su rechazo del cuerpo en pos de habitar el
    espacio virtual, el de la meta– morfosis
    maquínica en la búsqueda de la inmortalidad, el del
    hombre como herramienta de la tecnología, vale decir, el
    hombre convertido en la herramienta de su propia
    herramienta.

    Del mito del fin de las ideologías al mito de la
    libertad -en un mundo de control social-, del espiritualismo
    New Age a la
    preponderancia absolu- ta del hibridante "todo vale"
    ideológico-cultural, la posmodernidad parece
    pródiga en sostener la sentencia de Roland Barthes: "todos
    somos descifradores, creadores y consumidores de
    mitos".

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