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El sujeto-espectador en la era actual. Inercias de la sociedad voyeur (página 2)




Enviado por Gabriel Cocimano



Partes: 1, 2

El arte ha dado
magníficos exponentes con tendencias a esta
práctica parafílica: Salvador Dalí narra en
sus memorias sus
afanes voyeurísticos, y describe las orgías que
armaba para excitarse mirando a jovencitos de ambos sexos
haciendo el amor;
Picasso, en
sus últimas obras, expuso a mujeres mostrando la vulva o
los pechos, y en ellas el artista, retratado a un costado, las
contempla en forma pasiva. A su vez, el marqués de Sade
había afirmado, en su obra Los 120 días de
Sodoma,
que frente a la búsqueda del deseo es
válida cualquier forma de satisfacerlo, sin límite
ni control. El
cine, arte
voyeurista por excelencia, también inmortalizó
obras que describen estas prácticas: grandes artistas como
Alfred Hitchcock con La ventana indiscreta, Kieslowsky
con Una película de amor o Brian de Palma con
Doble de cuerpo, han fisgoneado a través de una
ventana para descubrir escenas eróticas o inquietantes. En
varios filmes de Luis Buñuel, Federico Fellini o Pier
Paolo Pasolini aparecen esos rasgos acentuados: incluso Pasolini
llevó al cine tres obras de geniales mirones como
Bocaccio, Chaucer y el marqués de Sade, en los respectivos
filmes Decamerón, Los cuentos de
Canterbury
y Los 120 días de
Sodoma.
6 En la citada obra de Hitchcock, de 1954,
un reportero gráfico —James Stewart—
inmovilizado en su casa con una pierna escayolada, observa
ociosamente el comportamiento
de sus vecinos de enfrente. En un debate con
Francois Truffaut, Hitchcock reconocía: "Sí,
el hombre era
un mirón, pero ¿no somos todos mirones?". Truffaut
lo admite: "Somos todos mirones, al menos cuando vemos un filme
intimista. Por otra parte, James Stewart, en su ventana, se
encuentra en la misma situación que un espectador que
está viendo una película".7

Pero, más allá de la cuestión
patológica, la era digital potenció el consumo de
imágenes que muestran los efectos que
producen en la sociedad las
pasiones humanas: odios, miserias, diversas prácticas
sexuales, incesto, infidelidad, rivalidades políticas
e ideológicas. La
televisión y los medios
impresos han explotado en cantidades industriales este tipo de
contenidos: el sensacionalismo y el género
rosa
constituyen un enorme negocio en las sociedades
occidentales. "Ese poder ver o
escuchar lo íntimo de los poderosos", afirma el
semiólogo Armando Silva,8 "es quizá una
de las mayores pasiones de los públicos mediáticos del nuevo milenio. Se
podría hasta decir que la industria
light del espectáculo está montada sobre el morbo
de divulgar los secretos personales. Vivimos la era donde el
secreto se volvió industria. Y por esa vía, tanto
las revelaciones del poder como las telenovelas de la
farándula comparten mayores sintonías". Explotar el
costado morboso del público es una vieja y exitosa
fórmula comercial, pero también un modo de conocer
los resortes más vulnerables de la sociedad.
¿Cómo se explica, de otro modo, la implacable
persistencia de un espectador de reality-shows que se instala
durante horas frente a la pantalla, en un intento por registrar
alguna escena que contenga una dosis de sadismo, algún
desnudo, una fuerte discusión entre los participantes o un
acercamiento sexual más o menos explícito? En este
tipo de espectáculos, todos los pecados capitales quedan
registrados por las cámaras en crudo, ante la mirada de un
espectador que no deja de reconocerse y/o rechazarse, verdadero
fisgón complacido ante las debilidades, las miserias,
intrigas e intimidades ajenas.9 Los reality-shows se
han constituido en una auténtica explotación del
placer voyeur, y han instalado otro voyeurismo de
carácter multimedial, en donde no
sólo se disfruta del exhibicionismo genital sino del mundo
psíquico de cualquier persona: "aquello
que más atención ha despertado ha sido la
pornografía del espíritu, el
psicodrama en sesión continua. La pornografía carnal se encuentra ya en
Internet, en las
tiendas de video, ahora el
público prefiere la peripecia del enredo personal, y se
interesa no sólo por lo que les pasa a estos sujetos del
televisor sino lo que sucede por homotecia en la propia
vida".10

En la sociedad de la
comunicación digital el voyeurismo ha expandido su
alcance: el placer de mirar se ha complementado y diversificado,
abordando nuevos horizontes. Según Román Gubern,
Internet es ahora el refugio de las parafilias: desde el
chat —conectarse a la red para participar en
charlas colectivas, frecuentemente eróticas— hasta
la infinidad de ofertas de contenido pornográfico y todas
las variantes del sexo
online, el ciberespacio se ha constituido en la meca de
los sitios que satisfacen la pulsión escópica de la
sociedad.

La mirada
espectacular

El hombre en la
sociedad mediatizada se ha convertido cada vez más en un
espectador compulsivo. Y, en tanto tal, permanece
inmovilizado por la proliferación de información y el consumo de bienes. Paul
Virilio hacía referencia a la "posición
catatónica" del espectador: un sujeto inerte, paralizado,
obnubilado por el torrente de imágenes propuestas para el
consumo. La llegada del vehículo audiovisual,
"sustituto de nuestros desplazamientos físicos y
prolongación de la inercia domiciliaria verá, al
final, el triunfo del sedentarismo, esta vez de un sedentarismo
definitivo".11

En el contexto de las sociedades actuales, el hombre
parece inmerso en un proceso de
deserción social, una apatía que conduce al
desinterés y la declinación de los ideales y
valores
públicos: "híperinversión de lo privado",
dice Gilles Lipovetzsky, "y, en consecuencia,
desmovilización del espacio público". La política ya no
convoca a las multitudes a participar de ella (aunque por motivos
diferentes en las sociedades opulentas y en las
periféricas). El consumo de bienes e información ha
replegado al sujeto hacia sí: desmotivado e indiferente en
el campo social, únicamente queda la búsqueda del
propio interés,
el éxtasis de la liberación personal. Ese sujeto
abúlico, pasivo con su entorno, se ha vuelto indiferente
por saturación, información y
aislamiento.12 Refugiado en su búnker,
protegido por la pantalla de los medios masivos, se ha convertido
en un observador adicto: de partícipe, actor y
creador, el hombre actual ha pasado a ser un sujeto inmovilizado
y aislado en su propio universo,
atrapado por la vorágine de secuencias mediáticas,
un espectador voraz que ha logrado inhibir la acción,
a la que ha reemplazado por la mirada.

Ese espectador se regodea ante la realidad que
proponen los medios masivos: contundencia de la imagen, crudeza
de detalles, la lógica
de la evidencia de esa realidad es obscena de tan
excesivamente visible. El espectáculo de los
medios —"hay relación espectacular cuando existe un
cuerpo que se muestra (no
necesariamente humano) y una mirada deseante de dicho
cuerpo"13— deja al espectador perplejo,
sorprendido, impotente, paralizado. Imágenes de un
accidente, un suicidio frente a
las cámaras, una sesión de torturas, un
strip-tease, un talk-show: ficción o realidad,
verosímil o verdadero, lo mismo da, el morbo aparece
puesto al servicio de un
sujeto observador que lo necesita como el adicto a su droga.

En la era digital, la imagen ha pasado a ser productora
de realidades, lo que, de alguna manera, reemplaza en el hombre
espectador al referente externo. Los acontecimientos que se
suceden en el espacio exterior han sido espectacularizados por
los medios, con lo que la propia vida cotidiana, atravesada por
códigos mediáticos, también se ha
espectacularizado. De esta forma, se produce un marcado divorcio entre
el espectáculo y la calle: "privado del contacto con el
mundo exterior", dice Umberto Eco, "el espectador se repliega en
sí mismo", en sus "escaparates catódicos"
—según la expresión de Paul Virilio— y
se aísla del mundo que lo rodea.

Si el voyeur es un espectador de la vida sexual ajena,
el hombre actual goza y se deleita con el vértigo de la
imagen mediática. "Y el ojo se hace omnividente. Para
producir un goce, que no deja de responder a la estética del consumo".14 El
voyeur es un observador insaciable, y suele repetir cada vez con
mayor frecuencia su incursión escópica. El
hombre-espectador, apabullado de imágenes,
paradójicamente está imposibilitado de
elección, y su voracidad por consumir no le deja activar
el off del control. "Tiempos del impacto sobre la
pasión".15

El voyeurismo, como expresión inmadura y
narcisista de la sexualidad,
poco tiene que ver con el Otro, más que como objeto de uso
o cosificación para sus satisfacciones no genitales. De
allí que sus fantasías y conductas lo invadan de
tal modo hasta perturbar su vida sexual, social y laboral. El
hombre contemporáneo, a su vez, ha reducido su mundo al
tamaño de las pulgadas de su pantalla. Y esta pantalla
parece ser la expresión social de la
democratización del narcisismo: ella es el lugar por donde
pasa la vida, toda la realidad resplandece a
través de la producción electrónica de imágenes, es el sitio
que aglutina proyectos y
sueños. Y todo en la pantalla aparece en su espectral
desnudez: el discurso,
sobre todo el político, despojado ya de contenido y
relevancia, desnuda su intrascendencia. La presencia cada vez
más recurrente de la muerte en vivo
y en directo desnuda la fragilidad de la vida y los
márgenes cada vez más estrechos de seguridad
personal y social. La omnipresencia de la publicidad
desnuda, a su vez, la insatisfacción del hombre en tanto
sujeto deseante de consumo. La perfección de unos cuerpos
modifica las reglas del deseo sensual, lo convierte en virtual y,
por lo tanto, en frío y
superficial.16

Amar, seducir y ser seducido por las imágenes:
eso es el coito visual, la razón de ser
voyeurista. Si la sexualidad del voyeur queda saciada con el
sólo acto de mirar, el sujeto actual ha limitado el acto
de comunicación a la necesidad de alimentarse
con imágenes visivas: "gozar como espectador de primera
fila, gracias a las lentes de las cámaras, con la miseria
y el sufrimiento de los otros, gozar de la brutalidad y el horror
de tragedias o crímenes atroces".17

Parecen no existir límites
para explorar y explotar la vida íntima, el drama, las
pasiones y las tragedias humanas, con tal de ser exhibidas para
su consumo. Hay una objetualización del Otro, que es
tomado para diversión y satisfacción del placer
voyeur. En Internet, la proliferación de los hot
chats
presenta esta misma cosificación del
ser humano: chatear con el Otro a fin de aprovechar
información que sirva para satisfacer el placer de la
curiosidad sobre la vida personal o sexual, sin importar la
veracidad de esa información.18

El reality-show —con sus diferentes
modalidades de formatos y estructuras— se ha convertido en el paradigma de
un nuevo régimen escópico, ya que representa un
modelo de
consumo que satisface tanto la práctica de un
voyeurismo colectivo como la pasividad de la
mirada
de un espectador anclado en sus propias
incertidumbres.

Los acontecimientos acaecidos en torno a los
sucesos bélicos de Irak
certifican, por su parte, la inercia del espectador occidental
sacudido por la información y los reportes llegados desde
el centro de los episodios. "Intoxicado de ántrax
mediático y de propaganda
bélica disfrazada de información, reducido a
espectador de un thriller absurdo, el voyeurista del
aparato de videoguerra se queda con la historia que le cuentan los
medios masivos, interioriza el miedo y la psicosis (…) y
asiste al evento de los medios como si se tratara del
próximo capítulo de un western o del
intermedio entre un superbowl y
otro".19

La mirada ha dejado de ser un medio para
convertirse en un fin. Con lo cual no expande los sentidos,
sino que los limita. Este síntoma se ha acentuado a medida
que fue masificándose el consumo de bienes e
información, y refleja el paso del hombre como sujeto
creador (actor) al hombre-espectador, el paso
de una sociedad activa a una sociedad de espectadores,
contemplativa y pasiva. "Venzamos el aislamiento, recuperemos
la calle",
reza la consigna de un graffiti que propone
invertir los términos de la sentencia viriliana:
"Inmovilidad cadavérica de una morada interactiva (…) en
el que el mueble principal sería la silla, la butaca
ergonómica del subnormal motor, y
¿quién sabe? La cama, un sofá cama para el
enfermo-voyeur, un sofá para ser soñados sin
soñar, un asiento para ser circulados sin
circular".
20

Notas

  1. Oscar LANDI, Devórame otra vez. Qué
    hizo la TV con la gente. Qué hace la gente con la
    TV,
    Buenos Aires,
    Planeta Espejo de la Argentina, 1992.
  2. Román GUBERN, El Eros
    Electrónico,
    Madrid,
    Taurus, 2000.
  3. En Revista QUO,
    Tú que miras, 17/11/2003. .
  4. Andrés FLORES COLOMBINO, Cuadernos de
    Sexología Nº 7,
    1988. http://www.sexovida.com.
  5. En Revista QUO, ob.cit.; y Andrés FLORES
    COLOMBINO, ob.cit.—
  6. José Luis SUREDA: El voyeurismo
    según los puritanos,
    en http://www.pillados.com.
  7. Ignacio RAMONET, El conformismo de la
    abyección
    , en "Web Francia",
    febrero de 2002, Nº 24. http://www.webfrancia.com.
  8. En Juan David PARRA OROZCO, Voyeurismo: de la
    cerradura a la pantalla de la era digital
    , "El
    Tiempo
    ", Bogotá, 27/11/2000.
  9. Gabriel COCIMANO, El fin del secreto. Ensayos
    sobre la privacidad contemporánea,
    Buenos Aires,
    Dunken, 2003.
  10. Vicente VERDÚ, El virus Gran
    Hermano,
    Madrid, "El País", 07/05/2000, en
    PARRA OROZCO, ob.cit.—
  11. Paul VIRILIO, El último
    vehículo,
    en "Videoculturas de fin de
    siglo",
    Cátedra, Madrid, 1986.
  12. Gilles LIPOVETZSKY, La era del vacío.
    Ensayo sobre
    el individualismo contemporáneo,
    Barcelona,
    Anagrama, 1986.
  13. Jesús GONZÁLEZ REQUENA,
    Introducción a una teoría del espectáculo, en
    "Telos", Nº 4, Madrid, España.
  14. Luis CAMARGO, El ojo mirado. Apuntes sobre la
    imagen,
    en "Casi Nada", Nº 16, Barcelona,
    octubre de 1997.
  15. Ibíd.
  16. Gabriel COCIMANO, ob.cit.—
  17. Víctor SAMPEDRO, Vampiros, Mercaderes y
    Grandes Hermanos,
    en "El Viejo Topo" Nº 144,
    Barcelona, octubre de 2000; en Juan David PARRA OROZCO,
    ob.cit.—
  18. Juan David PARRA OROZCO, ob.cit.—
  19. Jenaro VILLAMIL, República de Pantalla.
    Frente a la guerra:
    voyeuristas o movilizados,
    en "La Jornada
    Virtual",
    México, 16/02/2003. http://www.jornada.unam.mx.
  20. Paul VIRILIO, ob.cit.

 Fuentes

  • Oscar LANDI, Devórame otra vez. Qué
    hizo la TV con la gente. Qué hace la gente con la
    TV,
    Buenos Aires, Planeta Espejo de la Argentina,
    1992.
  • Román GUBERN, El Eros
    Electrónico,
    Madrid, Taurus, 2000.
  • Revista QUO, Tú que miras,
    17/11/2003. En http://www.quo.wanadoo.es.
  • Andrés FLORES COLOMBINO, Cuadernos de
    Sexología Nº 7,
    1988. En http://www.sexovida.com.
  • José Luis SUREDA: El voyeurismo
    según los puritanos,
    en
    www.pillados.com
  • Ignacio RAMONET, El conformismo de la
    abyección,
    en "Web Francia", febrero de 2002,
    Nº 24. http://www.webfrancia.com.
  • Juan David PARRA OROZCO, Voyeurismo: de la
    cerradura a la pantalla de la era digital, "El Tiempo",
    Bogotá,
    27/11/2000.
  • Gabriel COCIMANO, El fin del secreto. Ensayos
    sobre la privacidad contemporánea,
    Buenos Aires,
    Dunken, 2003.
  • Vicente VERDÚ, El virus Gran Hermano,
    Madrid, "El País", 07/05/2000.
  • Paul VIRILIO, El último
    vehículo,
    en "Videoculturas de fin de
    siglo",
    Cátedra, Madrid, 1986.
  • Gilles LIPOVETZSKY, La era del vacío.
    Ensayo sobre el individualismo contemporáneo,

    Barcelona, Anagrama, 1986.
  • Jesús GONZÁLEZ REQUENA,
    Introducción a una teoría del
    espectáculo,
    en "Telos", Nº 4,
    Madrid, España.
  • Luis CAMARGO, El ojo mirado. Apuntes sobre la
    imagen,
    en "Casi Nada", Nº 16, Barcelona,
    octubre de 1997.
  • Víctor SAMPEDRO, Vampiros, Mercaderes y
    Grandes Hermanos,
    en "El Viejo Topo" Nº 144,
    Barcelona, octubre de 2000.
  • Jenaro VILLAMIL, República de Pantalla.
    Frente a la guerra: voyeuristas o movilizados,
    en "La
    Jornada Virtual",
    México, 16/02/2003.
    http://www.jornada.unam.mx.

 

Gabriel Cocimano

Partes: 1, 2
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