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¿Qué es el boliviano? ¿Quién es el boliviano? (página 4)




Enviado por Rolando Patzi Paxi



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

  • Nótese la impronta: "otro comunismo
    más vigoroso y moderno"
    brotará de las
    raíces ancestrales; la clave del futuro se halla en
    el pasado
    . Empero, las cosas distan de ser tan simples,
    surgen dificultades teóricas que no pueden atribuirse
    a yerros de Marof, sino a las ideas de la época, a
    saber: la diferencia civilizacional de occidente y el incario
    es, ante todo, más antropológica en sus matices
    que epistemológica en sus saberes y tiempos.

  • O sea, Incas y europeos se diferencian
    culturalmente por su pasado y tradición, pero
    habrán de juntarse en el presente bajo el comunismo,
    que se define moderno
    : el aporte civilizacional
    de Marof se halla mediatizado por la incuestionable
    modernidad que atraviesa el campo analítico en
    perfecta impunidad epocal: si a cada tiempo corresponden
    ciertas ideas, entonces, a la fecha del ensayo, era lo
    moderno un presente promisorio que todavía no
    marcaba disensos generacionales porque se hallaba en pleno
    despliegue, crecimiento y desarrollo.

  • La modernidad fue promesa insospechada sin criterios
    antagónicos; aquellos efectos perniciosos que
    conocemos hoy permanecían imperceptibles aún.
    Por ello, relieva Tristán Marof que los andinos
    habían vivido muy bien "bajo otro régimen,
    aunque totalitario, que le garantizaba su vida
    íntegra. Y la catástrofe fue total" en la
    conquista.

  • Una sociedad con "grado avanzado de perfeccionamiento
    económico y moral" es la que ofrece el incario.
    Serán los Incas "hombres prácticos" sabedores de
    que "el hombre vive de pan antes que de nada" y, por tanto,
    resolverán este problema eficazmente a través del
    estado:

    Toda la aspiración incaica, tanto por
    prestigio como por buen gobierno, se esfuerza de dar al Estado
    toda su potencia
    [21]En un tiempo simplista ese
    Estado soberano lo constituye el Inca. Del Estado son pues, las
    tierras, los animales, los pastizales, el oro, la plata, las
    piedras preciosas. El Inca reparte celosamente todos los
    productos y garantiza la existencia económica del Imperio,
    administrándolo por medio de una contabilidad rigurosa.
    Todo llega a su conocimiento. Sabe cuántos habitantes
    tiene una comarca, cuántos nacen en un año,
    cuántos han fallecido. Una casta especial de
    empleados
    le pone al corriente de los más
    ínfimos detalles.

    El mito del Inca redivivo tomará cuerpo en el
    nuevo estado; comunista moderno
    ; que
    garantice la restitución del bienestar y justicia
    como sistema de valores cardinales, mediante una
    movilización total del pueblo a través del
    estado comunista moderno, definida como
    revolución económica
    .

    Comparando al incanato con el imperio romano y a su
    casta funcionaria con la élite moderna; el papel
    fundamental queda en manos de un estado fuertemente centralizado
    y vertical en cuanto al régimen de autoridad
    política; que sin embargo dista del autoritarismo secante
    por su normatividad justa.
    El ejemplo de los incas resulta
    esclarecedor para Tristán Marof: la conquista incaica
    respetaba los valores religiosos y culturales de los pueblos
    sometidos; luego; tales actitudes "granjeaban
    simpatías"
    que paulatinamente contribuyeron a "la
    fusión de todos los pueblos"
    bajo moldes incaicos que
    no hacían más "que traducir el triunfo de la
    política comunista".

    La disciplina fue tan sólida que los
    conquistadores no pudieron quebrantarla, optando más bien
    por aprovechar torticeramente de ella, sin lograr imponerse a lo
    largo de la historia, porque "aún hoy día el
    espíritu del quechua a través de los siglos se
    mantiene en pie
    " a pesar de la
    República que
    "con todo su lirismo y sus proclamas
    no ha conquistado su corazón"
    ya que
    ésta
    "no es sino la creación dichosa de
    algunos doctores
    ", por la que "el veinte por
    ciento de la población se mata a cuchillo en día de
    farsa electoral
    ". Luego:

    La raza originaria permanece inexorable y alejada de
    las supuestas conquistas democráticas, esperando sus
    antiguas fórmulas y su grande moral destrozada por la
    lujuria de los conquistadores. Pero querer implantar un comunismo
    en la forma incaica no pasa de ser un amargo sueño en la
    hora presente. Los tiempos han cambiado, la civilización
    occidental con sus inventos, sus máquinas, su avaricia y
    su sordidez, aunque nos rehusemos a creer vive también
    entre nosotros. Por otra parte la democracia aunque falsamente
    interpretada nos separa del camino.

    A criterio de Tristán Marof, la
    irredargüible omnipresencia occidental tampoco basta
    por sí para explicar los límites, dado que se
    concibe más tecnológica que
    políticamente
    . Se trata de otros escollos más a
    superar, como la estructura de poder clasista/castiza
    republicana, cuyos mentores serán "los pequeños
    burgueses -enemigos natos del indígena-" que llevaron a
    cabo "la revolución libertadora" y "siguieron
    afortunadamente a Bolívar". Para éstos, en criterio
    de Marof, "cualquier reforma en el sentido de nivelar las
    condiciones sociales y económicas del indígena
    sería un contrasentido".

    Nótese un sentido fundamental en clave
    clasista
    : la clase media comprendida como
    pequeña burguesía
    ; fundacional en la
    narrativa nacionalista revolucionaria; es ahora un
    componente vital de la casta dominante y
    directora
    , que se concibe como beneficiaria de la
    Independencia y anexa políticamente a Bolívar. Y
    ésta se halla en la antípoda del
    indígena.

    El retorno a la tierra bajo la idea
    comunista moderna
    marca un hito fundamental en la narrativa
    de Tristán Marof, dado que tensiona
    dialécticamente las categorías de "retorno" y
    modernidad, bajo la mediación del
    comunismo.

    El "retorno" dista de implicar la "conservación"
    reaccionaria, en tanto que la idea comunista moderna se
    aleja de cualquier linealidad histórica; proceso sin
    retorno, ad perpetuam; e ineluctablemente, articula en
    progresión el sentido y su significación.
    Así, pasado y futuro se articulan bajo el presente, que
    habrá de transformar de forma profunda y radical las
    condiciones del momento histórico y estructura del
    devenir.

    Esta clave deberá comprenderse en su justa
    dimensión, sin sesgo determinista de cualquier
    índole. Stefan Baciu, en el prólogo
    dedicado a Radiografía de Bolivia,
    señala sobre Tristán Marof, La Justicia del
    Inca
    y lo antedicho:

    La novedad de sus ideas fue, de un lado acusada por
    la "rosca" boliviana de "comunista", y de otro lado fue mal
    comprendida por quienes sólo hablaban de oír decir;
    pocos ejemplares del libro han caído en manos de quienes
    tenían verdaderamente interés en leerlo. Más
    tarde, cuando la idea de Marof ya estaba aceptada casi
    unánimemente, investigadores y profesores como los
    norte-americanos Herbert Klein y Charles W. Arnade, que se
    acercaron a su obra con interés y atención, hacen
    interpretaciones erradas.

    Lo último, al menos, debe resaltarse, porque nace
    del criterio del propio autor, que comenta en una de sus cartas a
    Baciu:

    Yo nunca he pretendido que "la clase indígena
    de Bolivia retorne al Incanato", que fue un experimento
    magnífico, en los siglos X y XI de nuestra era, moralmente
    superior a la civilización europea de esos tiempos por su
    moral, su orden y su organización económica.
    Toynbee, el historiador inglés más conocido, pone a
    los Incas entre las 20 civilizaciones que ha habido en el mundo.
    Salvador de Madariaga, uno de los más ilustres escritores
    de estos tiempos, escribe que los incas eran tan organizados y
    manejaban su imperio como no ha habido otro. Esto mismo dicen
    docenas de cronistas españoles y no hay que insistir.
    Parece que los autores americanos no conocen la prehistoria, ni
    han leído con atención estos
    asuntos.

    Entonces, ¿a qué se refería
    concretamente Tristán Marof con su obra? Dejemos que sea
    él quien responda:

    Yo me refería a que los indios de Bolivia
    gozaban de mayor seguridad, orden y gobierno durante el Incanato.
    No dije jamás ni se me ocurrió volver ochocientos
    años de historia para atrás. Teniendo la
    técnica moderna?que nos han dado Europa y los
    Estados Unidos, podríamos servirnos de ellos para
    implantar un Estado moderno.

    Pero ¿acaso no fue implantado un estado
    moderno tras la revolución de 1952?
    Marof responde
    directa y sentenciosamente lo que sigue:

    Desgraciadamente la revolución boliviana de
    1952 fue conducida por malandrines y en los doce años de
    gobierno se cometieron tantos abusos, como en ninguna
    época. Paz Estenssoro fue depuesto por sus abusos y su
    felonía, junto con sus esbirros. La nacionalización
    de las minas se convirtió en un negocio y la reforma
    agraria en demagogia. Al final de todo, subsiste la pobreza del
    pueblo. Lo que quiere decir es que se precisa una élite
    honrada, teóricamente capaz y valiente, y no de bribones
    que utilizan la política para su beneficio personal y para
    enriquecerse.

    Normalmente, la historiografía del nacionalismo
    revolucionario suele atribuirse los méritos globales de un
    proceso que se inició bastante anticipadamente a la
    incursión de muchos de ellos (Paz Estenssoro, por
    ejemplo), en la lucha política, exaltando sus
    méritos como irredargüibles hasta el extremo de
    paroxismo que glorifica unos fusilamientos canallescos
    (Chuspipata) cual si fueran la mecha de la emancipación
    que lograron encabezar en sus momentos decisivos. El auto elogio
    -muy pocas veces justificable- del movimientismo, su protagonismo
    excluyente, nublaron la verdad de los hechos y, con ello,
    pretendieron erigirse en los héroes de un panteón
    que, seguramente, merecerá recibir a muy pocos de ellos
    -como el Dr. Hernán Siles y el Maestro Juan Lechín;
    Augusto Céspedes y Carlos Montenegro-.

    Gustaba repetir Napoleón que la historia no es
    más que una fábula consensuada; y escrita por los
    vencedores -añadirían millones de voces-. La
    extensa descripción del texto de Tristán Marof no
    sólo obedece a un acto de justicia, para restituir los
    fueros de la verdad, sino un auténtico manantial de
    historia donde fluyen las aguas que desembocarán
    raudamente el 9 de abril de 1952; para ser arrojadas de nuevo al
    tiesto de frustraciones históricas del pueblo de
    Bolivia.

    En cuanto nos ocupa, el texto de Tristán Marof,
    escrito en 1924 y publicado en 1926, arroja las claves precisas
    para comprender un proceso en su real dimensión. A la vez,
    gesta los principales postulados que habrán de dominar los
    lenguajes generacionales y, posteriormente, un proyecto de
    país moderno y nacional revolucionario tras
    rebelión épica de un pueblo que, hasta hoy,
    prosigue mayoritariamente ignorando los factores verdaderos del
    desastre que acompañó al proceso de "la
    revolución nacional", frustración que, por cierto,
    no pagaron sus verdugos, sino el pueblo que la hizo
    posible.

    En cuanto al ideario moderno, éste -me parece- es
    el libro clave que gesta las cadenas de sentidos, enunciados y
    significaciones decisivos a su descenlace. El estado comunista
    moderno de La Justicia del Inca nos arroja justamente sus dos
    elementos centrales: el estado total moderno (estado nacional) y
    la revolución económica (movilización
    total), factores clave que habrán de florecer con
    sorprendente anticipación a sus pares europeos.

    Más allá de todo lo antedicho, el
    mérito que, a mi criterio, sobrepasa cualquier
    expectativa, reside en que -modernismos más o menos-, se
    trata del más serio intento por edificar
    paradigmáticamente un país equitativo, viable,
    justo y poderoso, a través de un pensamiento propio,
    original; que sin envidiarle nada a nadie, constituye uno de los
    proyectos más serios, brillantes, originales y factibles
    que se hayan esbozado en estas tierras bendecidas.

    A diferencia de Marof y del propio Marx; camino a
    un exclusivo Lenin,
    el PIR y el POR;
    los más importantes partidos "marxistas" leninistas
    nacionalcomunistas / nacionalbolcheviques
    bolivianos con
    duración estable y definida a lo largo del período
    de reconstitución y sucedáneos tras la
    revolución nacional; coinciden abiertamente en el
    diseño leninista, diferenciando llanamente aspectos
    de orden táctico en cuanto a las formas de
    consecución del poder y el contenido de clase que
    éste observe?.

    Y esto mediante la articulación
    revolucionaria de las clases
    en la etapa correspondiente -sin
    diferir en cuestiones inherentes a la estatalidad- que se
    presenta como su representación total, a
    través del partido revolucionario concebido como
    vanguardia política del proletariado
    y operador
    directo
    de las transformaciones requeridas por un
    país
    que rearticulará sus componentes
    justamente bajo la égida del estado
    clasista.

    En virtud a lo antedicho, no debe extrañar a
    nadie que las principales elaboraciones acerca del capitalismo de
    estado post 52, correspondan a figuras y cuadros provenientes de
    ambos partidos, en abierta coincidencia con el partido
    "burgués" que acabó conduciendo el proceso, vale
    decir, el MNR. En todos ellos puede observarse
    nítidamente la textura del estado total moderno como
    realizador teleológico de la clase representativa de la
    nación -clase media-, conteniendo a ésta: estado
    nacional moderno
    .

    Por ello, trascendiendo el marco partidista,
    enfocamos la visión de ambos elementos a través de
    la obra teórica de sus más esclarecidos exponentes,
    a saber: Tristán Marof y José Antonio Arze, quienes
    buscan las huellas del pasado incaico para validar el presente
    suyo; ya por su redimensionamiento (Marof) o por su
    análisis articulador de clase (Arze). A despecho de
    constituir una valiosa inflexión de corte indigenista,
    trasluce la necesidad de justificar un orden estatal centralizado
    como catalizador del país para sí. Y esto
    último, puede ser comprendido si acaso indagamos el
    porqué de la elección paradigmática que del
    incario llevan adelante ambos teóricos, que sin dejar de
    mencionar elementos aymaras -obviando casi totalmente a otras
    culturas no andinas-, optan por el estado central de los incas y
    no por el modelo confederativo local-comunal y autogestionario
    aymara o guaraní. Allí pueden visualizarse las
    preferencias y nociones estatalistas de la izquierda, en
    divergencia con el propio Marx.

    Es hoy común identificar al socialismo marxista
    con estatismo soviético, dando por entendido que cualquier
    pensamiento contradictorio al de origen liberal, necesariamente
    debe afirmarse en dicha base. A esto han contribuido los propios
    militantes y teóricos de la izquierda, quienes adquieren
    la formación marxista de segunda mano, a partir de la
    intelección que sobre éste llevaron a cabo los
    bolcheviques, cuyos textos circularon ampliamente -en forma de
    folletos-, por toda América allende la década de
    los 20. Por otra parte, las temáticas y significaciones
    adheridas a sus planteos, difieren según la vertiente por
    la cual arribaron al continente; destacando la corriente
    socialista heterodoxa de orientación nacional en su fuente
    platense de origen atlántico y la ortodoxa e
    internacionalista de raíz pacífica -chilena-,
    excluyendo al Perú, que aportó intensamente cierta
    heterodoxia detenida abruptamente por las condiciones
    políticas internas que le cupo afrontar al país en
    cuestión. Obviamente, la observación ha de tomarse
    como tal y no como canon estricto.

    La corriente marxista universitaria posteriormente
    identificada como stalinista y fundadora del PIR, tuvo en
    José Antonio Arze a su teórico mayor. Es
    atribuible a su figura la introducción del materialismo
    histórico en el dominio académico y
    científico social a partir del cual una generación
    emergente interpretaba la estructura nacional y proyectaba sus
    redes enunciativas al conjunto de una plataforma doctrinal densa
    y sistematizada, cuyo epicentro se ubicaba en la categoría
    de clase como articulador y eslabón decisivo en una larga
    y sostenida cadena de acontecimientos
    sociohistóricos.

    En texto de impecable rigor académico
    -característico en el autor-, José Antonio
    Arze
    [22]discurría los cauces de la
    historia nacional desde las culturas pre/hispánicas,
    recontextualizando sus eventos en clave clasista y moderna,
    conservando taxonomías que frisan lo primitivo y
    civilizado a la usanza liberal positivista y nacional bolchevique
    de la época; esto es, en clave lineal moderna; aspecto que
    le lleva a catalogar cualquier civilización amerindia como
    primitiva, concediendo en esa lógica un segundo estadio de
    la barbarie al Imperio Inkaiko[23]y menor grado
    aún a Tiahuanacu, pese a catalogarle como imperio. Si de
    éste rescata el ayllu, de aquél un estado
    centralizado.

    Quizá sea esto último lo que orienta
    al autor -fuer las no muy amplias investigaciones de la
    época- hacia los incas en desmedro de los tiwanacotas,
    además del indudable fin político perseguido, a
    saber: una sociedad organizada en confederación
    multiétnica descentralizada como la de Tiwanaku resultaba
    menos eficiente a los declarados objetivos del bolchevismo
    nacional que un estado incaico de fuerte centralización,
    considerado epocalmente como superior al régimen de
    autonomías locales, visto analógicamente cual
    señorío feudal pre / capitalista. El Imperio
    Inkaiko, a decir del autor, observa lo siguiente:

    Este Imperio surge como tipo de sistema político
    centralizador de los ayllus, que habían conocido desde
    mucho antes del siglo XII el régimen del colectivismo
    agrario bajo el gobierno plural de caciques o curacas (sinsi). El
    fundador del Imperio, Manko Capac, es probablemente mera
    representación mítica de alguna dinastía de
    sinsis que realizaron el propósito de organizar un fuerte
    poder central, después de la disgregación que
    parece haber sobrevenido a la ruina del poderoso Imperio de
    Tiahuanacu. El centro de donde partió la acción
    centralizadora fue el Cuzco, en la meseta peruana; esta ciudad
    siguió conservando su categoría de capital del
    Imperio hasta la caída de éste.

    A fuer de discutir la veracidad o no de lo afirmado
    -que resulta injusto por el privilegio de la actualidad y escapa
    a los fines del trabajo-, es más que obvia la insistencia
    que José Antonio Arze despliega en el factor estatal y
    centralizado como antecedente válido para luego intentar
    aproximaciones contemporáneas -a las del autor-, con
    raíces validadas en la propia cultura. Pero siempre bajo
    claves de lectura modernas, como a continuación
    refiere:

    Es interesante empezar observando que el medio
    geográfico del Imperio Inkaiko, aunque rico en recursos
    minerales, no pudo ser explotado en los tiempos inkaikos como lo
    sería recién en la época de la Conquista,
    que trajo una técnica productiva minera más apta
    que la indígena. La meseta, mientras sus habitantes no
    habían logrado un grado superior de desarrollo industrial,
    determinó, pues, las características esencialmente
    agrarias de las fuerzas productivas.

    El carácter progresivo que sirve a occidente
    para clasificar estamentalmente los diversos tipos de sociedad
    según su desarrollo industrial, aparece como rasgo
    sustantivo del pensamiento prohijado por José Antonio Arze
    y su sector político al interior de la izquierda, como el
    conjunto del nacionalbolchevismo que, como fue anteriormente
    desarrollado, constituye una variante de corte estatalista en el
    seno del modernismo occidental y su maquinismo. De suyo, si la
    minería industrial obtiene mayor importancia que la
    economía agraria, aspecto discutible, será el
    subdesarrollo tecnológico incaico una de las causas de su
    posterior declinación frente a otra fuerza que sí
    obtuvo aquella técnica, bajo el supuesto de que la
    economía secundaria industrial deviene superior a la
    agropecuaria.

    Bajo tal axiología, evidentemente, resulta
    difícil plantearse otros argumentos, como por ejemplo, el
    valor que la minería guardaba en una u otra
    civilización, así como el desarrollo
    tecnológico en la agricultura amerindia, superior al
    importado. Arribar a estas conclusiones demanda inicialmente
    liberar el concepto de tecnología de toda carga
    maquinista, retomando su acepción original, a saber:
    Tecnología es el conocimiento de las leyes de la
    naturaleza y su correcta aplicación hacia el mejoramiento
    de la calidad de vida. En el esquema dominante de occidente
    moderno, observamos una suerte de antonomasia entre maquinismo y
    tecnología, estableciendo clasificaciones y rangos a
    partir de ella, como el mismo autor esclarece:

    En un Imperio de técnica tan rudimentaria, la
    fuerza productiva esencial fue, pues, el trabajo humano aplicado
    al cultivo de la tierra y a la ganadería. El
    desconocimiento del hierro impidió desarrollarse a la
    minería y al utilaje industrial. La ausencia de animales
    de carga pesada y el desconocimiento de la rueda impidieron un
    mayor progreso de los transportes y del arte militar, aunque, por
    otra parte, fueron factor de la admirable política
    caminera llevada a base, también, del trabajo personal del
    hombre.

    El uso intensivo de mano de obra humana en las
    fuerzas productivas pre coloniales aparece como signo evidente de
    rezago tecnológico antes que modalidad propia de
    generación de recursos y empleo, contrariamente al
    maquinismo que paulatinamente sustituye al trabajo humano por
    mecanismos técnicos cuya absorción de mano de obra
    se reduce inversamente a la sofisticación que alcancen.
    Luego, el sesgo supracitado adquiere un rango de
    afirmación principista cuando José Antonio Arze
    proclama:

    Faltaron en el Imperio las dos premisas indispensables
    para la implantación de un verdadero régimen
    socialista. La presencia liberadora de la máquina y de la
    gran producción. Por eso resulta impropio calificar a este
    Imperio de socialista o comunista, como es corriente el
    hacerlo. Fue, a lo sumo, un Imperio semi-socialista de
    Estado.

    Para el teórico valluno, socialismo es
    equiparable a producción excedentaria y maquinismo,
    aplicando el corpus leninista sin concesiones a la individualidad
    histórica de cada formación económico
    social, trasladando las categorías modernas al
    análisis de sociedades altamente diferenciales: las
    civilizaciones amerindias no parten del principio de
    acumulación, sino el de abundancia redistributiva. Y a
    esto habrá de sumarse la concepción de propiedad
    que termina por establecer un rasgo aristocrático moderno
    al sistema incaico donde se pueden apreciar nítidamente
    las divisiones clasistas que justifiquen así la tesis del
    PIR en tal sentido. Así:

    Analizando las características del aparato
    político-jurídico que correspondía a la
    estructura económica incaica, vemos perfectamente
    confirmada la afirmación marxista de que el Estado incaico
    era un Estado de clase, un Estado que expresaba
    fundamentalmente los intereses de la nobleza poseedora del
    control de los medios de producción. La autoridad del Inka
    era casi omnímoda y se veía atemperada a lo sumo
    por ciertas limitaciones que le eran impuestas dentro de la misma
    nobleza. Los hatunrunas estaban privados de opinión y de
    intervención activa en la vida política: las luchas
    de Partido se hallaban estrictamente limitadas dentro de la
    nobleza, y aquí mismo su expresión era
    mínima, gracias a la fuerte centralización de poder
    que había logrado conquistar la dinastía que se
    decía descendiente de Manco-Capac, a quien, como sucede en
    todas las sociedades primitivas que conocieron la realeza, se le
    atribuye un origen divino.

    El anclaje clasista de Arze confiere a las tesis del
    PIR una validez histórica suficiente para postular su
    modelo estatal, reflejando miméticamente las adscripciones
    que luego actuarían trágica y decisivamente en el
    eclipse de esta corriente. Por lo demás, trasluce una
    suerte de generalización que ha de colocar el conjunto
    social amerindio bajo la óptica de transposición
    lineal moderna, sin solución de continuidad pese a que la
    obra en sí no deja de aportar elementos interesantes,
    opacados por el conjunto del sistema teórico. Luego, en
    criterio del autor:

    Según el marxismo, es el ser social del
    hombre lo que determina fundamentalmente su conciencia o, dicho
    en otros términos, la psicología de los grupos y de
    los individuos humanos está condicionada por la diferente
    estructura económica de una Sociedad dividida en clases.
    La aplicación de este principio a la cultura incaica, nos
    permitirá precavernos, pues, contra las generalizaciones
    de orden psicológico respecto a la totalidad de los
    primitivos peruanos.

    Vislumbramos la introducción del concepto de
    conciencia de clase. Sin llegar a extremos donde cualquier
    diferencia social sea negada, resulta evidente que; bajo el
    sistema conceptual de Arze; si la noción de clase ha de
    concebirse en su carácter económico y de lucha por
    el excedente acumulado, cabe indagar: ¿cómo ha de
    comprenderse ésta en una sociedad que se aparta del rasgo
    acumulativo per se?; y, de suyo, ¿cuál será
    el rasgo distintivo de la conciencia de clase y cómo se
    halla expresada al interior de tal sociedad? Responde José
    Antonio Arze:

    En el Tawantinsuyu no es difícil advertir que la
    psicología social de la nobleza ofrece rasgos casi
    antagónicos a los de la masa. Es una psicología de
    clase dominadora: el aristócrata incaico es imaginativo,
    previsor, duro para mandar sin dejar de ser algo
    magnánimo, es activo y tenaz para sus empresas. El
    hatunruna, en cambio, a lo largo del proceso de sojuzgamiento
    económico y político se nos revela cada vez
    más despojado de iniciativa intelectual, manso, no poco
    autómata en sus manifestaciones volitivas. Nada prueba
    mejor que este antagonismo de psicologías lo
    erróneo de aquellas escuelas socioetnológicas que
    creen que tales o cuales manifestaciones psicológicas son
    inherentes a una raza determinada y que esas cualidades son la
    causa de sus modalidades culturales. Orejones y hatunrunas
    pertenecían a la misma raza: ¿Porqué eran
    tan diferentes espiritualmente? Los marxistas respondemos: por la
    diferente posición de clase que ocupaban en el
    Imperio.

    El concepto de raza en el autor aparece unificando
    socioculturalmente a un pueblo cuyas diferencias podrían
    otearse bajo la lupa del conflicto de clase. En el mosaico
    multiétnico del Tawantinsuyo, difícilmente pudo
    hablarse de una raza en singular, como tampoco negar diferencias
    sociales que reflejan otro tipo de operatorias a las comunes en
    occidente. Luego, en vez de cuestionar la imposición de un
    modelo estatal centralista que despertó resistencias
    enconadas de comunidades confederadas y sin mando centralizado
    como ha de verse en el apoyo brindado por muchas a los
    españoles contra el incario; José Antonio Arze
    asume una suerte de homogeneidad étnica y escisión
    clasista. Aparentemente, el énfasis del autor se dirige a
    la colocación histórica precisa del incario dentro
    del marco lineal y sucesivo que caracterizó el
    análisis determinista de izquierda bolchevique,
    pretendiendo con dicha localidad un punto de inflexión que
    articule historias distantes bajo la generalizante secuela
    evolutiva que, partiendo del esclavismo, habrá de recalar
    ineluctablemente en el socialismo.

    Es en clave lineal como Arze interpola contextos
    para llegar a su homogeneidad y consiguiente desembocadura. Pero
    también será éste el fundamento
    analítico de la caracterización clasista que hace
    del PIR un partido bolchevique occidental creativamente
    reduccionista. Como reflejan voces críticas, probablemente
    sea pecado de origen la simiente académica doctrinal que
    distingue al PIR de otras agrupaciones que terminan abrazando el
    marxismo tras un devenir más amplio y ligado a las
    contingencias de la práctica política. El sesgo
    doctoral que ha impreso este sistema teórico a la praxis
    cotidiana, afinca sus reales justamente en la pureza y rigor
    académicos, que -en justicia- revelaban aires de novedad
    en los tiempos que fueron planteados, introduciendo
    categorías analíticas de amplia influencia en las
    demás corrientes generacionales que aplicaban esfuerzos
    para comprender la realidad nacional objetivamente; he
    allí su mérito. Baste proseguir el relato de
    José Antonio Arze para observar lo
    antedicho:

    Empero, cabe preguntarse: ¿No hubo en el Imperio
    una lucha de clases que tendía a romper este molde
    de desigualdad económica y política?
    ¿Soportaba con resignación tan absoluta la masa la
    autoridad de la aristocracia incaica? El economista Baudin,
    después de preguntarse (…) ¿Era feliz el indio?,
    se responde: "Podemos creerlo, ya que tanto añora el
    pasado. Trabajaba sin desagrado para un amo a quien tenía
    por divino: no tenía más que obedecer sin darse el
    trabajo de pensar; si su horizonte estaba limitado, no se daba
    cuenta de ello, ya que no conocía otro, y si no
    podía elevarse en la escala social, no sufría en
    manera alguna por eso, ya que no concebía que tal
    ascensión fuese posible".

    Efectivamente, sí hubo lo expuesto a guisa de
    pregunta, revelándose como una causa fundamental en la
    caída del Inkario. Y, de inmediato, responde
    Arze:

    Claro que si tenemos en cuenta la dura
    explotación a que vivió sometida la masa
    indígena por los invasores españoles y más
    tarde por la feudal-burguesía republicana, es
    lógico suponer que añore como un mal menor el yugo
    que soportaba de los sojuzgadores de su propia raza. Pero esto es
    una cosa y otra muy diferente el suponer que los hatunrunas
    soportasen sin resistencia, en la época del Imperio, la
    dominación de la nobleza. La prueba de que eso no
    debió ser así, es la rigidez con que los Inkas
    castigaban a los revoltosos. Fue sin duda muestra de gran
    sagacidad "haber evitado -como dice Baudin- los peores
    sufrimientos materiales, los del hambre y los del frío";
    "haber impedido que las pasiones destructivas del orden social
    tomen libre curso y restauren la anarquía primitiva, haber
    hecho desaparecer los dos grandes factores de perturbaciones: la
    pobreza y la pereza, no dejando más que un
    pequeño sitio a la ambición y a la avaricia". Mas,
    ¿hemos de concluir de esto que las masas incaicas
    habían llegado a un grado de inercia tal que no intentaran
    nada para elevar el nivel de sus condiciones económicas,
    políticas y culturales?

    Menester ha preguntarse concretamente a cuál
    estado de primitiva anarquía se alude, si al descrito por
    Dick Ibarra como behetría o al sistema confederativo
    aymara, que dicho sea de paso, hoy se considera bastante
    avanzado, aunque las percepciones de la época en que fue
    escrito el texto, opinaban en contrario, bajo el paradigma
    comparativo del estado nacional centralizado y moderno, asaz
    contrario y superior a cualquier otro que se motejaba primitivo.
    Luego:

    Es dudoso que esto haya sido así y lo demuestra,
    entre otras cosas, la guerra en que el Imperio estaba envuelto a
    la llegada de los Españoles; actuaban, es verdad, en esa
    guerra, dos intereses dinásticos -el de un heredero
    bastardo y el del legítimo-, pero es probable
    también que en el fondo de ese conflicto hayan existido
    gérmenes de insurgencia de la clase sojuzgada contra los
    fundamentos del poder mismo de la nobleza sojuzgante. Un progreso
    ulterior de la técnica de producción, habría
    determinado, sin duda, el momento de madurez para dar
    expresión más definida a este latente antagonismo
    de clase. Quizá la etapa inmediata de ese régimen
    de comunalismo agrario habría sido la formación de
    estratos sociales algo parecidos a los que sobrevivieron en
    Europa a la descomposición del feudalismo medieval;
    quizá se habría conservado en lo esencial ese
    sistema de comunalismo, evolucionando hacia una igualación
    cada vez más efectiva en las condiciones de
    producción y de consumo entre la nobleza y la masa. Pero
    estas son hipótesis: por desgracia, la violenta
    superposición de la Conquista "cortó en redondo
    -como dice Engels- todo ulterior desenvolvimiento de la sociedad
    peruana".

    Lectura en clave clasista y occidental, aporta
    indicios que bajo un marco dialéctico intercultural
    dejarían de ser parcialmente válidos en tanto
    autorreferencialmente abordaren la problemática
    civilizacional bajo sus propias categorías. Huelga
    reiterar que, no obstante, la introducción del
    análisis de clase contenía la novedad, siempre
    enriquecedora y paradójicamente silogística,
    combinando equitativamente un acierto heurístico y un
    error mimético; si acaso consideramos lo que José
    Antonio Arze refiere como resumen:

    Lo más preciso que puede afirmarse respecto al
    Imperio Aymara Preincaico de Tiahuanacu es que la base de su
    régimen económico fueron los ayllus o comunidades
    agrarias. El Imperio Inkaico estableció sobre esa base un
    sistema de centralización política
    "semi-socialista". Pero no puede afirmarse que ese Imperio haya
    sido ni socialista ni comunista, en el sentido que
    el Marxismo o Socialismo científico otorga a esas
    palabras. Y esto por dos razones esenciales: 1º) La
    técnica económica rudimentaria que necesitaba
    explotar en gran escala el trabajo personal humano. 2º) La
    presencia de una clase sojuzgante y otra sojuzgada. Para la
    implantación de un verdadero régimen socialista se
    necesita un previo y maduro desarrollo de la técnica
    capitalista
    , lo cual determina la aparición de una
    clase proletaria capaz de transformar el régimen de
    la propiedad privada en colectiva. Realizada esta
    socialización, al través de un período
    transitorio
    de dictadura proletaria, empieza recién a
    diseñarse la Sociedad sin clases y sin poder del Estado,
    fase remota de la Sociedad en que podrá lucir en toda su
    plenitud la fórmula de Marx: "De cada uno según sus
    fuerzas, a cada uno según sus necesidades".

    Es acá donde se advierte claramente la
    influencia leninista y su sello secuencial, concibiendo bajo
    linealidades históricas occidentales, contextos de
    lógica diversa que obtienen mayor grado de parentesco al
    marxismo del fundador que al replanteo bolchevique. La trampa
    había cerrado sus tentáculos, y todo un ala de la
    nueva generación había caído en ella, aunque
    sus efectos hayan sido matizados por anclajes originales
    -atribuidos a las corrientes indigenistas de la izquierda en el
    propio PIR-, que sin modificar sustancialmente los preceptos,
    hubieron de aportar indicios de riqueza notable:

    El estudio de las culturas precolombinas no tiene,
    empero, un mero interés teórico para los
    políticos marxistas. En Bolivia y en todos los
    países que todavía conservan gran proporción
    de población indígena, kechua y aymara, subsisten
    las formas institucionales primitivas (especialmente el ayllu) y
    se mantiene, un tanto transformada por los aluviones de la
    cultura colonial y republicana, un rico substracto de mitos que
    sólo esperan una acción acertadamente orientada
    para ponerse al servicio de la Revolución antifeudal y
    antiimperialista.

    Es justamente acá donde puede apreciarse el
    sentido último del recorrido que José Antonio Arze
    demarca, el retorno al pasado en clave porvenirista que se
    distancia de Montenegro en los ejes a que apela, pero guarda
    semejanza como intento de relectura histórica vista
    progresivamente y sometida a fines últimos que
    habrán de justificar sus clivajes. Luego, la totalidad del
    programa político del PIR, descansa en la
    revolución que reifica en la estatalidad, es decir, que la
    revolución misma y su éxito dependen centralmente
    de la nueva forma organizativa del estado a construir, lo que
    resulta subrogando a la forma estado el contenido clase; cediendo
    la soberanía totalmente a su envoltura superestructural,
    en clave leninista, como puede apreciarse en el programa del
    partido:

    "Este Programa sólo podrá ser llevado a la
    práctica en su plenitud cuando se haya logrado la
    implantación de un nuevo tipo de Estado que deje de ser la
    expresión de los imperialistas y de la feudal
    burguesía y sea, por el contrario, la expresión de
    los intereses de las clases oprimidas, vale decir de las nueve
    décimas partes de nuestra Nacionalidad.

    Las medidas concretas del programa señalan un
    redimensionamiento estructural a partir del estado dirigido por
    el partido, en adhesión a las tesis que Lenin prohijara y
    Stalin llevara meticulosamente a la práctica, en
    dirección al estado total bolchevique, pariente
    más que cercano del estado total
    nacionalista/fascista/nacionalsocialista
    .

    II.II. EL ESTADO TOTAL
    NACIONALISTA / FASCISTA /
    NACIONALSOCIALISTA

    Establecemos, operamos y desglosamos; a
    continuación, lo antedicho y por ello transcribimos los
    documentos de lenguaje fascistas y nacionalsocialistas bajo la
    intencionalidad ilustrativa acerca de convergencias más
    que la utilización anatematizante de coincidencias que
    sirvan para etiquetar a una u otra corriente, sino procurando
    establecer contextos teóricos y visualizaciones
    ideológicas de mayor alcance que la asignación
    epifenoménica hacia una u otra corriente; cuya
    selección corresponde a Jean Pierre Faye. Acerca del
    estado totalitario y la doctrina del fascismo, tenemos
    que:

    E1 Estado, si es efectivamente autoritario, es
    igualmente totalitario, es decir, dotado de una «autoridad"
    que despliega, no en la limitada esfera formadora y tutelar del
    derecho sino en la totalidad de las relaciones que se desarrollan
    en su propio ámbito (…). Sin embargo, se crea en Vico
    igualmente esta reciprocidad unitaria entre el Estado y el pueblo
    que Mussolini ha interpretado confiriendo al Estado el
    espíritu del pueblo y al pueblo el cuerpo del
    Estado.

    Sintéticamente, se trata de un estado que realiza
    la voluntad de la sociedad, englobada ésta bajo su
    imperio, que recobra validad en el ejercicio pleno y unificado
    del poder; luego, en tratándose del mismo estado
    totalitario, ahora en relación al liberalismo:

    Por otra parte, no es exacto que el Estado
    totalitario sea una reacción contra el Estado Liberal. El
    Estado totalitario es el Estado por excelencia, el Estado
    verdadero, hoy lo mismo que siempre. Sería absurdo pensar
    que se trata de algo transitorio.

    • Se trata de volver a definir el estatuto
      teórico de la autoridad estatal, que trasciende una
      etapa, retomando la fuerza de sus apelaciones iniciales
      Así, tenemos en ciernes "el concepto":

    Precisamente para esto y para afirmar la
    analogía que existe entre el Estado fascista y el Estado
    Nacionalsocialista por una parte y la que surge de las cruentas
    pruebas de la Falange española, por otra, la
    denominación del «Estado totalitario» es
    válida (…). Es apreciable el concepto según el
    cual el Estado Fascista sería un "tipo
    histórico» del Estado totalitario, lo mismo que el
    «Estado Nacionalsindicalista» en España y
    «Estado Nacionalsocialista» en Alemania serían
    otros tipos históricos.

    • Se trata de una dinámica transida por la
      asimilación de los actuantes y clases al interior de
      la estructura estatal, brindando el énfasis
      según la operatoria que adopte específicamente
      cada tipo histórico, en función a sus
      peculiaridades nacionales. Y esto último tiene efectos
      acerca de las nociones fascistas conjuncionadas de "raza" y
      "derecho":

    Para quien siente la dignidad de ser italiano debe,
    en consecuencia, parecer indispensable reprimir con
    energía los extremismos raciales. Estos son el resultado
    de una improvisación pseudo-científica, o de cierto
    espíritu de imitación que es la tara más
    reciente del carácter italiano. Si los alemanes consideran
    que les es conveniente fijarse como modelo ético y
    estético el tipo del "hombre nórdico»,
    nosotros los italianos, no podemos renunciar al título que
    proviene de la descendencia de Roma.

    La invocación dista de ser gratuita. Para el
    modelo italiano, de raíz latina pero mayormente
    intercultural en su propia configuración nacional; el
    rescate de una tipología étnica excluyente no
    moviliza energías creadoras sino cuando retoma el
    principio de los tiempos, esto es, apelando a una determinada
    etapa histórica donde se gesta la gloria nativa, su
    grandeza que reclama autoestima. Y ésta puede localizarse
    en Roma, por esencia multicultural, como imperio y no como raza,
    a diferencia del caso alemán, donde los albores
    teutónicos gestan la energía vital movilizadora.
    Por ende, al fascismo no le interesan tanto los contenidos
    raciales de Roma, sino su carácter de imperio universal
    latino englobante del conjunto civilizacional interétnico
    localizado allende su territorialidad.

    Es un mérito del fascismo el haber evocado,
    por primera vez, y asumiendo de nuevo, en el hundimiento de la
    civilización europea, la posición
    ético-orgánica de las ciencias morales, y haber
    definido por vez primera el concepto «totalitario»
    del Estado pueblo. Todo pueblo, como unidad de vida colectiva,
    debe igualmente resolver el problema de su individualidad
    según sus propios caracteres espirituales y raciales.
    Sobre esta base el fascismo y el nacional-socialismo reivindican,
    ambos, el derecho a defender y perfeccionar la
    civilización europea. EI orden jurídico del
    «Estado Totalitario» pone como fines la integridad
    moral y material del pueblo mismo en la sucesión de sus
    generaciones.

    La individualidad histórica puede sugerir
    peculiaridad, pero coincide en los mecanismos a través de
    los cuales se hará posible, es decir, apelando a la
    totalidad por vía estatal, que remarca el contenido
    civilizacional y busca su plasmación real, factible y
    posible sólo por vía reconstitutiva, brindada a
    partir del estado. Este principio de identidad a través de
    la raza, tendría como invocación el asunto ligado a
    los valores nacionales que le hacen posible:

    (…) Los valores nacionales deben ser defendidos
    también ante el hebraísmo, por la separación
    absoluta y definitiva de los elementos hebreos de la comunidad
    nacional, para impedir que el hebraísmo pueda ejercer
    cualquier tipo de influencia sobre la vida de los pueblos. Los
    pueblos italiano y alemán oponen a las ideologías
    universalistas y cosmopolitas del hebraísmo internacional
    los principios categóricos que se desprenden de las leyes
    de Nüremberg del l5 de septiembre de l935 y de las
    resoluciones del Gran Consejo de Fascismo del 6 de octubre de
    l938, año XVI (del Fascismo).

    • La identificación del hebraísmo con
      la nación sin estado, la gens carente de patria,
      resuelve incidentalmente y por vía negativa en
      intríngulis que pretende relevarse estatal o
      racialmente. El hebraísmo se cataloga
      antonomásticamente como internacional en tanto ajeno a
      cualquier identificación propia, nacional, opuesta a
      lo universal informe de los imperios que ya han llevado a
      cabo estatalmente su proyecto de nación estado. El
      asunto adquiere carácter jurídico, encarando la
      propia visión de justicia como legitimación en
      el estado totalitario:

    Con la fundación del «Estado
    Totalitario» la situación se ha modificado por
    completo. A este tipo de Estado es esencial la noción de
    «comunidad nacional» y la coincidencia entre el
    concepto de pueblo y el concepto de Estado, la estructura del
    «gobierno», entendida como este complejo de poder
    público, asume un carácter jerárquico. El
    sistema parlamentario queda abolido, la ley no reposa ya sobre el
    título de la voluntad general, la pluralidad de los
    poderes no tiene ya razón de ser, (…). Hoy en
    día, bajo el efecto de la doctrina del «Estado
    Totalitario», no solamente no es ya admisible que el juez
    sea extraño a la acción del poder público
    sino que, mucho menos se puede consentir que quede indiferente
    ante el resultado final. El juez debe concurrir en el efecto
    teleológico de todo el poder público. Esto
    significa que el carácter de la función
    jurisdiccional debe adaptarse, en el tipo de «Estado
    Totalitario», al carácter unitario, dinámico
    e imperativo que el poder público asume en
    él.

    Esto es, crudamente, arrancar los velos de la fementida
    separación de poderes liberal, en pos de un alineamiento
    directo totalmente, mas no nuevo:

    Común a la concepción fascista y a
    la concepción nacional-socialista es esta regla
    canónica: el juez debe estar circunscrito, en la
    interpretación de la ley, por la aplicación que
    debe hacerse de ella en los casos concretos. Notemos, respecto a
    la versión alemana, que el juez en el "Estado
    Totalitario», debe entenderse, de todas formas, como ligado
    a la concepción política del régimen porque
    éste, en algunos casos, no estaría ligado al
    Derecho.
    (…) La versión italiana… ha
    añadido que el espíritu de la organización
    italiana va sobre todo en el sentido de los controles
    jurisdiccionales sobre la actividad de la administración
    pública. El principio de la legalidad puede y debe obtener
    su realización más amplia en el marco del Estado
    totalitario.

    Ya no se trata de un estado de derecho, sino que el
    estado mismo es el derecho, la autoridad y el poder soberano de
    la sociedad; la legitimidad tiene fuente en la autoridad y de
    ésta desprende todo sistema de legalidad; en ambos casos,
    la raíz que valida el conjunto reside en la voluntad total
    hecha estado. En cuanto a la versión alemana:

    "Völkisch» significa una
    concepción de la esencia de la Totalidad Volk totalmente
    distinta de la del liberalismo (…). La concepción
    völkische acentúa conscientemente, en
    oposición a la concepción liberal, lo que se llama
    las comunidades naturales del pueblo. Ve en el pueblo una unidad
    de vida biológica y saca las consecuencias
    políticas de esta concepción en oposición al
    liberalismo. EI concepto de raza, pero también la
    significación del espacio y del país natal, entran
    en juego en primer plano de forma preeminente y actúan
    igualmente en el terreno del Derecho del Estado
    (…).

    A diferencia de la voluntad social enhiesta bajo la
    totalidad estatal, la teoría germana enfatiza como punto
    de partida el factor étnico, völkische; la unidad del
    pueblo, esparcido bajo múltiples unidades estatales en
    Europa, principalmente tras la creación de estados
    "tapones" que median las fronteras alemanas, incluyendo gran
    parte de sus connacionales bajo banderas distintas a la suya. Por
    ello, toda invocación inicial pasa por el origen racial,
    para luego plasmar éste en la gran unidad germana, en el
    Tercer Reich, el nuevo estado alemán, que agrupará
    la totalidad sólo si parte de la comunidad natural, esto
    es, llanamente, la raza. Luego, la unidad entre
    derecho positivo y natural, a través de la
    invocación de principio, mor la comunidad de origen y, por
    tanto, de un futuro destino:

    Semejante concepción del pueblo domina
    también todos los ámbitos vitales en la vida del
    pueblo y del Estado. La totalidad del pensamiento völkische
    la penetra por completo. Más aún; de esta Totalidad
    völkische se desprende, el hecho de que, para la
    concepción nacional- socialista, la continuidad del
    acontecimiento político pasa a través del pueblo,
    como magnitud política, y no a través del Estado
    (…). En esta medida, la concepción hegeliana del Estado
    como «realidad de la Idea moral» constituye una
    posición a-völkische, que es extraña al
    nacionalsocialismo.

    Es el pueblo quien articula primordialmente lo nacional
    y sólo después será realidad cualquier
    entidad que lo agrupe, esto es, primero el carácter de la
    nación como raza y luego su estado nacional en
    representación de su pueblo, ahora entendido cual etnia;
    vale decir, articulando los conceptos de raza y pueblo, alcanza
    recién un sentido propio la estatalidad, diferenciando el
    caso alemán de los otros, principalmente el italiano, en
    virtud a su invocación de raza-pueblo como principio de
    legitimidad y legalidad, recayendo en la formación
    estatal, el cumplimiento de su función aglutinante,
    sólo legítima en tanto representa la comunidad
    natural.

    No obstante la cita, el pensamiento nacionalsocialista
    tampoco desecha el aporte de Hegel, principalmente bajo dos
    ámbitos:

    • poder de voluntad del pueblo o
      nación

    • sujetos interpelados: clase media baja en
      vías de proletarización,
      lumpenproletariat

    El pueblo como totalidad que se encuentra con el estado,
    pero no en el sentido de articulación clasista, sino
    más bien cercano a las visiones de Gobineau y Montlosier,
    esto es:

    La tesis según la cual el pueblo es el
    «lado apolítico" conduce, como hemos visto, a la
    concepción del Estado liberal de poder, que ha encontrado
    su expresión en el principio fascista del Estado. Mientras
    que para el pensamiento nacional-socialista del Estado y el
    Derecho, pueden existir en razón de sus funciones de vida
    völkische, el fascismo subraya de forma tajante el valor
    propio del Estado, por el que la nación es creada en
    primer lugar. Esta concepción, desarrollada en los
    derroteros del pensamiento hegeliano, conduce entonces
    necesariamente a la de "Estado total», es decir, el Estado
    como aparato total de poder. Esta concepción es igualmente
    extraña al pensamiento völkische y
    nacionalsocialista[24]

    ¿Cuál es entonces la raíz del
    asunto?: simplemente que mientras para la concepción
    alemana es la raza como factor generativo del pueblo quien
    constituye estado, para el fascismo italiano es el estado quien
    da forma política a la nación, de modo total.
    Devolvamos la palabra:

    Es inexacta la designación de Nuestro Reich
    como "Estado Autoritario" o «Estado totalitario".
    Autoritarios o totalitarios son, más bien, los
    «Estados liberales de poder» (Höhn), que tienen
    por fin la conservación de una posición de dominio
    frente a una nueva vida (ejemplos: Austria antes de la
    reunificación o Rumania bajo el régimen de Carol),
    Para ellos, contrariamente al Reich nacional-socialista
    alemán, el pueblo no es el contenido del Estado sino el
    objeto de su dominio. E1 Estado fascista italiano es
    también un Estado autoritario. La forma autoritaria del
    Estado corresponde a la concepción latina del Estado
    según la cual el Estado debe ser construido desde arriba
    para poder poner en movimiento de forma uniforme a todas las
    fuerzas de la Totalidad con vistas a los objetivos que asigna el
    poder central. El fascismo ha sabido dar un carácter
    auténtico y un rostro positivo a esta forma de
    Estado.

    • La visión germana, autoritaria como es,
      resiste catalogarse en tal sentido, justamente porque
      pretende redimir a la nación -el irredentismo surge de
      ello-; articular a la nación y por lo tanto, unificar
      bajo un solo concepto la noción de raza, que es pueblo
      y estado, representando a la totalidad de aquella comunidad
      nacional; partiendo del derecho a su existencia por
      razón de su sangre, trasladando a un plano posterior
      la cuestión al tipo específico de estatalidad:
      primero el sentido raza/pueblo bajo un estado, y luego el
      rumbo de éste, que será necesariamente el de
      aquellos, por soberanía legítimamente radicada
      en su composición misma. La visión antiliberal
      de un objeto concebido desde las arenas del propio
      liberalismo, adquiere un sustantivo:
      völkische:

    En lo referente al siglo burgués, que ha
    introducido la separación del pueblo y del Estado en el
    concepto y en la realidad, que ha reducido al pueblo a la abulia,
    a una esencia incapaz de actuar, es también significativo
    que haya hecho del Estado un órgano social más
    entre otros, una posición del Todo entre otras. «El
    Estado total», el verdadero «Estado popular" es la
    misma e inmediata "Totalidad völkische», por el hecho
    de que a partir del ser simple llega al acto de querer, a la
    acción creadora de la historia, al poder y a la
    política.

    Si el pueblo es diferente al estado, el "derecho de las
    naciones jóvenes" invocado por Edgar Moeller Van Den Bruck
    carecería de sentido, pudiendo articularse en cualquier
    tipo de entidad política. Luego, al reivindicar el origen
    étnico del pueblo, éste debe fundirse con el
    estado, tanto en su connotación externa como interna,
    representando a la totalidad nacional que es una e
    inequívoca. Se trata de algo inmediatamente
    ostensible:

    (···) El Estado total exige un
    estrato social cerrado que la soporte, sobre el que, en
    último término, repose la formación de su
    voluntad y de su poderío. Tal estrato no puede nacer
    más que por vía revolucionaria: el grupo que se
    imponga y que arrastre consigo la ascensión al Estado
    total se coloca asimismo en primera fila y con el deber
    más elevado asume igualmente la responsabilidad mas alta y
    por ello recibe el privilegio político de una mayor
    protección del Derecho.

    • La raíz teutónica emerge de una
      división jerárquica, que otorga sentido propio
      a su intelección, mas trastocándola en la
      selección del más apto, vale decir, que los
      blasones de casta se diluyen en la sangre de una raza que
      organiza jerárquicamente su devenir, en función
      al más apto, y éste ya no pertenece a la vieja
      oligarquía de casta, sino al joven sujeto
      político -el pueblo-, articulando bajo el
      carácter étnico a las clases, por vía
      revolucionaria, transformando creativamente por un acto de
      este tipo las condiciones reales, sin dejar de volver al
      pasado: la revolución conservadora. Se trata,
      entonces, de una dictadura total como remembranza del pasado
      imperial, esto es:

    En este contexto, parece que el Socialismo es la
    precondición de la organización autoritaria
    más dura y que el nacionalismo es la presuposición
    de las tareas de rango imperial. El socialismo y el Nacionalismo
    como principios generales son, tal como se ha dicho, lo que
    repite y prepara a la vez (…). Los individuos y las
    comunidades… son, ambos, símbolos de la Forma del
    Obrero, y su unidad interior se muestra en el hecho de que la
    voluntad de la Dictadura total se reconoce en el nuevo
    Orden como voluntad de Movilización total (…). La
    perfección de la técnica es uno de los
    símbolos, y sólo uno, de los que confirman la
    clausura. Se destaca por la señal con que se marca a
    una Raza cuya talla es inequívoca.

    O sea, el valor de la clase lo es en tanto supone raza,
    marcando un signo conservador en clave nacional. Por otra parte,
    el arribo a tal presupuesto debe abordarse desde la
    revolución, el socialismo, trazando rutas
    antitéticas que convergen hacia la unidad del pensamiento
    en el justo medio, el centro radical. El socialismo aparece como
    el sentido revolucionario de las clases emergentes -el obrero-,
    articuladas como pueblo en sentido étnico, organizando
    autoritariamente la sociedad por vía de la
    revolución, que no será una marcha hacia el
    comunismo, sino un retorno al sentido del Reich, a la
    realización de las tareas imperiales alemanas, postergadas
    tras la derrota de la primera guerra mundial. Por ello,
    socialismo y nacionalismo supondrán el arribo a la nueva
    estatalidad, que bajo la movilización total de sus actores
    y medios materiales de realización, principalmente
    técnicos, habrán de reponer o devolver al Reich la
    gloria de su sino imperial.

    Sintéticamente: Mientras el marxismo supone
    antagonismo histórico de clases, el fascismo busca la
    conciliación de clases bajo el control del estado; las
    denominadas aspiraciones elevadas del hombre, a saber: voluntad
    sagrada y heroica; voluntad de poder, voluntad totalitaria. Todas
    ellas atractivas para países pobres o que llegaron tarde a
    la repartición colonial e imperialista de mercados en el
    mundo.

    Veamos ahora, a la luz de la intertextualidad, los
    rasgos principales que atribuyen las corrientes nacionalistas y
    nacionalsocialistas bolivianas al concepto de estado y sus
    tópicos diferenciales y comunes, según sean
    enfocados por una u otra vertiente, a través de sus
    documentos de lenguaje, relevados por el Dr. Mario Rolón
    Anaya; aclarando que su despliegue corresponde a una fase
    histórica anterior a los efectos conocidos luego del ciclo
    bélico entre potencias europeas, como acontecerá
    también cuando aludíamos al estado socialista
    bolchevique.

    Para Falange Socialista Boliviana (Programa de
    Fundación y Decálogo Falangista
    ), tanto
    "el concepto de disciplina como subordinación consciente
    del individuo a la realización de un fin colectivo";
    cuanto "un sistema de jerarquía basado en la
    selección del más apto"; articulados,
    inspirarán la estructuración del Nuevo
    Estado Boliviano
    , caracterizado como:

    Organismo eterno y supraindividual que represente
    totalmente a la Nación cuya suprema misión no es
    esporádica en el tiempo y en la historia, sino que tiene
    la responsabilidad de eslabonar una continuidad armónica
    en el destino de las generaciones pasadas, presentes y venideras;
    que excluye la disciplina social representada por dos formas
    políticas: la desorganización anárquica,
    producida por el relajamiento del principio de autoridad y el
    entronizamiento de tiranías oligárquicas y
    caudillistas. El sistema jerárquico suplirá los
    privilegios clasistas o de grupo dando opción a cualquier
    boliviano a ocupar el puesto que su capacidad le
    asigne.

    La representación de la sociedad por el estado
    adquiere en el postulado falangista, la fuerza incontrastable de
    una realidad nacional signada por la débil presencia de
    organización alguna que articule intergeneracionalmente,
    la nacionalidad. Lejos de caer en simplificaciones como las
    abundantemente criticadas a lo largo del texto, relacionamos
    más bien la enfática asimilación hacia las
    formas dominantes de los procesos de construcción
    latinoamericanos desde la figura del estado, como ente
    aglutinante de la totalidad inarticulada por efecto de los
    truncos procesos de constitución nacional en la
    égida liberal. El estado que representa
    totalmente a la nación, será, de suyo, el
    estado nacional moderno.

    Si el estado constituye a la nación, procede a la
    "soldadura de clases" en este organismo vivo cuya misión
    reside en elevar a la nacionalidad como un conjunto articulado en
    sentido equitativo, sugiriendo las jerarquías por aptitud
    y, por ende, cualquier aporía clasista representa una
    amenaza, porque resquebraja esa unidad granítica de la
    nación, expresada vitalmente en su estado.

    Será entonces, a través del estado que la
    nación pueda encontrar su destino histórico bajo la
    fisonomía propia y específica a su necesidad, en
    clara subordinación al interés colectivo frente al
    individualismo liberal. Y el sistema de jerarquías
    obedecerá a las diferencias naturales que recorren cada
    cuerpo social, antes que a la prelatura de castas que
    comúnmente se atribuye a esta corriente. Por otra parte,
    tampoco desecha la democracia como sistema, sino que la
    diseña acorde a sus imperativos, "no el derecho
    político de los más en servicio de los intereses de
    los menos, sino el deber político de las minorías
    en servicio del pueblo todo". Así:

    Bajo los principios de: Organización,
    Justicia y Solidaridad, el Nuevo Estado Boliviano será un
    organismo integral que basado en la voluntad de ser una
    nación, subordinará los intereses personales de
    grupo y de clase, al supremo interés de la bolivianidad, y
    podrá cumplir el amplio programa de reconstrucción
    integral a que aspira…

    La Integralidad adquiere sentido en
    cuanto articula esta nación disgregada, cuya
    mayoría se halla al margen del sistema nacional, llevando
    a cabo el tránsito de una configuración
    fragmentaria hacia una totalidad de sentido, correspondiendo su
    transmisión equilibrada y armónica al ente que
    requiere ser expresión colectiva, total, legítima
    para lograr su posibilidad, esto es, la soberanía que le
    da vigor y carácter como estado de la nacionalidad. Y para
    ello, a la par de integrar el conjunto nacional, ejerce su
    acción como voluntad y sólo después de
    alcanzar dicha magnitud, emprenderá su
    transformación, expresada en un programa.

    Éste puede resumirse en: la Grandeza de
    Bolivia, la Creación del Alma Nacional, la Unidad de la
    Patria, la Solución Integral de Nuestros Problemas, el
    Trabajo de Todos, el Imperio de la Justicia Social, un Nuevo
    Orden Económico, la Redención del Indio, la
    Educación y la Cultura, el Problema Moral, el
    Régimen Familiar, etc.
    Sintéticamente, apela
    más a la fuerza interior que a formas externas concretas,
    fuera de algunos significantes que podrían orientar
    ciertas articulaciones. Luego, invoca una suerte de
    mística nacional antes que modelos constitutivos
    especiales del estado que pretende edificar, en curiosa
    coincidencia con su rival histórico, el MNR.

    Éste, en el documento intitulado Bases y
    Principios del MNR, de junio de 1942
    , comienza su
    alocución proclamando "el Derecho del Boliviano,
    hombre o mujer, como principio inspirador y fundamento de la
    organización del Estado, el funcionamiento de las
    instituciones y la aplicación o la reforma de las
    leyes
    ". Refiere una protesta contra los individuos y
    empresas extranjeras que ejercitan derechos sin sujetarse a las
    mismas obligaciones extendidas a los nacionales, para esbozar, a
    continuación, una plataforma que llama poderosamente la
    atención, a saber: Contra el judaísmo y el
    pseudo-socialismo, instrumento de una nueva
    explotación:

    Denunciamos como antisocial toda posible
    relación entre los partidos políticos
    internacionales y a las maniobras del judaísmo,
    entre el sistema democrático liberal y las organizaciones
    secretas y la invocación del "socialismo" como argumento
    tendiente a facilitar la intromisión de extranjeros en
    nuestra política interna o internacional, o en cualquier
    actividad que perjudiquen a los bolivianos.

    Las protestas antisemitas, como se ha documentado
    ampliamente, no obedecen a ideales nazis, sino más bien a
    las características comunes que guardaba el capital
    financiero judío, a la par de aquellos efectos nocivos
    irrogados por la inmigración semita a Bolivia,
    principalmente en materia productiva de índole artesanal,
    donde opera un trasiego maquinal, que causó la ruina de
    numerosos artesanos, contraviniendo el destino agrícola
    que facilitó su llegada al país.

    A diferencia de invocaciones generales de FSB en cuanto
    al concepto de lo étnico, el MNR precisa contenidos de
    alcance mayor al mero reivindicacionismo cultural latinoamericano
    en boga, esbozando -a través de Augusto
    Céspedes
    -, conceptos similares a los emitidos por
    Edgar Moeller Van Den Bruck en
    Alemania:

    Afirmamos nuestra fe en el poder de la raza
    indomestiza; en la solidaridad de los bolivianos para defender el
    interés colectivo y el bien común antes que el
    individual, en el renacimiento de las tradiciones
    autóctonas para moldear la cultura boliviana y en el
    aprovechamiento de la técnica para construir la
    Nación en su régimen de verdadera justicia social
    boliviana, sobre bases económicas y políticamente
    condicionadas con sujeción al poder del Estado.
    Exigimos la voluntad tenaz de los bolivianos para mantener
    ante todo la propiedad de la tierra y la producción, su
    esfuerzo político para que el Estado fortalecido asegure
    en beneficio del país la riqueza proveniente de la
    industria extractiva, y su acción individual para formar
    la pequeña industria. Exigimos la
    subordinación absoluta de las grandes empresas, que
    operan en el exterior al Estado Boliviano, sin apelación
    de ninguna clase.

    La asociación entre raza, propiedad,
    producción y estado, configura la totalización del
    cuerpo social en el concepto étnico para identificar su
    peculiaridad, operante a través de una estatalidad
    dinámica. A diferencia de FSB, que vislumbra el estado
    como instrumento articulador, el MNR otorga a la raza
    indomestiza
    el carácter constitutivo previo a la
    configuración estatal, que operará desde tal
    pivote; o sea, precisa la fuerza vinculante de la sangre como
    referente que remonta sus apelaciones hasta un pasado remoto,
    pero no de la comunidad pre/hispánica, sino como fruto de
    la mestización irrogada por ésta,
    composición étnica mayormente aproximada al
    concepto Jungkonservativ de Pueblos
    Jóvenes
    , cercanos al irredentismo
    alemán y, por ende, menesterosos de una forma de
    articulación estatal nueva que le otorgue sentido moderno
    en la hibridez que designa, aunque se la pretende superar con
    apelaciones históricas de un pasado heroico e
    identitariamente configurado en su inmersión dentro de la
    historia nacional, como élan que paulatinamente marca sus
    redes de significaciones, concluyendo en una entidad definida y
    globalizante, bajo referentes ampliamente flexibles.

    En similar operatoria a la del nacionalsocialismo
    alemán, el nacionalismo revolucionario
    parte de la raza para constituir el pueblo y éste, a
    través de la revolución, el nuevo sentido de la
    nación, la "bolivianidad" joven y mestiza, donde los
    imperativos políticos de clase van fusionados a los
    caracteres socioculturales de la raza, étnicamente
    mestiza, pero representativa del interés nacional. Como
    ejemplo de lo anterior reflejamos la cita Augusto
    Céspedes[25]al texto de Carlos
    Montenegro
    :

    "En la raíz misma del proceso -dice Carlos
    Montenegro en "Nacionalismo y Coloniaje"- que en lo moral y lo
    económico conduce a Bolivia por la ruta del
    envilecimiento, se halla a no dudar la simiente del
    antibolivianismo, hijo de los complejos psíquicos
    originarios de la colonia y pupilo de los intereses
    antinacionales".

    Aparece entonces, en Montenegro, como desea relievar
    Augusto Céspedes; la identidad entre nación
    física, psicológica e interés nacional,
    debiendo en tal virtud, comenzar por una definición de los
    orígenes y marcos a través de los cuales opera esa
    entidad vital. A dicho carácter se refiere Carlos
    Montenegro
    [26]cuando aclara en sentido
    negativo:

    Bien se entiende que la autodenigración del
    país equivale a una invitación cuando no a un
    llamado de lo extranjero. En esa autodenigración toman
    pie, efectivamente, las pretensiones de suplantar de un modo u
    otro la estructura existencial de Bolivia. Desde el potente
    interés de la plutocracia internacional, hasta el
    ridículo e inferiorizante afán imitativo de las
    ideologías universalistas, fundan sus empeños en
    dominar Bolivia en el hecho de que Bolivia, a juicio del
    antibolivianismo, es vitalmente incapaz de afirmar su existencia
    en sí misma y por sí misma. La evidenciación
    vitalista del pasado constituye, por lo tanto, no menos que el
    gran baluarte en que los destinos auténticos de Bolivia
    pueden atrincherarse para contrarrestar y repeler la
    invasión que ha facilitado, consciente o
    inconscientemente, la psicología colonialista creadora del
    sentir antiboliviano.

    Montenegro sale por los fueros de la nacionalidad
    herida, conjuncionando ideología e interés
    foráneos en confrontación abierta con sentimiento e
    interés nacional, apelando nietzscheanamente a la
    vitalidad de este último para la consecución de
    sí mismo, retomando el curso del devenir en
    revisión histórica diferente, es decir, el retorno
    a las fuentes, para de ellas emerger como un élan que
    revitalice sus fuerzas de cara al devenir. Apelación del
    pensamiento vitalista sintetizado por Alipio Valencia Vega como
    anclaje hacia el retorno eterno y pendular.

    Evocando "El Eterno Retorno" del
    pensamiento griego -resume Alipio Valencia Vega-, Nietzsche
    plantea que "la vida es afirmación progresiva, algo que
    una vez realizado exige siempre más": "eternidad para el
    placer en constante retorno, en el que aquello que ya ha sido
    vuelve a ser una y otra vez". Así, "los acontecimientos se
    repiten, tanto lo bueno, noble y generoso; como lo malo, vil y
    miserable", pues el hombre "tiene la capacidad de transformarse y
    mejorar el mundo" en una "transmutación de valores que
    pueden ser renovados cuantas veces deseare", tratando de
    aproximar su ser a la conformación del superhombre
    abierto a su individualidad física y colectiva.
    Acá, tal superhombre adquiere contornos fácticos a
    través de la "nación heroica", expresada en el
    "sujeto pueblo".

    Pero no se trata de un imperio anglosajón, sino
    del país que acaba de sufrir una nueva derrota
    bélica -en el Chaco-, como en el noventa por ciento de sus
    conflictos armados; se narra una historia conocida nacionalmente
    como frustración y destino, razón de más
    para que su narrador acuda a expedientes distintos a los comunes,
    apelando a cierto tipo de historicidad que trascienda las
    derrotas y asiente su andadura en lo que positivamente le anime,
    su voluntad indómita.

    Bajo el transparadigma civilizatorio de occidente, todo
    el devenir histórico nacional en América Latina,
    que refleja su escala de valores, aparece como barbarie,
    sinónimo de caos propio de pueblos patéticamente
    subdesarrollados, aspecto que juzga Montenegro como nefasto
    vistas las aplicaciones en tal sentido que varios autores
    nacionales llevaron a cabo, generando un sentimiento derrotista y
    antinacional. Frente a ello, el autor propone volver a
    situarnos en el principio, ya que todo pueblo comienza su
    actuación en su época heroica; creer en un comienzo
    vital, que Carlos Montenegro sitúa en la fundación
    republicana, el eterno retorno al útero
    glorioso
    .

    Como resumirá de Nietzsche nuevamente Alipio
    Valencia: voluntad de poder, voluntad de potencia superior al
    logos
    . Por ende, el texto de Montenegro puede invocar a la
    preceptiva nietzscheana: No existen conceptos lógicos
    universales, sino "verdades provisionales con cuya
    dirección queremos trabajar, así como el piloto
    fija una cierta dirección en el océano". El
    propósito de la acción hacia un fin que llene la
    aspiración de potencia, vale por si más que
    cualquier idea del espíritu, sea moral, cultural,
    científica o de otro orden
    . Menesteroso e imponente a
    la vez, el pensamiento de la obra trasluce un afán
    ideológico, el vitalismo como voluntad de
    vivir
    , expresado nítidamente por Carlos
    Montenegro:

    "Nacionalismo y coloniaje" reclama, no obstante,
    sitio aparte entre los mencionados esfuerzos[27]en
    virtud de ser -y hace jactancia de ello- el que, por vez primera
    en la historia de la historia de Bolivia, con un sentido no
    sólo circunstancial, sino porvenirista, ofrece un esquema
    conjunto del pasado boliviano, dando a éste la vivencia
    continua que le atribuye la concepción de lo nacional como
    energía histórica afirmativa y, por lo mismo,
    creadora y perpetuadora.

    Retornar al útero para proyectarlo lineal e
    ineluctablemente hacia la realización de su sino, es
    decir, la revolución; una mirada de alcance profundo hacia
    el pasado como vertiente del porvenir, enérgico y a la vez
    crítico, rescatando de las entrañas del
    autodenigrante relato colonial, aquellas pautas invertidas que
    renovarán la nación, a través de la
    identidad localizada con precisión, marcando la ruta con
    el inicio, a saber, el acontecimiento que funge como referencia
    nodal a partir del que habrá de relatarse toda la
    historia, en clave identitaria y nacional. Y tal evento es la
    fundación de la república, como refiere
    Montenegro:

    Cabe esclarecer aquí -en acuerdo con la
    cronología pragmática- que el proceso
    histórico de Bolivia comienza cuando el país queda
    constituido en Estado independiente. La nacionalidad, en efecto,
    asume entonces y no antes, formas propias históricamente
    definibles por sus caracteres orgánicos y objetivos y por
    su aptitud para desarrollarse en el curso de la posteridad. Su
    emancipación del dominio extranjero, emancipación
    que pone fin a la era del Coloniaje, señala también
    distintamente el comienzo de un nuevo proceso histórico.
    Al perecer la Colonia cuya existencia no fue sino una copia
    artificial de la Metrópoli europea, nació un Estado
    libre -casi una entelequia por su plenitud viviente- con
    estructura y fisonomía específicas. El nombre de
    Bolivia adoptado entonces por el Alto Perú, data asimismo
    del nacimiento de esta nueva sustancia geográfica,
    política y social -autonomizada en el tiempo y en el
    espacio- que quiere ser Bolivia.

    La fundación republicana, cuya matriz reflejada
    en la voluntad colectiva de sus habitantes prohijará un
    embrionario sentimiento nacional -nacionalismo republicano a
    decir de algunos autores-, resulta coherente como punto de
    inflexión a los fines del autor, que sin dejar de lado las
    raíces amerindias precoloniales, opta más bien por
    anclar su perspectiva en un hecho articulador y a la vez preciso:
    no invoca el pasado indígena, sino más bien el
    porvenir de esta nueva nacionalidad que se halla en el trance
    libertario, donde adquiere sentido de sí en la
    singularidad de su espacio y la virtualidad de su
    carácter, como nación joven que se constituye
    afirmando su peculiaridad. Es a través de tal punto de
    arranque como el nacionalismo integra linealmente las antinomias
    que designan las fuerzas vivas de la nación, ya no en las
    configuraciones intrauterinas, sino en las relaciones de
    identificación optativas que no admiten vacilación:
    nacionalismo o coloniaje, sentido de patria o antinación,
    unidad de destino o tragedia compartida.

    A esta linealidad antinómica que fusiona
    sentimiento con raza, pueblo y nación; en
    secuencia progresiva; corresponde un tipo de organización
    que la viabilice a partir de la defensa patrimonial de los
    recursos que harán posible su destino, a saber, un estado
    nacional. Éste, además, consolidará
    orgánicamente el ser cuya vitalidad palpita sin alcanzar
    la forma que permita expresar su devenir, desatando la
    energía creadora que involucra todo ser vivo. Luego,
    existe un ser nacional -la nacionalidad-, que ha dado lugar a una
    entidad -nación- cuyo carácter singular -raza
    indomestiza-, deviene pueblo -fuerza política- en busca de
    su organicidad -estado nación-. Algo similar al
    völkische alemán, donde la raza como pueblo antecede
    al estado, que resulta necesario bajo el imperativo de organizar
    políticamente a esta comunidad natural, representando su
    totalidad hacia el futuro como redentor de la escatológica
    presencia que lucha por ser.

    Nos las habemos con aplicaciones de inspiración
    bergsoniana, resumidas brillantemente por Alipio Valencia
    Vega.

    Bergson se refiere al tiempo y el espacio, elementos que
    ordinariamente se consideran como paralelos y comparables, como
    sinónimos. El espacio es como una línea de puntos,
    que se pueden saltar de uno a otro, en cualquier
    dirección, adelante o atrás; el tiempo se
    desenvuelve en una dirección fija y cada uno de sus puntos
    es irrecuperable, no se puede volver de uno a otro ni se pueden
    repetir.

    Bergson distingue, así, el tiempo
    espacializado
    , objeto del conocimiento común, del
    tiempo vivo, que dura. El primero el del reloj, se puede contar y
    aparece como longitud; el segundo muestra al tiempo en su
    desarrollo real; el primero nos presenta el proceso como una
    serie de puntos en reposo; el segundo nos lo enseña en su
    encadenamiento vivo, en su actuar, en el desenvolvimiento de su
    vida misma.

    Bergson usa de la razón para atacarla,
    distinguiendo la inteligencia de la
    intuición. La primera tiende a la
    espacialización y es instrumento de la ciencia para
    reducir todas las magnitudes a longitud u otra forma espacial que
    significa estado de reposo. El fin de la ciencia no se orienta
    tanto a la verdad como a la utilidad. Su instrumento de proceder
    es la observación y la lógica y trata de fijar
    conceptos estables y rígidos, para manejarlos con
    facilidad. Es que la ciencia se aplica sólo a la vida
    práctica. El afán de la inteligencia es buscar
    rasgos semejantes entre los individuos para construir
    generalizaciones utilizables. El pensamiento que es generalizador
    y estatizador, tiene su esfera en lo material inerte y
    quieto.

    En cambio, el tiempo vivo, transcursante, es
    decir, el movimiento que es la vida misma, sólo puede ser
    captado por la intuición. La inteligencia, para
    estudiar el andar del individuo reduce ese movimiento a una serie
    de actos en reposo, destruyendo el movimiento mismo. Este
    movimiento del andar, activo y continuo, sólo la
    intuición puede captarlo como tal movimiento,
    enterándonos de su duración real y viva. Por eso la
    inteligencia se aplica a la materia y organiza la ciencia; en
    cambio, la intuición, que se relaciona estrechamente con
    el instinto, se aplica a la vida misma.

    La realidad de la vida está dominada por un
    impulso vital esencialmente dinámico que Bergson llama
    "élan vital". Este impulso determina la
    evolución humana en el tiempo, que se da como realidad, la
    cual es continuidad viva, no formada por elementos dados de
    antemano, sino que se conforman a medida del proceso vivo. Por
    eso la realidad histórica, sólo después de
    consumada, puede ser objeto de la inteligencia, que ya tiene
    facilidad para seccionarla en diversos estados de
    reposo.

    En cuanto a la sociedad, Bergson establece una
    distinción entre sociedad cerrada y abierta. La primera es
    estática donde predomina el hábito, la
    tradición y los instintos, siendo su fundamento
    biológico puro, infraintelectual. La sociedad
    abierta se funda en la unión espiritual y el misticismo,
    que producen una moral y religión dinámicas; es
    supraintelectual formada por hombres excepcionales. Entre
    ambas sociedades existe una profunda
    separación.

    La sociedad contemporánea se preocupa por el
    hambre, el lujo, la superpoblación y la guerra, que le
    dominan. El espíritu bélico es propio de la
    sociedad natural, para defender la propiedad; las guerras de hoy
    ya no son individuales o de grupos, sino encuentros de todos
    contra todos, que se originan en la conservación u
    obtención de cierto nivel de vida adquiriendo
    significación el aumento de población y la
    necesidad de materias primas y combustibles.

    Los medios destructivos de alta técnica de la
    guerra moderna, provocarán la destrucción de
    pueblos enteros si las guerras se repiten; por eso se impone una
    organización internacional que las prevenga. Cada Estado
    puede prevenir la superpoblación, pero la cuestión
    de mercados, materias primas y combustibles, debe ser solucionada
    por esa organización que, si ha de ser eficaz, debe
    intervenir autoritariamente no sólo en la
    legislación, sino también en la
    administración de cada país, sin lesionar su
    soberanía.

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