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Diálogo tónico



  1. La
    motivación para vivir nos la dan los
    demás
  2. Morimos por falta de afecto
  3. El
    diálogo tónico
  4. La
    indiferencia y el maltrato
  5. Los
    estados de ánimo

Ya hemos proclamado que la cualidad psicosocial del ser
humano es inseparable de su condición de ser humano. No se
puede ser humano sin ser social. Si el ser vivo es ambiental por
naturaleza, el ser humano es también social por
naturaleza.

Si todos los organismos vivos nacen y conviven con otros
organismos, sin los cuales ellos no habrían tenido las
posibilidades de ser ni de vivir, si en un principio, el
organismo nació del ambiente y fue este el que le
propició las condiciones y posibilidades de desarrollarse,
generándole órganos, sentidos, capacidades y
comportamientos, el ser humano depende absolutamente de los
demás seres humanos. Sin ellos no habría nacido, no
podría desarrollarse físicamente, ni tampoco
psíquicamente, adquiriendo una personalidad
propia.

La principal motivación para vivir reside en la
relación con los demás. Son ellos los que nos
enseñan a vivir y a ser. Aprendemos a ser, a construir
nuestra identidad, en la relación y la comunicación
con los otros. Los demás son nuestro estímulo y
nuestro modelo. Y es en contra de ese modelo o buscando otros
modelos más satisfactorios como crece la identidad
personal. Los demás nos dan sus afectos y su cuidado,
cuando al nacer somos incapaces de hacerlo. Todo lo que hacemos
es hecho para, por y con los demás. Para obtener su afecto
o su valoración, para llamar su atención, para
demostrarles que estamos vivos y presentes.

Lo peor es la indiferencia. Ser indiferente para los
demás es no existir, por ello es mejor existir
valorándonos mal que no existir. Aquellos que se han
sentido profundamente indiferentes para los demás, hacen
cualquier cosa para demostrar su presencia y su existencia, desde
ser dadivosos en extremo, resultar atosigantes o invasores, hasta
cometer fechorías, trastadas, delitos, etc. Lo importante
es ser tenido en cuenta por los demás. Muchos niños
problemáticos, lo son por esta razón y pueden
llegar a ser delincuentes de mayores.

Se puede morir por falta de afecto, como lo ha
demostrado la investigación de Spitz con los niños
diagnosticados por síndrome de "hospitalismo". El mayor
trauma, la mayor depresión que le puede acaecer a una
persona mayor es la pérdida del afecto, también.
Una pérdida de este tipo lo constituye la
jubilación, que significa la pérdida de la
valoración como ser productivo y válido,
acompañada de la pérdida de los amigos y
compañeros de trabajo, con el consiguiente aislamiento.
Pero sobre todo, las pérdidas más graves a esas
edades avanzadas, lo constituye el abandono de los hijos u otros
familiares, de la que cabe destacar la muerte del
cónyuge.

Esta última está considerada por los
expertos, como el más grave desencadenante de
estrés, depresión y pérdida de las ganas de
vivir, que puede conducir a un proceso más o menos largo
concluyendo en la propia muerte. Para vivir solo y sin afecto,
mejor es morirse, deben sentir esas personas en su aislamiento y
pérdida de los seres queridos.

La primera forma de comunicación que Ajuriaguerra
denominó "diálogo tónico", viene definida
por el "diálogo" o relación que se establece entre
la madre y la criatura a través del contacto mutuo, que se
lleva a cabo en todas las tareas que la madre realiza con su
cría con objetivos diversos, como amamantarle, asearle,
cambiarle de ropa, levantarle en brazos, mecerle, jugar con
él, etc. Winnicott asegura que la integración del
yo depende de la forma que tiene la madre de sostener
(
holding) al lactante.

Aunque las tareas y los objetivos sean distintos, el
medio con el que se llevan a cabo es el mismo: el contacto
corporal a través de las manos o del cuerpo de la madre,
de modo que ese medio –el contacto corporal- llega a ser
más importante y primordial que el fin u objetivo
propuesto: el aseo o la comida. El medio define al fin. El modo
como se lleva a cabo la tarea define la calidad de la
relación.

Todos afirmaríamos, sin duda, que, es vital que a
la cría se le alimente, pues de lo contrario
moriría, (vemos que el niño depende completamente
de la madre o de la persona que cumple esa tarea, lo que es un
rasgo ineludible de su entidad social); que, es importante
también que se le cambie de ropa y lave, de lo contrario
ello sería la raíz de malestares e infecciones que
podrían poner en peligro su vida. Sin embargo no nos
cuestionamos la forma de hacerlo, con tal, quizá, de no
hacer daño al bebé; aseguraremos que esto es
secundario y, desde luego, no se considerará vital para el
niño; pero no es así.

¿El niño llora porque tiene hambre o
porque está sucio? ¿Llora también para que
le abracen? El bebé no hace nada conscientemente, es
cierto, lo hace impulsado por su necesidad. Su organismo le puede
dar la señal de su necesidad de comer,
produciéndole un malestar que le alerta, del mismo modo
que la irritación o escozor de la piel le alerta
también de su incomodidad y por lo tanto de su necesidad
de lavarse o cambiarse la ropa. ¿Pero qué le avisa
de su necesidad de contacto? Quizá haya reacciones de la
piel, de la temperatura, del sistema músculo –
articular y de los órganos que avisan de un malestar
indefinido que se subsana mediante el contacto corporal. Desde
luego, no hay mejor remedio para tranquilizar a una persona,
–o animal-, que el contacto corporal por la caricia, el
abrazo, etc. El contacto corporal proporciona seguridad diluyendo
los temores internos angustiantes provenientes de las propias
pulsiones y necesidades y también los temores externos.
Ante la disyuntiva entre seguridad tranquilizante y comida, las
crías eligen la primera.

El diálogo tónico, ateniéndose a
esa denominación, significa comunicarse mediante el tono.
El tono, por su parte, ya hemos dicho, es considerado esa
energía que puebla todas las fibras musculares del
organismo permitiendo que se contraigan o dilaten como respuesta
a diversos estímulos internos y externos. Los
músculos están siempre en un estado de
tensión, imprescindible para vivir, que expresa el estado
emocional de la persona. El estado físico, aislado del
estado emocional, no existe nada más que en la materia
muerta. La tensión meramente física podría
determinarse por un grado tónico más bajo o
más alto. Sin embargo, el estado emocional viene
determinado además, por un grado cualitativo de
tensión muscular. Por calidades y matices muy variados de
esa tensión, el cuerpo de cada uno está siempre
impregnado de una calidad muscular especial que manifiesta su
personalidad, su actitud, su carácter, a la vez que
expresa todos los cambios emocionales y estados
anímicos.

Algunas de estas expresiones son perceptibles a simple
vista mediante las posturas, los gestos y los movimientos que se
hacen, e incluso pueden ser absorbidos y mimetizados en la
niñez. Otras manifestaciones del estado de ánimo
son más sutiles, pudiéndose captar sólo a
través del contacto corporal. La madre mantiene de esa
manera un permanente diálogo o comunicación con su
hijo a través de la calidad de su tono muscular. La
calidad de la comunicación reside en la calidad del tono.
El niño capta y se impregna del tono muscular de la madre
mediante el contacto que ella establece con él aunque el
contacto se ejerza para satisfacer otro tipo de funciones
diferentes como son el cambio de ropa, el aseo, el baño,
alimentarle, acostarle, etc., etc. A través del contacto
en todas esas variadas funciones, se transmite el estado de
ánimo, el placer o el displacer, la tranquilidad o la
inquietud, la alegría o la tristeza, la atención o
la dispersión, la deferencia o la indiferencia.

La cuestión que se plantea ante esta serie de
datos es que debemos ejercer un control consciente de nuestro
tono para no transmitir sensaciones desagradables ni emociones
perturbadoras. Debemos educar nuestro tono, educar la forma de
tocar, para transmitir ternura, disponibilidad, delicadeza. Hemos
de aprender a ser delicados, amables y tiernos, no de palabra
sino con la actitud, con el tono que es la raíz más
profunda del estado emocional.

Lo más grave, a pesar de todo, quizá no
sea transmitir desagrado, malestar, prisa, angustia,
obligación, etc., mediante el contacto, sino, manifestar
la indiferencia, provocando sensaciones de que ese niño o
persona a la que tocamos, no nos importa nada, no sentimos nada
por ella, es menos que un objeto. A un objeto se le puede querer
y se puede disfrutar con él sintiéndolo,
acariciándolo, percibiendo sus texturas y sus formas,
manteniéndolo visible en un lugar de la casa. Uno debe
querer sentir y percibir aquello que toca, más aún,
si es una persona, y debe poner toda su atención en ello.
A la vez que sentimos y disfrutamos de la persona que tocamos, la
persona que es tocada disfruta también del contacto.
Así debemos tocar al otro. A la vez que disfruto
tocándole a él, permito que él disfrute
también siendo tocado por mí. Yo siento su disfrute
y él siente el placer que me causa sentirle a
él.

Cuando un niño siente que su presencia y su ser
es indiferente a la otra persona, hará cosas,
provocará actos para que el otro se dé cuenta de
que él existe, para que por momentos al menos, su
presencia se imponga. Si los actos que realiza buscan el agrado
de la otra persona para hacerse ver y sin embargo, no dan el
resultado perseguido, llegará a darse cuenta de que hay
otros actos que disgustan a la otra persona, pero que mediante
ellos, el otro le muestra atención, él toma
importancia. A partir de entonces provocará esos actos,
aunque éstos sean castigados, porque mediante ellos,
él se siente atendido y de algún modo, importante.
Lo esencial es que él exista para los demás, que se
le tenga en cuenta. Si portándose bien no lo consigue, se
portará mal y así adquirirá un valor aunque
sea en contra del otro.

Para el niño y para todas las personas en
general, quizá sea más importante, que les traten
mal a que no les traten de ninguna manera porque esto significa
la indiferencia. Tratándoles mal, ellos se sienten como
seres vivos; sino les tratan de ninguna manera o de modo
indiferente, es como si no existiera, no se sienten como seres
vivos. De todas formas ese maltrato tiene un límite, a
partir del cual ya será inaguantable. No quiero decir
tampoco, de ningún modo, que sea más importante
pegar o utilizar el castigo que no pegar. Digo tan sólo,
que esos actos tienen esos resultados. Afirmo que hay que
mantener un buen trato. Por otra parte, cuando una persona
maltrata a otra, es porque maltratando se siente importante ella
también. Cuando una persona ejerce la fuerza sobre otra,
es, primero, porque tiene más fuerza que la otra, y
segundo, porque carece de recursos para dialogar con la otra
persona y a través del dialogo ayudarla a comprender lo
que hace. Nadie puede justificar el uso de la fuerza sobre otra
persona o personas, ni el padre sobre los hijos, ni el marido
sobre la esposa, ni el profesor sobre los alumnos, ni el
presidente de un país sobre los ciudadanos, ni un Estado
sobre otros Estados de otros países. En todos los casos
existen carencias de recursos y complejos de inferioridad, que es
una de las raíces del autoritarismo. El maltratador ha
aprendido a ser persona con el maltrato, y a través del
maltrato sobre otros, expulsa su rabia, su impotencia, su odio o
su frustración, esa energía que se quedó
bloqueada en él cuando le maltrataron, generando una
impotencia y una manera de ser de otra manera. El maltrato, por
otra parte, no tiene por qué ser exclusivamente
físico, puede ser psicológico, moral, o social y
siempre utilizará mentiras y racionalizaciones para
justificarlo.

Como el tono indica el grado de tensión muscular,
además de expresar la calidad y los matices de las
emociones, nuestro tono define una actitud personal, un modo de
ser. Nuestra estructura corporal es la materialización de
nuestra personalidad y define en todo momento las fluctuaciones y
variaciones de esa personalidad, las situaciones anímicas
por las que se pasa. Como siempre existe un estado de
ánimo, de lo contrario estaríamos muertos, nuestro
tono manifiesta siempre una calidad anímica. El
ánimo no se materializa en la mente, se materializa en el
cuerpo, por ello no existe nunca un cuerpo meramente
físico, sino es estando muertos. Las emociones, las
vivencias, los placeres, las desgracias, las inhibiciones, las
inseguridades, las decisiones, las impotencias, las
frustraciones, las ansias, los odios, las ilusiones… todo queda
materializado en los músculos. Algunas de esas emociones,
por su intensidad o sorpresa, quedan enquistadas para siempre en
los músculos, limitando la expresión y la vivencia
de otras emociones, impidiendo que el pensamiento fluya,
encorsetando la expresión y anquilosando el movimiento. Si
no quedan enquistadas, las vivencias emocionales siempre quedan
marcadas y marcan a su vez la personalidad y el modo de ser. Las
emociones modulan el tono, si son ricas, variadas, sentidas,
expresadas. El tono se hace a su vez, rico, plástico y
variable, mientras que el movimiento, la comunicación y el
pensamiento pueden ser fluidos, y flexibles.

Cuando tocamos a otro ser humano, a través de
nuestro tono le estamos transmitiendo muestro estado emocional.
Esto ocurre sin pretenderlo, pero debe ser consciente, para saber
cómo es nuestro tono y qué estamos transmitiendo
mediante el contacto. Debemos aprender a modular ese tono, a
controlarlo, para no transmitir nuestros estados tensionales a
los demás, sobre todo cuando se trata de niños
pequeños en los que su tono y emoción se
están formando, pero también con enfermos o
ancianos porque estando en situaciones de riesgo nuestro contacto
crispado las pueden agravar.

Cuando estamos en calma, tranquilos, sosegados, nuestro
tono lo está indicando con su grado y su calidad; puede
ser visible en la actitud y en el movimiento y puede ser sentido
mediante el contacto corporal. La tranquilidad transmite
tranquilidad, se manifiesta por un tono suave, lento, apacible,
equilibrado.

 

 

Autor:

Joaquín Benito
Vallejo

 

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