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Domino – Una trampa sin salida (Novela)




Enviado por roberto macció



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

  1. Prefacio
  2. (Lidias inciertas de morbosos recelos…
    mi desconfianza)
  3. (Entre
    la luz y la sombra Un abrir y cerrar de
    ojos)
  4. (Escapando encontré Sendas…
    Más nunca una salida)
  5. (Mariposa ambulante del dios errático,
    visita mi estado algún día)
  6. (Busqué solo felicidad y perdí
    con dignidad mi vida)
  7. (Los
    límites del amor cruzan las fronteras de la
    razón)
  8. (Todo
    es efímero aun tu recuerdo y tu muerte)
    Haykus
  9. (Hasta
    los rayos del sol dejarán de arder algún
    día) Haykus.
  10. (Toda
    la vida no alcanza, para comprender la vida)
    Haykus
  11. (Infeliz alma aquella que quiebra lo que ha
    amado) Haykus
  12. (Los
    deseos incontrolables nunca se deben razonar)
    Haykus
  13. (Alerta, que tus días no pasen
    más pronto que tus sueños)
    Haykus
  14. (Ayer, ayer… solo te recuerdo cuando me
    duele el hoy) Haykus
  15. (En
    las malas noches,… tu recuerdo aturde mi soledad)
    Haykus
  16. (Por
    más que camines despacio, el camino…
    tendrá su fin) Haykus
  17. (Un
    triángulo amoroso es siempre escaleno)
    Haykus
  18. (Diagonales, tilos, amigos, plazas… sin
    duda, La Plata) Haykus
  19. (Noche negra, podrás desorientarme, pero
    el sol saldrá) Haykus
  20. (Los
    terribles males del alma se curan en compañía)
    Haykus
  21. (El
    desencanto es siempre el final de una mentira)
    Haykus
  22. (Si
    miro atrás, solo veo fantasmas que me saludan)
    Haykus
  23. (Di
    un paso, di otro… y otro…es esto
    caminar… o morir) Haykus
  24. (Pisas donde otro pisó… y alguien
    pisará tus huellas) Haykus
  25. (Cuando verdades y mentiras se mezclan, nada
    sale bien) Haykus
  26. (Lloro y un mar desbordando agua, barre mis
    penas) Haykus
  27. (Un
    proyecto debe ser un sueño sin límites obtusos)
    Haykus
  28. (Puedo ser sin ti, sin ellos, sin nosotros,
    pero no sin mí) Haykus
  29. (Deja
    a los caballos galopar hasta el hartazgo)
    Haykus
  30. (Por
    mi ventana la noche oscura me pide auxilio)
    Haykus
  31. (Alma, a través de la ventana,
    confío que regreses) Haykus
  32. (Hombre, el ser más imperfecto…
    aún así… cree en Dios)
    Haykus
  33. (Sólo un loco puede amar
    locamente… los cuerdos…no)
    Haykus
  34. (Hay
    hombres que viven con la pobreza eterna en el alma)
    Haykus
  35. (Llegas al fin cuando morir o vivir te es
    insensible) Haykus
  36. (Colores velados cegando mis ojos tu rostro se
    va) Haykus
  37. (Lo
    mejor de la vida, es no saber para que te sirve)
    Haykus
  38. (No
    soportaría la eternidad con mis ojos abiertos)
    Haykus
  39. (Te
    perdí muchas noches pero siempre busqué en el
    alba) Haykus
  40. (Cuando decidí disfrutar la vida…
    no tenía vida) Haykus
  41. (Mi
    soledad es eterna desde que pensé en la muerte)
    Haykus

(Si sabes que existo,

Entonces…

¿Por qué no me
encuentras?)

– ¡Y éste… de donde salió!
¡Mira Mabel…mira a este loco haciendo dedo en medio
de la ruta… a esta hora y con el frío que
hace!-

– ¡Ni idea… de traje en medio del
campo…!-

– ¿Qué hacemos nena? ¿Lo
llevamos?-

– Dale… debe ser un personaje…-

– Agárrate entonces que volvemos-

– Bueno… total, qué nos puede
pasar…-

Prefacio

( Muchos mundos en un
planeta,

muchos hombres…

en un cuerpo )

Mi nombre es Luciano Giovanini, cuando niño me
decían Luchi… como a mi abuelo materno, el
entrerriano, pero hoy ya nadie me llama así… ahora
me rebauticé Norberto… Norberto Mareco.

Hace tiempo que deambulo por ciudades cambiando de
nombres, solo de nombres… porque en esencia sigo siendo el
mismo: un simple desconocido en medio de tanta gente
común, un buscador atávico del destino… un
espurio ser contemplativo de las peores luces y sombras mundanas,
en fin, un trasnochado soñador e ignoto amante.

Nosotros, en general seres tan parecidos y sin embargo
inéditos; somos a la vez uno y todos, como el padre y el
hijo y su espíritu santo soldando cualquier falla
humana… también yo soy eso, pienso.

Y si me siento un anónimo y un oculto, no es por
andar zigzagueando mis pasos y variando mi firma… descreo
de ese génesis.

Advierto sin embargo en mi ambiguo entorno, que a pesar
de la dedicación y el esfuerzo que a diario aporto para
mejorar mi escuálida obra existencial, paso desapercibido
en lo que llamo mundo visible, pero también me tropiezo
con ese otro invisible sub-mundo de las cosas, el que se mueve
debajo de la superficie de lo cotidiano y es esto último
lo que adolece mi alma fragmentándola en mil
pedazos.

Quiero narrar esta historia. Necesito transmitirla sobre
un papel para que ella sea, tal vez, el único testimonio
de mi vida.

Que otro puede ser… ¿Una mujer…?
¿Un hijo… una amante…? Ninguno de ellos
sobrevivirá al silencio de mi memoria cuando esté
podrido debajo de la tierra. Tal vez un relato si.

¿Que es sino la historia, más que el
cúmulo de versiones, vivencias y sueños dibujados
en un papel?.

Me da tranquilidad saber que en ciertos momentos, cuando
la desorientación del sentir pretende tapar el horizonte
del alma, el recuerdo de mi testimonio juega en mi sustancia a
modo de un comodín bonachón, transformándose
en una alegoría principesca, un paladín de vida
resuelta, que en una suerte de fuerza espiritual, templada y
fuerte, ambiciona cobijarme de todo mal.

Otras veces en cambio, el bullebulle aparece en forma
repentina, tal cual un fantasma… sin tarjeta de
invitación; violando mi espacio, mi esencia… y se
pasea frío, despiadado delante de mis ojos
sonámbulos y me despierta; enredado en mis sueños,
buscando desencadenar mis peores pesadillas…

Esta es la antesala de la historia de mi historia. La
leyenda de un día, que paulatinamente busca camuflarse en
mis insoportables horas de insomnio, empeñándose,
vaya uno a saber con que arteras pretensiones, en alargar mis
perennes desdichas.

Existió una fecha en que deje de ser alguien para
esta sociedad… pude integrar y admitir esa verdad a mi
saber sin despellejarme, y fue esa sinceridad que con el paso del
tiempo, me adaptó en armonía con el cosmos
todo.

Largas jornadas transcurrí pensando en gente a
las que había dejado de visitar o llamar por
teléfono… Y me sorprendí de haber "conocido
a tanta gente"… Vanidoso me pregunté que
serían de todas esas historias sin mí presencia;
más imaginé que ellas estarían haciendo
relaciones nuevas, semejantes a las que habían tenido con
mi ente… Tradiciones, amores, traiciones, chismes y
epigramas reiterados; el ayer y el hoy se juntan siempre en un
mismo punto, esto es inevitable porque tal es su insalvable
destino. Me consolé pensando en esta reflexión y
así le brindé un elegante respiro a mi dubitativa
conciencia.

Y me alegré de mi presente.

Este lapsus de tiempo, alegoría supina,
subsistí errando por diversos trabajos triviales, que en
definitiva, fueron los mejores que pude haber encontrado teniendo
en cuenta mis circunstancias y vaivenes
fútiles.

En cada uno de ellos reconocí el valor de las
cosas que se hacen con autenticidad, con amor, en
armonía… definitivamente con fe. Antes, cuando no
me consideraba un marginado social, fui empleado bancario,
exactamente Secretario de Cuentas Corrientes en la sucursal
número 3 del Banco Provincia en La Plata, allí yo
era la tarjeta numero 171.

Me parece que fue hace tanto tiempo
ya…

¿Que relativo es el tiempo en la vida de una
persona?, y ¿Que relativa es la vida de una persona
después de un tiempo?.

El trabajo del Banco lo abandoné y, para ser
sincero, debo reconocer que no tenia un motivo…
llamémosle lógico para tomar una
determinación así; pero… ¿qué
es lo lógico o lo ilógico cuando uno está
confundido? Y yo, en aquellos albores, por cierto que lo
estaba.

En esa misma época también se produjo la
separación con Estela, madre de mi único hijo,
Sebastián; no porque me quitase tiempo como el Banco, sino
por no brindármelo…. Y, prolongando mi franqueza,
confieso que yo tampoco.

Con Estela nos conocimos a través de Ricardo
Salgueiro, un amigo en común; ella estaba cursando segundo
año de la facultad y yo ya había abandonado la
carrera.

Lo nuestro no fue un afecto pasajero, ni un flechazo de
Cupido: fue una simple historia de amor.

Nos atrajimos con pasión, como adolescentes que
éramos y enseguida nos embelesamos a pesar de que lo
único en común era que ambos veníamos de
sendas separaciones traumáticas.

A los seis meses del primer encuentro, nos casamos.
Sebastián nació ocho lunas más tarde y poco
tiempo después descubrimos que solamente nos
aguantábamos en una inquieta armonía.

Ella dejó la facultad y me echo la culpa,
después se justificó ante sus padres
diciéndoles que no podía estudiar porque
debía trabajar y otra vez fui el culpable. Por más
que no estudió ni trabajo.

A esa altura yo estaba plenamente convencido de que esa
suerte de infierno cotidiano y surrealista era la vida de un tipo
casado, que no gozaba de opciones muy decorosas para cambiar el
destino, y solo debía agachar la cabeza, sobrellevar los
reproches y las continuas críticas solapadas, o abandonar
a mi mujer y a mi pequeño.

¿Cuándo me planteé esas
demandas…? No recuerdo ahora.

Así y todo resolví, equivocado o no, que
mi única preocupación debería ser conseguir
un trabajo remunerativo que conformara a Estela, a sus padres y a
mi madre

Hace poco de todo esto, ¡Y que lejano que me
parece!

Otra vez el tiempo… reloj, maldita arma de la
Furia, ¡Cuándo se romperán los lazos que
hasta entonces no habían sido quebrados, para que el
socorro de una virtud invisible me visite en medio de estas
tinieblas!

En aquellos días también me mudé de
ciudad; y no por un sentimiento de revancha sino, muy por el
contrario, por creer en una hendija que me pareció ver en
el fondo de un papel, con luz difusa color
esperanza…

Ocurrió rauda, vertiginosamente, tan veloz como
la cupe Taunnus negra que, de manera fantasmal, me
levantó en la ruta Pergamino – Rosario y cambió mi
destino; o, mejor dicho, abrió una puerta que, para suerte
o desgracia, todavía no cerré.

Esta historia es la de ayer y la de siempre, es un
cúmulo de hechos que, desde entonces, se convirtieron en
una especie de estigma para mi alma y mi razón.

Y existió también un día que bien
lo podría definir como mi fecha de definición o el
momento en el cual decidí ser yo… o la noche,
simplemente la noche que me trastorné.

Lo puntual es que los incidentes disparadores de esa
realidad existieron y ahora estarán allí hasta el
final de mis días.

Pero su crónico recuerdo juega en mi pensamiento
de diferentes formas y modos, transformándose según
el estímulo de mi ser; y si bien la leyenda es siempre la
misma, al evocarla genera sensaciones dispares.

Mi relato es ambiguo, en él contengo todas las
descripciones y testimonios… en él contemplo, sin
distinción, todos los finales; él, como una enorme
usina sigue generando sin cesar distintas emociones que yo,
estúpidamente, pretendo encerrar en un mismo punto, en una
misma idea… Más ellas se dispersan cual karmas
encendidos y su huida genera otros karmas indescifrables y
conmovedores como los originales y así hasta el
infinito.

Por esos días interpreté que el futuro es
tan impreciso, indefinido e incontrolable, que se vuelve una
pérdida de tiempo el esforzarse por armarlo o tratar de
articularlo.

Inevitablemente, en ese mismo instante, dudaba
también de mi presente. Hay ocasiones en que se
actúa con apreciaciones apresuradas que desembocan en
errores grotescos… pero aún siendo así, el
vigente es el único estado que nos guía.

Tal vez nuestro pasado tenga alguna sensatez…
Pero… ¿Quien puede afirmar sin ningún tipo
de perplejidad y titubeo, que interpreta de manera objetiva, un
hecho acaecido?

Mi rememoración es una oda en mi memoria, y fue
sermón en el camino de otros, quiero describirlo antes de
olvidarlo, o de trastocarlo con mis sueños y
fantasías; necesito trasladarlo a un papel para poder
contemplarlo en mi vejez… si la tuviera… pues cada
día que pasa me parece menos real y mis miedos e
inseguridades lo están convirtiendo en un hecho
mágico y místico como aquel pasmoso vuelo de mi
primer barrilete.

CAPITULO I

(Lidias inciertas
de morbosos recelos… mi desconfianza)

La Plata, viernes 2 de julio de 1983.

Aquel viernes del mes de Julio manifestó temprano
su áurea de día extático, oscuro e inquieto.
Más no entendí sus misivas hasta después de
mucho tiempo.

Si bien era pleno invierno, esa jornada amaneció
templada por un sol pobre y condenado, que mas allá del
almanaque, intentaba sobornar a un cielo azulino que,
inevitablemente se iría poblando de densas y pesadas nubes
grisáceas.

De todos modos, los temerarios rayos que lograban
escapar de los escudos ralos de los cipreses del jardín,
convidaban a dejar guardadas bufandas y guantes de
abrigo.

Desayuné solo, porque Estela y Sebastián,
que en esa época tenía apenas dos años, se
encontraban hacía una semana en Rojas, de visita en la
casa de los abuelos. Yo viajaría al pueblo esa misma tarde
y este hecho fue, visto a la distancia, el inevitable convite que
mí desafortunada estrella me dedico.

¿Culpa del destino…? Respondo: ¡Si!
Y si el destino lo armo yo, entonces: ¡Me culpo!

Estoy convencido que solo su impronta puede, de manera
implacable, inducirnos a transitar por muchos momentos ingratos
de nuestra vida. El destino no es solo un estado… es un
ente, Dios o Diablo, ¡A quien importa! nula cuantía
adquiere saber del referente, cuando esta juego el manejo de tu
vida.

En aquella circunstancia, como le es habitual,
logró seducirme a través de un acto gratificante,
ese que aparece en el lugar y momento justo; y es por esto
último, que uno no se permite dudar ni da un mínimo
margen de desconfianza a las malignas intenciones.

Error severo, pero… ¿Cómo proceder
cuando las ondas desproporcionadas, de la más oscura
alquimia, buscan equilibrarse a costa de nuestra
desdicha?

Lamentablemente todos jugamos, en estos sombríos
casos, con escasas oportunidades de salir airosos y sin
magullones.

El desencadenante de toda esta seudo genealogía
fue una simple llamada telefónica que recibí la
noche anterior, apenas minutos antes de salir de juerga, como en
otros tiempos, con los amigos del barrio, del padre de mi mujer,
o sea mi suegro. Y fue para ponerme al tanto que al día
siguiente, iba a viajar en auto hacia la Capital, para encargar
unos insumos que le hacían falta en su metalúrgica
y, claro está, me invitaba a viajar de regreso con
él a Rojas…

Así fue que acordamos entonces, en encontrarnos a
las siete de la tarde en la intersección de las avenidas
San Juan y Jujuy.

Visto de esta manera, esa sucesión de hechos
cotidianos parecía ser una buena noticia, no digo
extremadamente excelente, ni mucho menos, pero si alentadora; en
definitiva, la realidad marcaba que alguien, que suponía
no me apreciaba en demasía y tan solo me resistía
en calidad de yerno, con una simple llamada me estaba ahorrado
tiempo y dinero

¿Porque decirle que no…? Con que
pábulo coherente uno se propone a rechazar el
ofrecimiento. Aparte yo no me sentía tan a disgusto con el
viejo, si siempre pagaba cuando parábamos a comer o a
tomar un café… Yo intuía que a él le
resultaba molesto el hecho de desembolsar unilateralmente en
todas las ocasiones; más mi protagonismo, percibía
y recibía esa acción como una especie de
compensación, simplemente por seguir manteniendo el
matrimonio con su hija.

Pareciera absurdo y me atrevería a calificarlo
como quimérico, pero es este maquiavélico y a su
vez glorioso encastre de situaciones, el que maneja ese hado
eterno que nos embauca en cada intento.

En estos últimos meses, cada día, a cada
minuto, me pregunto que hubiera sido de mí si hubiese
rechazado aquella invitación.

Cuestionario inútil, sin atribuciones solidarias
para el alma y el decir, pero ¿Que es la leyenda de uno
sino el agotamiento de estos infructuosos interrogantes
existenciales?

Esa mañana fui al banco como todos los
días, pero antes de salir me deje preparado un bolso
marrón de considerable tamaño con ropa para unos
dos o tres días. Un hecho curioso, eso lo advertí
después, fue que también guarde mi cuaderno de
anotaciones y un bloc de hojas con mis últimos textos de
ensayos, cosa extraña, porque después de haber
extraviado un par de cuentos, una mañana en el colectivo,
me prohibí sacar un escrito de la casa por
seguridad.

Atribuí, con el paso del tiempo, que aquella
actitud intuitiva de mi ser, que sin razonar, tomo casi todos los
originales del escritorio y los guardó en un bolso de
viaje, fue una señal que trataba de advertirme del peligro
en ciernes.

Otra luz de atención, que evidentemente tampoco
tuve en cuenta, fue el hecho de haberme ausentado del trabajo,
después de la hora asignada para el almuerzo. Nunca antes
lo había hecho, salvo cuando le avisaba de antemano al
gerente del área.

Ese día en cambio, después de la rutina
del sándwich de milanesa, masticado en diez minutos de
parado, y apoyándome en una especie de equilibrio circense
contra la indecorosa barra del boliche de la esquina, fui a
pasear por el centro… a mirar vidrieras.

Recuerdo nítidamente que cada tanto buscaba,
palpando con mi mano derecha en el bolsillo del pantalón,
los cinco billetes de mil pesos que había cobrado por
horas extras esa mañana.

Pasando por delante de las vidrieras de la casa Delmar,
atrajo toda mi atención un bonito saco de pana negro. Sin
pensarlo demasiado, entré resuelto al comercio y a los
diez minutos lo tenía puesto.

A las seis y media de esa tarde mi sombra chinesca se
encontraba en la típica esquina porteña escogida
para el trasbordo, esperando a ese gigante de dos metros al que
me gustaba llamarlo suegro.

El jayán llegó retrasado.

Apenas estacionado, se volcó hacia el asiento del
acompañante y me cedió el volante. Siempre
realizaba la misma rutina.

Conduciendo yo, el viejo hasta se dormía en la
ruta, no se si por que me tenía confianza en el manejo o
muy por el contrario, por miedo de ver como lo llevaba…
Pero, pensándolo un segundo, era muy probable que se
durmiera para no tener que hablarme.

Nuestro desprecio era una sensación compartida,
más formaba parte de las pocas cosas que
dosificábamos en forma soslayada, para que no nos estalle
en nuestras propias caras.

Siempre me hice cargo de esa tirante
situación.

Fui conciente, en todo momento, que mi inexperiencia
juvenil entorpeció desde un comienzo la relación
entre ambos.

Decir que nuestro parentesco político tuvo un
principio más que difícil, es simplemente minimizar
el episodio. Todo comenzó con uno de sus viajes a La
Plata, evidentemente un síndrome natural de mala fortuna
en todo este relato, para visitar a Estela, su hija mayor y ojos
de su alma, y se entera, al verla rellenita que la nena estaba
embarazada, y, por si esa noticia fuese poca cosa, el infeliz un
par de horas más tarde me conoce a mí.

Esta doliente escena, que poco tiene que ver con la
historia de amor que los padres proyectan para sus hijos, le
permitió luego al ogro tener intromisiones en nuestro
matrimonio más allá de los límites
razonables y lógicos.

Mi razón entendía al comienzo su disgusto
y más de una vez se preguntó como hubiese razonado
estando en sus zapatos… y entonces risueñamente me
veía agarrando del cuello al degenerado y
castrándolo sin otra anestesia que una buena
golpiza.

Pero, para mi suerte, el tipo era un poco más
civilizado que yo.

Buscando culpables, sin duda apuntaría todos mis
cañones a mi amigo Ricardo, porque fue quien me la
presento en el festejo de la primavera del año
80.

Oriundo también de la ciudad de Rojas, amigo de
la infancia de Estela, y años luego amigo mío de la
facultad, cuando cos conocimos teníamos los dos apenas
diez y ocho años.

Después de ese 21 de septiembre, Estela y yo
nunca más nos separamos…hasta este relato
claro.

¿Si fue amor a primera vista?…

Quien puede responder a esa pregunta sin caer en
definitiva en alguna vulgaridad, sin embargo, creo mas en las
circunstancias que rodean a un hecho, que al hecho en sí
mismo.

En este caso arriesgaría que fue una
combinación del destino y la desesperanza…
¿Cuanto de amor hubo…? Vaya
pregunta…

Un creyente aseguraría que fue una
operación del destino quien nos unió, un
soñador en cambio, garantizaría que Cupido y su
infalible puntería sin lugar a sospecha hubiese sido la
verdadera causa del hecho, alguien práctico en cambio,
conjeturaría que las causas invasoras del suceso, quienes
cristalizaron el acto en un instante mágico, se guiaron de
manera déspota, por obra de un sentimiento compartido de
soledad… ¿Si obraron otras circunstancias…?
¿Quien podrá responder a esa inquietud?

Por su lado, ella venía de una separación,
después de un noviazgo prolongado, con un chico de su
pueblo, por el mío algo parecido, había roto apenas
treinta días con mi primera relación
importante.

Mas, para ser sincero con mi alma y mi talento, intuyo
desde mis entrañas que lo nuestro fue amor, un gran
amor… ¿Por que dudarlo…?

Reconozco que la ansiedad de querer y sentirse querido,
jugó en nosotros un apresuramiento extremo a la hora de
definir situaciones y espacios, pero esa efervescencia juvenil
que brotaba en nuestra piel permanentemente y se acrecentaba con
el paso de los días, fogosito en nuestro éxtasis
cualquier duda existencial que asomara.

Pero todo este recuerdo es ya pasado… Hoy es hoy,
y solo me resta clasificar los días vividos…
¿Entenderlos o no?; es una apología de mala praxis
para la patraña… las fotografías
están allí, dormidas como cuadros descolgados, pero
son, existen indelebles… constituyen mi mundo, mi
historia… mi verdad… y, como recita Serrat, "aunque
duela… lo que no puedo es cambiarla…"

CAPITULO II

(Entre la luz y
la sombra Un abrir y cerrar de ojos)

Rojas, viernes 2 de julio de 1983.

Arribamos a Rojas a las nueve y media, justo para
cenar.

Este fue otro ejemplo de cómo el destino disfraza
con buenos trajes esos momentos luctuosos, pues si
hubiésemos llegado unos quince minutos o media hora mas
tarde quizá la suerte de todos hubiera sido otra. Mi
suerte hubiera sido otra…

Sentado a la mesa me enteré que Sebastián
se había lastimado un dedito en la máquina de tejer
cuando la abuela lo tenía en su falda, no dije nada en ese
momento, callé, como siempre… Pero después
de una larga sobremesa, cuando nos retiramos hacia nuestro
dormitorio, una especie de suite matrimonial que los padres de
Estela habían adaptado ni bien nos casamos para que nos
sintiéramos cómodos cada vez que nos
encontrábamos en el pueblo, cosa bastante frecuente, me
puse a discutir del asunto con mi mujer.

No lograba concebir como el nene se había
lastimado la mano estando con su abuela tejiendo, le inculpaba a
ella el descuido, le preguntaba donde se encontraba ella en ese
momento, en pocas palabras, la hacía responsable de los
hechos…

Sé que fue toda una tontería
acusarla…lo sé… Pero soy un convencido que
aquella noche estaba de antemano marcada negativamente en
nuestras vidas, y por lo tanto algo tenía que
pasar… Si no ocurría lo del dedo del pibe hubiese
sido cualquier otra cosa, porque era el destino quien nos
planteaba ese gran desafío.

Lo lógico hubiera sido hacer el amor toda la
noche ya que ambos nos habíamos extrañado
muchísimo, pero en cambio, nos pusimos a discutir…
a decir verdad yo empecé a discutir.

Esta tonta actitud, fue la única manera que
encontré para intentar defender una desprestigiada figura
de padre que ya comenzaba a pesar demasiado en mi enclenque
autoestima.

Busque chocar de frente contra ella, la más
débil… El ser y la nada… interrogantes
inquietos de mis arcas vacías, complicados nexos de una
eterna causalidad.

En aquella velada la mujer no se callo nada,
discutió su posición con o sin razón, nunca
intento enfriar la porfía, y su proceder, envalentonado de
seguro por su condición localista fue totalitario; se
marchó de la habitación gritando y entonces, mi
recuerdo es tan nítido que hasta me parece sentir el mismo
escozor en el cuerpo, fruto de tanto arrebato, me descubrí
parado en medio de la pieza, aislado del mundo todo, encerrado
entre esas cuatro bonitas y prolijas paredes que se
convertían en un soplido del azar, ni mas ni menos que en
una celda de fin de semana…

La conciencia reflexiva se constituye como conciencia de
duración y de este modo la reflexión impura se
purifica…pero en mí, este mecanismo no
funcionó; mi plano irreflexivo se monto y creció de
manera instantánea sobre mi espíritu instalando una
sensación inédita, mixtura de vergüenza,
rabia, odio y desencanto.

Y, desclavando fuerzas anónimas desde mis
siniestros miedos, pude tomar ese primer impulso que me remonto
vuelo y, venciendo lo ya vencido, esas acartonadas barreras
convencionales de una sociedad dibujada, esquemática y
pacata… tome mi bolso marrón, huí por la
ventana balcón que daba al parque y me marché de la
casa.

Me volvía.

¿Qué se creía esa rubia que era mi
mujer…?

¿Qué yo le iba a permitir pelearse conmigo
y después irse a cobijar bajo el ala de sus
padres…?

Si me quería me tendría que
buscar…

Nunca más la volví a ver… por lo
menos como su esposo…

Cuando pise la acera húmeda por el prematuro
rocío, apure mis pasos como quien escapa de sus captores,
sin mirar atrás y buscando la primera esquina para
escabullirme entre las sombras…

Unos metros adelante, respirando todavía profundo
e imaginando sus reacciones, advertí que no tenía
la plata. Los cinco billetes grandes se los había dado a
Estela apenas llegado a la casa.

Ante este nuevo panorama, pensé en regresar,
confieso… Volver a introducirme por el ventanal y
acostarme como si nada hubiese pasado… suprimiendo la
ininteligibilidad de lo psíquico. Hasta me resultaba
fácil atribuirme esa reducción algo arbitraria de
las formas mayores a elementos más simples…
acentuar la irracionalidad mágica de las relaciones
amorosas… pero entendí que esa actitud bochornosa
causaría un daño irreparable en mi ego…
así que con paso resuelto seguí caminando por la
avenida circunvalación rumbo al cruce con la
ruta.

Mientras deambulaba en la fría noche,
escudriñe sigilosamente entre mis bolsillos y
descubrí que todo mi capital eran solo dos billetes de
cincuenta pesos, una miseria.

Cada tanto escuchaba el ruido de un automóvil que
cortaba el impávido silencio pueblerino; cuando ello
sucedía, mi ser, cuerpo y espíritu, se
estremecía pensando que me había salido a buscar,
pero esa quimera nunca sucedió…

Estela me dejo ir, y yo me fui o, yo me fui, y Estela me
dejo ser.

Estuve por más de una hora esperando en la playa
de estacionamiento de la estación de servicio Y.P.F.
emplazada en el cruce de las rutas 188 y la 46 creo, hasta que un
camionero se apiado de mí realidad y se digno a
llevarme.

Ni siquiera pregunte hacia donde se dirigía. Era
lo menos importante en aquel momento, mi única ansiedad
era alejarme rápido de ese pueblo endemoniado en que se
había convertido la ciudad de Rojas.

El fortuito encuentro se torno mágico y
cómico en mi desorientado destino, recuerdo que apenas
instalado en el asiento de acompañante el tipo me pregunto
con sorpresiva curiosidad si yo era artista.

"No… me hubiese gustado ser artista, pero nada
que ver… o que se yo, capaz que lo soy y todavía no
lo sé". Contesté alardeando con mi filosofía
barata, a lo que él añadió tan sereno como
sincero:

– Le pregunto por la pilcha –

Al camionero le resultaba extravagante mi
vestuario.

Reí entonces de mí, de mi historia, de mi
traje y claro está, de la suerte que estaba
construyendo.

El me miraba de reojo pero también se
sonreía, más dudo que supiera bien de que… En
definitiva igual que yo, ni más ni menos.

No se refería su inquietud a mi supuesta
elegancia asociada debidamente al recién estrenado saco de
pana. En verdad, lo que me quiso señalar con ese
descriptivo: "es por la pilcha", se refería plenamente a
una cuestión lógica.

Porque ver a un tipo, con un pantalón livianito
de hilo, camisa de vestir y cubierto solo con un saco de
miércoles sobre su humanidad, en una noche de pleno
invierno bajo una temperatura que no pasaba los tres o cuatro
grados, indudablemente movilizaba a reflexionar a cualquier
mortal; quién es este: un artista o un
boludo…

Mi risa seguía contagiándolo, y como
tiempo sobraba y mi congoja alterada estaba necesitando hablar,
le relaté con lujos de detalles lo que me había
sucedido ese interminable día.

Germán, así se llamaba el tipo,
escuchó de manera atenta y se animó a darme un par
de consejos que, por supuesto, nunca oí.

Habíamos recorrido ya más de cuarenta
kilómetros, cuando se detuvo en un boliche de mala muerte;
compro unas galletas de campo y un par de paquetes de cigarrillos
que me regaló.

Dos horas más tarde me dejo en un cruce de
caminos, pasando la ciudad de Pergamino.

Argumento para convencerme, que una de esas rutas iba
hacía Buenos Aires y era bastante transitada… En un
primer momento le agradecí tanta voluntad, pero cuando
baje del vehículo, e inesperadamente me encontré
abandonado en medio del ejido, en medio de una noche insensible y
hermética que, de manera monótona me hacia tiritar
de frío, lo maldije y me maldije.

Pensé, pensé,
pensé…

Apenas unas horas atrás me encontraba en una
cálida pieza con mi mujer, a pronto de acostarme,
¡Como carajo había llegado hasta
ahí!.

Me mantuve de pie, firme, fumando como un escuerzo,
tratando de no arrugar demasiado mi patético saco de pana
por casi dos interminables horas. Cada tanto caminaba alrededor
de una mata gruesa y alta que, pegada al asfalto,
sobresalía del resto del pastizal. Solo imprecaciones
atravesaban mi pensamiento.

Ni un puto perro se me cruzo.

Miraba el cielo estrellado y rogaba que no se
descompusiera, pues el broche de oro para la situación era
un aguacero… porque entonces sí: moriría
disfrazado de pie… Por suerte de esa peripecia
zafé.

Mientras ridiculizaba el presente, si aún se lo
podía intentar, escuche a lo lejos el sonido de un
automóvil que a pura velocidad se aproximaba.

Miré hacia ambos lados para saber por donde venia
el ruido sordo de su motor, aunque a decir verdad me daba lo
mismo, mi exclusivo interés, el que solo importaba, era
que alguien, humano o no, me sacara de aquel lugar.

En pocos segundos, sobre mi derecha, observé como
dos luces blancas se acercaban tan rápidas como cometas y
pasando a mi lado levantaron un céfiro flemático
que me congeló el alma.

Por intuición anime a levantar el pulgar de mi
diestra sin esperanza alguna.

El auto oscuro paso a mil.

Pero a unos cien metros escuche un chillido de cubiertas
típico de una frenada y el vehículo se clavo
cruzado en medio de la ruta… Apenas detenido, el conductor
puso reversa, se encendieron entonces dos luces blancas
pequeñas en la cola del móvil y aquel torpedo
retrocedió a tanta velocidad como antes había
pasado.

En un primer momento pensé que el conductor se
había equivocado de ruta, como me encontraba en el cruce
de dos, el razonamiento sonaba bastante lógico, pero un
segundo después especulé que podría tratarse
de chorros o peor, de degenerados y entonces me asuste
bastante.

El auto se acercaba insensible y yo inmóvil y
tiritando, más ahora no solo por el
frío.

Se detuvo justo frente a mi, la ventanilla polarizada
del acompañante se bajo unos diez centímetros y una
voz joven pregunto hacia donde iba… me agache unos
centímetros para contestarle por la rendija que
había dejado.

Muchas opciones no tenía…

Eran las tres o cuatro de la madrugada y estaba parado
en el medio de no sabía donde, alma caliente, cuerpo
entumecido, así que contesté:

– A donde vayan…- mientras una nube de vapor se
escapaba de mi boca.

La puerta de la coupe Taunnus se abrió
despacio y lo primero que divisé, a pesar de esa luz
difusa que guardan los interiores de los autos, fue las hermosas
piernas de una joven veinteañera que no bajo sino que se
corrió con su butaca hacia delante y retrayendo el
respaldo de la misma, me permitió ascender al asiento
trasero.

Acomodé mi bolso dando las gracias a mi salvador,
éste giró entonces su cabeza y dijo:

-Tú no me dejarías a mí si hiciera
dedo, o si…-

-No, claro que no…- Respondí rápido
y seguro como si estuviese rindiendo un examen.

Entonces extendió su mano y se
presentó:

-Jorge Rodríguez Paz-

-Luciano Giovanini – Contesté mientras
correspondía su saludo.

Era un tipo de mi edad, de pelo corto, tez
trigueña y espaldas anchas…un típico
jayán.

Cuando soltó mi mano, se reacomodó en la
butaca, subió el volumen del radio estéreo al
máximo, puso primera y aceleró a fondo.

El auto se puso de costado pero el no aflojaba, con el
pie derecho pegado a la tabla y volanteando para enderezarlo
comió los primeros cien metros del camino.

Quise decir algo, un aullido de desesperación
supongo, más el ruido del escape libre y el sonido de la
música lo impidió.

La joven, como un autista, se achico en su butaca hasta
parecerse un ovillo y yo, supongo que por instinto, busque
sentarme en el centro del asiento para poder ver el
patético pero posible escenario de mi muerte.

El loco conductor movía sin cesar su cabeza al
ritmo de la música pero sin sacar por un instante la vista
del asfalto, en un momento, su mano derecha soltó el
volante y escudriñó algo debajo de su butaca,
entonces, luego de unos interminables segundos, se
enderezó con una botella de whisky en ella.

El descerebrado tomo un largo trago y me la pasó,
y si bien yo nunca fui abstemio, pero tampoco un amante de la
bebida blanca, aquella la degusté como si su contenido
fuese el más exquisito néctar que jamás
hubiese probado.

Afuera de aquella hoguera la noche era oscura y cada
tanto una espesa niebla nos envolvía dejándonos
ciegos por completo. Estaba a un paso de pasar del infierno al
cielo, mi vista atenta en lo que se podía ver de la ruta,
el volante y en el velocímetro que no dejaba de
subir.

A puro grito le hice notar al loco que no se veía
nada, pero el fulano, también a los gritos me
respondía que conocía de memoria el camino y que
nada iba a suceder… la chica parecía ahora una
estatua, estaba muda con sus ojos bien abiertos y fijos en la
carretera o en lo que se suponía que era, por que mas de
una vez transitábamos por la banquina.

Mi mente funcionaba distorsionada y mi lógica
parecía no reaccionar.

Lo que me estaba ocurriendo era irreal, tan o mas irreal
que la pelea con Estela.

La vida se había convertido en un torrente
continuo de emociones y sensaciones no frecuentadas habitualmente
mi raciocinio, y en esas últimas horas la razón
hubo descifrado tantas como en los últimos tres
años.

La botella duró poco y sin lugar a dudas fui yo
el culpable de ello… Cuando él se percató de
la falta de líquido, bajando un poco el volumen del equipo
de música comento muy tranquilo:

-Che flaco, nos quedamos sin combustible… vamos a
comprar…-

Lo mire desconcertado, por decirlo de alguna manera,
estábamos en medio de una ruta solitaria donde no se
vislumbraba ni siquiera la luz de un rancho, menos una
estación de servicio y éste personaje decía
que a las y pico de la madrugada íbamos a comprar
whisky… De que el tipo estaba tocado no tenía
ninguna duda y lo único que se me ocurrió contestar
fue:

-Bueno, vamos…- tan insulso como
ineficaz.

Pero para mi asombro, que a esa altura parecía
inagotable, a los pocos kilómetros giró en un cruce
olvidado de tierra hacia la izquierda y aceleró de nuevo
la coupe.

Todo lo que parecía rodearnos era campo…
inmenso como el mar.

Y la noche ahí, en ese espacio y en ese tiempo
era mas noche…El camino tenía curvas y contra
curvas pronunciadas y el automóvil derrapaba en cada una
de ellas al mejor estilo de rally, a esta altura mis
palpitaciones resonaban tan alto como la música que no
dejaba de sonar y, siempre sentado en medio del asiento trasero,
alternaba mi atención, totalmente pasmado, entre el
velocímetro y el trayecto. Y en cada curva mi pierna
derecha se hundía en el piso a más no
poder.

Pasado unos diez minutos, después de volar sobre
una pronunciada loma de burro, aparecieron a los lejos unas
raleadas lucecitas opacas… era un pueblo, el final de la
etapa, recién entonces pude relajarme un poco.

El tipo sabía bien hacia donde se dirigía,
de eso no cabía ninguna duda. Era un típico
baqueano de aquella zona.

El pueblito se fue agrandando ante nuestros ojos pero
nunca creció demasiado. No eran más de cinco o seis
manzanas a la redonda con una o dos calles asfaltadas.

La Taunnus se detuvo en una de las pocas
esquinas iluminada de aquella aldea, donde, por el movimiento
inquieto de una docena de jóvenes, parecía que se
estaba celebrando un baile o fiesta de estudiantes.

Rodríguez Paz descendió del auto
exponiendo una típica semblanza de tipo rudo.

Caminó unos pasos delante del vehículo
como semblanteando el andurrial, luego se volvió hacia
nosotros y con gesto adusto de su mano, me ordenó a que
bajara del auto y lo siga. Acto seguido, giro de nuevo hacia el
lugar donde estaban amontonados los chicos y se afirmó,
con los brazos en jarra, desafiando al mundo.

Yo me acerque con paso displicente tratando de no
delatar mi extrañeza y mi temor ante aquel vago
escenario.

Estando cerca de él, recién me di cuenta
de lo grandote que era la bestia, me llevaba por lo menos diez
centímetros de altura, unos cuantos kilos de peso y
decenas de horas de gimnasio.

Cuando me tuvo a su lado, giró como un soldado en
desfile para ponerse frente a mí, de espalda a la entrada
del baile, se levanto el cuello de la camisa negra que
tenía puesta y me dijo:

– Yo entro a comprar… Si no salgo en cinco
minutos entras vos…-

Me quedé mirándolo con el desconcierto
adherido a mis ojos pero sin abrir la boca le hice un gesto como
que estaba todo bien.

Me volvió a repetir la frase y entonces me
animé a ponerlo en situación, que el lugar
parecía un baile, que si era así no le
venderían ninguna botella de whisky y que por ahí
había que buscar en otro lado… él entonces
se rió forzado, retrocedió uno o dos pasos, se
levantó la camisa y dejando a la vista la
empuñadura de un revolver contestó:

-Te parece… si no salgo en cinco minutos
entras… – Y esta última oración
sonó como un mandato.

Me puse mal, pero mal en serio… Lento camine
hacia el auto, pase la cabeza por la ventanilla baja de la puerta
del conductor con la intención de hablar con la chica y
advertí entonces que las llaves estaban en el encendido,
no dude, abrí la puerta y me senté en la
butaca.

Era una posibilidad preciada que el destino me
cedía.

La otra alternativa era tomar mi bolso y desandar el
desértico camino, pero ¿Si él salía y
luego me cruzaba…? Llevaba un arma…

Entrar y caer preso con él no estaba en mis
planes…

Robarle el auto para huir de la escena desquiciada
parecía bastante razonable y de paso rescatar a esa chica
me revindicaba como caballero.

Pero ella me reclamó para que no lo haga…
Inaudito pensé… más me basto mirarla a los
ojos para comprender el miedo de aquella mujer.

-Si nos vamos nos mata… – Susurro con temor a ser
escuchada por él.

-¡Esta loco!, !Esta armado… esto termina
mal, si nos quedamos vamos presos!-

-Puede ser, pero si escapamos y lo dejamos solo, nos
busca y vamos al cementerio…por lo menos yo-

-¿Quien es…?- Pregunte por vez primera en
serio, sobrio, dándome cuenta cual era el cuadro real, en
medio de esa noche novelesca, de la situación que me
rodeaba.

-El hijo de un militar más loco que
él…-

-¿Y vos quien sos…?- repregunte tratando
de buscar algún argumento que me sirviera para convencerla
de que lo mejor era irnos.

-Una tarada muerta de miedo- Y lo del miedo se le
notaba.

– ¡Yo me voy!- Grité bajando del auto en un
acto puramente reflejo, porque todavía no tenía en
claro que iba a hacer.

-Por favor, no me dejes sola, ya pasaron los cinco
minutos, anda a ver que pasa…-

En un principio me negué, pero basto que su
tierna mirada cruzara con mi terror para que flaqueen mis
convicciones.

-Voy…- Le contestó mi
corazón

-Pero si hay kilombo o no lo veo, nos vamos…-
sentencié y me asombró contestando:

-Está bien- y cerró sus deliciosos ojos
verdes.

A un metro del auto la realidad era otra.

Mientras acortaba la distancia que me separaba de la
insustancial entrada de aquel tenderete, razonaba con mi sombra
sobre cual era la necesidad práctica que tenía en
hacer aquello.

¿Desde donde me animaba?.

Que faceta de mi mente fortalecía a mi
espíritu, para interrumpir en un local nocturno del centro
de una tierra ficticia, ajena a mis profundas y cotidianas
desdichas y con un estilo típico de un facineroso de poca
monta, iba en busca de un trasnochado hijo de puta que me
había levantado en la ruta.

No me animé a entrar. Me paré frente a la
puerta de grandes dimensiones que hacía de entrada y
traté de espiar hacia el interior, pero nada… Todo
parecía normal.

Me transpiraban las manos… y el
alma…

Giré mi humanidad para mirar a mi
doncella… sentía de algún modo que la estaba
protegiendo de aquella bestia.

La bella me miraba atenta… su rostro atemorizado
continuaba siendo hermoso.

Me pregunte que hacer y dije, me dije, me ordené
: ¡No!

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

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