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Búsqueda de realidades



  1. Sensación de ansiedad ante la propia
    visión del mundo
  2. El
    mundo es diferente para cada observador
  3. La
    sociedad cristiana medieval
  4. El
    Renacimiento
  5. La Era
    Moderna
  6. Actitud revolucionaria al final de la Era
    Moderna
  7. Vértigo de la
    relatividad
  8. Fuente

Sensación
de ansiedad ante la propia visión del
mundo

En la búsqueda de realidades nos complace creer
que nuestras construcciones de la realidad provienen de alguien
superior, ya sea de algún dios o, por lo menos, de
criaturas sobrehumanas, de dimensiones mayores que las vivientes,
quienes nos revelan el significado y la verdad.

Sin embargo, durante siglos, la especie humana ha ido
descubriendo que ella misma es la creadora de su propia realidad.
La descubre y se retira de ella desilusionada, porque no es como
la esperaba, y atemorizada porque la etapa subsiguiente es
desconocida y aterradora.

No tiene en esos descubrimientos conceptos claros.
Sólo indicios y pistas de las varias ocasiones en las que
la gente parece haber entrevisto en parte el artificio, la
transitoriedad y la fragilidad de una nueva realidad. Puede ser
que este descubrimiento haya ocurrido en más oportunidades
de las que podemos conocer, en forma parcial y
misteriosa.

Es probable, a través de toda la historia de la
humanidad y mucho antes de que ésta se registrara, que
cada descubrimiento haya estado oculto en las sombras, cada vez
que los seres de una cultura hayan entrado en contacto con
aquellos de otra cultura. El explorador, el mercader itinerante,
el arriesgado conquistador militar, todos se encontraron con
diferentes costumbres, diferentes creencias, sobre todo
diferentes maneras de mirar el mundo y de vivir en él. En
general, no comprendieron la importancia de tales diferencias,
dieron como explicación a esta situación que estos
pueblos eran simplemente ignorantes y necesitaban ser
convertidos. Pero siempre deben de haber existido aquellos que
experimentaron una sensación interior de ansiedad acerca
de su propia visión del mundo, la ansiedad que ahora
denominamos shock cultural, y que sospecharon que había
algo más que un encuentro con un grupo de gente que no
tenía mucha noción de cómo era su
realidad.

El mundo es
diferente para cada observador

Karl Mannheim. Uno de los primeros estudiosos de
la construcción social de la realidad, desarrolló
la teoría de que era necesaria más de una clase de
movilidad para comprender el alarmante hecho de que el mismo
mundo puede parecer diferente a los distintos observadores.
Hacía falta una movilidad horizontal para ubicar a la
gente en entornos sociales de los que
provenían.

Mannheim decía: que la estabilidad social
aumentaba el poder aglutinante de las construcciones sociales de
la realidad y posibilitaba que la gente considerara a otras
culturas como primitivas o equivocadas. Que era más
probable que el soldado o el comerciante que se aventuraba a
alejarse de una sociedad convulsionaba, así lo supiera o
no, tuviera una disposición mental más relativista
y receptiva.

Los antiguos griegos

Los antiguos griegos no descubrieron la
construcción social de la realidad, hasta dónde las
sociedades construyen sus verdades que no son perfectas ni
duraderas, su búsqueda estuvo orientada a descubrir la
verdad perfecta y duradera. Sus trabajos contribuyeron a una
nueva ortodoxia del pensamiento que perduró, si bien no
para la eternidad, por lo menos durante varios siglos.

Para cuando la civilización griega ingresó
en la Historia, mucha gente comenzó a sospechar que
podían existir diferentes visiones del mundo y a expresar
estas sospechas en público y de diversas formas.
Encontramos un fuerte indicio de tales sospechas en Platón
con su mito de la caverna y su argumento sobre la mentira
noble.

Mannheim, desde su análisis basado en las clases,
pensaba que el surgimiento del escepticismo en la democracia
ateniense estaba estrechamente ligado al aumento de la movilidad
social, que produjo un conflicto entre dos clases con dos maneras
distintas de ver el mundo: la nobleza dominante pero en
decadencia, cuya conciencia se arraigaba en mitos antiguos, y la
clase urbana de los artesanos, en ascenso, más entregada a
un cuestionamiento del mundo. De allí surge el
escepticismo de los sofistas. Luego Sócrates, llegó
a dominar la técnica de formular preguntas y más
preguntas, hasta que hubiera logrado llegar, así
parecía en ese momento, al mismísimo núcleo
de la realidad.

La sociedad
cristiana medieval

La filosofía griega, o parte de ella, se
convirtió en la base de la sociedad cristiana medieval,
una estructura monolítica de la realidad que cubrió
un inmenso territorio y permaneció durante un lapso
prolongado. Pero aun este poderoso bastión se
irguió sobre un suelo poco firme. Estuvo nerviosamente en
guardia contra las herejías y fue capaz de antagonizar con
ellas hasta el asesinato. Mucha de su solidez bien pudo haber
sido ilusoria.

Max Weber ha sostenido que, en realidad, existían
versiones muy distintas del cristianismo en la Europa medieval.
Una intelectualizada para la Iglesia y los estudiosos y otra muy
diferente, llena de creencias y supersticiones populares para la
gente común.

De todos modos, esa autoridad se desgastó, en
parte debido a que el incremento en la movilidad social
posibilitó que más gente descubriera las
diferencias entre las dos versiones, y en parte debido a que la
Iglesia misma, guardiana de la fe, era una letrina de poder y
ambición, que fracasó espectacularmente en operar
de acuerdo con los principios cristianos. Es muy difícil
mantener una fachada cuando existen incidentes políticos
tales como el cisma del siglo XIV que produjo dos Papas, cada uno
de los cuales excomulgó a los seguidores del
otro.

El mundo occidental comenzó a alejarse cada vez
más de la fe, que los griegos habían creído
encontrar en frías y establecidas verdades, y que los
clérigos medievales habían creído confirmar
con revelaciones de la teología cristiana.

En términos muy generales sucedió una
transición histórica masiva, que tuvo lugar en toda
la civilización occidental a través de un
período de varios siglos, sin decir con ello que haya sido
una marcha directa en una única dirección. La
estructura de la realidad representada por la Iglesia medieval y
el sistema feudal declinó en forma gradual, y
perdió su posición como definidora de la verdad
cósmica y formadora del orden social. Esta
declinación liberó energías diversas.
Provocó explosiones de creatividad a medida que la gente
cortó viejas ataduras, dudas profundas sobre toda la
realidad, búsquedas de nuevas certezas, defensas del
antiguo orden. Todas estas energías formaron parte de la
dinámica de la era moderna y todas ellas permanecen
aún con nosotros en la era posmoderna.

El
Renacimiento

Asociamos el Renacimiento con las explosiones de
creatividad, con un torrente de libertad, con una exagerada
creación de los historiadores recientes. Está claro
que hubo formas de pensamiento que no hubieran sido toleradas en
la época medieval, como el famoso libro de auto-ayuda de
Maquiavelo, sobre cómo un gobernante debe fingir actuar de
acuerdo con las virtudes cristianas, cuando en realidad se
guía por un conjunto de reglas absolutamente
distintas.

Fue necesario el Medioevo para producir una determinada
conducta y el Renacimiento para producir un libro sobre ella.
Esta era nos legó algunas de las creaciones
artísticas más importantes del mundo y
también una nueva filosofía humanista que
tenía una visión creativa de la vida. Pico de la
Mirandola logró captar la esencia de esta filosofía
en su famoso libro sobre la dignidad del hombre, en el cual Dios
dice a Adán: Tú, al ser tu propio libre hacedor y
artífice, puedes tomar la forma que te plazca.

La Era
Moderna

La duda corre como un río oscuro a través
del arte y del pensamiento de los primeros años de la era
moderna:

Don Quijote. El libro considerado como la primera
novela moderna, una de las obras literarias más profundas
de todos los tiempos. Es un poema épico sobre la
ilusión humana. El viejo caballero andante, envuelto en
las fantasías de la Edad Media, se interna junto con su
igualmente fantástico escudero en un mundo nuevo, al cual
no comprende. Allí trata de vivir sus sueños como
si fueran realidades.

Cervantes invita al lector a divertirse con estas
absurdas aventuras, pero salimos de este entretenimiento con la
perturbación de que el mundo real está preso de sus
propias ilusiones y cualquiera de nosotros es Don Quijote y/o
Sancho Panza.

René Descartes. El filósofo
considerado padre del pensamiento moderno, basó toda la
obra de su vida en la duda. La famosa frase, pienso luego existo,
está íntimamente ligada a, dudo luego existo. La
duda era para Descartes la experiencia humana primaria, la fuente
de toda la sabiduría que se pueda obtener en la vida.
Arendt escribió: Si existiera la salvación,
ésta debería residir en el hombre mismo. Si
existiera una solución a las preguntas provocadas por la
duda, deberían provenir de la misma duda. Si se puede
dudar de todo, al menos la duda es cierta y real.

La duda cartesiana. Es en gran medida
consecuencia de un encuentro temprano entre la realidad de la fe
y la realidad de la ciencia, la ciencia instigada por la
tecnología.

La imagen copernicana. Fue revolucionaria del
sistema solar, había estado inquietando la conciencia
humana durante un siglo aproximadamente, un sistema solar que no
se parecía en nada a aquel tan familiar que, durante
siglos, se había presentado ante los ojos de la
gente.

El telescopio de Galileo. Comprobó en
forma dramática los escritos teóricos de
Copérnico. Despertó la duda de que era posible que
Dios no revelara el universo al hombre directamente. Descartes no
dudaba de la existencia de Dios, pero sí cuestionaba todas
las presunciones acerca de cómo Dios manejaba los asuntos.
Según Arendt, sin el accidente del telescopio, el hombre
podría haberse engañado para siempre. Los caminos
de Dios se mostraron entonces por completo inescrutables. Cuanto
más aprende el hombre sobre el universo, menos puede
entender las intenciones y los propósitos para los cuales,
se dice, ha sido creado.

El Iluminismo. Mientras este movimiento se
desarrollaba, la duda cartesiana cedía ante un
desprestigio científico mezclado con un espíritu de
creatividad social.

Los pensadores del Iluminismo creían que el mundo
podía lograr un perfeccionamiento constante si la gente
usaba su raciocinio para escudriñar sin piedad las
creencias sociales y descartarlas, como a los zapatos viejos
cuando ya nos les fueran útiles.

Reemplazo de la religión por la ciencia.
Los revolucionarios políticos proclamaban que la gente
debía desgarrar las viejas estructuras de gobierno y
reemplazarlas por otras nuevas, más a su gusto. El
conflicto predominante de la época era entre la fe y la
razón, la ciencia llevaba las de ganar. La duda era lo que
incentivaba la búsqueda científica, pero el
producto final parecía ser una certeza. Para mucha gente
de la era moderna, la ciencia reemplazaba a la religión
como fuente de verdad absoluta.

La idea y fuerza casi mítica de una doctrina del
progreso produjo una manera distinta de mirar como son las
cosas.

De muchas maneras, para fines del siglo diecinueve, la
ciencia había ganado la guerra. Pero bien sabemos que el
triunfo de una nueva construcción de la realidad no
produce una era de estabilidad: Por una parte, la vieja realidad
se negaba a reconocer la derrota e irse, allí estaba para
que todos pudieran ver que existían distintas clases de
verdad, como los dos Papas. Por otra parte, la ciencia misma no
resultó ser una única revelación sino un
proceso en continua revisión de sus propias verdades. La
duda no volvió al lugar de donde había surgido y
tampoco lo hicieron los impulsos creativos/destructivos que se
habían liberado al fin de la era medieval. Pronto se
desató sobre el mundo sorprendido un período sin
precedentes de improvisación.

Actitud
revolucionaria al final de la Era Moderna

En los últimos años de la era moderna, que
culminó en Europa a principios del siglo veinte, una nueva
clase de actitud revolucionaria contra las estructuras sociales
de la realidad comenzó y se expresó en una gran
variedad de formas: destructiva, creativa, impía,
juguetona, furiosa, esperanzada, filosófica,
científica.

En los distintos niveles de la sociedad, la gente estaba
descubriendo que el creador era sólo algún ser
humano… y en extremo falible.

En el ámbito político, esta
expresión tomó la forma de ideologías
revolucionarias y contrarrevolucionarias: marxismo, anarquismo,
nihilismo, fascismo.

Los nihilistas. Deseaban el colapso total,
veían los viejos valores, las creencias y las estructuras
de poder construidas sobre ellos, como corruptas y estaban
dispuestos a deshacerse de todo y probar suerte con lo que
siguiera a esta situación. El líder nihilista ruso
Sergei Nechayev decía: Nuestra tarea es la
destrucción total, terrible y final.

Los fascistas. Temían a las destructivas
fuerzas antiautoritarias que se estaban desatando y se embarcaron
entonces en una búsqueda igualmente destructiva de nuevas
formas de autoridad.

El anarquismo. Era una huida de la libertad,
mientras que Nechayev y sus colegas perseguían la libertad
eliminando a ciudadanos prominentes, y sus enemigos fascistas
buscaban preservar el orden eliminando a los
nihilistas.

Una nueva generación de artistas perseguía
la libertad en otros frentes, ridiculizando y también
eliminando esta vez las expresiones estéticas de la
civilización europea clásica.

Dadaísmo. Tristán Tzara, un rumano
pequeño, que usaba un monóculo para mejorar su
visión, irrumpió en la escena artística
parisina como fundador de un movimiento denominado, con
deliberado sinsentido, dadaísmo. Dada era el nihilismo del
arte, que apuntaba a una destrucción total, terrible y
final de la realidad social. Para su primera aparición en
público, Tzara leyó un poema, que no era más
que una noticia insignificante, que había cogido al azar
de un periódico. Sus seguidores hacían sonar
cencerros y matracas como música de fondo.

El auditorio expresó su opinión de manera
adecuada a las circunstancias, profiriendo insultos y arrojando
diversos elementos. Tzara tenía un sentido terrorista de
la publicidad. En una de sus presentaciones, anunció que
se presentaría Charles Chaplin. La gente se volcó
en forma masiva para ver al gran Charlot, pero Tzara ni siquiera
lo había invitado. Se produjo un gran disturbio. Los
disturbios fueron moneda corriente en las reuniones
dadaístas.

Los pintores europeos, al igual que lo hiciera Galileo,
invitaban a la gente a ver el mundo de nuevas maneras.

Cubismo. A principios del siglo veinte, Pablo
Picasso y Georges Braque habían creado el cubismo, un
estilo pictórico que definían como basado en la
naturaleza, pero que fragmentaba los objetos en superficies
planas para que el observador pudiera ver distintas caras del
objeto en forma simultánea. Insistían en que esto
no era irreal, sino sólo una nueva manera de ver la
realidad. El cubismo tuvo influencias sobre escultores tales con
Jacques Lipchitz y arquitectos como Le Corbusier, también
influenció a la gente en la manera de ver el mundo a su
alrededor.

Surrealismo. Luego, vinieron los surrealistas.
Todos pensamos en el surrealismo como un movimiento
artístico, pero en el París de los años 20,
los surrealistas se veían a sí mismos como
activistas sociales. Anti-católicos acérrimos,
gustaban de insultar a los clérigos y escupir a las monjas
por las calles. Enemigos declarados del establecimiento,
siguieron el cortejo fúnebre del muy popular novelista
Anatole France, gritando insultos a su memoria.

Los nuevos movimientos e ideas en el arte expresaban con
vigor la creencia surgente de que el antiguo clasicismo
sólo había servido como camisa de fuerza a la
creatividad. Querían un arte sin formas, aun sin
significado en el viejo sentido de la palabra, que los llevara
directo al corazón de la experiencia humana.

Luigi Pirandello. En el teatro, estas nuevas
ideas fueron expresadas por Luigi Pirandello en 1916, en el
título de su obra, Así es, si así os parece.
Pirandello se convirtió durante un tiempo en el autor
europeo más importante. Sus obras se basaban en los temas
de la ilusión y la realidad, del sí mismo
detrás de las máscaras sociales. Su obra más
conocida, Seis personajes en busca de un autor, bien puede
tomarse como una alegoría de la sociedad europea moderna,
de los individuos vagando en busca del significado.

La pérdida, o la destrucción de la vieja
realidad y el descubrimiento, o la creación, de la nueva
era, fueron los temas que recorrían la política y
el arte europeos.

El Segundo Advenimiento de Yeats se publicó en
1921, el mismo año en que se representó por primera
vez, Seis personajes… Revelaba un intuitivo sentido de la
historia, profundo y poético, en relación a lo que
estaba sucediendo con la cultura europea: el centro no se
mantiene, pura anarquía cae sobre el mundo; como de lo que
se esperaba en el futuro: la bestia camina desgarbada hacia
Belén, o Berlín, para nacer.

Jean-Paul Sartre. Fue el vocero más
visible y provocador del existencialismo. Este movimiento dio a
conocer algunas de sus ideas al público en general.
Explicaba que un objeto creado, por ejemplo una silla,
poseía una esencia que precedía a la existencia.
Primero, existe la idea de la silla en la mente de su
constructor. Pero la humanidad no posee tal esencia. Todo lo que
la humanidad posee es la existencia. Si quiere una esencia,
deberá crearla por sí misma. Pico della Mirandola
en un café callejero, sin Dios ni Adán a la vista.

La filosofía existencialista pronto se
convirtió en parte importante del nuevo orden cultural que
reemplazaba con rapidez al antiguo orden clásico, y
tenía su propia manera de buscar un nuevo sentido a la
realidad.

Sigmund Freud. Y sus seguidores mientras tanto,
descubrían el estrato inconsciente de la psyche humana, no
sólo inconsciente sino también irracional. Freud
habló de un principio de la realidad, pero al mismo tiempo
aclaró que consideraba a muchas de las estructuras
sociales de la realidad, incluyendo las religiones y las
instituciones políticas, como simples expresiones de las
necesidades irracionales.

Tanto Marx como Freud, a quienes muchos designan como
los pilares del pensamiento europeo del siglo veinte, postularon
que el orden político existente y la visión del
mundo que lo sostenía eran herramientas para la
explotación de algunas clases, y fuentes de falsa
conciencia. Freud decía que eran sombras proyectadas sobre
la pared de la caverna, que reflejaban conflictos no resueltos de
la niñez y recuerdos primarios enterrados en el
inconsciente.

Albert Einstein. Un tercer gigante del siglo
veinte, ofreció al mundo una nueva e inquietante
visión del universo físico, y en ese proceso
descubrió otra clase de, falsa conciencia, aunque Einstein
nunca utilizó ese término en la vida cotidiana. El
desafío que Einstein propuso a la realidad del sentido
común fue mayor que la de Galileo: pidió que
creyéramos que el tiempo y el espacio no tenían
nada que ver con lo que experimentábamos de ordinario, ni
con lo que creíamos percibir de ellos, que la materia y la
energía era una misma cosa, y que arriba y abajo eran
nociones meramente relativas.

Eran tiempos duros para los absolutos. Cada camino que
parecía conducir a la certeza mostraba a algún
genio de pie en medio de él con un cartel, indicando que
se había equivocado el camino.

No era de extrañar, entonces, que la gente
encontrara la vida muy incómoda en este clima de
pensamientos. Ingresaron así al lenguaje nuevos
términos para definir el descontento de la época:
alienación, angustia, anomia, las dudas cartesianas del
hombre y la mujer comunes. Cada término tiene que ver con
lo que le sucede a la gente cuando pierde la certeza de que las
convenciones sociales son verdades objetivas y
permanentes.

El gran sociólogo francés Emile Durkheim
señaló a la anomia, desviación o ruptura de
las normas sociales, no de las leyes, esto último es
"delito", como causa de suicidio. La gente se encontraba en un
mundo sin reglas o normas fijas, con sólo un espacio
vacío sobre sus cabezas, como él lo definió,
y decidía literalmente que no podía soportar la
vida en tales condiciones. Estos términos entraron a
formar parte del vocabulario básico de nuevas escuelas de
pensamiento que intentaban encontrar el sentido de un mundo sin
puntos de referencia fijos.

Durante todo el siglo veinte, muchos estudiosos hicieron
de la construcción social de la realidad su
preocupación principal. Provistos de la sobria
batería de la racionalidad moderna, emprendieron la tarea
de desentrañar este proceso, uno de los más
misteriosos de la vida.

Los antropólogos:

  • Merecen la mayor parte del crédito, o la
    culpa, por hacer visible la notable diversidad de realidades
    existentes en un mundo, que se podría haber pensado
    que tenía una sola realidad.

  • Fueron los verdaderos pioneros del siglo veinte, al
    salir en busca del shock cultural, exponiéndose a
    él del mismo modo descuidado y valiente en que los
    científicos se exponen a las enfermedades.

  • Inventaron la observación participativa, una
    brillante incorporación de formas de ponerse en una
    posición incómoda. Esto implica vivir de manera
    tan parecida como sea posible a la de las culturas
    primitivas.

  • Se acuclillaron en el polvo de los poblados
    africanos. Cazaron y festejaron con grasa de ballena junto a
    los esquimales. Danzaron en los ritos mágicos de las
    Islas Trobriand. Y regresaron con información, no
    sólo en anécdotas y análisis, sino
    también en arte, esculturas, vestimentas y
    herramientas. Nunca antes había existido un
    cúmulo tal de información acerca de distintas
    sociedades como el que atiborró las bibliotecas y
    museos de Europa y América en las décadas
    posteriores a la Primera Guerra Mundial.

Vértigo de
la relatividad

La gente contempló esto y sintió algo
más serio que un caso leve de shock cultural. Aquellos que
tuvieron una conciencia total de la situación, en toda su
impresionante diversidad, experimentaron una alteración
psicológica profunda, que ha sido descripta como el
vértigo de la relatividad. Estuvieron ante una evidencia
abrumadora de que distintos pueblos habían construido
distintos sistemas de valores y creencias, de conocimientos y
mitos. Fue entonces inevitable que aquellos que absorbieron este
material revisaran no sólo sus ideas acerca de los pueblos
exóticos, sino también sus ideas acerca de ellos
mismos.

Los antropólogos que realizan trabajo de campo
descubren que ellos también están viviendo inmersos
en una cultura y no en la realidad objetiva. Roy Wagner dice: En
el acto de inventar otra cultura, el antropólogo inventa
la propia y, en realidad, re-inventa la noción misma de
cultura.

Fuente

La Realidad Emergente de Walter Truett
Anderson

 

 

Autor:

Rafael Bolívar Grimaldos

 

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