Me tomó exactamente tres años y siete
días llegar hasta aquí, al final del camino,
convencido ahora que para amar hay que ser libre, porque la
libertad mata las malas uniones y alimenta los grandes amores,
sin pensar en la eterna excusa de la culpabilidad masculina como
el cemento de la pareja. Que para evitar el fracaso solo tenemos
que asumir los errores, todos los errores.
Y comencé a andar ese camino, después de
cumplir ocho años de amor verdadero, y aunque vi muchas
resultas, consecuencias de la separación, para mí
la más importante y que creo se agiganta cuando se trata
de personas que han superado los 60 años de edad, es,
sencillamente esta:
Sufrir. (Del lat. sufferre). tr. Sentir
físicamente un daño, un dolor, una
enfermedad o un castigo. || 2. Sentir un daño
moral. || 3. Recibir con resignación un
daño moral o físico. U. t. c. prnl. || 4.
Sostener, resistir. || 5. Aguantar, tolerar,
soportar. || 6. Permitir, consentir. || 7.
Satisfacer por medio de la pena. || || 8. Someterse a una prueba
o examen. ||9. intr. ant. Contenerse, reprimirse.
Y es que no nos podemos separar de ese sentimiento
sonando los dedos como en un acto de prestidigitación,
porque cuando se ama con todo el alma, como dicen los
románticos y me considero de esa especie, el dolor de la
ausencia nada tiene que ver con las sospechas de que ansiamos
volver al hogar, por costumbre, por necesidad, por
la comodidad o por cualquier excusa, menos la de la
querencia.
Pero, ¿cuándo nos convencemos de que el
camino de una sola vía se terminó, llegó a
su fin y ya no se puede regresar, no hay marcha atrás?
Decir que ese convencimiento llega al saber que ya la ex
compañera tiene compañía pública,
decide unirse con otro, no es como puede pensarse, una
declaración acertada; se conoce mucho antes, pero la
esperanza de que ella podrá cambiar, de que la promesa o
más sensato, el sueño de unidos hasta que la muerte
nos separe etc., la podrá conmover, estira la
elástica más y más, hasta que se rompe, y,
entonces, sí se acepta que llegó el momento de
soltar, y de reconocer que por encima de todo hay que tener
dignidad, que hay "derrotas que tienen más dignidad
que la victoria."(Jorge Luis Borges). Ya no vale la pena
seguir enganchado en una relación donde has
lanzado todas las cartas y nos has logrado siquiera un
empate, una consideración. Es como si te enfrascaras en
una discusión interminable con alguien que te quiere hacer
ver que existen los espíritus y te empeñas en
exigir pruebas.
Hablar de amor de pareja y disolución, conlleva a
narrar hechos delicados, por lo que es preferible muchas veces,
hacer uso de lo epistolar y anexar algunos relatos paralelos a la
historia principal. Lo epistolar, porque siguen siendo las
misivas el medio más idóneo para comunicar cuando
no existe la oportunidad del frente a frente con la pareja, la
que no responde esquelas ni mensajes electrónicos, y que
cuando, pocas veces, lo hace no asoma ni por equivocación
una palabra o una breve frase amorosa, las que solo parece
guardar para la intimidad, cosa que es demasiado buena pero que a
la larga se convierte en un martirio por lo atemporal de las
pautas.
Además, llega el momento en que los encuentros se
van alejando y alejando hasta desaparecer por el método
simplemente de ignorar, lo que no dejará tiempo ni para
compartir una simple taza de café y menos responder
escuetos SMS. Alcanzamos a pensar que el poco amor que nos
tenía o que creímos que sentía, se
convirtió en odio por aquello de la definición, de
antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien
cuyo mal se desea o que no se quiere ver ni en pintura ni saber
de su vida, simplemente que ya no importa. Quizás esta
historia en particular no interese a nadie, pero conocer
cómo se llega a superar esa larga sensación de
vacío por amar demasiado, puede resultar en una
fórmula mágica para muchos amantes que aún
siguen creyendo que porque el amor es una cosa esplendorosa,
inexplicable, de sabia vital, nunca debe acabar con dolor,
porque, sinceramente, de verdad, verdad, duele mucho cuando nos
dejan de amar.
EN EL COMIENZO…
Por algo hay que empezar para abordar un tema de muchas
aristas, o simplemente complicado según su manejo, que por
lo general lo tienen asignado para su exclusiva mirada
analítica los llamados terapeutas, sean profesionales
universitarios o no, a los que respetamos, pero no está de
más que un escribidor pueda meterse subrepticiamente en el
asunto con la excusa de ayudar o, mejor dicho, para simplemente
exponer experiencias a los que estén afectados o hayan
sido afectados y puedan por lo menos ver comparaciones en las
soluciones encontradas, que en mi real conocimiento del asunto,
al final todos debemos estar conscientes de que los dolorosos
efectos solo cesarán cuando aceptemos la más
creíble de las posibles causas que los generaron. A nadie
le gusta contar sus intimidades en público, pero como el
compartir es ahora la base de este mundo que se ha
hecho tan pequeño gracias al internet, para no herir
susceptibilidades, se supone que todo lo que aquí se
presenta es producto de mi imaginación, y en algunos casos
hay que interpretarlo como experiencias propias del autor, que
soy yo mismo, así que no existirá ninguna
confusión. Como se acostumbra decir, ningún nombre
ha sido cambiado, porque son pocos los que se mencionan. Tampoco
pretendo ser un omniscio para tener todas las respuestas en ese
misterioso mundo de las relaciones humanas, y, sobretodo de las
que conducen a la unión de dos seres bien distintos, en lo
físico, hormonal y mental para que intenten la rara
alquimia de convertirse en uno en determinados momentos, y
totalmente separados en otros, a través de unos acuerdos
que ninguno ha escrito, pero que surgen inexplicablemente, y sin
que nadie se percate, pero cuando mas se bebe
demasiado de alguno de ellos, hacia allá se
inclinará la relación.
Todas las acepciones escritas al principio las trae el
DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) en
relación a lo que ningún ser humano puede estar
exento, quizás desde que venimos al mundo, y, según
leemos, ese sufrir tiene distintas premisas que pueden
interpretarse de variadas maneras que las víctimas pueden
escoger a su conveniencia, equivocadas o no, porque muchas veces
nos negamos a aceptar la que verdaderamente pueda
correspondernos, y más cuando es etiquetada por un
profesional o intentamos auto asignárnosla después
de leer algunos de los cientos de libros de autoayuda que buscan,
dicen sus autores, solucionarnos ese grave problema de sentirnos
melancólicos, tristes o con el pecho oprimido, a
consecuencia de la genérica pérdida de la
relación de pareja.
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