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¿Qué es el boliviano? ¿Quién es el boliviano?




Enviado por Rolando Patzi Paxi



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

Monografía destacada

  1. Introducción
  2. El
    contexto etnoregional
  3. El
    Estado Total
  4. Constituyencia y autonomía indigenista /
    leninista
  5. Historia temprana y áreas
    socioculturales
  6. Desarrollo amerindio de las ondas
    largas
  7. Teoría del Pachakuti o cambio social
    andino
  8. Conclusiones

"¿Qué es el boliviano?,
¿quién es el boliviano? (…) Su historia se pierde
en las sombras de la historia y todavía no hay nada cierto
ni concreto sobre lo que fueron, cómo fueron y de donde
vinieron. Los aimaras, pueblo milenario que ocupa la meseta
boliviana y habla su idioma propio, es muy anterior a los
quichuas que aparecen con el imperio incásico,
según todas las investigaciones hacia los siglos X y XII
de nuestra era. Pero aún los aimaras son descendientes de
otra cultura anterior y que ha dejado monumentos de piedra y
hasta ciudades enterradas que encierran un misterio. (…) Todo
esto quiere decir que Bolivia, lo que se llama Bolivia, es un
pueblo viejo, que puede estar considerado en la línea de
los asiáticos, de Egipto o de la India".

Tristán Marof. In
Memoriam

El presente trabajo, que pretende una visión
panorámica del tema investigado, se funda en una pregunta
básica: Tomando en cuenta el proceso de
aymarización de la nación boliviana, según
la autora Verushka Avizuri, ¿Cree usted que este proceso
de construir una identidad cultural dominante ha servido para
definir las políticas etno- nacionalistas del Estado
Plurinacional? Si su respuesta es negativa o positiva argumente
su posición en forma analítica.

Como una operación de análisis reviste la
necesidad intrínseca de lograr una descomposición
de las partes de un todo, sin quebrar la unidad temática
que le caracteriza; a continuación, desarrollaremos un
recorrido teórico que pueda efectivizar un análisis
minucioso y concreto de la temática en consulta,
refiriéndonos esencialmente a los elementos estructurales
de la situación bajo la cual es posible afirmar y
preguntar desde un texto bien logrado, que contextualizaremos
analíticamente para emitir un criterio muy propio acerca
de aspectos que hoy en día se han convertido en
predominantes al quehacer nacional.

La sabiduría popular ha establecido un hecho
irredargüible para Bolivia: dios está en todas
partes, el diablo en los detalles
. Efectivamente, si existe
un modelo latinoamericano de restauración conservadora
travestido en consignas rebeldes, indudablemente será el
boliviano. La oligarquía política nacional (sea
liberal, neoliberal, nacional revolucionaria o nacional
bolchevique) ha convertido la política en el arte de
salvar lo posible
desde la estructura de poder,
convirtiendo grandes procesos normativos de la comunidad en meros
recambios políticos con escaso impacto en las relaciones
básicas de propiedad, economía y poder. El tan
francés "secreto encanto" jacobino sumado a la
revolución conservadora girondina, permitieron la
subsistencia de las condiciones estructurales de predominio en un
país cuya comunidad vigorosamente organizada ha puesto en
jaque al sistema de poder en múltiples ocasiones y
circunstancias históricas.

En "hombros del pueblo" y agitando las consignas
básicas de la rebelión, se ha restaurado
jurídica, económica y políticamente la
estructura cuestionada, consolidando la expoliación de la
comunidad en discursos librados a su nombre y medidas que
supuestamente han de beneficiarle, siendo ellas indiscutibles en
el contexto histórico que se produjeron, cuando en
realidad estaban vacías de cualquier contenido
transformador, convirtiendo las palabras en cobertores que
impiden ver lo que se agita bajo la superficie, lo real que
resulta poco relacionado a lo que se buscaba. El pensamiento
moderno ha logrado, en tal dirección, unificar a sus polos
(liberales y socialistas) en la esfera del pensamiento
único, que hoy se halla más cercano que nunca. Como
dijo alguien: la izquierda no está lejos de su derecha,
sino al contrario
. Veamos, ahora, el contexto en que se
desenvuelve la temática reflejada en el relato
teórico de la autora.

"Pero lo que ocurre cuando sobreviene la gran
desidealización no es generalmente que se aprenda a
valorar positivamente lo que tan alegremente se había
desechado o estimado sólo negativamente; lo que se produce
entonces, casi siempre, es una verdadera ola de pesimismo,
escepticismo y realismo cínico. Se olvida entonces que la
crítica a una sociedad injusta, basada en la
explotación y en la dominación de clase, era
fundamentalmente correcta y que el combate por una
organización social racional e igualitaria sigue siendo
necesario y urgente. A la desidealización sucede el
arribismo individualista que además piensa que ha superado
toda moral por el solo hecho de que ha abandonado toda esperanza
de una vida cualitativamente superior".

E. Zuleta, 1980.

Durante los últimos lustros señala
Héctor Díaz Polanco-, se han revitalizado en
América Latina los enfoques relativos a la tesis central
que postula "una íntima vinculación del
fenómeno étnico con la formación
regional
y por esa vía, con la
nacional
". Corresponde a Héctor
Díaz Polanco
[1]la inserción
mediadora del contexto regional en la explicación de los
componentes globales de una formación económico
social devenida orgánicamente hacia formas estatales,
concretamente el estado nación moderno y su
perspectiva de país, en clave étnica e
interregional. Al respecto, señala: En una perspectiva
histórica, la problemática étnica es
incomprensible fuera de los procesos que determinan el perfil de
la sociedad nacional en Hispanoamérica y que, en
particular, dan lugar a la aparición del
Estado-nación. Conviene advertir que con este
concepto no hacemos referencia a cualquier organización
sociopolítica, sino a una forma específica e
históricamente determinada que configura a la
nación moderna. A menudo en los análisis se
incluyen nociones de "nación" que, sin hacerlo
explícito, en realidad se están refiriendo a una
gran variedad de formaciones sociopolíticas. Este uso
indiferenciado y caótico permite poner en el mismo plano a
la nación moderna con otras "naciones". Nos
referimos aquí a los usos teóricos o
científicos, no a las denominaciones
políticas que se dan los pueblos, las cuales son
incuestionables.

La perspectiva de Díaz Polanco reside no en
afanes estratificatorios de lo nacional, sino la
comprensión cabal de lo que una categoría implica
en un determinado sistema conceptual, donde opera en base a
significantes específicos y peculiares. En buen romance,
sugiere que un modelo de estado nación moderno es
correlativo a una formación económico social y
cultural específica, recubierto de particularidades
históricas que le hacen diferencial y regional, esto es,
sin validez universal sino solamente en el proceso de modernidad
occidental.

De suyo, adscripciones a la noción desde
núcleos diferentes que pretenden homologarse en la misma
escala, complican el quid del problema aún bajo la
pretensión proclamadamente justa de igualación,
como se da el caso de la Nación Aymara y Nación
Camba
. En ambas situaciones, el intento de igualación
conlleva dificultades en tanto el proceso de estas últimas
resulta demasiado diferente al concepto moderno, como refiere
Héctor Díaz Polanco: En muchos casos el
principal motivo de esta igualación es digno de
admiración: se desean evitar las escalas de valores que,
con evidentes propósitos de dominación y
opresión política, colocan a esas diversas formas
históricas en jerarquías diferentes. Eso es muy
loable. Pero tal procedimiento tiene la desventaja de oscurecer
la comprensión de lo que hay de específico en el
contemporáneo fenómeno nacional; y por ese medio,
se bloquea también la importancia de entender las
importantes relaciones (plataforma de la dominación y la
opresión precisamente) que se dan cuando aquellas
"naciones" quedan enmarcadas en los estados nacionales modernos.
Ante todo, pues, hay que tener en cuenta esto: "Aunque los
hombres se han asociado siempre en algún tipo de unidades
localizadas, su agrupamiento en estados naciones es una
característica moderna cuyo pleno desarrollo es
ciertamente un fenómeno esencialmente
contemporáneo[2]Los estados
nacionales surgen en el siglo XIX, si descontamos algunas
formaciones tempranas; antes podemos tener nacionalidades o
estados, pero no estados-naciones.

A ojo de buen cubero, resulta clara la
identificación moderna de un agregado humano
específico hacia una forma estatal concreta, el estado
nacional moderno,
que "contiene la nación".
Homologando procesos particulares con acepciones de alcance
universal, se ha tendido acríticamente a parangonar
diversidades heteróclitas con procesos occidentales,
resultando distorsiones que nublan su correcta intelección
epocal: "Como lo ha indicado Navari, el Estado-nación
no expresa simplemente la continuidad de las anteriores
formaciones sociales: "se trata de la historia de su
destrucción y de su sustitución por nuevos
contenidos, ideas y tipos de relaciones
sociales"[3]. Ello indicó vastas
transformaciones que corresponden a una etapa histórica y
que hacen de la nación moderna un fenómeno que debe
distinguirse de otras formas de organización anteriores,
de las que el Estado-nación es a menudo la
negación".

El ideario moderno asimiló como la historia
universal
a la de occidente, recayendo en el error todas las
confusiones posibles hoy en día, provenientes incluso
desde las propias filas de muchos movimientos sociales.
Prosigue Díaz Polanco: En la génesis del Estado
nacional operaron diversas fuerzas, en interacción
orgánica, que transformaron a las agrupaciones humanas: el
racionalismo, sistema de pensamiento que modificó
la idea del Estado (concibiéndolo como un agente al
servicio del "ciudadano" y no sólo del monarca),
impulsó los sistemas uniformes de derecho (cuyo paradigma
fue el Código napoleónico) y la noción de
igualdad legal, entre otros cambios fundamentales; el
capitalismo, complejo proceso de transformaciones en las
relaciones económicas y sociales que dio lugar al
"trabajador libre" para vender su fuerza de trabajo, a una nueva
cultura de la eficiencia y la acumulación, y creó
el marco en el que constituyeron las clases sociales modernas y
los extensos vínculos de una "economía-mundo"; y el
Estado, articulador de comunes sistemas educativos,
legales, etc., y organizador de las burocracias capaces de
racionalizar el funcionamiento de las nuevas estructuras
sociopolíticas soberanas, etcétera.

A partir de la moderna concepción
política, procesos que no tienen porqué juzgarse
deficientes; mas tampoco generalizarse paradigmáticamente;
han irrumpido en esta parte del mundo bajo diversas corrientes
ideológico políticas que hallan común e
impune la modernidad como sustrato imperecedero y globalizante:
"Éstos son los rasgos característicos del
Estado moderno; son precisamente los rasgos que constituyen su
modernidad. Pero también son los rasgos
característicos del Estado-nación; fueron ellos los
que crearon el Estado-nación. El Estado moderno y el
Estado-nación son fenómenos coextensivos. En el
proceso de desarrollo, la modernización y la
construcción de la nación implican el mismo
programa"[4] (…) Se trata de comprender algunos
aspectos del tratamiento peculiar que recibe el fenómeno
sociocultural en esta región del mundo, a partir
del proceso de formación nacional.

Paralogizando cualquier escanciado propio, las
corrientes racionalistas de izquierda y derecha reemplazaron el
credo neocolonial con el estatalismo que modernamente
pretendió implantar una suerte de homogeneidad
sociopolítica con facilidad de aclimatación a
latitudes diversas: "En relación con la
conformación de la mayoría de los estados
nacionales en América Latina y su respectiva
composición sociocultural interna, por ejemplo, al menos
llaman la atención dos peculiaridades. En primer lugar, un
hecho que puede causar sorpresa en propios y extraños: la
preocupación temprana y reiterada, que en algunos casos
alcanza el rango de obsesión política, por el
carácter "incompleto" o "inauténtico" de la
nación misma, dada la persistencia de los grupos
étnicos.
Y en segundo término, como corolario
de lo anterior, la búsqueda afanosa de las
fórmulas que permitan "completar" o "integrar" a
sociedades cuyo tejido es socioculturalmente
heterogéneo;
esto es, la observación de tal
heterogeneidad como un estigma, como un defecto de la
nación que debe ser superado".

La mimética homología que todas las
élites modernas de Latinoamérica profesaron,
más allá de su anecdótico trasiego,
constituyó un élan peligroso y genocida desplegado
a nombre de la nacionalidad: "En tal tesitura, en muchos
países del continente un tema reiterado de
ideólogos y pensadores ha sido el de la heterogeneidad
étnica como baldón ignominioso y, en contrapartida,
el planteamiento de la homogeneidad nacional como una meta
necesaria y deseable. Por su carácter paradigmático
se debe recordar aquí el enfoque de Manuel Gamio,
destacado pensador mexicano que extendió su influencia por
toda América Latina. Este autor y hombre de acción
elabora una concepción (fundamento primario del
indigenismo moderno) que vincula la forja plena de la
nación con la cancelación de la heterogeneidad
étnica que caracteriza a la mayoría de los
países latinoamericanos. El hecho de que Gamio esté
planteando, ya en pleno siglo XX, la necesidad urgente de "formar
una verdadera nación" y advierta sobre el obstáculo
que significa para tal propósito "la heterogeneidad
étnica de la población" en los países
latinoamericanos, nos da una idea de la persistencia de este
punto de vista. La perspectiva que sintetiza Gamio tendrá
fieles continuadores en América Latina
prácticamente hasta nuestros días".

Veamos rápidamente los caracteres esenciales del
Indigenismo. La heterogeneidad sociocultural de
Abya Yala se convirtió en un "problema teórico de
larga data" no sólo para las élites liberales,
también lo fue para las emergentes élites
indigenistas e indianistas. Las diversas políticas
indigenistas que operaron a lo largo de la historia
latinoamericana "son el reflejo, y en varios sentidos la causa,
de tal heterogeneidad no resuelta", sostiene Héctor
Díaz Polanco[5]

"…Las variantes indigenistas tienen en
común el constituir, desde el punto de vista de su
naturaleza, concepciones políticamente inorgánicas
o ajenas a los grupos étnicos, construcciones para
entender o justificar la política (la práctica) que
se aplica a los "otros"; y desde el punto de vista de las metas,
definiciones de lo que debe cambiar en cada caso para que no
cambie nada (o por lo menos, nada que sea sustancial para el
mantenimiento de la lógica del sistema)…". (…)
Los indigenismos implican políticas concebidas y
diseñadas por los no indios, para ser aplicadas a
los otros; no suponen una consideración del punto
de vista y los intereses de esos otros, sino una negación
rotunda de que éstos tengan algo que opinar sobre sus
propios asuntos. Los indigenismos reúnen así la
doble cualidad de ser inorgánicos (respecto a los
grupos étnicos) y extremadamente homogeneizadores.
Por lo demás, a medida que los patrones socioculturales
excluyentes se convierten en plataforma de una determinada
organización nacional, los indigenismos devienen en carta
estratégica de proyectos antidemocráticos y
conservadores.

De tal forma, constituyen los indigenismos
"una negación sistemática, y de algún modo
planeada, de cualquier autonomía para los grupos
socioculturales diferenciados
", prosigue Díaz
Polanco:

Los indigenismos pueden llegar a destruir
-vía el genocidio, el etnocidio o la etnofagia, o una
combinación de ellos- a los grupos étnicos o pueden
modificar y aun complicar el cuadro de la diversidad
étnica, pero nunca resuelven las tensiones y conflictos
que implica la diversidad. Por todo ello, la solución de
la problemática étnica no radica en encontrar el
modelo del "buen indigenismo", en contraposición a un
indigenismo "negativo", sino en colocarse fuera de la
lógica misma de cualquier indigenismo
.

El régimen colonial fue un tejido
intercultural
vasto y complejo donde se articularon
grupos étnicos americanos y europeos, abigarrando sus
formaciones previas, cuyo resultado jamás fue la
creación de una "sustancia social" homogénea o
indiferenciada, objetivo último que buscaron las
élites criollo mestizas a lo largo del siglo XIX y entrado
el siglo XX. Justamente, aquél patrón sociocultural
criollo mestizo jamás logró liquidar las
comunidades, pero sí transformó la
composición étnica de Hispanoamérica,
conservando su diversidad como un "problema" que años
más tarde abordarían los indigenistas de "genio
integrativo". Se trata de procesos bajo nuevas
condiciones, que darían lugar a la caracterización
general de tres fases de políticas e
ideologías indigenistas, a saber: a) las
correspondientes a tres siglos de régimen colonial;
b) las aplicadas luego de la independencia, todo
el siglo XIX y parte del siglo XX, de raíz liberal; y;
c) las desarrolladas por modernos estados
latinoamericanos, a partir de mediados del siglo XX.

El indigenismo colonial fue "segregacionista" o
corporativista desde la segunda mitad del siglo
XVI, desnuda una política de la que, prosigue Díaz
Polanco, en el fondo podría decirse que:

…se trata de un conjunto de medidas tendientes a
diferenciar (aunque no propiamente a separar en
términos estructurales) a los grupos nativos del resto de
la población en los planos económico, sociocultural
y político. En el siglo XVI, la Corona reconcentra a la
población autóctona en sus lugares originales de
residencia o, más frecuentemente, la reubica en espacios
creados al efecto por las autoridades civiles y religiosas
(llamados "pueblos de indios") y establece el control directo
(ideológico, político, económico, social,
administrativo) de estos asentamientos. Ello se expresa
estructuralmente como una división de la sociedad colonial
en dos sistemas que, sin embargo, se mantienen fuertemente
articulados: "la república de indios y la república
de los españoles", las cuales dan forma a un modelo de
barreras socioeconómicas y étnicas, en ocasiones
llamado de "castas".

Como ha de verse, actualmente un modelo indigenista
marxista/leninista se propone llevar a cabo tal impronta
colonial, a nombre de los intereses y derechos históricos
de las comunidades amerindias. El sesgo modernizante, almibarado
por todos los "ismos" a que dio lugar el pensamiento moderno
-desde el capitalismo, socialismo, anarquismo, hasta el propio
indigenismo-, logró tal cantidad de prosélitos que
llama bastante la atención su intocada estirpe. Estas
preocupaciones "latinas", por regla general, no se presentan en
países de Europa occidental que desplegaron un temprano
proceso capitalista (Inglaterra, Francia, Holanda, Suiza, etc.) o
no se procuran resoluciones similares a las
anteriores.

Pese a una solución moderna del
estado-nación, aún en los sitios donde fue acabada
y lograda, existieron multiplicidad de grupos
étnico-nacionales, descartando muy luego que fueren las
diferencias fruto de la inexistencia de una heterogeneidad
étnico-nacional. Luego: "Todo indica que la diversa
percepción (positiva o negativa) de las particularidades
étnicas en cuanto elementos constitutivos de la sociedad
tiene que ver, más bien, con los divergentes procesos que
dieron lugar a la conformación respectiva de los estados
nacionales en Europa Occidental y en Latinoamérica.
Colocándonos aquí en un necesario nivel de
generalización, parecería que en esta parte de
Europa es crucial un proceso previo de unificación, que en
algunos casos alcanza incluso una fuerte integración
socioeconómica. El proceso unificador es determinado,
entre otros factores, por el desarrollo de un mercado interno que
se ve impulsado por la extensión de las relaciones
mercantiles, así como por la aparición de una nueva
clase (la burguesía) que no hacía descansar su
identidad social en la separación estamental
respecto de los demás sectores del pueblo (como lo hizo la
aristocracia) ni proponía un modelo de sociedad basado en
las diferencias socioculturales o étnicas, sino en la
unidad que establecía la "igualdad" entre los ciudadanos,
el trabajo libre y la abierta competencia como fundamentos de la
nación".

Apelando simplemente al sentido común, observamos
que la emergencia del capitalismo moderno en occidente
constituyó un proceso epocal de rasgos concretos;
pletórico de características singulares; que fue
comprendido -gracias al positivismo liberal- como englobante y
hegemónico: "En tal contexto, la cuestión
propiamente étnica, estando presente, no adviene un
obstáculo crucial para la formación de los estados
nacionales europeos. Haciéndose eco de las consideraciones
de varios estudiosos del tema, Blas Guerrero recuerda que "la
forma más acabada de nación política, el
Estado-nación, coincide con el desarrollo de las clases
medias que han pasado a ser el grupo de referencia para la
mayoría de la población; esto es así en el
caso inglés, holandés, suizo, norteamericano y -con
singularidades propias- en el francés. El conflicto
étnico juega un mínimo papel al no existir
separaciones de este tipo entre las clases medias y las
más bajas, no dándose obstáculos por esa
vía a la movilidad social ascendente de las
últimas. El proyecto de nación de esos estados
nacionales nace así libre de hipotecas históricas,
dominado por un sentido de racionalidad y unas preocupaciones
empíricas a la medida de sus protagonistas sociales. Esto
explicaría -concluye el autor- el éxito de la
construcción de la nación en sociedades tan
íntimamente divididas por factores culturales como pueden
ser Holanda y Suiza o en menor medida, estados como el
inglés, norteamericano y francés".

Como ha podido apreciarse, los alienados
teóricos modernos de Latinoamérica han confundido
el género con la especie, irrogando efectos devastadores a
sus respectivas formaciones sociales.
Pero, también,
trajeron a primer lugar de la escena el debate acerca de las
comunidades regionales, indígenas y originarias; tanto
desde la perspectiva de raza (indios o cambas),
como de clase (campesinos, patrones); siempre bajo la
perspectiva moderna del estado
nacional.

Y es en aquella donde hallaremos las principales
dificultades y diferencias. Refiere Díaz Polanco: En
muchos casos, las nacionalidades o los grupos
"nacionalitarios" europeos se conformaron de un modo
comparativamente acentuado durante el siglo XVIII, aun antes de
que apareciera la nación propiamente dicha, en su
expresión moderna de Estado nacional; y éste
se constituyó no contra esa realidad plural, sino a partir
de ella. Esto no quiere decir que no se dieran conflictos
étnico-nacionales, sino que, como norma, no se
buscó resolver tales conflictos por la vía de la
destrucción total de la diversidad. Componentes
socioculturales específicos permitían distinguir a
unos grupos étnico-nacionales de otros. Pero tales
configuraciones étnicas no llegaron a convertirse en
infranqueables barreras socioeconómicas entre los mismos
grupos ni en un impedimento político para la
construcción nacional.

A ojo de buen cubero, comienzan a vislumbrarse las
peculiares diferencias, aquellas especificidades
en la construcción moderna de los estados nacionales
europeos. Y, justamente, la cuestión compleja de las
diferencias de clase, al ser desprovista del componente de
casta que había sido barrido junto al feudalismo,
resultó una clave diferencial de alta utilidad en el
análisis: "Esta tolerancia, o mejor relativa
indiferencia frente a la diferencia sociocultural, en primera
instancia no resultó de las elaboraciones de unos
ideólogos, sino de las condiciones creadas por los
movimientos transformadores que se venían gestando en la
base de la sociedad. Los procesos estructurales, y, en
particular, la expansión de las relaciones mercantiles que
prepararon el advenimiento del moderno capitalismo funcionaron
como el cemento que hizo posible soldar en lo político a
los componentes socioculturalmente heterogéneos. Asimismo,
ello favoreció que no se establecieran rígidas
jerarquías socioeconómicas a partir de diferencias
"culturales", particularmente por lo que se refiere a una
generalizada adscripción étnica de la fuerza de
trabajo. Las acciones hegemónicas (de la
burguesía o de la aristocracia aburguesada, según
el caso) se encargaron de convertir aquellas potencialidades
unitarias, que arrancaban del sustrato socioeconómico, en
realidades sociopolíticas: los estados
nacionales".

La dinámica constitutiva europea propicia un paso
acelerado de las condiciones económicas a las
sociopolíticas, en virtud a las difíciles
contradicciones de clase que ahora más bien movilizan
transformaciones sociales en lugar de hacerlas irresolubles. Y,
justamente, aquellas difíciles interrelaciones de clase
subalternizan a un elemento básico que -al interior de las
clases-, define bastantes condiciones, el sustrato
etnoregional
. En efecto, la subalternización
opera en sentido de hacer que la temática etnoregional
pierda la importancia decisoria que antes poseía,
restándole peso mas no existencia. Habría sido la
revolución democrático burguesa europea
que brinde; por su carácter antifeudal y apropiado a la
etapa histórica peculiar del continente; condiciones
diferenciales a las demás y bastante propias de
sí?.

  • Pero aquél será un tema tratado a su tiempo,
    baste con describir el conjunto de condiciones que hizo
    peculiar la conformación de los estados nacionales
    europeos, prosiguiendo con Héctor Díaz Polanco:
    En suma, todo ello influyó en la aparición
    de un mínimo grado de articulación
    socioeconómica que facilitó el acercamiento
    entre sí de esos conjuntos "nacionalitarios" y su
    integración como componentes de una unidad nacional
    mayor, quedando en segundo plano -al menos en la etapa en que
    se plantea la cuestión de la construcción del
    Estado moderno- la heterogeneidad sociocultural. En todo
    caso, lo indicado permite entender que la cuestión de
    las diferencias étnicas o lingüísticas que
    persistían en muchas regiones no surgiera de inmediato
    como un handicap para la conformación de
    estados nacionales unificados y diferenciados de otros (pero
    multiétnicos y, en algunos casos, incluso
    multinacionales). De este modo, la cuestión de la
    heterogeneidad étnico-nacional no generó las
    profundas incertidumbres sobre la viabilidad nacional ni las
    agudas tendencias homogeneizadoras que se observan en el caso
    latinoamericano.

Como han insistido autores diversos, lo anterior puede
resumirse en el hecho "de que los estados nacionales de Europa
occidental se conforman a finales del siglo XVIII, y sobre todo
durante el siglo XIX", a partir de un proceso que "operó,
como regla", de forma ascendente, "de abajo hacia arriba
".
Esto último, de ninguna manera, sugiere que en esa fase
"el papel del Estado en la conformación de la sociedad
nacional no haya sido significativo", sino al contrario:
"Más bien implica que fuertes procesos estructurales y
la conformación de sistemas clasistas, con un grupo como
la burguesía al frente, dieron lugar a la formación
previa de las nacionalidades y de las condiciones cohesivas para
la construcción de la nación. La sociedad nacional
fue un producto de este proceso, y ella, a su vez,
requirió en aquella fase de desarrollo del capitalismo
-con la contradictoria propensión a la
universalización que simultáneamente requiere
espacios delimitados de producción y de realización
de la ganancia- de la organización de los estados
nacionales".

Aquél proceso europeo fue considerado como un
"modelo básico" a partir del cual "se construyeron los
grandes esquemas explicativos de la cuestión nacional". El
marxismo leninismo tampoco resulta inmune a dicha
tradición analítica, de allí sus grandes
dificultades por entender los procesos de construcción
nacionales en la periferia del capitalismo, particularmente en
Latinoamérica, donde continúa el eurocentrismo del
fenómeno nacional-estatal. Justamente, pese a la
diversidad procesual de constitución de estados nacionales
en el marco latinoamericano, es posible hallar ciertos patrones
generales que ilustran sus peculiaridades y enormes diferencias
en relación a los procesos europeos.

Por ejemplo, el hecho de que la zona del Caribe
anglo/franco/holandés se haya conformado no a partir de
colectividades orgánicas y originarias, sino más
bien de sociedades implantadas desde afuera, como
"negocio" empresarial que trajo habitantes de diversos puntos del
orbe y los "disciplinó" en el trabajo esclavizado en
plantaciones; también sociedades indígenas
exterminadas sin llevar a cabo una economía de
plantación (Caribe hispánico); o, finalmente,
poblaciones nativas explotadas que sobreviven la conquista y se
constituyen como un sector subordinado clave para la
construcción social colonial y republicana. En
consecuencia, Latinoamérica misma es un gran conjunto
heterogéneo donde se produjeron diversas formas de
conquista, construcción colonial y republicana, deviniendo
en una suerte de "heterogeneidad básica" que problematiza
las generalizaciones en un contexto tan cercano como el que nos
es característico entre países vecinos, mucho
más, entonces, si se aplican homologías con el caso
europeo.

La Hispanoamérica colonial "se aboca a la tarea
de estructurar su vida nacional" en condiciones muy diferentes a
las europeas, prosigue Díaz Polanco: El proceso
colonial, lejos de constituir una estructura
socioeconómica y un mercado interno generadores de
tendencias integrativas, crea todas las condiciones para
impedirlo: la exclusividad comercial con la metrópoli y
las rigurosas restricciones que obstaculizan el intercambio
económico entre las provincias coloniales (lo que se
suaviza con las reformas borbónicas hasta las
postrimerías del siglo XVIII), los monopolios internos,
los intrincados y minuciosos controles administrativos de todo
tipo ideados en su mayoría en la lejana península,
las numerosas aduanas y alcabalas, los mayorazgos, las
capellanías, los diversos fueros, etc., operan como frenos
formidables. Prácticamente todo el tejido social se
encuentra aplastado bajo el pesado fardo colonial, con el que
también la metrópoli ha transferido -agravado por
el más crudo despotismo- su propio atraso.

La fuerza de trabajo es explotada "fundamentalmente bajo
relaciones esclavistas y serviles durante mucho tiempo",
imperando "los mecanismos extraeconómicos de
explotación y extracción del excedente
",
señal inequívoca de ausencia de relaciones sociales
capitalistas. La Corona española utiliza el tributo como
forma económica de apropiación de la riqueza creada
por los indígenas, y los residentes americanos (chapetones
y criollos), lo hacen a través de la explotación de
su trabajo, mediante la encomienda y el repartimiento (que luego
de abolidos fueron reemplazados por figuras analógicas,
como la del endeudamiento). Un pacto de
reciprocidad
con el vencido se renueva utilizando las
lógicas amerindias precedentes, a cambio de la
conservación de las tierras y el status legal de la
comunidad originaria.

Refiere Héctor Díaz Polanco: Durante
los más de tres siglos de colonización
española, la mayor parte de la fuerza de trabajo se
encuentra -si se nos permite el término- etnizada.
Con ello queremos hacer referencia a la adscripción
sociocultural de la fuerza de trabajo explotada, particularmente
de indios y esclavos. La estratificación étnica se
superpone a la estructura de clases, complicándola y
afirmándola. Según la racionalidad social vigente,
por ejemplo, los indígenas deben pagar tributo y aportar
trabajo gratuito o barato al colonizador porque son vasallos, es
decir, porque son indios. En la misma lógica se
funda el carácter subordinado de los pueblos de indios, en
tanto comunidades.

Acá es muy pertinente un enlace con la
temática de etnicización aymara, dado que hay
algunos aspectos importantes que pueden aclarar dudas
generalmente mal intencionadas en términos
ideológicos. Asumiendo que la ciudadanía aymara se
adquiere mediante la pareja (chacha/warmi), la guerra
(ch´axua) y el tributo (contribución indigenal); y
considerando que la quechuización fue alumbrada por un
proceso de aymarización del Kollasuyo; las relaciones
políticas aymaras hubieron de imponerse y una gran masa de
ciudadanos no aymaras que, como en el caso de muchos Urus,
prefirieron pagar tributo a condición de obtener tierras y
derecho a comerciar, se incorporaron al renglón de
contribuyentes bajo el epígrafe de
aymaras; denotando que ya desde el siglo XVI, la
característica de aymara se basa en una
categoría tributaria antes que una peculiaridad o
identidad étnica. Desde entonces hasta hoy, muchos cambios
de tal magnitud se han operado, siendo muy difícil
catalogar a ciencia cierta alguna identidad como aymara a
secas.

Fueron aquellas evidentes "diferencias
estamentales entre los componentes de la sociedad" las que
asentaron el orden sociopolítico colonial, persistiendo
las mismas en varios aspectos aún después de la
independencia. Esto dificultó "el desarrollo de una fuerza
cohesiva entre un mínimo número de sectores y
capas" que "favoreciera la identidad nacional". La
destrucción del sistema de castas imperante en el
feudalismo europeo fue llevada a cabo por dos factores
básicos, uno económico -central- y otro
político, a saber: la generalización de las
relaciones mercantiles -anterior a la formación del estado
nacional- y su evolución capitalista, que dio paso a una
revolución democrático
burguesa.

Muy diferente resultó el proceso de
formación nacional y constitución de estados
independientes en América hispánica, tal cual
refiere Díaz Polanco: En Hispanoamérica, pues,
se lleva a cabo la tarea de constituir el Estado nacional sin que
en las sociedades que se proponen tal empresa exista una
burguesía suficientemente conformada, como
expresión de una lógica capitalista que hubiera
prendido en los fundamentos del sistema. Los gérmenes
capitalistas que ciertamente encarnaban algunos empresarios
agrarios, comerciantes, etc. (expresión de una incipiente
"burguesía criolla"), eran ahogados por los monopolios,
los mayorazgos, los fueros y demás relaciones e
instituciones instaurados por el sistema colonial. De todos
modos, estos grupos eran débiles. Así, el esfuerzo
por construir la organización sociopolítica
típica del capitalismo, se realiza sin una estructura
socioeconómica en la que predominen las premisas del
capitalismo. Por lo demás, en muchos de los
actuales países de Latinoamérica se trataba de
establecer la unidad cohesiva entre sectores separados no
sólo económica y políticamente, sino
también étnicamente.

Así, la dirección criolla de los
movimientos libertarios -como en el caso boliviano- no llega a la
conformación plena de "las nacionalidades como identidades
colectivas con clara vocación de
autodeterminación", es decir, la visión compartida
en relación a la independencia e identidad nacionales no
llegó a catalizar una estructura de aspectos que
defina la nacionalidad, excepto los alcances de la Proclama de la
Junta Tuitiva de La Paz (1809) cuya redacción -encomendada
al Padre Medina- sintetiza un proyecto nacional propio y
alternativo al neocolonial. Aquello tendrá "consecuencias
importantes" en lo referido al "papel nacional" de las
élites y el estado emergente.

Héctor Díaz Polanco se detiene en un
"asunto de largo efecto en la futura vida nacional" de varios
países latinoamericanos, a saber: Nos referimos a la
secuencia de eventos que termina vinculando la
estructuración nacional con el enérgico
rechazo de la pluralidad sociocultural. Dadas las
condiciones apenas esbozadas, a los dirigentes de los flamantes
países independientes se les plantea como tarea
fundamental la creación de las nuevas bases
socioeconómicas y políticas de los estados
nacionales emergentes. Obstáculos colosales para integrar
esta nueva base nacional eran, desde luego, las relaciones no
capitalistas heredadas del período colonial. Ahora bien,
una de las expresiones más visibles de tales relaciones
eran las condiciones serviles y opresivas que pesaban
particularmente sobre las comunidades indígenas. No fue
difícil, en consecuencia, la identificación de
aquellas relaciones que querían anularse con la existencia
misma de las diversas configuraciones étnicas que se
habían conformado o reestructurado durante la larga fase
colonial.

De tal modo, la élite criolla hispanoamericana
ingresa a la vida independiente "homologando relaciones
económicas y socioculturales justamente reputadas como
indeseables" en perjuicio directo de las comunidades
étnicas, por lo cual éstas "terminan siendo
consideradas también como indeseables y perjudiciales para
la conformación nacional", especialmente bajo la
percepción de los grupos liberales.

Las identidades indias han sido diferenciadas
no sólo de las españolas, sino también de
las criollas y mestizas, apareciendo
ideológicamente como "coloniales" en el discurso de las
élites: "Es decir, la cohesión étnica de
las comunidades dominadas y explotadas se concibe también
como una de aquellas herencias de la colonia que debe esfumarse
en el proceso de construcción nacional. El punto no era
anular cualquier relación que permitiera oprimir y
explotar al indio colonizado (de hecho nuevas relaciones
opresivas y explotadoras, posteriormente conceptualizadas como
colonialismo interno, fueron constituidas en el marco del
estado independiente), sino negar la misma identidad
básica de las etnias diferenciadas. Reconocer esta
identidad habría implicado aceptar de algún modo
una vida autónoma para los grupos étnicos y, sobre
todo, respetar la base de sustentación de tales grupos:
las tierras y demás recursos comunales, codiciados con
igual vehemencia por conservadores y liberales".

La cita refleja una realidad que "parece ser una de las
raíces de la temprana confrontación que se da en
Hispanoamérica entre integración nacional y
pluralidad sociocultural". Simultáneamente, lo antedicho
marca un grado mayor de separación sociohistórica
en los procesos constitutivos de Latinoamérica y Europa.
Efectivamente, "en la Europa protonacional", las configuraciones
étnicas "no podían asimilarse universalmente", con
similar facilidad, "a las relaciones precapitalistas" o al
"atraso".

Prosigue Díaz Polanco: El desarrollo
socioeconómico de las diversas nacionalidades en Europa
era comparativamente más equilibrado, y se daba el caso de
que una nacionalidad dominada pudiera exhibir un pasado y aun un
presente socioeconómico igual o superior al de la
nacionalidad dominante: v. gr. Cataluña frente a Castilla.
En Hispanoamérica, en cambio, dadas las condiciones
impuestas por la dominación colonial sobre la
población autóctona, la identificación entre
comunidades étnicas y aquello que debía liquidarse
para dar lugar a la sociedad nacional fue casi automática.
No existieron las condiciones (en particular la lucha
orgánica de una fuerza sociopolítica capaz de
amenazar seriamente el proyecto centralista o de imponerse, lo
que no cumplieron las esporádicas rebeliones indias, las
cuales fueron acciones heroicas pero dispersas) que obligaran a
establecer la separación o distinción entre las
relaciones serviles de carácter colonial y las estructuras
socioculturales que caracterizaban a las etnias.

Una vez aplastadas las rebeliones indígenas de
Túpac Amaru y Katari, la comunidad indígena como
fuerza social de alcance nacional fue derrotada y descabezada,
poco tiempo antes de las rebeliones criollo mestizas. La derrota
de las rebeliones indígenas y la del 16 de Julio de 1809
en La Paz, con sus principales líderes ajusticiados, marca
el desarraigo sangriento de cualquier proceso alternativo al
vigente, de origen colonial, sustentado por las élites que
capturaron el proceso independentista, principalmente las
formadas en la Universidad de Charcas.

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