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?La pasión de el Cristo?: su controversia (página 2)



Partes: 1, 2, 3

The passion
of the Christ

Y este año, también precedida de
polémica -y una gran polémica- nos ha llegado otra
versión fílmica de la figura del Nazareno, aunque
solo centrada en sus últimas horas de vida terrena: The
passion of the Christh, la realización de Mel Gibson
(nacido en 1956 en Peekskill, New York, vivió en Australia
desde niño; actor desde 1976 en Summer City, seguido de
los éxitosos Mad Max desde 1979), convertido ahora en
co-productor, co-guionista y director (función en
la cual debutó en el 2000 ganando el premio Oscar con
Braveheart).

Una Pasión calificada -aun antes de su estreno
comercial, el cual casi no llega por altas presiones
judías-, de sádica, antisemita, con inexactitudes
históricas en vestuario, en peinados y hasta con errores
lingüísiícos (ha sido íntegramente
filmada en arameo y latín); pero a la cual las iglesias y
grupos
cristianos de comunidades rurales y ciudades pequeñas
norteamericanas le han dado una incondicional acogida, luego de
un primer rechazo del Vaticano al conocer únicamente el
guión, rechazo inicial que también se
convirtió en decisivo apoyo ante la realización ya
hecha, con la lapidaria frase del Papa, Juan Pablo II luego de
haberla visto: "Es como fue", aunque sin determinar una
posición oficial de la Iglesia.

Pros y contras que, eso sí, solo han servido para
convertir a esta Pasión en un nuevo fenómeno de
taquilla, superando ya a la exageradamente mimada de la Academia:
The return of the King; transformándose así en una
gran sorpresa para cinéfilos o no (y aun para el mismo Mel
Gibson, cuya inversión de 25 millones de dólares
estaba en peligro por no encontrar inicialmente distribuidores);
y decimos sorpresa tomando en cuenta las pobrísimas
recaudaciones de las dos prenombradas cintas polémicas
sobre el Mesías, y otras no tan artísticas, pero
sí con intenciones más comerciales. The Passion of
the Christh ya está considerada como "la película
religiosa más exitosa de la historia".

Antecedentes extrafílmicos llegados desde antes
del estreno oficial del 19 de marzo -adelantado debido a la
amenazante piratería, policial y fiscalmente
permitida-, y conociendo los cuales nuestro público y
nosotros hemos acudido a espectarla, pudiendo por nuestra parte y
como críticos cinematográficos -y no simplemente
escandalizados o comprometidos espectadores- anotar que lo
primero que cabe es reafirmar esa opinión del Sumo
Pontífice, de que lo que hemos visto en la pantalla
ocurrió, en más o en menos, como ahí se nos
presenta.

Son realidades históricas aceptadas por todos
-salvo algún despistado e inculto fanático
antirreligioso-, y constantes en los hechos contados por Mateo,
Marcos, Lucas y Juan en el Nuevo Testamento, cuatro seguidores de
Jesús, quienes, conjuntamente con los discípulos
del Nazareno, han llevado desde hace más de dos mil
años, de generación en generación, la buena
nueva de que el Cristo que fue asesinado cruel y aún
brutalmente, por la gracia de Dios resucitó, con una vida
que impulsa a la humanidad hacia delante, y da base cierta al
Cristianismo
pues, como decía Pablo en el siglo I a las comunidades de
base de Corintio: "Y si Cristo no resucitó, vana es
vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados", como
consta en la primera epístola de Pablo a los Corintios,
capítulo 15, versículo 17.

"En sus llagas hemos
sido curados"

Y si topamos estos puntos al iniciar este acercamiento
crítico a la película, no lo hacemos gratuitamente,
o por mera obsesión ideológica nuestra, sino porque
hacia este tipo de consideraciones humano-religiosas nos lleva el
mismo realizador Mel Gibson, un católico romano ultra
conservador, quien precisamente abre el filme con una decidora
cita tomada del libro del
profeta Isaías: "Fue traspasado por nuestras iniquidades y
molido por nuestros pecados. El castigo salvador pesó
sobre él, y en sus llagas hemos sido curados".

Y, efectivamente, ahí en la pantalla, cruda y
descarnadamente, sin ninguna concesión, están
presentados ese "traspaso", ese "molimiento", que sufrió
Cristo por las culpas de todos -no solo de los judíos-, ese "castigo" que "pesó
sobre él" para salvar a la humanidad -y no solo a una
parte privilegiada de ella-, y las "llagas" que han servido de
remedio y por las cuales "hemos sido curados".

Una lectura
reflexiva de los Evangelios, especialmente de la Pasión y
Muerte de el
Cristo, según lo ha indicado Gibson, le salvó
aún del suicidio, dentro
de una crisis
existencial que sufrió hace unos doce años,
habiendo entonces llegado a sentir una honda necesidad de contar
fílmicamente esta historia, sin tratar de endulzar el
dolor y la crueldad que realmente debieron acompañar a
actos como la flagelación y la crucifixión que
cierra la pasión, ni mucho menos inventar nada (en los
créditos del filme consta como asesor un
sacerdote jesuita).

Y vaya que sí lo ha conseguido con una
realización basada en hechos reales, pero no presentados
en la forma de un documental realista, sino como una
reconstrucción artística que los ha recreado e
interpretado válidamente en pos a hacer ver a todo el
mundo -creyente o no- lo duro, cruel, violento, sangriento y
aún brutal , que debió haber sido el camino de
Jesús de Nazareth (sobria y efectivamente caracterizado
por Jim Caviezel) en su descenso a los infiernos -esa
cámara de torturas de la Torre Antonia-, para luego seguir
por la ahora llamada Vía Dolorosa hasta el calvario, hasta
el Gólgota, donde le esperaba la ignominiosa muerte en la
cruz (como al peor de los criminales). Golpes de la soldadesca al
ser detenido en el huerto de Getsemaní, desgarramiento de
la piel de todo
el cuerpo por los latigazos, escupitajos, perforación de
su cabeza con una corona de hirientes espinas, cargar con una
pesada cruz sobre sus hombros, en la cual finalmente sería
clavado, luego de ser perforados sus manos y pies, para concluir
en una lenta agonía de tres horas… Todo debió ser
así, como, eso sí, se lo presenta por primera vez
en la pantalla, sin concesiones, sin rehusar el más
pequeño detalle doloroso, cruel, sangriento, como pudo
haber sido el brutal martirio que debió sufrir un Dios, no
un simple hombre,
víctima inocente del castigo expiatorio por los pecados de
toda la humanidad.

Sadismo y
antisemitismo

¿Sadismo? Algunos detractores de la cinta han
hablado de sadismo en la presentación de los hechos
anotados. Ciertamente que lo puede haber; pero no en los hechos
fílmicos, en la forma de presentarlos por parte del
director Gibson, sino en esos personajes que ciertamente gozan en
azotar y hacer saltar la sangre de ese
cuerpo judío: los soldados romanos, disfrutando al
impartir un cruento castigo que, eso sí, parece llega a
agotarlos a ellos antes que a la víctima (¿o
quizás el sadismo esté en esos espectadores o
críticos que, por lo mismo, lo sienten y reclaman por
él?) Soldados romanos que son patéticos y tristes
instrumentos del odio sentido hacia Jesús por los
judíos que conformaban el Sanedrín, liderado por el
sumo sacerdote Caifás, quienes hicieron todas las
maquinaciones posibles para eliminar a ese carpintero
judío que había surgido para molestarles, para
estorbarles en sus afanes de amontonar riquezas y mantener el
poder,
consiguiéndolo gracias a los romanos invasores, con el
gobernador Poncio Pilato a la cabeza.

Y luego de ver como presenta el realizador de The
passion of the Christ estos acontecimientos y a los personajes
que los provocaron para hacer se cumpliera el destino del Cordero
inocente llevado al matadero, ¿cabe aceptar esa otra
acusación gratuitamente hecha al filme, de antisemitismo?
Algo que tampoco, nos parece, cabe, pues queda plenamente claro
lo dicho: que quienes fueron los acusadores y verdugos de Cristo,
NO fue el pueblo judío -ni de ese entonces, ni anterior o
posterior- , sino sus altos y corrompidos dirigentes, esos
siempre hipócritas y detentadores del poder y sus
fáciles riquezas: los sacerdotes, los escribas y los
ancianos del Sanedrín. Éstos, con sus sirvientes y
claque pagada -como saben crearlo todos los gobiernos corruptos,
sin excepción-, hicieron lo posible, e imposible, para
eliminar a ese nazareno que les había enfrentado en su
forma hipócrita y acomodaticia de interpretar y hacer
cumplir la Ley, en sus
mentiras, en su desaforada sed de poder, placeres y riquezas…
convertidos en sumisos esbirros de los invasores romanos
co-explotadores del pueblo judío; romanos que, encabezados
por el gobernador Poncio Pilato, supieron lavar oportunamente sus
manos de la sangre de ese judío víctima de
ambiciosos líderes religiosos y políticos, romanos
que también temían por el poder de ese posible Rey
de los Judíos: Jesús, el Nazareno.

Y en The passion of the Christ, marcando expresamente la
posición de ese pueblo judío puro y no contaminado
por los poderosos sacerdotes del templo, se pone en boca de un
soldado romano esta frase: "es un judío", en referencia
rica y valiosa a la presencia de Simón de Cirene, obligado
al comienzo a cargar de mala gana la cruz en ayuda a
Jesús, pero luego transformado en un acompañante
comprensivo de la inocencia de aquella pobre víctima. Y es
judío el pueblo que, entre temeroso y asustado, no comulga
con esa subida dolorosa al Calvario; especialmente son
judías todas esas mujeres que están alrededor como
tristes comparsas acompañantes de la sangrante figura del
Nazareno.

Mujeres judías en donde está para nosotros
lo más doloroso y aun lacerante de esta película
-más que en esa violencia
visual fruto en ocasiones de la técnica y el trucaje-:
como el ver a María, la madre del Cordero (Maia
Morgenstern, dándonos una inolvidable y conmovedora Madre
Dolorosa), en cuya figura ha sabido el director plasmar
morosamente todo el dolor de una madre ante el brutal
aniquilamiento de un hijo; dolor silencioso que desemboca en esa
genial recreación
plástica de La Piedad, tan representada y cantada a lo
largo de los siglos: María, la madre, con Jesús, el
hijo, muerto en brazos, figuras dolientes desde las cuales Gibson
eleva la cámara para hacer ver todo como el centro de una
gran isla de dolor hacia donde cae desde lo alto -desde fuera de
la pantalla- una gota cristalina -¿quizá una
lágrima del Padre?- que estalla en mil partículas,
mientras el demonio, soterrado orquestador de todo ese cruento y
cruel ajusticiamiento, huye, a la par que se desgarra el velo del
templo, se abre la tierra y la
tempestad se desata desde un cielo gris y nublado, que ha
reemplazado al antes azul y límpido que sirvió de
trasfondo contrapunteador de toda la Vía
Dolorosa.

Y llegará la
resurrección

Mas, todo no terminará ahí, pues, haciendo
ver el valor de este
sacrificio que es la justificación de la fe cristiana, en
una breve, pero honda escena llegará la
resurrección de la víctima cruelmente traspasada,
molida, castigada, llena de llagas, por la salvación de
todos los hombres.

Ciertamente que habría mucho más que
analizar en esta destacada obra de arte, con
calidad y
méritos, excelente (ambientación, ritmo, fondo
musical y sonoro, medida en todo lo
dramático-histriónico, con visualidad
pictórica y gran unidad narrativa y dramática, sin
concesiones, golpeante). Pero, sin poder, ni querer alargarnos
más de lo que ya lo hemos hecho, no podemos menos que
destacar el hábil y efectivo empleo de ese
gran recurso cinematográfico: la vuelta atrás en el
tiempo
flash-back-,
para ir enriqueciendo, sin atentar contra la unidad
dramática, este gran camino de la Pasión, con
saltos que de las imágenes
actuales llevan al espectador hacia la vida anterior del
Mesías prometido, presentando breves momentos de su vida,
de su misión, de
su doctrina, de su palabra: así, de la primera y
aún brutal caída con la cruz se regresa a una
caída de Jesús niño, para ser ayudado por su
madre, quien ahora solamente puede mirarle impotente; o de la
sandalia del soldado torturador se retorna al Cristo escribiendo
misteriosas palabras en el polvo ante quienes quieren lapidar a
la adúltera, recordándose el perdón sin
reservas predicado por la nueva doctrina; o del agua que lava
las manos de Poncio Pilato, se va al Maestro lavando los
píes de sus discípulos en sublime ejemplo de
humildad; o se trae la imagen del
Nazareno predicando amar especialmente a los enemigos; o se
recuerda su sencilla labor de carpintero de los ricos, como
cualquier artesano judío popular; o estamos en la
última cena con la institución de la
Eucaristía.

Así, la Pasión y Muerte del Cordero de
Dios cobra toda la fuerza y el
valor reales y simbólicos que tuvo en el cierre y
culminación de una vida única y especial, destinada
desde siempre al gran sacrificio que, por primera y única
vez, el cine se ha
atrevido a hacernos ver en lo duro, trágico, sangriento,
violento, aun brutal, que pudo tener.

Un filme que nos ha hecho, y creemos que a muchos
hará, mirar ese Vía Crucis con nuevos ojos, si no
de fe, sí de comprensión humana hacia un inmenso
dolor humano que quizás muy poco ha sido apreciado y
valorado a lo largo de los tiempos, convertido en un simple
ícono festivo, un tanto folclórico, que año
tras año se repite y se ha repetido, como algo un tanto
etéreo, apartado de nuestra realidad cotidiana, que en
ocasiones solo ya es recordado en los murmurantes rezos, casi
simples fórmulas vacías de tanta viejita beata que
quizá ya ni recuerda qué mismo es o fue la
Pasión de nuestro Señor Jesucristo, deslustrada,
despintada, aún desfigurada desde hace mucho por un
cristianismo cada vez más frío, más
contemporizador, más comprometido con una sociedad
occidental laica, pagana, racionalista, ciegamente apegada a un
reino de este mundo, por el cual y para el cual no vino a ser
torturado, flagelado, coronado de espinas, crucificado, muerto y
sepultado el Hijo de Dios, que finalmente resucitó y
subió a los cielos, al seno del Padre, como
sacudiéndonos casi brutalmente, nos ha recordado el
católico y creyente realizador Mel Gibson en su The
passion of the Christ, una película, según se ha
destacado: hecha por un católico, para católicos; a
quienes ciertamente les acercará más a su fe,
sacudiéndolos, y ante la cual ha dicho el dominico
Agustine Di Noia, subsecretario de la Congregación
Vaticana para la Doctrina de la Fe: "Para muchos católicos
que vean estas imágenes, la Misa nunca será lo
mismo".

 

Edmundo Rodríguez Castelo

Revista Chasqui
Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para

América Latina (CIESPAL)
     

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www.chasqui.comunica.org

Web institucional: www.ciespal.net

Quito
ECUADOR

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