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Abecedario N es por niños malcriados




Enviado por Felix Larocca



  1. La
    socialización de nuestros hijos en el
    paleolítico superior
  2. El
    caso de Cristina Emilia
  3. En
    resumen
  4. Bibliografía

"El que detiene el castigo, a su hijo
aborrece. Más el que lo ama, desde temprano lo
corrige
." Proverbios 13:14.

"La ley natural es un
tema recurrente en nuestros estudios del ser humano, porque —
en nuestra estructura de animal social — es inmanente
la necesidad de establecer un orden de justicia, de recurso
imparcial y de acceso honesto a la misma, para que
nuestros grupos funcionen eficientemente". FEFL en El
Escotoma Moral y el Enjuiciamiento de los Jueces.

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Disciplina

Nuestra, no es la única de las
especies que usa la enseñanza para asistir a sus
retoños a adaptar a las demandas de la vida tribal o en
sociedad.

Es necesario que entendamos que la tarea de
socializar a los niños es esencial para su
adaptación y supervivencia, y que ésta, de
antaño una actividad de familia y de vecinos, hoy se
comparte con personas extrañas como son profesores,
criadas e instructores.

Los jóvenes aprenden las reglas de
la comunidad donde viven por medio de observar el ejemplo de sus
mayores y asimismo, por medio de la labor reguladora que los
últimos ejercen con firmeza y ternura.

Pero, en ese aspecto, singularmente
pedagógico y social, no estamos solos ni somos especiales.
Otros animales lo practican y son exitosos en sus
esfuerzos.

Y, como aprendiéramos de Lorenz,
mucho podemos derivar si nos dejamos guiar por las observaciones
que hacemos y por los ejemplos que ganamos de otros vertebrados,
aun de aquéllos cuya relación genética con
nosotros puede que sea remota.

Por ejemplo, en los años finales del
siglo pasado, la población africana de los rinocerontes
blancos estaba siendo decimada por actos de violencia.

¿Dónde?
Esperen…

Lo sorprendente, en este caso, sería
que ellos eran perseguidos, no por cazadores furtivos sino por
elefantes machos, jóvenes, que habiendo sido hechos
huérfanos — como resultado de operaciones de control de
la población de paquidermos — en el Parque Nacional de
Kruger en Sud África, crecieron
indisciplinados.

¿Qué lo causó? La
sobrepoblación. La expansión demográfica, si
no era contenida, amenazaba a toda una especie.

Los adultos de la manada fueron
sacrificados y los elefantes bebés fueron transportados a
otras regiones del parque, donde crecieron sin el beneficio de
los años de supervisión de sus padres que requiere
todo elefante inmaduro.

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Regaño

Los elefantes huérfanos se
desarrollaron tornándose en sociópatas juveniles,
sin restricciones ni límites.

La salvación de los rinocerontes fue
el trasplante de un número representativo de elefantes
toros, adultos y maduros, quienes procederían a socializar
y a entrenar a los jóvenes delincuentes en los
comportamientos esperados de elefantes responsables.

En la línea continua de la
socialización, nuestra especie está localizada
entre los elefantes y los simios — hacia el fondo — y las
hormigas y los himenópteros, en el otro
extremo.

Nosotros nacimos dotados, en la
mayoría de los casos, con la capacidad potencial del
desarrollo de una conciencia reguladora, que actúa para
impedir que violemos las reglas de la sociedad.

Esta conciencia, aplicada e implementada de
modo colectivo, forma las bases para el desarrollo y
evolución de la Ley Natural, de la que tanto, en mis
lecciones hablamos.

Nosotros podemos aprender a sentir
empatía por otros animales, no sólo por los
miembros de nuestra especie como asimismo somos capaces de
derivar satisfacción cuando nos conducimos con
altruismo.

Otros animales hacen lo mismo.

La mayoría de nosotros desarrolla un
sentido de responsabilidad hacia nuestras familias y comunidades,
y un deseo de compartir la carga del esfuerzo colectivo, emulando
a quienes admiramos. Sintiéndonos bien, acerca de nosotros
mismos, mientras lo hacemos.

Pero hay diferencias cruciales.

Las proclividades sociales de los insectos
están empotradas en sus genes que los orientan, de modo
inexorable e ineluctable, a ser sociales, para
sobrevivir.

Son sociables y, a menudo, se sacrifican
por el bien colectivo, sin gozar de otra alternativa.

Nosotros, porque alternativas tenemos,
debemos aprender el uso de la socialización y del
aprendizaje ético y moral.

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Amor de madre

Esos atributos los aprendemos de nuestros
mayores

En nuestro género, las inclinaciones
que nos permiten desarrollar la moralidad final, no nacen en
nuestros organismos totalmente desarrolladas, sino que, como
sucede con nuestra capacidad de adquirir el lenguaje,
éstas deben de ser despertadas, reguladas, y reforzadas
por medio de nuestras interacciones con otros seres humanos,
temprano durante nuestra progresión
psicosexual.

Por esa razón, nuestro éxito,
como psiquiatras, en rehabilitar personas que crecen sin
socialización — como tanto hemos constatado en nuestras
ponencias acerca de la psicopatía — es muy
pobre.

Por lo antedicho es, que igualmente,
resulta importante entender, que como sucede con el aprendizaje
del lenguaje, que si no se estimula, se atrofia. En el caso
particular de la socialización, la que si no se nutre de
la manera debida, dará como resultado a una persona sin
principios éticos y, quizás en una que será
amenaza para todos.

La socialización
de nuestros hijos en el paleolítico superior

Nuestros antepasados vivían en medio
de grupos pequeños de familia extendida, en los cuales los
abuelos, tíos, y primos cercanos, ya mayores,
todos participaban igualmente, con los padres, en la
educación del joven.

Este sistema funcionaba, y aún
funciona bien en todas las sociedades primitivas que aún
existen. Todos los adultos intervienen en la educación del
niño y, a pesar de que algunos de estos grupos son
bastante violentos hacia otros — entre ellos, el crimen es muy
raro.

En nuestro mundo y, especialmente, en
nuestros países con costumbres hispánicas, la
socialización del niño se relega esencialmente a
los padres, principalmente la madre, la que ella comparte con las
niñeras, esperando poca contribución directa por
parte del papá.

Hoy día, gracias al incremento de la
frecuencia del divorcio, la responsabilidad recae, a menudo, a un
solo padre.

Con el resultado triste de que una madre (o
padre) que está abrumada con su carga, que es
incompetente, o que carece de socialización propia, puede
pasar a sus hijos la orientación dañina hacia la
falta de consideración por los demás, o a la
psicopatía.

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Amor de padre

Antes de proseguir con esta tesis, debemos
recalcar que la figura del papá, en nuestra especie, es de
tanta importancia crucial, como la que viéramos en el
ejemplo citado de los elefantes.

En nuestro género, el castigo,
especialmente, el castigo físico, o el castigo en forma de
tortura psicológica, produce adultos que abusan sus hijos,
torturan animales, maltratan sus cónyuges o que cometen
actos de violencia cuando la oportunidad se presenta.

Las malas conductas de los niños no
pueden ser sancionadas con castigos, sin aplicar los aspectos
adicionales del aprendizaje y la razón.

Tener que administrar cualquier forma de
penalidad o reproche, es admisión de fallo en las
comunicaciones entre padres e hijos.

La clave está en recompensar los
buenos actos y buscar alternativas a los inaceptables.

Para muchos, esto representa demasiado
esfuerzo, prefiriendo relegarlo a las criadas.Monografias.comMarcar normas simples y
comprensivas a los niños desde que son pequeños, es
la base para lograr toda buena conducta. El exceso de
permisividad deriva en pequeños tiranos/egoístas no
acostumbrados a recibir un "no", mientras que el autoritarismo
dictatorial puede lesionar su autoestima y hacerles creer que sus
padres y madres los rechazan.

La relación entre
padres e hijos es una arena movediza en la que unos luchan por
mantener el poder y otros por conquistarlo, pero no se puede
tomar el camino fácil de imponer un castigo, porque su
efecto, aunque inmediato, es efímero

A la larga, da mejor resultado recompensar
las buenas conductas e intentar buscar alternativas a los actos
que menos gustan. Todo el mundo reconoce que los actos que se
repiten son los que acarrean mayor beneficio.

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Aniquilación
recíproca

Lucha de poder entre padres
e hijos

La mayor parte de los comportamientos
sociales son aprendidos. Al nacer, el niño desconoce las
normas y las pautas de conducta que se consideran adecuadas, por
lo que busca sus propios modelos y aprende de ellos. Se considera
que el comportamiento es reprochable cuando, por defecto o
exceso, no se adapta a lo que se entiende que sean los
socialmente aceptables. En este sentido, son muchos los padres
que acuden a nosotros y hacen la misma pregunta: ¿Por
qué mi hijo se comporta así? La respuesta
está clara: porque probando los límites aprenden a
reconocerlos.

Lo que por sí sólo no les
enseña a respetarlos, por eso tenemos que iniciarles en
cómo hacerlo.

Una vez que el niño ejecuta una
acción, la repetirá o no, en función del
efecto que produzca en su entorno, por lo que los padres deben
encontrar el equilibrio entre permisividad y autoridad. No
obstante, cada problema debe ser analizado de manera individual
para descubrir su origen, cualquiera que este pueda
ser.

Existen situaciones especiales de
interés clínico

Muchos niños que no se comportan
bien sufren de problemas relacionados al desarrollo. Se estima
que cerca del 40% de los niños hiperactivos, demuestran
problemas de disciplina, porque carecen de la habilidad de
modular sus impulsos y, cuando cometen un error, les
gustaría resolverlo pero no pueden.

Por otro lado, se encuentran los
niños con trastornos ambientales, cuyos problemas de
comportamiento tienen origen a menudo en la
sobreprotección de los padres, que resuelven los problemas
que el niño debe de resolver por sí mismo. Si a los
niños, ya capaces, les alimentan la comida los padres, les
permiten ir a la cama cuando quieren, y les celebran todo lo que
hacen, no se les educa en la capacidad de frustración y
los niños no toleran un "no".

Éste no es el camino productivo ni
conducente a la buena conducta.

No se puede ser tan autoritario que el
niño sienta que sus padres no le quieren, ni tan permisivo
que acabe haciendo siempre lo que le dé la
gana.

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Rebelión "normal" de la
adolescencia

Si no se establece ese equilibrio, se
produce lo que se conoce como lucha por el control:

Los padres les repiten, les recuerdan lo
que deben hacer sus hijos, pero con resultados negativos. Luego
negocian, razonan y sermonean sin éxito. Cuanto más
repiten, más se enojan, hasta acabar en gritos y amenazas,
incluso en insultos y bofetadas. Cuando ya no pueden más,
explotan diciendo cosas de las que luego se arrepentirán y
aplicando castigos desproporcionados que nada consiguen mejorar.
Estas rutinas pueden convertirse en patrones destructivos de
comunicación, relación familiar y resolución
de problemas, en hábitos familiares que se consideran como
la manera normal de convivir en casa.

Los hijos desafían a sus padres
cuando no sienten satisfechas sus necesidades y procuran el
control. A veces nos ponen a prueba para mostrarnos que han
cambiado y que las normas, por lo tanto, también han de
cambiar. Nos desafían continuamente, nos provocan y muchos
de ellos nos manipulan hasta llevarnos a su terreno y, entonces,
"ganan" la batalla.

Muchos adultos, nunca se alejan de esos
comportamientos, destruyendo relaciones maduras con su necesidad
interminable de ejercer control y tantear
límites.

Los niños "ganan" cuando los mayores
pierden el control de la situación y la disputa se
convierte en una verdadera contienda por capturar o mantener el
poder.

Para mostrar descontento con el
comportamiento de sus hijos, algunos padres recurren a los
escarmientos, que pueden ser físicos y severos. Sin
embargo, recurrir a la bofetada es un error gravísimo que
cometen los padres porque, si ellos saben educar, nunca van a
tener que levantar la mano al hijo, y si lo hacen es porque algo
ha ido muy mal.

Otros castigos pueden ser los gritos, las
riñas o los insultos, a los que los padres recurren porque
el efecto inmediato es que los niños dejan de hacer sus
travesuras. Pero sucede que el efecto de esos castigos es
momentáneo. Por lo general, los padres que reprehenden a
sus hijos se quejan de que el niño no aprende por
más que lo castigan y que deben reprenderlos una y otra
vez.

El castigo es un factor que permite que una
conducta disminuya de frecuencia mientras se aplica el castigo,
pero que, de la misma manera, hace que la conducta indeseada
aumente cuando el efecto cesa.

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¿Quién
gana…?

Los inconvenientes, por lo tanto, de esta
situación son dos: por un lado, al tener un efecto
momentáneo, el niño repetirá la conducta
castigada nuevamente, mientras que los padres, al notar que la
penalidad surte efecto en el momento en que la aplican, tienden a
castigar cada vez más y con mayor presteza y dureza. Como
consecuencia de todo esto, el niño no aprende a mejorar su
comportamiento sino a perfeccionar sus conductas conflictivas
para evitar la, indeseada respuesta, a los que poco a poco se
hace insensible.

Además, sean o no físicos los
castigos, inducen un aumento de la agresividad de los
niños. Les damos un ejemplo de que cuando estamos
enfadados con alguien, es buena medida ir al ataque contra
él, lo cual provocará indudables derivaciones
indeseables — pero añadir castigos morales como instilar
sentimientos de culpabilidad pueden hacer tanto o más
daño que un castigo físico, provocando una mayor
agresividad residual en el niño.

Por su parte, los expertos en la
puericultura insisten en que en ningún caso el sistema de
castigos debe aplicarse, bien porque su efecto es temporal y la
conducta vuelve a repetirse, o porque lo que el adulto considera
desagradable para el niño, en realidad no lo es para
él y, en vez de considerarlo un castigo, se convierte en
un reforzador, aumentando el comportamiento mal adaptado en
intensidad y frecuencia — aunque lo hagan de manera
subrepticia.

Asimismo, hay que cuidar los comentarios
que se transmiten al niño, puesto que cuando el
niño escucha expresiones como "eres un atronado" o "eres
malo", lesiona gravemente su autoestima.

Lo preferible es que los castigos sean
sustituidos por técnicas de razonamiento, con las que el
niño aprenderá las consecuencias de sus actos, de
las que sólo él será protagonista. Si el
pequeño no obedece las normas, debe aprender por sí
mismo a resolver los problemas porque nadie se los va a resolver.
Si un adolescente deja la ropa sucia en el suelo, los padres no
pueden recogerla y llevarla a la lavadora, sino al cajón,
pero sucia. Entonces el adolescente reconocerá las
consecuencias de sus actos cuando quiera ponerse una ropa limpia
y vea que no lo está. En la misma línea, al
niño que no quiera comer no se lo podrá hacer otra
comida hasta que no coma lo que está en el plato y, por
supuesto, no se le ofrece darle de comer entre horas.

Lo que es más viciado, es cuando los
padres usan las comidas y las golosinas como métodos de
disciplina o de recompensa.

Las actitudes positivas han de ser
esperadas y recompensadas

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De tal palo tal
astilla…

El caso de Cristina
Emilia

Tenía once años, era
extremadamente atlética y se destacaba en todos los
deportes que practicara. De hecho era más proficiente que
la mayoría de los varones con quienes se asociaba, por eso
sería procurada para ser miembro de todos los equipos
atléticos de su colegio.

Su principal problema era, que a pesar de
ser hija única de ministros protestantes, poseía el
más extensivo vocabulario de expresiones groseras que se
puede concebir.

No sufría — por ser muy delgada
— de la anorexia — ni del síndrome de Tourette — por
lo de la boca sucia.

Tenía algunos asuntos de identidad
que resolver, entrando la terapia con verdadero
entusiasmo.

Las sesiones procedían bien, hasta
un domingo fatídico cuando la llamada de emergencia
llegó.

Era el papá. Me contó el
siguiente episodio, recién ocurrido

En su casa se congregaba un grupo de
clérigos representantes de varias religiones.

Cristina Emilia, retornaba de la cancha
desaseada y con ropas sucias.

Sin pensarlo, la mamá le dice:
"luces muy puerca, para estar en
compañía…
"

Lo que siguió fue una
explosión de furia, por parte de la joven muchacha, con el
acompañamiento resonante de un torrente de pirotecnia
verbal.

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"Te pondrás de
rodillas
…"

El padre y la madre, ambos la siguieron a
su alcoba, donde se disculparon por las palabras desatinadas de
la madre, añadiendo, lo siguiente:

"¿Cómo podemos
castigarte, si has sido tan buena, por tanto
tiempo
?"

A lo que la sorprendida joven
respondió: "No, la que debe disculpas soy yo, por mi
falta de cuidado, al presentarme sucia, y por lo que dije. Voy a
pedir excusas a la
visita".

Mi respuesta fue breve, "reverendo, la
terapia de ustedes, ya casi termina. Lo

felicito".

El objetivo de los padres es que sus hijos
aprendan pautas de comportamiento para que, a la larga, vivan en
harmonía social con los demás. Por este motivo, hay
que buscar técnicas que logren efectos duraderos a largo
plazo, no momentáneos.

Las políticas de recompensa son las
técnicas que nos van a servir para este objetivo de
conseguir efectos estables. Estas técnicas se basan en el
hecho de que las personas tienden a realizar las cosas en las que
encuentran una compensación y evitan las que les suponen
un esfuerzo o una dificultad que no va a ser reconocida. En el
caso de los niños, aprenderán y repetirán
mejor los comportamientos con los que obtengan algún
beneficio, aunque hay que tener cuidado con las recompensas y el
modo en que se administran. Muchos padres asocian la idea de
recompensa con la de un bien material. Sin embargo, las
recompensas más eficaces son las inmateriales: el elogio,
la atención, el afecto, la compañía, que,
además, suelen ser las más económicas y
eficaces.

La pregunta es ¿qué se debe
recompensar exactamente? Primero, se debe examinar cuidadosamente
qué se está recompensando o castigando. Para ello,
se debe ver qué es lo que el niño considera que le
recompensan. Puede ocurrir que los padres piensen que recompensan
un acto y que el niño crea que el beneficio es por otro
acto. Hay que dar atención, afecto y elogios ante las
conductas que interesa que el niño produzca, desde el
momento en que el niño intenta actuar
correctamente.

También hay que tomar en cuenta
otros aspectos:

  • Dan mejor resultado las recompensas que
    se aplican en el mismo momento en que se produce la
    acción que se quiere premiar, porque si se pospone se
    corre el riesgo de que el niño olvide por qué
    se le da reconocimiento.

  • No es necesario aplaudir cada vez que
    el niño hace algo bueno. Sino que hay que mantener
    viva la importante noción de que la autoestima, mucho
    depende del mérito merecido, como hicieran los padres
    de Cristina Emilia.

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Amor entre madre e hija

En resumen

Hay que seguir el mismo método de
los juegos de azar: no se gana cada vez que se apuesta. Cuando
los padres no encuentran en sus hijos conductas que compensar,
como en el caso de los niños muy conflictivos, lo
más acertado es establecer conductas alternativas e
informarle de lo poco apropiada que es la conducta que ha tenido
hasta ese momento, o recompensarlo por buenos comportamientos
previos. El objetivo es que, sin exaltarse ni gritar, los padres
inculquen a sus hijos nuevas conductas. Una estrategia con la
que, además de cambiar el comportamiento de los
pequeños, se estrecharán lazos entre padres e
hijos.

No crean, por un instante, que nuestros
comportamientos son más espontáneos que
predeterminados. No lo son.

Bibliografía

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  • Larocca, FEF: El Escotoma Moral y
    el Enjuiciamiento de los Jueces
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    monografía.com

  • Wright, R: (1994) The Moral
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    No. 3 89-932

  • Larocca, F. E. F: (2007) Donde se
    aprende de la hiperactividad. La dieta paleolítica,
    los luchadores sumo y otros asuntos
    en
    monografías.com

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Autor:

Dr. Félix E. F.
Larocca

 

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